¿Lo infantil puede mentir?

Vivián Rimano 1

Resumen

Este trabajo intenta reflexionar sobre la mentira que es consecuencia de una experiencia arcaica traumática que produce una escisión en el Yo, la que se “actúa” crudamente en la transferencia. Procura pensar sobre el intrincado proceso psíquico que implica su construcción, donde se articulan fallas de la represión, clivajes y desmentida. Se plantea como una forma de manifestación de lo infantil en sentido amplio, destacando el carácter heterogéneo de lo que conceptualizamos como tal. En el trabajo se destacan distintas formas de inscripción de lo infantil en el psiquismo, así como su actualización en la escena analítica. Se maneja la hipótesis de que este tipo de mentira queda vinculada a la experiencia “engañosa” y “ominosa” con el objeto primario. 

           A través de los movimientos transferenciales-contratransferenciales, se piensa en los diferentes tipos de angustia que sacuden tanto al paciente como al analista, así como también, en las dificultades en la práctica que todo ello plantea. 

El consultorio en el que transcurre un análisis queda marcado por algo del orden de lo verosímil. No digo de “la verdad” pues ella, con sus veleidades, es mejor compañera de los filósofos y de los científicos. También es el lugar donde inevitablemente se repiten las vicisitudes de lo engañoso, de la imborrable experiencia de “engaño” que Freud relató en la carta 69 a Fliess con sus neuróticas. Sin embargo, el “engaño” es proteiforme en su forma y estructura: ¿de que está hecho el que anida en la mentira?

            La voz de Solange, aguda, monocorde y exageradamente pueril, invadió rápidamente nuestro primer encuentro. Dijo que hacía una semana la atacaron violentamente con un cuchillo para robarle. Ella “relató” que estaba muy angustiada, motivo por el cual le indicaron una consulta psiquiátrica. Me mostró sus dos antebrazos, donde me impactaron las marcas de pequeños cortes superficiales, de una simetría casi artesanal, que aún tenían un pálido color rojizo. No pude despegar mi mirada de ellos, su voz se oyó en “off”. Relató el episodio muy detalladamente y sin ningún rastro de afecto. Yo casi no la escuchaba. Miraba las marcas como si fueran un extraño jeroglífico que tenía que descifrar. 

            En los sucesivos encuentros habló de los infortunios de su matrimonio, la grave enfermedad psiquiátrica de su hijo menor y el inicio reciente de una relación amorosa clandestina. Cualquiera de estos hechos podría ser el detonador de un conflicto y de la angustia esperable que le diera consistencia a su demanda de análisis, pero nada de ello vibraba ni en ella ni en mí…

            Varias veces volví a preguntarle sobre el atentado del robo. No podía desprenderme de interrogarla sobre lo acontecido. Me sentía un poco como un detective confrontando sus variadas versiones del hecho donde aparecían sutiles contradicciones en su relato. ¿Por qué yo hacía esto? ¿Me mentía? ¿Por qué? Seguro que me inquietaba el clima de desconfianza y de posible engaño que se generaba entre nosotras.

            En un momento la vi transfigurada. Una mezcla de irritación y desesperación paranoide la atravesaba. Su voz se hizo grave y de tono inquisidor: “¡¡Usted no me cree!! ¡¡Piensa que lo que digo es mentira!!” Me quedé en silencio; no sabía qué contestarle. Le dije que, en parte, ella tenía razón, pero que yo sí creía que algo terrible la desesperaba y que ninguna de las dos sabíamos aún de qué se trataba. Yo quedé confundida e impotente.

            A la semana siguiente Solange me llamó para avisarme que no podía venir. Nuevamente había sido víctima de un robo en el que la hirieron, por lo cual había estado internada unas horas en la sala de emergencia. Quedé francamente preocupada por esta “nueva” actuación. Sentí que había vivido mis preguntas como una verdadera violación a su frágil psiquismo. Yo no había podido captar la importante función protectora de su santuario de mentiras, ¿la había confrontado prematuramente a desarmarlas?  

            En la sesión siguiente, con una voz de susurro agónico impostado, dijo: “Me asaltaron. Salí de un café donde esperaba a que mi hijo terminara la sesión de terapia… Un hombre me siguió. Yo iba rápido hacia el auto. Era joven, alto, rubio… ¡asqueroso! Me arrinconó. Tenía una trincheta quería dinero. Me empezó a toquetear. Me abrió el pantalón, me metió la mano. Me clavó la trincheta en la barriga. Perdí el conocimiento, me desperté en el sanatorio…”.

            Esta vez, ella no me mostró sus “heridas” (en realidad sus verdaderas heridas nunca las había mostrado aún) y un sentimiento de desasosiego me invadió. No sabía si me hubiera tranquilizado verlas (lo que confirmaría, en parte, algo de una posible verdad) o más bien me angustiaría más aún al confirmar su nueva actuación con la imagen de una posible agresión autoinfligida. A lo que se agregaba un pueril desprecio al sentido común: ¿Cómo yo podía aceptar creerle que le dieron el alta a las pocas horas con una herida punzante en el abdomen? El clima transferencial tenía un lado provocador. Diría desafiante, donde no faltaba una suerte de excitación sádica en ella que me evocaba “lo” perverso como mecanismo en juego. 

            Voy a tratar de pensar aquí las mentiras que tienen una fina peculiaridad. Por un lado, el sujeto es consciente de su mentira y, al mismo tiempo, él mismo queda atrapado inconscientemente en su engaño. Son aquellas en que el sujeto ha sufrido una escisión en su Yo, que mantiene clivada la marca de una experiencia inefable, devastadora, no simbolizable, que es lo único con valor de verdad
para él. 

            Es cuando predomina la escisión en el Yo que el sujeto pierde el vínculo entre la mentira y lo verdadero, y el paciente cree en su mentira como si fuera verdadera.

            Veremos cómo aparecen en el campo analítico con Solange traumas primitivos que conciernen a los primeros momentos de estructuración psíquica y que están vinculados a la relación con el objeto primario, todo lo cual forma parte de lo infantil, junto a las defensas contra estos mismos traumas. Lo infantil no es la infancia ella misma, pero se construye, après-coup, a partir de lo que pudo inscribirse de ésta en el psiquismo.

            Las áreas simbólicas que trabajan el contenido de las mentiras se superponen con áreas traumatizadas, no simbolizadas. Más importante que el contenido de las mentiras son las funciones que realizan en la relación con el otro, por lo que se hace necesario poner el foco en los movimientos transfero-contratransferenciales.

Construcción de la mentira, el trabajo de la mentira

La mentira de la que intento hablar ¿es una fantasía y/o una actuación? Creo que en el proceso de construcción de la mentira intervienen varios mecanismos, un verdadero “trabajo de la mentira” a la manera del trabajo del sueño, por ejemplo. Para ello, es necesaria la represión, aunque fallida, que permita cierta desmentida estructural para crear el contenido representacional de la misma. Lo que podría llamarse su lado fantasmático, que dependería del retorno de lo reprimido y del funcionamiento del Yo Prec-Cc. De esta forma, la mentira podrá ser más ingeniosa, seductora, creativa, o más pobre y pueril (como la de mi paciente). 

            Junto a las fallas de la represión moderadas, en tanto no horadan demasiado la trama representacional, en el psiquismo también conviven con zonas castigadas por los efectos de la desintrincación pulsional, donde toman la delantera los clivajes en el Yo y la desmentida patógena. Es esto último lo que le da la fuerza a lo compulsivo que habita a la mentira, con la frecuente ausencia desconcertante de angustia, y a ese cariz de confusión ominosa al que le toca ser testigo de esta.

La mentira y lo infantil

¿Cómo vinculamos la mentira con lo infantil? ¿A qué me refiero cuando hablo de lo infantil? Clásicamente es definido por dos “tiempos” lógicos, no cronológicos. No es el tiempo lineal, secuencial y numérico, es el tiempo lógico, del a posteriori, que redimensiona las categorías de presente-pasado y futuro, dotándolo de eficacia actual. Es así que lo infantil nos constituye en presente.  

            Haciendo esta salvedad, podemos hablar de lo infantil preverbal, donde nos encontramos con la sexualidad “perversa polimorfa”, de pulsiones parciales, no unificada, que se satisface autoeróticamente, o con objetos contingentes pero no arbitrarios. Así como también podríamos hablar de lo infantil edípico, ya adquirido el lenguaje, que se organiza en torno a la diferencia de sexos (angustia de castración) y la diferencia de generaciones.

            Lo infantil es el objeto de la represión (originaria), la que funda el inconsciente en el sujeto, que construye el aparato psíquico, que funda la tópica, que divide las aguas entre el Consciente-Prec. y el Inconsciente. La parte reprimida originaria que proviene de la experiencia de lo infantil que ha logrado un tipo de inscripción representacional, pero no traducción a la palabra, persiste a lo largo de la vida y estaría en el centro de la teoría y la práctica psicoanalítica clásica.

Heterogeneidad de lo infantil

¿Pero lo infantil es solo lo que queda bajo la represión originaria? ¿O incluimos en él lo que no ha alcanzado el estatuto de lo reprimido por ser una marca no transcripta, no simbolizable, que estaría tópicamente en lo que J. Laplanche (2003) llamó inconsciente enclavado? Experiencias cuyas huellas no pudieron ser recapturadas por el proceso de traducción necesario para asegurar el sentimiento de continuidad de la vida psíquica.

            El trabajo de recaptura y traducción solo es posible si la experiencia arcaica está suficientemente “disponible”, donde algo de lo vivido con el otro queda inscripto como una huella que la representa. Pero cuando la experiencia tiene un carácter “traumático” (por exceso de excitación imposible de ligar, por la violencia del objeto, ya sea por su ausencia o por su intrusión en los amaneceres del psiquismo) queda sustraída, excluida, a la integración en cadenas significantes que permitirían el proceso de simbolización. Inscripciones no representacionales, como los “signos de percepción” descriptos por Freud en la Carta 52 (1896, pp. 274-280). 

            Si bien en esta carta Freud habla de tres tipos de inscripción, solo nombra como “representación” a la tercera, retranscripción preconsciente, a la que llama “representación palabra”. Será recién en 1915 cuando hablará de “representación cosa”, para nombrar a la segunda transcripción, tópicamente inconsciente, reprimida.3 No retoma los signos perceptivos como representaciones.4 Freud (1895, pp. 362-364 y 370-372, y 1900, pp. 557-558) da una explicación económica (disminución de catexis) para el pasaje del signo perceptivo a la representación, proceso que evitaría de esa forma la alucinación, favoreciendo la representación. A ella agrega (Freud, 1900, pp. 285-345) una visión más cualitativa para este pasaje cuando describe el trabajo del sueño, donde habla del trabajo psíquico implicado en esta transcripción.

            Me voy a apoyar en los aportes de R. Roussillon (1995) en relación con el concepto de “simbolización primaria” y “secundaria”. La simbolización primaria implica la traducción (trabajo psíquico) de la traza mnémica perceptiva (la que sería equivalente a los signos de percepción freudianos) en traza mnémica representativa, la que sería un trabajo de “subjetivación primaria” de la experiencia “bruta” (p. 1.454). Para ello es imprescindible la presencia de otro-sujeto que le dé un sentido potencial, que se preste, paradójicamente, como objeto para simbolizar y objeto a simbolizar (pp. 1.370-1.374). De esta forma, la traza mnémica perceptiva se inscribe como representación cosa en el inconsciente reprimido. La simbolización secundaria sería una segunda traducción de la representación cosa a representación palabra, llamada “subjetivación secundaria” (p. 1.454). Los signos de percepción freudianos, así como las trazas mnémicas perceptivas de Roussillon, serían, a mi entender, inscripciones no traducidas, “en bruto”, no alcanzadas por el proceso de simbolización, por lo cual no serían estrictamente representacionales.

            Remarcamos la importancia del otro primordial, que al escuchar y significar dotaría al infans de un potencial simbolizante. Pero el sujeto en ciernes no siempre encuentra un respondiente en otro-sujeto, imprescindible para darle una significación y un soporte que permita la ligazón.

            Por lo tanto, creo que lo infantil no es homogéneo. Se inscribe bajo diferentes tipos de marcas en el psiquismo, con diferente grado de posibilidades de simbolización y, por lo tanto, por sus diferentes modos de manifestarse en la clínica. Desde las inscripciones en que el infans no cuenta con la posibilidad de la transcripción de la traza mnémica perceptiva a representación-cosa y luego a representación palabra (ya sea por ser anteriores al lenguaje, y fundamentalmente por ser experiencias traumáticas), huellas que no logran ligadura representacional, inscripciones sensibles, con investidura pulsional no ligada. Este tipo de inscripción puede ser planteada como una inscripción arcaica, siempre actual, pero a la vez inaccesible, sin correspondencia directa con el acontecimiento vivenciado, solo construible après-coup. Esta se manifestaría en la clínica, cuando no logra transcripción, en el acto, en el soma, en las compulsiones, otras formas de hacernos escuchar lo infantil en nuestros pacientes. 

            Pero también lo infantil puede inscribirse en el psiquismo como representación-cosa, bajo el efecto de la represión originaria, y esta manifestarse bajo los retoños de lo reprimido (sueños, lapsus, actos fallidos, chiste, síntomas).

            O, como lo plantea N. Marucco (2007, p. 36), puede manifestarse en una forma donde el retorno de lo reprimido arrastra, enmascara restos no transcriptos, no simbolizados, de experiencias arcaicas traumáticas que se cuelan entre las palabras, los actos, los gestos, escuchadas fundamentalmente a través de la transferencia-contratransferencia. Vía regia para el encuentro, siempre escurridizo e inasible, de ese lado de lo infantil que escapa a la simbolización, como creo que es la situación con mi paciente, Solange, donde, en su compulsión a mentir, arrastra junto al retorno de lo reprimido algo vivido que no ha alcanzado la simbolización primaria. 

            Quiero dejar en claro que el proceso de simbolización,2 tanto el primario como el secundario, nunca es completo y que siempre quedará un “resto” imposible de simbolizar, un resto incognoscible, un “ombligo del sueño”, un “fuero”, al decir de Freud, al que nunca llegaremos.

La mentira y el otro

¿Por qué la mentira necesita de otro que la escuche? No hay mentiroso ni mentira sin el otro. Algo parecido al mago: la magia se produce en ese momento ilusorio en que otro se presta a ser engañado. Pero en esta última situación parece establecerse un pacto de desmentida compartida entre el mago y el espectador, situación aparentemente muy diferente de la situación analítica. Sin embargo, en algunos momentos también puede darse un clima en el análisis de este orden. 

            La esencia del mentir no parece estar en el contenido de la mentira. Acompaño a Bollas (1987, p. 112) cuando dice: “La esencia de la mentira es que proporciona una relación afectiva e imaginativa con el mundo exterior, que el sujeto no lograría de otro modo. Es como si necesitara de la mentira para actualizar una experiencia propia disociada”.5 ¿Con qué tiene que ver esa experiencia que bien podríamos llamar traumática?

            En relación con este último punto quiero hacer referencia a una idea de O’Shaughnessy, E. (1990) sobre lo que ella denomina: “objeto primario mentiroso”. La autora plantea que en determinadas situaciones hay una “malformación de la posición esquizo-paranoide” en la que el niño, por carecer de experiencias que le permitan construir “objetos buenos”, vive en un mundo donde la alternativa es el par “objetos malos/objetos sospechosos” (p. 71). Este es un tipo de relación paradójica, pues genera en el pequeño una inquietante extrañeza, confusión, desamparo y desconfianza. El “otro” parece estar, pero está ausente. Aparenta sentir algo, pero no siente nada. Parece contener, pero no contiene. Ve el sufrimiento, pero mira hacia otro lado. Es “la enloquecedora inconfiabilidad del objeto” (Bollas, 1987, p. 221).

            Lo que me parece interesante es que se genera una experiencia de falta de reconocimiento emocional del otro, de la madre hacia su pequeño, junto a una apariencia de contacto. Me gustaría decir que este objeto primario, desde la vivencia del niño, es “ominoso”, además de mentiroso. Se desarrolla así, en el niño, un sentimiento paranoide frente a lo imprevisible del objeto, un sentimiento de desconfianza y de temor intenso de que el objeto carezca de la capacidad para responder, comprender e interpretar sus sentimientos honestamente.

            El niño, en el mejor de los casos, buscará intensamente a “otro” que no sea un muro desconcertantemente impenetrable. “Otro” que reciba sus angustias y deseos, aunque sea sacudiéndolo y forzándolo a ello. El riesgo mayor es que el sujeto renuncie a este último recurso y en la desesperación de su desesperanza retire la investidura del objeto. Es lo que A. Green (1993) llama desobjetalización. 

            Es así que comparto lo que dice O’Shaughnessy (1990, p. 67): “[…] el problema fundamental del mentiroso es primitivo e involucra principalmente no a la verdad de las proposiciones sino a la verdad o falsedad de sus objetos, el que estos sean genuinos o engañosos”. 6

            Cómo no ver en este análisis una de las presentaciones de lo infantil, de esas huellas reprimidas que retornan entrelazadas con lo que aún no adquirió la posibilidad de transcripción, escindidas, que están activas en el aquí y ahora de la experiencia transfero-contratransferencial. Cómo interpretar mi desconfianza, mi malestar, mi interés por momentos acuciante de saber si era genuino lo que me decía o no. Creo que ella me hacía vivir a mí su experiencia con el objeto primario, lo que R. Roussillon (2002) describió como “transferencia por retorno” para significar que aquello que el sujeto vivió pasivamente retorna activamente haciendo que el analista lo viva. Esta situación a su vez activaba en mí mis propias vivencias inconscientes con el objeto primario de mi propia historia, lo infantil en el analista. Pienso que la transferencia y la contratransferencia solo pueden tener lugar en el impacto de lo infantil entre paciente y analista. 

El trabajo con la mentira

En este tema nos confrontamos con variadas situaciones en la clínica. Solange no es el paciente que trae rápidamente al análisis el reconocimiento y la preocupación por su mentir compulsivo, donde como analistas nos sentimos cerca de poder abrir un espacio para la interrogación sobre esa parte ajena a sí mismo. En esta última situación el contacto con la parte escindida que desmiente y la que construye mentiras es mucho más porosa, la desmentida y la represión estarían mucho más articuladas, lo que permite que el paciente, en el momento de “mentir”, cree en la verdad de su mentira, pero luego se pregunta: ¿por qué le sucede esto? Sin duda hay angustia mezclada con curiosidad por esa parte ajena a su subjetividad.

            Pero en Solange el mentir se actualiza furiosamente en la transferencia, y esto implica un difícil trabajo, desafío donde los resultados son por demás inciertos. ¿Por qué ella no pudo decirme (como me lo dijo mucho tiempo después) que esa tarde en el café su amante “cortó” la relación con ella y que en su desesperación se “cortó” o “pensó en cortarse” ella con su trincheta? 

“Corte-robo-violación” podían ser señuelos; no digo que no estén relacionados con su experiencia psíquica, son retazos de retoños que provienen de lo infantil reprimido, pero los sentía muy lejanos, como inaccesibles. Sentía como forzado interpretar estos contenidos. Estaban en mi cabeza, pero a ella la sentía ausente para escucharlos; mi esfuerzo era acercarla a mí sin su mentira, aunque fuese fugazmente. ¿Qué tiene que suceder en el mentiroso para que se arriesgue a acercarse al otro sin su mentira?

            La inquietante experiencia que se vive en la transferencia–contratransferencia se manifiesta con la acuciante incertidumbre: ¿Dice la verdad o miente? ¿Le creo o no le creo? ¿Hay algo de su realidad psíquica de la que podamos agarrarnos o todo el análisis se convierte en una actuación? ¿Cómo sostener esta particular “locura” donde el paciente se nos presenta en su mentira, pero paradójicamente se enajena, se ausenta de si mismo, en el momento de su creación? (Bollas, 1987,
p. 221).

            En uno tiene que surgir la curiosidad por otro lado, olfatear en esta necesidad del otro la angustia catastrófica que genera un verdadero encuentro con el objeto. En parte es como si necesitaran del objeto para sentir que pueden huir de él, es ser activos en la huida, no quedar a merced del otro vivido como siniestro. Otra forma de ver el escenario transferencial-contratransferencial en este análisis. Pero el costo es demasiado alto, el mentiroso pierde su subjetividad en los proteiformes personajes de sus mentiras, todos parecen ser él pero, ¡él no es ninguno! Esto genera en el analista un clima confuso; “¿con quién estoy?”, me he preguntado innumerables veces. El análisis, ese lugar que privilegia por sobre todas las cosas el encuentro, la intimidad, la que supone el encuentro con uno mismo, con el otro, con lo desconocido, con lo que nunca se conocerá, puede convertirse en una patética parodia.

            La “transferencia por retorno” (Roussillon, 2002) debió ser metabolizada por mí. No era interpretarle simplemente que ella me hacía sentir a mí su desconfianza con sus objetos primarios, también fue metabolizar la intensa “afectación” que me producía, para no caer en una actuación, interrogándola o convirtiéndome en un detective, trabajando desde mi contratransferencia la angustia y la curiosidad que me producía. Sintiendo más que nada que ella necesitaba ser “oida” (como el bebé que grita), quizá más que “escuchada” (donde el deseo de comunicar algo no estuviera bien instalado aún). Dándole a Solange el tiempo de continencia, confianza y presencia activa, viva, suficiente como para apropiarse de las vivencias traumáticas escindidas. Como dice Pontalis:

Este blanco, repitámoslo, no es el simple blanco del discurso, lo borrado por la censura, lo latente de lo manifiesto. Es, en su presencia-ausencia, testimonio de un no-vivido; llamamiento, también, a que se le reconozca por primera vez, a que se entre en relación con él a fin de que aquello que no estaba más que sobrecargado de sentido tomara vida (Pontalis, J.-B., 1971, p. VI).

De la mentirosa a la cuentera, transformando la mentira

Ya avanzado el análisis, Solange me dice que se había puesto a escribir cuentos, lo que le resultaba muy gratificante. Le propuse que si quería podía traerlos a la sesión.

            Durante un tiempo del análisis ella fue la “narradora” y yo, una escucha interesada. Agregaría verdaderamente interesada, pues sentía un gran interés por esta enigmática paciente. Pensándolo ahora, creo que en ese momento establecimos un pacto de “desmentida” compartida. Pero ¿cuál? El problema era que sus “cuentos-mentirosos” aún no lo eran para ella: para una “parte” de sí eran “verdaderos”. No eran la expresión metafórica de sus deseos, yo los podía escuchar “como si” lo fueran, pero me topaba con una falla de la simbolización peculiar. Yo sentía que tenía que ayudarla a jugar al “como si”. Ese fue mi primer desafío con Solange.

            Así, me contó varias historias de su vida. Comenzó por su “feliz” infancia en un pequeño pueblo. Ella se convirtió para mí en una especie de Sheherezade (la cuentera de Las mil y una noches) y yo en el sultán “engañado”: ¿Cuál sería la muerte que todo esto trataba de esquivar?

            Las historias continuaron. Transcurrieron varios meses en los que ella fue pasando de contarme cuentos de su vida de una pueril felicidad, a intercalar historias que ella misma llamaba “inventadas”. Asesinatos, muertes y violaciones eran temas recurrentes; un sentimiento siniestro me invadía. Ella por fin contaba “cuentos” pero, ¡yo escuchaba, sentía algo verdadero!

            Un frío día de invierno, Solange llegó al consultorio y se quitó su abrigo. Se sentó en el sillón y ahí pude ver que conservaba puestos unos guantes negros de cuero. Hablaba de los problemas de su pequeño hijo. Sus manos enguantadas tenían un aspecto bizarro y siniestro. Le dije que “no conocía sus guantes” y sentí, un poco extraña, la forma en que le había preguntado por ellos. Me contestó que le recordaban a los guantes que tenía su padre cuando ella, con sus apenas 3 años, lo visitaba en la cárcel: “No tengo recuerdos de todo eso… No sé por qué los guantes de mi padre… ¿Sería un lugar muy frío?” Un atisbo de angustia percibí por primera vez en su rostro, un momento de inflexión del análisis: ¿algo de lo infantil arcaico buscaba al otro para que le diera un sentido? 

            Entrelazado con sus “cuentos” luego asoció (sin ningún tipo de afecto, como si hablara de otra persona distante de ella) que en su adolescencia, su tía paterna le dijo que estando aún su madre embarazada (?) de ella, su padre quedó en un lío de dinero (?) por lo que estuvo varios años en prisión. Cuando ella nació su madre estaba sola y gravemente deprimida, por lo que ella quedó a cargo de una joven mujer, que según dicen en el pueblo, había sido violada. Fue ella la que amamantó a Solange. Al poco tiempo, la joven murió. No sabe de qué, ni ninguna otra cosa de la historia de esta mujer con la que compartió la irrepetible intimidad de sus dos primeros años de vida. 

            “Historia oficial del trauma” (Leguizamón, S. E., 2010), así llama esta autora a la historia que es narrada pero que no está suficientemente subjetivada. Plantea que esta puede oficiar de muro defensivo frente a aspectos arcaicos, indecibles, de la experiencia traumática, que es necesario poder poner a trabajar en el análisis. Por lo tanto, nos advierte de los riesgos de articular fácilmente la “historia oficial” con el padecer del paciente. No es posible relacionar sencillamente la historia relatada por Solange con la mentira, hay algo que anida en esta última que desborda el relato, algo no apalabrado aún. Es una posible historia que suena aún solo a palabras no encarnadas, no ligadas, de una experiencia pobremente simbolizada. Marcas que se hacen sentir entre las palabras, condensada y actualizada en lo bizarro y siniestro vivido en la intimidad del análisis, a través de esos guantes de cuero negro…

1 vrimano@adinet.com.uy. Miembro de la Asociación Psicoanalítica de Uruguay.

2 Aquí tomo una versión restringida del concepto de representación, aludiendo solo a la representación simbólica, que tiene potencialidad de ser subjetivada.

3 En una monografía, “Palabra y cosa” (1891), Freud ya se refería a la “representación cosa” como “representación-objeto”, en el contexto del estudio de las afasias, editado en 1915 (pp. 207-215).

4 Sé que es discutible lo que entendemos por representación en psicoanálisis, punto sobre el que no reflexiono aquí; son discusiones en torno a las inscripciones arcaicas, donde se plantean diferentes opiniones, entre ellas la concerniente a la estructura lingüística o no lingüística de estas.

5 Las cursivas son mías.

6 Las cursivas son mías.

Descriptores: MENTIRA / CASO CLÍNICO / DESMENTIDA / SIMBOLIZACIÓN / OTRO

 

Candidatos a descriptor: LO INFANTIL / OBJETO PRIMARIO MENTIROSO / TRANSFERENCIA POR RETORNO

Abstract

How the infantile can lie?

This work attempts to reflect on the lie which is a consequence of a traumatic archaic experience that produces a split in the self, the one that is crudely “acted out” in the transference. It tries to think on the intricate psychic process that its construction implies, where repression failures, cleavages and disavowal are articulated. It is proposed as a form of manifestation of the infantile in a broad sense, highlighting the heterogeneous nature of what we conceptualize as such. The work highlights different forms of inscription of the infantile in the psyche, as well as its updating in the analytical scene. The hypothesis being handled is that this type of lie is linked to the “deceptive” and “ominous” experience with the primary object.  

            Through the transference-countertransference movements, the different types of anguish that shake both the patient and the analyst are considered, as well as the difficulties in practice that all this poses.

Keywords: LIES / CLINICAL CASE / DISAVOWAL / SIMBOLIZATION / THE OTHER

 

Keyword candidates: THE INFANTILE / PRIMARY OBJECT AS A LIAR / RETURN TRANSFERENCE

Resumo

O infantil pode mentir?

O trabalho procura refletir sobre a mentira que é consequência de uma experiência arcaica traumática que produz uma cisão no ego, a que “atua” cruamente na transferência. Procura pensar sobre o intrincado processo psíquico que implica a sua construção, onde se articulam falhas da repressão, clivagens e desmentido.  Estabelece-se como uma forma de manifestação do infantil no sentido amplo, destacando o caráter heterogêneo do que conceitualizamos como tal. Neste trabalho destacam-se diferentes formas de inscrição do infantil no psiquismo, como também a sua atualização na cena analítica. Cogita-se a hipótese que este tipo de mentira fica vinculada à experiência “enganosa” e “ominosa” com o objeto primário. 

            Através dos movimentos transferenciais-contratransferenciais, pensa-se os diferentes tipos de angústia que abalam tanto o paciente como o analista, como também, as dificuldades na prática que tudo isso implica.

Palavras-chave: MENTIRA / CASO CLÍNICO / DESMENTIDO / SIMBOLIZAÇÃO / OUTRO

Candidatos a descritor: O INFANTIL / OBJETO PRIMÁRIO MENTIROSO / TRANSFERÊNCIA POR RETORNO

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