Recuerdo, trauma y memoria colectiva.

La lucha por el recuerdo en el psicoanálisis1

Werner Bohleber2
Traducido por Héctor Cothros

Resumen

El valor central que Freud les dio al recuerdo y la reconstrucción del pasado se perdió debido a la creciente importancia del análisis del aquí y ahora en la relación terapéutica. Las experiencias y recuerdos traumáticos se resisten contra este desarrollo. Las particularidades en la dinámica del recuerdo y el significado de la reconstrucción se han precisado no solo para el tratamiento analítico sino también para el recuerdo colectivo del Holocausto y sus repercusiones. 

El desarrollo de la técnica analítica llevó cada vez más hacia una posición central al análisis del aquí y ahora de la relación terapéutica. El descubrimiento de recuerdos y la reconstrucción de la historia vital cayeron en una posición marginal. Es considerado como curativo únicamente el proceso de trabajo a fondo de la experiencia actual en la relación terapéutica. Con ello desapareció el pasado del campo visual, tanto con su significado determinante como opuesto hermenéutico para comprender el presente. En el espejo de ustorio3 (Brennspiegel) de un proceso analítico así entendido se evaporan la abundancia, complejidad y voluminosidad de una historia real en un pensamiento vincular que se olvida de la historia. El poder del pasado, la compulsión a la repetición son los lugares del pensamiento analítico que más o menos desaparecen de la discusión clínica.  

En el desarrollo de esta teoría clínica se interpone el trauma, su duración en el tiempo y su recuerdo. Las investigaciones de la psicología cognitiva han mostrado que los recuerdos traumáticos son codificados en forma preferencial y, por lo tanto, se conservan largo tiempo en forma detallada y con gran exactitud. Además, no están sometidas al proceso de transformación establecido a través de la situación actualizada cada vez con la repetición del recuerdo. El presente puede, ante los recuerdos traumáticos, ejercer solo en forma muy limitada su función como foco hermenéutico en el cual el pasado es percibido y estructurado. Los recuerdos traumáticos forman un tipo de cuerpo extraño en el mecanismo asociativo psíquico. En este terreno escindido del Self reina una dinámica específica que lo confronta constantemente con la experiencia de estar apresado en el poder de la compulsión a la repetición. Con el fin de integrar ese sector y disolver esta dinámica, en el tratamiento analítico son necesarios el recuerdo y una reconstrucción del suceso traumático. Así, el poder repetitivo de lo mismo es historizado, el dentro y fuera conservan un otro marco de comprensión y el Self mantiene una sensación de reconquistada actividad mental (agency) (en inglés en el original). 

Pero la realidad traumática cuestiona no solo convicciones teóricas, sino confronta también con el horror, la crueldad y el miedo a la muerte que deben ser verbalizados. Esto provoca, no solo en traumatizados sino también en analistas, defensa y evitación de un modo tal que muchas experiencias traumáticas no tienen en el tratamiento el lugar terapéutico que les corresponde. A menudo se presta clínicamente poca atención a los procesos de defensa y estabilización. 

Las víctimas de guerra, de persecución y de las demás violencias político-sociales son al mismo tiempo sus testigos. La confrontación con el Holocausto, los terribles crímenes, el horror sin nombre, el enorme sufrimiento de la víctima, amenazan vencer al recuerdo y ponen en marcha una necesidad de no saber a través de estrategias de evitación despreocupadas. También para la memoria colectiva y la descripción histórica se plantea el problema de someter al Holocausto en categorías sin sentido en las cuales desaparezcan el horror y el carácter traumático del suceso. Pero no solo la víctima, también el autor y el crimen perpetrado deben ser incluidos en el recuerdo. El recordar crímenes desarrolla una dinámica especial. La defensa ante la culpa y la responsabilidad de los miembros de la generación que estuvo envuelta en el nacionalsocialismo tuvo como consecuencia en la sociedad alemana de posguerra estrategias recordatorias que perjudicaron el sentimiento de realidad de los niños y pusieron en marcha una dinámica transgeneracional con procesos de identificación específicos.  

Ubicar este problema en una realidad traumática diversa para el individuo y para el nivel social, y hacer fructífera una discusión clínico-teórica significa también conducir una lucha para que el recuerdo consiga nuevamente un lugar adecuado en el psicoanálisis. 

1. Introducción 

El psicoanálisis comenzó como una teoría del trauma. Si –según el famoso dicho freudiano– los histéricos sufren de reminiscencias, entonces es el recuerdo el que inviste de una cualidad patógena. Después que Freud abandonó la búsqueda de escenas sexuales infantiles traumatizantes y la teoría de la seducción, el psicoanálisis se extendió hacia la investigación de la realidad psíquica. Con el concepto de transferencia, Freud descubrió una nueva dimensión del recuerdo, es decir, su repetición en el actuar. Si para él, la meta del tratamiento siempre fue hacer conscientes los recuerdos reprimidos, la teoría del tratamiento analítico ha tomado en lo sucesivo un desarrollo distinto, porque al concepto de transferencia le era inherente una dinámica específica. La correspondiente relación terapéutica influyó en forma creciente en el concepto, y con el reconocimiento de la contratransferencia dio un cambio específico que alejó todavía más a la relación analítica desde el pasado hacia el aquí y ahora. El recuerdo de la historia vital individual perdió, por ello, su significado terapéutico central. 

Y, sin embargo, había un lugar en el cual este recuerdo persistía como el problema no desestimable a resolver: la traumatización del hombre. Cierto es que Freud se ocupó constantemente del trauma; en especial, la catástrofe de la Primera Guerra Mundial y la 

amenazante barbarie del nacionalsocialismo lo indujeron hacia el tema. Pero nunca sistematizó una teoría del trauma. Además, llevó determinados interrogantes como el del sueño postraumático y la neurosis traumática a un terreno en el cual no quiso continuar. De este modo, la teoría traumática permaneció mucho tiempo como un desiderátum de la investigación analítica y el trabajo con la violencia política y social así como sus consecuencias no tuvieron la importancia que debió verdaderamente corresponderles en el psicoanálisis. Una causa esencial para ello reside en la posición enfrentada en la que se encontraron la realidad psíquica y la realidad externa. La mayoría de los analistas dirigieron su mirada, más o menos, exclusivamente hacia el mundo interno y hacia la cuestión de la influencia de las fantasías inconscientes sobre las percepciones y la forma que toman las relaciones objetales internas. El incluir la realidad externa hubiera sido interpretado como un ataque a la realidad psíquica y al significado del inconsciente. Esta actitud se manifiesta con la mayor claridad en la comprensión del abuso sexual (Simon, 1992; Bohleber, 2000).  

Con las catástrofes y experiencias extremas que los hombres vivieron y sufrieron en el siglo XX, el trauma se transformó en una marca característica. No solo el psicoanálisis, también otras ciencias humanas tuvieron aquí su necesidad de recuperar la investigación y la comprensión. Las consecuencias psíquicas de las dos guerras mundiales obligaron a ocuparse terapéutica y teóricamente con estas traumatizaciones; pero, sin embargo, poco tiempo después se apagó cada vez más el interés. Así se estableció, por ejemplo, recién después de la guerra de Vietnam el diagnóstico de trastorno de estrés postraumático en la nomenclatura psiquiátrica, que tuvo como consecuencia una abundante investigación de ese síndrome. Pero en el centro de esta marca del siglo XX está el crimen del Holocausto del nacionalsocialismo. La deportación a los campos de concentración y el asesinato de millones de judíos trajeron con ellos daños inimaginables y sufrimiento para las víctimas. La ayuda terapéutica a los sobrevivientes confrontó con experiencias extremas y sus consecuencias, que hasta ahora no eran conocidas. El trauma y el dominio a través de la memoria conciernen no sólo a las víctimas sobrevivientes mismas, sino que tuvieron también consecuencias específicas para sus hijos y nietos. A su vez enfrentó a los miembros del pueblo actor con una historia de asesinatos sin igual, cuyas consecuencias son perceptibles en hijos y nietos de la generación de autores. Los hechos, la defensa frente a la culpa y la responsabilidad, así como la desmentida y el olvido, han grabado no solo la memoria individual y familiar, sino también la colectiva de la sociedad alemana de posguerra, en la que el recuerdo doloroso y vergonzoso de su responsabilidad en la historia criminal desarrolló una especial dinámica a través de las décadas. El Holocausto ha transformado el recordar en un particular mandamiento moral.  

Con estas observaciones iniciales quiero bocetar el marco para mi siguiente exposición, la que se ocupa con el concepto de recuerdo, recuerdo y reconstrucción en el psicoanálisis, así como su especial significado en las traumatizaciones y su tratamiento. La dinámica del trauma y el recuerdo para la memoria colectiva es discutida al final. 

2. La teoría del recuerdo en Freud y la función terapéutica del recuerdo 

Para Freud, la meta de la cura analítica siempre fue hacer conscientes los recuerdos reprimidos de los tiempos tempranos de la mente. Un motivo para ello hay que buscarlo en su teoría del recuerdo. Las percepciones, según Freud, se depositan en la memoria como huellas mnémicas. Si bien son copias de impresiones primitivas, nunca son depositadas como elementos aislados, como en una simple teoría de los engramas. Freud supone muchos sistemas de recuerdos conectados unos con otros, que almacenan las mismas huellas mnémicas como duplicados múltiples que se ordenan según determinados principios. El primer sistema asocia los elementos según el principio de simultaneidad, los sistemas consecutivos los representan según otra forma de su conjunción, por ejemplo, según relaciones de similitud (Freud, 1909, p. 544) o contigüidad (Freud, 1899, p. 537). Los recuerdos de vivencias e impresiones pasadas pueden en principio ser evocados de nuevo sin modificar. El hecho de que esto no sea lo regular tiene que ver con los deseos inconscientes, los que se unen con los elementos del recuerdo y llevan a sus desplazamientos y represiones. El resurgimiento de recuerdos está unido, entonces, con el destino de los deseos pulsionales. La autenticidad de las escenas infantiles y su reconstrucción es relevante para Freud en la medida en que solo el análisis de los procesos que las desfiguran hace reconocible el deseo inconsciente4. En Recordar, repetir, reelaborar (1914), Freud (A. E., XII, p. 150) señala como la meta del tratamiento analítico “llenar las lagunas del recuerdo” a través de la superación de resistencias reprimidas. El paciente debe recordar determinadas vivencias y las emociones por ellas causadas, pues solo por eso se convencerá de que la aparente realidad es en verdad “reflejo de un pasado olvidado” (Freud, 1920, p. 16) (A. E., XII, p. 150). Lo que es recordado no son los sucesos o hechos en sí, sino su elaboración psíquica. Freud habla en forma generalizada de “predecesores psíquicos” como, por ejemplo, la obstinación de un paciente cuando niño contra la autoridad de sus padres. Exactamente en esto se asienta para él también la verdad histórica de los recuerdos y no solo en una reproducción veraz de los hechos objetivos. Freud celebra como “un triunfo de la cura cuando consigue tramitar mediante el trabajo del recuerdo algo que el paciente preferiría descargar por medio de una acción” (1914, p. 133) (A. E., XII, p. 155). Claro que esto no funciona siempre, pues frecuentemente lo olvidado y reprimido no se reproduce precisamente como recuerdo, sino que se repite como un acto. La compulsión a la repetición reemplaza el impulso al recuerdo, y la transferencia se vuelve su lugar de acción. Su interpretación conduce entonces “al despertar de los recuerdos, que, vencidas las resistencias, sobrevienen con facilidad” (ídem, p. 135) (A. E., XII, p. 156). Años más tarde Freud (1937, p. 44) (A. E., XXIII, p. 260) escribe en forma más discreta en lo que se refiere al despertar de los recuerdos, como en Construcciones en el análisis: Si bien, “lo deseado es una imagen confiable e íntegra en todas sus piezas esenciales, de los años olvidados de la vida del paciente”, en algunos casos hay que limitarse a las construcciones. Esto produce en verdad una “pulsión emergente de lo reprimido”, la que “había querido transportar aquellas sustantivas huellas mnémicas” (A. E., XXIII, p. 268), pero con frecuencia queda oculta. El devenir consciente, entonces, abre paso solamente hasta “cierta convicción del paciente sobre la verdad de la construcción” (ídem, p. 53) (A. E., XXIII, p. 267). Este recurso apunta a la teoría del recuerdo de Freud; para él, los recuerdos son recatectización de huellas mnémicas duraderas, las que son entendidas como copias de los antiguos procesos psíquicos. Recién a través del levantamiento de la represión y la insistente elaboración del conflicto puede ser reproducido el pasado, pero sin experimentar una perífrasis a través de la recatectización en la conciencia (Freud, 1920, p. 24; 1923, p. 247).  

Freud nunca unificó su teoría del recuerdo. Paralelamente a esta concepción predominante se encuentran todavía ideas y modelos alternativos a los que adhieren más tarde posteriores investigaciones. 

1) Si un recuerdo es reproducido como un hecho a través de la repetición, así se lo integra en una relación terapéutica actual plena de sentido. Por ello el presente no solo tiene la función de despertar el recuerdo y con eso el pasado olvidado, sino que fuerza al proceso psíquico del pasado hacia la actual estructura de sucesos, lo forma, y transforma con esto su significado. La experiencia pasada es adaptada activamente en el contexto de la experiencia vital actual. Freud habla, también, por ello en algunos lugares de un proceso de transformación de recuerdos. Así expresa en las cartas a Wilhelm Fliess que el material preexistente de huellas mnémicas de cuando en cuando experimenta “un reordenamiento según nuevos nexos, una retranscripción” (Freud, 1895, p. 217) (A. E., I, p. 274). Esta inscripción es el resultado psíquico de sucesivas épocas de la vida. De este modo, se forman en la pubertad fantasías más allá de la infancia y las huellas mnémicas son, de esta manera, “sometidas a un complejo trabajo de refundición” (Freud, 1909, p. 427)5 (A. E., X, p. 162). En estas ideas alternativas aparece una moderna comprensión del recuerdo como una construcción determinada a través del presente.  

2) Esta suposición de una transformación retrasada de los recuerdos remite al concepto de Freud del a posteriori. A través de un suceso terrible o desconcertante luego de la época de la maduración sexual, una temprana escena infantil de contenido sexual que al principio no puede ser integrada en una relación significativa gana, a posteriori y retroactivamente, un resultado traumático. Las impresiones provenientes de una época presexual contienen, entonces, “cobran como recuerdos una violencia traumática” (Freud, 1895, p. 194) (A. E., II, p. 149). Esta concepción del a posteriori fue extendida, sobre todo, en el psicoanálisis francés hacia una teoría propia del après-coup (en francés en el original) y hacia un agregado retroactivo de un nuevo significado. Por otra parte, el concepto fue desprendido en gran medida de su unión causal con escenas de la historia vital separadas temporalmente una de otra y extendida su secuencia temporal hacia una “asociación reticulada” (Green, 2002, p. 36).  

3. La “colonización del pasado”6 por medio del presente en las teorías clínicas actuales del psicoanálisis 

En esta parte quisiera reproducir el destino del recuerdo como uno de los factores curativos en el desarrollo de la teoría clínica; con ello me limito a algunas posiciones importantes de las mainstreams (en inglés en el original) y dejo sin mencionar ramificaciones. En la psicología del Yo el punto esencial en el trabajo analítico se traslada desde sucesos de la historia vital recordados una y otra vez, poco a poco, hacia la reconstrucción. Un suceso psíquico infantil de lo más significativo constituye, a través de su unión con una fantasía inconsciente, una muestra dinámica compleja que se adapta cada vez más con el correr del posterior desarrollo psíquico y por ello se ve transformada. La reconstrucción busca comprender esta muestra y sus elaboraciones partiendo del material de la sesión analítica para poder desandar retroactivamente hasta la experiencia original y a las fantasías inconscientes a ella ligadas. La historia real del efecto de este complejo dinámico se entiende como la historia causal. Con tal motivo, recuerdo y reconstrucción alcanzan una fuerza probatoria terapéutica que los ha colocado en una relación causal directa con los continuos efectos psíquicos del acontecimiento (Kris, 1956; Arlow, 1991; Blum, 1994). 

Esta concepción de la efectividad terapéutica del recuerdo y reconstrucción se vio afectada masivamente con el surgimiento de la más nueva psicología de las relaciones objetales y el giro narrativo y constructivista. Según la comprensión narrativa nunca entramos en contacto con el recuerdo de los hechos en su lugar, solo con la descripción hecha por el paciente. Por esto, la verdad no es algo escondido a ser descubierto en forma directa; en cambio, siempre está incluida en una narración que recién gana validez de verdad cuando el paciente logra su comprensibilidad y un fragmento vital narrativo que permanece aislado adquiere, por este motivo, un significado más coherente (Spence, 1982). 

En la relación transferencial, las tempranas formas de experiencia son casi personificadas en un contexto narrativo. La claridad histórica no tiene lugar a través del descubrimiento del pasado, el que equivale a un trastorno del presente. La transferencia no es para Roy Schafer (1982) una máquina del tiempo para el retorno hacia el pasado (Freeman, 1984), sino el resultado del necesario movimiento circular. Presente y pasado se construyen mutuamente. Como en un círculo hermenéutico siempre vemos el pasado con una preconcepción actual, la que por otra parte está impregnada de pasado. Con esta concepción del recuerdo se borra del campo visual el descubrimiento de los sucesos reales. La historia real es reemplazada por la historia narrativa. El marco de la realidad narrativa no puede ser abandonado y la referencia al mundo de lo real se mantiene en silencio. El problema básico de tal concepción del psicoanálisis, tanto narrativa como constructivista, está en la exclusión o en el oscurecimiento de la referencia a la realidad detrás de la narración. 

La investigación del funcionamiento combinado de la transferencia y la contratransferencia ha surgido en forma creciente como el punto terapéutico esencial en el desarrollo de la técnica analítica. Una observación cada vez más fina y la formulación de microprocesos mentales, y la dinámica de su desarrollo en la relación terapéutica, incluyen, también, el material emergente de la historia vital. Que los recuerdos no se comprenden sin el contexto en el que aparecen, es conocido desde hace mucho. Pero ahora se describe la intensidad con que es dirigida la aparición de los recuerdos a través de la dinámica inconsciente desplegada en la relación de transferencia y contratransferencia. Además, el análisis ya ha esclarecido trastornos acerca de cómo el material autobiográfico puede ser tan desfigurado y mutilado por procesos de escisión. También falta con frecuencia el espacio psíquico de una triangulación mental ausente, en el que en principio se haga posible un discurso interpretable sobre los recuerdos. 

El camino de un manejo terapéutico hacia un análisis de las relaciones de objeto en el aquí y ahora de la transferencia y contratransferencia tiene una mayor expresión en el psicoanálisis británico y sobre todo en la escuela kleiniana. El paciente conforma inconscientemente la relación con el analista de modo que transfiere su mundo interno como una situación entera del pasado al presente. Se formula explícitamente que el presente es una función del pasado, pero lo que así se entiende es que el presente contiene en forma más o menos completa al pasado y esto se despliega en el aquí y ahora de la relación analítica. El pasado ha perdido desde la técnica de tratamiento todo significado propio. Con la interpretación de la transferencia en el aquí y ahora de la situación analítica, pasado y presente son interpretados al mismo tiempo. Los dos aparecen, más o menos, uno en el otro. Un recurso reconstructivo del pasado histórico cae bajo sospecha de ser un movimiento defensivo. Principalmente, entonces, una reconstrucción está solo al servicio de mediar el sentimiento de la propia continuidad e individualidad del paciente (Joseph, 1985; Riesenberg Malcolm, 1988; Birksted-Breen, 2004). 

Como resultado de este corto resumen podemos sostener que en la mayoría de las concepciones terapéuticas actuales se han dejado al margen el recuerdo de la historia vital y la reconstrucción de la historia del paciente; y que a la terapéutica se la considera como secundaria. Las investigaciones neurales y cognitivas más recientes sobre la memoria parecen, ahora, suministrar para este punto de vista hipótesis y resultados que son comprendidos como una confirmación llegada desde afuera. La formación de modelos clínicos que se apoyan en esto procede de que las relaciones objetales reales tempranas se depositan como recuerdos “implícitos” o “de procedimiento” (como ya lo ha dicho Sandler, 1998), o como implicit memory objects (en inglés en el original) (Pugh, 2002) en la memoria no declarativa. Ellos influyen las actuales vivencia y conducta, sin que representen al pasado como recuerdos accesibles a la conciencia. Reaparecen en la transferencia como esquemas de relación implícitos actuados (entre otros Stern, 1998). En la memoria declarativa, por el contrario, se almacenan los recuerdos autobiográficos y episódicos. Si, ya Freud se apartaba de un modelo unitario en el sistema de memoria, en lo sucesivo son ubicadas las muestras actuales de relaciones objetales o enactments (en inglés en el original) en la transferencia y los recuerdos autobiográficos, en dos procesos de recuerdo fundamentalmente diferentes. La relación entre una repetición de acción moderada de viejos esquemas de relación en el aquí y ahora, y el recuerdo de historias vitales parece desaparecer ampliamente (Fonagy, 1999, 2003; Gabbard & Westen, 2003). Desde este punto de vista, el cambio psíquico resulta de la interpretación e influencia de los modelos mentales de las relaciones objetales, como si ellos estuvieran anclados en la memoria implícita. El recuerdo autobiográfico se convierte en puro epifenómeno. Cabe preguntarse ante estas nuevas concepciones, si no es ir demasiado lejos cuando se declara al recuerdo de la historia vital y la posibilidad de reconstruir la realidad histórica, al menos por acercamiento, como terapéuticamente irrelevante. El psicoanálisis, alguna vez aparecido para destapar recuerdos infantiles reprimidos, se encuentra en peligro de transformarse en una técnica de tratamiento que se desconecta de la historia propia.7

Pero el “allí y hace tiempo” no aparece ni como “aquí y ahora”, ni en la transformación del recuerdo a través de la dinámica de la situación actual. A pesar del empleo de la interpretación a través del presente, el pasado conserva un valor propio. Aun cuando la teoría de Freud de la huella mnémica hoy cayó en desuso y la comparación metafórica del trabajo del analista con el del arqueólogo seconsidera como no adecuada, es concebido, sin embargo, algo en la metáfora de la huella que procede del saber clínico. La “huella” carga con un momento de desamparo del pasado, algo que no es asegurado por las modernas teorías del recuerdo de la transferencia y las construcciones. Por un lado, se trata de promesas no cumplidas, de proyectos de vida perdidos o de los incomprensibles mensajes del otro (Laplanche, 1992) que constituyen un valor hermenéutico propio del pasado; por otro lado, los recuerdos traumáticos pueden ejercer un poder destructivo e irrumpir intrusivamente en el contexto vital actual sin ser mediados por él. El trauma es un factum brutum que no puede ser integrado en el momento de la vivencia en una relación significativa, porque atraviesa la textura mental. Esto establece condiciones especiales para esos recuerdos y la integración a posteriori en la vivencia actual. Trataré estas cuestiones a continuación. Quisiera comenzar con algunas observaciones sistemáticas sobre la comprensión moderna de los recuerdos. 

4. Recuerdos entre el pasado y el presente. Resultados de las investigaciones en las ciencias cognitivas  

Las ciencias neurológicas y cognitivas han hecho innovadores descubrimientos en los últimos diez años, que han ampliado y también revolucionado nuestro saber sobre el modo de funcionar de nuestro cerebro. Los modelos topológicos del almacenamiento fueron sustituidos por una concepción mucho más dinámica y flexible del recuerdo y la memoria. A partir de esto, hoy ya no nos basamos más en recuerdos como una impresión o una huella que se almacena en la memoria para luego ser despertada a través de un llamado y retornar a la conciencia. El proceso del recuerdo se trata de una interacción de lo más compleja entre las circunstancias vitales actuales, entre lo que se espera recordar y lo que se ha conservado del pasado. El investigador cognitivo David Schacter (2001, p. 21) escribe:  

Nuestro cerebro trabaja distinto. Seleccionamos elementos llave de nuestras vivencias y los almacenamos. Entonces, en lugar de sencillamente pedir copias de ellas, creamos nuestras vivencias renovándolas o reconstruyéndolas. En el proceso de reconstrucción encauzamos a veces sentimientos, convicciones o también informaciones que hemos generado con la experiencia. En otras palabras, desfiguramos nuestros recuerdos del pasado al atribuirles emociones e informaciones que hemos adquirido recién a posteriori8.

Algunos concluyen, a partir de los hechos de la investigación neurológica sobre la construcción de recuerdos, que se ha vuelto obsoleta la cuestión de la verdad en el sentido de la correspondencia entre los recuerdos y los sucesos del pasado. Los recuerdos son concebidos como construcciones narrativas cuyos agujeros, que se establecen por los olvidos, son rellenados narrativamente y producen un sentido que le corresponde a la situación actual del Yo9. Con esta concepción, también, la diferencia entre recuerdo e interpretación amenaza con ser allanada casi completamente. Pero un análisis más detallado de las investigaciones empíricas sobre la memoria autobiográfica apenas sostiene esta visión del tema10. Además, surge la impresión de que así no se diferencian génesis y efecto. Aunque el cerebro construye los recuerdos, ellos tienen sin embargo un proceso de origen y resultado que se mantienen separados, de lo contrario se está sujeto a un sofisma genético. Debido a las investigaciones empíricas, la pregunta sobre la exactitud y confiabilidad de los recuerdos autobiográficos no tiene una única respuesta. El debate acerca de esto consiguió resonancia sobre todo en el curso de la discusión científica y social sobre los recuerdos de los abusos sexuales. Loftus (1994) ha demostrado con sus trabajos que los recuerdos pueden ser influenciados por una constante mala interpretación producto de la sugestión. Pero otros estudios sobre la sugestibilidad han suministrado firmes hallazgos acerca de que los recuerdos de sucesos reales se diferencian de los sugeridos a través de las diversas y detalladas imágenes de representaciones (Schacter, 2001). Shevrin (2001) enfatiza el concepto de que la información equivocada influye en verdad sobre el informe de los recuerdos, pero no necesariamente cambia la huella mnémica misma. Pues los experimentos muestran que los recuerdos verdaderos dejan una menory signature (en inglés en el original), cosa que falta en los así llamados falsos recuerdos.11

Para nuestro tema son de particular interés las investigaciones que muestran que la exactitud de un recuerdo se establece con frecuencia en relación directa con la excitación emocional que surge durante un suceso. La intensidad emocional, la interpretación personal, así como el contenido sorpresivo y el peso de las consecuencias de un suceso, son determinantes decisivos. Las vivencias que se destacan por esto pueden ser recordadas por largo tiempo con gran exactitud y en forma detallada.12 Junto a esto desempeñan un papel central las representaciones visuales intensas. Estos factores actúan en una mayor medida en el registro de vivencias traumáticas. Sin embargo, las relaciones entre suceso y recuerdo son aún más complejas que en las vivencias emocionales de cualidad no traumática. El debate sobre esto no está unificado. Un grupo de argumentos expresan que, en principio, los recuerdos traumáticos no pueden normalmente ser recordados en forma coherente. El suceso sería representado en la memoria implícita, los recuerdos explícitos por esta causa faltan provisionalmente, como por ejemplo en la amnesia psicógena, cuya presencia vale como indicio de experiencia traumática. Los resultados de las investigaciones empíricas en gran medida no confirman este argumento.13 Ellos muestran mucho más que los recuerdos de episodios o acontecimientos traumáticos extremadamente estresantes son predominantemente muy detallados, constantes y, en la medida en que son criticables, son, también, relativamente confiables. Por otra parte, puede ocurrir aquí, como en otros recuerdos, que se caiga en el error y en el proceso del olvido con el correr del tiempo. En los sucesos con una alta intensidad afectiva se llega desde el punto de vista neurobiológico a una valoración emocional preatentiva y subcortical de los estímulos más detallados. La activación de la amígdala lleva a un mejoramiento de la capacidad de recordar. El arousal (en inglés en el original) más fuerte e intenso aumenta el recuerdo de los core features (en inglés en el original) de los hechos. Los aspectos centrales del recuerdo y de la vivencia mejoran; por el contrario, los detalles que no están en relación con el núcleo de los sucesos se conservan peor. El factor decisivo es que el Yo durante el suceso traumático debe poder mantener aun al menos su función de observador. Laub y Auerhahn (1993) ordenan los recuerdos en un continuo de acuerdo con la distancia psíquica del trauma. Traumatizaciones extremas pueden desmoronar también al Yo observador; de lo que resultan solo fragmentos de recuerdos lejanos al Yo. Las amnesias psicógenas pueden también aparecer como el resultado de sucesos traumáticos. Pero, como se muestra en algunas investigaciones, ellas son poco frecuentes. Igualmente, hay recuerdos reprimidos y disociados que pueden reaparecer y ser verificados a través de una confirmación externa. Por otra parte, nosotros encontramos también lo contrario: es decir, recuerdos reaparecidos que no se pueden confirmar.15 Los niños después del tercer año de vida pueden recordar bien los sucesos traumáticos y sus representaciones del suceso nuclear son por norma confiables. No puedo discutir aquí si con los niños debemos considerar una producción acumulada de amnesia luego de experiencias en extremo estresantes.16

Sobre las bases de los resultados de esta investigación tenemos la siguiente conclusión: los recuerdos traumáticos constituyen un grupo especial de experiencias que son codificadas en forma preferencial y por regla muy detalladas y conservadas largo tiempo con gran exactitud. Se diferencian de otros procesos de recuerdo pero no en sus fundamentos, se basan más bien en que los mecanismos de memoria constituyen un grupo de procesos neurocognitivos en el cual los decursos de codificación, consolidación y evocación son específicamente unificados (Volbert, 2004, p. 138). Ello significa que la crítica y disponibilidad de las experiencias traumáticas no sucumben al proceso ya establecido de inscripción y transformación de los recuerdos a través de la situación actual correspondiente. El presente puede ejercer solo en forma muy limitada su función como foco hermenéutico en el cual el pasado es percibido y estructurado por recuerdos traumáticos.

5. Teorías psicoanalíticas del recuerdo traumático 

Los resultados de las investigaciones cognitiva y neurobiológica descriptos nos insinúan que, en principio, no podemos considerar que las experiencias traumáticas tienen una elaboración diferente de las no traumáticas; pero, sin embargo, todavía aguardan las divergencias existentes en el registro y, eventualmente, una obstaculización de los procesos mentales normalmente en curso. Si los sucesos traumáticos son guardados en la memoria en forma constante, detallada y relativamente precisa se trata, sobretodo, de recuerdos de hechos, pero no aún de la descripción de la realidad psíquica de la experiencia traumática. ¿Cómo es descriptible psicoanalíticamente el núcleo vivencial interno de tales experiencias de espanto, dolor, pérdida y angustia de muerte, que revolucionan el equilibrio mental? ¿Qué papel cumplen los afectos, las operaciones defensivas y las fantasías inconscientes que entran en juego? Antes de internarme en el tema quisiera presentar los dos principales modelos de trauma que encontramos en la teoría psicoanalítica, y construir el fundamento para las discusiones siguientes.  

5.1 El modelo psico-económico de trauma de Sigmund Freud 

Freud concibió en 1895 al recuerdo del trauma como un cuerpo extraño en el entramado psíquico que desarrolla sus efectos durante largo tiempo, hasta que pierde su estructura de cuerpo extraño a través de un recuerdo afectivo y la abreacción del afecto atrapado. Él perfeccionó este modelo, desde el punto de vista psico-económico, más tarde en Más allá del principio de placer (1920). Entonces aparece el concepto de cuerpo extraño como una cantidad de excitación psíquica extraordinaria no ligada que rompe la protección contra los estímulos del Yo. La fuerza invasora de la cantidad de excitación es demasiado grande para ser manejada y ligada psíquicamente. Sin embargo, para dominar la tarea de ligazón psíquica, el aparato regresa a formas primitivas de reacción. Freud introduce el concepto de compulsión a la repetición para describir la especificidad de estas vivencias más allá de la dinámica placer-displacer. A través de la compulsión a la repetición se actualiza la vivencia traumática con la esperanza de ligar, así, psíquicamente la excitación y poner en funcionamiento nuevamente el principio de placer; como, también, las formas de reacciones mentales ligadas. El trauma no solamente altera la economía libidinal, sino que amenaza la integridad del sujeto de una forma radical (Laplanche & Pontalis, 1973). En Inhibición, síntoma y angustia (1926) Freud retoma el concepto de angustia automática, de la forma en que lo había desarrollado para las neurosis actuales. Debido a la enorme cantidad de excitación en la situación traumática se origina una angustia masiva. Ella inunda al Yo, que es abandonado sin protección y se encuentra absolutamente indefenso. La angustia automática tiene un carácter indeterminado y no tiene objeto. En un primer intento de dominio, el Yo trata de transformar la angustia automática en angustia señal, lo que determina que se pueda transformar la absoluta indefensión en una expectativa. La actividad interna que el Yo desarrolla con ello es “una repetición morigerada […] del trauma […] con la esperanza de poder guiar de manera autónoma su decurso” (Freud, 1926, p. 200) (A. E., XX, p. 156). De este modo, la situación de peligro externo adquiere un carácter más íntimo y alcanza significado para el Yo.17 La angustia es simbolizada y no queda indeterminada y sin objeto. Con esto, el trauma obtiene una estructura hermenéutica y es dominable. Con razón Baranger, Baranger & Mom (1988) han concluido que resulta central para la experiencia traumática este aspecto económico de la angustia automática. Ellos designan como “trauma puro” a la situación de angustia con su indeterminación psíquica y pérdida de objeto. El traumatizado intenta domesticar y calmar el trauma puro, al darle un nombre e incluirlo en un sistema de manejo comprensible y causal. Los autores hablan de una paradoja: el trauma es verdaderamente intrusivo y extraño, pero, en tanto permanece extraño, es reactivado e invade como repetición sin que se le pueda dar palabra. Ya que el hombre no puede, en términos generales, vivir sin explicaciones, intenta darle al trauma un sentido individual e historizarlo. Esa historización a posteriori está constituida, la mayoría de las veces, por recuerdos encubridores. Es la tarea del proceso analítico reconocer estos recuerdos encubridores como tales y reconstruir la historia auténtica, con lo cual la historización permanece en el futuro internamente no aislada. 

Freud ha descripto repetidas veces en Inhibición, síntoma y angustia que la indefensión vivenciada por el Yo es una consecuencia de una pérdida de objeto. Si extraña a la madre, el Yo infantil no estará más totalmente indefenso, sino que puede ocupar la imagen de ella. En la verdadera situación traumática no hay objeto disponible que pueda ser extrañado. La angustia permanece como la única reacción (Freud, 1926, p. 203). Este tipo de pérdida total de un objeto interno protector está en el centro del segundo modelo de trauma. 

5.2 El modelo de trauma de la teoría de las relaciones objetales

Con el desarrollo de la teoría de las relaciones objetales fueron rechazadas las consideraciones sobre una intolerable cantidad de excitación que ahoga al Yo. Nunca más es la vivencia chocante, como un accidente, el modelo paradigmático, sino la relación de objeto. Ferenczi se adelantó aportando observaciones muy tardías sobre la investigación del trauma. Balint (1969) fue el primero que lo siguió en esto. Él destacó que la cualidad traumática de una situación depende de que haya existido una relación intensa entre el niño y el objeto. La relación de objeto en sí misma conserva con ello un carácter traumático. Como posteriores investigaciones (Steele, 1994) confirmaron, las heridas del niño por castigo corporal no están en primera línea como causantes de un trastorno traumático, sino que el elemento patógeno más fuerte es el maltrato o el abuso provenientes de una persona que en verdad se necesita para protección y cuidado. Este punto de vista amplía la comprensión de la realidad psíquica en una situación traumática. Cuanto más masivo es el trauma, más fuerte se ve dañada no solo la relación de objeto sino, también, se desmorona la seguridad protectora que da la comunicación interna entre el Self y la representación de objeto. A partir de esto surgen islas de experiencia traumática que están ajenas a la comunicación interna. 

El planteo de la teoría del trauma que hace el modelo de las relaciones objetales puede ser mejorado con las investigaciones de traumatizaciones extremas, como las sufridas en el Holocausto. Una consecuencia psíquica central de este tipo de experiencias es el desmoronamiento de los procesos empáticos. La díada comunicativa entre el Self y su objeto bueno interno se ve separada, lo que lleva consigo una absoluta soledad interna y extremo desconsuelo. El objeto bueno interno enmudece como mediador empático entre el Self y el medio ambiente y se daña la confianza en la presencia continua del objeto bueno y la posibilidad de expectativa en la empatía interhumana.18 Esta concepción nos ayuda a comprender mejor el núcleo de la experiencia de las traumatizaciones masivas. Él se compone de una zona de experiencia apenas comunicable: un aislamiento catastrófico, un abandono interior, por lo que el Self no solo es paralizado en sus posibilidades de manejo sino aniquilado, acompañado por angustia de muerte, odio, vergüenza y desesperación. O como es formulado por Sue Grand (2000), surge una zona muerta, casi autística, un no-Self sin la existencia de una capacidad comprensiva del otro. 

Las concepciones de las teorías de las relaciones objetales representan un gran avance en la comprensión del trauma. Sin embargo, necesitamos de los dos modelos, tanto de la teoría de las relaciones objetales como del modelo psico-económico para conceptualizar la experiencia masivamente traumática que rompe con las bases de la expectativa al destruir la confianza en el mundo, mediador simbólico colectivo que nos une preconscientemente. El trauma representa hasta aquí una especial dificultad en lo que se refiere a toda teoría hermenéutico-narrativa y constructivista, ya que ellas no pueden comprender el colapso del proceso constructivo mismo con el cual generamos significados.19 El elemento destructivo, con fuerza traumática inmediata, permanece como un “demasiado”, un exceso masivo, que rompe la estructura mental y no puede ser ligado por el significado. 

6. La enormidad de los recuerdos traumáticos: el problema de la reconstrucción, narración e integración mental 

A partir de las investigaciones psicológico-cognitivas, he sacado la conclusión de que, en proporción al material no traumático, el traumático es en verdad desviado, pero no es codificado en una forma totalmente distinta y vuelve a ser evocado. Antes de que investigue psicoanalíticamente más de cerca esta circunstancia quiero presentar una concepción del trauma que, a causa del “demasiado” de una excesiva excitación, supone una cancelación diferente de la experiencia traumática. Van der Kolk y otros (1996), a partir de sus investigaciones, llegan a la hipótesis de una memoria traumática específica, en la que se conserva el recuerdo traumático en forma diferente a la memoria explícita autobiográfica. La extrema excitación separa al recuerdo en elementos somato sensoriales diversos y aislados, en imágenes, estados afectivos, sensaciones somáticas así como olores y sonidos. Van der Kolk supone que estos recuerdos implícitos coinciden con la experiencia de los hechos14, pero en esta forma ellos no pueden ante todo ser integrados en un recuerdo narrativo. El resultado es un contenido de recuerdos traumáticos no simbólico, inflexible e inmodificable, porque es eliminado el Self como autor de la experiencia en el momento del suceso traumático. La esencia de esta concepción es que el trauma queda grabado, en cierto modo, con una exactitud intemporal y simultáneamente textual de la memoria. La exactitud inmodificable del recuerdo parece testimoniar la existencia de una verdad histórica que no es modificada o agrandada por el significado subjetivo, por el propio esquema cognitivo y las fantasías inconscientes. El significado simbólico autobiográfico es eliminado, y por ello, como Ruth Leys (2000, p. 7) describió, se dan a conocer muchas teorías actuales del trauma con un fundamento causal-mecanicista. Contra este modelo de memoria traumática se opone que los sucesos significativos emocionalmente y ricos en estrés, por regla, se mantienen en forma duradera y pueden ser recordados explícitamente, aunque no se pone en tela de juicio si ocurre la amnesia psicógena.20 Aunque la tesis de una memoria traumática especial es recogida enteramente por analistas21 lleva, sin embargo, a una serie de supuestos psicoanalíticos apenas sostenible. Por cierto, se puede basar en que la función integrativa de la memoria es apagada durante la situación traumática debido a la excesiva excitación y desarrolla en un estado disociativo del Self unido a despersonalización o desrealización. Si estos estados escindidos del Self se reactivan, aparecen también como consecuencia, frecuentemente, estados de conciencia alterados o los recuerdos traumáticos irrumpen repentinamente en la conciencia. Pero estas intrusiones no son puras repeticiones porque los flaschbacks22 (en inglés en el original) pueden ser coloreados por influjos sociales externos. Lansky (1995) ha probado que las pesadillas crónicas postraumáticas no solo reproducen recuerdos cargados de afecto y son repeticiones visuales de escenas traumáticas, sino que tales traumas también subyacen al trabajo del sueño.  

Este estado de cosas fundamenta la tesis basada en el psicoanálisis de que las experiencias traumáticas y sus recuerdos están realmente sujetos a limitaciones y operaciones específicamente psicodinámicas, pero no son descartados por completo del flujo del resto de la dinámica mental y de la deformación a través de las fantasías conscientes e inconscientes23. Como se mostró, Freud ya había definido el trauma psíquico no como una vivencia diferenciada a través de propiedades generales del psiquismo, sino como una especie de “externo-interno”, que se ha construido como una “espina en la carne”24 (Laplanche, 1970). Freud cualificó al material traumático como cuerpo extraño en el entramado psíquico, pero restringió la metáfora: “La organización patógena no se comporta genuinamente como un cuerpo extraño, sino mucho más como una infiltración […]. La terapia no consiste entonces en extirpar algo –hoy la psicoterapia es incapaz de tal cosa– sino en disolver la resistencia y facilitar a la circulación el camino por un ámbito antes bloqueado” (Freud, 1895, p. 295) (A. E., II, p. 296). 

Los recuerdos traumáticos desarrollan una dinámica propia. Como “dentros” aislados y escindidos son una adaptación hecha a través de uniones asociativas consecuencia de nuevas experiencias o eludidas a través de la represión. Tales transformaciones llegan aquí muy limitadas o no resultan para nada, pues estos sectores de cuerpos extraños escindidos muestran alguna característica específica. Yo quisiera extraer tres, pero al mismo tiempo remarco que no me permito ninguna descripción abarcativa de la fenomenología o de la sintomatología de los estados traumáticos. Trato aquí, solo y únicamente, sobre operaciones mentales específicas.  

Con frecuencia observamos una regresión al pensamiento omnipotente como defensa ante el 

desamparo intolerable. El traumatizado entretanto les atribuye la culpa a los acontecimientos, el sentimiento de dependencia pasiva ante la entrega es transformado en una actividad productiva propia.25 En el instante del suceso traumático también puede aparecer amenazante una fantasía que permaneció reprimida largo tiempo con íntima convicción o una representación central de angustia y soldarse con el material traumático intrusivo. A partir de esto surgen entonces convicciones escindidas o recuerdos encubridores. 

La paralizada actividad mental del Self traumatizado produce el enfriamiento del sentimiento de temporalidad y causa una detención del tiempo interno. Se lo describe frecuentemente como la percepción de que una parte del Self no progresa y permanece más o menos igual porque ya no puede enfrentar la vida. Esto se describe también como un “estar a un lado” o una “existencia sombreada”. Langer (1995, p. 66) habla de un estado de obstinación encerrada en sí, una “cámara obturada que no puede escapar de sus propios instantes”. Otros dicen simplemente que su reloj vital se detuvo en el momento de la traumatización. 

En la situación traumática el afectado a menudo no puede mantener las fronteras entre él y el otro. Una excitación extraordinaria y angustia extrema dañan el sentimiento del Self y producen una fusión Self-objeto como núcleo de la experiencia traumática, la que es difícil de volver a disolver y obstaculiza en forma persistente el propio sentimiento de identidad. No puedo seguir describiendo estas operaciones mentales en sectores escindidos inducidos traumáticamente. Me sirven para concretizar lo que quiero decir sobre una transformación mental de los recuerdos traumáticos. Me centro en una posición entre las opiniones polarizadas del investigador empírico del trauma que supone una réplica exacta del acontecer traumático en la memoria y aquellas posiciones que comprenden al trauma solamente en el marco del modo de funcionamiento general de la realidad psíquica. Ninguna de estas posiciones opuestas me parece sostenible en su exclusividad. 

Pues, si nos basamos en una transformación traumática específica de los recuerdos, entonces, se impone la pregunta sobre si es posible y necesaria una reconstrucción terapéutica de los sucesos traumáticos. Los recuerdos traumáticos son activados frecuentemente en el tratamiento analítico a través de actuaciones (enactments, en inglés en el original) en la relación transferencial. El descubrimiento de la realidad del trauma y de los afectos que a ella pertenecen, esto es su historización, ya sea fragmentaria o aproximada, es el requisito para hacer claros y comprensibles la elaboración secundaria y la deformación con fantasías y significados inconscientes que contienen sentimientos de culpa y tendencias al castigo. De esta forma se descentran la fantasía y la realidad traumática y el Yo mantiene un marco de comprensión aliviado. Historización significa también reconocimiento del hecho traumático, comprensión de la vivencia individual y de las consecuencias producidas a largo plazo. Si una tal interpretación reconstructiva tiene éxito, con frecuencia aparecen mejorías asombrosas en el estado de los pacientes, quienes entonces hablan de una sensación de integración mental, un indicio de que se reestructura su organización del Self. Si se vuelve a filtrar una parte traumática encapsulada del Self, también puede entrelazarse asociativamente mejor. Por el contrario, una reconstrucción que no está de acuerdo con los hechos es ineficaz, aun si aparece plena de sentido. ¿En qué está fundamentado esto? Una reconstrucción debe incluir la realidad traumática del paciente y la realidad que coincidentemente causó el trauma. Es necesario reconocer el sufrimiento, verbalizar los recuerdos encubridores y convicciones escindidas y comprenderlas en relación con los marcos traumáticos e interpretarlas. La interpretación debe comprender los elementos inherentes a la experiencia traumática o que fueron auto plasmados en ella con representaciones significativas secundarias. Si, por otra parte, en la terapia es analizada la transferencia y contratransferencia solo en el aquí y ahora de la situación analítica, y por ello se origina una narración plena de sentido sin una reconstrucción de la realidad consciente del trauma, entonces esta narrativa corre el peligro de no delimitar fantasía de realidad y, en el peor de los casos, retraumatizar al paciente. 

7. La representación de los recuerdos traumáticos: memoria generacional y colectiva 

Los así llamados “desastres provocados por el hombre” (manmade disasters, en inglés en el original) como el Holocausto, la guerra, la persecución étnica y política, con sus formas de inhumanidad y destrucción de la personalidad, apuntan a la aniquilación de la existencia social e histórica del hombre. Tales experiencias traumáticas incluidas en un contexto narrativo no pueden resultar bien para al sujeto en un acto individual propio, sino que se necesita también un discurso social sobre la verdad histórica del hecho traumático así como sobre su desmentida y defensa. La explicación científica y el reconocimiento social de la causa y culpa, en general, restituyen, en principio, el marco interhumano y con ello la posibilidad de hacer experimentar sin censura lo que ocurrió en aquel momento. Solo de esta forma pueden volver a regenerarse el conmovido Self y la comprensión del mundo. Si la supremacía de la tendencia social a la defensa domina o si existe el imperativo de silencio, los sobrevivientes traumatizados quedan solos con sus experiencias. En lugar de encontrar apoyo en el otro a través de la comprensión, domina entre ellos, a menudo, como principio de explicación, la culpa propia. Un ejemplo actual lo constituye la sociedad rusa y la faltante discusión abierta sobre el terror estalinista (Merridale, 2001; Solojed, 2006). Debido a que falta el marco colectivo para una discusión tal, así como estructuras y puntos de referencia en los que se pueda garantizar la seguridad a tal discusión, muchas víctimas todavía creen en su propia culpa y, por ejemplo, no pueden entender qué significó “política de limpieza”. 

Los traumatizados no solo son las víctimas de una realidad política destructiva, sino que al mismo tiempo son sus testigos. A menudo se encuentran en la situación de que nadie desea escuchar sus testimonios porque el oyente no quiere cargarse con sentimientos de angustia, dolor, furia y vergüenza, o de tener miedo frente al reproche generador de culpa. El historiador Friedhelm Boll (2003) ha mostrado, por medio de entrevistas con testigos de ese tiempo, con sobrevivientes del Holocausto y con víctimas políticas del nacionalsocialismo y el estalinismo, que frente al traumatizado aparece muy rápidamente el argumento acerca de la cualidad de lo no informable, lo que no representa otra cosa que una justificación racionalizada que está basada en el no querer escuchar del medio ambiente y el no querer hablar del perseguido. Por eso, las fronteras de lo que se dice tienen que ver siempre con las restricciones sociales, resignificaciones y tabúes. Hay indecibles intolerables y en su sinsentido hay un sufrimiento extraordinario a cuyas cargas extremas no quiere someterse el traumatizado nuevamente a través del relato. Lo indecible puede darse también porque la experiencia y el recuerdo traumáticos no deben ser forzados en una estructura de narración que falsifique el núcleo y la verdad de la experiencia. Este complejo sistema de relación entre el recuerdo individual y colectivo de los sucesos traumáticos quisiera completarlo con el ejemplo del Holocausto y de la Segunda Guerra Mundial. 

El Holocausto está, hasta ahora, en el centro de la cultura del recuerdo de muchas sociedades. Las dimensiones del asesinato del pueblo judío han disuelto los habituales patrones de comprensión, interpretación, reconocimiento y reflexión histórica. Un recuerdo dominado por el enorme sufrimiento de crímenes monstruosos, del horror sin nombre y de una industria despiadada de maquinaria de aniquilación es, hasta ahora, un desafío para la cultura del recuerdo. También estamos ocupados hasta ahora con explicar al nacionalsocialismo con su destructividad radical y núcleo asesino y comprender exactamente las dimensiones del genocidio. Saul Friedländer (1997) y otros han señalado el paradójico estado de cosas de que el lugar central de Auschwitz es hoy más pronunciado en la conciencia histórica que en las décadas pasadas. El historiador Nicolas Berg (2003, p. 10) habla de que el poder excesivo de los sucesos reales se transformó a través de las décadas en la “verdadera maestra, que informa lenta y retrospectiva sobre los hechos mismos”. Una visión tal de la historia de los resultados está relacionada con la comprensión psicoanalítica del trauma, en especial la interpretación a posteriori y la historización. Diversos historiadores ya se han pronunciado respecto de incorporar el concepto de trauma a la teoría de la historia. Con ello, sin embargo, se enfrenta la cuestión sobre lo adecuado de describir la auténtica experiencia colectiva de un trauma, de tal forma que el horror de la experiencia y el hecho del trauma, chocante, brutal y absurdo, no sea sujetado a categorías históricas sin sentido establecido en las que desaparece el carácter traumático de los sucesos. Asi escribe Jörn Rüsen:

el Holocausto permite romper los conceptos de sentido interpretables, en el caso de que estos se refieran existencialmente a la capa más profunda de la subjetividad humana en la que enraíza la identidad […]. Este problema es difícil de tolerar. Si la cultura histórica debe ser establecida por encima del umbral de la experiencia, dicha dificultad debe ser parte de ella, la cual el Holocausto disfraza de objetividad recurriendo a la experiencia del pasado (2001, p. 214). 

Lo que aquí enfatiza Rüsen es la necesidad de retrotraerse a la memoria individual del testigo para no errar la calidad de las experiencias catastrófica y traumática en la descripción y clasificación histórica. Después de la desaparición de los testigos de la época se sustituye la rememoración recordada de sus perseguidores y la historia de sus sufrimientos, aunque la intolerancia de la experiencia traumática primaria del sobreviviente no se puede transferir a la experiencia de una persona no afectada. 

En Alemania no nos pudimos limitar solo a mantener vivo el recuerdo de las víctimas y de los crímenes sufridos por ellas, sino que tuvimos que incluir también a los criminales, ejecutores responsables y a los autores. Los historiadores se refieren a esto como “recuerdo negativo” (Knigge y Frey, 2002). El recuerdo y su defensa, así como la cuestión de la culpa y la responsabilidad y su desmentida ponen en marcha una dinámica transgeneracional específica en la sociedad alemana, que le da al concepto de generación un especial significado como categoría histórica (Jureit & Wildt, 2005). En la estrategia del recuerdo que predomina en la generación cuyos parientes estuvieron involucrados como autores activos o como seguidores fascinados por el nacionalsocialismo; fue ampliamente desmentida la propia participación. Uno se transformaba en víctima de Hitler y de un pequeño grupo de partidarios fanáticos y autores. Los sufrimientos de la víctima real, en tanto que son percibidos en general, fueron compensados con los propios grupos de víctimas, los presos, los mutilados de la guerra, los refugiados y expulsados. Alexander y Margaret Mitscherlich han descripto, en su famosa investigación de 1967, la “incapacidad de duelar” en la patología del recuerdo de la sociedad alemana de posguerra. Ellos entienden como autoprotección a la defensa del recuerdo de los sucesos delictivos y horrorosos, que sirve para resistir a una melancolía que habría de instalarse casi obligatoriamente si los alemanes se enfrentaran a su visión de Hitler y su carga de culpa. A través del narcisismo, que se comporta omnipotentemente, y de los ideales nacionalsocialistas, la consideración del prójimo y la capacidad de empatía con la víctima fueron excluidas del Self y destruidas. La terapia de esta patología se asienta en un trabajo de duelo, que comprendemos con Freud como trabajo de evocación, que debe estar al servicio del procesamiento de la culpa. El punto clave del análisis de los Mitscherlich está en la patología del Ideal del Yo y del Superyó. Pero ya en las viñetas clínicas que presentan se reconoce un subtexto de fondo, que muestra aun otras condiciones de esta patología colectiva. Así, mucha sintomatología de los pacientes de los Mitscherlich hoy se decodificaría como trastornos postraumáticos. La rápida y exitosa reconstrucción de la sociedad alemana de los años 50 y 60 no solo tuvo a la culpa reprimida como fondo sino también una corriente de base que se formó a través del previo uso de violencia extrema y de los efectos de la experiencia traumatizante de la guerra, bombardeos y huidas. Chocamos aquí con una relación compleja de crímenes, guerra, autorías, trauma y recuerdo. Como hoy sabemos, también consecuencias directas de las traumatizaciones son la rigidez afectiva, la desrealización del pasado y la represión de los propios actos que obstaculizan la capacidad de explicarse reflexivamente el pasado. El problema moral de la defensa de la culpa está unido aquí con el origen traumático de la patología del recuerdo. La conciencia apologética de la víctima, que ha sido creada a posteriori por los parientes de la generación de autores, fue alimentada por dos fuentes: la defensa de la culpa y las experiencias traumáticas. 

La generación siguiente creció a la sombra de esa mentira vital en la que sus padres se definen como víctimas. Los silencios sobre la participación personal y los huecos en la biografía familiar han producido un sentimiento de realidad nebuloso y parcialmente deformado en los hijos. También la autorreflexión defensiva de los padres impide muchas veces una discusión sobre los valores e ideales nacionalsocialistas que ellos han seguido. Muchos se aseguraron su propia vigencia a través de la funcionalización narcisista de sus hijos en los cuales se combatía agresivamente cualquier punto de vista diferente. La discusión, entonces, de esta segunda generación con sus padres mostró un ejemplo específico de un “recuerdo escindido” (Domansky, 1993), que es importante para la comprensión del posterior desarrollo. A los ojos de los hijos los padres son totalmente sospechosos de su autoría. En oposición y contraidentificación los hijos se aliaron a las víctimas de sus padres y generación de autores. Muchos se incorporaron en proyectos políticos y científicos cuya tarea consistía en indagar y reconstruir la historia y el papel de la víctima. Pero con frecuencia terminaron en una abierta disputa con la generación de los padres frente a la puerta de casa de la propia familia. En realidad, el silencio y la desmentida fueron quebrados en el nivel de la totalidad social, pero, sin embargo, continúan en el nivel individual. Atreverse con esto aparece como muy doloroso y unido a angustias catastróficas. Como mostraron los tratamientos psicoanalíticos de los miembros de esa generación, sus uniones emocionales inconscientes a las representaciones paternas de la temprana infancia, muchas veces, han sobrevivido a todas las futuras discusiones sobre el compromiso del padre con el nacionalsocialismo. Frecuentemente la representación estaba dividida en una imagen idealizada del padre de la temprana infancia y una imagen del padre comprometido que había participado en crímenes. Aunque ellos se habían apartado del padre en sus identificaciones del Yo y en la actitud consciente hacia el mundo, no podían anular la escisión de la imagen del mismo. La unión positiva permanecía en el inconsciente, pero creó un conflicto de lealtades que condujo a no indagar en los tabúes de los padres sino a respetarlos. Así se mezclaron con frecuencia el esfuerzo por la verdad y el descubrimiento de la historia callada y desmentida con procesos de defensa simultáneos. De esta manera, el Yo estaba constantemente expuesto al peligro de ser cómplice inconsciente de los padres y de sus posturas. 

Reconocer y elaborar esta constelación mental resultó para los miembros de esa generación un proceso extremadamente doloroso, pero que puede romper o abrir en muchos casos el enganche emocional con sus propios padres y, a través de una visión independiente, crear distancias. Esta sustitución fue posible y facilitada a través de un descubrimiento y elaboración profunda de la sociedad en su conjunto de tabúes, mitos y leyendas sobre los crímenes y los autores. Defensa y recuerdo resultan constantemente mezclados. Como en una espiral ascendente debe la realidad y su presentificación recordatoria siempre ser enjuiciada una y otra vez. En el marco de este desarrollo se hacen traslúcidos, también, los limites rígidos entre el recuerdo público y familiar. Encuestas e investigaciones a los miembros de la generación de padres sobre su culposa participación generaron muchos documentos y, también, una elaboración literaria de la historia familiar desde los años 90. Pero en muchos casos fue solo posible una explicación y reconstrucción en forma muy fragmentaria debido a que el silencio de los padres no pudo ser roto; o los hijos emprendieron la aclaración demasiado tarde y los padres habían muerto con anterioridad. Los secretos familiares ya no podrían ser ventilados. Nicolás Abraham (1978) habla de un fantasma que por esto puede anidar en los agujeros del recuerdo familiar y seguir operando inconscientemente. Aunque este estado de cosas tiene pocas consecuencias patológicas, sin embargo, muchos miembros de la segunda generación deben vivir con una ambivalencia no derogada sobre la confirmación y la forma en que sus padres estuvieron involucrados en el nacionalsocialismo y sus crímenes. Hoy en día la tercera generación está ocupada en definirse dentro de esa sucesión. Ella tiene una mirada propia e independiente sobre lo sucedido y los compromisos familiares. Sin embargo, reencontramos, aunque en forma atenuada, también en ellos los mismos conflictos de lealtad familiar. 

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1 Este trabajo ha sido publicado originalmente en la Revista de Psicoanálisis, 2006, Vol. LXIII, Nº 04, P. 713-742.
2 wbohleber@gmx.de Miembro de la Asociación Psicoanalítica Alemana (GPA).
3 Es un espejo cóncavo que sirve para concentrar el calor del sol en un punto. (N. del T.).
4 Freud describió este paradigma en Sobre los recuerdos encubridores (1899) (A. E.. 3, p. 291). Compárese con Hock (2003).
5 Quindeau (2004) apoya su concepción del recuerdo en estos pasajes de Freud interpretables constructivistamente.
6 Esta expresión procede de Friedrich Nietzsche. Agradezco la referencia a un trabajo de Aleida Assmann (1998).
7 Tal como Kennedy (2002).
8 Para la teoría de la Embodied Memory (en inglés en el otiginal), los recuerdos son un prioceso reconstructivo y adaptativo en el cual interactúan el organismo completo con el medio ambiente y se unen experiencias del pasado en pemanente recategorización con nuevas situaciones análogas a través de la coordinacion sensorio-motora (Leuzinger, Bohlever & Pfeifer, 2002).
9 Según Welzer (2002).
10 Compárense las exposiciones de Granzow (1994) y Schacter (1996).
11 En el estudio de este debate y de las investigaciones empíricas aportadas se impone más de una vez al lector la impresión de que aquí se toman conclusiones precipitadas en la dirección de una inconfiabilidad de la memoria. Me uno a Shevrin (2001, p. 138), quien afirma: “Necesitamos una teoría de la memoria en la que los factores cognitivos y motivacionales puedan ser evaluados en forma independiente e investigadas sus interacciones. ¿De qué forma pueden las percepciones reales de otros significativos ser distorsionadas bajo la influencia de deseos que no pueden tener expresión? Desde este punto de vista hay evidencias de que a pesar de la sugestión y mala información las percepciones originales no necesariamente son borradas; son recuperadas una vez que han sido identificadas la información equivocada y las distorsiones, por ejemplo en la transferencia”.
12 Por eso son importantes las investigaciones empíricas sobre los así llamados recuerdos flash bulbs, presentados por Granzow (1994) y Schacter (1996). [Se trata de recuerdos vívidos, frecuentemente inexactos, de lo que estábamos haciendo cuando sucedieron eventos importantes de nuestra historia; fueron investigados por U. Neisser y N. Harsch en 1992. (N. del T.)].
13 En lo que sigue me apoyo en Kihlstom (2006), Mc Nally (2003, 2005), Schacter (1996, 2001), y sobre todo en Volbert (2004), a cuyo resumen me refiero sintéticamente.
14 El supuesto contrario de que las hormonas del estrés movilizadas a causa de sucesos traumáticos tienen como consecuencia una desactivación del hipocampo, y por ello los recuerdos traumáticos no pueden ser codificados y son conservados en cambio en otros sistemas de memoria, no pudo hasta ahora ser confirmado.
15 No puedo estar de acuerdo con Brenneis (1999), pàra quien la reaparición de recuerdos traumáticos es un artefacto que surge de la dimámica terapéutica según una reconstrucción cargada emocionalmente con el presente, pero que no es interpretada como tal, sino como una reconstrucción sugestiva trasladada al pasado. Él en verdad restringe el valor de este argumento, pero yo acuerdo totalmente con la crítica al argumento de Brenneis hecha por Kluft (1999).
16 Compárese con Gaensbauer (1995) sobre las representaciones internas de traumas en el período preverbal.
17 “Y, por otra parte, también el peligro exterior (realista) tiene que haber encontrado una interiorización si es que ha de volverse significativo para el Yo; por fuerza es discernido en su vínculo con una situación vivenciada de desvalimiento” (Freud, 1926, p. 201) (A. E., XX, p. 157).
18 Compárense al respecto Cohen, 1985; Kirshner, 1993; Laub y Podell, 1995.
19 Una posibilidad interesante de solucionar este problema dentro de las teorías constructivistas la ofrece Moore (1999).
20 No puedo aquí criticar detalladamente este modelo de memoria traumática. Me remito a Leys (2000), Mc Nally (2003) y Volberg (2004).
21 Por ejemplo, Person y Klar (1994).
22 Los recuerdos de escenas retrospectivas (N. del T.).
23 Esto lo ha demostrado sobre todo Oliner (1996).
24 Laplanche se refiere, seguramente, a la epístola a los corintios de San Pablo cuando se refiere a “una espina en la carne” en un sentido luego interpretado como que el autor obtiene fortaleza de su sufrimiento: “me gloriaré más bien en mis flaquezas […] porque cuando flaqueo, entonces soy fuerte” (Cor. 2, 12). [N. del T.].
25 Similar a Oliner (1996).

Descriptores: RECUERDO / TRAUMA / COMPULSIÓN A LA REPETICIÓN / HISTORIZACIÓN / SITUACIÓN TRAUMÁTICA / MEMORIA / VÍCTIMA / PERPETRADOR / HOLOCAUSTO


Abstract

Recollection, trauma and collective memory. The struggle for memory in psychoanalysis 

The central value Freud placed on remembering and reconstructing the past was lost due to the growing importance of the analysis of the here and now in the therapeutic relationship. Traumatic experiences and memories resist this development. The particular dynamics of remembering and the significance of reconstruction have been precisely established not only for analytic treatment but also for the collective memory of the Holocaust and its aftermath. 

The development of analytic technique increasingly brought the analysis of the here and now of the therapeutic relationship into a central position. The discovery of memories and the reconstruction of life history were marginalized. Only the in-depth work on the present experience is considered curative. With this, the past disappeared from the visual field, both with its own determining significance and as the opposite, from a hermeneutic point of view, to understand the present. In the “burning mirror” (Brennspiegel) of ananalytical process thus understood, the abundance, complexity and weight of a real history are diluted in a bonding thought that forgets about history. The power of the past, the compulsion to repeat, are areas of analytic thinking that more or less disappear from clinical discussion.  

Trauma, its duration in time and its memory, stand in the way of the development of this clinical theory. Cognitive psychology research has shown that traumatic memories are preferentially encoded and are therefore retained for a long time in detail and with great accuracy. Moreover, they are not subject to the transformation established through the situation updated again and again with the repetition of the memory. In the face of traumatic memories, the present can only to a very limited extent exercise its function as a hermeneutic focus in which the past is perceived and structured. Traumatic memories create a kind of foreign body in the psychic associative mechanism. A specific dynamic reigns in this split terrain of the self, which constantly confronts the self with the experience of being imprisoned in the compulsion to repeat. In order to integrate this sector and annul this dynamic, the analytic treatment requires the memory and a reconstruction of the traumatic event. Thus, the repetitive power of the same is historicized, the inside and outside retain another understanding framework and the self maintains a sense of reconquered mental activity (agency). 

But the traumatic reality not only questions theoretical convictions, but also confronts horror, cruelty and fear of death, which must be verbalized. This stimulates defense and avoidance, not only in the traumatized individuals but also in the analysts, so that many traumatic experiences do not have in the treatment the therapeutic place that corresponds to them. These processes of defense and stabilization are often given little clinical attention. 

Victims of war, persecution and other political and social violence events are at the same time their witnesses. The confrontation with the Holocaust, the terrible crimes, the nameless horror, the enormous suffering of the victims, threaten to defeat the memory and set in motion a need not to know through unconcerned avoidance strategies. Also for collective memory and historical description there is the problem of reducing the Holocaust to meaningless categories, in which the horror and traumatic character of the event disappear. But not only the victim, but also the perpetrator and the crime committed must be included in the memory. Remembering crimes has a special dynamic. The defense against guilt and the responsibility of members of the generation that was involved in National Socialism resulted, in post-war German society, in remembrance strategies that impaired the children’s sense of reality and set in motion a transgenerational dynamic with specific identification processes.  

Differentiating the traumatic reality of the individual and of society, and fostering a fruitful clinical-theoretical discussion, means fighting for remembrance to get a proper place in psychoanalysis again. 


Resumo

Recordação, trauma e memória coletiva. A luta pela recordação na psicanálise

O valor central que Freud deu à recordação e à reconstrução do passado se perdeu devido à crecente importancia da análise do aqui e agora nela relação terapêutica. As experiências e recordações traumáticas se resistem contra este desenvolvimento. As particularidades na dinâmica da recordação e o significado da reconstrução foram necessários não apenas para o tratamento analítico, mas também para a recordação coletiva do Holocausto e suas repercussões. 

O desenvolvimento da técnica analítica levou cada vez mais a uma posição central da análise do aqui e agora da relação terapêutica. O descobrimento de recordações e da reconstrução da história vital acabaram caindo em una posição marginal. É considerado como curativo unicamente o processo trabalho profundo da experiencia atual na relação terapêutica. Com isso, o pasado desapareceu do campo visual, tanto com o seu significado determinante como o posto hermenêutico para compreender o presente. No espelho de ustório (Brenn Spiegel) de um processo analítico assim entendido se evaporam a abundância, a complexidade e a volumosidade de uma história real em un pensamento vincular que se esquece da história. O poder do passado, a compulsão à repetição são os lugares do pensamento analítico que mais ou menos desaparecem da discussão clínica.  

No desenvolvimento desta teoria clínica o trauma, a sua duração no tempo e as suas recordações se interpõe. As investigações da psicologia cognitiva demonstraram que as recordações traumáticas são codificadas preferencialmente e, por tanto, se conservam longo tempo de forma detalhada e com grande exatidão. Além disso, não estão submetidas ao processo de transformação estabelecido a traves da situação atualizada cada vez com a repetição da recordação. O presente pode, diante das recordações traumáticas, exercer apenas de maneira muito limitada a sua função como foco hermenêutico no qual o passado é percebido e estruturado. As recordações traumáticas formam um tipo de corpo estranho no mecanismo associativo psíquico. Neste terreno cindido do self reina uma dinâmica específica que o confronta constantemente com a experiência de estar aprisionado no poder da compulsão à repetição. Com a finalidade de integrar ese setor e dissolver esta dinâmica no tratamento analítico são necesárias a recordação e uma reconstrução do fato traumático. Assim, o poder repetitivo deste é historizado, o dentro e fora conservam un outro marco de compreensão e o self mantém uma sensação de reconquistada atividade mental (agency) (forma original do inglês). 

Mas a realidade traumática questiona não só convicções teóricas, senão confronta também con o horror, a crueldade e o medo à morte que devem ser verbalizados. Isto provoca, não só em traumatizados, mas também em analistas, defesa e evitamento de tal modo que muitas experiências traumáticas não tèm no tratamento o lugar terapêutico que lhes corresponde. Com frequência se presta clínicamente pouca atenção aos processos de defesa e estabilização. 

As vítimas de guerra, de persecução e das demais violências político-sociais são ao mesmo tempo suas testemunhas. A confrontação com o Holocausto, os crimes terríveis, o horror sem nome, o enorme sofrimento da vítima, ameaça vencer à recordação e põe em marcha uma necessidade de não saber a través de estratégias de evitamento despreocupadas. Também para a memoria coletiva e a descrição histórica se estabelece o problema de submeter o Holocausto em categorías sem sentido nas quais desapareçam o horror e o caráter traumático do fato. Mas não só a vítima, também o autor e o crime perpetrado devem ser incluídos na recordção. Recordar crimes desenvolve uma dinámica especial. A defesa diante da culpa e da responsabilidade dos membros da geração que esteve envolvida no nacional-socialismo teve como consequência na sociedade alemã do pós-guerra estratégias recordatórias que prejudicaram o sentimento de realidade das crianças e puseram na marcha uma dinâmica transgeracional com processos de identificação específicos.  

Situar este problema numa realidade traumática diversa para o indivíduo e para o nível social, e tornar frutífera uma discussão clínico-teórica significa também conducir uma luta para que a recordação possa ter novamente um lugar adequado na psicanálise. 


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