Sexualidad, género y posgenero. Las teorías sexuales infantiles¹

Leticia Glocer Fiorini²

Resumen

La autora propone una revisión del concepto de diferencia sexual abordando un entrecruzamiento entre el psicoanálisis y las teorías de género y posgénero.

            Con este fin sugiere repensar la resolución edípica clásica, el concepto de enigma femenino, las funciones paterna y materna, la noción de deseo de hijo, entre otros puntos vinculados, con el campo de lo femenino y de las diversidades sexuales y de género.  

            La propuesta es deconstruir el pensamiento dualístico con respecto a la diferencia sexual y al par masculino-femenino a partir de un pensamiento triádico o con más variables. Esto permite incluir los binarismos en tramas de complejidades crecientes.

            Propone también abordar la categoría “diferencia” como una herramienta simbólica que abarca distintos planos de diferencias pero que implica, fundamentalmente, el reconocimiento de la otredad.

            Plantea una necesaria distinción entre los conceptos de diversidad y la categoría “diferencia” como operatoria simbólica, más allá de la diferencia sexual.

Introducción

El eje de este trabajo surge de los cambios en las consultas clínicas que expresan las transformaciones de la posición femenina así como de las migraciones sexuales y de género en las últimas décadas. Estos nuevos escenarios reflejan las transformaciones en las subjetividades y en los discursos vigentes que se constatan desde el punto de vista cultural, social y experiencial en las sociedades actuales. 

            Las sociedades contemporáneas son multifacéticas. Los avances tecnológicos, la robótica, la inteligencia artificial, las biotecnologías marcan, en el contexto de los fenómenos de globalización, una línea de desarrollos que no se detiene. A la vez, hay que resaltar que la caída de los ideales sociales e individuales en el siglo XX, posteriormente a la guerra fría, el exceso de individualismo y los fenómenos de violencia, caracteriza también a las culturas actuales. La violencia adopta distintas formas y una de ellas es la violencia de género con sus raíces androcéntricas.

            Estas cuestiones, entre otras, tienen fuerte influencia en la construcción de subjetividad, en los cuerpos y en los conceptos vigentes de diferencia sexual y de géneros. A esto se agrega la necesidad de una imprescindible discusión en el ámbito psicoanalítico sobre el concepto de pulsión, que incluya el impacto de la otredad en el campo pulsional y en la construcción subjetiva.

            En este contexto, mi objetivo es trabajar sobre las interfases, las intersecciones posibles entre el campo de la psicosexualidad y las perspectivas de género y posgénero, con sus concordancias y discordancias. 

            Dentro de esta perspectiva, voy a abordar dos cuestiones: una de ellas es enfocar las nociones de diferencia sexual y de géneros, a partir del análisis crítico de uno de los ejes del psicoanálisis: el complejo de Edipo. La otra, enlazada a la anterior, es reflexionar sobre la posibilidad de incluir una perspectiva de género en el campo psicoanalítico.

            Estas cuestiones atañen psicoanalíticamente tanto a la posición femenina como a las diversidades sexuales y de género. En ambas es necesario debatir las significaciones de lo femenino y del acceso a la diferencia sexual, esta última como uno de los ejes que habitualmente se proponen para habilitar en cada sujeto una inclusión en el universo simbólico de la trama social. 

            Esto implica plantearse con qué concepto de sujeto se trabaja; supone reflexionar sobre las posibilidades del complejo de Edipo de abarcar estas problemáticas así como abordar las significaciones del complejo de castración, del significante fálico y de la función paterna para poder adentrarse con una mayor comprensión en estas problemáticas (Glocer Fiorini, 2015 [2017], Glocer, 2013).  

Con respecto a las perspectivas de género se requieren algunas aclaraciones. 

            En primer lugar, es necesario delimitar cómo se piensa la categoría género. El género como concepto nació como una construcción cultural, historizable, diferente del sexo anatómico (Money et al., 1957, Rubin, 1975). En un comienzo estuvo enfocado en la dicotomía masculino-femenino y sus inequidades, aun cuando cada sujeto la subjetiviza de distinta manera. Esto supone dos enfoques con sus eventuales relaciones: una es el género social y otra, el género subjetivo y sus devenires. 

            En segundo término, es imprescindible diferenciar las concepciones del género clásicas, que se centran en el binarismo masculino-femenino y sus aporías, especialmente en los debates atinentes a lo femenino, y distinguirlas de las concepciones posgénero, deconstructivas, que se desarrollan en el campo de las teorías contemporáneas sobre el tema, entre ellas las teorías queer. En otras palabras, estas últimas proponen que las teorías de género que se sustentan en el ideal de los dos géneros clásicos no abarcan la polifonía de las subjetividades actuales.

            Desde el campo psicoanalítico, recordemos que no hay un solo psicoanálisis aunque existen, sin duda, ejes centrales que lo identifican: el inconsciente, la pulsión, la sexualidad infantil perverso-polimorfa, la transferencia en la clínica, aunque también es sobradamente conocido que no hay interpretaciones unánimes sobre estas categorías. Por ejemplo, no es lo mismo referirse al inconsciente freudiano de las representaciones de cosa que al inconsciente lacaniano estructurado como un lenguaje, entre otras diferencias. 

            En este contexto, es necesario reconocer que las concepciones clásicas sobre la diferencia sexual siguen ocupando un lugar central en la teoría psicoanalítica y en la formación, y que merecen ser debatidas, ya que no responden a la complejidad de los conflictos que se constatan en la clínica. 

            Estos debates permitirían encarar con otra mirada algunas problemáticas que se presentan en la práctica clínica, como el no deseo de hijo en las mujeres; el masoquismo femenino como determinante princeps de la violencia de género o la interpretación de las denominadas diversidades sexuales y de género.

            Con respecto a estas últimas, es necesario subrayar que muy frecuentemente se las ubica en forma automática en el marco de la perversión o la psicosis. Por cierto, esto implicaría que habría una imposibilidad de una construcción subjetiva simbólica para estas personas así como para los niños criados en familias o parejas “diversas”, no convencionales, propuesta que merece una discusión profunda.

            Por estos motivos, es imprescindible preguntarse si una perspectiva de género puede complejizar la mirada psicoanalítica clásica.

Pulsión y complejo de Edipo

Hay en la obra freudiana dos líneas: una, que constituye uno de sus grandes descubrimientos, corresponde a la sexualidad infantil “perverso-polimorfa”; es decir, está implicado el campo pulsional, siempre fragmentario, plural, no unificado (Freud, 1905). Otra es la línea que propone una hipótesis para explicar cómo ese niño o niña “pulsional” se organiza en su sexualidad y en sus procesos de subjetivación, a partir de una legalidad cultural. 

            Aquí aparecen en la obra de Freud varias explicaciones, que no necesariamente se excluyen sino que pueden también ser pensadas en interfases. Por un lado, el complejo de Edipo/castración en términos de deseos, rivalidades e identificaciones vinculados a la tríada madre-padre-hijo/a y su resolución simbólica (Freud, 1923 y 1924). Por el otro, la teoría de las fases libidinales (oral, sádico-anal, fálica y genital). En este punto es necesario aclarar que la teoría de las fases libidinales no es secuencial/evolutiva exclusivamente sino que implica coexistencias y resignificaciones. Y podríamos agregar aun otra: del narcisismo al amor objetal.

            Con cualquiera de estas explicaciones, el final del complejo de Edipo apunta a una resolución basada en la elección heterosexual de objeto en el marco de la unificación pulsional, el acceso a la exogamia y la formación del Superyó.

            En este contexto, voy a tomar el complejo de Edipo como una metáfora que, desde el psicoanálisis, tiende a explicar cómo un niño o niña se inserta simbólicamente en un universo de lazos sociales. Pero no en cualquier universo simbólico, sino en el que se sostiene en una legalidad y vigencia histórica en particular, el universo androcéntrico. Con esto sostengo también que no habría un modelo de orden simbólico eterno e inmutable.

            Por otra parte, es imposible desconocer en el complejo de Edipo una narrativa que en la clínica permite hacer referencia a conflictos actuales y a la “neurosis infantil”: deseos, identificaciones y fantasmas están presentes. Es una herramienta clínica en muchos casos, pero tiene sus límites si se pretende tomarlo como una explicación universal, ahistórica y eterna, sin tener en cuenta que no proporciona suficientes aclaraciones para otras formas de subjetivación sexuada y de organización familiar propias de las sociedades contemporáneas. En otras palabras, el recurso a considerar que el complejo de Edipo responde a una estructura inmodificable aun cuando se alegue que sus formas de presentación puedan variar según las culturas impide analizar sus límites y aporías.

            Por eso, como señalé, hay puntos ciegos que es necesario encarar, ya que el complejo de Edipo no abarca todas las problemáticas planteadas con respecto a lo femenino y a las diversidades sexuales y de género. En este marco, también está incluido el campo de lo masculino con sus complejidades.

            Indudablemente, trabajar con la noción freudiana de Edipo completo abre más el panorama. Pero también es necesario, a mi criterio, “despersonalizar” el complejo de Edipo. Esto no implica desconocer a las personas reales en juego en esa trama, sino apuntar a las funciones que se ejercen, más allá de los cuerpos, géneros o elección sexual. 

            Tradicionalmente, las funciones de cuidados son asignadas a las madres y las funciones simbólicas, a los padres o sus sustitutos, bajo la categoría de función paterna o Ley del Padre. Esto tiene desde ya fuertes reminiscencias de la función del pater familias del derecho romano, aun cuando se intente resaltar su función simbólica. Además, se reduplica la dicotomía naturaleza-cultura homologada a lo femenino y lo masculino, respectivamente. De esta manera, se omiten las funciones simbólicas propias de las madres (salvo si, por añadidura, incorporan la función denominada “paterna”). A esto se agrega el desconocimiento o desvalorización de funciones sensibles, de cuidados, que pueden ejercer los padres. Por estas razones, había propuesto denominar a esta función simbólica “función tercera” (Glocer Fiorini, 2013, 2015 [2017]). Permite abarcar también otras configuraciones familiares no convencionales, así como personas cuyos cuerpos o géneros no son los aceptados normativamente.

            Por eso considero que es necesario pensar el Edipo en forma ampliada (Glocer Fiorini, 2015 [2017]). Deleuze y Guattari (1972) criticaron la noción reducida del Edipo micro-familiar: madre-padre-hijo. Propusieron el concepto de un Edipo transfamiliar, vacuolar, abierto, que trascienda el universo cerrado de la familia nuclear.

            Esto abre la posibilidad de pensar en los factores que desde el contrato social y los discursos vigentes en cada época determinan legalidades y normas, permisos y prohibiciones. Nos permite también poder historizar aquello que se presenta como un axioma inmutable de la teoría.

            Por cierto que es necesario marcar una distinción entre la narrativa edípica y el complejo de castración.

            Si tomamos el concepto de castración en un sentido simbólico, como incompletud, como límite, esta significación aporta mucho más para pensar los problemas en debate. En este sentido, abarca a ambos sexos por igual. 

            La construcción de subjetividad implica reconocimiento y aceptación de la incompletud; ese es el sentido de la “castración”, más allá de imaginarios sociales y personales. Por lo tanto, es el reconocimiento del otro y supone una salida del narcisismo. A mi juicio, si bien esto incluye el reconocimiento de la diferencia sexual como una de las versiones de la diferencia, va mucho más allá. 

            Por otra parte, el reconocimiento de la diferencia sexual puede ir acompañado de una elección homosexual de objeto. A la inversa, como lo podemos observar en muchas personas heterosexuales, el aparente acceso a la diferencia sexual no va acompañado de un reconocimiento del otro en un sentido simbólico. En este sentido, podemos sostener que no hay acceso a la diferencia en un sentido ampliado si no hay reconocimiento del otro.

            En definitiva, con el complejo de Edipo-castración se ponen en debate las siguientes cuestiones, entre otras: 

            a) Las nociones de masculinidad y feminidad. 

            b) La prioridad fálica y la envidia del pene en la niña. Es decir, la propuesta de centralidad del falo en sus distintas versiones, ya sea como símbolo de potencia o bien como significante privilegiado del deseo y de la falta. 

            c) Con qué noción de deseo se trabaja (Glocer Fiorini, 2001 [2007]) y, como ya se destacó, cómo se categorizan las denominadas funciones materna y paterna. 

            d) Las concepciones sobre la diferencia sexual. Indudablemente, esto se inserta en un gran debate acerca del papel que desempeña el reconocimiento y aceptación de la diferencia sexual en la construcción de subjetividad. Más adelante me referiré a la multivocidad del concepto de diferencia.

El psicoanálisis y las perspectivas de género/posgénero 

Si se enfocan los estudios de género, herederos de los primeros feminismos, se constata que apuntan a dos campos, lo femenino y las mujeres así como las diversidades sexuales y de género. Algunas teorías abordan específicamente el carácter sexuado del lenguaje y no solo las teorías en sus contenidos. Sería imposible referirse a la vasta producción escrita de las teorías de género y posgénero, por lo que se destacarán algunos ejes que se conectan con el psicoanálisis. 

            En este punto, es necesario recordar que el concepto de género no existía en época de Freud y en décadas posteriores, por lo cual había superposiciones entre sexo anatómico, sexualidad y género, lo que significó un impedimento para estudiar sus relaciones, concordantes y discordantes. 

            Ahora bien, ¿en qué contexto se habla de psicoanálisis y género? Es conocido que la diferencia radical masculino-femenino de la modernidad es cuestionada por las diversidades sexuales y de género de la modernidad tardía, también denominada posmodernidad. Por supuesto que esas diversidades existieron antes, pero actualmente coexisten con la diferencia clásica con mayor fuerza y visibilidad. Para muchos, configuran un ámbito de resistencia al binarismo masculino-femenino. Asimismo, la inequidad y desvalorización de lo femenino con respecto a lo masculino y sus relaciones con las teorías vigentes también responden a una problemática de género que se reafirma en forma recursiva. 

            Un punto de debate que se sostiene frecuentemente deriva de corrientes psicoanalíticas que consideran que la diferencia sexual tiene fuertes bases en la anatomía en conexión con la organización del campo pulsional; es decir, dependientes del mundo interno. Para algunas teorías de género, en cambio, la noción de diferencia sexual es fundamentalmente cultural y performativa. Pero es necesario reiterar que no hay un solo psicoanálisis así como no hay una sola teoría de género y en ambas disciplinas se encuentran aportes más complejos. Entonces, esa confrontación deja de ser definitoria.

            En esta línea, tiene mayor riqueza pensar en una coexistencia en tensión entre el eje pulsional-sexual, por un lado, y el género como construcción cultural, por el otro. También hay que resaltar que psicoanalíticamente nos referimos al género subjetivo que está construido por identificaciones que, a su vez, se apoyan en los mensajes de los otros significativos. 

            En otras palabras, cómo el género informa a la pulsión y la pulsión al género es parte importante de la propuesta de este trabajo, que implica trabajar sobre las recursividades género-pulsión. Estas recursividades se producen en un espacio de fronteras que requiere un trabajo en interfases. 

            Por otra parte, un punto importante a destacar es que las teorías sobre la diferencia sexual fueron elaboradas por hombres o mujeres con una mirada masculina, es decir, desde un punto de vista androcéntrico. 

            Surge la pregunta inevitable. ¿Por qué hay mujeres que sostienen estas teorías? ¿Por qué la niña freudiana acepta la “castración consumada”? Uno de los motivos de esta aceptación es que el lugar asignado a las mujeres en los discursos vigentes, en la teoría y en la vida cotidiana las puede conducir a una protección-resguardo de un modelo ideal de masculinidad y, en última instancia, del androcentrismo. Esto es consecuencia de que tradicionalmente los ideales femeninos están subsumidos en la maternidad y así se estructura el eje Yo Ideal-Ideal del Yo femenino. La ecuación mujer=madre pasa a ser un determinante fundamental. Pero, si bien la maternidad es uno de los aspectos creativos y simbólicos en la vida de muchas mujeres, sabemos que no lo es en todas. Y este aspecto deberá ser contemplado en la teoría. De lo contrario, la falta de ideales alternativos y sublimatorios conduce a identificaciones con los parámetros androcéntricos o con ideales sustitutos proyectados en figuras masculinas, que se potencian si el analista tiende a desconocer esa dimensión. 

            Y aquí es necesario incorporar otra variable: las relaciones de poder que sostienen paradigmas, teorías y conceptos, que se expresan en la clínica y en la vida cotidiana.

            Bourdieu (2003) desarrolló las nociones de campo intelectual-campo de poder en relación con las instituciones. En toda institución, sean cuales fueren sus fines, hay un campo intelectual predominante que tiende a ser custodiado por aquellos que consideran que deben defender lo que define como pureza del campo. Y siempre hay grupos que se proponen revisiones de conceptos que consideran que no responden a las problemáticas disciplinarias en juego. Por cierto, esto se constata también en las instituciones psicoanalíticas y universitarias, entre otras. Aquí se juegan relaciones de poder sobre el dominio intelectual bajo la forma de una violencia simbólica que merece ser analizada. 

            La violencia simbólica en el campo intelectual también se refiere a las relaciones entre los géneros. Las relaciones de poder deshistorizan y naturalizan las relaciones entre los géneros (Bourdieu, 1998) y sostienen una inercia que mantiene teorías, modos de pensamiento, memorias y narrativas colectivas con sus efectos en las relaciones intersubjetivas. 

            Por otro lado, es necesario introducir algunas precisiones. Por un lado, dentro de las teorías de género y los feminismos algunas propuestas se sostienen en el pensamiento dualístico y en esos casos se tiende a universalizar las categorías de masculino y femenino aun cuando se trabaje sobre la inequidad entre los géneros clásicos. 

            Por otro lado, como ya se señaló, hay otras corrientes de las últimas décadas que descentran esa dicotomía, como las teorías posgénero. En general, la categoría transgénero viene a desafiar dualismos estrictos. También, cuando Butler (1990), Laqueur (1990) y otros, intervienen la polaridad sexo-género porque consideran que el sexo anatómico ya es género y no una categoría pre-simbólica marcada luego por el género, intentan descentrar un binarismo ya establecido. Aquí hay, a mi juicio, un cambio de paradigma. El paradigma del pensamiento dicotómico está cuestionado.³ Se trata de utilizar otras lógicas que apuntan a pensar en términos de multiplicidades.

            A mi juicio, en estos puntos hay intersecciones entre psicoanálisis y teorías de género y posgénero. Las identidades en devenir, la pluralidad de identificaciones, la multiplicidad de fantasmáticas, el carácter itinerante del deseo, son propuestas claves del psicoanálisis y apuntan a descentramientos de las dicotomías clásicas (Glocer Fiorini, (2001 [2007]). 

            Indudablemente, hay que agregar que el marco simbólico que cada sujeto puede construir es fundamental para comprender las modalidades de su inserción en una trama de lazos sociales. Esto se juega en la singularidad de cada persona.

            Otra cuestión a resaltar es el concepto de otredad y su impacto simbólico en la construcción de subjetividad sexuada. Hay que tener en cuenta que, por un lado, el psicoanálisis ya no es mayoritariamente una teoría sobre el mundo interno y la pulsión, donde el analista sería un espejo que refleja la fantasmática del paciente. Incluir el campo de la otredad cambia la perspectiva. Por cierto que hay diferencias entre el otro materno y paterno de Freud (1925), el otro transicional de Winnicott (1959), el Otro simbólico e imaginario de Lacan (1972) o el concepto de Laplanche (2001) de primacía del otro, incluyendo al significante enigmático (1987) que proviene del campo de la otredad. Pero, en conjunto, se podría decir que, en el campo psicoanalítico contemporáneo el solipsismo se está desmarcando cada vez más, lo que lo descentra de una teoría exclusivamente pulsional, si se entiende la pulsión solamente desde el mundo interno del cada sujeto.

            El trabajo en interfase está en juego.

Masculino-femenino

¿Cómo entra en estos desarrollos la polaridad masculino-femenino? Se trata de una polaridad que atañe tanto al psicoanálisis como a las teorías de género.

            Para Freud (1933), la masculinidad y la feminidad no eran categorías psicoanalíticas. Laplanche (1980) las consideró categorías no pulsionales. Para algunos autores el género (masculino-femenino) es una construcción posedípica; para otros, es pre-edípico y comienza con la asignación de género al nacer, o aun antes. 

            En esta línea, el recién nacido está precedido desde el campo cultural, lingüístico y discursivo por las dicotomías de género, en la actualidad coexistiendo con otras variantes. Hay una “transmisión” desde el campo materno-paterno a través del llamado proyecto identificatorio (Castoriadis-Aulagnier, 1975). El proyecto identificatorio también incluye, a nuestro criterio, expectativas e ideales de género. Se puede decir que el género subjetivo, incluyendo sus variantes y vacilaciones, responde a una construcción en un “entre”: lo intra y lo transubjetivo. 

            A la vez, las teorías de género proponen varios planos a considerar: el género asignado al nacer, la identidad de género y los roles de género. En este marco, la relación género-psicosexualidad-orientación sexual es compleja y cambiante. 

            Ahora bien, si retornamos al complejo de Edipo, se constata que su trayecto es distinto si se trata de un niño o una niña. Subrayamos que “previo” al Edipo ya hay un género asignado al nacer con el que el niño/a se identifica (Glocer Fiorini, 2001 [2007]). Es una referencia a la identidad de género, que está basada psicoanalíticamente en identificaciones y que tiene una cierta fijeza aunque su movilidad es parte importante de la construcción de subjetividad. Esto es “anterior” a la resolución edípica freudiana. Puntos de anclaje y devenires: son elementos imprescindibles para pensar en las identificaciones que sostienen al género. 

            Hay muchas cuestiones pendientes en la teoría y en la clínica que es necesario repensar, ya que la experiencia clínica es múltiple y no debería estar limitada por una escucha “reglamentada”. Si bien el psicoanálisis aportó un cambio de paradigma en la comprensión del sujeto, fundamentalmente a través del reconocimiento del sujeto del inconsciente, hay otras conceptualizaciones que esperan mayores debates y redefiniciones.

            Por eso, había planteado (Glocer Fiorini, 1994, 2001, 2015) que mi propuesta de abordar una concepción ampliada del complejo de Edipo-castración implica:  

            a) Una revisión epistemológica de los dualismos planteados por Freud que limitan la comprensión de la condición femenina, y enfocarlos desde lógicas posbinarias con el modelo del paradigma de la complejidad (Morin, 1990). 

            b) Un análisis del falogocentrismo en tanto aparece como una categoría trascendental. Para Derrida (1987), tomar al falo como un significante amo implicaría negar que un significante genera significaciones en su relación con otro significante, por lo que el falo no podría ser un significante trascendental. 

            c) Una deconstrucción de las homologaciones sujeto-objeto, sujeto-otro, muy frecuentemente equiparados a lo masculino y lo femenino (Glocer Fiorini, 2015 [2017]). 

            d) Una ubicación del psicoanálisis en su contexto histórico que ilumine las raíces de su teoría sobre las mujeres, la función paterna y el deseo de hijo.  

            Sobre este último punto había propuesto en otra publicación repensar la noción de deseo de hijo (Glocer Fiorini, 2001b). Si este es pensado a partir de una carencia originaria que solo se puede suplir a través de la ecuación simbólica pene-niño, el hijo será siempre un hijo-falo. Por eso había recurrido al concepto de deseo en Deleuze (1977), quien sostenía que el deseo no surge de una carencia fundamental, sino que el deseo es producción, es poiesis y que la carencia es un resultado del deseo y no a la inversa. De esta manera, el deseo de hijo no tendría una sola explicación y puede también ser pensado desde otras vertientes, que asimismo permitan reconocer la otredad del hijo/a. Esto tiene fuertes repercusiones en la clínica. Además, el manejo exclusivo de la envidia fálica y del concepto de hijo-falo, conduce a algunos analistas a una sobreinterpretación de la envidia fálica en las mujeres en el marco de homologar histeria con feminidad.  

            e) Un estudio de las relaciones de poder que están en las bases de aquellas teorías que sostienen estas dicotomías que, en forma inevitable, se organizan jerárquicamente. 

            Estas revisiones demandan incluir una perspectiva de género así como expandir la posibilidad de analizar las categorías “diferencia”, diferencia sexual y diversidad para poder aproximarse a la denominada condición femenina y a las migraciones sexuales y de género, desde otras aperturas teórico-clínicas. 

            El dualismo masculino-femenino requiere ser analizado desde todos estos ángulos.

Diferencia sexual y de géneros. Las teorías sexuales infantiles

Un punto de partida son las teorías sexuales infantiles expresadas en el historial de Juanito (Freud, 1909) con eje en la angustia de castración del niño varón frente a la diferencia de los sexos. Las teorías sexuales infantiles, luego adultas y luego psicoanalíticas replican la angustia de castración del varón, y expresan un intento de elaboración del enfrentamiento a la diferencia sexual. De esta manera, lo que es una teoría sexual infantil creada por Freud en la que la angustia del niño varón frente a la diferencia es interpretada como angustia de castración, pasa a tener otra dimensión y se universaliza. Las teorías sexuales infantiles son teorías sobre los géneros referidas a cómo varones y niñas enfrentan la diferencia sexual anatómica, desde una mirada androcéntrica. Desde esta perspectiva, se desplaza a la niña y luego a la mujer una interpretación que culmina en la noción imaginaria de “mujer castrada”. Es la diferencia interpretada. El enigma ya no es la diferencia sino la mujer. Aún más, luego el enigma pasa a ser “lo femenino” ubicándolo como una categoría desligada de las mujeres, en un intento de desarticularlo de sus connotaciones androcéntricas. 

            Así, se generan “saberes” sobre el cuerpo femenino que pueden conducir a histerizar el campo de lo femenino o a idealizaciones excluyentes sobre la maternidad.

            En una primera aproximación es necesario enfatizar que no se puede analizar la construcción de subjetividad por fuera de las normas que marcan los géneros. Pero no se trata de someterse a los mandatos normativos de género sino de deconstruirlos. Estamos inmersos en un sistema en el que impera el género como mandato cultural y que coexiste, con más fuerza en la actualidad, con otros fenómenos que encarnan la resistencia a esos mandatos. Ambos movimientos cohabitan en las culturas y subjetividades actuales y tenerlos en cuenta forma parte de un psicoanálisis en devenir. Como señalé en otra publicación (Glocer Fiorini, 2001 [2007]), “entrar y salir” del género asignado es parte de los procesos de subjetivación y de los movimientos identificatorios y deseantes que los sostienen.

            En este contexto, es imprescindible preguntarse cómo se piensa la categoría diferencia sexual y su relación con la diferencia de géneros y con el concepto de diversidad. Laplanche (1980) ha distinguido la diversidad y diferencia de géneros de la diferencia sexual, como tres categorías a delimitar. Este aporte complejiza y, a la vez, enriquece la perspectiva psicoanalítica.

            En nuestro enfoque, la diversidad alude a las múltiples variantes de género y elección sexual, pero también étnicas, religiosas, raciales, entre otras. En cambio, la categoría “diferencia” alude a una herramienta simbólica cuya complejidad excede a la diferencia de los sexos. En este sentido, diversidad y diferencia no se excluyen.

            Al adentrarse en estas problemáticas se constata que hay varios problemas que insisten. En primer lugar, la fuerte tendencia a considerar que hay una “esencia femenina”, definida desde un sujeto de conocimiento (masculino). Ese sujeto, al enfrentarse a la diferencia sexual, ubica el enigma de la diferencia en lo femenino, con lo cual la “castración” es proyectada en el otro sexo acorde al modelo Juanito (Glocer Fiorini, 2019a). En segundo término, esta condición enigmática atribuida a lo femenino es solidaria con otras categorías como “carencia” y “otredad”, también homologadas a lo femenino. De aquí surge un hilo conductor que apunta a la envidia del pene y el falocentrismo. Todo esto tiende a sobreinvestir en la clínica con mujeres las interpretaciones referidas a la “envidia fálica”. En tercer lugar, el problema de referirse a “la mujer” como un universal cuando hay diferencias de enorme significación entre mujeres, tanto en el plano de la sexualidad, el deseo, las identificaciones, así como de acuerdo con diferentes culturas, subculturas, etnias, clases sociales, entre otras variantes ya mencionadas. Estas problemáticas están marcando una interfase entre psicoanálisis y género, ya que son comunes a ambos.

            Por otra parte, propuestas como la de los ciborgs (Haraway, 1984) aplicadas a los humanos, corren también el eje hacia un espacio intermedio (¿transicional?), entre el ser humano y la máquina. Lo transicional es lo que se genera en el cruce de variables que habitualmente funcionan en discordancia. En este marco, los mundos virtuales y la hipertecnología descentran la dicotomía de los géneros. Asimismo, cuando se plantea que estamos inmersos en un mundo poshumano, posgénero (Braidotti, 2000) hay aquí una referencia a paradigmas cuestionados. Finalmente, la cuestión es no clausurar rápidamente los problemas con respuestas que colaboren a sostener el confort del propio saber. 

            Todas estas cuestiones son cruciales para abordar el concepto de diferencia que se maneje. Como se señaló anteriormente, el énfasis en las determinaciones anatómicas o, por el contrario, en el poder performativo de los discursos puede conducir a abordajes diferentes que tienden a excluirse mutuamente salvo que se trabaje en zonas de cruce, de intersección. Por eso, surge la pregunta: ¿Es necesario elegir? O bien, nuevamente, ¿hay formas lógicas de pensar esto más allá de las polaridades excluyentes, es decir, en los cruces y las interfases entre estos y otros registros?  

            En otras publicaciones (Glocer Fiorini, 2017 [2015], 2019 a) había planteado que la categoría “diferencia” es más amplia y abarcativa que la de “diferencia sexual”. La diferencia anatómica (siempre significada), la diferencia de géneros (basada en identificaciones), la diferencia psicosexual, la diferencia discursiva y lingüística, constituyen una trama que complejiza fuertemente la aproximación a los procesos de subjetivación sexuada. De esta manera, acceder simbólicamente a la categoría “diferencia” excede el acceso a la “diferencia sexual binaria” y debería ser trabajado en las intersecciones de los registros mencionados. 

            Esto permite abordar el acceso a la “diferencia” como una herramienta simbólica que se sustenta en distintos planos pero que implica, fundamentalmente, el reconocimiento de la otredad y de la diversidad. Este reconocimiento implica dos facetas: una es el papel crucial de los discursos vigentes en cada cultura y subcultura, incluidas las perspectivas de género, y su influencia en la construcción de subjetividad; otro es el reconocimiento de la otredad en cada sujeto, como expresión de los límites al narcisismo a ultranza. 

            En esta línea de ideas, mi propuesta (Glocer Fiorini, (2001 [2007]) es analizar los procesos de subjetivación sexuada en forma triádica o con más factores en juego, más allá de los binarismos estrictos que propone el Edipo positivo a través de su resolución heterosexual. Las series complementarias con su estructura tripartita (Freud, 1916/17) son un antecedente ineludible de esta propuesta. 

            Por lo tanto, considero pertinente plantear que hay por lo menos tres registros en juego en la construcción de subjetividad: 1) la heterogeneidad anatómica (siempre interpretada), 2) la diversidad de identificaciones (incluidas las de género), 3) la elección de objeto, heterosexual, homosexual y sus variantes, en el campo del deseo. 

            Estas variables son atravesadas por narrativas, fantasmas y procesos de simbolización, acordes o no con los discursos vigentes en su cruce con el campo pulsional. En esta trama, en la que el deseo siempre funciona en exceso con respecto a la norma, están también presentes las convenciones sobre los géneros que sostiene el contrato social, junto con sus resistencias y cuestionamientos. 

            Por otra parte, ninguna de esas variables define por sí sola la construcción de subjetividad. Tampoco se resuelven dialécticamente sino que se sostienen en su heterogeneidad. Solo en sus intersecciones se definen los procesos de subjetivación. Son variables en tensión, no unificables, que representan determinaciones en conflicto. Las paradojas están presentes. 

            Universos múltiples habitan la subjetividad (Guattari, 1992). Esto conduce a pensar que la emergencia como sujeto implica una desidentificación con la designación colectiva. 

            Para concluir, señalaba Pontalis (1982) que frente a la asignación de una identidad sexual, no nos es demasiado toda una vida para responder en persona, cada uno o una, a las respuestas que se presentaban como ya dadas.

¹ Una versión anterior de este trabajo fue publicada en la Rivista de Psicanalisi 2020/21. Psicosessualita e genere: intersezioni. E possibile una prospettiva di genere nella psicoanalisi? Anno LXVI, Nº. 1. Roma: Rafaello Cortina Editore.

² lglocerf@intramed.net. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.

³ En otras publicaciones había propuesto distinguir los debates entre teorías de los debates entre paradigmas (Glocer Fiorini, L., 2019 a y b).

Descriptores: GÉNERO / PULSIÓN / COMPLEJO DE EDIPO / DIFERENCIA DE LOS SEXOS / IDENTIDAD SEXUAL / MASCULINO-FEMENINO / TEORÍAS SEXUALES INFANTILES / OTRO

 

Candidato a descriptor: POSGÉNERO

Abstract

Sexuality, gender and post-gender: the sexual theories of children

The author proposes to revise the concept of sexual difference by an intertwining between psychoanalysis and theories on gender and post-gender. To this end, she suggests rethinking the classical Oedipal resolution, the concept of feminine enigma and of the paternal and maternal functions, the notion of the desire to have a child, among other points related to the field of the feminine and of sexual and gender diversities.  

            The proposal is to deconstruct dualistic thinking with respect to sexual differences and the masculine-feminine pair based on a triadic thinking or one with an even greater number of variables, thus making it possible to include binarisms in plots of increasing complexity.

            She also proposes to approach the category of “difference” as a symbolic tool that encompasses different levels but that basically implies the recognition of otherness. She asserts that it is essential to distinguish the concepts of diversity and the category of “difference” as a symbolic operator, beyond sexual differences.

Keywords: GENDER / DRIVE / OEDIPUS COMPLEX / SEX DIFFERENCES / SEXUAL IDENTITY / MASCULINE-FEMININE / INFANTILE SEXUAL THEORIES / OTHERNESS

 

Keyword candidate: POST-GENDER

Resumo

Sexualidade, gênero e pós-gênero. As teorias sexuais infantis

A autora propõe uma revisão do conceito da diferença sexual abordando um entrelaçamento entre a psicanálise e as teorias de gênero e pós-gênero.

            Com este objetivo, sugere repensar a resolução edípica clássica, o conceito de enigma feminino, as funções paterna e materna, a noção de desejo de filho, entre outros itens, que interessam ao campo do feminino e das diversidades sexuais e de gênero.

            A perspectiva é desconstruir o pensamento dualístico com respeito à diferença sexual e ao par masculino-feminino a partir de um pensamento triádico ou com mais variáveis. Isto permite incluir os binarismos em tramas de complexidades crescentes.

            Propõe também abordar a categoria “diferença” como uma ferramenta simbólica que abrange diferentes planos de diferenças, mas que implica, fundamentalmente, o reconhecimento da alteridade.

            Sugere uma necessária distinção entre os conceitos de diversidade e a categoria “diferença” como operatória simbólica, que vai além da diferença sexual.

Palavras-chave: GÊNERO / PULSÃO / COMPLEXO DE ÉDIPO / DIFERENÇA DOS SEXOS / IDENTIDADE SEXUAL / MASCULINO-FEMININO / TEORIAS SEXUAIS INFANTIS / OUTRO

Candidato a descritor: PÓS-GÊNERO

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