Recordando el Holocausto: Los procesos de identificación transgeneracional y la formación de una cultura de la memoria en la Alemania de posguerra

Actualización por Werner Bohleber1
Traducido por Andrea Ikonicoff

Resumen

En el presente escrito se analizan los efectos transgeneracionales surgidos en las generaciones subsiguientes a las víctimas y perpetradores que experimentaron el Holocausto, en primera persona. Se hace un recorrido acerca de la importancia de la memoria, distinguiendo una memoria comunicativa como aquel registro ejercido por los comunicadores vivos de la experiencia y una memoria cultural que se refiere a una construcción simbólica colectiva basada en diversas formas de comunicación. El pasaje de una hacia la otra es complejo en tanto la memoria familiar desempeña un rol fundamental. Ella actúa como filtro a través del cual se manipulan ciertos acontecimientos, especialmente en las familias con vinculación con el nazismo. Finalmente se profundiza sobre los conceptos de memoria negativa y su vinculación con el recuerdo del crimen. Se cuestiona el crecimiento de una cultura de la memoria identificada con el lugar de la víctima exclusivamente, en tanto socava la identidad del pueblo alemán. Se propone una escucha con características particulares dado el horror psicológico que puede causar el relato de los crímenes. El poder incisivo de estos recuerdos y el mero horror de lo que les ha sucedido a las víctimas amenaza con abrumar la psique del que escucha y sacudir duraderamente su equilibrio psíquico.

La sociedad alemana debe convivir con su responsabilidad histórica por el Holocausto y sigue formando parte de su sentido de identidad, que también incluye valores positivos obligatorios, como la afirmación de los derechos humanos y el derecho de asilo para las personas perseguidas políticamente.

La dinámica transgeneracional entre la primera y la segunda generación

A nivel académico y social, en las últimas décadas se ha ido comprendiendo cada vez más que se necesita tiempo para asimilar las grandes catástrofes traumáticas y aceptar la responsabilidad y la culpa. No es algo que pueda ocurrir en el lapso de una generación. Han pasado más de setenta años desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Esto nos permitió identificar una dinámica transgeneracional específica que dio al concepto de generación un significado especial como categoría de la memoria. Karl Mannheim había añadido una dimensión sincrónica al concepto de generación diacrónico y genealógico tradicional. En este sentido, una generación es un grupo de personas afines en edad, cuya biografía está moldeada por la referencia común de un acontecimiento histórico incisivo, que en su mayoría es de carácter catastrófico (Weigel, 2006). En el psicoanálisis, el concepto de generación adquirió un estatuto específico a partir de los tratamientos psicoterapéuticos de los hijos de los sobrevivientes del Holocausto, pero también de los hijos de la generación del perpetrador. En repetidas ocasiones fueron descriptas las relaciones de apego específicas entre padres e hijos, a través de las cuales fueron transmitidas transgeneracionalmente las traumatizaciones que no fueron procesadas, así como también los fenómenos de defensa contra la culpa y la responsabilidad. Los miembros de la segunda generación no solo se convirtieron en portadores del legado de los padres sino que, como niños sobrevivientes y como niños de la guerra, ellos mismos a menudo fueron traumatizados o dañados psicológicamente en forma severa, lo que a su vez afectó a la tercera generación.

Los miembros de la primera generación, que participaron en el régimen nazi como perpetradores activos o como espectadores, habían creado un “pasado factible” (Moeller, 1996), haciendo todo lo posible por negar su propia participación en el régimen nazi, especialmente como perpetradores. Esto requería una separación del pasado en recuerdos agradables y desagradables, lo que exigía una notable cantidad de energía psíquica. Sin embargo, muchas biografías de participantes de la guerra revelan otras condiciones de esta patología colectiva. Un ejercicio extremo de violencia y experiencias traumatizantes de violencia, otros impactos de la guerra, bombardeos y fugas formaron un subtexto biográfico como una mezcla de experiencias con una compleja interrelación de crimen, guerra, perpetración, trauma y memoria. Como sabemos hoy en día, la rigidez emocional, la desrealización del pasado y la represión de los propios actos son también consecuencias directas de la traumatización, que menoscaba la capacidad de comprometerse reflexivamente con el pasado. El problema moral de la evasión de la culpa potenció en este caso los procesos patológicos de la memoria que tienen un origen traumático. La autoconciencia apologética de las víctimas que los miembros de la generación perpetradora han creado posteriormente se nutrió de ambas fuentes, la defensa ante la culpa y las experiencias traumáticas. La segunda generación creció a la sombra del deliberado autoengaño de unos padres que se consideraban y se referían a sí mismos como víctimas. El silencio sobre su propia participación en el régimen nazi y las omisiones en las biografías familiares produjeron un sentido de realidad nebuloso y a veces distorsionado en sus hijos. La familia era el escenario de un pasado misterioso o turbio. Poderosas fuerzas inconscientes afectaron el intercambio comunicativo, de modo que las lagunas en la transmisión y la memoria pudieron ejercer un efecto particularmente siniestro. La investigación en ciencias sociales ha demostrado cómo las historias no contadas y ocultas en otros discursos familiares tienen un efecto transgeneracional extremadamente fuerte. El tabú impuesto en relación con la participación de sus padres en la época nazi socavó la capacidad de los hijos para indagar y obtener información. Dentro de la propia familia, los descendientes de la generación de los perpetradores percibían una especie de prohibición implícita que les impedía mostrar un interés activo por estas cuestiones, como consecuencia de la identificación con la actitud de los padres, así como de un apego basado en la lealtad infantil. En estas identificaciones con los padres, el apego precoz, hecho inconsciente, con una autoridad amada a la que se debe permanecer leal, dificultaba enormemente el desapego de estos padres. Así, entre los miembros de la segunda generación, los esfuerzos por develar la historia oculta y rechazada se mezclaban a menudo con procesos defensivos. El Yo se exponía repetidamente al peligro de convertirse inconscientemente en cómplice de los padres y de sus actitudes que perpetuaban la “conspiración del silencio”. Era totalmente aceptable hablar del Holocausto, siempre y cuando la cuestión de lo que los propios padres habían hecho concretamente y hasta qué punto habían participado en los crímenes permaneciera tabú.

Sin embargo, la profunda ruptura que el pasado nazi había creado entre las generaciones formó una dolorosa espina en la psique de muchos miembros de la segunda generación. Especialmente en su edad mediana y tardía, fue posible para algunos de ellos a menudo en un proceso muy doloroso reconocer y elaborar las constelaciones psíquicas implicadas, y de este modo liberarse del enganche emocional con sus padres y lograr una distancia a través de una perspectiva independiente. Este proceso se vio facilitado, a su vez, por una reflexión crítica en la sociedad sobre los crímenes de los nazis, y los tabúes, mitos y leyendas que protagonizaron. Tales cuestionamientos sobre la participación de los padres en el régimen nazi produjeron muchos documentos de conmemoración y también publicaciones literarias de historias familiares desde la década de 1990. Pero en muchos casos, la aclaración y la reconstrucción solo han sido posibles en fragmentos, y muchos miembros de la segunda generación han tenido que vivir con una ambivalencia irreconciliable sobre si sus padres habían participado y en qué medida en el nacionalsocialismo y sus crímenes.  

La importancia de la memoria familiar para la tercera y cuarta generación

Los miembros de la tercera y cuarta generación ya han dejado de tener contacto directo con el período nazi, porque la generación de testigos contemporáneos ha fallecido casi por completo, por lo que la preocupación existencial ha desaparecido en gran medida. Ahora, son las tan llamadas experiencias secundarias de este pasado las que se han incrustado mayoritariamente en la memoria familiar. Para explorarlas, ha resultado útil la distinción entre memoria comunicativa y cultural (Assmann, 1992). 

La memoria comunicativa es el registro ejercido por los comunicadores vivos de la experiencia. Abarca unos ochenta años, generalmente tres a cuatro generaciones que viven al mismo tiempo y que forman una comunidad de experiencia compartida, de memoria y de comunicación narrativa a través del intercambio personal. También se puede denominar “memoria de tres generaciones”, que avanza a medida que cambia el marco temporal.

La memoria cultural, por el contrario, es una construcción simbólica colectiva y abarca períodos de tiempo más amplios. Se basa en medios de comunicación, como textos, fotografías, memoriales, aniversarios y ritos, que a su vez están sujetos a conflictos y cambios sociales.

En la transición entre la memoria comunicativa y la memoria cultural o colectiva, la memoria familiar desempeña un rol importante. Su relación con la memoria comunicativa y cultural es compleja. Por un lado, la memoria individual de los niños está moldeada por el conocimiento cognitivo transmitido colectivamente, pero por otro lado, también está moldeada por la memoria familiar, en la que el conocimiento experiencial es directamente transmitido de manera narrativa. La memoria familiar constituye un filtro a través del cual son absorbidos, manipulados o excluidos ciertos contenidos de la memoria colectiva. Los lazos de lealtad emocional desempeñan un papel decisivo en estos procesos de comunicación. Las investigaciones han demostrado cómo la participación de miembros de la familia en el régimen nazi quedaba reflejada en la memoria familiar. En muchos casos de comunicación familiar, la historia de la familia fue ocultada o convertida en tabú, lo que resultó en una desrealización del pasado nazi y en el fantaseo y revisión del pasado de los abuelos perpetradores. La tendencia a purificar e idealizar a los propios miembros de la familia llevó a muchas de las familias estudiadas a realizar una reelaboración mitificadora y una purificación de las biografías, especialmente las de los abuelos que apoyaron y sostuvieron el régimen nazi o incluso participaron en sus crímenes. No obstante, hay que ser prudente a la hora de generalizar las interpretaciones de los resultados de estos estudios sobre la memoria familiar. Sabemos lo fuertes que pueden ser las obligaciones de lealtad cuando uno no quiere poner a su familia bajo una luz desfavorable. El miembro de la familia está protegido ante el mundo exterior, pero secretamente podrían quedar dudas sobre si estos datos biográficos presentados no fueron reelaborados y blanqueados.

El recuerdo del crimen y la memoria negativa 

Desde el comienzo del nuevo milenio, se está discutiendo cada vez más sobre cómo los crímenes nazis contra la humanidad pueden ser representados en el futuro. El recuerdo del Holocausto y, por tanto, de los crímenes sufridos se está convirtiendo gradualmente en algo convencional en la sociedad, pero la formación de una memoria social a partir de los recuerdos negativos de los crímenes cometidos o de los que uno es responsable todavía no se ha convertido en la norma, sino que sigue siendo la excepción. La “memoria negativa” (Koselleck, 2010) debe reforzarse una y otra vez, porque la conmemoración solo tiene un “efecto sustancialmente humanizador y democratizador… si también incluye el recuerdo doloroso, vergonzoso, perturbador de la propia historia de injusticia y crimen del que uno es responsable o del que uno comparte la responsabilidad” (Knigge y Frei, 2002, p. XI). De este modo, los autores critican el crecimiento de una “cultura de la memoria puramente identificada con las víctimas” (Jureit, 2010) que se había desarrollado en algunas partes de la sociedad alemana desde la década de 1970. El historiador Reinhard Koselleck ha afirmado paradigmáticamente que “para nosotros, como alemanes, solo cabe una posibilidad: los perpetradores y sus actos deben ser incluidos en el recuerdo y no solo las víctimas conmemoradas como tales y solas. Esto es lo que nos distingue de otras naciones” (Koselleck, 2002, p. 27). Continúa: “Solo podemos conmemorar a las víctimas que hemos generado de manera homicida y técnicamente, si tenemos la suficiente autoconciencia para también recordar a nuestros propios muertos, por ende a los perpetradores entre nuestros parientes, entre nuestros ancestros, en nuestra propia nación. Esta es parte de la dificultad que caracteriza la negatividad de nuestra memoria” (2002, p. 29). Y continúa: “Entonces, ¿qué es lo que hay que recordar? Creo que la respuesta más sencilla es: tener que pensar lo impensable, aprender a hablar lo inexpresable y tratar de imaginar lo inimaginable. Incluso cuando reclamamos esto, nos damos cuenta con qué rapidez nos encontramos con los límites de lo posible” (2002, p. 24). Koselleck enfatiza que debemos intentar “transferir lo inexpresable al lenguaje” porque no son las experiencias en sí mismas sino sus representaciones las que se transmiten. Psicoanalíticamente, podemos arrojar más luz sobre esta cuestión. Escuchar el relato de los sobrevivientes del Holocausto significa abrirse con la propia imaginación y con los propios sentimientos a los detalles de lo que los perpetradores les hicieron y lo que ellos tuvieron que sufrir, porque de lo contrario no entramos en contacto afectivo con la experiencia de estas víctimas traumatizadas. Sin embargo, la experiencia vicaria solo puede ser una mera aproximación. Estas conclusiones de la investigación sobre el trauma evidencian que el recurso a la memoria secundaria no puede consistir únicamente en transmitir conocimientos, sino también en que uno abra su percepción emocional a la naturaleza abismal de los crímenes y a los sufrimientos de las víctimas y en no cerrarse al efecto. Aquí, tanto en el discurso individual como en el social, encontramos reacciones defensivas específicas a las que todos estamos expuestos cuando nos confrontamos con contenidos traumáticos extremos. Se producen porque instintivamente retrocedemos ante la violencia, el horror, el dolor y el miedo que provocan los eventos traumáticos, para evitar así sentirlos nosotros mismos y exponernos a ellos en la imaginación. El poder incisivo de estos recuerdos y el mero horror de lo que les ha sucedido a las víctimas amenaza con abrumar la psique del que escucha y sacudir duraderamente su equilibrio psíquico. Además, las imágenes y las escenas con las que nos confrontamos pueden tener un carácter perturbador continuo. Con el fin de protegerse de ello y hacer la situación más soportable, el que escucha se ve tentado a apartarse pre o inconscientemente de la terrible realidad, para bloquearla parcialmente, minimizarla o tornarse emocionalmente indiferente. Ser conscientes de estas tendencias defensivas y aceptarlas como parte de nuestro ser, empero, hace posible cierta distancia y abre un camino para salir de esta situación aparentemente aporética, lo que permite, así, una apertura a la historia de “Auschwitz”, y mantener vivos los recuerdos negativos en lugar de protegernos de ellos. Es un imperativo moral para la conciencia de identidad de los alemanes impedir que este pasado se desvanezca. La conmemoración negativa, en este sentido, es una “auto-preocupación voluntaria y deliberada” que, sin embargo, no debe quedar reducida a sí misma, “sino que debe convertirse en responsabilidad política y de los conciudadanos” (Knigge, 2002, p. 434).

¿Qué significa todo esto para las generaciones posteriores y qué pueden aprender sobre las atrocidades nazis y el Holocausto? Ahora que la generación de testigos contemporáneos se ha extinguido más o menos, el conocimiento sobre el Holocausto y el régimen nazi finalmente se traslada de la memoria comunicativa a la memoria cultural, de modo que ya no tenemos acceso a las experiencias y testimonios primarios que se transmiten en contacto personal directo. El mero conocimiento cognitivo no es suficiente. Para una verdadera apreciación de la enormidad de estos acontecimientos, las más jóvenes generaciones de estudiantes deben entrar en contacto en su imaginación con los atroces detalles del Holocausto sin dejarse abrumar por ellos, quedándose paralizados o negándose a recordar. Si esto sucede, entonces él o ella se queda por debajo del umbral de una experiencia que es necesario atravesar para comprender la histórica y única inhumanidad. Estas realidades psicológicas confrontan repetidamente el compromiso pedagógico con el Holocausto con el doble problema de mantener la sensibilidad del individuo, pero, al mismo tiempo, evitar o compensar una presión demasiado grande para los sentidos. Lo fundamental es mantener el espacio psíquico del individuo abierto al testimonio del sobreviviente, para que los afectos generados por ese testimonio puedan permanecer conscientes, creando así el terreno para la reflexión sobre todo el tema y el intercambio acerca de él. Hannah Arendt enfatizó que “debe constituir una forma de narración que exprese la crueldad de la experiencia real en forma aguda y condensada. Lo que ha sucedido debe ser realmente incorporado a la conciencia y ser reconocido. Con toda la veracidad a la realidad, debe quedar claro que se trata de una representación y no de la realidad. De este modo, la narración crea distancia y hace que el que escucha no se paralice ante el horror” (cit. en König, 2008, p. 634).   

Los mitos nacionales han tenido una función de afirmación de la identidad. Fueron absolutamente desacreditados por el régimen nazi. La memoria negativa ocupó el lugar de un mito positivo formador de identidad. Alemania ocupa de este modo una posición especial, ya que ningún otro país se ha sometido a una labor de rememoración similar y ha hecho tan visibles los signos de vergüenza moral. De ello no se ha obtenido ningún tipo de orgullo; por el contrario, los hechos históricos siguen transmitiendo una especie de identidad negativa (Münkler, 2009). La historia familiar y la historia del perpetrador en sentido estricto solo pueden conservarse en Alemania al modo del “nosotros”. Siguen formando parte de la memoria colectiva como memoria negativa. El recuerdo de los perpetradores y de sus actos, de la implicación de los propios padres y abuelos, no se puede tercerizar ni escindir. La confrontación con esta historia de desgracia crea en el individuo un conflicto con la identidad colectiva del “nosotros” y una ambivalencia en relación con los sentimientos nacionales. Investigaciones sobre la conciencia histórica de los jóvenes indican cómo viven la historia nazi como algo que les pertenece en forma difusa. Como alemanes, no pueden escapar de este contexto histórico, pero al mismo tiempo tienen un deseo de distanciarse que busca reducir la historia nazi a un grupo específico de personas criminales y excluirlas del colectivo nacional al que los jóvenes sienten que pertenecen (Kölbl y Fröhlich, 2015). Un estudio científico a gran escala sobre los viajes de los colegios a Auschwitz (Kuchler, 2021) indicó que, por un lado, los alumnos expresaban una profunda perplejidad y shock emocional, así como su identificación con las víctimas, mientras que, por otro lado, establecían la mayor distancia posible entre los nazis de aquella época y ellos mismos. Cuando surgió el tema de los perpetradores, los jóvenes se defendieron contra el hecho de tener una nacionalidad común con este grupo de personas. Trataron de demonizar a los perpetradores y a todos los nazis. El hecho de que sus propios antepasados habían pertenecido a los perpetradores y a los espectadores era algo que tachaban (Kuchler, 2021, p. 188). También aquí se observa un fuerte deseo de dejarse llevar por la autoimagen colectiva con nociones positivas de identidad nacional y de hacer desaparecer la conexión familiar con el pasado nazi.

Este tema de cómo podría definirse una identidad nacional positiva de los alemanes es objeto de un debate controvertido en las ciencias políticas y sociales. Los científicos sociales tratan de determinar empíricamente cómo se expresan en la sociedad alemana contemporánea los fenómenos de una identidad colectiva. El asunto controvertido que queda es qué formas de identidad colectiva se afirmarán. Münkler y Hacke se refieren aquí a la necesidad de un “proceso de normalización”. Este proceso “es la mera expresión del hecho de que, como cualquier otra entidad política, la República Federal depende de su capacidad para desarrollar una identidad histórica positiva que pueda emerger gradualmente de la sombra del pasado nazi” (2009, p. 29). Pero independientemente de la forma en que se complete empíricamente este proceso de normalización y los elementos resultantes de una “identidad positiva”, la cadena de generaciones que une a los alemanes de hoy con los perpetradores de ayer no puede romperse sin más. La sociedad alemana debe convivir con su responsabilidad histórica por el Holocausto; sigue formando parte de su sentido de identidad, que también incluye valores positivos obligatorios, como la afirmación de los derechos humanos establecida en la Ley Fundamental de la República Federal y el derecho de asilo para las personas perseguidas políticamente.

La crisis de los refugiados de 2015 fue en ese momento uno de esos grandes conflictos políticos y sociales en los que este compromiso fue objeto de debate en la sociedad. Mientras que en 1992 apenas había una ligera disposición a aceptar a los 400.000 refugiados de la guerra de Bosnia, además de una fuerte actitud defensiva, un cambio en la actitud de la sociedad alemana se hizo evidente posteriormente hacia los 800.000 refugiados sirios. Aunque el miedo a los extranjeros y la xenofobia aún estaban extendidos, prevalecía una voluntad espontánea de aceptar a los refugiados. Para los alemanes de más edad, las imágenes de los colonos refugiados que recorrían la ruta de los Balcanes reactualizaban, en lo más profundo de sus experiencias, las caminatas de los refugiados de millones de alemanes que habían sido expulsados de los territorios del este en 1945. Para la canciller Angela Merkel, al igual que para otros políticos y para gran parte de la población, estaba claro que no se podían levantar alambrados con el fin de regular la afluencia y rechazar a los refugiados angustiados. También en este caso, los recuerdos de los crímenes nazis, los alambrados de los campos de concentración y el muro de la República Democrática Alemana se activaron emocionalmente en la mente de muchas personas. Aunque surgió una feroz resistencia contra el modelo político de una sociedad alemana liberal abierta al mundo y estalló la violencia, las fronteras permanecieron abiertas. Para la canciller alemana, por lo demás pragmática, sus convicciones políticas fundamentales se vieron desafiadas aquí. Se mostró tajantemente en contra de toda forma de racismo, antisemitismo y negación de la historia. Una parte de la sociedad fue incapaz de aceptar esta política. Aumentó el temor a la infiltración extranjera y el miedo a la pérdida de la identidad cultural y nacional, alimentados por la globalización. El resultado fue una polarización del clima social y un fortalecimiento del partido populista de derecha y también de extrema derecha AfD, que instrumentalizó políticamente estos temores. Pero en esta confrontación prevalecieron políticamente los valores fundamentales de una sociedad abierta, liberal y asertivamente consciente de su historia.

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1 wbohleber@gmx.de, Miembro de la Asociación Psicoanalítica Alemana (GPA).

Descriptores: TRANSGENERACIONAL / TRAUMA / VÍCTIMA / PERPETRADOR / SITUACIÓN TRAUMÁTICA / NAZISMO / HOLOCAUSTO / MEMORIA / FAMILIA / RECUERDO / HISTORIZACIÓN / DESMENTIDA / IDENTIDAD / POLÍTICA

Candidatos a descriptores: MEMORIA COMUNICATIVA / MEMORIA CULTURAL / MEMORIA NEGATIVA / REFUGIADOS


Abstract

Remembering the Holocaust: Processes of transgenerational identification and the formation of a culture of memory in postwar Germany

This paper examines the transgenerational effects that emerged in subsequent generations who haven’t experienced the Holocaust firsthand as their victims and perpetrators. The importance of memory is emphasized, distinguishing between communicative memory, a record made by living communicators of experience, and cultural memory, which refers to a collective symbolic construction based on various forms of communication. The passage from one to the other is complex and family memory plays a fundamental role in it. It acts as a filter through which certain events are manipulated, especially in families linked to Nazism. Finally, the concept of negative memory and its link to the memory of crime is explored. The growth of a culture of memory identified exclusively with the victims is questioned, as such a culture undermines the identity of the German people. Given the psychological horror that the recounting of the crimes can cause, a particular kind of listening is proposed. The intense power of memories of what happened to the victims threatens to overwhelm the psyche of the listener and permanently shake his or her psychic equilibrium.

German society must learn to live with its historical responsibility for the Holocaust, which remains part of its sense of identity, alongside positive values such as the affirmation of human rights and the right of asylum for politically persecuted people.


Resumo

Recordando o Holocausto: os processos de identificação transgeracional e a formação de uma cultura da memória na Alemanha de pós-guerra

Nos presentes escritos são ãnalisados os efeitos tramsgeracionais surgidos nas gerações subsequentes as vitimas e perpetradores que experimentaram o Holocausto em primeira pessoa. É feito um percorrido sobre a importâmcia da memória distinguindo uma memória comunicativa como o registro exercido pelos comunicadores vivos da experiência e uma memória cultural que se refere a uma construção simbolica coletiva baseada em diversas formas de comunicação. A passagem de uma para a outra é complexa enquanto a memória familiar desempenha um papel fundamental. Ela age como filtro através do qual se manipulam certos acontecimentos, especialmente nas familias vinculadas com o nazismo. Finalmente, há um aprofundamento sobre os conceitos de memória negativa e a sua vinculação com a recordação do crime. Questiona-se o crescimento de uma cultura da memória identificada com o lugar da vitima exclusivamente, em quanto socava a identidade do povo alemão. Propõem-se uma escuta com características particulares devido ao horror psicológico que o relato dos crimes pode causar. O poder incisivo destas recordações e o simples horror do que aconteceu as vitimas ameaça motificar a psique de quem escuta e sacudir de forma duradoura o seu equilibrio psíquico.

A sociedade alemã debe conviver com a sua responsabilidade histórica pelo Holocausto e continua fazendo parte do seu sentido de identidade, que tambén inclui valores positivos obrigatórios, como afitmação dos direitos humanos e o direito ao asilo das pessoas perseguidas politicamente.


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