Resentimiento terminable e interminable 1 2

Luis Kancyper 3

Resumen

El autor reflexiona acerca del afecto resentimiento: desarrolla su estudio metapsicológico, clínico y técnico. Aborda: La génesis y persistencia de fenómenos clínicos relacionados con el Yo y la compulsión a la repetición, la desmentida y la pulsión de muerte. La atemporalidad y las dificultades técnicas para la elaboración de la historia traumática, vinculadas al narcisismo en el proceso analítico.  

Se refiere al rencor como sinónimo de resentimiento y remordimiento. Lo relaciona con la dificultad de procesar un duelo, tanto en lo intersubjetivo como a través de la transmisión de generaciones. Relaciona resentimiento y venganza. El sujeto pasa de víctima a torturador, por las heridas narcisistas, edípicas y fraternas y los daños traumáticos externos que pasivamente ha experimentado, está enfermo de reminiscencias, no puede olvidar, está escindido. Resentimiento y envidia son manifestaciones diferentes de la pulsión de muerte. El resentimiento utiliza una forma menos destructiva de la identificación proyectiva.

El paciente, en la transferencia, proyecta en el analista el objeto agresor. Se producen ataques en el encuadre y un triunfo sadomasoquista. Prefiere vengarse antes que curarse. Diferencia: resentimiento fundador, constitutivo de la subjetividad, del resentimiento patológico. El resentimiento es interminable cuando no cicatrizan ciertas heridas narcisistas que se reinfectanindefinidamente. Pasa a ser terminable (Kancyper, 2010) cuando el sujeto rencoroso depone el deseo de triunfar sobre un otro a través de la venganza.

El interés por el estudio del resentimiento surgió desde la práctica analítica, al comprobar, a partir de las enseñanzas recogidas de mis analizados, el lugar protagónico que posee este afecto en la génesis y persistencia de fenómenos clínicos relacionados con la compulsión a la repetición.

Mi propósito en esta conferencia es desarrollar la particular dimensión temporal del resentimiento en el proceso analítico y sus consecuencias técnicas para elaborar aquellas situaciones de la historia del sujeto que a través de los tiempos han permanecido como capítulos congelados, enquistados por el rencor; como obstáculos que atascan el proceso de la integración temporal dialéctica tanto en la psicología individual como también en la psicología de las masas.

Por lo tanto, focalizaré mis reflexiones en el estudio de este afecto clave: el poder del rencor (resentimiento y remordimiento), su metapsicología, clínica y técnica. 

Sus efectos sorprendentes y devastadores ya habían sido señalados con mucha anterioridad, hace veinticinco siglos, por Heráclito de Éfeso (540 a. C.- 470 a. C.):

Hay que  mostrar mayor rapidez en calmar un resentimiento que en apagar un incendio, porque las consecuencias del primero son infinitamente más peligrosas que los resultados del último; el incendio finaliza abrasando algunas casas a lo más, mientras que el resentimiento puede causar guerras crueles con la ruina y destrucción total de los pueblos.

En nuestro siglo, Elie Wiesel había advertido acerca de la progresiva escala datanática engendrada  en  el fuego de la caldera  del resentimiento, a partir de la  cual  se  atizan  la intolerancia y la destructividad  en la dimensión intersubjetiva:

El resentimiento no conoce fronteras ni muros de contención y pasa sobre etnias, religiones, sistemas políticos y clases sociales. No obstante ser obra de los humanos, ni Dios mismo lo puede detener.Ciego y enceguecedor a la vez, el resentimiento es el sol negro que, bajo un cielo de plomo, voltea y mata a quienes se olvidan la grandeza de lo humano y la promesa que el mismo encierra. Es preciso por lo tanto combatirlo oportunamente, despojándolo de su falsa gloria, que le confiere su escandalosa legitimidad.

La vivencia del tiempo sostenida por el poder del resentimiento y el  remordimiento es la permanencia de un rumiar indigesto de una afrenta que no cesa, expresión de un duelo que no se logra procesar, no solo en el propio sujeto y en la dinámica intersubjetiva, sino que esta sed de venganzas taliónicas puede llegar a perpetuarse a través de la transmisión de las generaciones, sellando un inexorable destino de represalias incoercibles en la memoria colectiva. Sin embargo, hay otro aspecto del rencor que vale la pena mencionar: al caracterizarse por abrigar una esperanza no solo vindicativa sino reivindicativa, esta puede llegar a operar como un puerto en la tormenta en una situación de desvalimiento, como un último recurso de lucha en que el sujeto intenta restaurar el quebrado sentimiento de la propia dignidad, tanto en el campo individual como en el social, y fomentar así un destino constructivo.

En efecto, el poder del rencor no solo promueve fantasías e ideales destructivos, sino que puede también llegar a propiciar fantasías e ideales reivindicativos y tróficos, favoreciendo el surgimiento de una necesaria rebeldía y de un poder sublimatorio, creativo, tendientes a restañar las heridas provenientes de los injustos poderes abusivos originados por ciertas situaciones traumáticas. El sentido de este poder esperanzado opera para contrarrestar y no sojuzgarse a los clamores de un inexorable destino de opresión, marginación e inferioridad.

Estas dos dimensiones antagónicas y coexistentes del poder del rencor se despliegan en diferentes grados y se requiere reconocerlas y aprehenderlas en la totalidad de su compleja y aleatoria dinámica.

Paso a desarrollar a continuación la manifestación del poder del resentimiento y del remordimiento en la situación analítica, en la psicología de las masas y su expresión en el campo de la literatura.

Resentimiento: definición y descripción clínica

María seguía nutriendo un rencor tan

tenaz, como el que solo las mujeres4 son

capaces de poner en sus antipatías de la

infancia, para guardarlo hasta que ya

son abuelas.

Günther Grass, El tambor de hojalata.

La palabra resentimiento se define como el amargo y enraizado recuerdo de una injuria particular de la cual desea uno satisfacerse. Su sinónimo es “rencor”. Rencor proviene del latín, rancor (queja, querella, demanda). De la misma raíz latina deriva rancidus (rencoroso), y de ella, las palabras “rancio” y “rengo”.

El resentimiento es la resultante de humillaciones múltiples, ante las cuales las rebeliones sofocadas acumulan sus “ajustes de cuentas”, tras la esperanza de precipitarse finalmente en actos de venganza.

A partir del resentimiento surge la venganza mediante una acción reiterada, torturante, compulsivamente repetitiva en la fantasía y/o en su pasaje al acto.

Surge como un intento de anular los agravios y capitalizar al mismo tiempo esa situación para alimentar una posición característica: la condición de víctima privilegiada. 

Desde este lugar adquiere “derechos” de represalia, desquite y revancha contra quienes han perturbado la ilusión de la perfección infantil. Estos derechos los ejerce a través de conductas crueles y sádicas por las heridas narcisistas, edípicas y fraternas y por los daños traumáticos externos que pasivamente ha experimentado.

Es en la venganza donde se revierte la relación. El sujeto resentido, en su intercambiabilidad de roles, pasa a ser de un objeto anterior humillado, un sujeto ahora torturador. 

El sujeto torturador anterior se convierte durante la venganza en un objeto actual humillado deudor, manteniendo la misma situación de inmovilización dual sometedor/sometido, con apariencia de movilidad. 

Es mediante el resentimiento que el sujeto bloquea su afectividad, anulando también la percepción subjetiva del paso del tiempo y de la discriminación de los espacios, para lo cual inmoviliza a sus objetos y a su Yo en una agresividad vengativa al servicio de poblar un mundo imaginario siniestro. 

Escuchemos al analizado Roberto:

El resentimiento es como acelerar un coche atascado en el barro. Cuanto más se acelera, más se hunde y menos se mueve. Yo empecé recién a moverme cuando comencé a sentir mi resentimiento. (Pausa). Se me ocurrió un juego de palabras: si estoy resentido en lugar de sentir resiento, siento nuevamente cosas viejas (rancias) y me paso la vida pidiendo así.

Yo quiero tener por la fuerza lo que no se me dio por causas reales y claro, eso es el resentimiento. Porque ahora reconozco que con el resentimiento a cuestas no podría cambiar mi historia. Siempre hice un uso del resentimiento, una especie de culto a la desgracia.

En otra sesión Roberto comenta:

El resentimiento es un callejón sin salida. Me paseaba dentro de él pero no salía. Estaba detenido aunque me movía pero en el mismo callejón.

El sujeto resentido está enfermo de reminiscencias. No puede dejar de recordar, no puede olvidar. Es decir, está abrumado por un pasado que no puede separar y mantener a distancia del consciente.

En la represión (esfuerzo de suplantación) el sujeto desaloja acontecimientos no tan traumáticos; en cambio, en el resentimiento lo traumático es más intolerable para el Yo en términos de Selbstgefühl. Permanece como cuerpo extraño que quedara aislado del curso asociativo con el resto del Yo, y al no poder entrar en la cadena de la significación simbólica no accede a ser reprimido, sino que permanece escindido.

En el resentimiento se repiten los sentimientos y las representaciones como automatismos de repetición, sin configurar el recordar acompañado de un revivenciar afectivo, integrado en una estructura diferente con una nueva perspectiva temporal.

El sujeto resentido queda capturado en la atemporalidad, no pudiendo, a su pesar, perdonar.

Permanece retenido, detenido y entretenido en derredor de una temática torturante: “lavar el honor ofendido”, “saldar cuentas sin dar descanso” por los agravios padecidos, pero a costa de un precio muy elevado: la hibernación de los afectos.

Resentimiento y narcisismo

El resentimiento surge por la amenaza que significa la pérdida de la completud o de la perfección narcisista que en su comienzo lo incluye todo.

En 1914 Freud, en Introducción al narcisismo, afirma que “el desarrollo del Yo consiste en un distanciamiento del narcisismo primario y engendra una intensa aspiración a recobrarlo” (p. 96).

La venganza aparece en el segundo tiempo, sucediendo al resentimiento, como la añoranza “en busca del tiempo perdido”, aquí representado a través de la “búsqueda del doble perdido”, recreado en uno o en varios depositarios.

En efecto, el resentimiento surge como consecuencia de la imposibilidad, por parte del sujeto, de asumir el desmoronamiento de la imaginaria unidad espacial y temporal, sin fracturas. El movimiento que lo anima es regresivo: retorno a un anhelado e imposible estado anterior.

La totalidad que se ha quebrantado es la unidad mítica de completud y el intento de su recuperación reaparece por la necesidad de la naturaleza humana de poseer una unidad corporal e histórica totalizadora. 

Pero este propósito se halla inexorablemente resentido por la presencia de dos realidades que imposibilitan conservar este estado. Por un lado, las injurias provenientes de las conflictivas edípica, fraterna y narcisista (Kancyper, 2004). Por el otro, las injurias que los hechos traumáticos provenientes de  la realidad externa inscriben como capítulos congelados que atacan el flujo temporal de la sucesión histórica.

El deseo que nutre el resentimiento cabalga sobre el mecanismo de la desmentida: recuperar una realidad imposible, la fusión de los espacios fuera del tiempo, constituyentes del mito de la totalidad eterna.

Para lograr la atemporalidad y la anespacialidad tiende a implantar un tiempo circular y borrar los límites de los cuerpos-espacios a través del otro u otros.

Para ello el sujeto resentido, después de inmovilizarse e inmovilizar al otro, intenta incorporarlos como su seudopodio, cuya movilidad desde ese momento es regida según la dirección de los caprichos de su única decisión, vaciando al mismo tiempo al otro y a sí mismo de toda autonomía y diferencia.

Mas cuando el mantenimiento de tal colonización flaquea por la aparición de signos de discriminación tanto por parte del seudopodio como de sí mismo, el sujeto reacciona nuevamente ante esa diferencia como ante una herida narcisista, pues la mítica unidad vuelve a quebrarse, a resentirse, y aparece el resentimiento.

Resentirse una cosa –aclara el Diccionario de sinónimos castellanos de Barcia– es presentar señales de quebrantamiento, de separación, de no estar firmes las partes que componen su todo.

Este inalcanzable, aunque siempre renaciente, deseo de completa reunificación corporal se extiende incluso hacia el deseo de conquistar la unificación histórica total, sin fracturas. Este deseo no es materializable, pues las secuelas de los hechos traumáticos permanecen como amnesias postraumáticas que jamás podrán recuperarse en su totalidad, en ningún análisis.

Esta es la razón por la cual el analizado repite compulsivamente, pues desea organizar una causalidad coherente con la finalidad de engarzar los eslabones faltantes en su concatenación histórica, mediante la búsqueda de las piezas perdidas, para armar su puzzle mental.

La índole de esta necesidad es estructurante, pues el sujeto solo surge como diferenciado cuando su historia accede a configurarse.

Resentimiento y pulsión de muerte. Diferencias entre el resentimiento y la envidia

El resentimiento y la envidia son manifestaciones diferentes de la pulsión de muerte. No son cara y cruz de la misma moneda, ni tampoco se trasponen: el resentimiento no se traspone en envidia, ni a la inversa, pues son distintas categorías.

El impulso envidioso tiende a destruir el objeto bueno en su capacidad creadora y de goce (Klein, 1960). El sujeto envidioso no persigue otro fin que atacar lo que el objeto tiene de valioso, incluida su capacidad de dar.

El sujeto resentido, en cambio, atribuye una mala voluntad a  ese objeto que no está dispuesto a compartir lo bueno y que es,como consecuencia, egoístamente malo, guardándose lo bueno para sí y disfrutándolo constantemente.

Para el sujeto resentido el otro no es un objeto bueno sino  malo, porque conserva para sí lo valioso: una retentiva capacidad de dar, de la cual él ha sido “injustamente” privado, pero que “legalmente” podría serle devuelta, después de un castigo de represalias.

Es durante esta espera de represalia cuando el sujeto resentido acreedor anula el paso del tiempo: la dilación desafía al objeto deudor.

El resentimiento y la envidia presentan fantasías y mecanismos de identificación proyectiva diferentes.

La envidia es la expresión directa de la pulsión de muerte. Se despliega bajo las formas más destructivas de la identificación proyectiva, que se traduce por “la fantasía de la introducción de su propia persona (his Self) en su totalidad o en parte en el interior del objeto” (Klein, 1960, p. 114) bueno para, en su forma extrema, destruirlo sin objeciones, porque reina la ceguera de la omnipotencia y arrogancia de Tánatos. 

El resentimiento, en cambio, utiliza una forma menos destructiva de la identificación proyectiva, la que también se traduce por la introducción de su propia persona, pero en el interior del objeto malo, para castigarlo, dominarlo y controlarlo con extrema dependencia. Y para evitar justamente, en oposición y al contrario de la envidia, su desaparición.

Esta penetración dominante y el control omnipotente en el objeto malo estarían en función de vigilar su presencia porque garantiza, por un lado, la esperanza del reencuentro con aquel objeto primario frustrador y, por otro lado, la ganancia de una satisfacción sádica sobre él, por sus agravios inmerecidamente padecidos.

Su destrucción, en cambio, conduciría a una doble amenaza:

  1. Asumir la propia incompletud, si el objeto ilusional de completud desaparece.
  2. Transformarse él mismo, entonces, en el depositario de sus propias pulsiones agresivas, lo cual acarrea el peligro de su propia desestructuración. Para lo cual el sujeto resentido necesita de una construcción paranoide, de un sistema interpretativo delirante incluso, de la realidad, para legitimar ante sí mismo y ante los demás un lugar  de victimización que le concede poderes y derechos soberanos y lo exime de responsabilidades y de culpa. 

El impulso resentido, a diferencia del impulso envidioso, dijimos más arriba, no persigue destruir al objeto sino castigarlo y retenerlo. Para lograrlo, la relación objetal que sustenta el resentimiento presenta una configuración que se singulariza por: a) inmovilización del objeto; b) maltrato y preservación del objeto, evitando su desaparición mediante la instrumentación delos mecanismos de defensa inconscientes de la desmentida y la idealización.

Tanto la idealización como la desmentida y la agresividad al servicio de Tánatos refuerzan la continuidad de una relación indiscriminada en el vínculo objetal, interfiriendo, por ende, en el trabajo de duelo que conduciría a la resignación del objeto y al pasaje hacia otros objetos. En este pasaje irrumpirá la inercia, la viscosidad de la libido, momento puntual para que el deseo pueda preservarse y para que el sujeto, como señala Piera Aulagnier(1982):

[…] pueda interiorizar el movimiento, percibir el flujo, el movimiento de los objetos que uno a uno han sido los soportes del deseo. Para que un deseo pueda preservarse es necesario el cambio de objeto. Pero cuando este cambio de objeto no se produce se interdicta su sensación subjetiva de la temporalidad y de la espacialidad.

Por lo tanto, el conocimiento y el reconocimiento de la temporalidad y de la espacialidad subjetiva están condicionados a los movimientos de cambio referidos a los objetos del deseo, lo cual indica la posibilidad de no estar ligado a una sola situación rígida.

Pero para que se produzca ese cambio, ese duelo por el objeto, son necesarias, según Freud en Duelo y melancolía(1915), dos condiciones: la desvalorización del objeto por carente de valor y el desahogo de la furia.

Así como el duelo mueve al Yo a renunciar al objeto declarándolo muerto y ofreciéndole como premio el permanecer con vida, de igual modo cada batalla parcial de ambivalencia afloja la fijación (la viscosidad) de la libido al objeto desvalorizando a este, rebajándolo, por así decir, también victimándolo. De esta manera se da la posibilidad de que el pleito se termine dentro del inconsciente, sea después de que la furia se desahogó, sea después de que se resignó el objeto por carente de valor.

En cambio, el sujeto resentido no puede resignar el objeto por carente de valor. Al contrario, sobrevalora al objeto a través de la desmentida y de la idealización, atribuyéndole cualidades de perfección y posibilidades de realización de las que en realidad aquel carece. Anuda su libido al objeto, en lugar de desatarla. Además, su agresividad no ha desahogado suficientemente su furia porque todavía retiene un saldo de humillación sin saldar. La idealización, la desmentida y la agresividad intervienen para garantizar la continuidad de un vínculo indiscriminado con un objeto que, a pesar del tiempo, no pierde su sobrevaloración.

Es un objeto muerto-vivo en posibilidades múltiples y vigentes.

La idealización es un proceso que envuelve al objeto, sin variar su naturaleza; este es engrandecido y realzado psíquicamente. Freud, en su Introducción al narcisismo (1914),dice al respecto:

[La idealización] sobrestimación, marca inequívoca que apreciamos como estigma narcisista, ya en el caso de la elección de objeto, gobierna este vínculo afectivo. Así prevalece una compulsión a atribuir al niño toda clase de perfecciones (para lo cual un observador desapasionado no descubriría motivo alguno) y a encubrir y a olvidar todos sus defectos (lo cual mantiene estrecha relación con la desmentida de la sexualidad infantil) (p. 87).

La idealización y la desmentida en el sujeto resentido caen tanto dentro del campo de la libido yoica como del de la libido de objeto.

​En el ámbito de la libido yoica el sujeto resentido presenta un aumento de su sentimiento de sí (Selbstgefühl) a partir de una herida narcisista que no cicatriza. Esto es causa de un orgullotanático que nutre la vulnerabilidad arrogante, lo que legaliza ante sí mismo y ante los otros sus justificados y omnipotentes derechos.

En el campo de la libido de objeto, el objeto del resentido es un objeto idealizado, heredero del narcisismo infantil, y por ende poseedor de todas las posesiones valiosas en un presente atemporal. Para ello sus castraciones deben ser desmentidas: las incompletudes, las impotencias, las imperfecciones. Es un objeto sobrevalorado por el sujeto pero que avaramente retiene sus bondades y posibilidades aun para sí: “Tiene, pero a propósito no me quiere dar”.

Nuevamente Freud (1914) señala que:

Aquí, como siempre ocurre en el ámbito de la libido, el hombre se ha mostrado incapaz de renunciar a la satisfacción de que gozó una vez. No quiere privarse de la perfección narcisista de su infancia, y si no pudo mantenerla por estorbárselo las admoniciones que recibió en la época de su desarrollo y por el despertar de su juicio propio, procura recobrarla en la nueva forma del Ideal del Yo. Lo que él proyecta frente a sí como su ideal es el sustituto del narcisismo perdido de su infancia, en la que él fue su propio ideal (p. 91).

De este modo, la libido vuelve a anudarse por la idealización y la desmentida que recaen sobre el Yo y sobre el objeto. Entonces la viscosidad es atizada nuevamente por el resentimiento, que clama por la reivindicación desde el accionar de la pulsión de muerte y a partir de las injurias narcisista, edípica y fraterna.

Para ello, el sujeto resentido adhiere viscosamente su libido al objeto deudor con el fin de realizar un triunfo de desquites sobre él, mediante el despliegue de fantasías asintóticas autolegalizadas de venganza y/o efectivizando el pasaje del resentimiento al acto vengativo.

Este renaciente aunque inalcanzable deseo narcisista de completud en la satisfacción de represalias en el Yo y en el objeto se halla inexorablemente expuesto a la frustración que proviene de la desilusión que le depara no poder alcanzar una exacta coincidencia especular de revanchas por los agravios padecidos.

Resurge automáticamente el resentimiento con una agresividad vengativa tendiente a restablecer el estado ilusorio de perfección anterior. 

Esta agresividad suscita sentimientos conscientes e inconscientes de culpabilidad  y de vergüenza con necesidad de castigo, que se manifiestan clínicamente en las provocaciones sadomasoquistas que encierran al sujeto resentido en un ligamen viscoso con el objeto, dentro de un laberinto narcisista.

La intelección de este circuito que se establece entre el narcisismo, la pulsión de muerte y el resentimiento permite instrumentar un abordaje más optimista que aquel sostenido por Freud en 1917 en su conferencia vigésimo octava:

En las neurosis narcisistas la resistencia es insuperable. A lo sumo podemos arrojar una mirada curiosa por encima de ese muro para atisbar lo que ocurre del otro lado. Por tanto, nuestros presentes métodos técnicos tienen que ser sustituidos por otros; todavía no sabemos si lograremos tal sustituto.

Sin embargo, una diferente toma de posición en el punto de partida permite echar una mirada distinta, no para “atisbar por encima” del muro (tomándolo como un bloque en una totalidad inabarcable, que se erige por lo tanto como obstáculo inmovilizador), sino para instrumentar otra mirada que apunta técnicamente a desmantelar pieza por pieza los elementos constitutivos de su estructura interna. Es la interpretación detallada de la singular relación del objeto en el sujeto resentido, en la que intervienen los procesos de la idealización, de la desmentida y de la agresividad al servicio de Tánatos, uno de los caminos para poner en evidencia varios componentes de este sistema reticular repetitivo que, en resumidas cuentas, está al servicio de fortificar y mantener el muro narcisista.

Podemos además colegir, a partir de una lectura desde la teoría de la pulsión de muerte, que el sujeto resentido contabiliza únicamente las frustraciones por los maltratos padecidos en las situaciones traumáticas del mundo externo, tanto las presentes como las pretéritas, resignificadas y reactivadas. Pero soslaya incluir los efectos provenientes del renovado accionar desde sus propios impulsos destructivos, los cuales, a través de la envidia y del resentimiento, atacan a sus propios objetos.

La compulsión repetitiva y agresiva del resentimiento nos permite develar una nueva afrenta psicológica. ¿Representará, quizás, una cuarta afrenta al narcisismo de la humanidad? Freud expresa que el Yo no es “el amo de su propia casa por la condición de inconsciente en la vida anímica”, y podemos agregar que tampoco es amo porque en la dimensión temporal del presente operan las pulsiones de muerte sustraídas a su dominio de manera continua y muda.

La inclusión de esta nueva herida narcisista depone la posición de la víctima pasiva omnisapiente. Esta se nutre de los maltratos provenientes de la realidad material y del pasado únicamente, y se constituye en un mismo movimiento como agente activo, responsable en gran medida del “destino” del propio presente y futuro. Este agente está condicionado en su reestructuración temporal permanente por las limitaciones que imponen a su realidad psíquica las marcas del propio pasado y los efectos, que surgen en el presente, de la intrincación de sus pulsiones de vida y de muerte. 

El sujeto resentido, al reforzar lo externo, refuerza las proyecciones y las identificaciones proyectivas, y alimenta, de este modo, su estatus de arrogante, castigador y vengativo. De allí que clínicamente se exprese por medio del automartiriomelancólico, del reproche obsesivo, de la manía paranoide querellante y de la venganza histérica.

En Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico (1915), en el apartado “Las excepciones”, Freud describe la construcción paranoide que lleva a la niña a experimentar resentimientos contra su madre por causa del daño producido por la envidia del pene. En este texto diferencia y a la vez articula la envidia y el resentimiento, a pesar de que no lo especifica con este término. Lo denomina erbitterung, traducido como acritud, animosidad, encono:

No queremos abandonar las “excepciones” sin apuntar que la pretensión de las mujeres a ciertas prerrogativas y dispensas de tantas coerciones de la vida descansa en el mismo fundamento. Como lo averiguamos por el trabajo psicoanalítico, las mujeres se consideran dañadas en la infancia, cercenadas de un pedazo, humilladas sin su culpa, y el encono de tantas hijas con su madre tiene raíz última en el reproche de haberlas traído al mundo como mujeres y no como varones (p. 32).

Además describe en el mismo artículo la particular elaboración rencorosa de algunos sujetos y de algunos pueblos enteros que padecieron un pasado de graves sufrimientos, y que llegaron a presentarse como seres y pueblos excepcionales pues: “dicen que han sufrido y se han privado bastante, que tienen derecho a que se los excuse de ulteriores requerimientos y que no se someten más a ninguna necesidad desagradable pues ellos son excepciones y piensan seguir siéndolo” (p. 32).

En estos casos el resentimiento opera como rasgo caracterológico, tanto en lo individual como en lo grupal, asumiendo la función de un motor tanático y estructurante a la vez.

H. Rosenfeld (1971) estudió el aspecto defensivo del resentimiento ante los impulsos envidiosos inconscientes durante el proceso analítico. Cuando en el análisis se deshacen las construcciones microdelirantes que sustentan el resentimiento surge luego, y como resultado, el reconocimiento de la discriminación intersubjetiva, con la consiguiente asunción de la propia incompletud y de la alteridad. Solo entonces aparece la envidia consciente porque el sujeto percibe que el objeto exterior es el que contiene las cualidades valiosas que él había atribuido a sus propios poderes creadores.

La aparición de la envidia consciente es correlativa a una reestructuración en el sujeto y en el objeto. Aparece por un lado, como sentimiento, y por otro, como una posibilidad de progreso.

Resentimiento y escisión del Yo

El sujeto resentido permanece esperando algo de un ofertante imposible. No reconoce la castración de la realidad ni en el otro, ni en el sí mismo propio, porque admitirla sería una prueba inexorable de su propia vulnerabilidad ante la imposibilidad de cambiar la estructura de aquel otro, o de llegar a ser cambiado él mismo a través de los poderes por él investidos sobre ese otro.

Para ello, el sujeto comandado por el afecto del rencor desmiente la percepción sensorial genuina que le ha mostrado la existencia de la falta y se atiene a la convicción contraria construyendo un argumento en el que asevera, desde su omnipotencia de los pensamientos, que: “el otro sí tiene, pero que a mí injustamente no me lo quiere brindar. Por lo tanto soy una inocente  víctima, ya que de un modo alevoso el otro tiene mala voluntad, disfruta de un modo vil y no me ofrece lo que legalmente me correspondería recibir”.

Esta creencia resulta suficiente como para legitimar ante sí mismo y ante los demás su ciega venganza repetitiva. Considero que la vana esperanza vindicativa se halla sostenida por la sobreinvestidura del sujeto y del objeto, la agresión al servicio de los propósitos de Tánatos y el mecanismo defensivo de la desmentida de una realidad que, al tornarse intolerable para el sentimiento de sí del sujeto agraviado, da por resultado una escisión en su Yo.

La realidad desmentida por el sujeto resentido no deja de ejercer sus influjos porque no alcanza a ser totalmente escotomizada: sus afrentas y heridas en las dinámicas edípica, narcisista y fraterna (Kancyper, 2004) continúan reinfectándosecon las memorias incandescentes del rencor y del pavor, generando a la vez otra producción de deseo a semejanza de lo que acontece en el fetichismo: “la creación del fetiche ha obedecido al propósito de destruir la prueba de la posibilidad de la castración, de suerte que uno pudiera escapar a la angustia de castración” (Freud, 1938, p. 204). Considero que hay en juego, además, otras angustias más primitivas, pre-fálicas, como la angustia de desvalimiento y de muerte. 

El sujeto resentido suele permanecer instalado en un pertinaz rencor porque por un lado, este afecto le depara una satisfacción narcisista al promover una elación del sentimiento de sí y una cohesión yoica, y por el otro, posee finalidades defensivas porque atempera los efectos desestructurantesprovenientes de otros afectos ominosos que amenazan al sujeto con la pérdida de su organización psíquica.

Por lo tanto, en el comportamiento del sujeto resentido coexisten dentro de su Yo dos actitudes psíquicas respecto de la realidad exterior en cuanto esta contraría una exigencia pulsional.

En Neurosis y psicosis (1924) Freud menciona la posibilidad de que el Yo llegue a resentirse y pierda la síntesis de sus procesos para evitar la ruptura con el Ello o con la realidad “deformándose a sí mismo, aceptando en menoscabo de su unidad, eventualmente incluso resquebrajándose o despedazándose”.

En efecto, en el sujeto resentido la escisión es un mecanismo de defensa y un estado del Yo, mientras que la desmentida suele tener un carácter parcial, a partir del cual se establecen al mismo tiempo dentro de su Yo dos actitudes psíquicas opuestas, que basculan entre el reconocimiento y la desmentida de la realidad de la castración.

Con frecuencia encontramos que la esperanza asintótica en la memoria del resentimiento y el remordimiento puede llegar a ser interminable cuando opera como una defensa, ante la imposibilidad de admitir la pérdida de lo irrecuperable. En esos casos, la esperanza interminable y patológica del rencor “suele  representar el único y último vínculo posible con los objetos primarios y su renuncia significaría el derrumbe definitivo de la ilusión y la aceptación de que, real y efectivamente, se han perdido dichos objetos para siempre” (Argentieri & Mehler, 1990, p. 175).

Esto se vincula con la aparición del resentimiento en la situación analítica. Observamos que en el analizado se legitima una regresiva voluntad de dominio que aspira a imponer un poder retaliativo sobre el analista y sobre el mundo. Aparece entonces la desmesura de sus pretensiones, que no lo hacen retroceder frente a ninguna atrocidad, porque el analizado resentido se considera inocente y sediento de una justicia reivindicatoria. En estos casos el analista suele representar entonces en la transferencia a un pretérito ofensor y el analizado puede llegar a preferir desquitarse en él mediante un triunfo sadomasoquista, aun a costa de su propia salud. Prefiere vengarse antes que curarse. 

En efecto, la afrenta narcisista origina un movimiento regresivo y repetitivo de reivindicación que funda un estado soberano y consumado de excepcionalidad. Según Agamben(1995), el soberano es quien está en condiciones de proclamar el estado de excepción, suspender el orden jurídico, colocándose él mismo fuera de ese orden y, sin embargo, conservándose, de algún modo, dentro de él. Su Majestad, el resentido, afirma con decisión soberana no tener necesidad de derecho para crear derecho, y cimenta a partir de sí mismo una nueva legalidad.

El estado afectivo del resentimiento es irracional, impulsivo e implacable. Sus tenebrosos poderes repetitivos reaniman lo que hay de violencia en el hombre. Avanza rápida e inexorablemente hacia sus fines destructivos.

El difícil problema técnico que se nos presenta en nuestra praxis es cómo combatirlo en la situación analítica porque el resentimiento y su implacable necesidad de venganza son manifestaciones regresivas y repetitivas del narcisismo tanáticocomandado por la arrogancia ciega del Yo Ideal combativo y “analicida” que ataca al encuadre.

Pedir peras al olmo o la esperanza vana del resentimiento

¡Oh, alma mía!

No aspires a la  vida ideal.

Agota en cambio, el campo de lo posible.

Píndaro.

El sujeto resentido se ubica como un acreedor arrogante y vengativo, espera obtener lo inalcanzable y lo que no pudo tener, pero tampoco puede disfrutar de lo posible. Permanece esperando que el olmo le dé peras, algo que, dada la naturaleza de este árbol, nunca ofrecerá. Sin embargo, el sujeto tampoco puede disfrutar de la sombra y de la dura y apreciada madera que el olmo, por ser un árbol muy frondoso y corpulento, posee y puede brindar.

El sujeto resentido suele martirizar al otro y permanecer atascado en la asintótica esperanza del rencor, a través de la puesta en marcha, en su realidad psíquica, de la báscula de la desmentida e idealización en la encrucijada narcisista-objetal.

Para ello el sujeto resentido, al mismo tiempo que desmiente el principio de realidad acerca de la estructura del otro y losobreinviste con atributos de los que ese otro carece, se autoinviste con imaginarias realidades omnipotentes que nutren su megalomanía narcisista y pigmaliónica (Kancyper, 1991) con certezas y creencias, alimentando, de este modo, a su Yo Ideal con la ceguera del fanatismo.

De este modo, se produce una doble desmentida y escisión tanto en el sujeto como también en el objeto. Entre ellos se entretejen los principios de placer y de realidad con incompatibilidades que no llegan a ser armonizadas entre sí,originándose, como consecuencia, una urdimbre psíquica de afrentas, resentimientos y envidias cuyos influjos tanáticos  suelenser altamente peligrosos y expansivos, llegando al extremo de generar efectos indetenibles y atemporales de destructividad tanto  en el individuo como en la psicología de los pueblos.

Usos y abusos de la memoria colectiva del rencor, del dolor y del pavor en la psicología de las masas

La memoria intenta preservar el pasado

solo para que le sea útil al presente 

y a los tiempos venideros.

Procuremos que la memoria colectiva 

sirva para la liberación

de los hombres y no para su sometimiento.

Jacques Le Goff.

En nuestra época, los occidentales parecen obsesionados por el culto de la memoria. Sin embargo, Todorov, en su libro Los abusos de la memoria (2000), afirma que aunque hay que procurar que el recuerdo se mantenga vivo, la sacralización de la memoria es algo discutible.

En su texto, que fue presentado en Bruselas, en el congreso “Historia y memoria de los crímenes y genocidios nazis”, en 1992, finaliza su ponencia con estas palabras:

Aquellos que por una u otra razón conocen el horror del pasado tienen el deber de alzar su voz contra otro horror, muy presente, que se desarrolla a unos cientos de kilómetros, incluso a una pocas decenas de metros de sus hogares. Lejos de seguir siendo prisioneros del pasado, lo habremos puesto al servicio del presente, como la memoria –y el olvido– se han de poner al servicio de la justicia (p. 59).

Acuerdo con Todorov y considero además que las diferencias cualitativas de las memorias colectivas, cuando se hallan comandadas por las diferentes mociones anímicas del rencor, del dolor o del pavor, generan usos y abusos de un culto de la memoria colectiva con fines diversos. 

Estas tres categorías diferentes de la memoria ponen derelieve el uso que hacen de ella ciertos pueblos y religiones para sacar provecho de los recuerdos, con la finalidad de poder seguir actuando en el presente con reclamos y litigios atizados por la memoria del rencor y/o del pavor, posicionándose entonces y a través de los siglos en el estatuto exclusivo de  una víctima privilegiada.

Y desde ese lugar de excepción, ciertos pueblos y religiones devienen finalmente en acreedores rapaces, lo que les abre en el presente una línea de crédito inagotable con derechos legitimados para punir al diferente e identificarlo en el lugar de un victimario responsable de su infortunio presente. Hay casos en que se llega incluso al extremo de hacer un uso defensivo de las heridas no cicatrizadas del horror del ayer, para frotarlas y reinfectarlas con un delirio conmemorativo y fundamentalista puesto al servicio de encubrir sus actuales y actuantes fines destructivos.

Paul Ricoeur (2000) señala que ciertos pueblos tienen la tendencia a “encerrarse en su desdicha singular” y “fijarse en el humor de la victimización” al punto de mostrarse “ciega a los sufrimientos de los otros”.

En efecto, los pueblos y religiones que permanecen  prisioneros del pasado de un modo compulsivo no logran tramitar el pasaje de las memorias colectivas del rencor y del pavor a la memoria colectiva del dolor.

En las memorias colectivas del rencor y del pavor los recuerdos se tornan insuperables, y desembocan, a fin de cuentas, en el sometimiento del presente y del futuro al pasado. Por el contrario, cuando la memoria se halla comandada por el dolor “se posiblita utilizar el pasado con vistas al presente, aprovechar las lecciones de las injusticias sufridas para luchar contra las que se producen hoy día, y separarse del Yo para ir hacia el otro”, para decirlo en las palabras de Todorov (p. 32).

El resentimiento en la literatura

Bertolt Brecht señala que el arte no es un espejo que refleja la realidad, sino un martillo para darle forma a la realidad. Y el psicoanálisis como ciencia y como arte es, a la vez, espejo y martillo que refleja y aporta nuevas formas y visiones a las realidades psíquica y externa, tendiendo diversos puentes entre ambas. El psicoanálisis ha sabido nutrirse de los aportes provenientes de la dimensión inconsciente que habita toda la historia de la literatura. Esta alberga en su seno ciertas obras que poseen la condición del arte: no envejecer. También ha abierto nuevas vías a la cultura al elucidar algunas de las fuentes de su malestar. 

Considero que el psicoanálisis requiere aguzar la capacidad de escucha de la literatura, no por lo que ya sabemos, sino por todo lo nuevo que esta tiene para aportarnos.  

Convendría invertir las relaciones habituales entre psicoanálisis y literatura. En lugar de servir de campo de aplicación para conocimientos analíticos previamente adquiridos, la obra literaria interrogará en lo sucesivo al psicoanálisis hasta dotarlo de nuevos instrumentos de escucha y de comprensión. En efecto, leer un texto es poner en marcha su acontecer. Es entrar a su verdad. Es dejar que la obra del texto sea lo que es, una obra que, al obrar en el interior de lector, señale sus indetenibles efectos.

Resulta asombroso comprobar cómo el psicoanálisis y la literatura enfrentan en común la ciclópea tarea de escrutar los abismos del alma humana. Comparten el material y difieren en la metodología. 

Las manifestaciones del resentimiento terminable e interminable en la literatura, en la clínica y en la mitología nos posibilitan colegir cómo el poder del inconsciente genera sus propios escándalos tanto en el sujeto como en la psicología de las masas.  

Hay libros que se hacen escuchar a lo largo de la historia. El último encuentro, de Sándor Márai (1900-1989), escrito durante la Segunda Guerra Mundial en el año 1942, es uno de ellos. Sobre todo porque está compuesto de pasiones que se propagan, enfrentan y conjugan sus efectos en una trama cuya tensión aumenta, línea tras línea, hasta que se hace casi insoportable, pero la prosa continúa, implacable, precisa, fiel reflejo del empeño de los protagonistas por hurgar hasta en lo más recóndito de sus almas, allí donde se encuentran destellos epifánicos de esas verdades cuyo descubrimiento provoca, al mismo tiempo, un insoslayable dolor y un incontenible impulso vital.

En El útimo encuentro se pone de manifiesto la confluencia y contienda entre diversas pasiones en pugna, dentro de las cuales destacaré solo tres:

a) La pasión del resentimiento y del remordimiento que clama venganzas.

b) La pasión promovida por la irrefrenable búsqueda de la verdad.

c) La pasión de la compasión que siembra solidaridad y empatía (Bolognini, 2004) engendrada en la amistad gemelar.

Las dos últimas pasiones aúnan sus fuerzas, prevalecen y obtienen finalmente un triunfo sobre la acerada memoria del rencor que se mantuvo incólume durante 41 años y 43 días.

Dos hombres mayores de setenta y cinco años, que de jóvenes habían sido amigos inseparables, se citan a cenar. Uno, Konrád, ha pasado mucho tiempo en Extremo Oriente; el otro, Henrik, el general, ha permanecido en su propiedad. Pero ambos han vivido a la espera de este momento, pues entre ellos se interponen las memorias del pavor, del rencor y del dolor con  una fuerza singular. Todo converge en un duelo sin armas, es un duelo de palabras sinceras y profundas, cargadas de la emotividad transparente de la vejez, donde ya todo puede decirse; aunque tal vez con mucho más crueldad, cuyo punto común es el recuerdo imborrable de una mujer, Krizstina, como un personaje misterioso del que apenas se ofrece información pero que finalmente se descubre como la esposa del general. Con gran morosidad se adivina una infidelidad y traición en la amistad. La venganza se perfila como una especie de proceso judicial, en el que Konrádaparece como el acusado en los pliegues de la memoria incandescente del rencor del general Henrik.

La memoria del rencor

 En un estilo límpido y dolorosamente lúcido Márai describe la memoria del rencor en estos párrafos:

  1. Uno se pasa toda la vida preparándose para algo. Primero se enfada. A continuación quiere venganza. Después espera. Él lleva mucho tiempo esperando. Ya no se acordaba ni siquiera del momento en que se enfadó y el deseo de venganza había dado paso a la espera (p. 19).
  2. Y yo te he estado esperando, porque no he podido hacer otra cosa. Los dos sabíamos que nos volveríamos a ver, y que con ello se acabaría todo. Se acabaría nuestra vida y todo lo que hasta ahora ha llenado nuestra vida de contenido y tensión. Porque los secretos como el que se interpone entre nosotros tienen una fuerza peculiar. Queman los tejidos de la vida, como unos rayos maléficos, pero también confieren una tensión, cierto calor a la vida. Te obligan a seguir viviendo (p. 93).

En efecto, Márai retrata como pocos el poder ejercido por la memoria del rencor, y saca a la luz cómo ciertos sujetos permanecen empecinados en resentimientos y remordimientos interminables que dan contenido y tensión para sobrellevar el transcurso de una vida. Pero es una vida habitada por duelos patológicos que detienen la temporalidad subjetiva y retienen a los sujetos en el reclamo, el litigio, la queja y la reivindicación que exudan a la vez nuevos rencores. El sujeto y los pueblos que no logran elaborar y superar la memoria del rencor no pueden mirar para adelante, quedan con los ojos mirando hacia atrás, “con los ojos en la nuca5. Sucumben a su poder pasional que el tiempo solo consigue por momentos atemperar, y en otros, suele volver a inflamarse generando indetenibles devastaciones. Pero en esta obra la tanática moción de la venganza atizada por el rencor resulta ser finalmente derrocada por el poder vencedor del “Eros eterno, para afianzarse en la lucha contra su enemigo igualmente inmortal” (Freud, 1930, p. 140).

En efecto, el poder de la amistad como pasión domina y obtiene su triunfo en El último encuentro sobre la crueldad vengativa de la memoria del rencor. Esta cede su paso para dar lugar al surgimiento de la nostalgia y de la compasión que comandan a otra memoria: la memoria del dolor. La memoria del dolor se origina y sostiene a partir de la admisión y resignación de lo acontecido. No se basa ciertamente en la subestimación del pasado, ni en la amnesia de lo sucedido, ni en la imposición de una absolución superficial, sino en su aceptación con pena, con odio y con dolor como inmodificable y resignable, para efectuar el pasaje hacia otros objetos, lo cual posibilita procesar un trabajo de elaboración de un duelo normal. La memoria del dolor, a diferencia de las memorias del rencor y del pavor, apunta a una nueva relación con el pasado irreversible, para posibilitar un nuevo comienzo.

Resentimiento terminable e interminable

El resentimiento como manifestación afectiva de la pulsión de muerte se diferencia de la envidia y también del odio, y se relaciona además con otros afectos provenientes de la pulsión de vida (Kancyper, 2006). El par antitético amor-resentimiento es un continuo consonante con otro par, que es el de Eros-Tánatos. Ambos son indisolubles porque se modulan entre sí y además se hallan durante toda la existencia intrincadamente activos y en proporciones diversas. 

Considero necesario diferenciar diferentes modalidades dentro del resentimiento: del resentimiento fundador al resentimiento patológico. Ambos coexisten. El resentimiento fundador es constitutivo de la subjetividad; surge ante la inevitable frustración de la idealidad y mantiene sus nexos íntimos con la dinámica paradojal del narcisismo. Este resentimiento fundador surge a partir de la Versagung, la frustración de una expectativa que no se ha cumplido: el encuentro del sujeto con un objeto ideal que asegura un encastre perfecto para la satisfacción de un semejante.

Melman (2004) señala, desde una visión lacaniana, la presencia inevitable de un resentimiento fundador:

el sujeto (“je”) emerge allí donde “x” ha sufrido. Ya no tiene que ver con la habitación de los padres, sino con el traumatismo que  puedededucirse siempre de allí: porque para un niño de dos, la promesa no se ha cumplido. No hay, pues, nada que esperar del resentimiento, excepto la comodidad de una posición subjetiva, asegurada en su derecho a reparaciones que, de todos modos, no hacen más que alimentarlo. No se puede hacer el duelo de un objeto que no se pudo perder, puesto que el mismo nunca estuvo allí; de ahí, un erotismo de la muerte que es, en este caso, el arquetipo de una pérdida real posible. Digamos que el resentimiento se sostiene en una histeria del duelo, según la fórmula: lo he perdido porque hubiera podido estar allí. Ya no podemos interpretar la subjetividad sin hacer referencia al trauma de que ella es o habría podido ser víctima. El sujeto ya no es el del deseo, sino el del latigazo que lo unificó (p. 684).

Se genera así una ética del resentimiento que, montada sobre el resentimiento fundador, puede llegar a devenir patológica. Asume entonces el sujeto rencoroso una posición subjetiva característica: la de la empecinada víctima soberana, sostenedora de una cosmovisión castrense: matar o morir, verdugo o víctima, amigo o enemigo. Esta posición suele manifestarse en la clínica a través de la eclosión recurrente del re-proche, re-clamo y  re-presalia  incoercibles.  

​Cuando se instala el resentimiento patológico en el sujeto y en la psicología de los pueblos, se legitima una regresiva voluntad de dominio omnipotente, que aspira a imponer un poder retaliativo sobre ese otro y también sobre el mundo, porque considera que se han guardado supuestamente para sí el objeto prometido y deseado, capaz de responder y de satisfacer las necesidades del sujeto. Aparece entonces la desmesura de sus pretensiones, que no lo hacen retroceder frente a ninguna atrocidad, porque el sujeto y los pueblos resentidos se consideraninocentes y sedientos de una justicia reivindicatoria. En estos casos el otro y los otros suelen representar a un pretérito ofensor, y el resentido puede llegar a preferir desquitarse en él mediante un triunfo sadomasoquista, aun a costa de su propia salud. Prefiere vengarse a curarse. 

En efecto, la afrenta narcisista origina un movimiento regresivo y repetitivo de reivindicación que funda un estado soberano y consumado de excepcionalidad. Según Agamben, el soberano es quien está en condiciones de proclamar el estado de excepción y de suspender el orden jurídico, colocándose él mismo fuera de ese orden y, sin embargo, conservándose, de algún modo, dentro de él.

Su Majestad, el resentido, afirma con decisión soberana no tener necesidad de derecho para crear derecho, y cimenta a partir de sí mismo una nueva legalidad.

El resentimiento forma un foco alrededor del cual se organiza un refugio psíquico. Steiner (1996) sostiene que

los refugios psíquicos son organizaciones patológicas de la personalidad que proporcionan una estabilidad que es resistente al cambio psíquico. Los resentimientos focalizados en experiencias traumáticas en los que el analizado se ha sentido lastimado y agraviado, parecen ser experimentados espacialmente como lugares regresivos  de seguridad en los que el sujeto puede buscar refugio de la realidad, y por lo tanto de la angustia y de la culpa.

El sujeto resentido, por estar atrapado bajo la tiranía de una ley taliónica, resulta ajeno al universo del olvido y del perdón. El tiempo del perdón no es el tiempo repetitivo de la persecución y de  la retaliación. Es, en palabras de Kristeva (2004):

El tiempo de la suspensión del crimen, el tiempo de su prescripción. Una prescripción que conoce el crimen y no lo olvida pero, sin cegarse ante su horror, apuesta a un nuevo comienzo por una renovación de la persona. El perdón quiebra el encadenamiento de las causas y de los efectos, de los castigos y de los crímenes, suspende el tiempo de los actos. Un espacio extraño se abre en esta intemporalidad que no es del inconsciente ‒salvaje, deseante y homicida‒ sino su contrapartida: su sublimación con conocimiento de causa, una armonía amorosa que no ignora sus violencias, pero las acoge en otra parte. Mientras que la concepción freudiana de la culpa es repetición-culpa-castigo, en el sentido que lo estamos pensando, la repetición estaría entonces del lado de la pulsión de vida o de la renovación. El perdon sería encontrar un sentido diferente, un don distinto, sería la fase luminosa de la oscura atemporalidad inconsciente, la fase en cuyo transcurso esta cambia de ley y adopta la inclinación al amor como principio de renovación del otro y de sí (p. 34).

El resentimiento patológico interminable pasa a ser terminable (Kancyper, 2010) cuando el sujeto rencoroso depone finalmente el deseo de triunfar sobre un otro a través de la venganza. En efecto, la permanencia de una acerada esperanza vindicativa que comanda el resentimiento paraliza el proceso de un  duelo normal y la capacidad de poder efectuar un recambio objetal permanece detenida por una viscosidad de la libido.

La relación entre el resentimiento, el duelo y la estasis libidinal había sido señalada por Freud (1918) al final de El tabú de la virginidad (Contribuciones a la psicología del amor III):

cuando la mujer no ha consumado sus mociones vengativas en el marido, no puede, a pesar de sus vanos esfuerzos, desasirse de él. “Ahora bien, es interesante que en calidad de analistas encontremos mujeres en quienes las reacciones contrapuestas de servidumbre y hostilidad hayan llegado a expresarse permaneciendo en estrecho enlace recíproco. Hay mujeres que parecen totalmente distanciadas de sus maridos, a pesar de lo cual son vanos sus esfuerzos por desasirse de ellos. Toda vez que intentan dirigir su amor a otro hombre se interpone la imagen del primero, a quien ya no aman. En tales casos, el análisis enseña que esas mujeres dependen como siervas de su primer marido, pero no ya por ternura. No se liberan de él porque no han consumado su venganza en él, y en los casos más acusados la moción vengativa ni siquiera ha llegado a su conciencia”(p. 203).

Recordemos que El último encuentro ha sido escrita en el año 1942 durante la Segunda Guerra Mundial. 

Esta obra devela cómo la memoria de la retaliación condena a los sujetos y a los pueblos a la fatalidad de un proceso disolvente. Podríamos suponer que Márai, a través de la desmitificación del poder vano de la venganza, intenta escenificar su deseo: que el poder solidario de la compasión y de la amistad puede llegar a vencer al poder devastador de la venganza y de las guerras.

El resentimiento patológico suele permanecer interminable cuando el sujeto no cicatriza ciertas heridas narcisistas que se reinfectan indefinidamente a través de los tiempos.

Un ejemplo paradigmático de este inelaborable narcisismo resentido se halla representado por algunos hermanos empecinados en conservar sus enconos inextinguibles, porque no admiten ni perdonan jamás la llegada de un hermano. Este suele ser investido como un intruso usurpador que viene injustamente a perturbar el dominio de su incólume reinado. Porque para “Quien aspira a ser Rey, todo hermano es un estorbo” (Calderón de la Barca).

Los efectos devastadores de estas comparaciones fraternas patogénicas atizadas por el estado afectivo de los resentimientos y remordimientos interminables son ilustrados en una imagen ampliada y trágica por A. Camus en su obra teatral El malentendido.

El resentimiento patológico interminable es terminable cuando a través de un trabajo elaborativo complejo se produce una reestructuración en la báscula de la idealización-desidealización en la encrucijada narcisista-objetal y cuando además lo escindido y proyectado en el resentimiento y remordimiento es reintegrado e introyectado al sujeto.

Volviendo a El último encuentro, Henrik, luego de comprender y aceptar su participación responsable en el desenlace del triángulo amoroso, y asumir su dolor por la irreparable y definitiva pérdida de  su mujer, pregunta a Konrád sin ambages:

Nosotros dos hemos sobrevivido a una mujer. Tú al marcharte lejos, y yo al quedarme aquí. La sobrevivimos, con cobardía o con ceguera, con resentimiento o con inteligencia: el hecho es que la sobrevivimos. ¿No crees que tuvimos nuestras razones?… ¿No crees que al fin y al cabo le debemos algo, alguna responsabilidad de ultratumba, a ella, que fue más que nosotros, más humana, porque murió, respondiéndonos así a los dos, mientras que nosotros nos hemos quedado aquí, en la vida?… Y a esto no hay que darle más vueltas. Tales son los hechos. Quien sobrevive al otro es siempre el traidor. Nosotros sentíamos que teníamos que vivir, y a esto tampoco se le puede dar más vueltas, porque ella sí que murió. Murió porque tú te marchaste, murió porque yo me quedé pero no me acerqué a ella, murió porque nosotros dos, los hombres a quienes ella pertenecía, fuimos más viles, más orgullosos y cobardes, más ruidosos y silenciosos de lo que una mujer puede soportar, porque huimos de ella, porque la traicionamos, porque la sobrevivimos. Es la pura verdad. Y tienes que saberlo cuando estés allí, solo, en Londres, cuando se acabe y llegue tu última hora. Yo también lo tengo que saber. Aquí, en esta mansión y lo sé ya (p.183).

El resentimiento fundador y patológico interminable es terminable, como sucede precisamente en El último encuentro, cuando el poder de  la compasión y de la razón en la amistad  prevalece  y triunfa sobre el ciego poder arrogante del rencor.

Marái concluye este libro con un elogio elocuente al poder vital que tiene la pasión.

¿Crees tú también que el sentido de la vida no es otro que la pasión, que un día colma nuestro corazón, nuestra alma y nuestro cuerpo, y que después arde para siempre, hasta la muerte, pase lo que pase? ¿Y que si hemos vivido esa pasión, quizá no hayamos vivido en vano? ¿Que así de profunda, así de malvada, así de grandiosa, así de inhumana es una pasión?… ¿Y que quizá no se concentre en una persona en concreto, sino en el deseo mismo?… Tal es la pregunta. O puede ser que se concentre en una persona en concreto, la misma siempre y para siempre, en una misma persona misteriosa que puede ser buena o mala, pero que no por ello, ni por sus acciones ni por su manera de ser, influye en la intensidad de la pasión que nos ata a ella. Respóndeme, si sabes responder‒-dice elevando la voz, casi exigiendo.

‒¿Por qué me lo preguntas? ‒dice el otro con calma‒. Sabes que es así.

El resentimiento patológico interminable pasa a ser terminable cuando el odio vengativo se transmuta en un odio diferente que se opone precisamente al amor y que promueve la diferenciación y separación objetal. Este, a diferencia del primero, propicia el desasimiento del otro y a la vez promueve la reparación y afirmación de la dignidad perdida y ultrajada (Kancyper, 1995).

“El odio es, como relación con el objeto, más antiguo que el amor, brota de la repulsa primordial que el Yo narcisista opone en el comienzo al mundo exterior prodigador de estímulos” (Freud, 1915).

Por un lado, el odio induce al sujeto a enfrentarse con el objeto y luego a desligarse de él, desligadura que promueve la génesis y el mantenimiento de la discriminación en las relaciones de objeto. Es un odio relacionado con las pulsiones de autoconservación. Lacan (1954) articuló este tipo de odio con el deseo, jerarquizándolo como “una de las vías de realización del ser” (p.404). 

Pero, por otro lado, el odio se vuelve resentimiento cuando lo refuerza la regresión del amor a la etapa sádica previa; entonces el resentimiento cobra un carácter erótico y se perpetúa un vínculo sadomasoquista; además, produce una serie de construcciones fantasmáticas que lo sustentan.

Cuando el resentimiento no es elaborado y en cambio permanece sofocado por un amor reactivo, se perpetúan sus efectos destructivos que suelen ser encubiertos, con suma frecuencia, tras una reparación compulsiva: obsesiva o maníaca.

No es homologable sentir odio que sentir ofensa y agravio. Con el odio y no con el rencor digo: basta. Con el agravio y la ofensa que pueden originar resentimientos, se instala una insaciable sed de retaliaciones, favoreciendo la cronificación de un deseo vengativo. 

Dice Valiente Noailles en La alquimia del sufrimiento:

Hay quienes ante un sufrimiento propio, se tornan más piadosos hacia los demás y desean evitar una situación similar en sus semejantes. Hay quienes, en el reverso de lo anterior, sueñan con infligir ese sufrimiento en carne ajena, como un modo de vengar la propia condición. Es el modelo del resentimiento: neutralizar el sufrimiento propio mediante su conversión en veneno capaz de destruir al otro.

En efecto, la repetición en el sujeto resentido alberga un singular porvenir como primer paso para reabrir luego una temporalidad diferente. Es el porvenir basado en la esperanza de castigar, a través de la repetición en la vía regresiva del tiempo, a los objetos arcaicos humillantes y supuestamente responsables de sus enigmáticos y a la vez conocidos agravios. Momento esencial, en el que una vez más el sujeto resentido  intenta saciar su sed de venganza, para restituir infructuosamente el resentido sentimiento de su propia dignidad.

​Se trata de una repetición –restitución compulsiva mediante– que no prepara el ingreso a la elaboración normal de un duelo. En realidad, como decíamos antes, el sujeto que incuba resentimientos interminables eclipsa las dimensiones temporales del presente y del futuro para reconducirlas al  pantano temporal de un ayer que lo detiene en un pasado atizado de  reproches, litigios y ofensas; ciega sus ojos con un afán vengativo, y cose sus párpados con acerados hilos de vanidad.


1 Este trabajo fue publicado previamente en Psicoanálisis, Revista de la Asociación Psicoanalítica Colombiana, Vol. 26, N.º 1 (enero-junio 2014), pp. 55-74.
2 N. del E: Las ideas centrales de esta conferencia fueron desarrolladas más ampliamnte en el libro del autor titulado Resentimiento y remordimiento. Estudio psicoanalítico, publicado por Paidós, colección Psicología Profunda, 1991. Dada la pertinencia del contenido del texto a la temática de la cura, o de lo que se resiste a la curación, y del compromiso que este psicoanalista siempre ha tenido con los objetivos terapéuticos del psicoanálisis, el Comité Editor solicitó autorización para publicarlo. Es también un homenaje a la obra y el pensamiento vivo de Luis Kancyper y a su memoria.
3 Fue miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
4 Yo diría, no exclusivamente las mujeres.
5 Expresión de un analizado.

Descriptores: RESENTIMIENTO / PROCESO PSICOANALÍTICO / RENCOR / REPETICIÓN


Abstract

Terminable and interminable resentment

The author reflects on resentment as an affect and makes reference to its metapsychological, clinical and technical study. He addresses the genesis and persistence of clinical phenomena related to the ego and the compulsion to repeat, disavowal and the death drive, as well as the timelessness and technical difficulties, linked to narcissism, for the elaboration of the trauma history in the analytical process.  

He points out that rancor is synonymous with resentment and remorse. He relates it to the difficulty of processing grief, both intersubjectively and through generational transmission.  He relates resentment to revenge. The subjects go from victim to torturer; due to narcissistic, Oedipal and fraternal wounds, and to the external traumatic damages they have passively experienced, they are sick of reminiscences, cannot forget, are split. Resentment and envy are different manifestations of the death drive. Resentment resorts to a less destructive form of projective identification.

In the transference, patients project their aggressive object onto the analyst. Attacks on the frame and a sadomasochistic triumph follow. They prefer to take revenge rather than to be cured. Basic resentment, constitutive of subjectivity, is differentiated from pathological resentment. Resentment becomes interminable when certain narcissistic wounds do not heal and reinfect themselves indefinitely. It becomes terminable (Kancyper, 2010) when the resentful subject gives up the desire to triumph over  the other through revenge.


Resumo

Ressentimento terminável e interminável 

O autor reflete sobre o afeto ressentimento: desenvolve o seu estúdio metapsicológico, clínico e técnico. Aborda: a gênese e a persistência de fenômenos clínicos relacionados ao ego e a compulsão à repetição, o desmentido e a pulsão de morte. A atemporalidade e as dificuldades técnicas para a elaboração da história traumática, vinculadas ao narcisismo no processo analítico.  

Refere-se ao rancor como sinônimo de ressentimento e remorso. Relaciona-o com a dificuldade de processar um luto, tanto no intersubjetivo como através da transmissão de gerações. Relaciona ressentimento e vingança. O sujeito passa de vítima a torturador, pelas feridas narcisistas, edípicas e fraternas e pelos danos traumáticos externos que passivamente experimentou, está doente de reminiscências, não pode esquecer, está cindido. Ressentimento e inveja são manifestações diferentes da pulsão de morte. O ressentimento utiliza uma forma menos destrutiva da identificação projetiva.

O paciente, na transferência, projeta no analista o objeto agressor. Produzem-se ataques no enquadre e um triunfo sadomasoquista. Preferese vingar antes que curar-se. Diferença: ressentimento fundador, constitutivo da subjetividade, do ressentimento patológico. O ressentimento é interminável quando não cicatrizam certas feridas narcisistas que se reinfectam indefinidamente. Passa a ser terminável (Kancyper, 2010) quando o sujeito rancoroso abandona o desejo de triunfar sobre um outro através da vingança.


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