Puntos de vista sobre la agresividad y la cooperación. Miradas desde cuatro autores

Elsa Wolfberg1, Graciela Faiman, Mirta Fatorri, Josefina Finzi, Eliana Montuori, Hebe Sumiacher

RESUMEN

Las autoras, que conforman el Espacio John Bowlby de la Asociación Psicoanalítica Argentina, enfocan el concepto de “cooperación”, menos estudiado por el psicoanálisis clásico, y su contraposición con el de “agresividad” en el desarrollo humano. 

Millones de años atestiguan la predisposición humana a unirse y vivir en comunidades. El historiador israelí Yuval Harari afirma que de todas las especies animales que habitaron la Tierra, aquella que superó a todas las otras fue la del homo sapiens, debido a su tendencia a la cooperación.

Enfatizan luego acerca del origen endógeno o reactivo-defensivo de la agresividad. Partiendo de la postura freudiana, desarrollan el enfoque de M. Klein, D. Winnicott y la perspectiva de J. Bowlby. 

S. Freud va variando su posicionamiento con respecto al origen de la agresión: si su primera tópica la organiza en torno a la función del objeto, más tarde la “realidad psíquica” lo desplaza para enfatizar la importancia de lo pulsional y finalmente incluye una cierta dialéctica pulsión-objeto.

Melanie Klein subraya la noción freudiana de “instinto de muerte” y las pulsiones agresivas desde los comienzos de la vida, aunque también mantiene la connotación vincular. Prevalece lo intrapsíquico, lo relacional está en función de la descarga, y las fantasías agresivas y persecutorias son resultado de la derivación hacia el exterior de la pulsión de muerte. Donald Winnicott sostiene que tanto en el amor como en el odio hay agresión, lo comprende como una posible manifestación del temor y tiende a resaltar el papel de los factores externos que la provocan.

Finalmente, para John Bowlby la agresividad puede tener una función vincular con el objetivo de retener al objeto, no de destruirlo. La agresión puede ser funcional, disfuncional o una defensa frente al peligro, pero nunca una motivación primaria.

Anna Lembke (2021), directora de Medicina de la Adicción, de Stanford University, manifiesta que tenemos un imperativo biológico para conectarnos con la gente, que afecta directamente la producción de dopamina como recompensa. Agrega que este sistema está respaldado por millones de años de evolución para que nos unamos y vivamos en comunidades, nos unamos en parejas y para propagar la especie.  Podríamos pensar que es una de las razones por las que las redes sociales se hacen adictivas, ya que optimizan el contacto entre personas.

¡Qué raro iniciar un trabajo sobre agresividad mencionando la unión y la vida comunitaria! Es que queremos subrayar en este contexto, en un trabajo psicoanalítico, un eslabón silenciado habitualmente: la cooperación. Esta conducta nos viene desde ancestros remotos, tan fuertemente como la agresividad.

Tratar solamente la agresividad ya es tomar partido, inadvertidamente, por una característica que ha sido y es muy subrayada como propia de la especie humana, dejando de destacar que la cooperación es fuerte y también antigua, ya que el miedo a no sobrevivir condujo a la proximidad que protege, al apego. Es la razón por la cual presentaremos ambos ejes, a cubierto de las confrontaciones binarias y dicotómicas.

Como marco general, veamos algunos aspectos históricos, biológicos, filosóficos y sociológicos de ambas tendencias.

Uno de los prejuicios más difíciles de erradicar es el de que la especie humana es innata e irremediablemente agresiva, que la violencia es nuestro destino y que solo la educación y la cultura nos pueden liberar de este flagelo. La idea de una propensión genética únicamente dirigida a una necesidad incontrolable de descargas de violencia no está avalada por la evidencia empírica. 

En el año 1986, año internacional de la paz, un equipo multidisciplinario de académicos, científicos e intelectuales se reunió en Sevilla con el auspicio de la UNESCO, con el objetivo de analizar una de “las actividades más peligrosas y destructivas de nuestra especie: la violencia y la guerra”; su fin era discutir los orígenes de la violencia social y buscar mecanismos para disminuir las conductas violentas en el mundo. ¿Es el ser humano agresivo en forma innata o es la agresividad producto de relaciones sociales y familiares alienadas? “Así como la guerra comienza en la mente de los hombres, de la misma manera la paz puede comenzar en nuestras mentes”; la misma especie que inventó la guerra es capaz de inventar la paz (Groebel, 1989, p. XV). Los presentes elaboraron una serie de enunciados. El primer enunciado afirma que es científicamente incorrecto decir que hemos heredado de nuestros ancestros animales nuestra tendencia a hacer la guerra. Si bien hay combates entre las especies animales, es muy raro observar combates intraespecíficos entre grupos organizados. Lorenz (1974) describe que las reacciones interespecies casi nunca son agresivas y que cuando lo son tienen que ver, generalmente, con: afirmación del territorio, jerarquía dentro del grupo social, defensa y preservación de la especie. La guerra es un fenómeno cultural y humano.

El segundo enunciado afirma que, en cuanto a la evolución de la cooperación, es científicamente incorrecto sostener que en el curso de la evolución humana la selección natural ha favorecido más las conductas agresivas, la guerra o cualquier otra conducta violenta, que otro tipo de conductas. La violencia no es nuestro destino inexorable, no está en nuestro legado evolucionario ni en nuestros genes, más que las conductas prosociales o de cooperación.  

El historiador Yuval Harari (2013) describe que hay dos teorías acerca del homo sapiens: que se ha fusionado con otras especies homo o que las ha sustituido por la competencia por los recursos. No hay una respuesta definitiva a estas hipótesis, pero sí hay una respuesta a través de una teoría del lenguaje, para la que la evolución se dio como medio de compartir información. Según esta teoría el hombre es un ser social y la cooperación social es nuestra clave para la supervivencia y la reproducción (2013), y para ello el lenguaje proveyó información acerca del mundo.

De Waal (2007) caracteriza a la especie humana como primates bipolares, más agresivos que los chimpancés y más empáticos que los bonobos y considera que esto lleva a que nuestras sociedades nunca estén del todo en paz, ni tampoco permanentemente en guerra, y que las conductas humanas no estén regladas exclusivamente por el egoísmo o por la falta de respeto a las reglas morales, ni por el altruismo y la empatía.

¿Cómo explicarlo? 

Una de las posibilidades es abandonar la teoría instintiva dual, de la oposición entre pulsión de vida y pulsión de muerte y repensar el funcionamiento mental en términos de más sistemas motivacionales, de una teoría multimotivacional (Bleichmar, H., 2006).

La conceptualización sobre la cooperación es relativamente reciente y ha pasado de ser entendida como la acción de genes egoístas, que promovían la supervivencia de los familiares (teoría del altruismo recíproco), a ser entendida como conductas que evolucionaron por selección natural de manera independiente de las conductas de competencia y agresión. El sistema motivacional de la cooperación evolucionó de manera independiente, como otro sistema motivacional y en forma conjunta con el desarrollo de la intersubjetividad. Los seres humanos fueron igualitarios por miles de generaciones antes de que aparecieran las sociedades jerárquicas (Boehm, 1999). Hoy en día se considera que la especie humana es la más colaboradora de las especies. Nuestros ancestros nómades cazadores recolectores construyeron sociedades igualitarias, sin estructuras de rango o poder, sin líderes, con un alto grado de autonomía personal, sin dominación de un sexo por otro. Si no hay una autoridad que da órdenes, es más difícil que haya una guerra. En las sociedades de cazadores recolectores el estatus dentro del grupo se lograba a través de la habilidad para cooperar y para desarrollar tareas sociales relevantes para la estructura grupal. 

Cooperación

Nuestra evolución cultural se funda en el desarrollo y complejización del sistema de la cooperación. La intersubjetividad provee del conocimiento de la mente del otro, comprender sus intenciones, transmitir las propias y estimular la cooperación. Comprende la atención conjunta, la intención conjunta y la perspectiva conjunta, todas inclinadas a la intersubjetividad secundaria y a la cooperación.

El apego es una disposición a la cercanía para obtener seguridad.

La capacidad de cooperar evolucionó de la mano de la crianza cooperativa. Los monos no tienen crianza cooperativa (Hrdy, 2006). El 100% del cuidado de la cría recae sobre la madre. En el ser humano, 50% del cuidado es provisto por la madre y la otra mitad por padres, tías, abuelas, amigos. Lo que es específicamente humano no es la capacidad de leer otras mentes, sino el compartir la intencionalidad, la creación de mundos compartidos, manteniendo las perspectivas individuales. Los seres humanos son suficientemente flexibles como para adaptarse a diferentes ambientes y por ende se desarrollan de manera distinta en sistemas sociales basados en la cooperación o en la dominación. Ambas tendencias son parte de la naturaleza humana según el tipo de organización social predominante. Esto depende de una multiplicidad compleja de factores ambientales, económicos, sociales y culturales.

Agresividad

Desde los distintos puntos de vista acerca de la agresividad que tomaron algunas figuras del psicoanálisis, consonantes con las ideas de su contexto cultural y social, se abren varios ejes de discusión:

A. Prevalencia de la tendencia a la agresividad (que el hombre es el lobo del hombre, Hobbes), (S. Freud, M. Klein) vs. la tendencia a la unión en vínculos afectivos como motor social que lleva a la construcción de lazos y comunidades (M. Cortina, G. Liotti). 

B. Cooperación intergeneracional vs. la confrontación/destrucción intergeneracional: Edipo vs. Ulises. 

C. La agresividad es endógena y compelida como pulsión a la descarga (S. Freud, M. Klein) o es una tendencia defensiva frente a amenazas diversas: de pérdida, de afectar la autoestima o la autoafirmación (J. Bowlby, D. Winnicott).

D. ¿Es solo una tendencia destructiva o también puede ser una fuerza propulsora de actividad, vitalidad, constructiva y autoafirmativa? (D. Winnicott, S. Freud).

A. Prevalencia de la tendencia a la agresividad vs. cooperación

La agresividad está pensada como puesta al servicio de la destrucción y de anular tensiones vs. al servicio de la supervivencia. La metáfora del hombre, lobo para otro hombre, que usa Freud, destaca la destructividad como un rasgo innegable del psiquismo humano. 

Si bien la historia está plagada de guerras y destrucciones, no hay que pensar que esto es  una esencia del ser humano. Este, en primera instancia, está en la lucha por la supervivencia y necesita de los otros como del aire que respira, requiere mucha ayuda de ellos y también la da en vínculos recíprocos.

Según L. Juri (2011), y M. Cortina y G. Liotti (2003), el hombre es un ser gregario y no un animal de horda con sentimientos hostiles que secundariamente son transformados en lo social.  

Desde la etología surge una visión gregaria donde el semejante es un refugio para el humano, por lo cual busca contacto. Supone pensar que el miedo o la angustia son motivo de esa conducta. El miedo a la soledad hace agruparse a los mamíferos superiores, para protegerse de los depredadores. También los bebés con contacto cariñoso corporal desarrollan un apego seguro y están preprogramados para conductas cooperativas, que se manifiestan según cómo se los ttata (Bowlby, J., 1988).

El miedo es una emoción primaria, lo cual es coherente con la prematuridad e indefensión con que nacemos. El riesgo mortal de la soledad debe haber presionado al contacto con el semejante, para lograr protección.

B. Cooperación intergeneracional vs. confrontación/destrucción intergeneracional

Agregamos algunas otras posturas teóricas que ejemplifican, según la creencia o no en la función de la agresividad en los vínculos intergeneracionales, su muy distinta caracterización, y también según la prevalencia de la agresividad o la cooperación. 

H. Kohut (1971/80/84), R. Fairbairn (1952) y J. Bowlby (1980) están convencidos de que la esencia de la naturaleza humana no se encuentra en el conflicto biológicamente inevitable entre generaciones, sino en la continuidad intergeneracional de colaboración recíproca construida. Queda expresado en el mito de Odiseo que, a diferencia de Edipo, es ayudado por figuras parentales, no destruido. 

Siguiendo el pensamiento de R. Fairbairn, el mito de Edipo en este contexto sería útil para explicar aquello que se separa de la experiencia normal. Bowlby toma en cuenta los elementos que forman la constelación edípica (celos, exclusión, hostilidad, etc.) pero no considera que necesariamente deban tener un origen pulsional sexual.

En dirección a la inevitabilidad de las descargas agresivas, en su libro El filicidio, Arnaldo Rascovsky (1992) toma desde los mitos, la antropología, las religiones, la historia, el tema de la matanza, mortificación, mutilación, denigración y abandono de los hijos. Este autor desenmaraña la trágica historia familiar de Edipo (Zeus, Libia, Poseidón, etc.) mostrando el carácter reactivo y sin salida posible de la agresividad asesina, como consecuencia de los traumas hostiles familiares. Es la cuestión de la rivalidad y mortífera agresividad edípica, de cara al psicoanálisis clásico. 

Por el contrario, Hugo Bleichmar (2006), desde su Enfoque Modular Transformacional, prioriza la compleja interrelación y disbalance posible en los distintos ejes motivacionales (regulación psicobiológica, narcisismo, sensual sexual, apego, etc.) y parte de la clínica para ilustrar el interjuego entre ellos. Cuestiona la mera descarga pulsional. A veces, la agresividad puede ser estructurante del psiquismo. Considera las teorías innatistas y defensivas como necesariamente complementarias, y no opuestas.

Los modelos que se centran en la libido, la agresividad, el falo, el complejo de Edipo o la separación/individuación, o sea en una sola línea de desarrollo, quedan superados por sistemas más complejos y abarcativos de motivaciones múltiples que funcionan en simultáneo aunque con períodos y desactivaciones diversas, lo cual abre a significaciones  no binarias.

C. ¿La  agresividad es endógena o es reactiva y defensiva? S. Freud y M. Klein por un lado y J. Bowlby y D. Winnicott, por otro

Sigmund Freud

Según el Diccionario de Psicoanálisis de Laplanche-Pontalis (1967), la agresividad es: “La tendencia o conjunto de tendencias que se actualizan en conductas reales o fantasmáticas, dirigidas a dañar a otro, destruirlo, contrariarlo, humillarlo, etc. La agresión puede adoptar modalidades distintas de la acción motriz violenta y destructiva” (p. 13).

Está asociada prevalentemente con la destructividad hacia el otro, en términos ofensivos, pero también puede ser volcada hacia el sí mismo, como en el masoquismo y la autodestructividad. Se la atribuye a una fuente pulsional endogenista. 

José Luis Valls (1995), en su Diccionario Freudiano, define la pulsión como un estímulo psíquico proveniente del propio cuerpo del sujeto. Parte de las necesidades corporales se producen constantemente, y solo en forma periódica después de superar un determinado umbral penetran en el aparato psíquico, donde al tener los primeros niveles de ligadura con las representaciones toman estrictamente el nombre de pulsión. 

El estímulo de origen biológico adquiere carácter psíquico y deviene pulsión, gracias a la ligadura brindada por la representación. Se trata de un proceso, no de algo dado de antemano.

Freud (1930) reserva “pulsión agresiva” para designar la tendencia a la reducción absoluta de las tensiones, como parte de la pulsión de muerte dirigida hacia el exterior con la ayuda especial de la musculatura. Esta pulsión agresiva, y quizá también la tendencia a la autodestrucción, solo pueden ser captadas, según Freud, en su unión con la sexualidad. 

En 1915 plantea que el verdadero prototipo de una relación de odio proviene de la lucha del Yo para su conservación y su afirmación.

A partir de 1920, al localizar la pulsión de muerte en su origen en la propia persona y al hacer de la autoagresión el principio mismo de la agresividad, Freud destruye la noción de agresividad clásicamente descripta como una violencia ejercida sobre otro.

En la pulsión de muerte hay fuertemente varios fenómenos, no solo la agresividad: lo irreductible, asignado al deseo inconsciente, lo insistente, lo irreal, la tendencia a la reducción absoluta de tensiones.

Connota cierto tipo de actividades no solo como combinadas con lo erótico sino en el eje unión-desunión, donde la desunión estaría en el fondo de la pulsión de destrucción. En este sentido, la agresividad sería una fuerza radicalmente desorganizadora y fragmentante. Se presenta muy temprano en la evolución psíquica, siempre en complicado interjuego con la sexualidad, en conjunto con la que se expresa, o podría separarse en excepcionales situaciones de gravedad.

La agresividad puede expresarse en formas solapadas: la ausencia de ayuda al otro, como el hecho simbólico de ironizar sobre algo-alguien, por ejemplo, expresaría una motivación agresiva, si esa fuese la intención de quien la ejecuta.

El instinto (puramente biológico) en el psiquismo del individuo se asemejaría al funcionamiento animal.

¿Cómo surge la agresión en el psiquismo?

En los primeros períodos de la vida psíquica, esta cuenta con un incipiente Yo de placer purificado. Esta incipiente instancia, al encuentro de fuentes de displacer-malestar, buscaría alejarse de ellas, y al percibirlas dañinas le generan odio, primer sentimiento humano, que podría incluir la tendencia a agredir para eliminar la fuente de displacer. De ahí la afirmación de que el odio es previo al amor. 

Con el desarrollo de las distintas etapas de la libido, al llegar a la fase fálica (complejo de Edipo) esta confrontación entre amor y odio se percibe más notoriamente, estando dirigido el amor hacia el objeto de amor, y el odio hacia el rival que lo obstaculiza. 

Amor y odio van siempre intrincados. Esto lo postula Freud en su segunda teoría de las pulsiones (Más allá del principio de placer, 1920). 

Al agregar la existencia de la pulsión de muerte, se supone que ocurre la mezcla pulsional entre pulsión de muerte y pulsión de vida (sexual). La tendencia a la agresión ocurre según el grado de desmezcla que se experimente en el devenir del desarrollo, en el que pueden producirse mezclas y desmezclas que pueden ir tomando modalidades diversas (pulsión de apoderamiento, sadismo, etcétera). 

La agresión o pulsión de destrucción puede ser considerada la primera defensa, por medio de la deflexión pulsional. En este caso la musculatura sirve para descargar y deshacerse de la pulsión tanática, que pasa a ser recibida por un otro ajeno al propio individuo. Vemos en Freud pasos oscilantes de lo intrapsíquico en que la pura descarga de destructividad suele estar modelada por lo erótico y las experiencias vinculares.

En 1932, en ¿Por qué la guerra?, se suma la comunidad que, con lazos sentimentales y comunión de intereses, construye el derecho como su fuerza, transformándose así la destructividad. 

Vemos que Freud, a lo largo del tiempo, atempera la pulsión de muerte con la de vida en diversas proporciones y también la dota de estar como promotora de autoafirmación.

Melanie Klein

Pone de manifiesto la importancia que desempeñan las pulsiones agresivas desde los primeros momentos de la vida. El concepto de sadismo (Klein, 1932) es sinónimo de agresividad dirigida hacia un objeto (objeto que puede ser el propio Yo cuando es el Superyó quien ataca). Tiene por lo tanto un sentido mucho más específico que el primitivo de la palabra sadismo, en que la violencia ejercida sobre otro estaba intrínsecamente unida a la descarga libidinal. 

Mantiene en cambio la connotación vincular, ya que el sadismo solo aparece en la relación con el objeto, aunque esta relación haya sido internalizada. En M. Klein hay una importante prevalencia de lo intrapsíquico, aunque dirigido en fantasía a otro, y lo relacional está en función de la descarga, no de la interacción.

De esto se deduce que para Klein (1952) el bebé no necesita recibir estímulos negativos del medio para generar fantasías agresivas y persecutorias, puesto que estas son el resultado de la derivación hacia el exterior de la pulsión de muerte.

Por lo tanto, la influencia positiva o negativa del ambiente, si bien no es inoperante, debe entenderse en términos de cómo el bebé interpreta los estímulos de acuerdo con sus fantasías. Así, las buenas experiencias tenderán a fortalecer la sensación de estabilidad y de poder del objeto bueno, y por ende del Yo que se relaciona con aquel. Esto favorecerá los procesos de introyección del objeto bueno, con el consiguiente fortalecimiento del Yo. Habrá entonces menos necesidad de proyectar la agresión, ahora mejor tolerada gracias a la confianza en que al final predominarán las buenas experiencias y el objeto bueno. Con la disminución de la proyección y de la escisión, el Yo no malgasta sus energías, fortaleciéndose más aún. 

En lo opuesto, las experiencias de privación intensa confirmarán la creencia en el poder del objeto persecutorio, aumentando la indefensión del Yo y la consecuente agresión, nuevamente proyectada.

Esto supone un círculo vicioso que empobrece al Yo, obligándolo a hacer uso masivo de sus mecanismos de defensa con el fin de aliviar la ansiedad. El bebé no está necesariamente escindiendo y proyectando todo el tiempo en estos primeros meses; ello se produce solo ante las experiencias ansiógenas.

El vínculo incide en que proyecte menos, no es interactivo, solo en parte. Klein (1952) aunque toma en cuenta los efectos que el ambiente tiene sobre el niño, sostiene que aun en ausencia de un ambiente malo existirían en el pequeño ansiedades y fantasías tanto agresivas como persecutorias. Para ella estas fantasías tienen un papel predominante en la estructuración del psiquismo.  

Realiza el análisis de tempranas relaciones objetales introyectivas y proyectivas, afirmando que cuanto más temprana es la introyección, más fantásticos son los objetos introyectados, y más distorsionados están por lo que se ha proyectado en ellos. 

Aquí volvemos a encontrar la preeminencia del mundo fantasmático (fantasías internas) por sobre la relación del niño con sus cuidadores y su entorno.

Si predominan las experiencias de gratificación (la madre “suficientemente buena” de Winnicott), se hacen patentes también las tendencias a la integración, que están presentes según Klein desde el comienzo de la vida (acaso una manifestación de la pulsión de vida). Estas tendencias a la integración, junto con la maduración psicofisiológica de las capacidades perceptivas y cognitivas del Yo, preparan el camino a la integración de los objetos parciales, así como del Yo bueno y el Yo malo. Si además, en los primeros seis meses, predominan las experiencias gratificantes del maternaje, el bebé aprenderá a manejar la tensión de manera más adecuada, disminuyendo entonces la tendencia a la escisión y a la proyección. 

Aun en el caso en que el ambiente proporcione experiencias gratificantes los factores internos pueden alterarlas e incluso impedirlas. Para Klein (1957) la envidia temprana es uno de los factores que actúan desde el nacimiento y afecta fundamentalmente las primeras experiencias del bebé. En este sentido, la predominancia de los factores internos, esto es, congénitos, es en ella de importancia radical. 

Para Klein la envidia es altamente destructiva, ya que su objetivo es el de arruinar lo bueno que posee el objeto y de esa manera suprimir la fuente de envidia. Al destruir la fuente misma de todo lo bueno de lo cual el bebé depende impide la realización de buenas introyecciones. Dado que ataca la fuente de vida, se la puede considerar como la primera externalización directa del instinto de muerte. La gratificación real que el bebé experimenta con el pecho lo lleva a aumentar su amor por él pero a la vez le provoca envidia y entonces aparece el deseo de destruirlo. 

Nada más alejado del pensamiento de J. Bowlby, que no contempla la existencia de un instinto de muerte ni de una envidia primaria perinatal. Con este determinismo genético M. Klein cae en un reduccionismo biologista y, aun cuando incluye tendencias a la integración, considera central lo agresivo destructivo.

Kleinianos contemporáneos, Edna O’Shaugnessy, Elizabeth Bott Spillius y Betty Joseph, consideran que en la clínica, la agresión destructiva en un paciente es resultado de un impacto devastador y de relaciones y frustraciones traumáticas. En este aspecto se acercan a J. Bowlby, que relaciona las perturbaciones del desarrollo con la deficiente respuesta parental. Adrianne Harris (2020) usa el concepto de agresión en sentido amplio incluyendo el significado positivo de actividad y afirmación, además de competitividad, envidia, ira y destructividad.

El modelo de M. Klein es prevalentemente intrapsíquico, no interpersonal, deviene interpersonal con el desarrollo.

Donald W. Winnicott

En su artículo “La agresión y sus orígenes” (1939), dice que tanto en el amor como en el odio hay agresión. También dice que esta puede ser un síntoma del miedo. 

Afirma que el niño experimenta el amor y el odio con el mismo nivel de violencia que el adulto. Y la agresión se presenta oculta, disfrazada, desviada, se la atribuye a factores externos y resulta difícil rastrear sus orígenes.  

En “El delincuente y transgresor habitual” (1940), resalta la importancia de los factores externos en la etiología de la patología antisocial. Se refiere a un artículo de Bowlby en el que este habla del efecto negativo de la separación de la madre durante más de 6 meses. Winnicott tiene una concepción similar, ya que considera que el individuo antisocial es aquel que ha sufrido un quiebre de la vida familiar, como el ocasionado por los planes de evacuación en Inglaterra.

Dos trabajos cruciales sobre la agresión son “El odio en la contratransferencia” (1947) y “La agresión al servicio del desarrollo emocional” (1950-1955). 

Su visión compleja de la díada temprana lo lleva a considerar en la función de curación y de construcción de estructuras, la importancia del odio y la agresión (usaba movilidad y actividad como términos genéricos para la agresividad) tanto en la madre como en el niño. Valoró el poder sentir odio, que junto con la agresividad sentida en lo relacional conduce al desarrollo del psiquismo y a una intensa conexión madre-hijo. “La madre odia a su hijo desde el principio… incluso de niño” (Winnicott, D., 1947, p. 276).

Razones del mismo: daño causado en su cuerpo, interrupción de sus proyectos de vida, decepción de sus fantasías y el aplazar e ignorar sus propias necesidades. Él no sabe todo lo que ella hace por él, ¡especialmente, no puede tener presente su odio!

Queda claro que Winnicott no quiere decir que el odio se actúe en la conducta, sino que el odio debe ser intensamente sentido y conscientemente comprendido; el odio desconocido o repudiado  es lo que hace mucho daño.

En “La agresión en relación con el desarrollo emocional” (1950-1955) se refiere a la ira que se origina en la frustración y se expresa por medio de conductas agresivas (hacia el objeto frustrante o hacia objetos buenos, causándole culpa), y en “Agresión, culpa y reparación” (1960) plantea que la agresión tiene dos significados; por un lado, una reacción directa o indirecta frente a la frustración, y por otro lado, es una de las dos fuentes de energía con que cuenta todo individuo.

En este aspecto Winnicott coincide con J. Bowlby al ver a la agresividad como defensa y se diferencia de M. Klein en cuanto entiende a la agresión como efecto de estímulos externos.

En el cuidado de la mamá al niño, esta le presenta paulatinamente el mundo, el no-Yo, de acuerdo con lo que ella observa que el niño está en condiciones de tolerar por su grado de maduración. Una actitud fallida materna puede llegar a provocar en el niño una reacción de destructividad primitiva, frente a la evidencia de su imposibilidad de control mágico del no-Yo. 

En 1956, en su artículo “La tendencia antisocial”, plantea que esta se caracteriza por el robo y la destructividad. Siguiendo a Bowlby, la atribuye a la “deprivación materna”, como una reacción frente a la falla materna que genera en el niño la pérdida de algo bueno que tenía y que se interrumpió súbitamente. Enumera, como manifestaciones de la reacción ante la deprivación, la voracidad, la enuresis, la destructividad compulsiva y la tendencia a fastidiar o armar líos.

En la fase de dependencia relativa, en que aparece la clara diferenciación Yo/no-Yo, el niño registra la pérdida. Dice el autor: 

[…] se encuentra el fallo o fracaso encima del éxito, fallo que, en el momento de producirse, fue percibido como tal por el niño. El niño contó con una provisión ambiental satisfactoria que luego cesó. La continuidad existencial propia del hecho de saber que existía tal provisión ambiental se vio sustituida por una reacción ante el fallo del medio ambiente […]. (Winnicott, D.,1963, p. 276).

El fallo se produjo realmente en la vida del niño y no hubo una satisfacción de sus necesidades esenciales. Este es el punto de origen de la tendencia antisocial. Si el ambiente registra estas conductas como una reacción frente al fallo, es posible que sea corregida si el niño vive en familia. Si esto no es percibido y el fallo en el sostén del Ego continúa, la tendencia antisocial da pie al trastorno de carácter y a la delincuencia, y el niño va en camino de convertirse en psicópata, especializado en la violencia y el robo. La tendencia antisocial funciona como una llamada de auxilio al ambiente para que se pueda corregir la falla; de ahí que lo que predomine en el niño es un sentimiento de esperanza.  

Los bebés del psicoanálisis

Si quisiéramos caracterizar las construcciones que se hicieron de los distintos bebés del psicoanálisis, tendríamos que describir el bebé de Freud, que se inaugura con la respuesta de odio ante el primer contacto desfavorable con el mundo real. El bebé de Winnicott, con la mezcla invariable de amor y odio. El bebé de M. Klein, con la destructividad inicial para descargar la agresión y en lucha interminable con su envidia inicial, ambas endógenas. Y el bebé de Bowlby, que es relacional y se enoja por frustración, para retener al objeto.

Cada construcción deriva en distintas direcciones clínicas y sus consecuencias.

John Bowlby

Según J. Bowlby, la agresividad puede tener una función vincular; él pensó  la hostilidad con el objetivo de retener al objeto, no de destruirlo.

La  agresión, según este autor, puede ser:

1. Funcional: retener al objeto y/o su atención (Bowlby, J, 1973).

2. Disfuncional: como ataque de rencor, venganza por abandono o exclusión.

3. Como defensa de la autoafirmación, sobre todo en parentalidades invertidas. Está en consonancia con el Freud de 1915: la agresividad está asociada con la destructividad, pero también puede estar al servicio de la autoafirmación.

4. Agresividad por sentir el Self en peligro; no es para dañar sino para recuperar la integridad o la autoestima.

Puede haber una predisposición a la actitud agresiva activada por ciertas circunstancias del contexto. Esta predisposición, biológicamente predeterminada, es una disposición eventual; que no es lo mismo que suponer que hay una pulsión de muerte que debe descargarse en uno mismo o en el ambiente. Entendida así, la agresividad es defensiva y está al servicio de la supervivencia y de la autonomía. J. Bowlby transformó la teoría pulsional de Freud en sistema motivacional, cuya finalidad no es la descarga sino la proximidad relacional.

Colocar la destructividad en primer lugar, como motivación primaria, no siempre separada de la agresividad, es una postura que elige la violencia y las conductas destructivas como paradigmáticas del ser humano. Sin negar esas conductas, se puede sostener que lo primario es el gregarismo, empujado por el miedo. 

J. Bowlby (1973) afirmó que el enojo es la respuesta natural a la frustración y sirve como una importante señal comunicativa al partenaire del apego, de que algo no va bien. Si la figura de apego no responde, el enojo es una de las maneras de incrementar la intensidad de la comunicación con esta.

Si surte efecto y la figura de apego reanuda sus funciones protectoras y reguladoras, el vínculo de apego se mantendrá consistente, aunque tal vez inseguro en su organización. Si la reacción de enojo no consigue la respuesta de la figura de apego a tal creciente activación de miedo del niño, el enojo inútil y el distress aumentan, la organización conductual estratégica se quiebra o toma formas desviadas a medida que la comunicación falla en lograr su meta. J. Bowlby describió estos procesos (1980) como parte de la “protesta” y la “desesperación”, fases de la respuesta del niño a la pérdida del cuidador, en ausencia de un sustituto adecuado. 

La disociación rompe el monitoreo atencional de la conciencia y hace a la persona impermeable a la comunicación del apego y a la regulación interactiva, a modo de defensa.

M. Marrone (2014) ve a la agresión como una conducta activada en distintas circunstancias y respondiendo a diferentes motivaciones. Puede responder a una sensación somática, como el dolor; puede ser convocada para establecer un rango; puede ser dirigida a uno mismo, bajo la forma de auto lesiones.

Tanto el odio dentro de los conflictos políticos y religiosos como las lesiones que se inflige un suicida comparten la expresión de conductas agresivas. Pero es cuestionable que estas respondan a la expresión de una agresión en sí misma. Podemos pensar que, en todo caso, la agresión es una conducta activada por un sistema aversivo, dirigida a un objeto percibido como amenazante, que o bien ha sido proyectado al exogrupo en el primer caso, o al sí mismo, en el segundo. 

Articulaciones entre apego desorganizado, agresividad, trauma y duelos patológicos

Paul Renn, en “Apego, trauma y violencia” (2006), entendiendo la destructividad desde la perspectiva de la teoría del apego, plantea que la agresión y la destructividad surgen de la perturbación traumática de la relación de apego cuidador-niño. Es semejante a la falla de la formulación de Winnicott.

La violencia afectiva está arraigada en la disrupción de procesos de apego y constituye una reacción desorganizada y mal adaptada a la amenaza percibida o un peligro sentido para el Self. Se puede descubrir un duelo no realizado y un trauma no resuelto.

J. Bowlby entiende la aflicción y el duelo patológico como el centro de la comprensión de la agresión y destructividad en el contexto de la separación y la pérdida en la familia. Pérdida puede ser entendida como negligencia, abandono, abuso, depresión, rechazo.

En el duelo patológico, los sentimientos del niño, inexpresados y ambivalentes de anhelo y enojo con la figura de apego, son segregados en un sistema disociado y la pérdida es repudiada.

J. Bowlby (1980) formula que la exclusión defensiva es el corazón de la psicopatología, porque la conducta, sentimientos y pensamientos relacionados con el apego, a su vez asociados con la experiencia traumática, dejan de ser experimentados y no son procesados. Cuando el sujeto con apego inseguro tiene cuando adulto una separación o pérdida, el trauma puede activarse junto con un odio y una agresión disfuncionales.

El trauma psicológico resulta en sentimientos intensos de miedo, indefensión, amenaza de aniquilación que desorganizan el funcionamiento mental y sobrepasan las adaptaciones que comúnmente dan control, conexión emocional y sentido. El afecto traumático es vivido (Zulueta, 1993) como un significativo factor que motiva agresión y destructividad. Esto ocurre en vínculos de apego desorganizado cuidador-niño.

La regulación emocional es otro factor importante. Es un proceso intersubjetivo, en el que se nombran las emociones propias y ajenas, se entona con ellas y se las contiene. Esto media conflictos y da estrategias flexibles para situaciones de activación displacentera. La dificultad de regulación del niño (Schore, 1994) se debe a un déficit parental de regular interactivamente estados afectivos de enojo, miedo y vergüenza durante fases críticas del desarrollo de sistemas emocionales en el cerebro derecho, en el segundo año de vida.

Las neurociencias revelan que el trauma produce un déficit en el sistema orbitofrontal del cerebro derecho, por lo cual la información afectiva es insuficientemente transmitida al cerebro izquierdo, y sin simbolización ni semántica el sujeto está expuesto a la impulsividad, al acting out y la agresión; la falta de procesamiento semántico se da cuando se activa algo del trauma.

Bowlby destaca que las relaciones primarias perturbadas madre-hijo deben ser consideradas como un precursor clave de la enfermedad mental. Además, Fonagy (2000) dice que la contribución crucial de Bowlby es su opinión de la necesidad del niño de un temprano apego seguro a la madre; el niño que no desarrolla este apego podría presentar signos de deprivación 

parcial, lo que se expresa en una necesidad excesiva de ser amado o, por el contrario, una reacción de resentimiento, venganza, intensa culpabilidad y depresión. O también  por signos de deprivación completa: apatía, indiferencia, retardo en el desarrollo y, más tarde, signos de superficialidad, falta de sentimientos profundos, tendencia a la falsedad y al robo compulsivo. 

Fonagy (2000) señala que la figura de apego provee, en los primeros años, la seguridad básica esencial para poder explorar y es en la que se basa la capacidad de aprender. La ausencia de la figura de apego inhibe la exploración y por tanto desarrolla insuficientemente las funciones de contención de los impulsos. También conduce a necesidades afectivas pendientes que más tarde, al entrar en la adolescencia, son una base propicia para toda clase de dependencias y, por tanto, de adicciones. 

El apego desorganizado (Lyons Ruth, K., Jacobvitz, D., 1999) se caracteriza por conductas de hostilidad y agresión, donde el riesgo temprano inicia procesos acumulativos del desarrollo de transacciones entre el niño y el ambiente que pueden llevar a perturbaciones posteriores.

D. ¿La agresividad es solo una tendencia destructiva o también puede ser una fuerza propulsora de actividad, vitalidad, constructiva y autoafirmativa? (Winnicott, Freud)

Winnicot formula que el odio padres/hijos procesado psíquicamente es un factor de desarrollo. El término agresividad está entendido en dos facetas: como fuerza de autoafirmación y empuje y como fuerza destructiva. Tanto Freud como Winnicott, como J. Bowlby, lo presentan así; e incluso los continuadores de M. Klein (autora que tanto aportó a la visión de los sentimientos negativos de envidia y agresión), los poskleinianos, incluyen en la función de la agresividad la tendencia afirmativa y potenciadora.

Esta última significación se desarrolla en paralelo a las tendencias colaborativas y cooperativas propias de los seres humanos, desarrolladas en las sociedades y los vínculos, pero no visualizadas con la misma intensidad que las destructivas.

Laplanche y Pontalis (1967) agregan en su Diccionario, en letra pequeña, que Freud también utiliza la agresividad con un sentido debilitante del término, perdiendo connotación de hostilidad al hacerlo equivalente a actividad, energía, espíritu de emprendimiento.

A modo de reflexión….

Hemos hecho este recorrido por diversas miradas sobre la agresividad y a la vez sobre la cooperación entre las personas. Las ecuaciones entre ambas disposiciones han permitido la continuidad de nuestras vidas como humanos, ya que así como hubo guerras, hubo y hay interacciones constructivas y pacíficas de protecciones recíprocas. La evolución favoreció a los que eran capaces de crear lazos sociales fuertes (Yuval Harari, 2013).

Todo comienza con… “para criar un niño hace falta una tribu…” (antiguo proverbio africano).

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1 elsawolfberg@hotmail.com, Coordinadora Espacio Bowlby. Todos los participantes y coautores de este trabajo son miembros de la Asociación Psicoanalítica Argentina

Descriptores: AGRESIVIDAD / BEBÉ / RELACIÓN DE OBJETO / PSIQUISMO TEMPRANO / DEPRIVACIÓN / DUELO / TRAUMA / APEGO

Candidatos a descriptores: COOPERACIÓN / PSICOANÁLISIS RELACIONAL


Abstract

Four authors’ views on aggression and cooperation

The authors, who make up the John Bowlby Space of the Argentine Psychoanalytic Association, focus on the concept of “cooperation”, little studied by classical psychoanalysis, and its opposition to that of “aggressiveness” in human development. 

Millions of years testify to the human predisposition to unite and live in communities. The Israeli historian Yuval Harari states that of all the animal species that inhabited the Earth, Homo sapiens surpassed all others due to its tendency to cooperate.       

They then emphasize the endogenous or reactive-defensive origin of aggressiveness. Starting from the Freudian position, they present the approaches of M. Klein, D. Winnicott and J. Bowlby. 

S. Freud’s stance regarding the origin of aggression varied: in his first topic he organized it around the function of the object, but later “psychic reality” displaced it to emphasize the importance of drives, and finally he included a certain drive-object dialectics.

Melanie Klein underlines the Freudian notion of the “death instinct” and the aggressive drives from the beginning of life, although she also stresses 

the importance of bonding. The intrapsychic prevails, the relational is a function of the discharge, and aggressive and persecutory fantasies are the result of the death drive being turned towards the external world. Donald Winnicott maintains that in both love and hate there is aggression, understands it as a posible manifestation of fear, and tends to emphasize the causal role of external factors.

Finally, for John Bowlby aggression may have a bonding function whose purpose is to retain the object, not to destroy it. Aggression may be functional, dysfunctional or a defense against danger, but it never constitutes a primary motivation.


Resumo

Pontos de vista sobre a agressividade e a cooperação. Olhares desde quatro autores

As autoras, que fazem parte do Espaço John Bowlby da Associação Psicanalítica Argentina, focalizam o conceito de “cooperação”, menos estudado pela psicanálise clássica e a sua contraposição ao de “agressividade” no desenvolvimento humano. 

Milhões de anos testificam a predisposição humana de unir-se e viver em comunidades. O historiador israelita Yuval Harari afirma que de todas as espécies animais que habitaram a Terra, aquela que superou todas as outras foi a do Homo sapiens, devido a sua tendência à cooperação.       

Também enfatizam sobre a origem endógena ou reativa-defensiva da agressividade. Partindo da postura freudiana, desenvolvem o enfoque de M. Klein, D. Winnicott e a perspectiva de J. Bowlby. 

Freud vai mudando o seu posicionamento no que diz respeito à origem da agressão: se sua primeira tópica foi organizada en torno à função do objeto, mais tarde a “realidade psíquica” o substitui para enfatizar a importância do pulsional e finalmente incluiu uma certa dialética pulsão-objeto.

Melanie Klein destaca a noção freudiana de “instinto de morte” e as pulsões agressivas desde o começo da vida, embora mantenha também a conotação vincular. Prevalece o intrapsíquico, o relacional está em função da descarga e as fantasias agressivas e persecutórias são resultado da derivação ao exterior da pulsão de morte. Donald Winnicott defende que tanto no amor como no ódio há agressão, compreende-o como uma possível manifestação do temor e tende a ressaltar o papel dos fatores externos que a provocam.

Finalmente, para John Bowlby a agressividade pode ter uma função vincular cujo objetivo é reter o objeto, não destruí-lo. A agressão pode ser funcional, disfuncional ou uma defesa ante o perigo, mas nunca uma motivação primária.


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