Psicoanálisis, biopolítica y desencuentro: acerca de las coordenadas del sujeto y la subjetividad. Testimonio de una práctica “en la línea de fuego”
Jorge E. Catelli1
“La palabra es un virus. Quizás el virus de la gripe fue una vez una célula sana.
Ahora es un organismo parasitario que invade y daña el sistema nervioso central.
El hombre moderno ya no conoce el silencio. Intenta detener el discurso subvocal.
Experimenta diez segundos de silencio interior.
Te encontrarás con un organismo resistente que te impone hablar.
Ese organismo es la palabra”.
William Burroughs. El boleto que explotó.
1967.
“Sobre el prójimo, entonces, aprende el ser humano a discernir”.
S. Freud, 1895, p. 379.
Resumen
La reciente pandemia ha puesto en jaque a la humanidad, colocando a la práctica del psicoanálisis en una dependencia directa de las tecnologías, como sostén posible de su práctica, en medio de las políticas sanitarias de “aislamiento social preventivo y obligatorio”. Esta nueva situación, que el autor parafrasea respecto del nombre del 53º. Congreso Internacional de Psicoanálisis de la IPA, como “una línea de fuego”, se plantea en el presente artículo, como un punto crucial, para articular de modo crítico los conceptos de biopolítica, control, sujeto y subjetividad, en relación con el pensamiento psicoanalítico. Estos puntos son puestos en tensión por el autor, en un entramado que involucra sus ideas y disquisiciones acerca del “complejo del prójimo-semejante”, una nueva lectura de los planteos de Freud en su Introducción del narcisismo y El malestar en la cultura y una ilustración clínica acerca del trabajo telemático en psicoanálisis. El autor da testimonio de nuestro psicoanálisis en una época marcada por este acontecimiento mundial, llevando a la reflexión crítica desde algunos de los conceptos prínceps de nuestro arte y ciencia, articulados con algunos conceptos de otros saberes y otras disciplinas.
Irrupción, biopolítica y algunas preguntas iniciales en la linea de fuego
De un momento a otro ingresamos en una serie distópica, digna de las mejores de las plataformas de series y películas. El Covid-19 irrumpió y produjo efectos a nivel global, que trastocaron la escena mundial. Hemos vivido una situación en la que día a día se fueron desplegando datos, conteo de contagios, de muertes en escaladas escalofriantes y las indicaciones entre contradictorias y apabullantes de “quedarse en casa”, “no tocarse”, “no tocar”, “lavarse muchas veces las manos”, “mantener distancia”, “usar barbijos”, “no usar barbijos”, “usar máscaras de plástico caseras”, “no usarlas porque de nada sirven”, además de las últimas sugerencias de algunos especialistas que llegaron a vaticinar “no volver a darse la mano nunca más”. Todas las indicaciones propias de un Superyó contradictorio y feroz, avaladas por las ciencias biológicas y los programas de prevención en salud a nivel global.
La evidente transformación política y del mundo a la que estamos asistiendo, producto a su vez de esta misma pandemia, intentó ser, con mayor o menor logro, capitalizada por muchos de quienes encarnaron y aún hoy lo siguen encarnando, el ejercicio del poder. En esa primera “línea de fuego” social, epidemiológica y subjetiva, han mostrado reacciones dispares y por momentos desesperadas: decretos y decisiones cuyas firmas fueron empujadas por la opinión pública, las estadísticas de aceptación y la voluntad de aquella “auctoritas e imperium” (Catelli, 2018d, p. 121) respecto de la que teorizaban los antiguos romanos, para sostener y acrecentar el reconocimiento social, para una suba de la popularidad, junto a videos circulantes de épicas proezas que mostraron a los mismos políticos en un rictus a veces maníaco, otras presumiblemente serenos, pero con rasgos disociados que mostraban terror, desconcierto o actuaciones patéticas de estudiantes de teatro de nivel inicial. En medio de una situación de irrupción y un horizonte planteado incierto, se iban produciendo acciones a la postre discutibles y, a su vez, ciertos sometimientos a diversos ideales inestables, guiados por la misma brújula incierta. Al decir de Garma, nuevas manifestaciones en diversos órdenes del “sometimiento masoquista por los engaños del Superyó” (Garma, 1976, 1978).
En esta nueva línea de fuego, los cuerpos volvieron a ser, cada vez en un mayor primer plano, bastiones sitiados del biopoder y renovados objetos de la biopolítica (Foucault, 1972, 1976), siendo cada casa, para quienes en el mundo las tuvieran, la nueva celda del célebre panóptico de Bentham (Foucault, 1975; Bentham, 1780). La convocatoria masiva desde el poder en su biocontrol intentó su eficacia en el desarme de la colectivización, la instalación de la sospecha respecto del otro, la estimulación de la denuncia y la vigilancia cada vez más aguda de las poblaciones; luego, a condición del terror difundido por los medios masivos de comunicación, asociados con la singularidad del morbo de cada quién y bajo la aparentemente saludable convocatoria al encierro y al llamado “home office”. Hoy estamos mirando retrospectivamente un campo plagado de consecuencias psíquicas, sociales e intersubjetivas, con incidencias profundas en la vida de la población. Considero que podrían haber sido decisiones necesarias, vinculadas a las políticas de salud y de sostenimiento de las poblaciones, los sistemas de salud al borde del colapso y otros componentes propios del funcionamiento de los países, pero que no podemos dejar de mirar críticamente, produciendo al menos las interrogaciones necesarias para resignificar estas situaciones que la humanidad viene atravesando y sus consecuencias, en diversos órdenes que implican al sujeto y las subjetividades.
Y allí mismo, ante las determinaciones desde el poder sobre los cuerpos dóciles, las órdenes contradictorias de ese extracto de Superyó, externalizado en diversas voces de “la última verdad”, cobraron la más contundente realización, junto a la sumisión generalizada ante el encierro, el control y la vigilancia, legitimadas por la fuerza pública, con pequeños burócratas encaramados en su pequeño y autoritario poder, la casi absoluta y esmerada negación respecto de hablar de los efectos del encierro, de acuerdo con la estructura en que cada uno ha quedado organizado y en relación con las singularidades de las subjetividades. El surgimiento del Superyó solo es posible en el seno de la relación con el otro, calificada por Freud como “entendimiento” (mutuo, si consideramos que la palabra original es “Verständigung” [1950 (1895), p. 363]). Sin embargo ese asistente, ese otro, se le presenta al niño tanto como accesible y familiar –semejante– así como también desconocido, irreductible e impenetrable –prójimo–. Las formas más regresivas de la patología reactualizan los orígenes de la estructuración psíquica, descomponiéndola, aun volviendo esas “voces” que fueron interiorizadas, nuevamente al exterior (como) en la alucinación. La melancolía, manía y paranoia muestran con creces este modelo de partición del Yo entre una instancia crítica y la otra, criticada (Catelli y Zaefferer, 2013c). En tiempos de pandemia, esa instancia se ubicó externalizada en las voces que nos indicaban qué hacer y qué no hacer, desde un imperativo de inevitable y renovado goce. De ese modo, se pretendió sostener la salud desde el encierro, como parte de las pocas posibilidades existentes, en un primer tiempo en pandemia. La salud quedó mayoritariamente ceñida a ser pensada en términos de lo orgánico y del cuidado ante el potencial contagio del virus. Mientras tanto, muchos comenzamos a pensar y escribir, a discutir y publicar nuestras ideas, en un intento de sostener vitalmente el pensamiento, los cuestionamientos y a nosotros mismos.
Primera “línea de fuego” del sujeto: entre el prójimo y el semejante
Nuevamente surgieron, estimulados por las estigmatizaciones y la violencia inherente al ser humano, la desconfianza ante quien está del otro lado del “river”. Así se distinguía en algún tiempo medieval quién era “de los propios” y quién era un “rival” (Catelli, 2016b).
La experiencia con el semejante, siguiendo los lineamientos de pensamiento de Freud (1950a), puede ser comprendida como lo que se constituye con una acción inaugural (aquella tan mentada “nueva acción psíquica”: la salida del encierro narcisista, el reconocimiento del otro, la empatía y la comprensión del sujeto en ciernes, para dar lugar a su constitución (Catelli, 2014).
Aquella afirmación freudiana acerca del sufrimiento, que “nos amenaza por tres lados” (1930, p. 76), pareciera cobrar un renovado sentido en la intersección de esas tres fuentes: el propio cuerpo, el mundo exterior y las relaciones con otros seres humanos. La vivencia de un cuerpo frágil, amenazado por la posibilidad de hospedar a un virus que inocula un programa “informático” certero y enfermante, se fue instalando sistemáticamente. La idea represiva de “la defensa” fue cobrando formas peculiares, ya que cada vez se iba definiendo más como algo proveniente de un mundo exterior peligroso, constituido justamente por los otros seres humanos, que de repente se iban erigiendo como potenciales transmisores de la peste. Otra vez la peste, que cobraba renovada intensidad y presencia cotidiana. La angustia que siempre da señales, anticipándose al peligro, comenzó a presentarse de un modo continuo y agobiante. Y ahora un poco más alerta, ante la proximidad de los otros. Es el último factor referido, “los otros seres humanos”, el que es planteado por Freud como “el sufrimiento [que] quizá nos sea más doloroso que cualquier otro” (ibíd., supra, p. 76).
Tal como vengo planteando anteriormente, a partir de investigaciones en el tema (Catelli. 2009b, 2016b, 2019a) como “vecino” es la palabra que usamos para designar a la persona que vive en el mismo barrio o aquellas cosas que están cerca, nuestro vecino es aquel que habita una vivienda cercana a la nuestra y las ciudades vecinas son aquellas que están situadas en los alrededores de la propia. Del latín, vicinus, dio lugar a voisin en francés, y en italiano, a vicino (cercano). En alemán, desde el Mittelhochdeutsch y Althochdeutsch (medio alto alemán y antiguo alto alemán), surge el término Nachbar, de donde proviene el neighbour. Nach es el siguiente, el próximo, el Nachbar, es como neighbour, aquél que está a continuación, al lado, cerca. Cada uno sabe cuántos problemas podemos tener con los vecinos y todos los sufrimientos que pueden y suelen provenir de esos vínculos con esos otros seres humanos, junto también con la potencial solidaridad, cercanía y lazo social. El vecino puede oficiar de representante de ese semejante (símil) en quien reencontrar algo conocido, solidario y amable, que puede despertar el deseo de cercanía que define ese lazo social –una dimensión del “Nebenmensch”–; o bien representar al prójimo (próximo pero ajeno) en tanto el extranjero temido, algo del desconocido que despierta el terror del encuentro con lo irreductible de “lo otro del otro” –otra dimensión de aquél “Nebenmensch”–– que despierta el narcisismo de las pequeñas diferencias (Catelli, 2019a y 2019b). La presencia amenazante del Covid-19 soportada por el cuerpo de los otros, potencia la peligrosidad de éstos, con lo cual surge la primera respuesta: defenderse del otro.
Casi en simultáneo a la llamada “gripe española”, Freud (1918a) cita un trabajo de 1902 de Ernest Crawley, quien con expresiones que difieren poco de la terminología empleada por el psicoanálisis, señala que cada individuo se separa de los demás mediante lo que él llama un “taboo of personal isolation” (“tabú de aislamiento personal”) y que justamente, en sus pequeñas diferencias, no obstante su semejanza, en todo el resto, se fundamentan los sentimientos de ajenidad y hostilidad entre ellos. En este sentido, se puede tomar la figura del “prójimo”, en su dimensión de ajenidad, ¡y respecto del cual hay que aislarse! (Zizek, 2010).
Surgió entonces lo que consideré necesario plantear en diversos medios, como cierta torsión de aquella premisa, la interrogación acerca de cómo pasar de “cuidarse del otro” a “cuidarse con los otros”. Esta torsión implicó un intento de viraje en relación con el repudio por el otro, con lo ajeno del otro hacia una hipótesis acerca de la identificación: cómo ser también el otro, aquel prójimo sobre el que “el ser humano aprende […] a discernir” (S. Freud, 1950a [1895], p. 379).
La autoconservación y el psicoanálisis como práctica: segunda línea de fuego en pandemia
La práctica psicoanalítica no dejó de quedar afectada por la cuarentena establecida. El virus afectó también a nuestros tratamientos y en esa misma afección, las diversas posiciones de quienes llevamos adelante el trabajo analítico con nuestros analizados, con un arco tan amplio de propuestas como también de incertidumbres, desconciertos y perplejidades varias.
Desde las posiciones más radicales, se dejaron oír todas las imposibilidades para poder seguir adelante sin la asistencia presencial. Estas mismas posiciones entraban en conflicto desde la situación que se iba imponiendo, también en franca expresión de una ortodoxia inflexible y/o tal vez, de un cierto analfabetismo tecnológico. Los cuerpos inmóviles, con la mirada apartada, recostados en el diván, son los mismos cuerpos que comenzaron a extrañarse en nuestros consultorios y preguntándonos cómo poner en juego a través de las plataformas que las tecnologías ofrecen la continuidad cierta de los análisis y, junto a estos, las preguntas formuladas en voz baja entre los mismos analistas, acerca de qué hacer o cómo hacerlo: si abrir la cámara, distraerse viéndose en la misma conversación, cerrar la cámara luego del saludo, apagarla solo del lado del analista, mantener la imagen a lo largo de la sesión y los más variados ensayos acerca de la imagen y la propia imagen reflejada en el tratamiento a distancia. Asimismo, el modo de escuchar –desde el punto de vista tecnológico– pasó a ser un punto a considerar: con o sin auriculares, con uno solo alternando oreja por sesión, para jornadas de muchos pacientes y hasta las variaciones acerca de “altavoz” y “a la antigua”, con el celular en la oreja y, más a la antigua aún, pero en tiempos de escasez de exigida conectividad, con la vieja línea telefónica fija, de la que, en muchos casos, hasta su número había sido ya olvidado. El deseo decidido del analista vuelve a producir algo de un encuentro definido por su imposibilidad, de un sujeto que no es individuo y que nunca acude a la cita, ya sea en el consultorio, por Zoom, Skype o WhatsApp y, de este modo, vuelve la palabra a ser el virus que infecta al organismo, transformándolo una vez más en cuerpo erógeno, en un recorte de esa experiencia en un “entre”, que inaugura otro contagio necesario de nuestra práctica clínica: la transferencia. Ha de ser esa otra escena, la transferencial, la que aloja al virus que habita y constituye nuestra práctica: el virus de la palabra.
Testimonio de una práctica a lo largo del tiempo y con el virus de la palabra
Desde hace unos cuantos años comencé el trabajo “telemático”, en una suerte de consultorio sui generis, que había comenzado del mismo modo en mi hospedaje universitario en la ciudad de Munich, cuando hace más de veinticinco años me encontraba llevando a cabo estudios de posgrado en aquella ciudad.
Fue una noche espesa y cerrada, de esas que Rilke confrontaba desde Roma con las “débiles” noches mediterráneas, de nubes bajas, de encierro pesadillezco y wagneriano, en que golpeaban a mi puerta con insistencia, pidiendo ayuda, para intervenir en una bizarra situación de amenaza de suicidio de otro de los estudiantes de ese campus.
Se trataba efectivamente de un querido compañero griego, ahora viviendo en aquel edificio en común, que –tal vez a condición de la diferencia de edad, y siendo yo el único profesional graduado y más “viejo” a los veintipico de años, de esa comunidad– había desplegado ciertas transferencias imaginarias, recuperándolo a posteriori, por un rasgo semejante, “ser también del sur”. En aquel entonces, “extrañar el clima”, “odiar la nieve en el calzado” y soñar una y otra vez con los mares azules de su Grecia natal, eran tema permanente de conversación.
Luego de resolver aquella situación de intento de pasaje al acto, de aferrarse a algo de un discurso compartido y de haber literalmente “abierto las puertas”, pude recibirlo en un improvisado consultorio armado en aquél edificio, durante algunos meses. Posteriormente regresé a Buenos Aires, mientras que él continuó con su actividad en Alemania, con la perspectiva de llevar adelante los proyectos, aún, por aquel entonces, ajenos a su deseo, de los negocios de su familia en aquel país.
Intenté varias veces derivarlo con colegas de Alemania, sin lograrlo efectivamente. Yo mismo no terminaba de confiar en esos colegas, tal vez por ser desconocidos, derivados por conocidos de colegas, por mi propia resistencia e incluso por mi propia “contratransferencia”, como a muchos les gusta llamar. Unos meses más tarde, ya instalado nuevamente en Buenos Aires, recibí una carta, de aquellas que se escribían en papel y se enviaban por correo postal, en que el griego proponía llamarme telefónicamente a un teléfono que él aún no tenía. Los correos electrónicos eran todavía un proyecto que probaban algunos. Era la era del fax. Sin haber cedido a llamar a ese teléfono que me había enviado en la carta –seguramente por mi propia dificultad resistencial– le hice llegar el teléfono y los horarios en que podría llamarme. Y así ocurrió unos diez días después de haber arrojado mi carta dentro de ese objeto de fundición de hierro, de las esquinas porteñas, que por “buzón” se entendía en aquel entonces, al menos en relación con las cartas.
Con extrañeza, con cierta creencia superyoica de estar intentando algo que no estaba permitido por la ortodoxia psicoanalítica –que de hecho no lo estaba y sigue en discusión candente en la actualidad– y aun sin saberlo, comencé mi primer tratamiento psicoanalítico telemático. Era un tratamiento complejo por las razones formales de no ser en mi lengua materna, y a la vez, simultáneamente sencillo, por no tratarse tampoco de la lengua materna del otro. Su acento griego, al hablar alemán, era muy similar al mío, porque el español rioplatense tiene la cadencia bastante parecida y la pronunciación de las consonantes cercanas a las del griego actual. Era otra tierra en común: la de un idioma que visitábamos para encontrarnos, o ir a ese desencuentro, con el horizonte de esa nueva imposibilidad, con un acento similar y con errores de declinaciones que nos disculpábamos mutuamente para avanzar en el desciframiento de sus situaciones inconscientes que eran políglotas y estaban llenas de lágrimas y sentidos sollozos que dificultaban sus frases y mi esfuerzo por acceder a aquellos sintagmas llorados. Pero también sabíamos ambos –lo habíamos compartido mucho antes en nuestros intercambios iniciales– que reiteradas veces soñábamos en esa lengua en que hablábamos todo el tiempo y no era la nuestra originaria. Lo inconsciente, sí. Lo inconsciente insistía en esa jungla idiomática y lingüística.
Desde ese momento se fueron sucediendo diversas circunstancias que me fueron llevando a conducir tratamientos a distancia, por la misma vía telefónica, que posteriormente fueron sofisticándose por redes de fibra óptica y plataformas que fui paulatinamente haciendo familiares en su uso. Siempre desde aquella situación primera, que tampoco era primera, por motivos vinculados a migraciones familiares varias. Necesité mucha concentración en mis sesiones telemáticas, tener ciertas condiciones particularmente acentuadas, en cuanto al silencio y comodidad, tal como en mis sesiones presenciales, pero aún más. Había un plus –tal vez de goce– en ese “a distancia”, que era necesario sostener para que no creciera demasiado mi propia angustia ante la realidad de mis pacientes a miles de kilómetros de distancia geográfica y de tanta proximidad transferencial. Sentir que el otro “se estaba desangrando en una hemorragia interna de angustia”, y yo a una distancia medida en muchas horas de vuelo, era una representación perturbadora que debía reinterpretar una y otra vez para comprender los materiales y poder intervenir, disolviendo –al menos en parte–- mi propio costo de angustia.
Todo era –visto en perspectiva de una “Nachträglichkeit”–, una gran preparación y entrenamiento para mis sesiones de los tiempos de pandemia, esa otra línea de fuego que por aquél entonces no imaginaba, en la nueva época del Covid-19. Fue entonces que debimos trabajar con los pacientes que estaban a poquitas cuadras, como con aquellos que están a varios miles de kilómetros: saludándonos con la cámara, habiendo acordado un cierto “setting telemático”. Tal como advertía Freud, me resultaba agotador estar ante la mirada permanente del analizado, quien me dejaba constantemente escrutado, como el paciente que no puede dejar de darse vuelta en el diván. Claro que esto es –como casi todo en el análisis–del orden de la singularidad: algunos me pedían verme más tiempo, otros llamaban directamente sin cámara, algunos supieron poner en juego algunas de las resistencias y sus escenarios transferenciales en olvidos propios de las mejores expresiones inconscientes, con teléfonos sin carga, cables de carga olvidados y otras delicias de las tecnologías y su castración, con la que también en estos territorios nos fuimos encontrando los analistas y haciendo con ellos tejidos diversos.
Donde no grita el tero: del sujeto y las resistencias
Hay pacientes que transfieren la frustración y el enojo de modo directo y sin escalas. El virus de la transferencia sigue siendo contagioso, activo y duradero. Tanto como la aparición sorpresiva del sujeto, a quien tantas veces salimos infructuosamente a buscar, o bien –en el mejor de los casos– esperamos con mayor o menor paciencia, advertidos de que aparecerá allí donde no lo esperamos, como en la vieja metáfora del tero, que grita allí donde está lejos de su nido. Esto parecería que no excluye el factor tridimensional del cuerpo en el análisis. Tal vez sea esta una buena advertencia para recordar también en tiempos de encuentros presenciales, ¡a ver si creemos que el sujeto sí está allí, cuando viene con su cuerpo a nuestros divanes!
Algunos pacientes en medio de esa línea de fuego pandémico, insistían en “no poder” por las vías digitales, a distancia. Otros decían “no querer”, como un sintagma determinado y cristalizado por un supuesto sujeto aparentemente unificado. En esas circunstancias, fui intentando en cada caso cosas diversas. En algunos casos, me atreví a enviar un mensajito “entre la cita y el enigma”, leyendo las últimas asociaciones escritas en el WhatsApp, en la hora vacía de palabras, o más bien llena de silencio: “¿Va por ahí?”, le escribí a una de las pacientes ausentes. E inmediatamente me respondió “¡¿Quéeeeeeeeeee?!!!” “¡¿Te equivocaste de persona???!”. Yo permanecí online, permitiendo que viera mis tildes azules del WhatsApp, para que supiese que estaba ahí, leyéndola. Ella también seguía ahí, “en línea” y en silencio. Soportamos unos cinco minutos así. Yo la imaginaba mirando la pantallita. Hasta que me escribió un “?”. Entonces me pareció adecuado ir a buscar la pregunta, ir a buscar a mi analizada, no sin la emoción de quien se alivia de que el otro pareciera que llegó a la cita, y rocé entonces el telefonito de la pantalla para llamarla. Tardó muchos llamados en responder. Entonces comenzó a hablar.
Indefectiblemente evoqué a Freud en tiempos de la guerra, de la gran guerra y de la posguerra, casi todo el tiempo de su vida más productiva y fecunda. Y una y otra vez, ante las preguntas por los mínimos ruiditos que voy interpretando online, y voy agudizando mi registro de mi propia necesidad de autoconservación, mis resistencias y los universos que la escucha abre, hacia el interior de los propios recorridos inconscientes y sus producciones y en relación con quienes nos demandan con su sufrimiento. Rememoro una y otra vez aquella cita que Freud agregara a su obra magna de 1900a, veinticinco años después:
La tesis tan perentoriamente formulada aquí, “Todo lo que perturba la prosecución del trabajo es una resistencia” podría dar origen con facilidad a un malentendido. Desde luego, solotiene el valor de una regla técnica, de una advertencia para el analista. No debe dudarse de que durante un análisis pueden producirse diversos hechos ajenos a la intención del analizado. Puede morir el padre del paciente sin que él lo haya matado, también puede estallar una guerra que ponga fin al análisis. Pero tras la manifiesta exageración de esa tesis se esconde un sentido novedoso y correcto. Por más que el suceso perturbador sea real e independiente del paciente, a menudo depende de este el grado de perturbación a que da lugar, y la resistencia se evidencia inequívocamente en el pronto y desmedido aprovechamiento de una oportunidad tal (p. 511).
Algunas aperturas para ir concluyendo
Mientras estoy redactando estas líneas, luego de reescribir la cita anterior de Freud, pienso en cuántas cosas han cambiado luego de atravesar los momentos más críticos de la pandemia. Valga el nombre del Congreso: una “línea de fuego”, que no imaginábamos más que en las obras de ciencia ficción y que no pasó sin dejar consecuencias en los “modos de darse” del sujeto, y en el contexto propio de una época. De esta manera, para nuestra práctica clínica, con las tecnologías presentes, como plataformas para el despliegue de la subjetividad, una y otra vez ha vuelto la pregunta acerca del sujeto y en dónde aparece. Así como el sujeto no aparece necesariamente allí, en el lugar al que acude presencialmente el analizado para recostarse en el diván, una vez más hemos descubierto que “el consultorio” no es exactamente ese edificio en que recibimos a las personas que nos consultan y con quienes trabajamos –o en términos de hoy– “en que hemos trabajado mayoritariamente, sosteniendo nuestra práctica clínica”, sino más bien esa experiencia clínica en que se revela lo inconsciente y hay un dispositivo para escucharlo, en nuestras palabras reverberantes que llegan al otro, en nuestros silencios que hacen de caja de resonancia de las palabras de quienes nos consultan y las propias, en el encuentro siempre fallido y en el –una vez más– sostenido deseo del analista.
La escena analítica, asistida por las tecnologías con que hoy contamos, se va constituyendo en una posibilidad de escribir una nueva narrativa histórica, que luego de estas restricciones tal vez pueda ser un hito del reconocimiento de la significatividad de la palabra plena. Cada mensaje de WhatsApp, cada señal del otro, adquiere un valor tal vez ignorado previamente: convoca a una nueva era de legitimaciones en ciernes, de sostenimiento del lazo social, para evitar la ruptura simbólica y la retracción libidinal, en la expectativa de generar un nuevo modo de ese encuentro posible.Sin embargo, una apuesta, que podría ser cuestionada como un exceso de optimismo, considero que vale ser puesta en juego, en términos de reconsiderar posteriormente (nachträglich): luego de cantar desde las ventanas, luego de aplaudir desde los balcones, después del terror de muerte propagada, luego de reinventar los modos posibles del sostenimiento del otro y del Otro, encuentro, junto con Freud, (1916a) que si fuera necesario, “lo construiremos todo de nuevo, […] y quizá sobre un fundamento más sólido y más duraderamente que antes”, para nosotros, para nuestros hijos, para nuestras generaciones venideras y para nuestra humanidad.
1 jorgecatelli@gmail.com. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
Descriptores: POLÍTICA / PODER / SUPERYÓ / SUJETO / OTRO / SEMEJANTE / TECNOLOGÍA / CASO CLÍNICO / TRANSFERENCIA / SUJETO / RESISTENCIA / SITUACION ANALITICA
Candidatos a descriptores: PANDEMIA / AISLAMIENTO SOCIAL / COVID-19 / ANÁLISIS A DISTANCIA
Abstract
Psychoanalysis, biopolitics and disagreement: about the coordinates of the subject and subjectivity. Testimony of a practice “in the line of fire”
The recent pandemic has put humanity in a tight spot, making the practice of psychoanalysis directly dependent on technologies in the midst of health policies of “preventive and compulsory social isolation”. This article argues that this new situation –which the author, alluding to the name of the 53rd International Congress of Psychoanalysis of the IPA, calls “a line of fire” –— is a crucial point to critically articulate the concepts of biopolitics, control, subject and subjectivity in relation to psychoanalytic thought. These issues are placed by the author in a framework that involves his ideas and disquisitions on the “neighbor-fellow complex”, a new reading of Freud’s approaches in his Introduction to narcissism and Civilization and its discontents, and a clinical illustration of telematic work in psychoanalysis. Psychoanalysis is in an era marked by this world event; the author proposes to critically reflect on some of the chief concepts of our art and science, articulated with some concepts from other fields of knowledge and disciplines.
Resumo
Psicanálise, biopolítica e desencontro: sobre as coordenadas do sujeito e da subjetividade. Testemunho de uma prática “na linha de fogo”
A recente pandemia pôs em xeque a humanidade, colocando a prática da psicanálise em uma dependência direta das tecnologias, como possível suporte da sua prática, no meio das políticas sanitárias de “isolamento social preventivo e obrigatório”. Esta nova situação, que o autor parafraseia com respeito ao nome do 53° Congresso Internacional de Psicanálise da IPA, como “uma linha de fogo”, apresenta-se, no presente artigo, como um ponto crucial para articular de modo crítico os conceitos de biopolítica, controle, sujeito e subjetividade, em relação com o pensamento psicanalítico. Estes itens são colocados tensamente pelo autor, em um emaranhado que envolve as suas ideias e disquisições sobre o “complexo do próximo – semelhante”, uma nova leitura das propostas de Freud na sua Introdução ao narcisismo e O mal-estar na cultura, e uma ilustração clínica sobre o trabalho telemático em psicanálise. O autor, dá seu testemunho sobre a nossa psicanálise numa época marcada por este acontecimento mundial, levando à reflexão crítica desde alguns dos conceitos prínceps da nossa arte e ciência, articulados com alguns conceitos de outros saberes e de outras disciplinas.
BIBLIOGRAFÍA