La ley como eje vital. La “viveza criolla”, un modelo cultural conflictivo

Patricia Romero Day, Letra Viva, 2021,122 pp.

La ley es estructurante de la coherencia social, pero su constitución refleja el poder adquirido por individuos que se presentan como modelos. Ellos impondrán ideales de acuerdo con su armonía o desarmonía psíquica. El resultado dará cualidad a la ley: respetuosa del diferente, el débil, el necesitado… o despótica, arbitraria, injusta, aniquilatoria.

La ley en la antigüedad se creía heredada de los dioses, por lo tanto era indiscutible, y ubicaba a personas a veces precarias y limitadas en amos absolutos, cuyos deseos dirimían la vida de los súbditos. Dios era incuestionable, por lo tanto sus representantes también. Preguntar era herejía, eso se inculcaba hasta el meollo, y aun en la intimidad daba miedo preguntar: «¿Cómo, si es omnipotente, permite la crueldad y la injusticia?» «Y si es infinitamente bueno, ¿no es un poco impotente?» No había que cuestionar los designios divinos, seguramente tenían una razón que no comprendíamos fácilmente… ¡no tener fe era nuestra falta, no habíamos sido merecedores de recibirla! 

El vuelco espiralado en las culturas de Occidente comenzó a cuestionar ese poder, y empoderó a la ciencia, pretendiendo dar libertad de pensamiento para cuestionar y refutar aquello que se presentaba como absurdo. 

Pero de la omnipotencia tiránica divina a la democracia respetuosa no se pasa fácilmente… Y el modelo, reproducido en pequeño en cada hogar, se disloca un poco pero perdura… Cabe preguntarse entonces por qué, qué lo sostiene, y aceptar que existen características humanas no tan fáciles de controlar o encauzar. Muerto simbólicamente el amo absoluto, perdido su poder incuestionable, dejaría de ser reproducido en cada hogar y cada grupo… pero lejos está de ser reemplazado por una ley consensuada, inclusiva del derecho de todos a vivir, y defensora de la calidad de vida. Descubrimos que es difícil respetarnos y al otro, de allí la necesidad de la ley, personal y social. Aunque sepamos qué nos conviene, lo transgredimos… justificándonos y engañándonos nos resistimos a su obediencia. 

Al mismo tiempo, al modificar el vínculo con el padre/amo/modelo, la relación entre semejantes va sufriendo modificaciones según qué tipo de líder se considere para dirigir y ordenar los procesos sociales. Aunque se trate de depender cada vez más de discursos consensuados (constituciones, reglamentos…) los líderes carismáticos ejercen fascinación en el ser infantil que nos habita, llevando a veces a confusiones. El flautista de Hamelin, o las sirenas de la Ilíada, son redivivos en personajes reales cada tanto, con su peso mortífero. 

La historia de la humanidad insiste con mensajes sabios para su supervivencia que luego se desvirtúan, casi  siempre desviados por algún engaño seductor que activa las características destructivas de la especie. El mensaje cristiano pretendió modificar al hermano fratricida por el empático mediante la identificación del prójimo con Jesús (Dios hecho hombre). Hiriendo al otro se lastimaba a Dios; ¡eso debía ser freno!, pero no lo fue. Las Cruzadas, la (sagrada) Inquisición, olvidan o cambian el mensaje: Jesús solo podía ser de una tribu, el resto aniquilado en su nombre. Sin embargo ese mensaje produce un giro cultural paradigmático, instala al otro como virtual. Y ese ideal implicaba el respeto por el diferente y confiaba que, aunque surgiese el deseo de aniquilarlo, el mandamiento «no matarás» lo frenaría. 

Muchas creaciones culturales han tratado y tratan de «civilizar» pulsiones destructivas, encauzarlas, tramitarlas… legalizarlas. Los deportes y la música están entre los más importantes. La música codifica afectos, desde el ronroneo del bebé, el canto materno, la sexualidad adolescente… acompaña y ayuda a pasar momentos complicados. Los deportes juegan con pelear sin hacerlo, permitiendo y reglamentando competencias sin que sean mortíferas. Pero ambos fenómenos pueden fracasar y dar lugar a lo reprimido, lo vemos cuando en festivales o partidos importantes se desborda la hostilidad y vuelve la violencia primitiva. Reconocer la vulnerabilidad, la debilidad, la mortalidad, permite pensar ampliando horizontes. Y reconociendo las características que nos habitan, como individuos y como especie, apostar a un mejor orden. Esta opción, a diferencia de la búsqueda del amo absoluto, lleva a considerar empáticamente las desventuras que amenazan a los individuos. La ciencia aparece tratando de aminorar el sufrimiento, peleando contra las religiones que insisten en su aceptación sin cuestionamiento. El cambio apunta a mandatos sostenidos en juicios, razonamientos, y no en prejuicios que sostienen la conveniencia de pocos y perjudican a quien los porta: pensemos el empobrecimiento de un ser que no accede a un saber que lo beneficia, porque ha sido convencido de que lo perjudica.

Lo mesiánico insistirá siempre, herencia de la dependencia infantil que idealiza padres poderosos prometiendo hacerse cargo del trabajo de pensar, apropiándose del liderazgo alguien que promete ser superior no vulnerable, y el prójimo vuelve a ser rival o ayudante. 

La herida narcisista que implica reconocerse como especie vulnerable y depredadora, perder el título de «rey de la creación»… levanta resistencias poderosas. La alianza inconsciente de la estructura humana será siempre contradictoria: ser libre puede ser incómodo, ser súbdito de un papá que se cree potente protector… una tentación. 

La historia personal, que involucra un bebé tiránico que por su condición pide ayuda a los gritos, y el modelo de un padre al que se le adjudicó el poder absoluto, son dos variables que se articulan con distinta fuerza en cada individuo según lo vivido posteriormente. Tanto su fuerza pulsional biológica como el contexto en que se desarrolla lo ubicarán en escenas cuadrigramáticas complejas. Analizar cómo fue (o no fue) la renuncia a la posición despótica del bebé y al modelo totalitario paternalista es un camino trabajoso y doloroso en lo personal y social. 

La función de la ley es ordenar… sobre todo los vínculos, y dos líneas se abren siempre en la consideración al prójimo: como comida o siervo… o como semejante. En el primer caso hay afectos de desprecio, odio, miedo. Y en el segundo, empatía, bondad y solidaridad. Todos los afectos, sin embargo, son reflejos de lo que siente el propio Yo hacia sí mismo, porque a la vez uno es otro: «Ese», soy yo en el espejo. Si el otro es siervo o comida, puedo yo serlo también. Y no somos «tan» seres racionales como nos gustaría ser, los afectos enturbian el juicio más de lo que generalmente nos damos cuenta. El niño marginado, tratado como descarte, salvo que alguien lo rescate con su amor, verá a los otros como aprendió a mirarse.

El lenguaje que nos recibe al nacer, en sus enunciados, encripta mandatos, sentencias o posicionamientos valorados. Algo puede considerarse como una transgresión revolucionaria, creativa… o un delito, con los afectos que detone. Según un viraje en el discurso, lo mismo se transforma.

Los cambios que obligan a pensar suelen ser vividos como amenazas, y pueden ser catástrofes en lo personal si el sujeto no puede incorporar el advenimiento de lo nuevo. Dichos como «mejor malo pero conocido» alimentan la resistencia al cambio, y todo lo nuevo se presenta como destructor si exige acomodaciones; en cambio dejarse arrastrar por la inercia de lo conocido, sentirse como placentero y cómodo… aunque dirija al dolor, la carencia o la muerte.

Lo complejo es que cada paradigma no es una entidad monoblóquica, está compuesto cuadrigramáticamente, caleidoscópicamente, por restos de aquellos que los precedieron e imperaron. Como en las ruinas arqueológicas, se requiere un esfuerzo de discriminación, fragmentando y descubriendo diferencias. Y esto pasa en lo social, y en la constitución de cada psiquismo, ya que distintos modelos, a veces contradictorios o paradojales, son sus cimientos discursivos. El trabajo de pensar y decidir no es siempre agradable, requiere descartar gustos y aceptar verdades.Y la pulsión tendrá un monto diferente según cada sujeto, y el Superyó será un entramado constituido por los deseos que lo empujan y los ideales ofrecidos.

Esta imbricación dará características individuales tan complejas y únicas como las huellas digitales o el ADN, pero la agrupación de características personales y grupos sociales es necesaria, y se hará jerarquizando algún rasgo para el ordenamiento. Por su multiplicidad son inabarcables, y esto se irá modificando según los modelos en boga, que implicarán esas fuerzas diversas tratando de dominar la escena.

La pulsión de saber, devenida de la articulación de ver y aprehender, y heredera de los instintos de aferrar y abrazar para no caer, se interesa por los conceptos, importantes aquí los de justicia, merecimiento…  que la legalidad y ordenamiento deben jerarquizar y regular para sostener la vitalidad. La entrada en el mundo civilizado está instaurada por el holding para alimentar, y luego el control de esfínteres, puerta para ser aceptado en la escolaridad temprana. Y ¡oh, casualmente!, es entonces cuando el niño, que durante dos años estuvo apropiándose del lenguaje-código en que nace, puede proferirlo, consigue la coordinación motriz para hacerlo. Y junto con las palabras que nombran cosas, aparecen lugares, sitios, relaciones, que posicionan en escenas vinculares.

Y ese código lleno de leyes: gramaticales, semánticas y semióticas, lo ordenan para que el intercambio sea posible de un modo más eficaz. Porque la reciprocidad en la comunicación surgió desde mucho antes, desde las patadas en la panza, y los gritos/llanto pidiendo ser interpretado, pero la palabra proporciona un matiz, una sutileza, que el acto o el gesto no permiten. 

Y desde allí se tratará de anudar ese código con el ordenamiento erógeno en una legalidad, producto de las fuentes vitales y sus demandas que han constituido un mapa libidinal que el individuo no podrá ignorar. Entrada en el mundo humano, con la ley de prohibición del incesto como eje básico de la organización del parentesco, impidiendo que la endogamia encierre en la toxicidad de lo igual y lance hacia la exogamia, lo diferente, la red social ampliada. Pero la tendencia endogámica reprimida vuelve en categorías sociales que insistirán en formar clanes, tribus, enfrentados a otros grupos con diferentes códigos… Y esa diversidad que a la vez marca igualdad (porque también se organizan en códigos) permite ajenizarlos por ser considerados distintos, y desde allí enemigos. Porque si el espejo se impusiese y crease empatía, la destrucción se haría imposible. Catalogar de diferente, en cambio, permite depositar lo malo propio en aquello que se presenta desconocido. La familia es lo mejor, o la tribu… y de allí el otro, en vez de enriquecer con su aporte ¡debe ser destruido!… El rasgo distinto engloba la totalidad de la persona y se pierden valores importantes, cuando aun en los considerados «monstruos» puede haber rasgos rescatables creando una perspectiva más compleja.

Hacer surgir la legalidad desde lo biológico es darle importancia vital, en un camino de ordenamiento de vínculos que comienza con el propio cuerpo. Todos los sistemas y aparatos del cuerpo tienen “órganos”, están “organizados”. No se puede tragar y respirar al mismo tiempo, la educación de modales tiene un sentido sanitario; por ejemplo, no hablar con la boca llena para no respirar equivocadamente. Cuestionar “lo natural” como “saludable”, como si hubiera un lugar armónico al que volver como animal… y valorizar el “malestar en la cultura” como único modo humano de existencia…

La ley como proyección de la coherencia orgánica es la base de entender su importancia para sobrevivir. No respetar lo exigido como cuidado de la salud (y esto implica responder al orden que necesita) es enfermarse. La instalación de los ciclos circadianos, los hábitos de higiene, el respeto por el peristaltismo y sus avisos, el aire puro, evitar los tóxicos… etcétera, son leyes no fáciles de cumplir. El placer de la descarga directa invita, evitar tentaciones está en los mandatos básicos ¡y no estaría si la tendencia no fuese esa! 

Alrededor de estos cuestionamientos e interrogantes gira el libro…sin pretender dar respuestas, solo ideas para seguir dialogando.