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Objetos transicionales y el desarrollo de la capacidad de causar fastidio¹ ²

Walter José Martins Migliorini 3 y Lidia María Chacon de Freitas 4

La penumbra no es un lugar de penitencia, sino donde las verdades caminan libres”. 

Pedro Henriques Vicente (2018). 

Resumen

El objetivo del presente trabajo es destacar la relación histórica y conceptual entre la teoría de los fenómenos transicionales y la teoría de la tendencia antisocial, enfocando el uso personal y simbólico de los objetos inanimados. Winnicott reconoció que la deprivación, antes de resultar de una ruptura traumática del desarrollo emocional, es una vivencia ordinaria durante la maternidad y que el objeto transicional es un indicador de que el bebé há alcanzado, o está a punto de alcanzar, la capacidad de fastidiar. Sin embargo, cuando la deprivación traumática es seguida por un proceso disociativo en que el acceso a la transicionalidad es regresivamente perdido, los objetos inanimados se vuelven objetos impersonales. Vale reflexionar sobre el lugar que ocupan los objetos simbólicos e impersonales en nuestra vida cotidiana y sus efectos en el sufrimiento psíquico de la actualidad. 

El lugar de la materialidad en el desarrollo emocional recorre toda la obra de Winnicott, precisamente porque es un punto de inflexión entre el mundo interno del niño y la realidad compartida. El origen de este interés se remonta al propio juego de la espátula (1941 [2000]) que le permitió observar, entre otras cosas, el incipiente uso simbólico de un objeto por parte del bebé.

            El concepto de objetos de transición se forjó durante la Segunda Guerra Mundial y, en este proceso, fue fundamental su experiencia de brindar asistencia a los innumerables niños separados de sus hogares que comenzaron a manifestar en una verdadera epidemia síntomas antisociales.

            La primera referencia a los objetos transicionales (aunque sin utilizar todavía este término) se encuentra en un artículo sobre los efectos psíquicos de la guerra en los niños de las zonas bombardeadas.

            Winnicott observó entonces que era común que estos niños guardaran cartas, paquetes, juguetes o una pieza de ropa vieja: objetos con los cuales seguían “teniendo algunos sentimientos y que, por lo tanto, se volvían muy importantes para ellos” (1945 [2005c], pp. 44-45). A menudo, estos objetos eran el único punto de conexión con sus familias de origen.

            En una conferencia de 1950,5 Winnicott señaló que la mayoría de los niños con síntomas antisociales también habían sufrido alguna interferencia en el acceso o manutención de los fenómenos transicionales (1950 [2005b], p. 211). Sin embargo, a medida que avanzaba en sus investigaciones, observó que los niños que habían conquistado la experiencia de transicionalidad en sus primeros años de vida eran, precisamente, aquellos capaces de desarrollar síntomas antisociales (1955 [2005d], p. 225).

            En este sentido, el uso del objeto transicional indicaría que el bebé adquirió un cierto nivel de integración, hasta el punto de estar delineada aunque precariamente mantenida una noción de Yo (me) y no-Yo (not me) para apoyar el acceso a la externalidad y la simbolización.

            Esto significa que el bebé ya estaría en condiciones de tomar para sí un objeto material y de reaccionar si se lo quitan, o incluso reconocer y responder a las deprivaciones cotidianas, reclamando. La noción del otro y de lo que pertenece al otro también se vislumbran ya aquí y, en consecuencia, las primeras manifestaciones del “hurto” como un aspecto rutinario del desarrollo emocional. 

            La presencia de fenómenos transicionales también indicaría que el bebé ha adquirido una cierta experiencia personal de interacción con objetos materiales y posteriormente culturales, otorgándoles cualidades subjetivas. En la tendencia antisocial esta experiencia se desdibuja, volviéndose falsa o falsificable un tema caro a Winnicott.

            El riesgo es que el sufrimiento provocado por las pérdidas sea tan profundo que empiece a involucrar “toda la capacidad creativa del individuo, de modo que se produce no tanto una desesperanza respecto del redescubrimiento del objeto,
sino una desesperanza basada en la incapacidad de salir en busca de un objeto” (Winnicott, 1958 [2005e], p. 151). 

El objeto transicional dañado

Los objetos de transición tienen un valor específico como objetos materiales, porque fueron cuerpo materno primario antes de pasar a formar parte de la realidad compartida. Esto significa que la madre (ambiente) se da a sí misma “en pedacitos” para que el bebé pueda crearla, y que este tiene derecho a robar a la madre, dado que la ha inventado. 

            El bebé se apodera de estos “pedacitos” como parte de sí, un derecho natural, desde el cual el mundo/la madre serán concebidos y jamás perdidos: como un puente por el que se puede transitar a voluntad, sin que se le pregunte quién lo construyó.

            Los objetos transicionales son los remanentes de esta área intermedia inicial de la pareja y, en la tendencia antisocial, pueden ser el único medio de contacto con la intimidad original de la pareja “lo que es tuyo es mío” que se interrumpió bruscamente o se perdió.

            Cuando un niño es privado de su objeto transicional,6 solo tiene una salida: la disociación de la personalidad en dos partes, una relacionada con el mundo subjetivo y otra que reacciona sometiéndose al mundo objetivo que lo privó. Hay una fractura en el proceso de integración, como si ese objeto/puente, una vez conquistado, perdiera su sentido, impidiendo la continuidad de ser con el otro. 

            El niño deja de interactuar con un mundo de objetos y personas investidas por su subjetividad y autenticidad. Lo que se ve es puro acto. Cuando se forma esta disociación y “los puentes entre lo subjetivo y lo objetivo se han destruido, o nunca se han construido propiamente, el niño es incapaz de funcionar como un ser humano total” (Winnicott, 1950 [2005b], p. 213). 

            Un ejemplo: Lily (Winnicott, 1971) era una niña de cinco años que iba mal en la escuela. Durante la consulta terapéutica, dibujó un monstruo que frecuentaba sus pesadillas: una figura humana con mucho pelo.

            Winnicott deliberadamente le preguntó si tenía algún juguete que le recordara a este monstruo.7 La niña dibujó entonces una familia de tres osos de peluche, entre los cuales el último no tenía pelo y dijo que prefería su familia de osos de peluche a las muñecas. También contó la historia de un oso sin pelo que fue quemado por su madre. 

            Se observa que la intervención de Winnicott sondea la conexión entre el mundo subjetivo de la pesadilla y el mundo objetivo de los juguetes favoritos de la niña. Y, en respuesta, Lily comunicó su aterradora experiencia ligada a la pérdida del objeto transicional. 

            La historia fue confirmada por su madre, que se sorprendió de que su hija recordara este incidente. Lily, que entonces tenía cuatro años, estaba muy disgustada por la pérdida de su osito y, tiempo después, empezó a robar libros, caramelos y un reloj de juguete.

            Al contar esta historia, la madre asoció, inadvertidamente, la pérdida del objeto transicional con la aparición de síntomas antisociales en su hija. Winnicott entendió que “al destruir el objeto transicional, [ella] había dañado el mecanismo por el cual la niña pequeña se conectaba consigo misma y con los pechos, el cuerpo y la persona de la madre” (1971, p. 343). 

            El resultado de esto fue la disociación y la pérdida de contacto consigo misma en las pesadillas, vividas como una extraña experiencia de ataque al Yo, y en el uso impersonal e inútil de los objetos robados. Sorprendentemente, durante la consulta terapéutica, la niña hizo un intento de integrar estos aspectos disociados.

La deprivación originaria

Al investigar las raíces ontogenéticas de la tendencia antisocial, es decir, la deprivación originaria, Winnicott observó lo habitual de los indicios de deprivación y de cómo la madre está “constantemente lidiando con el valor de molestia de su bebé” (1956 [2005g], p. 142), por ejemplo, cuando este orina en su regazo mientras es amamantado. 

            Las madres no logran necesariamente satisfacer las necesidades del Id del bebé, aunque pueden proporcionar y mantener, durante la mayor parte del tiempo, un soporte para sus necesidades del Ego del bebé. 

            Uno de los indicios de que hubo un fallo materno en la satisfacción de las necesidades del Id es la avidez [greedness]8. El bebé se vuelve exigente, inconsolable e insaciable, aunque puede perder el apetito. Esta y otras manifestaciones antisociales se producen cuando el bebé está en proceso de integración de los estados de excitación instintiva y de los estados tranquilos de ternura, durante los cuidados maternos. 

            Estos estados se experimentan como relativamente separados, no integrados por el bebé y, por lo tanto, pasará algún tiempo antes de que, al integrarlos, se vuelva capaz de dirigir a una y misma persona las reivindicaciones de satisfacción de sus necesidades. 

            Una vez que el bebé sea capaz de reconocer que hubo fallas ambientales, el entorno debe proporcionar una oportunidad para que los impulsos del Id se experimenten en consonancia con el Ego y vuelvan a tener sentido para el bebé (Winnicott, 1956 [2005g]). En otras palabras, en la deprivación originaria o primaria, el cuidado materno cura la disociación, mientras que el bebé logra la posibilidad de incomodar.

            Otro aspecto de este proceso es que los cuidados maternos apoyan la integración gradual (fusión) entre la actividad motora vital del bebé y los impulsos amorosos dirigidos al objeto. Cuanto mayor sea la fusión lograda entre la motilidad y los impulsos libidinales, mayor será la capacidad del bebé de buscar el objeto (object-seeking), pero también de incomodar. En otras palabras, la motilidad se manifiesta como la capacidad de utilizar la integración lograda para reunir, en un solo gesto, la experiencia del contacto con la madre.

            Si la deprivación es vivenciada o experimentada como excesiva (traumática), el bebé o el niño pierden el entorno necesario para esta fusión, de modo que la motilidad se disocia de la búsqueda del objeto: los movimientos pueden entonces volverse desordenados o el objeto poseído con avidez raíces, respectivamente, de la impulsividad destructiva y del robo. En este último, se produce una distorsión, y la posesión material del objeto (robado) pasa al primer plano, mientras que su colorido imaginativo empalidece.

            Otra consecuencia es que los niños suelen perder la experiencia de la transitoriedad y se aferran a ciertos objetos que son una especie de testigos de su conexión con el mundo antes de las pérdidas sufridas.

            Al mismo tiempo, los objetos materiales pierden su dimensión personal y simbólica y se convierten en objetos impersonales. En lugar de jugar, aparece el juego repetitivo, con descargas pulsionales disociadas y roles estereotipados, uno de los cuales es el subyugador.

            La consistencia física del mundo comienza a ponerse a prueba a través de experiencias que implican algún tipo de destrucción concreta dirigida a los objetos, pues ya no hay un símbolo que canalice parte de la agresión o que medie la integración de los impulsos amorosos y agresivos.  

            Otra faceta de este proceso es que la consistencia emocional del mundo y la capacidad de seguir sintiéndola también se pone a prueba, a través del ataque a las relaciones humanas. En todos estos casos existe siempre el riesgo de que la
conducta de provocar malestar se organice como una distorsión más estable del Yo hasta el punto de cronificarse como un trastorno del carácter.

El lugar de la ilusión

Como hemos visto, es relativamente común que los síntomas antisociales de pequeña magnitud se presenten durante el desarrollo emocional y sean tratados por la familia cuando tiene condiciones para brindar un soporte emocional adecuado. 

            Este apoyo implica reconocer el sufrimiento del niño y “mimarlo” durante un tiempo hasta que se restablezca la confianza perdida en la relación con los padres. Estos casos no suelen llegar a la psicoterapia, y los propios padres no siempre se dan cuenta del carácter terapéutico del apoyo que prestan a sus hijos.

            La siguiente historia, relatada por la madre de una niña de cinco años, ilustra el lugar que ocupa la familia en la superación de los primeros rasgos de deprivación:

Le ocurrió a mi hija la única sobrina y nieta de la familia en ocasión del nacimiento del hijo de mi hermana, que vivía en una ciudad lejana. Cuando nació el bebé, fuimos a visitarlo y decidí quedarme unos días en su casa. Él fue entonces muy mimado por mí y por toda la familia. Cuando volvimos a mi casa, me puse a escuchar una canción y le pregunté a mi hija si también escuchaba esa canción. Me dijo que no, pero como el ruido era insistente, empecé a sospechar que algo iba mal. Volví a preguntar y me contestó que era su caja de música, que se había roto. Me di cuenta de que el ruido venía de su dormitorio, así que me puse a rebuscar en su caja de juguetes… y para mi sorpresa encontré el móvil de mi hermana escondido allí. Hablé con mi hija e hice que llamara a mi hermana para contarle lo que había pasado. Aunque mi hermana fue comprensiva, decidí ocuparme más de mi hija durante un tiempo, permitiéndole incluso usar cosas de bebé como el biberón, el champú y el jabón, y le di este tiempo para que recuperara el amor que creía haber perdido de mí.

 

            En el tratamiento exitoso clínico o domésticola reconquista del buen objeto interno, nutridor, continente, desobliga al niño a buscar fuera en la forma concreta, impersonal y no simbolizada del robo un determinado objeto material que acaba por no tener valor para él. 

            Entonces, la niña volvió al lugar de la ilusión, o sea, la experiencia de relacionarse y enriquecer la realidad compartida desde su propio mundo interno. Además, la capacidad de sentir culpa y de responsabilizarse por los aspectos destructivos de su propia personalidad.

Pobs

Winnicott era bastante optimista con respecto al tratamiento de las tendencias antisociales mediante consultas terapéuticas. En una consulta o en un proceso terapéutico, la tarea del par es permitir al paciente comunicar “un área específica de deprivación relativa […] retroceder para superar la brecha [disociación] y restablecer una relación con los objetos buenos que había sido bloqueada” (Winnicott, 1963[2005f], p. 288). 

            Entre las consultas que publicó (Winnicott, 1971), la única realizada con un paciente adulto la Sra. X. tiene como tema la evocación de un determinado objeto inanimado, en torno al cual se produjo una experiencia de recuperación de la transicionalidad e integración de sí mismo. Si a lo largo del proceso de maduración personal, el objeto inanimado apoya el desarrollo de un sentido de continuidad de sí mismo, en este caso, el objeto inanimado es núcleo de la propia experiencia de ser, en un adulto.

            A la edad de 4 años, la Sra. X. (30 años en el momento de la consulta) fue llevada a un orfanato, donde vivió un período de mucho sufrimiento y trabajo duro. Recuerda que “lo único dulce” que le ocurrió en toda su infancia fue a los 8 o 9 años, cuando una mujer desconocida le abrió el bolso y le dijo que eligiera lo que más quisiera. Ella eligió un espejo.

            A lo largo de su vida, mostró varias actuaciones graves, como tomar a un bebé por el cuello y sacudirlo, casi estrangulándolo. Y los síntomas antisociales, que se organizaron como un trastorno del carácter, así descripto por la propia paciente: “Siento que la gente está en deuda conmigo, pero en realidad soy yo la que está mal […]. No puedo dejar que la gente se sienta bien y si todo va bien, en medio del camino, acabo destruyendo todo y me hago daño” (1971, p. 335).

            En el orfanato, a menudo robaba caramelos, azúcar y galletas, lo que más tarde se convirtió en una compulsión por consumir cosas dulces, que Winnicott interpretó algo inusual en sus consultas, como “la búsqueda de algo, quizás una parte perdida de una buena relación con la madre” (1971, p. 337). 

            El clímax de la consulta fue cuando la Sra. X recordó entonces algo bueno de la época anterior al orfanato y que tenía que ver con una comida matutina llamada pobs y la recuperación del recuerdo de verse arrancada de casa y llevada al orfanato: pies corriendo, puertas abriéndose, gritos, un hombre, una bolsa. La recuperación de este recuerdo fue aterradora y preciosa; hasta entonces, era el único que la Sra. X. había conservado de la época anterior al orfanato. Sin embargo, es importante señalar que, aunque “extremadamente valiosa para ella […] nunca la llevó del todo a los días de la infancia como la palabra pobs” (ídem).

            Un niño puede asociar un estado del Self con ciertos objetos que forman parte de sus primeras experiencias. Dichos objetos se convierten en portadores de estados del Self conservados cuando una determinada experiencia permanece “guardada e inalterada porque no se la comprende lo suficiente como para ser elaborada simbólicamente o reprimida” (Bollas, 1998, p. 9). El pobs parece ser un objeto de este tipo: en la terminología de Bollas, un objeto conservado que presagia un determinado recuerdo o relación interpersonal. Aunque no es un objeto transicional per se, su recaptura en el curso de la consulta terapéutica dio lugar a la reconquista de la experiencia de la transicionalidad (el área de la ilusión).

Implicaciones clínicas

La Teoría de la Tendencia Antisocial cubre solo una parte del fenómeno más amplio de la capacidad de fastidiar: las conductas resultantes de deprivaciones experienciadas como excesivas.

            No contempla, por ejemplo, los casos en los que el entorno familiar o el entorno social violento no ofrecen al niño ni siquiera la posibilidad de constituir un sentido ético. O los casos en los que el hambre en los primeros años de vida interfiere en el proceso de maduración del sistema nervioso, afectando la vida cognitiva y la capacidad simbólica del niño necesarias para que pueda hacer frente a sus propios impulsos agresivos. 

            Otro aspecto relevante son los límites de la teoría winnicottiana ante la crueldad y la violencia extremas. En tales casos, es necesario tener en cuenta dinámicas cercanas a la psicopatía y la psicosis cuyos procesos disociativos tienen el carácter, más grave, de una escisión. En la psicopatía, el radio de acción de la conducta antisocial puede limitarse a las relaciones familiares, a los pequeños círculos de amigos, a las organizaciones (trabajo y escuela) o llegar a las grandes instituciones y a los liderazgos religiosos y políticos. 

            Por otro lado, la capacidad de fastidiar parece encontrarse también en la raíz de ciertas patologías de los fenómenos transicionales. Así, a lo largo del proceso madurativo, el objeto que ya ha ganado externalidad puede ser utilizado, exageradamente, para atar y al mismo tiempo negar la angustia de la separación, fenómeno que estaría en la raíz de la predisposición a la adicción y al fetichismo (Gurfinkel, 2007). 

            Sin embargo, cuando la constitución de la transicionalidad tiene todavía una coloración fusional10 en pleno proceso de desprendimiento de la corporeidad, partes del cuerpo pueden ser experimentadas, regresivamente, como objetos precursores (Gaddini, 1978) de la transicionalidad. 

            Por ejemplo, cuando la propia piel es el objeto situado en el límite entre la realidad subjetiva y la realidad objetiva durante la práctica de la autolesión, entre los jóvenes: 

Julia tenía dos años cuando su vida, llena de mimos, se vio alterada por dos episodios: el nacimiento de su hermano y la separación de sus padres. En ese momento su madre, que ya estaba deprimida, se absorbió por completo en el cuidado del nuevo bebé. Julia trató sin éxito de vincularse a la pareja y, como le gustaba dibujar, empezó a producir coloridos garabatos, que se mostraban a su madre (una pintora) y, más tarde, se los rasgaba o arrugaba. Cuando tenía 4 años, se enteró de que su padre tenía novia y al encontrar en una de sus gavetas, en su casa, una cajita que contenía un anillo de brillantes, escondió el anillo en su mochila y se lo ofreció a su madre, diciendo que era un regalo de su padre. En este período, se reportaron pequeños robos en la escuela (gomas de borrar, lápices, calcomanías), tratados como cosas de niños. Júlia se quejaba de que no tenía casa y en la escuela no podía responder dónde vivía. Su padre le regaló un peluche al principio de su vida, al que se aferraba durante el día y la noche. Sin embargo, nadie sabe cómo, este peluche se perdió, siendo encontrado de nuevo en su casa cuando tenía 6 años. Desde entonces, lo guardó entre sus juguetes y no volvió a tomarlo, tratándolo como un objeto más, sin potencial de transicionalidad. A los 6 años también se aficionó a la música, cantando de forma estridente, con un tono falso que irritaba a todos. Los años siguientes estuvieron marcados por el nacimiento de otros dos hermanos. Ahora, con 12 años, dice que siente miedo de que su madre muera y un día declaró que estaba tomando Ritalin para rendir más en los estudios: un nuevo robo, ya que tomó las pastillas de su hermano, diagnosticado con TDHA. La droga fue liberada, sin prescripción médica, por la familia, como algo esporádico e inofensivo. Un mes más tarde, Julia le pidió a su madre que comprara láminas para eliminar las cejas. Su pedido fue concedido y se cortó en la mano izquierda. Se la mostró a su madre y a su padre. Varios cortes. Parece relevante que haya elegido el dorso de su mano izquierda como lugar de autolesión. Mano del anillo y mano herida por la pérdida de la alianza entre sus padres y cada uno de ellos consigo misma. Como si se perdiese la “ciranda” familiar y “el anillo que me diste era de vidrio y se rompió, y el amor que me tuviste fue poco y se agotó” […].

 

            La autolesión se entiende aquí como un desdoblamiento de las sucesivas fracturas que los objetos transaccionales y el juego sufrieron a lo largo de la vida de Julia. Aunque no se pueda profundizar aquí en este tema, la hipótesis de una relación entre la deprivación y la autolesión merece ser examinada, oportunamente, a la luz de los fenómenos transaccionales.

El pájaro prisionero

Otro aspecto a considerar es el papel de la materialidad y de los fenómenos transicionales en el ámbito más amplio de la vida social y cultural. Los objetos materiales se han vuelto cada vez más funcionales y desechables. Hay una especie de deprivación generalizada en la avidez [greedness] colectiva por los aparatos telefónicos portátiles. Este último no es un fenómeno de naturaleza narcisista solamente, sino que se da también entre quienes ya han alcanzado la desilusión y la capacidad de fastidiar.

            Por esta razón, entramos aquí en el terreno de las fracturas de los fenómenos transicionales, de manera que un smartphone puede convertirse en una especie de prótesis impersonal, cuya pérdida lleva a la exasperación, o hace las veces de un objeto barrera que modula la proximidad y la distancia del otro (Migliorini, 2020).

            La importancia que le dio Winnicott al entorno material fue tal que describe en los siguientes términos los cuidados dispensados por una institución que acogía a los chicos más difíciles e intratables, en régimen cerrado, durante la Segunda Guerra Mundial:

[…] la terapia se llevaba a cabo en la institución por las paredes y el techo, por el invernadero de cristal que proporcionaba una magnífica diana para las piedras y los ladrillos, por las bañeras absurdamente grandes […] por la cocina, por la regularidad de la llegada de las comidas a la mesa, por las cálidas y coloridas colchas de la cama… (Winnicott, 1970 [2005a], p. 251).

 

            En consecuencia, la clínica de la deprivación no es solo psicoterapia (Winnicott, 1970 [2005a]), sino que incluye otras modalidades de intervención, como el tratamiento doméstico, el manejo (management), el placing (Safra, 2004),el tratamiento comunitario (Efraime Junior & Errante, 2010) y el uso de objetos de valor simbólico y cultural.11

            En el siguiente relato de consulta, una curandera ayuda a una niña deprivada a superar la disociación y a recuperar el lugar de la ilusión. Esta niña, que había sido adoptada desde muy pequeña, cayó una vez gravemente enferma. Como los médicos no pudieron descubrir la causa de su enfermedad, su madre acudió a un tratamiento comunitario…

            Tenía casi 4 años y siempre fui muy lista, pero una vez empecé a enfurruñarme, sin comer, con fiebre y dolor. Mi madre dijo que me quedé sentada, así, mirando a lo lejos, inmóvil. Los médicos no sabían qué hacer; nadie sabía qué era. La fiebre no bajaba. Entonces le hablaron a mi madre de una curandera en el pueblo. Y ella me llevó. Incluso recuerdo la ropa que vestía. La curandera era una mujer muy mayor, pero muy sabia, y cuando empezó a hacer las bendiciones, me preguntó si había algo que había perdido, un juguete, algo que me gustara… Y nadie se acordó. Entonces mi madre tuvo un susto: “Sí, tenía un pajarito que se murió”. Y la anciana respondió: “No lo sé, pero debe ser ese pajarito. Esta niña está aguada, su lombriz está avanzada y fue de algo que perdió”. Recuerdo que se me puso la piel de gallina por todo el cuerpo, empecé a sudar, para “quitarme la lombriz”, como se dice. El pájaro murió y no me lo habían contado, pensando que, como era pequeña, no me daría cuenta. Entonces, de repente, desaparecieron con el pájaro y con la jaula, con todo. Yo quería haberlo visto muerto, porque mi abuela había muerto y yo quería echarle tierra al pájaro para enterrarlo. Si no fuera por esa curandera, creo que me habría muerto, porque la fiebre no me bajaba en absoluto, casi convulsionaba. Después de que pasó, entendí que el había muerto. Mi madre dice que volví a casa como si no hubiera pasado nada, que llegué, cogí las muñecas y me puse a jugar como siempre.

            ¿Cómo desaparecen incluso las cosas (por precaución) enjauladas, sin ninguna razón o explicación? El dolor por la inconstancia de los vínculos era ya un viejo conocido de esta niña que, durante la consulta terapéutica, experimentó la posibilidad del reencuentro simbólico quizá por primera vez con algo que le parecía irremediablemente perdido.

            Para concluir, el concepto de objeto transicional inaugura un campo de investigación sobre la materialidad en la clínica y en la observación psicoanalítica. Antes de Winnicott, la corriente era la de que el valor clínico del objeto material sería el de posibilitar el acceso a las proyecciones, a las descargas pulsionales o a las fantasías inconscientes del paciente.12 

            En sus publicaciones es posible identificar una relación histórica y conceptual entre los fenómenos transicionales, la tendencia antisocial y la deprivación originaria: 

          1. o lo que se manifiesta en el cuadro agudo de síntomas antisociales ya está presente como rudimento en las primeras interacciones del bebé con su madre;
          2. solo los niños que han alcanzado la experiencia de la transicionalidad son capaces de provocar molestias y, por tanto, de desarrollar síntomas antisociales;
          3. cuando el fracaso del entorno o su repetición es vivido o experienciado como excessivo (deprivación traumática), viene acompañado de un proceso disociativo de la capacidad de:
            a) encontrar objetos de forma creativa,
            b) integrar el amor y la agresividad;
          4. cuando la deprivación va seguida de un proceso disociativo, se pierde progresivamente el acceso a la transicionalidad y los objetos inanimados se convierten en objetos impersonales de modo que algo se conserva como alucinación y deja de sostener la ilusión;
          5. la materialidad ocupa un lugar importante en el tratamiento de la tendencia antisocial y, dado que la capacidad de incomodar es constitutiva de la subjetividad, el tratamiento de la deprivación se da en un amplio espectro que va desde el tratamiento familiar hasta el tratamiento comunitario, pasando por la psicoterapia, o incluso por la ley y la materialidad de una prisión.

 

            En consecuencia, también es posible que algunas formas de sufrimiento psíquico actual ganen comprensión cuando se investiguen sus raíces a la luz de las relaciones entre la tradicionalidad y la deprivación originaria.

            El tema de la materialidad revela que los objetos de nuestro entorno siempre tendrán algo de nuestra creación y que habitan en la región crepuscular de la ilusión, en sus interminables entretelas subjetivas. La tendencia antisocial saca a la luz este lugar de la materialidad en la constitución del psiquismo, en la cultura y en las experiencias de sufrimiento, cuando la capacidad de creación personal del objeto aparentemente se perdió.

1 Versión en castellano del artículo original publicado en portugués en el Jornal de Psicanálise, 51, 95, 89-103, 2018. Traducción revisada por Catalina Martino y Mariana Karol.

2  Nuestra gratitud a las personas que dieron vida a este trabajo compartiendo sus experiencias y a la Fundación de Apoyo a la Pesquisa del Estado de São Paulo (FAPESP). 

3 wjm.migliorini@icloud.com, Miembro afiliado al Instituto de Psicoanálisis Durval Marcondes, de la Sociedad Brasileña de Psicoanálisis de San Pablo (SBPSP).

4 En memoria. Miembro afiliado del Instituto de Psicoanálisis Durval Marcondes, de la Sociedad Brasileña de Psicoanálisis de San Pablo (SBPSP).

5 Al año siguiente, presentaría la obra Objetos y fenomenos transicionales (Winnicott, 1951 [1975]) a la Sociedad Británica de Psicoanálisis.

6 Cf. O cheiro (Winnicott, 1997 [s. d.]).

7 Preguntar por los objetos transicionales o los juguetes favoritos era uno de los procedimientos invariables que adoptaba en sus entrevistas con los niños, como una especie de “puente” para ponerlos en contacto con su propia realidad interna. Era común, al responder esas preguntas, el surgimiento de la comunicaión de una angustia fundamental.

8 Lo cual es diferente de ser voraz [greed], pues en este caso existe la idea de un disfrute instintivo pleno del objeto y de la experiencia de comer.

9 En algunas partes de Gran Bretaña, el término pobs tiene la cálida connotación de “comidas de la infancia hechas por la madre” y es utilizado para nombrar un tipo de sopa azucarada de leche y pan, servida en el desayuno por las familias menos afortunadas o en tiempos difíciles como sustituto de los cereales industrializados para el desayuno.

10 En esta dirección, Corcos y Sabouret (2008) defienden la hipótesis de que, en los trastornos alimentarios, una falla en la constitución de verdaderos objetos transicionales llevaría a “una búsqueda por la reminiscencia sensorial y propioceptiva de la carencia, que acompaña la experiencia del hambre y que marca la ausencia del objeto” (p. 153).

11 Safra (2004) propone intervenciones por medio de cosas, definidas como “elementos de la materialidad del mundo tocados por la mano humana que cuando se conservan en su ontología sanan al hombre” (p. 90). El autor entiende que la “inserción de una cosa en el espacio vital de alguien puede ser fundamental para la superación de su enfermedad” (p. 91).

12 Como contrapartida, el objeto transicional es el cuarto concepto de objeto en la historia de la psicología, el cual no es reductible al objeto de la psicología académica, aunque tiene como características la materialidad y la exterioridad. Tampoco es reductible a la naturaleza cognitiva de objeto permanente piagetiano; ni a la naturaleza pulsional del objeto libidinal, aunque sea un fenómeno que se yuxtapone a este último (Migliorini, 2020).

Descriptores: OBJETO TRANSICIONAL / DEPRIVACIÓN / TENDENCIA ANTISOCIAL / FENÓMENO TRANSICIONAL / RELACIÓN MADRE-HIJO / PATOLOGÍAS DE LA AUTODESTRUCCIÓN

 

Candidatos a descriptor: OBJETO IMPERSONAL / OBJETO CONSERVADO

Abstract

Transitional objects and the development of the capacity to pester

The objective of the present work is to emphasize the historical and conceptual relationship between the theory of transitional phenomena and the antisocial tendency theory, focusing on the personal and symbolic use of inanimate objects. Winnicott acknowledged that deprivation, before being the result of a traumatic rupture of emotional development, is a common experience during mothering and that the transitional object is an indicator that the baby has already attained, or is about to reach, the ability to trouble. However, when traumatic, deprivation is followed by a dissociative process in which access to transitionality is regressively lost and inanimate objects become impersonal objects. A reflection derived from this theme is that of the place of the symbolic objects in our daily life and their effects in the psychic suffering of the present time.

Keywords: TRANSITIONAL OBJECT / DEPRIVATION / ANTISOCIAL TENDENCY / TRANSITIONAL PHENOMENA / MOTHER-CHILD RELATIONSHIP / PATHOLOGIES OF SELF-DESTRUCTION

 

Keyword candidates: IMPERSONAL OBJECT / CONSERVED OBJECT

Resumo

Objetos transicionais e o desenvolvimento da capacidade de incomodar

O objetivo do presente trabalho é sublinhar a relacão histórica e conceitual entre a teoria dos fenomenos transicionais e a teoria da tendencia antissocial, focalizando o uso pessoal e simbólico dos objetos inanimados. Winnicott reconheceu que a deprivacão, antes de ser o resultado de uma ruptura traumática do desenvolvimento emocional, é uma vivencia corriqueira durante a maternagem e que o objeto transicional é indicador de que o bebê já alcancou, ou está em vias de alcancar, a capacidade de incomodar. Entretanto, quando traumática, a deprivacão é seguida de um processo dissociativo em que o acesso à transicionalidade é, regressivamente, perdido e os objetos inanimados se tornam objetos impessoais. Uma reflexão decorrente desse tema é a do lugar dos objetos simbólicos em nosso cotidiano e seus efeitos no sofrimento psíquico da atualidade.

Palavras-chave: OBJETO TRANSICIONAL / DEPRIVAÇÃO / TENDÊNCIA ANTISSOCIAL / FENÔMENO TRANSICIONAL / RELAÇÃO MÃE-FILHO / PATOLOGIAS DA AUTODESTRUIÇÃO

 

Candidatos a descritor: OBJETO IMPESSOAL / OBJETO CONSERVADO

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