Juan Becú: El arte como pulsión erótica y un artista “en ebullición”
Beatriz Agrest, Catalina Martino, Silvia Soriano, Margarita Szlak, Alejandra Vertzner Marucco, por el Comité Editor
El Comité Editor y la presidente de APA, Gabriela Goldstein, hemos tenido la posibilidad de entrevistar a Juan Becú, el artista que nos cedió sus obras para la tapa y los separadores de secciones de este número.
La potencia de la obra de este talentoso y joven artista nos ha parecido altamente representativa del tema que nos ocupa, ya que la belleza y la fuerza de las imágenes transmiten pasión, sensualidad, y resuenan en ellas la naturaleza y la turbulencia de las ideas que lo inspiran. A través del énfasis visual en el color y los destellos de luz que envuelven sus obras, puede expresarse con mucho vigor el espíritu del título Sexualidad, erotismo, amor. Revisiones del psicoanálisis contemporáneo.
Juan Becú nació en 1980 en Buenos Aires, donde vive y crea. Se dedicó a la pintura desde su adolescencia. Su primera muestra individual fue en 2000 en el Centro Cultural Recoleta, titulada “Caja de colores”. Aunque él nos dice que la que considera realmente su primera muestra fue la que tituló “Acerca de idilios, sueños y construcciones” en 2003. Se trataba de una pintura muy preciosista muy diferente a la suya de ahora, donde mezclaba paisajes, con construcciones que armaban como una escenografía. Desde aquella muestra hasta hoy se sucedieron muchas otras en las que el amante del arte pudo deleitarse no solo con las pinturas, las esculturas, los objetos intervenidos, sino también los video-clips, como Bicicleta, en el que se evidencia otro modo de expresión de su creatividad a través de la música y el canto, o como la perfomance La nueva pintura nutricional, en la que Juan es el león cocinero.
La galerista Nora Fish mencionó alguna vez que se lo considera uno de los pocos artistas que retoman donde dejó la Nueva Figuración Argentina y que es,“ciertamente, uno de los que revisitan el lenguaje de lo pictórico con mayor libertad y brío”. Sin embargo, a Juan no le interesan las clasificaciones en escuelas o movimientos, cuyo propósito es encontrar filiaciones y esencias. Se considera un artista fiel a sus propios atrevimientos y no a lo que se espera de él; por eso dice que siempre le costaron los ambientes de las galerías, y las dinámicas institucionales y académicas. Defiende la obra en sí misma,y que sea ella la que lo transporte en la elección del material, o que naturalmente lo lleve a distintos soportes como la escultura o la pintura. Profundiza la belleza en todas sus manifestaciones, que lo llevan “al otro”, a ese tercero entre él y la obra. Revela una búsqueda constante con espíritu lúdico, de juego y descubrimiento, que lo lleva hacia “…un lugar adentro mío” a través de una gran sensibilidad que lo transporta a lugares desconocidos.
Juan Becú ha tenido la generosidad de dejarnos entrar, junto a los lectores de la Revista, a su casa-taller. Nos es muy grato poder compartir la amable charla que disfrutamos junto a un rico café. Hemos podido ver de cerca sus oleos pasteles, sus cuadros, sus pinturas y esculturas en proceso y otras terminadas; envueltos por el sonido de los pájaros, el verde de las variadas y hermosas plantas que crecen en el jardín que él mismo diseñó, y recorrer la vieja casa que refaccionó fusionando la vida y el arte tan bellamente. Sus cuadernos de artista moleskine encierran la magia de su creatividad en ebullición: palabras, trazos con biromes y marcadores mediante los cuales construye y despliega sus ideas, pinta, dibuja imágenes de amigos, proyectos de emplatados para las recetas de comida que crea, bocetos de sus obras, historietas y demás. Nos cuenta que su proceso de creación de una pintura dura meses. Durante la pandemia trabajó mucho, y decidió probar cosas nuevas. Utilizó óleo pastel y espátula, poniendo y sacando material, como intentando construir una identidad en el proceso artístico, tratando de leer algo que se siente pero no se puede predeterminar, “y entonces se manifiesta, y vos tenés que tratar de ver con tu intuición hacia dónde va, porque esmuy inconsciente”. Considera que su modo de pensar tiene mucho que ver con el psicoanálisis; precisamente, por el efecto que se produce tras este proceso de construcción, deconstrucción y reconstrucción. Por eso dice que como artista siempre se sorprende frente a las devoluciones que recibe: la cotidianidad de su trabajo demanda mucho tiempo encerrado, de alguna manera su vida transcurre en un ambiente de cuatro metros por cuatro (la del psicoanalista también). El artista puede decir en una sola imagen lo que requiere muchas palabras para expresar, analizar, conceptualizar, en otro tipo de reflexiones.
A Juan Becú, en lugar de plantearse hablar de “colonización”, “calentamiento global”, “sexualidad”, u otros temas, le interesa estar lo más receptivo posible a lo que ocurre alrededor suyo, e indagar de qué modo se procesa dentro de sí mismo esa información. Considera que el resultado es mucho más rico cuando queda plasmado algo de ese proceso de experimentación en el que hay duda, caos, encuentros, descubrimientos, y del que luego surge un sentido en la obra misma que lo sorprende y se le escapa. Dice: “Me gusta no ser dueño de ese sentido”. Según Becú, el arte contemporáneo está ávido de explicaciones y contenidos teóricos, como si estuviésemos atravesando una suerte de profesionalización del arte donde el artista, además de pintar, tiene que saber explicar su obra, venderla, autogestionarse, ser lobista, etcétera. Señala que, por supuesto hay gente que lo puede hacer y gente que no; pero en cualquier caso para él ese lugar es muy delimitante.
“Mi arte se completa siempre en la mirada del observador, el destinatario, que es el que termina de darle un sentido. Lo mágico del arte es que más que un ejercicio individual, es un ejercicio colectivo. Para entender el arte hay que entender el contexto, la gente, el lugar. Si en lugar de generarse ese dialogo se ofrece una explicación, se reduce ese potencial; por eso prefiero llegar a mi propio proceso experimental, y que lo que suceda después sea otra instancia en la que se genera algo especial con el espectador. La verdad es que trabajé tanto en que esa obra encontrara un lugar, que dárselo preformado a otro es reducir su potencial. Eso prefiero que quede en el proceso experimental mío”.
Para Juan Becú terminar una obra, darla por acabada, implica siempre una renuncia, un duelo. Incluso hay momentos donde no poder parar con ese proceso de experimentación puede derivar en terminar arruinando toda la frescura inicial.
Dice que la relación con su arte surge de un vínculo que es más ancestral que el deseo de ser artista: tiene que ver con una manera de vivir la vida donde todo forma parte de una cosmogonía. Después utiliza los elementos que la forman como si se tratase de un juego: toma cosas de aquí, de allá, las pone en un lugar. “Por ejemplo yo ahora no estoy trabajando. Veo una sombra, y luego me acuerdo de ese elemento y lo uso, lo tengo como material”. Podría decirse que Juan Becú es un artista “en ebullición”, porque expresa esos procesos que ocurren en su interior a través de la escultura, la pintura, la música, la escritura, el cultivo de plantas y flores, la decoración, el diseño de ropa, la cocina. Comenta que le gusta cocinar al igual que a su papá. En sus viajes acopia recetas y otras las inventa, las dibuja en el plato, incluso diseña la vajilla, tal como lo hemos visto en su diario-cuaderno.
En sus obras hay diferentes inspiraciones, estilos, interlocutores. De pronto aparecen las flores, que son súper figurativas, o de repente cosas más geométricas y abstractas. Esos distintos caracteres enriquecen la complejidad de su arte; sin embargo, nos cuenta que cuando era chico lo conflictuaba un poco esa diversidad. En los años 80, 90, había muchos “pintores de estilo”, artistas que encuentran una veta y su lenguaje se desarrolla dentro de ella, por lo que fácilmente se los puede identificar. Becú se define como inquieto, no quiere aburrirse ni mantenerse en la comodidad de lo que ya sabe que funciona, porque desea ser leal a sí mismo y al estímulo que permite que la creación se produzca, sin dejar de valorar lo que el público abrazó. Por eso se plantea como un artista más “proyectual”, que piensa en términos de proyecto. Por ejemplo: toda la serie de las flores, que se llamó “de los universos quemados”, surgió a partir de una vez en la que alguien vino trayendo el café en una bandejita negra, de esas comunes bandejitas de flores, que a Becú se le antojó como un universo de colores. “El ojo del artista”, podría decirse, capturó algo de un modo que otro ser humano no sería capaz de ver. A partir de prestar atención a ese objeto común se puso a investigar sobre pintores del siglo XVI, vieneses, que pintaban naturalezas muertas en un momento muy particular de la historia del arte donde el hombre volvía a mirar a la naturaleza. Fue así que decidió empezar a trabajar con muchas de esas pinturas en tamaños muy grandes. El ejercicio era traducir esos cuadros antiguos, muchos de ellos con fondos oscuros en los que el dibujo sostenía el cuadro, y deconstruirlos con diferentes técnicas. Iba moviendo la pintura y deformando sus límites. Entonces era como si pudiera adentrarse en el peso del género del arte de flores, pero atravesado por el tiempo, por lo finito, lo transitorio, la captura de algo bello que próximamente iba a descomponerse; lo cual lo remitió a un universo prendiéndose fuego. De ese modo, esa pequeña puesta de atención sobre un elemento simple de la vida cotidiana como la bandeja de café, pudo resignificarse durante el proceso. Nos dice que con las flores aprendió muchas cosas: el manejo de la materia, el gesto, los chorreados, los fondeos, los tipos de textura, cómo contrastan, cómo resuenan los colores, “entonces cada uno de esos viajes es un aprendizaje enorme”. Pero luego hay que dejarlo ir, para volver si en algún momento resulta interesante, o que quede definitivamente atrás: “Yo llevo el taller adentro mío, no está afuera de mí”. Juan Becú nos dice que se siente muy humilde y agradecido por su arte, porque lo siente como parte de un universo más grande: “Es casi espiritual para mí”.
Actualmente está trabajando en unas esculturas de columnas que piensa como “cimientos o pilares de una ciudad en ruinas”. Están en proceso, y próximamente van a ser expuestas junto con nuevos dibujos y pinturas.
Juan Becú es un apasionado lector de la historia del arte, y está en permanente diálogo con ella, haciendo un constante interjuego entre la historia y el presente. Algo de eso resuena en toda su obra. En todos sus trabajos actuales hay algo en común: se van tapando, y sobre lo pintado se vuelve a pintar y se tapa, y sobre eso se vuelve a tapar, y luego con una espátula retira el material y emergen cosas de antes. Becú descubre que en esa disonancia entre dos momentos se generan cosas muy interesantes. Considera que con las esculturas pasa algo parecido: hay algo que está tapado, derruído, y lo que queda como residual es una identidad en construcción, perdida, en permanente búsqueda. Lo residual se patentiza en ese tiempo que le solicita la obra, una impasse, una espera, y “cuando te das cuenta está, pero es una renuncia más que un darse cuenta”. Reflexiona: “¡Ese proceso a su vez habla tanto de mí, de esa búsqueda, de esa experimentación en la que trato de entenderme!”. Y, podríamos agregar nosotros, ¡ese proceso tiene tanto en común con el proceso del psicoanálisis!
El artista se planta frente a su tiempo. Dice que en el presente hay “un aroma de época, una percepción de final, un mercado del miedo en la información: las amenazas nucleares, el desastre ecológico, los peligros de la inteligencia artificial. Todo es miedo, miedo, miedo”. Nos recuerda que este clima de época encuentra expresión en muchos artistas contemporáneos, y de hecho hoy forma parte de temáticas centrales del mundo del arte, expresándose en filmaciones, instalaciones, performances, una mezcla de muchas cosas. Ante ese paisaje Juan Becú sigue poniendo el cuerpo, “tocando” la materia de la pintura y la escultura. En un universo donde lo contemporáneo tracciona un modo de expresión tan mediatizada, Becú hace una inversión potente apostando a otra cosa, casi como un acto de rebeldía. En los términos del título que nos convoca en este número de la Revista, podría decirse que la obra de Juan Becú constituye un acto erótico de apuesta a la sensualidad y a la vida. Su posición, u oposición, frente al clima de época que denuncia, es declarar que Eros sigue vigente.
El Comité Editor eligió la obra de tapa porque nos pareció que está cargada de erotismo: una boca roja chorreada, en alguna parte la silueta de una pareja sentada en una mesa, un paisaje. Y en el medio aparece una mancha que semeja una potente explosión, algo que podríamos asociar con la energía y la fuerza de la pulsión, aquello que potencia cualquier posibilidad de encuentro sensual, sexual, erótico, amoroso. En la obra de Becú hay una complejidad interesante: siempre en algún lugar hay algo muy vital que aparece como luz, como movimiento, donde se mezcla también algo siniestro, algo bello y a la vez decadente. El acto creador también conlleva una cuota de angustia, propia del conflicto vital. “Mientras más luz proyectás –dice Becú–, más larga es la sombra”. Lo siniestro, Eros, Tánatos, son caras que se tocan. “Yo hice un cuadro que se llamaba La pelea que tenía que ver con esta especie de disección de la sociedad, y del mundo en general, donde eran dos seres que eran el mismo ser luchando por dividirse, luchando contra sí mismo”. También nos comparte el equívoco que resulta de pensar que el artista está en un estado de goce permanente, cuando en realidad el trabajo sobre la pintura tiene buenos y malos momentos. Además, surge el conflicto en el artista acerca de si quiere hacer lo que quiere, o quiere que lo quieran. De hecho, hizo una muestra en la Recoleta que se llamó “Viva la resistencia”, que reivindicaba la voluntad de persistir en formatos del arte que se consideraban “de otra época”, como el dibujo y la pintura.
Juan Becú renueva su compromiso consigo mismo cuando afirma que despliega y profundiza su arte porque no podría hacer otra cosa. Se le impone, en el mejor de los sentidos, como algo vital.
Muchas de las cosas que Juan Becú mencionó a lo largo de nuestra charla en relación con el arte podrían ser asociadas con conceptos clave del psicoanálisis, porque constituyen una suerte de “iluminación” de ideas psicoanalíticas muy fuertes. Escucharlas en la atmósfera luminosa y bella de su casa, en una soleada mañana, con el canto de los pájaros de fondo, y haciendo del encuentro mismo un hecho artístico, resulta un marco placentero y maravilloso para introducirnos en la temática de este número: Sexualidad, erotismo, amor. Revisiones del psicoanálisis contemporáneo.
Este prolífico encuentro con el arte de Juan Becú nos ha permitido también cerrar con un magnífico broche de oro, la gestión de estos tres años en los que el Comité Editor, junto a la presidente de APA Gabriela Goldstein, han querido subrayar y potenciar el fuerte lazo y los vigorosos recursos que el psicoanálisis y el arte aportan para expresar el alma humana.
¡Muchísimas gracias, Juan Becú!
1 El video de esta entrevista podrá visitarse en la versión web de la Revista de Psicoanálisis: https://revista-de-psicoanalisis.apa.org.ar/
Descriptores: BIOGRAFÍA /ARTES PLÁSTICAS / CREACIÓN / ARTE / CREADOR / INSPIRACIÓN