“Lo infantil” y “Lo puberal”

José Ricardo Sahovaler 1

Resumen

En este trabajo se discriminan dos objetos psicoanalíticos, “lo infantil” y “lo puberal”. Se comienza a discriminar en él qué es “lo infantil” en la niñez en general y se lo postula como un objeto psicoanalítico heterogéneo, construido mediante representaciones, afectos y fantasías. Dicho objeto, atravesado por la sexualidad infantil y que contiene el complejo de Edipo y el complejo de castración infantil, prosigue luego del período de latencia en otro objeto teórico psicoanalítico, definido como “lo puberal”. Se adopta la definición de objeto psicoanalítico de Bion, que remite al concepto kantiano de objeto, en contraposición al concepto de sujeto. 

Las ideas de “niño” y de “niñez” se enmarcan en su contexto histórico. Se postula a “lo infantil” como un objeto irremediablemente perdido, pero cuyos efectos se actualizan permanentemente en la afectividad y en el armado fantasmático que cada individuo tiene de sí mismo. 

Se postula la existencia de “lo puberal” como un momento originario del psiquismo que, en contraste con “lo infantil”, motoriza la aparición de la zona genital (masculina o femenina) como zona erógena princeps. Siguiendo a P. Gutton, se postula que hay una preconcepción de la vagina para el pene y del pene para la vagina. Esta preconcepción y sus destinos es determinante para establecer la sexualidad definitiva del adolescente.

El autor se pregunta si el complejo de Edipo se sepulta hacia los cinco o seis años con la amnesia infantil o si es necesario pensar que concluye recién al final de la pubertad. La idea de “lo infantil” es examinada disociándola de “lo puberal”, así como se discrimina la idea de atemporalidad inconsciente según el tipo de intervención clínica.

“[…] Aristóteles solucionó suponiendo que las matemáticas se ocupan de objetos matemáticos. Es conveniente suponer que el psicoanálisis trata con objetos psicoanalíticos y que el psicoanalista debe interesarse en detectar y observar estos objetos al conducir un análisis”.

W. R. Bion.2

Comenzaré con una definición fuerte que remite al acápite de este texto. Propongo pensar a “lo infantil” como un objeto psicoanalítico, mientras que el concepto de “niñez” pertenece al ámbito de lo socio-político. A su vez, el “niño” como objeto de estudio es polifacético y pertenece a la medicina, a la pedagogía, a la sociología, etc. Los términos “infantil”, “niñez” y “niño”, o aun infancia, tal como los defino en este texto, son totalmente arbitrarios y podrían intercambiarse; no así los conceptos a los que intento discriminar.

            El niño siempre ha existido. En los pueblos primitivos, en las hordas y en los grupos más evolucionados socialmente hablando, siempre ha habido niños. El mamífero (y el ser humano no deja de pertenecer a esta categoría biológica) ha cuidado de su cría desde siempre. Tal vez, y desde ya este no es el centro de este escrito, una de las diferencias entre el homo sapiens y el resto de los mamíferos es que el instinto de cuidado de la cría se ha convertido en deseo de maternidad. Ello ha llevado a que el deseo de cuidado del hijo entre en las lógicas culturales y, consecuentemente, puedan verse con mayor frecuencia de lo esperable abandonos, maltratos y deseos de “no hijo” en la comunidad humana.

            Continúo con la definición de la niñez. Esta es una categoría social y podríamos decir que comenzó con Rousseau y su Emilio o de la educación (1762), o tal vez podríamos citar su comienzo con Charles Dickens y su Oliver Twist (1839). Los finales del siglo XVIII y los comienzos del XIX fueron años señeros en la construcción del concepto de niñez. No vamos a dedicarnos a hacer una historia de la niñez.3 Aristóteles, refiriéndose a los niños, dijo: 

[…] hasta los 2 años (primer período) conviene ir endureciendo a los niños, acostumbrándoles a dificultades como el frio… En el período subsiguiente, hasta la edad de 5 años, tiempo en que todavía no es bueno orientarlos a un estudio ni a trabajos coactivos a fin de que esto no impida el crecimiento, se les debe, no obstante, permitir bastante movimiento para evitar la inactividad corporal; y este ejercicio puede obtenerse por varios sistemas, especialmente por el juego […]. La mayoría de los juegos de la infancia deberían ser imitaciones de las ocupaciones serias de la edad futura [Aristóteles, Política, libro VII, capítulo 15).

 

            Ya metidos en la Edad Media, el niño era considerado un adulto en miniatura y la mortalidad infantil rondaba el 40% de los nacimientos. La forma más habitual de infanticidio era dejar de alimentarlos y esto era considerado un pecado, pero no un delito. El Abad Bérulle (siglo XVII) escribía: “No hay peor estado, más vil y abyecto, después del de la muerte, que la infancia”. El niño era concebido como hombre en miniatura, no había evolución ni cambios cualitativos; solo se pasaba de un estado inferior a uno superior. Todo ello se refleja en la siguiente frase de Tomás de Aquino: “Solo el tiempo puede curar a la niñez de sus imperfecciones”. Por tanto, el niño debe ser educado para ser reformado. Educar y criar implican cuidado físico, disciplina, obediencia y amor a Dios. A modo de ejemplo, Enrique IV (1601-1621) en su recomendación de cómo educar a su propio hijo, dirá: “Que aplique el castigo físico tantas veces como sea necesario porque puedo asegurar, por mi propia experiencia, que nada me ha hecho tanto bien en la vida”. El casamiento era acordado a los 12 años para las niñas y a los 14 para los varones (recordemos que Romeo y Julieta tenían esas edades).

            Recién en el siglo XVIII, cuando Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) postula que el niño es bueno por naturaleza y que es la sociedad la que lo pervierte comienza a aparecer la niñez como un sujeto social. Hasta ese momento, Locke y los empiristas ingleses pensaban al niño como una tabula rasa donde debían inscribirse los mandatos sociales a través del castigo y de la disciplina. Rousseau define al niño en la frase: “El pequeño del hombre no es simplemente un hombre pequeño”. Otras ideas innovadoras de pedagogos y filósofos son las de Pestalozzi (1746-1827), Tiedemann (1748-1803) y Froebel (1782-1852). Este último promueve la idea del “kindergarten” (escuela preescolar) y destaca la continuidad educativa entre la escuela-hogar y la comunidad. Paulatinamente comenzó a tener importancia el juego infantil para su desarrollo y la necesidad de interacción y contacto entre padres e hijos. 

            Con la Revolución Industrial y la emergencia de la burguesía disminuye drásticamente la necesidad de mano de obra infantil y muchos niños dejan de tener que ir a trabajar. Quedan “demasiadas horas de ocio” que deberán ocupar con alguna actividad: de allí, y de la necesidad de formar mano de obra calificada, surge la escolarización universal. Por otro lado, los cambios en la vida social (la emergencia de ciudades) y familiar (la vida en las casas y los cambios en su distribución con la aparición de lugares de intimidad) promueven un contacto más estrecho entre padres e hijos. Al comienzo solo acceden a la educación algunos varones y no las mujeres. Ya durante el siglo XIX y con los albores del XX, el concepto de niñez como un grupo social diferenciado adquiere carta de ciudadanía.4 Ello llevó una larga evolución social y para no extenderme en esta historia diré que la “Declaración de Derechos del Niño” recién se firmó en 1959. Otra categoría social, la adolescencia, surgió a comienzos del siglo XX.

            Lo infantil, tal como lo propongo, corresponde a una categoría del psicoanálisis que, siguiendo a Bion, llamaremos “objeto psicoanalítico”. La confusión entre términos puede llevar a errores en los tipos de teorizaciones y en los tipos de intervenciones clínicas que hagamos. El psicoanálisis nos brinda una policromía de teorías, ideas, desarrollos e hipótesis que “mal definen” nuestro campo. Dicho lo previo, entiendo a “lo infantil” como un objeto heterogéneo complejo, que a horcajadas de la pulsionalidad infantil se representa a través de imágenes, ideas, fantasías y afectos. Es decir, el objeto psicoanalítico “lo infantil” es un constructo teórico que nos puede servir para organizar diferentes categorías de factores psicoanalíticos. Desde ya, incluye al complejo de Edipo infantil, pero no solo a él, sino al conjunto de representaciones de la sexualidad infantil. Es necesario, aquí, hacer una breve aclaración: el término objeto tiene múltiples sentidos dentro de la filosofía y dentro del psicoanálisis. Intento, pues, aludir como “lo infantil” al constructo teórico que hizo Freud, y que hacemos los analistas, acerca de lo originario del sujeto, tiempo que va desde un momento imposible de definir del nacimiento a un momento, también imposible se cernir, que es señalado por la aparición de la amnesia infantil.

            El análisis de niños comenzó con Juanito, paciente de su propio padre, y supervisado por Freud. Este ha sido un caso particular en la enseñanza freudiana y fue utilizado por Freud para refrendar la existencia de la sexualidad infantil, para describir el complejo de Edipo en el niño y para poder sostener el postulado de la existencia de una neurosis infantil en la base de toda neurosis adulta. Pero debemos señalar una confusión que perdura desde Freud en adelante entre lo infantil, lo primitivo y lo neurótico. 

            En el Libro de los sueños, Freud postula al pensamiento infantil como simple, una mera realización de deseos sin represión, sin mecanismos defensivos ni conflictos, salvo con la realidad (recordemos el sueño de su hija comiendo una tarta de fresas). Un poco más adelante, y ya a partir de 1905, Freud descubre la sexualidad infantil y dedica su obra fundamental Tres ensayos de teoría sexual a describirla y estudiarla en profundidad. Para Freud la neurosis adulta era la pervivencia de la sexualidad infantil que retorna ante el fracaso de la represión. Todos los neuróticos adultos serían “como niños” que, ante el fracaso de la represión, repetirían incansablemente su sexualidad infantil. No casualmente el estudio del Hombre de los Lobos se llama Historia de una neurosis infantil. Nos proponemos discutir este postulado donde la neurosis adulta es equiparada a la sexualidad infantil rediviva. Si la neurosis adulta es la reiteración inmodificada, o levemente modificada, de la sexualidad infantil que retorna ante el fracaso de la represión, ¿la neurosis en el niño es la sexualidad infantil no reprimida, o fracasada de represión, o cuando aún no se ha instalado firmemente esta última? Otro postulado freudiano, desarrollado en extenso en Tótem y tabú, pero también a lo largo de toda la obra de Freud, equipara lo infantil a lo primitivo. Sabiamente, Lévi-Strauss señala que en los pueblos primitivos también había niños y adultos. La equiparación entre lógicas primitivas y lógicas infantiles peca de simplicidad y reduccionismo.

            Pero avancemos un poco más en la historia del psicoanálisis. Si bien el análisis de niños comenzó con Freud y con Juanito, fue con Melanie Klein con quien este adquirió carta de ciudadanía (todo pensamiento psicoanalítico hay que pensarlo en términos polémicos. El psicoanálisis no es la enunciación de una verdad revelada sino el discurrir de una discusión abierta y creativa). Klein intentó sostener la teoría y el método analítico con la introducción del jugar como técnica. Para poder analizar a niños pequeños se vio llevada a plantear un Edipo temprano. Así, desde el comienzo M. Klein postula la existencia de un Superyó arcaico, un Ello pulsional que se representa en el mundo fantasmático y un Yo que debe luchar por dominar y lograr una buena adaptación a la realidad. Ella postuló que si desde el comienzo se tiene un aparato psíquico funcionando, desde el comienzo habría transferencia y, entonces también, desde el comienzo se podría empezar a analizar. Pues bien, consideramos que muchos de los descubrimientos kleinianos son fantásticos: la teoría de la identificación proyectiva, la idea de las posiciones donde lo que se debe registrar es el tipo de ansiedad en juego, la importancia a la relación transferencial, etc., son conocimientos que un analista de niños que se precie no puede dejar de tener. Pero uno de los inconvenientes en este tipo de teorización es que se fue perdiendo al niño y se lo fue confundiendo con mecanismos alterados de funcionamiento psíquico. Finalmente, se produce una confusión entre el niño, “lo infantil” y lo psicótico. Al hablar de la parte psicótica de la personalidad y al equipararla al funcionamiento infantil, Melanie Klein termina por unificar categorías distintas: lo infantil no es lo psicótico. Y si bien es posible pensar en la omnipotencia infantil, ver momentos de ansiedad paranoide o esquizoide en niños u observar el animismo en los más chiquititos, es necesario discriminar firmemente ese funcionamiento psíquico de aquellos que nombramos con los mismos términos y que podemos pesquisar en pacientes psicóticos o neuróticos graves y aun no tan graves. Sostenemos que hay niños normales y que hay otros psicóticos. 

            Creemos que es necesario discriminar en términos cualitativos y cuantitativos los distintos mecanismos de funcionamiento psíquico. En términos cualitativos: si bien un neurótico puede quedar fijado a un objeto primario, dependiendo de él y sin poder investir un nuevo objeto distinto y sustitutivo (por ejemplo, quedarse cuidando a una madre añosa y dependiendo de ella al modo de un infante), los mecanismos de dependencia, fijación e incapacidad de crear nuevas investiduras son muy diferentes a la dependencia de un niño hacia su madre. De igual modo, un niñito puede aterrarse ante un objeto nuevo, pensarse perseguido o imaginar que un objeto cualquiera, por ejemplo, un autito está animado y puede atacarlo, pero ello es estructuralmente muy diferente al temor paranoico de un adolescente o de un adulto ante los medios de locomoción. Los mecanismos de represión infantil, generadores de la amnesia infantil, son radicalmente distintos a los mecanismos represivos que pueden estructurarse en otros momentos vitales. En tal sentido, lo evolutivo, y luego volveremos sobre ello, determina estructura: no es lo mismo aprender la lecto-escritura a los 5 o 6 años que de adulto. 

            Creo que cuando Freud postula la atemporalidad del inconsciente lo que nos está diciendo es que su funcionamiento se vive en un presente perpetuo, que todo está siendo vivido como si el tiempo estuviese detenido en un “ahora continuo”. Pero ello no quiere decir que no exista complejización a lo largo del tiempo, que la incorporación de nuevas representaciones y de nuevos objetos no se vaya produciendo sucesivamente y que el inconsciente se altera, complejizándose. Señalemos, por ejemplo, que cuando se tiene hijos estos se inscriben en nuestro registro consciente pero también en nuestro inconsciente y modifican estructuralmente nuestro funcionamiento psíquico. El tiempo transcurre y es fundamental no confundir la atemporalidad del funcionamiento del inconsciente con la atemporalidad psíquica. Otro tanto podríamos agregar al concepto de negación; lo negativo se registra como ausencia de lo positivo, pero sí hay tal registro de lo que falta, de la ausencia. Nuevamente, y a modo de ejemplo, el duelo por el amor perdido deja una marca de ausencia inconsciente imborrable, marca presentificada en el dolor y en los recuerdos oníricos. Vayamos ahora a lo cuantitativo. Es totalmente cierto que los niños viven terrores inmanejables, cuando se angustian sienten que les estalla el corazón y cuando se alegran y ríen su alegría nos contagia a todos, pero estos estados afectivos no pueden ser confundidos con las angustias psicóticas, con las sensaciones de despedazamiento corporal o la manía explosiva. La intensidad cuantitativa es diferente y no solo por el tiempo de su duración.

            Otras corrientes se han visto llevadas a negar “lo infantil” y suponer que los niños son depositarios pasivos del deseo de los padres. Según estos postulados, los niños son solo respuestas pasivas a los anhelos inconscientes parentales y “lo infantil” es un reflejo distorsionado de los deseos, amores u hostilidades parentales. Según estas corrientes psicoanalíticas el centro de abordaje deben ser esos deseos inconscientes parentales de los que “lo infantil” es solo su heredero. 

            Volveré nuevamente a intentar definir, ahora, aquello que entiendo por “lo infantil”. Esta será, desde ya, una definición fallida, solo una aproximación posible que deberá ser reconsiderada una y otra vez y que siempre quedará inconclusa y a complejizar. Entiendo “lo infantil” como un objeto psicoanalítico que articula la pulsionalidad sexual infantil, que se amalgama en el complejo de Edipo infantil, junto con los determinantes narcisistas que permiten estructurar un Yo inconsciente. Este armado es responsable de afectos, comportamientos y representaciones yoicas y objetales de las cuales el niño es, en parte, su efecto. “Lo infantil” tiene un tiempo de armado y un tiempo de caducidad que es coincidente con el sepultamiento infantil del complejo de Edipo infantil y registrable a partir de la amnesia infantil (no se arma “lo infantil” a los 10 años). Este objeto psicoanalítico puede ser buscado en los análisis, y de él solo podemos obtener indicios más o menos fidedignos de su estatuto, pero nunca podremos aferrarlo.

            Freud utiliza la metáfora de las múltiples capas de construcciones de Roma para decirnos que en el fundamento del sujeto se encuentran los cimientos inalterados de nuestra personalidad y de nuestra identidad y que el psicoanálisis tiene que ir en su búsqueda. Creo que es una analogía válida para “lo infantil”. El adulto forja su subjetividad a partir de las vivencias infantiles pero esas están irremediablemente perdidas. Lo que queda son cimientos, pedazos de columnas, alguna pared y objetos dispersos. La memoria activa de nuestro pasado está siempre en reconstrucción, adosando nuevos elementos, utilizando piedras antiguas, pero también elementos nuevos, para nuevos destinos que las modifican irremediablemente, rearmando “lo infantil” en este presente en el que vivimos. Pero la infancia una vez atravesada se disuelve en la vida presente. En los sueños no revivimos la infancia sino que usamos sus recuerdos como ladrillos para construirnos un relato de nuestro presente. Y ese presente se vive en la temporalidad que le corresponde.

            Ahora bien, creo que junto con “lo infantil” hay otros objetos a ser estudiados por el psicoanálisis y, en especial, quiero detenerme en “lo puberal”. Al igual que “lo infantil”, “lo puberal” tiene un tiempo biológico de aparición. El rechazo que el psicoanálisis ha hecho de las referencias etarias a partir de conceptos estructurales, del estudio de lo arcaico y del concepto del a posteriori, lo ha privado de prestar atención a que hay procesos que deben darse en un momento adecuado y definido. Siguiendo la metáfora del sepultamiento del complejo de Edipo como la caída de los dientes de leche, la emergencia de lo hormonal-neurológico puberal es un fenómeno definido en el tiempo, necesario e independiente de aquello que llamamos lo inconsciente. Es un nuevo “originario” (P. Aulagnier) que habrá que ver cómo se representa en lo “primario” y lo “secundario”. La tensión genital puberal es el evento más importante de este momento y reconfigura todo el psiquismo. 

            Lo puberal tiene un comienzo difuso, difícil de señalar y que depende tanto del desarrollo fisiológico del sujeto como del contexto cultural en el cual este está inmerso. Tal vez podamos ubicarlo alrededor de los 10 años. Si bien no podemos tener una señal clara de su comienzo (un “organizador” al estilo de la angustia del 8.0 mes o de la amnesia infantil), podríamos señalar que el fenómeno puberal ha comenzado cuando se produce un cambio peculiar de la relación del niño con la música. Si bien hay niños musicales e interesados por la musicalidad desde muy pequeños, y otros a los que la música nunca los toca particularmente, creo que una apertura diferente al mundo musical se advierte con el comienzo de la pubertad. En este sentido, sigo las ideas de R. Rodulfo, que postula a la música como un fenómeno artístico princeps y auténticamente adolescente. “Lo puberal” se continúa con la adolescencia y, desde ya, la transición entre un momento y otro es particularmente difusa. También es difícil definir cuándo termina lo puberal y comienza la adolescencia, pero creo que podemos fecharlo a partir de que el joven comienza a historizarse. Hay un momento en que el individuo une los retazos de recuerdos que van quedando con las fantasías inconscientes que se han ido armando y termina por darle una continuidad nueva, inédita, a su historia vital.  

            ¿Qué es lo que tiene de específico “lo puberal”? La aparición de la genitalidad puberal/adolescente y el sobreinvestimiento de la zona genital tanto en varones como en mujeres. Los cambios corporales, la aparición de la eyaculación en el varón y de la menarca y excitación genital en la niña. La posibilidad de copular y de embarazar o ser embarazada marca un nuevo momento y lleva a que el complejo de Edipo y de castración infantil continúe su marcha hasta su sepultamiento definitivo. Quiero decir con ello que creo que Edipo no termina de estructurarse hasta no concluir la pubertad.

            Debo agregar un concepto más, siguiendo los desarrollos de Philippe Gutton: existe una complementariedad novedosa que surge en la pubertad y es la complementariedad pene-vagina. Podríamos decir que la erección peneana de la pubertad tiene un objeto preconcebido (concepto de preconcepción en Bion) y este objeto es la vagina. De igual modo, diremos que la vagina preconcibe al pene. Estas preconcepciones necesitan el encuentro con el objeto real para transformarse en realizaciones. Pueden sufrir desviaciones o regresiones y, por ejemplo, confundir vagina con ano o con boca o pene con comida o con bastón fecal; regresiones y/o desviaciones que pueden llevar a salidas más o menos patológicas. El púber puede también tratar de anular el impulso genital-puberal e intentar un salto a una pseudo-adultez asexuada o muchas variantes más que explicarían parte de la psicopatología adolescente. 

            Cuando señalo la complementariedad pene-vagina lo pienso, nuevamente siguiendo a Gutton, como un “originario” que debe buscar su representabilidad psíquica y que reordena todo “lo infantil”. Cabe preguntarse si “lo infantil” se continúa en “lo puberal” como dos etapas diferenciales, intermediadas por la latencia en la complejización psicosexual que lleva a la exogamia, o si son dos tiempos de un mismo complejo de Edipo/castración no completado hasta no avanzada la pubertad. Consideremos, ahora, la neurosis en los niños (no digo la neurosis infantil, ya que Freud intenta abordarla en un adulto, en el Hombre de los Lobos): ¿cómo pensarla? ¿Cómo efecto de “lo infantil” o como detención en el desarrollo hacia “lo puberal”? Tal vez, y de acuerdo a como la consideremos, haremos un abordaje clínico diferente uno de otro.

            Concluyo aquí este bosquejo problemático de “lo infantil” y de “lo puberal”: “lo infantil” no es el niño ni la niñez, sino un objeto teórico construido por el psicoanálisis. Pero “lo infantil” tampoco puede considerarse si no lo hacemos trabajar en relación con el objeto teórico “lo puberal” (diferente del adolescente o de la adolescencia) dado que este es su continuación natural. 

1 josesahovaler@gmail.com. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.

2 W. R. Bion (1975). Aprendiendo de la experiencia. Buenos Aires, Argentina: Paidós.

3 Recomendamos el libro de Philippe Ariés El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen.

4 Recomendamos El poema pedagógico, de Antón Makarenko.

Descriptores: NIÑO / HISTORIA / HISTORIA DEL PSICOANÁLISIS / SEXUALIDAD INFANTIL / PUBERTAD / EDIPO

 

Candidatos a descriptor: LO INFANTIL / LO PUBERAL

Abstract

“The infantile” and “The pubertal”

In this paper two psychoanalytic objects are discriminated, “the infantile” and “the pubertal”. It begins by differentiating “the infantile” within childhood in general and postulates it as a heterogeneous psychoanalytic object, constructed by means of representations, affects and fantasies. This object, permeated by infantile sexuality and containing the Oedipus complex and the infantile castration complex, continues after the latency period in another theoretical psychoanalytic object, defined as “the pubertal”. Bion’s definition of psychoanalytic object is adopted, which refers to the Kantian concept of object, as opposed to the concept of subject. 

            The ideas of “child” and “childhood” are framed in their historical context. The “infantile” is postulated as an object irremediably lost, but whose effects act permanently on each individual’s affect and phantasmatic structure. 

            The existence of “the pubertal” is postulated as a primal moment of the psyche which, in contrast to “the infantile”, promotes the appearance of the genital area (male or female) as a princeps erogenous zone. Following P. Gutton, it is postulated that there is a preconception of the vagina for the penis and of the penis for the vagina. This preconception and its vicissitudes are determinant in establishing the definitive sexuality of the adolescent.

            The author wonders whether the Oedipus complex is buried around the age of five or six with infantile amnesia or whether we should rather think that it concludes only at the end of puberty. The idea of “the infantile” is examined by dissociating it from “the pubertal”, just as the idea of unconscious timelessness is discriminated according to the type of clinical intervention.

Keywords: CHILD / HISTORY / HISTORY OF PSYCHOANALYSIS / CHILDHOOD SEXUALITY / PUBERTY / OEDIPUS

 

Keyword candidates:  THE INFANTILE / THE PUBERTAL

Resumo

“O infantil” e “O puberal”

No presente trabalho são descritos dois objetos psicanalíticos, “o infantil” e “o puberal”. Começa-se com a descrição de “o infantil” da infância e da criança e se propõe “o infantil” como um objeto psicanalítico heterogêneo construído por representações, afetos e fantasias. Este objeto, que é atravessado pela sexualidade infantil e que contém o complexo de Édipo e o complexo de castração infantil que vem a seguir, existindo no meio o período de lactância, por outro objeto teórico psicanalítico definido como “o puberal”. A definição de objeto psicanalítico, tomada de Bion, remete ao conceito kantiano de objeto, em contraposição ao conceito de sujeito. 

Historiza-se minimamente a ideia de criança e a ideia de infância. Defende “o infantil” como um objeto irremediavelmente perdido, mas cujos efeitos se atualizam permanentemente na afetividade e na montagem fantasmática que cada um tem de si mesmo. 

Ressalta que a existência de “o puberal” como um momento originário do psiquismo que, em contraste com “o infantil”, motoriza o aparecimento da zona genital masculina e feminina como zona erógena princeps. De acordo com as ideias de P. Gutton, uma preconcepção da vagina com o pênis e do pênis com a vagina. Esta preconcepção e seus destinos são determinantes para a definitiva sexualidade do adolescente.

Neste trabalho se questiona se o complexo de Édipo é sepultado aos 5 ou 6 anos com a amnésia infantil ou se é necessário pensar em concluí-lo recém no final da puberdade. Trabalha-se à ideia de “o infantil” dissociado de “o puberal”, assim como a ideia de atemporalidade inconsciente relacionada com o tipo de intervenção clínica.

Palavras-chave: CRIANÇA / HISTÓRIA / HISTÓRIA DA PSICANÁLISE / SEXUALIDADE INFANTIL / PUBERDADE / ÉDIPO

 

Candidatos a descritor: O INFANTIL / O PUBERAL

Bibliografía

Ariés, P. (1987). El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen. España: Ed. Taurus.

Aulagnier, P. (1975). La violencia de la interpretación. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu. 

Bion, W. R. (2000). Elementos de psicoanálisis. Buenos Aires, Argentina: Lumen. 

Freud, S. (1980). Obras completas. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu. 

Gutton, P. (1993). Lo puberal. Buenos Aires, Argentina: Paidós. 

Klein, M. (1994). Obras completas. Buenos Aires, Argentina: Paidós. 

Rodulfo, R. (2004). El psicoanálisis de nuevo. Buenos Aires, Argentina: Eudeba.