¿UN NUEVO MALESTAR EN LA CULTURA EN TIEMPOS DEL COVID-19 Y DE LA GUERRA?1
<>Heribert Blass2
Resumen
El presente trabajo aborda las complejidades dadas a partir del confinamiento por Covid en Europa. Las restricciones impuestas dividieron la sociedad en aquellos que se ajustaban a las normativas y aquellos que sostenían la continuidad de eventos sociales placenteros. Se mencionan también algunos puntos comparativos entre las reacciones frente a la pandemia y la guerra a Ucrania. El autor ahonda en el conflicto dado a partir de estas realidades, caracterizado por la solidaridad con el prójimo, la renuncia a lo personal o la búsqueda de ventajas que sortean las restricciones sociales. Continúa con el planteo de tres tesis referidas a los efectos generales de la pandemia de Covid: la realidad de la muerte, la desconfianza en el prójimo y la ambivalencia entre la solidaridad y la hostilidad. De este modo se enfatiza la relación antagonista entre el individuo y la sociedad que muchos autores, incluido Freud, dejaron planteada en numerosos escritos. Por último, el autor recorre, a través de viñetas clínicas, las complejidades transferenciales y contratransferenciales, así como también los movimientos regresivos de los pacientes entendiendo que estos se relacionan con las experiencias previas y la calidad de los vínculos tempranos. La inclusión de la noción de “pensadores divergentes” se utiliza a lo largo del escrito para caracterizar posicionamientos ideológicos extremos vinculados al rechazo del peligro real. El autor concluye que los psicoanalistas deben transmitir el conocimiento cultural acerca de la ineludible ambivalencia entre el individuo y la sociedad, y comprender y elaborar con los pacientes la conformación personal de esta ambivalencia en cada proceso psicoanalítico individual.
Desde fines de 2020, el mundo se enfrentó a la situación de emergencia ocasionada por la pandemia del Covid-19. Con más de 6.580.000 muertos en todo el planeta (hasta el 22 de octubre de 2022), esta pandemia sacudió fuertemente nuestra cultura y nuestra actitud hacia la vida en el siglo XXI. Como siempre ocurre en épocas de crisis, las reacciones de muchas personas frente a esta conmoción fueron muy distintas y, en consonancia con ello, también nos encontramos con diferentes reacciones entre nuestros pacientes y colegas.
En Europa, a ello se suma que desde el 24 de febrero de 2022 debimos enfrentar además la brutal guerra de agresión de Rusia contra Ucrania. Experiencias de guerra, traumas y violencia contra las personas siempre ha habido en el mundo ‒lamentablemente, también en América Latina‒, pero para Europa esto constituyó un shock particular, porque la mayoría de nosotros vivimos en la creencia de que el final de la Guerra Fría (especialmente entre 1980 y 1990) daría lugar a una coexistencia pacífica entre los países y los pueblos europeos. Esta creencia o fantasía ha sido severamente demolida. Más allá de nuestras reacciones personales, debimos lidiar también en nuestros consultorios con el temor a la guerra y con distintas reacciones ante la invasión rusa de Ucrania.
Tanto la pandemia como la guerra de agresión rusa desencadenaron estados de turbulencia emocional, así como el deseo de que el mundo pudiera ofrecer mayores esperanzas para la vida humana. En este trabajo me referiré en particular a la pandemia, haré unos breves comentarios sobre la guerra, y, tras una conexión conceptual con la teoría cultural de Freud, formularé algunas observaciones clínicas.
Comenzaré con un fenómeno social que se observó ya al comienzo de la pandemia y que persiste hasta hoy en diferentes formas. A comienzos de 2021, la segunda ola de la pandemia llevó la tasa de contagios y el número de fallecimientos a niveles mucho más altos. En Europa, el talante general de las personas era de una creciente angustia, y la mayoría se adaptó (ya sea en forma voluntaria o por acatamiento de las medidas oficiales) a las restricciones impuestas a su habitual libertad de movimientos. Pese a ello, un número significativo de individuos no quisieron renunciar a sus placeres de costumbre ‒ya se tratase de esquiar o de concurrir a fiestas‒. Los países reaccionaron de distinto modo, cada cual con sus propias soluciones, frente a este deseo de sus habitantes de continuar con sus actividades placenteras: algunos cerraron las pistas de esquí, otros permitieron utilizarlas con ciertas limitaciones. Independientemente de la decisión básica que se tomó en cada caso, pronto surgieron en la población voces opositoras, cuando no una franca división de las opiniones. Algunos promulgaban la precaución, en tanto que para otros la renuncia al placer no era siquiera una posibilidad. Una revista de noticias alemana tituló así un informe sobre Suiza: “La gente muere, la vida sigue su curso alegremente”.3 Según el autor de la nota, la “imprudencia” con que actuó el gobierno suizo había dividido las opiniones de los habitantes. Un periódico suizo comentó irónicamente: “Aquí el dilema es esquiar o no esquiar en el invierno de ‘la Corona’. Frente a este dilema, ¿los suizos saltarán patrióticamente a sus esquíes o enviarán una señal contra la pandemia?”.4 Preguntas similares se formulaban en Alemania y otros países, en especial respecto de las fiestas con centenares de asistentes que se efectuaban pese al confinamiento. Y con el correr del tiempo fue creciendo en todo el mundo la fuerza del llamado “movimiento por el pensamiento divergente” y el “movimiento antivacuna”.
Esta división en la sociedad entre los temerosos, los que querían que se respetaran las normas oficiales, los que elevaban airadamente sus voces deprotesta y los que pretendían conservar sus beneficios y placeres personales volvió a reiterarse al discutir la reacción adecuada frente a la guerra en Ucrania. El conflicto puede resumirse en unas pocas palabras: solidaridad con el prójimo, incluida la renuncia a lo personal, o búsqueda de ventajas que sortearan las restricciones sociales.
Freud ya se había ocupado del antagonismo entre el individuo y la sociedad en El malestar en la cultura (1930), pero antes de pasar a él quisiera exponer estas tesis.
Tres tesis sobre los efectos generales de la pandemia de Covid-19
- Reapareció a gran escala la realidad de la muerte y el temor vinculado a ella. Como ningún otro suceso en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la pandemia de Covid-19 nos recordó (al menos a la mayoría de los países de Occidente) la inmediatez de la existencia del individuo y todo lo que la amenaza, así como la posibilidad de una muerte colectiva. Ahora que ha vuelto la guerra, este temor crece en muchas personas, al menos en Europa, y los sentimientos resultantes de desamparo y de impotencia se combaten de muy distintos modos. En lo tocante al Covid-19, un modo muy razonable es poner más cuidado en los contactos interpersonales; pero como defensa contra el sentimiento de desamparo angustiante, también encontramos varias formas de negación, desde la desestimación maníaca de cualquier peligro hasta las teorías colectivas conspirativas y paranoides, en las que el peligro se proyecta al “Estado” o a personas muy renombradas ‒e incluso a la vacunación‒ como enemigos imaginarios.
- Ha sido conmovida la confianza básica en que el otro no puede hacernos daño. El virus ha modificado seriamente nuestros contactos cotidianos. Ha echado por tierra la seguridad de que nuestro prójimo no porta consigo un arma letal, como está implícito en el gesto de estrecharse las manos con extraños o en el abrazo de bienvenida que ha sido la costumbre hasta hoy. Ahora todo ser humano es portador potencial de un virus mortífero, y esto está creando cada vez más un talante paranoico subyacente.
- Ha sido conmovida la confianza básica en que el otro no puede hacernos daño. El virus ha modificado seriamente nuestros contactos cotidianos. Ha echado por tierra la seguridad de que nuestro prójimo no porta consigo un arma letal, como está implícito en el gesto de estrecharse las manos con extraños o en el abrazo de bienvenida que ha sido la costumbre hasta hoy. Ahora todo ser humano es portador potencial de un virus mortífero, y esto está creando cada vez más un talante paranoico subyacente.
Sobre la relación antagónica entre el individuo y la sociedad
Desde el punto de vista histórico, las ideas sobre el antagonismo existente entre el individuo y su cultura circundante no son nuevas. Muchos filósofos, desde la Antigüedad en adelante, han escrito sobre este tema. Cuando Freud se ocupó de él, lo hizo siguiendo una larga tradición filosófica; sin embargo, en El malestar en la cultura aportó una diferencia determinante al introducir los fundamentos afectivos de la civilización, y esta diferencia continúa teniendo esencial importancia para comprender nuestro presente. Me gustaría recordar que para Freud, el “fin y propósito de la vida” es “alcanzar la dicha, conseguir la felicidad y mantenerla”. Este es “el programa del principio de placer”, que “gobierna la aspiración del aparato anímico desde el comienzo mismo” (p. 76).5 Pero no ignora las amenazas del sufrimiento, que proceden “desde tres lados: desde el cuerpo propio, que destinado a la ruina y la disolución no puede prescindir del dolor y la angustia”; “desde el mundo exterior”; y por fin “desde los vínculos con otros seres humanos. Al padecer que viene de esta fuente lo sentimos tal vez más doloroso que a cualquier otro” (p. 77; la itálica es mía). Al mencionar esta tercera fuente, Freud se refiere a la inevitable agresividad humana, que en definitiva solo puede ser dominada por la cultura: “la protección del ser humano frente a la naturaleza y la regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres” (p. 88). Freud acepta que la cultura le ofrece al individuo seguridad, incluso en un nivel afectivo, porque garantiza que se cumpla el principio de placer; pero al mismo tiempo despierta una tendencia hostil, porque exige inhibir una sexualidad y una agresividad desenfrenadas, y esto se vive como un sacrificio. La postura de Freud tiene actualidad para nosotros cuando dice:
Puesto que la cultura impone tantos sacrificios no solo a la sexualidad, sino a la inclinación agresiva del ser humano, comprendemos mejor que los hombres difícilmente se sientan dichosos dentro de ella. De hecho, al hombre primitivo las cosas le iban mejor, pues no conocía limitación alguna de lo pulsional. En compensación, era ínfima su seguridad de gozar mucho tiempo de semejante dicha. El hombre culto ha cambiado un trozo de posibilidad de dicha por un trozo de seguridad (pp. 111-112; la itálica es mía).
Una gama de reacciones afectivas
Si aplicamos estas ideas a nuestra situación actual, entenderemos mejor que el gran número de víctimas que se ha cobrado el Covid-19 y el aumento del riesgo de enfermar y morir, así como el temor a la guerra, agitan antiguos sentimientos de desamparo e incrementan la depresión y la angustia. No obstante, la necesidad concomitante de seguridad está en agudo contraste con el principio de placer, y genera una tensión que puede llevar, por ejemplo, a un quiebre de las necesidades pulsionales y a veces a un violento descontrol. Diversos disturbios o manifestaciones violentas dirigidas contra las medidas de seguridad, que tienen en parte una motivación política, son también con frecuencia una forma de rebelarse contra las restricciones que impone la cultura al principio de placer.
Como psicoanalistas podemos contribuir a una mejor comprensión de estas tensiones culturales en la sociedad pero también debemos lidiar con estas posturas contrapuestas en nuestros tratamientos.
Por ejemplo, algunos de mis pacientes, en especial los que tuvieron un vínculo inseguro o ambivalente con quienes les brindaron los cuidados primarios, reaccionaron con una angustia profunda, ya fuese bajo la forma de un franco desamparo o con un control obsesivo de sí mismos y de su entorno. En la transferencia, algunos buscaron mi protección, casi como si yo fuera una figura parental omnipotente. Otros me exigieron que funcionara como policía o como juez encargado de mantener el orden público, por así decir. Ambas actitudes indicaban una fuerte regresión, tendiente a acabar con el sentimiento de desamparo. En un sentido más amplio, también era una forma de recobrar una cierta felicidad. Si tenemos en cuenta el segundo ámbito importante de los cambios provocados por la pandemia, había presente, asimismo, una creciente desconfianza en mí: ¿podría yo asegurarles un grado suficiente de protección y de inmunidad frente al contagio en esas sesiones presenciales? ¿Cuán peligroso podía ser yo para la salud y la vida de mis pacientes? Por supuesto, también me invadía la preocupación opuesta: ¿no sería posible que ellos me transmitieran la enfermedad a mí? ¿Cómo cambiaría nuestra relación y contacto afectivo si aceptáramos realizar la psicoterapia o el psicoanálisis en forma virtual? El tema de la responsabilidad y de la culpa potencial se tornó trascendente, y no es de sorprender que, combinada con esas preocupaciones, surgiera una agresividad subyacente. En dicho contexto, yo asumiría el papel de un padre hostil que veda la experiencia del placer a sus vástagos.
Ilustraré lo que digo con tres pequeñas viñetas.
La señorita A
La señorita A, una mujer de algo más de cincuenta años, había sido abandonada por su madre cuando tenía dos. Vino a la consulta con depresión, diversos temores y una grave enfermedad somática. Hicimos psicoterapiapsicoanalítica dos veces por semana y pareció desarrollar una relación de confianza conmigo, pero el estallido de la pandemia la alarmó. Tras tres años de terapia sin signos claros de mejoría, la señorita A volvió a tener ataques de pánico y un terrible miedo a morir. Yo no tenía dudas de que, para respetar sus temores, debíamos pasar a sesiones virtuales, pero cuando así lo hicimoscomenzó a tener sesiones de llanto continuo alternadas con otras en que se quejaba cada vez más de muchas cosas ‒principalmente de las personas que no usaban máscara facial o que realizaban reuniones sin mantener la distancia social apropiada‒. Un día, mientras me declaraba sus temores, de pronto gritó, con lágrimas en los ojos: “¡Cuándo parará todo esto! ¡Tengo miedo y soy desgraciada! Usted es médico, ¿por qué no hace algo contra ello?”. Al principio, me sorprendí y me conmocionó un poco esta pregunta en apariencia “irracional”, pero poco a poco percibí su desamparo y su regresión a un temprano temor infantil: combinación de anhelo y de ira. Se me hizo palpable que ella estaba dejando revivir inconscientemente esos sentimientos en la transferencia. Yo había recobrado para ella la figura de la madre que la había abandonado. En el presente, su temor a morir se vinculaba claramente con los peligros de la pandemia, pero en un nivel inconsciente dichos temores eran reforzados por su temprana pérdida de la madre. Sus consecuentes deseos de protección omnipotente y su furia correspondían también a esa experienciatraumática. Teniendo en cuenta todo esto, le interpreté lo siguiente:
‒Es verdad, mi capacidad para darle a usted una protección total es limitada. Debe doler sentirse tan abandonada por mí.
La señorita A se calmó y un momento después me contestó:
‒Lo que le dije fue muy injusto de mi parte, pero me brotó de adentro.
En la transferencia y la contratransferencia, fue importante que ella me expresara sus reproches angustiados. Poco a poco ganó más confianza en sí misma porque sintió que yo los aceptaba.
El señor B
Hombre de cincuenta y tantos años, que siempre buscaba pasar una buena vida, con pocos compromisos y un gran anhelo de convalidación narcisista en sus cambiantes relaciones con las mujeres, el señor B, si bien no estaba declaradamente a favor del “pensamiento divergente”, participó en varias manifestaciones contra las medidas adoptadas a causa del coronavirus. Al principio vacilaba en hablar sobre tales manifestaciones en las sesiones, sobre todo porque, según él mismo admitió, no coincidía con todas las opiniones expresadas en ellas. Pero seguía rebelándose contra las “injustas” normas impuestas por el gobierno. Sus palabras al respecto me recordaron que había aceptado con renuencia el encuadre analítico. Llegó muchas veces tarde a las sesiones y también pagaba con demora mis honorarios. Al fin relacioné sus declaraciones sobre las medidas oficiales “injustas” con la continua oposición que me manifestaba pese a haber solicitado mi ayuda. Después de un tiempo, decidí decirle:
‒A usted le molesta tanto o más que yo le fije condiciones analíticas por querer lograr aquí un beneficio para usted.
Sorprendido, replicó:
‒¿Quiere decirme que yo siempre tengo que pagar un precio?
‒Es difícil de aceptar ‒le respondí. Siguió un largo silencio.
Pasaron algunas semanas y comenzó a darse cuenta de que aceptar un marco de contención, lo cual implica renunciar al placer como algo siempre disponible, puede permitir obtener una satisfacción más honda. Tal vez ayudó que cada vez sentía más rechazo frente a la postura agresiva extrema de los “pensadores divergentes”, cuya falta de límites comenzó a aterrarlo. Al fin, se apartó totalmente de las manifestaciones contra las medidas oficiales y no fue poca cosa que quisiera distanciarse de la “falta de responsabilidad” que les atribuía. El uso de esta frase me tomó por sorpresa, aunque también parecía ser un resultado de nuestra labor analítica. Durante un tiempo, no supe si se trataba de un sometimiento a mí o de una identificación conmigo por representar un Superyó más benévolo, pero había crecientes signos de que el señor B se había vuelto más confiable en sus relaciones personales. Parafraseando a Freud, podía decirse que había cambiado un trozo de sus placeres pulsionales previos por un trozo de relaciones más profundas, asociadas a la asunción de una mayor responsabilidad social en la época del Covid-19.
John
La pandemia fue una intromisión masiva en nuestro mundo familiar. Lo fue también para John, un niño de diez años. Después de haberse tratado conmigo en psicoanálisis durante más de dos años a razón de cuatro sesiones por semana, a causa de la pandemia tuvimos que pasar a sesiones virtuales.
Los síntomas de hiperactividad de John habían mejorado. En su primera videosesión me saludó con gran entusiasmo: “¡Bienvenido a mi casa!”, exclamó. La situación se había invertido: en lugar de venir él a verme al consultorio, yo iba a verlo a él en forma virtual. Tras esa presentación jubilosa, de pronto comenzó a dar vueltas por la habitación tambaleándose. “¡Un terremoto, un terremoto!”, gritaba sacudiendo los brazos, con la mitad del cuerpo inclinado hacia la tierra. Pasado un momento, le comenté:
‒En estas épocas todo da vueltas, y es como si uno perdiera contacto con el suelo, igual que en un terremoto… y el hecho de que solo podamos encontrarnos a través de la laptop también da vueltas todo.
Cambió su modo de moverse, siguió caminando por la habitación pero más serenamente, y me dijo:
‒Voy a mostrarte mi jardín… ¡mira!
Enfocó la camarita de la laptop hacia un bien cuidado jardincito. Respondí:
‒El terremoto pasó y por suerte no hubo ningún destrozo.
‒Sí ‒me confirmó, pero rapidísimamente puso su dedo índice frente a la lente y exclamó: ¡Bang, estás muerto!
‒Está bien ‒repliqué‒, después de todo la cosa no es tan fácil. Te dejé solo, y supuestamente debo pagar por eso.
Entonces me sugirió:
‒Hagamos algo juntos ‒y quiso que espiáramos los dos a su madre (así como yo había espiado su habitación).
La puesta en acto que siguió en la sesión siguiente dejó bien en claro que me había vivido como un espía y un perseguidor. Después de otro recibimiento jubiloso, de repente anunció:
‒¡Atención, aquí viene una sorpresa!
Vi que desplazaba un dedo hacia la lente de la cámara y en un santiamén solo tuve frente a los ojos unas manchas como de leche volcada. John ya no estaba visible. Lo oí gritar, triunfante:
‒Ja, ja, ¡ahora me fui, ya no puedes verme más!
¡Había logrado poner fin a mi espionaje!
Me enteré de que había echado sobre la lente crema de un filtro solar. Comenté el hecho en dos ocasiones. En principio, le reconocí:
‒Esto fue muy inteligente de tu parte: ahora no puedo espiar nada ‒pero poco después no pude dejar de señalarle la desventaja del procedimiento‒: Lo que no sé es si ese líquido es bueno para tu computadora.
Y de hecho su triunfo se convirtió en malestar, porque no podía limpiar la lente de esa crema. Montó en pánico y me rogó a los gritos:
‒¡Ayúdame, por favor! Si le hice daño a la computadora, tendré serios problemas con mamá y papá.
Con ayuda de mis instrucciones, al fin se las arregló para limpiar la lente. Yo había pasado de ser el perseguidor excluido a ser su aliado.
En bien de la autocrítica, debo preguntarme si señalarle el daño que podía sufrir la laptop no era una manera de socavar a regañadientes su gozosa omnipotencia. Por un lado, John ya había advertido su dificultad. Por otro, además del reconocimiento, necesitaba que se pusiera un límite a las partes (auto)dañinas de esa omnipotencia que lo había vuelto poderoso.
Comentarios
Confío en haber mostrado que la pandemia, y las medidas requeridas para hacerle frente, también dejaron su huella en este niño de diez años; a la vez, estos efectos ilustran los conflictos internos de John y sus contradicciones. Lo mismo cabe decir de la señorita A y del señor B. La pandemia puso de relieve y exacerbó sus conflictos nucleares, a cada uno a su manera. En el antagonismo entre la búsqueda de felicidad y el afán de seguridad, la señorita A puso fuertemente el acento en el polo de la seguridad, en tanto que el señor B procuró defender durante largo tiempo su felicidad personal. Solo al toparse con el egoísmo colectivo potencialmente agresivo y cada vez más implacable de los “pensadores divergentes” pudo reflexionar, y desarrollar en la relacióntransferencial conmigo una mayor capacidad para el compromiso, incluidas las renuncias personales.
Agregado sobre la guerra
Como ya dijimos, el ataque ruso a Ucrania ha exacerbado las tensiones sociales en otros países de Europa. Hay por un lado una gran solidaridad con Ucrania, pero por el otro la creciente falta de gas y electricidad ha hecho que aumentaran las protestas contra la política de sancionar a Rusia, ya que estas sanciones implican renuncias y pérdidas económicas reales para los ciudadanoseuropeos, que afectan primordialmente a los sectores más pobres de la población. En términos sociopolíticos, es un gran problema, pero creo que el malestar en la cultura proviene, además, de que los antiguos “pensadores divergentes” apoyan ahora a Rusia, con el argumento no menor de que no queremos prescindir del abastecimiento de energía de Rusia y tampoco queremos sufrir junto a Ucrania.
Este fue el caso de otra paciente mía, la señorita C, quien al principio puso en duda el alcance de la pandemia diciendo que se trataba de “noticias falsas”, para luego quejarse de la supuesta falsedad de la descripción pública de la “autodefensa” de Rusia contra “los fascistas ucranianos”. Ambas actitudes fueron para mí muy difíciles de soportar en la contratransferencia, y solo pude conservar mi actitud comprensiva hacia la señorita C señalándole sus propias mortificaciones y transgresiones en situaciones previas de su vida.
Observaciones finales
En general, en las personas que se suman a protestas populistas contrarias al gobierno frente a un peligro real existente cumple un papel fundamental un sentimiento de mortificación subjetiva. Hace poco, dos sociólogos alemanes, C. Amlinger y O. Nachtwey, afirmaron que entre muchos “pensadores divergentes” la “libertad ultrajada” dio origen a un “autoritarismo libertario”. Pienso que esta concepción sociológica no está muy lejos de nuestra comprensión psicoanalítica.
Como psicoanalistas, nuestra tarea es doble: debemos transmitirle al público nuestro conocimiento cultural acerca de la ineludible ambivalencia entre el individuo y la sociedad, y desde luego debemos comprender y elaborarcon nuestros pacientes la conformación personal de esta ambivalencia en cada proceso psicoanalítico individual.
Traducido por Leandro Wolfson
1 Este trabajo fue presentado en el 60.º Symposium 50.º Congreso de APA de 2022 que se tituló La cura en psicoanálisis. Trama y sentido.
2 heribert@blass.io. Asociación Psicoanalítica Alemana (GPA).
3 https://www.spiegel.de/politik/ausland/corona-in-der-schweiz-die-menschen-sterben-das-leben-laeuft-munter-weiter-a-f8c315dd-b3ea-4813-a8dc-fcb874618339. Consultado el 3 de enero de 2021. * En inglés, el término Corona designa en lenguaje informal tanto el virus del Covid-19 cmo la enfermedad que él provoca. (N. del T.)
4 https://www.nzz.ch/meinung/corona-krise-ski-fahren-oder-nicht-ski-fahren-
ld.1591521?mktcid=smsh&mktcval. Publicado el 15 de diciembre de 2020; consultado el 3 de enero de 2021.
5 Los números de página corresponden a la edición castellana de Amorrortu editores, vol. XXI. (N. del T.)
Descriptores: GUERRA / MALESTAR / MUERTE / NEGACIÓN / CULTURA / PRINCIPIO DE PLACER / DESAMPARO / VIÑETA CLÍNICA / TRANSFERENCIA / ANÁLISIS A DISTANCIA / PSICOANÁLISIS DE NIÑOS / DESMENTIDA
Candidatos a descriptores: PANDEMIA / ASPO / COVID-19
Abstract
A new discontent in civilization in times of Covid-19 and war?
This paper deals with the complex situations arising from the confinement due to Covid in Europe. The restrictions imposed divided society between those who conformed to the regulations and those who sought to maintain the continuity of pleasurable social events. Some comparisons between the reactions to the pandemic and to the war in Ukraine are also mentioned.
The author delves into the conflict derived from these realities, characterized by solidarity with others, the renunciation of personal welfare, or the search for advantages that may circumvent social restrictions. He puts forward three theses on the general effects of the Covid pandemic, related to the reality of death, distrust of others, and the ambivalence between solidarity and hostility. The antagonistic relationship between the individual and society that many authors, including Freud, pointed out in numerous writings is thus highlighted.
Finally, the transferential and countertransferential complexities, as well as the regressive movements of patients, are explored through some clinical vignettes, in the understanding that they relate to previous experiences and the quality of early bonds. The notion of “divergent thinking” is used throughout the paper to characterize certain extreme ideological positions linked to the negation of real danger.
The author concludes that psychoanalysts must transmit cultural knowledge about the inescapable ambivalence between the individual and society, and understand and elaborate with patients the particular shape this ambivalence takes in each individual psychoanalytic process.
Resumo
Um novo mal-estar na cultura em tempos de Covid-19 e da guerra?
O presente trabalho aborda as complexidades dadas a partir do confinamento por causa da COVID, na Europa. As restrições impostas dividiram a sociedade naqueles que obedeciam às normativas daqueles que queriam a continuidade de eventos sociais agradáveis. Mencionam-se também alguns pontos comparativos entre as reações diante da pandemia e da guerra da Ucrânia. O autor aprofunda o conflito originado a partir destas realidades, caracterizado pela solidariedade com o próximo, a renúncia ao pessoal ou a busca das vantagens que evitam as restrições sociais. Continua com a proposição de três teses referidas aos efeitos gerais da pandemia da COVID: a realidade da morte, a desconfiança do próximo e a ambivalência entre a solidariedade e a hostilidade. Deste modo, enfatiza-se a relação antagonista entre o indivíduo e a sociedade que muitos autores, inclusive Freud, deixaram estabelecidas em numerosos escritos. Por último, o autor percorre, através de vinhetas clínicas, as complexidades transferenciais e contratransferenciais, como também os movimentos regressivos dos pacientes entendendo que estes se relacionam com as experiências prévias e a qualidade dos vínculos antecipados. A inclusão da noção de “pensadores divergentes” é usada ao longo do escrito para caracterizar posicionamentos ideológicos extremos vinculados à rejeição do perigo real. O autor conclui que os psicanalistas devem transmitir o conhecimento cultural sobre a iniludível ambivalência entre o indivíduo e a sociedade, compreender e elaborar com os pacientes a conformação pessoal desta ambivalência em cada processo psicanalítico individual.
BIBLIOGRAFÍA