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Mesa redonda 

Sexualidad, erotismo, amor. Revisiones del psicoanálisis contemporáneo

Alberto Cabral1
Luis Martin Cabré2
Hugo Lerner3

Alejandra Vertzner Marucco: La Revista de Psicoanálisis ha invitado a tres queridos y prestigiosos colegas a participar de un diálogo acerca del tema de este número. El psicoanálisis considera a la sexualidad en su dimensión pulsional, ligada a la fantasía y al polimorfismo de las zonas erógenas, producidas en el encuentro sexualizante con el otro. Esto inaugura el deseo, los horizontes del erotismo y las posibilidades del amor. Sin dudas, la intrincación y desintrincación de Eros y Tánatos marcan vicisitudes y destinos. Para el Comité Editor de la Revista es vital convocar a transitar revisiones del psicoanálisis contemporáneo sobre este tema, y por eso quisimos invitarlos muy especialmente a que dialoguen junto a los lectores de la Revista sobre esto.

Alberto Cabral: Agradezco mucho la invitación a Alejandra y a los colegas del Consejo Editorial, y me da mucho gusto poder dialogar con Hugo y Luis acerca de estos temas, sobre todo en este contexto, que hace más que apropiado el eje convocante de este intercambio. Ocurre que el movimiento psicoanalítico está siendo interpelado, en los últimos años, por parte de los feminismos y de las llamadas sexualidades disidentes. Me refiero al movimiento psicoanalítico en su conjunto, para abarcar por supuesto a este sector importantísimo al que pertenecemos, alineado en la IPA y sus instituciones, pero también a aquellos analistas y aquellas instituciones que no forman parte de la IPA. De hecho, han de tener presente que en el último Congreso de la Escuela de la Causa Freudiana de París fue especialmente invitado Paul Preciado; y la ola de comentarios, de críticas, de cuestionamientos, digamos, el sacudón que representó su intervención todavía sigue agitando aguas en el movimiento lacaniano alineado en torno a la AMP. Algo semejante ocurre en la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis fundada por J. Allouch. O sea que el conjunto del movimiento psicoanalítico está siendo interpelado por estas cuestiones. Del lado de IPA, podemos tener presente, también, que la Sociedad Finlandesa de Psicoanálisis emitió una declaración pública fuerte, muy fuerte, manifestando una disculpa pública por el hecho de haber contribuido a que personas pertenecientes a minorías sexuales, a sexualidades disidentes, hayan sido objeto de un tratamiento patologizante, estigmatizante, a punto de partida de haber sostenido nociones –dicen ellos– arcaicas y perjudiciales para abordar estas temáticas. O sea que, indudablemente, estamos en un contexto en el que proceder a revisar aquellos conceptos paradigmáticos alrededor de sexualidad, amor, erotismo, podríamos decir que es una suerte de imperativo de la hora. 

Yo digo que el movimiento psicoanalítico está siendo interpelado y querría ser más preciso, porque es claro que el psicoanálisis no es una entelequia, no es un todo. Los psicoanalistas –gracias a los psicoanalistas existe el psicoanálisis– estamos siendo interpelados. Y también tenemos que precisar que no todos los psicoanalistas se sienten igualmente interpelados por esta problemática; porque sabemos que hay muchos colegas que consideran que abrir espacio a estas problemáticas y estas discusiones supondría el riesgo de apartarnos de lo que sería el eje rector de cómo ellos conceptualizan la teoría y, sobre todo, la práctica psicoanalítica. Yo no me considero partícipe de esa perspectiva, pero sé que existe, la respeto porque me parece importante discutir con colegas que la sostienen; porque me parece que –lo digo un poco coloquialmente– en entreveros polémicos de esta naturaleza es donde se juega la posibilidad, para nuestra disciplina, de volver a acreditar su carácter y su condición de contemporánea. Me parece que la otra posición corre el riesgo de ir ubicándonos progresivamente en una suerte de pieza de museo que repite, repite y repite siempre las mismas cosas a despecho de las modificaciones que se van produciendo en la época en la que nos toca operar; que indudablemente es una época muy distinta de aquella en la que le tocó operar a Freud, en la que le tocó operar a Melanie Klein, a Winnicott y, por supuesto, al mismo Lacan. 

Yo creo que además hay una cuestión acá que me parece muy importante –en todo caso la menciono y después por ahí la podemos retomar–, que se trata de revisar conceptos. Por supuesto, pero en realidad el desafío que tenemos por delante es mucho más profundo que la mera revisión de conceptos (con lo importante que eso es); porque me parece que también lo que está en juego en todo esto, en nuestra práctica cotidiana, es la revisión que podemos hacer de, por ejemplo, aquellos estereotipos de género de los que participamos, que inevitablemente condicionan nuestra escucha y también pueden promover puntos de enganche contratransferenciales (o, como prefiero decir, “implicaciones indebidas” en las transferencias de las que somos objeto) en relación con demandas novedosas que podemos recibir. Tanto más cuanto los estereotipos de género de los que participemos circulen inadvertidos para nosotros. O sea que, en ese punto, hay algo también que se juega en todo esto para cada uno de nosotros, que yo lo pondría en términos de cierta necesidad de poner a punto el deseo del analista que anima nuestra práctica. Cuando digo “poner a punto el deseo del analista” que sostiene nuestra práctica, lo digo en la terminología que me es más afín, pero seguramente se puede decir algo semejante y lo podemos entender, desde otras conceptualizaciones del psicoanálisis contemporáneo. Digamos que hay algo de poner a punto en esa herramienta privilegiada de nuestra práctica, que es la subjetividad del analista, y eso va bastante más allá de lo que tiene que ver con familiarizarnos con lecturas “aggiornadas”, con buenas lecturas. 

Yo retomaría un aspecto que me parece importante en todo esto, lo mencionaba Alejandra en su introducción recién, que es –y voy a insistir con el sintagma– con revalorizar y poner a punto la noción freudiana de polimorfismo sexual; de sexualidad polimorfa, de perversión polimorfa. Me parece que es un aspecto que es bueno que podamos poner en debate, alrededor de todo lo que tiene que ver con esta interpelación de la que estamos siendo objeto, y con la puesta al día de las herramientas teóricas con las que contamos, para responder a estos nuevos desafíos que nos plantea una clínica que también está renovada en ese sentido. Y poner a punto la noción de sexualidad polimorfa va de la mano de completar el movimiento de “desbiologización” de la forma en la que habitualmente tendía a concebirse esta noción de sexualidad polimorfa, que es claro que no es una suerte de “floración espontánea” que emerge en un cuerpo a-social y a-cultural. Esto que Freud ubicaba como sexualidad polimorfa (él ya nos dio indicios en ese sentido) tiene mucho que ver con los efectos sobre el cuerpo del lactante de todas las operatorias de cuidado que tienen un margen siempre erotizante sobre el cuerpo del bebé, del lactante. 

Bueno, en ese sentido es que yo le doy mucho peso a esta formulación de Lacan en términos de que la sexualidad viene del Otro, que es uno de los tantos aforismos hegelianos de Lacan. Al igual que el inconsciente viene del Otro, al igual que el deseo viene del Otro, para Lacan la sexualidad también viene del Otro. Y viene del otro en esa perspectiva que Laplanche desplegó tan bien y, claramente en la línea del surco que había abierto Lacan, al incorporar, al desarrollar toda esta noción de la seducción traumática generalizada. El cuidador del lactante, la mamá, el papá, la nurse, quien sea, todo eso que agrupamos en la figura genérica del gran Otro, opera sobre el cuerpo del lactante –y no puede ser de otra manera– atravesado (Alejandra lo decía, también) por sus deseos conscientes y, sobre todo, inconscientes; por sus fantasías conscientes y, sobre todo, inconscientes; y también atravesado –me parece que es importante decirlo– por lo que pudo hacer con su polimorfismo, por lo que pudo hacer con esa polidiversidad, vamos a decir también, que lo habita y que lo atraviesa. Laplanche también habla del código de apego del que participa cada dupla del cuidador con el lactante. Ese código de apego es el que va a ir marcando en forma privilegiada, en forma jerarquizada, en forma de exclusión también, ciertas zonas erógenas, ciertas que no, con tal o cual intensidad, con tal o cual variabilidad, con tal o cual cuota de condimento amoroso y tierno, además del condimento erótico. Bueno, todo ese combo participa de la modalidad singular en la que esa sexualidad que viene del Otro se va a implantar en el cuerpo del infans. Y digo adrede implantar, porque hay algo del orden de la violencia en esto. Todo lo que Piera Aulagnier trabajó en términos de violencia primaria indudablemente reconoce un capítulo central para nosotros, analistas, alrededor de la implantación privilegiada que supone este combo de erotismo que penetra y que parasita en el cuerpo del infans. Y ahí es donde me parece que hay un punto que es interesante para pensar, para reflexionar, y es que esta violencia primaria de la que hablaba Piera Aulagnier es, por supuesto, muy articulable con la idea de Lacan de que también el lenguaje viene del Otro, también el significante viene del Otro, no es una floración espontánea en el niño. Y en ese punto me parece que es importante ubicar el lugar de las asignaciones de género al nacer por parte de la cultura, por parte del núcleo familiar: es claro que participan también de esto que Piera ubicaba como violencia primaria. Y me parece que ahí podemos palpar y ponderar el efecto del lecho de Procusto, digamos, que tiene la asignación de género, sobre ese abanico diverso, polimorfo, heterogéneo, tan nutrido que supone la sexualidad polimorfa, que es el punto de partida del proceso de sexuación. Me parece importante ubicar esta dimensión procustiana que tiene la asignación de género, que es recogida en una forma muy nítida, muy lograda, por el filósofo francés Jean Luc Nancy (filósofo contemporáneo muy rico en sus conceptualizaciones, muy en la línea de Derrida, si bien tienen sus diferencias). Nancy tiene una formulación, en su libro El “hay” de la relación sexual, que juega con el “no hay relación sexual” de Lacan, no para objetarla, pero sí para encontrarle matices que son muy ricos. Una de las cosas que formula es la idea de que no “hay”, no se puede ser hombre o mujer, sin resto. No se puede ser hombre o mujer sin resto. Me pareció muy rica, y muy en la línea de esta dimensión procustiana que necesariamente deja fuera el resto no reabsorbible de la sexualidad polimorfa por parte de los significantes hombre/mujer. Como si dijéramos que los significantes hombre/mujer son insuficientes para poder absorber el “todo” de la sexualidad polimorfa en ese abanico que constituye como combo, al que hacíamos referencia. 

No deberíamos asombrarnos en ese sentido, porque en última instancia es el destino de todo significante; todo significante tiene una imposibilidad para absorber lo real. Con Hugo somos hinchas de Boca. El significante “hinchas de Boca” como rasgo del ideal, no agota lo que es Hugo, no agota lo que soy yo. (Risas). Me parece que esto es importante, porque ocurre con todo rasgo del ideal. Pero estamos más acostumbrados a presuponer, a naturalizar, una suerte de potencia del significante hombre o del significante mujer, para contener, para reabsorber el todo de la sexualidad de aquel a quien designamos como hombre o como mujer. Y creo que esto es muy importante, indudablemente, tenerlo en cuenta en nuestra práctica cotidiana como analistas, porque cuanto más desconfiemos de la aptitud del significante hombre o del significante mujer que representa al sujeto que nos consulta, tanto más habilitados vamos a estar como para poder escuchar aquello que resuena en términos de malestar, de esa sexualidad polimorfa que lo habita y que se resiste a ser procustianamente eliminada por esa asignación que el sujeto trae de nacimiento. Y esto me parece que es algo que, por supuesto, participa de la generalidad de lo que es nuestra práctica y se hace más evidente, macroscópicamente más visible, cuando la demanda que acogemos involucra más directamente esta problemática. Me refiero a las situaciones cada vez más frecuentes, si bien no son la gran amplitud de nuestra consulta, pero que tienen que ver justamente con demandas de reasignación de género, expectativas de reasignación de género por parte de algunos sujetos. Entonces, tener en cuenta esto de que nadie es hombre o mujer sin resto, me parece que es una buena orientación, una rica orientación para no perder la brújula en la clínica de hoy, que exige de nosotros una plasticidad en la escucha que probablemente no era tan necesaria dos, tres, cuatro décadas atrás, ahí donde este tipo de problemáticas no formaban parte de la agenda de demandas cotidianas a la que estábamos expuestos los analistas.

 Una última idea que me parece muy interesante, tomada del mismo texto de Nancy, por Alejandra Tortorelli, una filósofa argentina derridiana, con quien estamos preparando una actividad próxima en torno a la categoría de “diferencia”. El sintagma “diferencia sexual” que repetimos, al que estamos muy habituados, ¿cómo lo entendemos? ¿“Sexual” ahí es un adjetivo, es un atributo de la diferencia? ¿Está la diferencia, y la adjetivamos como “sexual”? Eso supondría que tenemos claro que es sexual. Como cuando decimos: “Una mujer linda”, tenemos claro qué es lindo. La cosa cambia radicalmente si pensamos que en realidad “sexual” es el nombre mismo de la diferencia, por lo mismo que no hay una psicosexualidad que sea igual a otra. Hay algo del orden de lo idiosincrático, de lo alta y exquisitamente singular en la sexualidad que atraviesa a cada uno de nosotros. Si lo pensamos en esos términos, me parece que nos arrimamos a una idea muy diferente y podemos ubicar la particularidad del posicionamiento sexual de cada quien en esa dimensión de singularidad exquisita que hace muy difícil establecer clases. Por ejemplo, con la facilidad con la que algunos analistas dicen: “los” homosexuales son perversos. Se constituye una clase ahí, la clase de los homosexuales, y se uniformiza al conjunto de sujetos que pueden compartir una orientación sexual pero que no por eso forman clase, porque la forma particular de compartir esa orientación es exquisitamente singular para cada quien.

Luis Martín Cabré: Yo no sé si aterrizo aquí como un “pato en un garaje”. Lo primero que quiero es agradecer esta invitación a participar de este intercambio. Me siento muy honrado por ella, y también por la infinidad de vínculos que en Madrid tenemos con la Argentina y con muchísimos analistas argentinos que viven aquí en Madrid, de APA especialmente: Jaime Szpilka, Nicolás Espiro, que es un analista muy importante en nuestra sociedad, y también por la herencia de Garma. Como me voy a referir a Ferenczi en mi aportación, quiero destacar que precisamente Garma fue una de las personas más influidas por la visita de Ferenczi a Madrid, que hizo que empezara una formación analítica que le llevó a ser el primer psicoanalista español y luego, posteriormente, uno de los fundadores de la Asociación Psicoanalítica Argentina.

Voy a hablar de la ternura. Una de las características de la contribución teórica de Ferenczi al psicoanálisis (por cierto hoy, 8 de julio, es su cumpleaños, 150 aniversario) es la importancia que atribuye a los afectos y, sobre todo, su posicionamiento radical a favor siempre de los más débiles en las relaciones políticas y sociales, en las relaciones entre adultos y niños, en las relaciones entre hombres y mujeres, entre homosexuales y heterosexuales y, naturalmente, entre pacientes y analistas. Concretamente, en lo que respecta al encuentro afectivo entre adultos y niños, constituye el núcleo de su gran aportación a la teoría psicoanalítica del trauma. Me refiero a su famosa obra Confusión de lenguas entre los adultos y el niño, a esa especie de choque violento entre la pasión y la ternura; un choque que no está solamente planteado a nivel lingüístico, sino que consiste en la invasión o en la violación psíquica de la pasión o de la locura del adulto, dentro del niño. ¿Cuál es la diferencia entre la pasión (en alemán es Leidenschaft) y la ternura (Zärtlichkeit) según Ferenczi? Mientras la pasión es, como también el odio, una emoción incontrolable, ciega e intrusiva, la ternura es más fluida y más porosa y, en consecuencia, más abierta al mundo exterior. No solo promueve especialmente en la psique del niño una capacidad creativa y una sensibilidad refinada. En cualquier caso, para Ferenczi la ternura está siempre atravesada por las pulsiones, tanto las sexuales como la pulsión de muerte. La ternura no está desprovista de sexualidad, ni tanto menos es la consecuencia de una sexualidad inhibida, sino que se expresa de manera polimorfa y nómada. También la pulsión de muerte impregna la ternura, que no está exenta de agresividad,  pero está privada de la violencia la contundencia de la pasión y del odio. Para Ferenczi, la pulsión de muerte está al servicio de la vida; fragmenta, pero no excluye ni destruye. Cuando el lenguaje de la pasión de un adulto, que maniobra inconscientemente el erotismo tanto del amor como del odio, se encuentra o choca violentamente con el lenguaje de la ternura del niño, descalificando y desmintiendo el reconocimiento del pensamiento y de los afectos en la psique del niño que había depositado toda su confianza en el adulto, tiene lugar un trauma que genera no solo miedo, desilusión y dolor, sino sobre todo, conduce inevitablemente a una escisión. En la concepción de Ferenczi en la escisión (a diferencia que en Freud, para quien una parte del Yo acepta la realidad y la otra la desmiente) una parte muere y la otra vive pero desprovista de afectos, y se queda al margen de la propia existencia, como si fuera vivida por otro. Pero el trauma infantil puede generar no solo una escisión, sino también una fragmentación, una atomización, una autotomía (o sea, automutilación) que lleva implícita la amputación de una parte de sí mismo. Además Ferenczi nos muestra, con este concepto de autotomía, que el sujeto muere a través de la escisión, no siente más dolor porque no existe; es más, no se preocupa ni de la respiración ni del corazón ni, en general, de conservar la vida, sino que más bien considera con interés la propia destrucción o mutilación como si no fuera a él mismo a quien le fueran infligidas estas penas. La psique se escinde con su autodestrucción o con la destrucción de quien le ofrece ayuda o afecto. Mientras que para Freud el trauma, en cuanto a consecuencia de una seducción sexual, era el factor esencial en la etiología de la neurosis, para Ferenczi es la expresión de una perturbación en la comunicación entre niño y adulto, es decir, una confusión de lenguas. 

Para Ferenczi, por tanto, el trauma se coloca en el ámbito de la relación. A diferencia de la concepción freudiana, para quien el trauma determina el destino pulsional, como os he dicho antes, para Ferenczi el trauma modifica la relación objetal, tanto con el objeto externo como con las representaciones internas de este. La ternura es un afecto vital básico y por tanto está vinculada a la vulnerabilidad, que es una condición primaria e insuperable de cualquier ser humano. Y en toda forma de violencia y de odio, tanto físico como psíquico, hay siempre un intento de desmentir la vulnerabilidad, tanto propia como de los demás. Se puede odiar o incluso matar en nombre de un líder o de una idea, a condición de no reconocer ni percibir la vulnerabilidad del otro. Es más, por el contrario, el odio se nutre del miedo y de sentir al otro como un peligro y una amenaza de la cual hace falta defenderse. La negación de la vulnerabilidad lleva a fomentar fantasías de un líder protector, o bien, de un enemigo potente y poderoso. Todo cambia cuando se afirma o se reconoce la vulnerabilidad. Entonces emerge una fuerza de no violencia, y una afirmación potente que vehiculiza la ternura como el afecto correspondiente. 

Vivimos en un mundo cultural donde a veces los estados se defienden de las personas negras, de los pobres, de los inmigrantes, de los sin techo, de los disidentes de cualquier tipo, como si fueran peligrosos y fueran portadores de destrucción. Y esto justificaría su marginación y su destrucción, dado que sus vidas no son dignas de ningún duelo. La ternura, desde este punto de vista, se convierte en una forma de emancipación, abre las puertas a la creación de un mundo común y alarga, ensancha, el campo del nosotros. Es necesario insistir una vez más en el hecho de que para Ferenczi la ternura no era sinónimo de impotencia, ni de puerilidad, ni de ausencia de rencillas. A diferencia de la pasión o del odio, la ternura es inclusiva, rechaza la omnipotencia del odio, a  favor de la hospitalidad y del acogimiento, y permite tolerar la ambivalencia, condición necesaria para toda práctica de no violencia. La posibilidad de construir una nueva cultura más democrática y menos violenta es un proceso de largo recorrido y, naturalmente, exige transformar los horizontes; no solo los sociopolíticos, sino también la circulación de los afectos entre los seres humanos. Es necesario, además, imaginar otros mundos posibles donde se pueda configurar una manera de vivir no violenta, una convivencia menos injusta y menos inmersa en la cultura del odio, en la cual estamos inmersos en este momento. Estamos aún muy lejos de alcanzar unificar e integrar todos los parámetros que se abren de la teoría psicoanalítica, a partir del desafío que representa la experiencia clínica con pacientes invadidos por el odio, que desarrollan actitudes, mecanismos y una organización de las emociones y de los sentimientos de tipo perverso y destructivo. Pero no obstante, la escucha de los pacientes que practican modalidades de relación sadomasoquísticas, ciertas situaciones compulsivas de autolesionismo que vemos todos los días entre los adolescentes, los intentos de suicidio, los problemas de la anorexia y de la bulimia, la cuestión inexplorada del incesto, el problema del maltrato físico y de la humillación de los niños y las mujeres, la crueldad gratuita practicada contra personas en situación de debilidad o sumisión, la tortura en todas sus formas aberrantes de aplicación, el racismo, la xenofobia, la guerra, el odio y quizá la constatación de estar ante un mundo cultural que no está dispuesto a renunciar a una sola pulsión, nos obliga a preguntarnos como psicoanalistas qué experiencias lacerantes se han acumulado en esta cultura del odio a la que me he referido antes, de modo de generar tanta violencia y tanta destrucción.

 Quizá la escucha y la reflexión sobre el rol de la ternura como corriente de amor en oposición a la hegemonía del odio, puede permitirnos pensar que el psicoanálisis tendrá siempre la oportunidad de existir y de situarse como una alternativa siempre valiosa, porque como decía Piera Aulagnier, la mayor parte de las veces los pacientes no vienen a nuestras consultas y a nuestras sesiones tratando de encontrar un valor intelectual o el desciframiento de una verdad; vienen simplemente porque tienen necesidad de contar con la ayuda de una experiencia humana que sea capaz de comprender su dolor, pero que, sobre todo, sea capaz de permitirles continuar viviendo. Muchas gracias.

Hugo Lerner: Ante todo quiero agradecer a la Comisión Editora de la Revista, especialmente a Alejandra, que haya armado esta mesa sobre un tema que a mí me interesa especialmente. Acabo de publicar un libro del que soy autor y compilador, cuyo título es Amor. Un enigma radical. Por eso, de los tópicos a los que alude el título propuesto, me voy a detener especialmente en el amor, con deslizamientos a las encrucijadas que tiene este concepto en la actualidad, sin que implique que no aluda a los otros puntos, como la sexualidad y el erotismo. Especialmente, voy a tratar de señalar algunas cuestiones sobre el amor en la época digital. Intentaré derivar en interrogantes, aperturas, más que en conceptos cerrados y oclusivos. Si hacemos historia, veremos que en relación con el amor como tal, como concepto, no ha habido muchos cambios desde el punto de vista teórico, tal como Freud lo ha planteado; han cambiado sus formas de presentación. Los contextos actuales han habilitado canales más permisivos y muy diferentes para las tramitaciones del amor. Si recordamos algunos puntos acerca del concepto de amor en la obra de Freud, él va a decir que en el encuentro amoroso invariablemente está presente algo del desamparo primario y, por consiguiente, se busca el amparo (Hilflosigkeit); este concepto está muy presente en la obra de Freud. También va a decir que el amor está ligado al Yo del sujeto que se instala como objeto de amor a través de una idealización del propio Yo, ligado al narcisismo de uno y cada uno de los sujetos. En Introducción del narcisismo, afirma: 

Aquí, como siempre ocurre en el ámbito de la libido, el hombre se ha mostrado incapaz de renunciar a la satisfacción de que gozó una vez. No quiere privarse de la perfección narcisista de su infancia, y si no pudo mantenerla por estorbárselo las admoniciones que recibió en la época de su desarrollo y por el despertar de su juicio propio, procura recobrarla en la nueva forma del Ideal del Yo. Lo que él proyecta frente a sí como su ideal es el sustituto del narcisismo perdido de su infancia, en la que él fue su propio ideal. 

Esta cita, obviamente, insinúa que amar entraña, desde la teoría freudiana, colocar en el otro los atributos que corresponden al Ideal del Yo del sujeto y, de esta manera, se lo amará justamente por eso. En este momento, aquel al que se le han depositado estos atributos del Ideal del Yo, será entonces el objeto amado, que tiene poder sobre el sujeto que ama. Ya pasados los años, en el 29, en El malestar en la cultura, dice algo muy interesante que seguramente todos conocen: 

Nada es más natural que obstinarnos en buscar la dicha por el mismo camino siguiendo el cual una vez la hallamos; el lado débil de esta técnica de vida es manifiesto; si no fuera por él, a ningún ser humano se le habría ocurrido cambiar por otro este camino hacia la dicha […]. Nunca estamos menos protegidos contra las cuitas que cuando amamos, nunca más desdichados y desvalidos que cuando hemos perdido al objeto amado o a su amor. Pero la técnica de vida fundada en el valor de felicidad del amor no se agota con esto, queda aún mucho por decir. 

Como siempre, deja abierto el camino para que nosotros lo sigamos. 

De alguna manera el amor hacia el otro emerge en principio como una ilusión, por lo tanto, falsea el juicio del sujeto, dejando aflorar la idealización del objeto amado y asimismo ofrendando el sujeto, bajo el manto del amor, el sacrificio de su propio deseo. Siguiendo a Freud, si el sujeto no sabe ciertamente lo que desea, de manera enmascarada perseguirá lo que cree desear y esto –señala Freud en 1905– está en directa conexión con experiencias de satisfacciones infantiles que dejaron huellas psíquicas y que pretenden complacerse una y otra vez. De aquí se desglosa lo que Freud propone: el hallazgo, encuentro del objeto, propiamente es un reencuentro. Yo no estoy tan de acuerdo con este planteo, en consonancia con Badiou, tal como lo retomaré después. La afirmación de Freud acerca de que el amor es un reencuentro, yo la voy a plantear más adelante como un encuentro, como lo novedoso.  

Entonces, para que este objeto sea deseado, es menester –nos advierte Freud– haberlo perdido primero, lo que entraña para el niño haber perdido a la madre, concebida esta como objeto imaginario inicial. De esta manera, este objeto irremediablemente perdido puede ser deseado, y el sujeto, situarse en la insalvable tarea de buscarlo. En el amor hay un ideal de completud que ha estado siempre presente y persiste en la contemporaneidad. Se puede constatar en frases coloquiales referidas al otro como “él o ella es mi media naranja”, “él o ella me completa, era todo lo que estaba buscando”; o, como afirmó Neruda en Veinte poemas de amor…: “Todo lo llenas tú, todo lo llenas”. El tema de la completud emerge, tal como afirmara Freud, como algo ilusorio, ya que el otro es instalado por el sujeto como un objeto que anhela colmar la falta y porque puede, supuestamente, satisfacerla, se le desea; pero por otra parte se desea también, del lado del sujeto, que ese objeto lo ame. O sea que la completud nunca es posible. 

Freud afirmaba que hay que amar para no enfermar, así se manifestaba en él el año 14. ¿Qué nos quería decir con esto? El amor, como proposición de Eros, supone un límite al narcisismo, porque impone un registro de que allí hay otro que no soy yo, un objeto idealizado al comienzo que tiene aquello que le falta al Yo. Posteriormente esto se va a complejizar; el otro deja de ser tan maravilloso luego de la fase de enamoramiento, pero continuará conservando aquello que el Yo siente que no tiene. El que ama –dice Freud– pierde, por decirlo así, una parte de su narcisismo. Asimismo, y sobre todo, el amor al objeto es un tope a la pulsión de muerte. La introversión era para Freud la puerta de entrada a una casi innegable neurosis. Lograr volver a amar y a trabajar, o sea, catectizar los objetos y sublimar, serán los propósitos de la cura para Freud. 

Voy a entrar en el tema del acontecimiento, de Badiou. Freud orientó la idea de que todo encuentro está impreso por la repetición. El trazado del amor puede estar presente en la ilusión de hallar a alguien que nos complete, pero sucede que el otro constantemente nos descompleta, si ciertamente es otro y es registrado como tal. El amor emerge como un acontecimiento despegado a lo real y creando realidad. Para Badiou esto denotaría la superación del uno que está ligado al narcisismo, por el dos, o sea, la alteridad. Eros se relaciona con la presencia de la diferencia, el vínculo de dos, la preponderancia de lo no narcisista. Hay una primera complicación: la sociedad actual enaltece el narcisismo, las elecciones narcisistas de objeto; sabemos bien que la sociedad puede colaborar para que se establezca determinado tipo de lazo social, de diversas formas: la presión por el consumo, las ponderaciones de la imagen y el aspecto, como también el imperativo de la inmediatez, pero sobre todo el ideal de goce sin límites, intensifican la incertidumbre que se destaca como sentimiento y encuentra variadas formas de representación. Antes señalé que para Freud recobrar la capacidad de trabajar y amar era un objetivo del psicoanálisis, indicaba su final. En la actualidad la capacidad de amar y de trabajar están difícilmente beneficiadas, y a veces obstruidas, por la sociedad actual y sus ideales. Igualmente son una guía significativa para la cura. Debemos anhelar, como psicoanalistas, que los inconvenientes queden ubicados dentro del sujeto no solo que proyecte –muchas veces con razón– en una sociedad que imposibilita, que entorpece la emergencia de Eros. O sea, de una manera generalizadora, que la proyección en el mundo externo no quede como único responsable de nuestras “cuitas”. La labor del analista es indagar en el mundo interno del paciente.

Dando un golpe de timón, quisiera introducir algunas reflexiones sobre lo que está pasando con el amor en el mundo digital, que hoy tanto nos atraviesa.

Sin lugar a dudas estamos transitando una transformación de época: la mudanza interminable de la era analógica por la era digital, del discurso utópico del socialismo por la prédica capitalista; por lo tanto, es perentorio enfocarnos acerca de qué participaciones subjetivas han tenido todos estos cambios en los vínculos amorosos. Estos asuntos han sido frecuentados entre otros por Deleuze, Byung Chul Han, EvaIllouz, <ojo>autores que he visitado con mucho placer (aconsejo su lectura). Nos toca a los psicoanalistas “hincar el diente”, como diría Freud, en este nuevo mundo capturado por internet, tenemos que introducirnos en esto porque es una realidad que nos está atravesando. Hoy queremos experimentar más que poseer, manifiesta Byung Chul Han en su libro No cosas, e indica que nuestro mundo digital no está hecho para la posesión puesto que en él rige el acceso; los vínculos con cosas o lugares son reemplazados por el acceso temporal a redes y plataformas. Nada es tan importante como el acceso a una red wi fi, que es lo que valoriza a todo lo otro. La topografía se condensa en dos lugares: el de la no conexión, incomunicado y separado de todo; y por otro lado nuestra residencia o los lugares públicos que nos permiten el empleo de wi fi (aquí ya habitamos el mundo on line y lo demás deja de tener importancia). 

Lo que estoy planteando hasta aquí, y efectuando un corrimiento, podemos extenderlo a los vínculos amorosos. El poliamor, por ejemplo, es un modo de exhibir que se logra obtener el número de “amoríos” que estemos capacitados para obtener. Es un modelo un tanto neoliberal de la pareja. Cada sujeto “recluta” el capital erótico que sus cualidades le abastezcan. El único patrón que persiste es la adhesión a lo legal. Los matches en Tinder no logran la tenencia, pero sí la ruta a un número significativo de posibilidades vinculares. Esto es aplicable al resto de las redes: hay un patrimonio que se establece en consonancia con el caudal de seguidores y/o contactos online que se cosechen. No se los posee, se habilita el acceso a ellos, y es este acceso el que tiene “cotización” en el mercado sexual y afectivo dentro del mundo digital. El amor posesivo hoy es denunciado por los feminismos como el amor romántico al que se le asigna una obligación: deconstruirlo. Todo se construye y se destruye tan rápidamente que, cuando se posee, ya se malogró. La época digital admite una lógica de conexión y desconexión que reemplaza al entre dos de la intimidad. Por la mañana un sujeto se puede comunicar con alguien, a la noche acostarse con la misma persona, y al día siguiente no saber de ella nunca más sin que intervenga ningún protocolo de despedida. Incluso, la misma persona puede regresar dentro de un tiempo dilatado sin que medie justificación alguna, así como se reinicia una serie después de meses, sin que Netflix nos reclame por el tiempo pasado. 

Es importante enfocarnos en los nuevos estilos amorosos, para mí es muy importante, pero como aseveró Giorgio Agamben, ser contemporáneo no entraña enaltecer la época, sino no perder de vista sus opacidades. Hay algunas diferencias entre el amor romántico y el mundo digital. El amor romántico (hay varios tipos de amor, no me voy a detener en eso: el amor romántico, el amor cortés, y otros diferentes tipos de amor), es el que nos ha atravesado mucho a través de la literatura, el cine, tanto en el siglo XIX, comienzos del siglo XX, hasta muy avanzado el siglo XX. El amor romántico se identificaba por la espontaneidad. Internet busca un modo racional de selección de pareja, que rebate la idea del amor como una epifanía o revelación imprevista que brota en la vida contra toda voluntad y razón. Si el amor romántico estaba hondamente conectado con la atracción sexual por lo general fruto de la presencia de dos cuerpos materiales físicos, internet se inscribe en la interacción textual descorporizada. La exclusividad es fundamental en la pasión romántica; de algún modo esto estaba conectado con la “escasez” de oferta. Internet, en cambio, proporciona cantidad y renovación. Esto último se debe a que las citas por esta vía instituyeron sobre el terreno de los encuentros románticos los principios del consumo masivo fundado en una economía de la opulencia, de la opción imperecedera, la elección y la estandarización. Todo lo que yo vengo desarrollando hasta aquí no pretende ser una crítica; solo es un intento de explicar un cambio cultural en los lazos amorosos que imperan en la contemporaneidad. Es importante señalar que no hay que dejar de considerar las muchísimas relaciones estables que han nacido a partir de los encuentros en la web. 

Quiero hacer una aclaración acerca de lo que mencioné sobre la descorporización. Una colega me hizo notar que para el psicoanálisis no hay total descorporización, ya que están la imaginación y la fantasía acerca del cuerpo del otro. ¿Acaso el cuerpo del otro no es también el cuerpo fantaseado y el cuerpo hablado?, me dijo esta colega. Y yo le di la razón. Tendríamos que detenernos a ver a qué llamamos cuerpo. 

Eva Illous habla mucho del encuentro y la desilusión en las redes sociales, en un libro que se llama Intimidades congeladas. Afirma que a pesar de la abundancia de alternativas que ofrecen los sitios web de citas, la mayor parte de los que visitan estos territorios sienten un reiterado sentimiento de desilusión. Continúa sugiriendo que este fenómeno es consecuencia de una autopresentación excesiva, o de la discrepancia entre expectativas demasiado ambiciosas y una realidad inevitablemente limitada. En estos casos estamos frente a la expresión de un Ideal del Yo desmedido y grandioso. Todo esto marca el fuerte choque entre la fantasía que se estructuró en relación con el otro y la desilusión frente al mundo fantasmático creado. Podemos ensayar como hipótesis explicativa, transitoria tal vez, que el estilo de imaginación que se desarrolla en, y a través, de las citas cibernéticas, debe comprenderse en el contexto de una tecnología que descorporiza los encuentros, ya que hasta el encuentro todo pasa por la fantasía y textualiza la subjetividad. Podríamos decir algo muy sabido entre psicoanalistas: hay poca correspondencia entre el Yo que mostramos y los aspectos inconscientes de este. Para el sujeto romántico anterior a internet el amor liberaba la imaginación por medio de procesos de idealización; amar era sobrevalorar, asignar a otro real un valor agregado. La idealización es lo que hacía inigualable a la persona. La imaginación de internet suelta la fantasía, pero inhibe los sentimientos románticos y se libera a partir de dos conjuntos de textos: la foto y el perfil. También a partir del conocimiento de la otra persona que es verbal y racional, es decir que se basa en categorías y en conocimiento, no en los sentidos, como ocurre en el amor romántico. La imaginación romántica tradicional se determinaba como una combinación de realidad e imaginación, ambas afirmadas en el cuerpo y en su experiencia pasada y almacenada; mientras que internet descompone la imaginación como un universo de significados subjetivos autogenerados, y el encuentro con el otro hace que las dos cosas sucedan en tiempos distintos. Para numerosos autores la imaginación corresponde a la facultad de descubrir algo que antes no existía (lo que Castoriadis llama imaginación radical), de engrandecer y vigorizar la experiencia vivida mediante actos de descubrimiento y elaboración que bosquejan aquello que no tiene forma. Esta concepción de la imaginación es especialmente notoria en el terreno amoroso del objeto del amor y fantasía, presentan gran potencia y vigor. En la sociedad publicada, como es en el mundo digital, cada sujeto es su propio objeto de publicidad. El abuso de exposición hace de todo una mercancía que se entrega desnuda, sin secreto, a la devoración inmediata. ¿Qué plantean los especialistas que se han dedicado a esto a la hora de hacer frente a la búsqueda de pareja a través de la web? Muchísimos cientistas sociales han abordado el estudio de los lazos amorosos en las redes. Opinan que no se utilice mucho tiempo, acerca de quién será posible, ya que no se puede determinar eso solo a través del perfil. Estimulan a usar las citas online para ensanchar el número de potenciales parejas y que luego se pase al mundo offline rápidamente. Recién después podrán chequear si hay “química”.

Lo que intenté plantear en esta exposición es contraponer el amor tradicional romántico, partiendo de un rastreo del concepto amor en la obra de Freud, a lo que sucede en la actualidad, y se manifiesta en lo que los pacientes nos cuentan a partir de sus encuentros en las redes sociales, los matchs, y otra formas de interacción. 

Alejandra Vertzner Marucco: Muchísimas gracias a los tres, porque nos vimos enriquecidos por muchos aspectos de la temática que convocamos a debatir, y creo que es muy interesante para el lector que podamos continuar con la conversación entre ustedes, abriendo otros caminos de investigación. 

Alberto trajo un tema que resulta fundamental, y es el tema de que el movimiento psicoanalítico es interpelado, lo cual requiere reflexiones y, sobre todo, más allá de estar a la altura de la polémica, requiere, como dijo Alberto también, estar a la altura de la clínica, estar a la altura de lo que nos presenta la problemática contemporánea. Y creo que ese es el gran desafío. Él hablaba, trayendo su pensamiento y el de otros autores (Lacan, Laplanche), del tema de la importancia del otro, de la implantación del otro; y de un concepto que me pareció muy valioso, que es el de la “dimensión procustiana”, aquella que deja por fuera precisamente lo que sería esencial de la sexualidad perverso polimorfa de Freud. Me parece que este es un aspecto muy importante para tener en cuenta. Y termina con el anuncio de sus investigaciones acerca de la diferencia sexual trayendo algo muy importante: dice que lo sexual es el nombre mismo de la diferencia, no que lo sexual es solo un adjetivo de la diferencia. 

Lo que trajo Luis a continuación nos muestra que la diferencia es plural. Hay diferencias que no son solo la diferencia sexual, que requieren tener en cuenta al otro como otro, y tener en cuenta otros aspectos de la categoría “diferencia”. Y me pareció tan interesante lo que traía Luis porque nos trae el tema de la ternura, y la posibilidad de tener alguna herramienta frente la cultura del odio. Ese contrapunto, no solamente entre Eros y Tánatos, sino también entre amor y odio, nos trajo también ese concepto clínicamente tan actual de la autotomía, que vemos en las lesiones autoinfligidas, y que quizá también aluda a la necesidad de cercenar una parte de la propia afectividad, y con ella todo rastro de dolor por la desilusión o el trauma provocado en el encuentro con el otro. ¿Esto podría tener que ver también con muchos de los cambios en la vida amorosa que mencionó Hugo? Como las pasiones siempre podrían ser violentas, o reeditar el dolor de quedar enajenado en la locura del otro, quizás el sujeto intente despojarse de toda posibilidad de sentir afecto. Por eso la importancia de subrayar el valor de la ternura, incluso como herramienta terapéutica.

Respecto de lo que mencionaba Hugo, resulta importante actualizar en la mirada de los vínculos amorosos del presente. Evidentemente existen ahora diferentes modalidades de encuentro con el otro, pero ¿será que en esencia aquellas pasiones de las que hablaba Luis, o las cuestiones de las pulsiones que traía Alberto, cambian radicalmente? Porque nosotros seguimos oyendo a nuestros pacientes sufrir por amor. 

Andrea Ikonicoff: Quería retomar algo de lo que Luis había planteado respecto de la ternura y hacer enlace con algo que Hugo había traído acerca de la actualidad en lo que es el circuito online. Por un lado aparece hoy cierta dificultad, que escuchamos en los consultorios y en la vida, de incluir la propia vulnerabilidad y la consecuente aparición de la ternura en ese circuito online, donde aparece el mandato de mostrarse poderoso.

Y por otro lado, pensaba en los jóvenes, donde aparece cierta disociación entre la ternura y el despliegue de la sexualidad. Por ejemplo, parejas jóvenes de novios que duermen juntos pero luego salen separados, con sus respectivos grupos de amigos y amigas “vestidos para matar” y van a discotecas solo a mostrarse, con un despliegue de sensualidad y sexualidad que nada tiene que ver con aquel amor tierno que dejan para compartir con la pareja en la cama. Es algo que escucho mucho en el consultorio y me llama la atención. 

Daniel Schmukler: Quería preguntar a Alberto, en relación con aquello de que nadie es hombre o mujer sin resto, cómo piensa esos casos de personas que se definen como no binarias, que yo estoy empezando a escuchar en el consultorio, que no se autoperciben ni hombre ni mujer. Después, me pareció interesantísimo un punto de contacto en la exposición de Cabré y de Hugo, donde Cabré habla de la negación de la vulnerabilidad y Hugo trae lo de Freud del desamparo; y cómo esta situación sería un poco la madre del odio: se odia para tapar la vulnerabilidad. Pensaba también en la relación de la negación de la vulnerabilidad con la paranoia. Y por último, le quería preguntar a Hugo qué opina sobre cierta apetencia que despierta esta búsqueda de pareja a través de las redes, en la que yo veo que se manifiesta también una dificultad. Me decía un paciente: Mi problema cuando encuentro a alguien es que quiero seguir buscando, porque quizá me estoy perdiendo de encontrar a alguien mejor después. ¡Hay una “oferta” tan grande! Entonces pensaba en cuanto a la negación de la castración en esta búsqueda incesante.

Luis Martín Cabré: Quiero transmitir mi satisfacción por este diálogo, que no es habitual; no estoy acostumbrado a tener diálogos así profundos y desenfadados como es este, donde se pueden decir las cosas con tranquilidad. Quiero decirle a Hugo que no sé si sabe que hace un tiempo salió un libro de una colega de Madrid, que es francesa, se llama Martina Burdet, que se titula: El amor en los tiempos de internet. Y el subtítulo es: Me amas o me follow . Decir “follar” es como decir “coger” en la Argentina. Y plantea un poco la misma tesis, Hugo, que tú planteas, esta especie de congelamiento que se produce en las relaciones por internet, que pueden tener un desarrollo apasionado, pero que en el momento en que esas personas se encuentran físicamente en la realidad, en presencia, toda esa relación se desmorona como si fuera un castillo de naipes, como si hubiera estado sustentada en otra serie de cosas. 

Yo traté de insistir en el tema de la ternura precisamente, para darle a la ternura un estatus poco cursi o poco amanerado; la ternura, si me permiten, hasta como fuerza política. Una postura radical. Porque entiendo que la ternura sería la antítesis del odio. Pero también en el sentido de que es algo que implica la aceptación de la vulnerabilidad. ¿Por qué odio a los inmigrantes, o a los pobres, o a los que no piensan lo que yo pienso políticamente? Porque siento que me quieren hacer daño, me quieren quitar lo que tengo y ellos no son vulnerables, yo no los vivo como vulnerables y hasta tal punto no los vivo como vulnerables que no creo que tengan ni siquiera dignidad de existir; por tanto si se les mata no pasa nada, porque no son dignos de existir, ni tampoco de que se haga ningún duelo por ellos. Entonces, en esta perspectiva, la relación amorosa de un padre con un hijo, de un maestro con un alumno, de un analista con un paciente, no tiene ninguna posibilidad de existir. No solamente es la relación social. Entonces, por eso me parece que es importante lo de la ternura como idea que implica la aceptación de la vulnerabilidad del otro, pero también que promueve la posibilidad de una experiencia humana donde sea posible la escucha, donde sea posible el respeto, donde sea posible la acogida. Dije antes que la ternura me parecía que aparte de ser un sentimiento poroso, es un sentimiento inclusivo; la ternura es inclusiva. Y precisamente por eso creo que se puede aplicar a la relación analítica en el sentido más radical, es decir, permitir que el otro entre dentro de mí y me hable; cosa que muchas veces se imposibilita por una vivencia paranoide del otro, como si fuera portador de destrucción, de malignidad o de amenaza simplemente. 

Bueno, en ese sentido yo había querido insistir, porque como tú me dijiste, Alejandra, que era sobre el tema del amor y la sexualidad, estamos viviendo una época bastante enferma yo creo, loca, donde el odio está por todos lados. O sea, a vosotros os tiene un poco lejos, pero la guerra que hay en Ucrania es una guerra absolutamente enloquecida. Yo fui miembro del Board de la IPA y yo coincidía con los psicoanalistas ucranianos y con los psicoanalistas rusos y eran, os aseguro, íntimos amigos; pero más que íntimos amigos, eran personas con una relación fraterna, se sentían cómplices, se sentían comprometidos en una tarea apasionante de investigación. Y ahora se encuentran destruyéndose los unos a los otros, destruyendo casas, lugares, quemando muebles, hospitales… todo al servicio de no se sabe muy bien qué. Pero también existe a nivel de la relación de pareja, el maltrato, la violencia doméstica, la violencia con los niños. El otro día –no sé si os habéis enterad–o en Madrid, un niño de tres años murió porque la madre lo dejó en el coche durante cuatro horas al sol, porque se olvidó, se olvidó de retirarle. Bueno, este tipo de cosas; los adolescentes que se mutilan, se cortan, se hacen tajos con cuchillos, uno contaba la otra vez que se quiso cortar los dos brazos con un cuchillo… Bueno, ese tipo de situaciones a mí me parece que hablan de un mundo donde solamente el odio tiene el protagonismo absoluto. Y en este sentido, me parece que los psicoanalistas estamos convocados a hacer una reflexión profunda sobre el instrumento que tenemos en nuestras manos, que puede ser algo que se oponga a esta locura. Y lo digo como tal, como locura; a eso nos dedicamos, a tratar de ayudar a la gente en su sufrimiento y en su locura. Soy optimista con respecto al análisis; creo que el análisis, como dije antes, siempre va a tener la posibilidad de levantar la voz, si se dan las circunstancias en las que yo creo que debe instalarse el análisis: en la escucha, la búsqueda de la verdad, el respeto y la acogida. 

No sé si conocéis a una psicoanalista que se llama Silvia Amati Sas, que es argentina. Es una mujer que yo adoro, que trabajó muchísimo tiempo sobre la violencia y sobre la tortura, sobre gente que había sido torturada, precisamente en la Argentina. Y tenía una paciente que le decía: ¿Pero usted por qué pasa tantas horas escuchándome y escuchándome, perdiendo el tiempo, si lo que le cuento es una cosa terrible, una cosa asquerosa?, ¿por qué pasa usted tantas horas escuchando esto? Y ella le contestó: Lo hago porque pertenezco al mismo mundo de mierda que usted. Me pareció una respuesta de una profundidad, de una posición, de un compromiso humano, ideológico, político y científico, impresionante. Ese es un poco un modelo que a mí me inspira; tomar partido de otra persona que tiene una gran vulnerabilidad, como yo también. 

Hugo Lerner: Estoy de acuerdo con lo que plantea Alberto de que el psicoanálisis está interpelado, pero también tenemos que ser cuidadosos del cómo y desde dónde se nos interpela. Paul Preciado, en el Yo soy el monstruo que os habla, que fue un discurso que hizo en la Asociación Mundial de Psicoanálisis, castiga con violencia verbal a los analistas, lo terminan interrumpiendo y echando. Era una reunión de cinco mil psicoanalistas lacanianos con los cuales él estaba muy enojado; a pesar de ser Preciado una persona muy inteligente y muy formada, creo que en ese encuentro primó más la política que la teoría. Ese libro, que yo he leído, me pareció un discurso político. O sea que hay que ver de dónde viene la interpelación. Efectivamente existe, pero hay que precisar su origen e intencionalidad. Por ejemplo, Elizabeth Roudinesco en su último libro, El yo soberano, que nadie va a dudar que es feminista (ustedes saben que muchos movimientos feministas interpelan al psicoanálisis), ella hace una crítica a la politización del feminismo, y dice: ¿En qué se convirtió el movimiento de reivindicación femenina? ¿Se ha politizado? Tenemos que ser cuidadosos de quién lo dice, cómo lo dice y en qué contexto sucede.

En muchos planteos de Alberto estoy totalmente de acuerdo. ¿Que la sexualidad y el lenguaje vienen del otro? Vos lo planteás desde un punto de vista lacaniano, yo lo planteo desde un punto de vista más ligado a Aulagnier, pero creo que apunta a lo mismo. Supongo que vamos a coincidir absolutamente. Acerca de la implantación del otro como expresión de la violencia primaria, estoy totalmente de acuerdo. 

Respecto de que no se puede ser hombre ni mujer sin resto, me gustaría ver qué puente hacés vos entre esto y la bisexualidad. Esta es una pregunta más teórica, si querés, pero me gustaría ver qué entrelazamiento podemos hacer.

Todo el planteo que Luis hizo me hizo resonar mucho, esta revalorización de la ternura, porque no sé si ustedes saben que es algo que trabajó mucho Fernando Ulloa en la Argentina. El concepto de ternura era lo que él asignaba como una búsqueda en nuestra clínica, que se rescate la ternura. La ternura casi como opuesto a lo que podría ser Eros y Tánatos puro. Yo no estaría tan de acuerdo con algunos de sus planteos, pero quería decir que me detonó este recuerdo de Fernando. 

Vos citaste varias veces el odio. Yo les voy a comentar algo. No sé si lo han leído. Me encontré de casualidad con una entrevista que le hizo a Freud en 1930 George Viereck (periodista). Ahí le plantea claramente al entrevistador que el amor va de la mano del odio, no se puede pensar el amor sin el odio. Eso nos coloca en un lugar un poco escéptico acerca del planteo que vos hiciste recién, Luis, de que podamos llegar en algún momento a que esto se deponga. Lo dudo. Desde el punto de vista teórico, como Freud termina diciendo en la entrevista, Eros y Tánatos van de la mano; imposible pensarlos uno sin el otro. 

Reflexionemos un poco: ¿Por qué el odio al inmigrante, al otro? Ahí retorno a Badiou. Este autor afirma, y eso se ve en las parejas también, que el pasaje del uno al dos (o sea, de uno que sería el narcisismo al dos que sería Eros) está impedido: el resultado de eso es una no aceptación de la diferencia. La no aceptación de la diferencia hace que el otro devenga en enemigo, el otro es un otro a quien yo odio, no es otro diferente, es un otro que me desubjetiva a mí y yo lo desubjetivo a él, en retaliación a este desconocimiento. Vos citás la guerra. Yo me he preguntado últimamente, cuando un soldado ruso o ucraniano dispara, dispara a un blanco; porque si pensase que está disparando a un sujeto yo no sé si dispararía. Dispara a algo que está desubjetivado, se convierte en cosa. En un blanco, deja de ser sujeto. Ahí tendríamos un tema para abordar.

Andrea planteaba la disociación entre la ternura y la sexualidad en parejas jóvenes. A través de diversas lecturas sabemos lo que está pasando en Japón, donde hay una alarma por el importante aumento, entre la gente joven de rechazo a la sexualidad. Mayormente son hogares unipersonales y no tienen ninguna necesidad de vínculo sexual. No tengo muchas respuestas a esta conducta porque no tengo experiencia, y tendría que conocer la cultura japonesa de la actualidad para poder entender. Porque en todas las cosas que yo planteo, siguiendo a Castoriadis, ningún concepto lo despego del contexto sociohistórico. Entonces, esto es nada más que un observable para aquellos que lo están estudiando; pero es una realidad. Creo que me desvié un poco del tema la disociación entre la ternura y la sexualidad en parejas jóvenes, pero asocié esto que acabo de señalar como una posición extrema en la que no hay disociación, sino ausencia de sexualidad.

Daniel hablaba del desamparo y el odio, y vuelvo a pensar en la entrevista de Freud que mencioné. Nosotros vivimos buscando el amparo porque esencialmente nacimos desamparados. Lacan (acá tengo al maestro Cabral para que lo confirme) dice que el momento de mayor desamparo es el último día de vida, porque ya no hay posibilidades de que otro nos ampare. A mí me parece genial esa definición, porque fuera de esa circunstancia, siempre está la esperanza de que habrá un otro que me va a amparar. Las redes sociales son algo que ha instalado la tecnología, muchas veces para la búsqueda del amparo. Vía amor, vía sexualidad, vuelve a demostrarse lo que el sujeto humano busca desde siempre, pero en estas épocas con la intervención de las nuevas tecnologías. 

Insisto con lo que vos planteabas, Luis. Hablás mucho de alteridad, y por qué el odio. Yo creo que es una dificultad muy grande, porque el sujeto humano tiene mucha limitación para aceptar la diferencia. En las parejas muchas veces se ve muy claro. Los invito a recordar la película La guerra de los Roses, en la que los miembros de la pareja terminan muertos (un ejemplo extremo trasladado a una comedia dramática). En esta película se percibe, entre otras cosas, una clara dificultad para aceptar al otro como otro.

Alberto Cabral: Voy a puntuar algunos de los ejes que yo veo entre lo que estamos intercambiando. 

El tema de la diferencia y la dificultad para aceptar, yo diría, la alteridad radical del otro. Me parece que es un tema central; lo traía Luis, y recién lo estaba comentando Hugo. Me parece central ver cómo nos ubicamos como analistas frente a esta cuestión. Porque, por supuesto, además de analistas somos ciudadanos, esto estaba presente; no lo dijo así, pero estaba presente en el discurso de Luis. Me parece que de alguna manera la formación analítica nos encamina en una perspectiva solidaria para con el otro; que hoy rescataba Luis ubicando ahí la ternura. Creo que eso es así; pero creo que si nos quedamos ahí corremos el riesgo de desdibujar lo que a mí me parece que puede ser el aporte específico de la práctica analítica y de nosotros como analistas, en relación (para decirlo de una forma más brutal) con el auge de los discursos de odio en la cultura contemporánea. Hay una observación freudiana que me parece muy rica en El tabú de la virginidad, cuando ubica como propio del posicionamiento neurótico, no del posicionamiento humano, la posición hostil ante lo diferente; ante la mujer, en tanto soporte de la diferencia, en tanto soporte de lo desconocido. Me parece que es muy sutil esta apreciación, porque se tiende a hacer patrimonio de la posición humana lo que sería la desconfianza, la hostilidad y el rencor hacia la diferencia. Freud, en cambio, lo ubica como propio de la posición neurótica, y me parece que eso nos da una perspectiva y una orientación muy rica para pensar el aporte que cotidianamente hacemos al dirigir una cura analítica a los efectos de limar, de esmerilar la posición hostil y de rencor hacia el otro, que es propia de la condición neurótica, ahí donde el otro, por su alteridad, cuestiona la propia identidad del neurótico. Cuanto más endeble es la identidad de cada quien, tanto más cuestionada se va a sentir por la presencia de la alteridad radical del otro. Y en ese punto va a despertar hostilidad. Me parece un punto fuerte para tener presente. 

Me gustó mucho lo que traía Luis en relación con la vulnerabilidad, el reconocimiento de la vulnerabilidad del otro, que es una forma de la presentación de la alteridad radical del otro: la vulnerabilidad, la condición castrada del otro. Me gustó también esto de ubicarlo como una herramienta política. Hay una proximidad muy grande, Luis, de lo que traés, con los desarrollos de Judith Butler, quien también ubica ahí el sostén de la posibilidad de construir el territorio de lo común, de lo compartible, el territorio del nosotros. Ella no habla de vulnerabilidad, pero habla de la dependencia implícita que nos une como humanos. Ella habla de que es imposible el ser humano autónomo (lo estoy diciendo con mis palabras y sintéticamente). Es una noción muy rica, porque indudablemente hay algo del orden del desconocimiento de la interdependencia recíproca que sostienen también los discursos del odio. Por el contrario, el registro de la vulnerabilidad compartida, el registro de esto que Butler ubica como interdependencia recíproca, va de la mano de la posibilidad de construir un territorio de lo común. Y creo que ahí también podemos aportar como analistas, desde nuestra práctica específica, además de que como analistas –y yo lo respeto mucho eso– nos sintamos dispuestos, movidos a participar en el territorio de lo común, que es el territorio de la política, el territorio de los debates ideológicos. Pero me parece que es importante, por lo menos para mí, hacerlo manteniendo esa distinción entre nuestra posición como analistas y nuestra posición como ciudadanos, como partícipes de lo común. Esta es una cuestión.

Otra cuestión que Hugo me preguntaba, y me parece que también tenía que ver con lo que traía Daniel, estaba en relación con las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad. Siendo coherente con lo que traté de desarrollar, de que no se puede ser hombre o mujer sin resto, y asumiendo que ese resto, a mi modo de ver, es bueno que incluya a la sexualidad polimorfa (digo “resto” por lo no contenido, lo no reabsorbido en la asignación de género a la que responde cada quien), nos podríamos sentir autorizados –lo digo risueñamente– a modificar el título del texto de Freud Fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad porque hoy, epocalmente, se quedaría corto. Podríamos titular “Fantasías histéricas y su relación con la sexualidad polimorfa”. Porque es claro que limitar el proceso de formación de síntoma a la homosexualidad inconsciente del sujeto que pugnaría por encontrar algún tipo de expresión más allá de las elecciones heterosexuales del sujeto, es una visión que en su momento fue rica pero que a esta altura del partido queda limitada. Me parece que siendo fieles al mismo Freud, podríamos decir que de lo que se trata es de poder escuchar las fantasías histéricas, no sólo a las histéricas, haciendo resonar en ellas lo que las habita y las atraviesa en términos de resto de sexualidad polimorfa. 

Les comento, de paso –y es una infidencia– que formo parte de un grupo trans, de un colectivo trans:trans-institucional. Estamos con un grupo de colegas de APdeBA, de APA, algún colega español también, y del área de FEPAL de varias regiones, que estamos trabajando. Nos reunimos cada dos semanas para trabajar cuestiones que tienen que ver con el psicoanálisis, las sexualidades diversas, etc. Y un colega (para comentar un poquito en el terreno cotidiano estas cuestiones) hizo un testimonio que me pareció muy rico, por lo franco. Después de haber estado discutiendo un trabajo mío publicado en Calibán sobre los estereotipos de género del analista, decía que después de la discusión se quedaba pensando que él efectivamente escuchaba distinto ciertas problemáticas, respecto de la forma en que las escuchaba hace treinta años. Y recordaba que, por ejemplo, tenía muy presente el caso de una adolescente que él escuchaba y tenía en análisis hace veinte, treinta años, que tenía una relación íntima, muy apasionada con una amiga, the best friend de la adolescencia, con la que intercambiaban ropa, por supuesto como suelen hacer las chicas adolescentes también hoy, pero también ropa interior. Entonces intercambiaban bombachas, corpiños, además de todas las intimidades que intercambiaban; y a él, analista heterosexual blanco y de clase media, lo ponía un poco incómodo este nivel de intercambio intenso, profuso y aparentemente sin límite, de esta paciente a la que veía como neurótica. Entonces él puede recordar que sus intervenciones iban en la dirección de reconducir a la ternura propia del vínculo con la amiga (acá retomo lo que traía Luis) lo que a él le parecía que orillaba riesgosamente el campo de lo pasional y de lo erótico. Después de lo que habíamos estado discutiendo en el grupo, este colega, con mucha franqueza, decía que probablemente hoy sus intervenciones serían diferentes: no intentaría a priori reconducir a ternura lo que le parecía amenazado de un desborde pasional, y estaría más abierto a habilitar una libertad de elección en la paciente, más advertida de los distintos contenidos inconscientes y reprimidos que estaban contenidos en un vínculo del espesor que traía. Nos quedamos conversando mucho acerca de esto, porque la intervención franca de este colega disparó recuerdos semejantes de situaciones en muchos de nosotros. Me parece que es interesante, es una pregunta también para Luis en ese sentido. No está presente para nada en lo que escuché que él traía, pero me parece que un riesgo sería ubicar a la ternura en el campo de lo bueno y de lo positivo, y a lo pasional erótico en el campo de lo riesgoso. Es lo que se desprendía del tipo de escucha que, retrospectiva y críticamente, traía este colega. 

Por otra parte, quisiera respaldar la efusividad con la que Hugo recordó este reportaje que le hace Viereck a Freud. Es un reportaje riquísimo, donde está presente esto que traía Hugo, y también tiene asertos, recortes contundentes, muy fuertes, que yo no había encontrado en otros lados. Por ejemplo, una ubicación de Freud frente a la problemática del perdón y de lo imperdonable, cuando dice que el psicoanálisis no empuja a perdonar todo; sí puede hacer comprender mucho más, pero en ningún lugar está escrito para el psicoanálisis que comprender suponga perdonar. Y ahí sale al cruce de una afirmación de Viereck, que cita a Madame de Staël, diciendo que comprender todo es perdonar todo. Y hago un enganche con Madame de Staël para problematizar un poco lo que traía Hugo sobre el tema del amor romántico y la corporización, y el amor digital y la descorporización. Yo no sería tan tajante en eso. Recordaba que una de las formas de despliegue del amor romántico ha sido el amor epistolar, las cartas de amor. Madame de Staël, justamente, fue una exponente rica de la literatura amorosa epistolar. Era una época en la que no había mails, era una época en la que no había Messenger, pero sí cartas de amor, como las cartas de amor de la religiosa portuguesa que se conservan también. Toda la temática del amor cortés que también evocó Hugo, es un amor descorporizado, justamente, que posterga el encuentro corporal a sabiendas de que inevitablemente va a incorporar un elemento de desilusión. Porque parece que algo entendían de eso de que la relación sexual no existe. Entonces preferían evitar la decepción como una forma de mantener en tensión la potencia del amor.

Stella Cutain: Alberto, cuando vos empezaste a hablar en este último fragmento, me parece que lo que estabas planteando, en otras palabras, es que el odio está antes del amor. Así lo dice Freud, ¿no es cierto? Y en relación con el  polimorfismo sexual; bueno, en la genitalidad tampoco se pierde ese polimorfismo sexual, siempre queda un resto. 

Luis plantea la ternura como diferencia del odio, y toma lo social. Freud habla del componente de ternura como una pulsión de meta inhibida en el hallazgo del objeto. También pensaba en el desarrollo del Yo, y del Ideal del Yo que se completa al final de la adolescencia.

Alejandra Vertzner Marucco: Quería hacer un muy breve comentario respecto de lo que decía Hugo cuando Alberto hablaba de que el movimiento psicoanalítico es interpelado, y tiene que dar respuesta. Respecto de esa interpelación, Hugo decía que hay que ver quién lo dice y cómo lo dice. Permítanme decir que yo no estoy de acuerdo con eso, porque realmente a mí me parece que la interpelación no es solamente teórica, ideológica, académica; es fundamentalmente clínica. En esto acuerdo con Alberto. Y cuando citaba a Paul Preciado, que es un autor que vengo leyendo desde que era Beatriz Preciado y me parece que es muy importante escuchar (no quién lo dice ni cómo lo dice, sino lo que dice). Lo que dice cuando escribe Yo soy el monstruo que os habla, a mí me parece que es interesante prestarle atención: “Ustedes son libres de creerme o no, pero tienen que creer al menos esto, la vida es mutación y multiplicidad. Deben ustedes comprender que los monstruos futuros son también sus hijos y nietos”. Entonces, no nos olvidemos; son hoy nuestros pacientes y probablemente también nuestros parientes. Eso exige una mirada responsable y crítica sobre aquello que tenemos que revisar. Como dijo Alberto, revisar no solo los conceptos sino también (utilizó una expresión que me gustó) la herramienta de la subjetividad del analista, y lo trajo recién a través del relato del colega que revisaba su propia experiencia. Nosotros tenemos que revisar nuestra manera de trabajar en la clínica y, sobre todo, aunque es una obviedad, tenemos que reanalizarnos, volver al análisis, tenemos que ver de qué manera no somos ni hombres ni mujeres sin resto cada uno de nosotros e, incluso, tenemos que analizar ese resto. 

Otra cosa que quería decir es que la bisexualidad no es solo la de las fantasías eróticas de la histérica, sino también que la bisexualidad es algo estructural del psiquismo. La bisexualidad es un concepto que Freud desarrolló a lo largo de toda su obra de principio a fin y nunca abandonó, y me parece que es una herramienta conceptual pionera para tratar lo que hoy nos interpela. 

Luis Martin Cabré: Es un diálogo tan rico que daría para muchísimo. Tengo siempre el miedo de que se quedan las cosas a medias, entonces dar lugar a malas interpretaciones o a interpretaciones a medias. Estaba pensando ahora en esto de que no existen tampoco los psicoanalistas sin resto, como se ha dicho antes. 

La polémica que hubo entre Freud y Ferenczi a propósito de la Confusión de lenguas, en realidad fue un montaje político. Yo siempre me pregunté por qué ese escándalo en el Congreso de Wiesbaden por la lectura de la Confusión de lenguas, cuando realmente Freud y Ferenczi eran –como se dice en italiano– “culo e camicia”, eran dos personas que trabajaban conjuntamente, que se intercambiaban todo, que estaban al cabo de la calle de todo lo que planteaban, de todo lo que hacían. Muchas de las obras de cada uno se pueden entender solo pensando en la obra anterior del otro. Entonces, en el fondo, ¿qué es lo que dice Ferenczi? Habla de un encontronazo entre los lenguajes. Pero claro, además en alemán; porque luego la traducción es “traduttore, traditore”, ¿no? La Leidenschaft, que es la pasión, pero no es la pasión sexual, es el estar fuera de sí, es la locura que puede ser del amor o del odio, es la agresividad desenfrenada; y la Zärtlichkeit, la ternura, es el niño que se fía completamente del otro, que deposita toda su confianza y va con la guardia baja: ese sería el aspecto de ese choque violento–. Entonces el escándalo no era tanto eso. El escándalo es que Ferenczi dejaba entrever y ahí voy a la clínica– que ese tipo de encontronazo se podía verificar también en la relación analítica: esa era realmente la piedra del escándalo. Era una manera determinada de analizar que consistía en adoctrinar, en imponer una religión, en imponer un dogma, en tratar de someter al paciente, imponerle una verdad. Ese tipo de crítica que subyacía detrás de toda esta historia sobre el trauma es lo que hizo que Jones pusiera todo su armamento en contra de él y de desprestigiarlehaciéndolo pasar como un ingenuo analista que hablaba de la ternura, y tonterías de este tipo, cuando realmente estaba planteando un tema radical. Eso es lo que yo he tratado un poco de plantear, claro, con falta de tiempo.

Alejandra Vertzner Marucco: Te agradezco la aclaración, porque me parece que es muy pertinente.

Luis Martín Cabré: Bueno. Pero yo quería destacar el placer que me produjo, y no sabía que tenía Alberto un grupo con personas españolas, pero me parece muy positivo este tipo de intercambio. Habitualmente, como dice Haydée Faimberg con lo de “la escucha de la escucha”, es importante poder escuchar lo que escucha el otro para crear un diálogo entre los psicoanalistas. Si uno sale con sus esquemas referenciales como si fuera una barrera paranoide, el diálogo se terminó. Entonces, a mí me gusta fomentar, en la medida de lo posible, esa especie de desarmado de los esquemas paranoides de los analistas cuando escuchamos a los otros analistas. Así que para mí fue una gran satisfacción escucharles a todos e intercambiar.

Hugo Lerner: Vos no estabas tan de acuerdo con mi planteo de la interpelación, y yo no estoy tan de acuerdo con tu planteo. Pero lo voy a sostener. Cuando digo interpelación, me estoy refiriendo a que sí me interesa mucho quién interpela y desde dónde. El psicoanálisis (no da hoy para discutirlo, porque el tema era el amor, la sexualidad), tan interpelado fuertemente por la psicofarmacología, el cognitivismo, y demás, parte de la noción y de la existencia del inconsciente como un principio prínceps. Cuando en mesas redondas interdisciplinarias, no como la de hoy en la que somos todos psicoanalistas, se parte negando la noción de inconsciente, se me hace complejo el diálogo; por eso hacía hincapié en quién y cómo. No me refería especialmente a Preciado, que es alguien que yo respeto como pensador. Por otra parte: ¿Cuándo no ha sido interpelado el psicoanálisis? Simplemente revisemos la historia de nuestra disciplina y encontraremos una infinidad de “interpelaciones”. Alcanza con recordar cómo ha sido “interpelado” Freud. 

Por otra parte, en relación con lo que decía Alberto, Julia Kristeva afirma que solo con la existencia del amor es posible el trayecto de un tratamiento psicoanalítico. Ella lo asevera, y me gusta cómo se juega en el amor hacia el paciente, y el paciente en respuesta a esta postura (por supuesto que no es una generalización). No está hablando de la neurosis de transferencia, está hablando del amor, con ese modo que tiene ella muy especial para hablar y explicitar algunos conceptos. 

En cuanto a la referencia al auge de los discursos de odio, estoy de acuerdo; pero siempre hubo discursos del odio: Primera Guerra Mundial, Segunda Guerra Mundial, las hinchadas de fútbol como los temibles Hooligans de Inglaterra. Siempre hubo discursos del odio. Lo que pasa es que en este momento se está puntuando más y le estamos dando más lugar.

Hay algo que quiero aclarar. Vos decís que Freud en El tabú de la virginidad dice que el odio es propio del neurótico, y es así tal cual lo planteás. Pero no es lo que dice en la entrevista de Viereck. 

Alberto Cabral: Sí, me refería al odio a la diferencia.

Hugo Lerner: Sí. El odio a la diferencia. No es lo que dice Freud en el 30 en la entrevista que Viereck le hace. Él lo pone esto como algo inherente al sujeto humano. La aniquilación va junto al amor y la vida, moran juntos en nuestro interior, le dice a Viereck. O sea que habría que considerar a ambas. Yo estoy de acuerdo con lo que Freud plantea acá.

Otro tema, con respecto a la corporización: en el amor romántico estaba la carta: carta que iba, le escribía Freud a Martha, carta que volvía; había todo un tempo para el mundo de la fantasía. El cuerpo no estaba, es verdad. ¿Se acuerdan de que dije que para el psicoanálisis no se puede hablar de descorporización porque está el mundo fantasmático que arma un cuerpo? Pero hay una diferencia muy grande: la inmediatez que producen las redes sociales genera una situación diferente. En principio se presenta la foto, y luego se pasa, como dice Badiou, de la bidimensionalidad al encuentro, que es el momento de la desilusión (según Illouz), a la tridimensionalidad. El cuerpo fantaseado se convierte luego, en el encuentro, en el cuerpo real y ya el sujeto no habla como hablaba en los textos de la virtualidad (lo que ella llama perfiles textuales), ni el otro es el sujeto de la foto, que estuvo probablemente producida. Y aquí se produce una situación en la cual, a diferencia de la época más romántica, en la época de Freud y posteriores, la fantasía era suficientemente fuerte como para generar enamoramientos a distancia. Hoy, a eso se refieren estos autores que he citado (yo no lo estoy aseverando, por eso dije que abría interrogantes más que conclusiones). Entonces, ¿hay diferencias?, ¿no hay diferencias? Lo mío es un interrogante más que una afirmación. Lo que no podemos poner en duda es la diferencia que hay en la temporalidad entre una carta, un mail o un WhatsApp. Si mando un mail o un WhatsApp y no me lo contestan en seguida, me pongo ansioso. Antes la carta permitía un mundo de la imaginación que estructuraba todo un mundo interno. Lo hemos vivido todos nosotros el mundo de la carta; las nuevas tecnologías no tienen tantos años. Entonces, en ese sentido, yo quería señalar como pregunta, y en otro encuentro tal vez lo podamos ver: ¿Hay diferencia? ¿Qué lugar ocupa el cuerpo, el cuerpo real, el encuentro con el cuerpo real en este mundo actual tan atravesado por las tecnologías?

Alberto Cabral: Yo estoy de acuerdo con esto que traía Alejandra y me parece que, por supuesto, tomando lo que decía Hugo, cada uno de nosotros se siente interpelado por distintos discursos. No es el psicoanálisis el que es interpelado; los analistas, algunos más que otros, algunos más en algunas cuestiones que en otras. Porque en última instancia (estaba pensando mientras escuchaba a Alejandra) uno se siente interpelado por el discurso de un no-analista con el que está en transferencia, en el sentido más riguroso de que le supone un saber, y por eso se siente interpelado por ese discurso. Y otros discursos los escucha como quien oye llover, porque no está en transferencia con esos discursos o con los emisores particulares de ese discurso. Y, de nuevo, para reconducir a lo que estábamos conversando, me parece que uno tiene tanto más aptitud para sentirse interpelado, cuanto más ha reducido, cuanto más ha rectificado en su propio análisis, el odio a lo diferente. Porque en la medida en que uno está parasitado todavía por rémoras significativas del odio a lo diferente, es claro que tiende a ningunear el discurso del otro. El discurso del otro no-analista y también el discurso del otro analista, cuando no pertenece a la capilla transferencial de la que somos devotos (lo digo en broma). Entonces, me parece que realmente el tema de reducir el rencor y la animadversión que suscita la diferencia del otro es una meta del tratamiento analítico, es un aporte de la cura analítica a lo que tendría que ver con la posibilidad de construir un territorio de lo común, más habitado por esa herramienta política de la ternura, de la que hablaba Luis. Y me parece que tanto es así que uno podría pensar, de hecho, es una de las fórmulas que da Lacan del deseo del analista: dice que el deseo del analista es el deseo de la diferencia absoluta. Es linda la formulación. Seguramente, de nuevo, en otras capillas teóricas se dice algo muy parecido, en otros términos; porque de lo que se trata es de que la formación analítica, para serlo, debe ampliar la capacidad de recepción y alojamiento del futuro analista para con la alteridad radical, para con la diferencia absoluta que especifica al otro. Mal podemos ser analistas si estamos más del lado del perfil subjetivo neurótico que Freud traza en El tabú de la virginidad; si estamos habitados por el odio a lo diferente, por el rencor y la desconfianza a lo diferente, se exprese como se exprese: el diferente negro, el diferente mujer, el diferente de otro equipo de futbol, las distintas modalidades y especies de lo diferente. Ahí rescato el tema de la curiosidad freudiana, la curiosidad como expresión de la sexualidad y del erotismo, que supone una aptitud para atravesar los mundos identitarios que congelan diferencias. 

Alejandra Vertzner Marucco: Les agradecemos muchísimo a los tres su participación en esta mesa. Ha sido realmente un lujo, una mesa que deja para pensar muchísimas cosas. El hecho de que quede publicada permite continuar el diálogo, también con el lector.

1 accabral@intramed.net. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
2 ljmartin@telefonica.net., Miembro de la Asociación Psicoanalítica de Madrid.
3 lernerhugo@gmail.com. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.

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