La cultura al diván. Un ensayo acerca de la educación, la tecnología y el psicoanálisis1
María Valeria Corbella2
Resumen
El presente ensayo invita a reflexionar acerca del lugar que tiene el psicoanálisis en la cultura contemporánea. En un recorrido por conceptos que se articulan a lo largo del escrito, la autora vincula la tecnología con el malestar cultural que hoy aqueja al hombre. Se propone una mirada que actualiza conceptos freudianos iluminando el aspecto de deshumanización y descuido ambiental que conlleva la implementación y uso desregulado de la tecnología. Plantea asimismo que, paradojalmente, la tecnología es la que le demanda una carrera sin fin de avance que compromete su vida favoreciendo el aumento alarmante del padecer psíquico; el hombre queda así preso de su misma creación.
Finalmente, se esboza una salida a esta encrucijada que se vincula con una nueva educación, considerando los principios básicos del psicoanálisis: la renuncia al placer infinito, el vivir fraternal y la promoción de la libertad y la autonomía. El modo de conocer del psicoanálisis devuelve lo humano al humano comprendido en su finitud, verdad y autonomía. De allí que la autora concluye diciendo que quizá sea un buen momento para llevar al diván la tecnología y con ello asumir una castración saludable que facilite un vivir fraternal sobre la asunción de que el planeta no es para siempre.
Ensayo
La educación en el mundo contemporáneo occidental conlleva una difícil tarea en un frente de batalla sumamente complejo. Por un lado, la existencia de un bombardeo constante de información, de nuevas tecnologías y formas de comunicación. Al mismo tiempo, las demandas de un mercado agresivo que comanda las modas de turno y que tiene sus repercusiones en los cambios de modelos educativos sin la necesaria consideración de sus efectos. La realidad corre a la velocidad de la luz y el temor a la obsolescencia humana va de la mano con la sensación de insuficiencia y de un nunca llegar a tiempo. El mercado y la sociedad demandan lo que el sujeto no puede brindar. Mal que nos pese, el tiempo tecnológico no tiene la misma lógica que el tiempo humano y la urgencia de adaptarnos a las nuevas formas va de la mano de un profundo malestar.
La educación aquí entendida no es sinónimo de instrucción ni de acumulación de información –aunque las incluye– sino de creación de conocimientos a partir de una formación integral del ser humano. La creación de conocimientos es productora de sentido e implica un proceso que no se ajusta a los tiempos digitales. En él intervienen otras variables como la subjetividad propia, los valores, la creatividad, el pensamiento crítico y reflexivo y la integración de saberes.
La sociedad de la información ha transformado la educación en una atomización de saberes y en una superespecialización técnica que muchas veces genera perplejidad y desorientación dentro de un universo globalizado. Es la misma sociedad que ha transformado a la tecnología en un bien último, dejando al ser humano al borde de convertirse en un mero instrumento. De ahí en más, la deshumanización está a un paso. La riqueza de la tecnología al servicio de la educación es innegable y la pandemia ha dado una prueba contundente. Es la que permitió continuar con la educación y acortar distancias. Pero las cosas por su nombre, la tecnología no transforma datos en conocimiento ni imágenes en personas.
La sociedad del conocimiento, por ahora más cerca de ser una utopía que una realidad, promueve la formación integral e integrada, la creatividad, la reflexión y la libertad. Se construye sobre la base de un diálogo interdisciplinario sustentado en valores éticos y humanos que se dirigen hacia el bienestar personal, social y ambiental. Por ello promueve la creación de conocimiento y la libertad de pensamiento, alejándose de adoctrinamientos. El saber es algo a construir de manera continua y cooperativa.
Desde principios del siglo XXI el cuadro de situación se ha modificado en sus estructuras básicas. Ya no se puede decir que los problemas son los mismos con excepción de sus ropajes. Esto sería una simplificación. Las nuevas generaciones tienen modos diferentes de comprender y vincularse consigo mismos, con su entorno, con el conocimiento y con la tecnología. Son cuestionadores, curiosos, inquietos, con una alta demanda por “aprender más”; con la atención un tanto dispersa no son sugestionables a la lógica socrática del maestro-discípulo. El maestro ya no es el que posee la información, ese es Google. Chequean datos y los ponen en duda permanentemente sobre una estructura de pensamiento con ciertos aromas a la omnipotencia del todo es posible. Estas condiciones, acordes a la cultura contemporánea, traen aparejado un malestar también epocal. Las exigencias que plantea la velocidad tecnológica junto a la presión de una demanda externa ubican a los jóvenes frente a la dificultad de tolerar las frustraciones en tanto se las siente como pérdidas de oportunidades vitales. Estas demandas son asimiladas como formas identitarias ideales que medirán al propio Yo en términos de metas y objetivos. Ser innovador, ser creativo, ser emprendedor son algunas de esas premisas que por momentos llegan a obturar la mismísima creatividad personal. La desmotivación y pérdida de interés se hacen presentes en una realidad que decepciona más de la cuenta y tiene el rostro de la inequidad y la injusticia. Casi como en una repetición un poco mortífera, son buscadores de una satisfacción que nunca es suficiente. En una cultura del goce, en donde la temporalidad se escurre en un nunca llegar a tiempo porque el objeto de deseo se desvanece en espejismos, el cuento nunca acaba y la meta se vuelve a correr unos metros más. Esta es la lógica de la obsolescencia tecnológica. El tiempo humano llega a destiempo del tecnológico.
Hace casi un siglo atrás el malestar se entendía desde las limitaciones que imponía una cultura que controlaba los deseos más primarios del ser humano a favor de una buena convivencia social y preservación individual. El placer no era sustituido sino transformado hacia formas más reales. El malestar en la sociedad actual ha invertido la fórmula freudiana iluminando el otro lado del problema. Son ahora los individuos los apremiados por satisfacer las demandas culturales. Son ellas las que lo han transformado en un ser signado por una fractura esencial entre él mismo y su creación. Los que quedan por fuera de la globalización tecnológica, quedan por fuera de las posibilidades de desarrollo personal y cultural. Pero no hay que caer en ingenuidades, el mismo hombre es el creador de esa cultura que lo exilia. El problema no es la tecnología, el problema es la tecnologización del hombre como sujeto de cultura.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver el psicoanálisis con esto? El psicoanálisis suele mantener su identidad y su misión por fuera de las tendencias. Sabe esperar los tiempos de la mente porque sabe que una gran parte de ella es atemporal e inconsciente. En este sentido ha iluminado la importancia de la comprensión más allá de la razón consciente,empoderando los sentimientos y la experiencia a lo largo de una historia con un tiempo cronológico y subjetivo. Ha contemplado al Yo como un negociador entre demandas internas y exigencias externas. Sin embargo, pareciera ser que ahora la sociedad se ha vuelto salvajemente exigente para este Yo que, sin una adecuada negociación, colapsa en ansiedad, estrés y depresión. He aquí algo que se escapa al sentido común porque esas exigencias las ha puesto el mismo hombre, pero ha llegado el punto en donde no puede bajarse del movimiento generado por sí mismo. Bajarse tiene el costo del exilio de su propia cultura.
La complejidad de esta situación tiene un punto de retorno que ha de ubicarse en la educación. La manera de transformar el mundo es solo a través de ella, sabiendo que las acciones de hoy se reflejarán en resultados que no se verán sino hasta dentro de varias décadas. El niño de hoy es el que conducirá el mundo de mañana y el adulto hoy tiene una enorme responsabilidad formativa. La educación comprometida en el bienestar personal, social y medioambiental es la llave de acceso a un mundo más saludable y sostenible.
En este sentido la educación tiene un aspecto de trascendencia porque está dirigida a la construcción de una sociedad de conocimiento que comprende dimensiones sociales, éticas y políticas mucho más vastas. Los últimos informes de la UNESCO proponen un nuevo contrato social que tiene por objetivo reconstruir las relaciones entre los hombres, con el planeta y con la tecnología. Un nuevo contrato socioeducativo que conlleva un replanteo de intereses y objetivos y solo puede ser construido a partir de nuevos modos de abordar el conocimiento.
¿Qué tiene para ofrecer el psicoanálisis en materia de educación? Un nuevo conocimiento y una nueva manera de conocer. Desde una perspectiva ética, marca un posible camino de renuncia a nuestros deseos infantiles más omnipotentes y narcisistas para negociar el placer infinito por un disfrute real. Desde una perspectiva educativa, comprende que el hombre se desarrolla desde la dependencia y sumisión hacia la libertad y autonomía. Y, finalmente, desde una visión política y social, contribuye a una mayor fraternidad entre los hombres. Este posicionamiento puede ubicarse entonces dentro de un enfoque humanista de la educación. El modo de conocer del psicoanálisis es devolver lo humano al humano comprendido en su finitud, verdad y autonomía.
La sociedad contemporánea se debate entre deshumanizar al hombre en tanto esclavo de la tecnología que él mismo ha creado o tender hacia la creación de un conocimiento que ya no tiene por objetivo único la fraternidad entre los hombres sino el miramiento por el mundo que habita. El cuidado por el medio ambiente no puede desentenderse de la necesidad de una tecnología sustentable y para ello el hombre de cultura debe limitar su omnipresencia y omnisapiencia. La regulación va en contra del goce ilimitado y para ello la instauración de una ley simbólica como parte de un nuevo contrato se vuelve necesaria. En este sentido, la castración y la falta encuentran nuevas resignificaciones. La sociedad contemporánea debe ser restringida en las infinitas posibilidades tecnológicas que encuentra, no por mera resistencia al progreso sino para limitar este goce mortífero que conduce al hombre a la devastación de su hábitat y, por ende, a la extinción de su especie. Es entonces una posición ética.
No es nuevo el conocimiento que el psicoanálisis ha aportado en materia de la educación a partir de primeros vínculos. Desde allí se han divulgado a una población general los aportes relacionados con la sexualidad y Edipo, el narcisismo, la castración, la prohibición y la instauración de la ley, entre tantos otros. Se sabe de la importancia de la familia y luego de la escuela para el desarrollo emocional, cognitivo y ético del niño. Ya no quedan dudas de que los primeros años de vida son el fundamento para el desarrollo y bienestar de un sujeto adulto en relación. Para lo que aún no hay suficiente conocimiento –aunque abunda la información– es respecto de las consecuencias de una formación atravesada por la tecnología. Pero nuevamente, el problema no es la tecnología sino la tecnologización del hombre.
Una nota de actualidad que nos ilustra. Recientemente se ha creado una aplicación para decodificar el llanto del bebé. Todavía no está suficientemente desarrollada porque están a la espera de donaciones de llantos de bebés para así aumentar la información en la base de datos que, algoritmos mediante, podrá arrojar los resultados esperados. Hasta ahora, al menos yo pensaba que el idioma del bebé era el llanto mismo y que la madre lo suficientemente buena, con su capacidad de revêrie y una dosis de empatía era la experta –aun en sus fracasos– para decodificar las necesidades básicas de su bebé. Y que todo este asunto generaría un vínculo muy especial que tendría las más hondas consecuencias en la estructuración del sujeto y en los modos de relación futuros. Pareciera ser que lo que hasta ahora era propiamente humano puede ser sustituido por la tecnología… ¿puesta al servicio del hombre? ¿Será acaso Alexa quien materne a los bebés del siglo XXI?
El pensamiento psicoanalítico desarrolló los motivos posibles del malestar en una cultura muy diferente de nuestros tiempos. El siglo XXI marcó un cambio de paradigma. La tecnología complejiza al sujeto de cultura y son necesarios nuevos enfoques para intentar dar cuenta de sus efectos. Si un algoritmo decodifica ese diálogo primitivo que solo construye sentido en relación con un otro, la tecnología maternante, ¿estaría favoreciendo el terreno para el aumento de patologías tales como las del espectro autista? El aumento de la prevalencia de algunos trastornos mentales a nivel mundial no son cifras a desestimar. Mientras las neurociencias intentan dar cuenta de los factores genéticos que podrían estar implicados, el psicoanálisis conoce el sufrimiento psíquico desde la multicausalidad entendida a partir de las series complementarias y la importancia de los vínculos en la constitución subjetiva. La disociación entre herencia y ambiente ya no tiene cabida en este siglo.
En un mundo en donde las necesidades más humanas se desoyen desde hace tiempo, el psicoanálisis aporta un nuevo conocimiento. El mundo no puede detenerse, pero acaso ¿nadie puede ver el malestar en una cultura deshumanizada? Quizá sea un buen momento para llevar al diván la tecnología y con ello asumir una castración saludable que facilite un vivir fraternal sobre la asunción de que el planeta no es para siempre.
1 El presente ensayo forma parte del libro editado por los Comités de la IPA en la Comunidad y en el Mundo que se presentará en el Congreso La mente en la línea de fuego. Voces psicoanalíticas a los retos de nuestro tiempo, organizado por FEPAL en Cartagena, Colombia, 2023.
2 valeriacorbella@yahoo.com.ar. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
Descriptores: EDUCACIÓN / TECNOLOGÍA / SOCIEDAD / CULTURA / SUJETO / PSICOANÁLISIS / MEDIO AMBIENTE / LLANTO / BEBÉ / CASTRACIÓN / MALESTAR
Abstract
Culture on the couch. An essay about education, technology and psychoanalysis.
This essay invites to reflect on the place of psychoanalysis in contemporary culture. In a journey through concepts that are articulated throughout the paper, the author links technology with the cultural malaise that afflicts human beings today. She proposes to update Freudian concepts by highlighting the dehumanization and environmental neglect brought about by the implementation and unregulated use of technology. She also suggests that, paradoxically, technology demands an endless race of progress that compromises the life of human beings, favoring the alarming increase of their psychic suffering; they are thus imprisoned by their own creation.
Finally, a way out of this crossroads is outlined, which is linked to a new education that takes into consideration the basic principles of psychoanalysis: the abandonment of infinite pleasure, a fraternal way of life and the promotion of freedom and autonomy. The kind of knowledge offered by psychoanalysis restores the humanity to the human beings understood in their finitude, truth and autonomy. The author concludes by saying that perhaps it is a good time to “take technology to the couch” and thus assume a healthy castration, which would facilitate a fraternal way of living based on the assumption that the planet will not last forever.
Resumo
A cultura ao divã. Um ensaiosobreaeducação, a tecnologia e a psicanálises
O presente ensaio convida a refletir sobre o lugar que a psicanálises tem na cultura contemporânea. Em um percorrido por conceitos que são articulados a o longo do escrito, a autora vincula a tecnologia com o mal-estar cultural que aflige o homem hoje. Propõe-se um olhar que atualiza conceitos freudianos iluminando o aspecto de desumanização e descuido do meioambiente que coadjuva a implementação e o uso desregulado da tecnologia. Também propõe, paradoxalmente, a tecnologia é a que lhe exige uma carreira sem fim de avanço, que compromete a sua vida favorecendo o aumento alarmante do padecer psíquico; o homem fica, assim, preso a sua própria criação.
Finalmente, esboça-se uma saída para esta encruzilhada que se vincula com uma nova educação considerando os princípios básicos da psicanálise: a renúncia ao prazer infinito, o viver fraternal e a promoção da liberdade e da autonomia. O modo de conhecer da psicanálise devolve o humano ao humano compreendido na sua finitude, verdade e autonomia. Por isso, a autora conclui dizendo que tal vez seja um bom momento para levar a tecnologia ao divã e assim assumir uma castração saudável que facilite um viver fraternal e admitir que o planeta não é para sempre.