Historias de migraciones: fronteras del dolor
Luz María Abatángelo Stürzenbaum1
Patricia Vianna Getlinger2
Mina Levinsky Wohl3
Sara Oxenstein4
Laura Ruth Yaser5
Resumen
Por medio de la presentación de dos viñetas clínicas sobre historias de migraciones, además de sendos comentarios sobre estas, procuramos ilustrar la complejidad del trabajo clínico, tomando en cuenta aspectos inter e intrasubjetivos, así como en lo transgeneracional.
Introducción
Proponemos una reflexión acerca del hecho de que la conflictiva y hasta catastrófica situación que estamos experimentando los seres humanos, se encuentra como en un juego de espejos, alojada igualmente en nuestro mundo interno. Esta situación impacta directamente a analista y paciente, comprometidos al unísono.
Freud describe que el Yo padece un intenso malestar debido a que las fuerzas de la civilización y la cultura imponen una marcada renuncia a sus demandas pulsionales. Y así como el psicoanálisis en sus inicios enfatizó una psicopatología centrada en la neurosis, en la represión de las mociones libidinales, vemos que en nuestro tiempo nos hallamos ante un escenario sustancialmente distinto.
La segunda mitad del siglo XX trajo marcados cambios asociados con la irrupción de la tecnología. Vimos en nuestros consultorios que la neurosis, la causa prevalente de las consultas, fue casi sustituida por otras patologías, tales como adicciones, trastornos alimentarios, psicopatías, personalidades borderline, entre otras.
Observamos que la dificultad para procesar el inmenso aflujo de información que en cierto modo “embiste” al aparato para pensar tiene un efecto desorganizador. En nuestra práctica vemos más funcionamientos maníacos, negación, desmentida o escisión que el fenómeno represivo. La escena dentro y fuera del consultorio se caracteriza por situaciones en las que aflora una impulsividad sin filtrar.
Estos fenómenos concuerdan con las teorizaciones de Deleuze y Guattari en Mil mesetas, que a partir del modelo de rizoma explican que cualquier elemento puede influir sobre otro alojado en la misma estructura, independientemente de su posición o incluso en el tiempo. Este fenómeno se caracteriza también por la reciprocidad, su cualidad de polimórfico y policefálico, en el sentido de carecer de un centro. Esto llega a un punto tal que la dirección de este mencionado rizoma puede ser inesperada y con un devenir caótico. Su desarrollo es aleatorio, por lo cual, cualquier elemento de la estructura puede impactar potencialmente a la evolución del conjunto.
A partir de este concepto podemos describir que un desmesurado aflujo de información invade lo inconsciente y coloniza el espacio psíquico. El sujeto, en la vulnerabilidad propia de la ruptura de los lazos sociales, es impactado por lo intempestivo de los acontecimientos, por el exceso de visibilidad, por la sobrecarga de estímulos, y cae preso del estallido psicótico o algún desborde pulsional en él.
Desde nuestra perspectiva, planteamos la posibilidad de pensar la clínica desde la complejidad entendiéndola como la posibilidad de abordar el análisis del paciente en sus diferentes estratos y registros, intra e intersubjetivo, así como también lo transgeneracional.
Al hablar de lo intrasubjetivo, tomamos en consideración las representaciones del Yo y sus relaciones de objeto, el deseo, las ansiedades y defensas movilizadas. Consideramos asimismo los déficit en estos funcionamientos, que pueden derivarse como manifestaciones en lo somático o descargas impulsivas.
Al referirnos al espacio intersubjetivo aludimos a la representación inconsciente de los otros en el psiquismo del sujeto, así como los pactos inconscientes entre el Yo y sus objetos.
El espacio transubjetivo corresponde a las descripciones que realizamos acerca de un psiquismo colonizado por la irrupción de representaciones del mundo externo, que impactan en la matriz social y afectan incluso lo somático del sujeto.
A continuación presentaremos dos viñetas y sus respectivos comentarios para ilustrar el modo de entrelazamiento de fenómenos vitales complejos que podrían parecer aleatorios, pero que configuran nodos de significación desde los cuales afloran nuevas inscripciones en las subjetividades.
Primera viñeta
La historia de un sujeto es, en parte, la historia de sus desilusiones.
Baranger, Goldstein, Goldstein (1989).
Guido es un hombre joven, cercano a los 42 años, delgado, de ojos oscuros y mirada inquieta. Llega a análisis por pedido de Beatrice, su mujer, que se angustia al verlo retorcido de dolor, estreñido o con diarreas, siempre agobiado por su “colon irritable”.
Es común que Guido llegue a sesión enojado, con la actitud de estar perdiendo el tiempo en el intento analítico. Es un hombre de negocios. Demanda rendimientos, respuestas prontas y “eficaces”.
Las preocupaciones lo agobian, por tercera vez en su vida una empresa forjada por él está marchando al quebranto. Defensivamente intenta proteger su flujo de efectivo, pero al retacear los pagos a proveedores, estos anulan contratos y le quitan su crédito. Podría decirse que maneja su dinero como a su contenido intestinal. Marchas, contramarchas y dolor.
También su pareja atraviesa grandes conflictos. La actitud exigente de Guido además se despliega en su casa. Su hijita lo elude, y su esposa oscila entre mirarlo con pena y preocupación, mientras que en otros momentos tienen grandes altercados. Su intimidad se ha hecho esporádica. Guido no siente deseos, y cuando hay algún encuentro, ambos quedan frustrados.
Su mayor descarga es beber “algunas copas” y fumar marihuana. Dice que es lo único que le permite soportar su día. Pero no alcanza, evidentemente, ya que sus noches pasan entre el insomnio o desesperantes pesadillas pobladas de imágenes de persecuciones o de guerra.
La analista pregunta:
A.: En tu vida, ¿hay algún recuerdo, o historia con la cual puedas vincular estas imágenes?
G.: (Es la primera vez que parece “entregarse” a asociar y producir un relato) ¡Mi abuelo! Mi abuelo luchó en la guerra.
A.: ¿E n Italia? ¿En la segunda guerra?
G.: (Duda) Eh… no sé si fue en Italia, o en el norte de África… pero sí te puedo decir que el viejo vivía diciendo que acá son todos unos vagos, unos cobardes, y que les falta patriotismo. Que en cambio allá sí que eran hombres.
A.:Un hombre de armas tomar… muy estricto, parece.
G.: A mi padre lo volvió loco. Mi viejo quería estudiar arte, es muy capaz, ya grande ha hecho un par de esculturas muy buenas, pero el abuelo decía: ¡¡¡un“finocchio”!!!” (homosexual) y lógico, lo obedeció al padre y terminó quedándose en la metalúrgica. Pero pudo intermediar para que yo al menos fuera a la universidad. Lo malo es que tampoco me permitió que fuera a estudiar música… Así que me quedé sin estudiar lo que yo quería, eso en lo que soy bueno, y en cambio me recibí de administrador de empresas, en lo que soy un fracaso.
Me duele que mi abuelo y mi padre fueran tan rudos, pero al menos ellos estuvieron a la altura de las circunstancias. Yo, en cambio,… no aguanto nada. La vida me pasa por encima. (Es ahogado por el llanto). Me mata acordarme cómo construyeron todo desde la nada, y yo soy un blando que ni siquiera sé mantener lo que ellos hicieron. Menos mal que ya se murió el viejo, si no… las cosas que me diría…
A.: Es que las sigue diciendo, pero desde adentro tuyo. ¿De verdad creés que él era tan perfecto, sin dudas, sin debilidades?
G.: (Vacila) Nunca lo pensé…
A.: Quizá cuando eras un niño te servía imaginar que se podía ser tan sólido, pero ahora, pareciera que esa exigencia te hace daño…
El tratamiento prosiguió, y Guido consiguió ordenar mejor su trabajo, atenuar sus dolencias orgánicas e incluso pasar momentos gratos con Beatrice. No obstante, periódicamente reaparecían sus actitudes o comentarios llenos de amargura. Eran momentos en los que
parecía estar convencido de que vivir carecía de sentido y que solo cabía ponerle fin a su vida.
Las advertencias y los reclamos de Beatrice solamente lograban llenarlo más y más de culpabilidad.
La pregunta surgía: ¿Qué generó semejante retroceso? ¿Sería precisamente que no toleraba haber mejorado?
La familia, preocupada e impaciente, insistía en incluir medicación psiquiátrica. Su médico gastroenterólogo discutía con el psiquiatra las posibles interacciones de los medicamentos. Y Guido, pasivamente expectante, tras una fachada de sufrimiento, disfrutaba teniendo en ascuas al pequeño mundo familiar que bailaba a su ritmo.
La analista, preocupada, evaluaba los riesgos. Un paciente en RTN, en pleno festín masoquista y autodestructivo, encerrado en un baluarte narcisista, inabordable. Hasta el día del accidente.
Guido salió de su oficina rumbo al taller de su padre. Llovía, y por la radio, comenzó a sonar el aria de Cavalleria rusticana, que tanto gustaba a su abuelo. El viejo solía tararearla, mientras comentaba que ya no había hombres honorables y valientes como aquellos. El abuelo… ¡qué personaje! Vivía diciendo que…
Perdido en sus recuerdos, con el parabrisas lleno de vapor por la lluvia, cuando finalmente vio al ciclista, consiguió evadirlo, pero un desnivel del pavimento hizo que su auto comenzara a dar trompos hasta quedar finalmente ruedas hacia arriba en una cinematográfica pirueta final. El coche quedó completamente destruido, pero Guido, sorprendentemente, salvo una luxación en su brazo, no tuvo más que algunos golpes y raspones.
La familia comunicó a la analista que Guido se encontraba internado. Cuando llegó a la clínica, nuevamente lo encontró llorando.
G.: No lloro porque me duela. Pero ni con calmantes consigo aliviarme. ¡Soy un inútil!
Guido relata su accidente. En tanto que su pulsionalidad parece encauzarse en su recuperación, decrece parte importante de la tensión tanática que lo embargaba.
Días más tarde, cuando regresa a sus sesiones, su ánimo eufórico sorprende a la analista. Relata:
G.: Es increíble. Si no hubiera tenido el accidente, mi padre no me hubiera contado la historia. Yo estaba lamentándome de las molestias que les traigo a todos, de la destrucción del auto, de mis malos negocios. En un momento, le digo a mi viejo:
–“Y menos mal que el abuelo ya murió, porque si no, me mataba, por inútil”.
–“¿Qué decís? ¡Si el viejo levantó la metalúrgica gracias a su hermano, que era el único que realmente sabía trabajar!”
–“¿El hermano? ¿Qué hermano?”
–“Vos no lo conociste. Era el único hermano que se había salvado de la guerra. Y era el que conocía todo. Antes de morirse, joven todavía, por tuberculosis, le contó a mi vieja –tu abuela– toda la verdad sobre tu abuelo. Y ella me lo contó todo a mí, también, cuando murió mi padre.
Él nos hizo creer que era una especie de héroe de guerra, y en realidad había sido una mezcla de oportunista y desertor. Estuvo con Mussolini, estuvo con la resistencia, estuvo con los ingleses. Y al final, tuvo que venir acá porque lo perseguía la “Cosa nostra”. Por eso fue que nunca volvió a Italia”.
– “¿Y por qué nunca me lo contaste? … Viejo… entre nosotros… nunca más secretos… Viví sintiéndome un fracaso y me estaba comparando con una mentira”.
Tras esta crisis y sus revelaciones, Guido tuvo una etapa de euforia. Se creía liberado. El análisis permitió elaborar, ya que no prevenir, el juego de identificaciones en colisión que quedaron expresadas en su accidente. Granel (1985), en su conceptualización de la accidentología psicoanalítica, plantea que así como hay personas que “se accidentan para no cambiar” también están aquellos que “no pueden iniciar un cambio sin accidentarse”.
Explica además que los elementos puestos en juego en la escena del accidente operan al modo de una representación onírica, lúdica o teatral, expresando la dificultad del sujeto para abordar una crisis de cambio vivenciada como perentoria, pero contrariada a su vez por una lealtad a determinada configuración psíquica enraizada en una identificación que en este caso, podemos pensar como alienante, con un objeto enloquecedor.
Baranger, Goldstein y Goldstein (1989) plantean que el proceso de “desidentificación” con este objeto contradictorio y enloquecedor, de no ser acompañado por el proceso analítico, puede ser desde trabajoso a imposible, implicando un des-duelo o una autotomía narcisista.
Dicen los autores:
En muchos casos, los episodios más vergonzantes de la vida de los padres han sido sepultados en la memoria del sujeto, y funcionan como secretos familiares que él no tiene derecho de recordar. Pero el secreto permanece presente y actúa como un factor disociativo. El resultado puede ser un sentimiento de carencia de identidad, o un funcionamiento paradójico del Ideal del Yo, con grandes contradicciones entre sus aspectos conscientes e inconscientes (pp. 397-398).
Podríamos imaginar que Guido habla desde su Yo torturado, maltratado por un personaje que, como su abuelo, desde el Ideal, demanda e impone una apetencia voraz de triunfo, con una codicia hipócrita que desdeña la subjetividad de su familia y, qué decir, de cualquier prójimo.
Guido intenta ser él mismo, pero el ideario de alguien que renunció a su ética para sobrevivir en una guerra, se impone y lo entrampa, haciéndole creer que su sensibilidad y consideración son debilidad. El accidente en el que casi muere, “sirvió” para sacudir una identificación que le impedía desplegar su propio estilo de carácter.
A diferencia de su abuelo, Guido pudo realizar su sueño de unir en un nuevo trabajo su creatividad emprendedora y su amor por la música. Y este sueño se materializó en la tierra de su familia, desandando el exilio de un abuelo fugitivo. Durante la pandemia, Guido mantuvo su análisis por videollamadas, acompañando esta elaboración.
Podemos agregar que, desde la clínica psicoanalítica, es importante tener en cuenta no solamente la perspectiva de lo intrapsíquico, intersubjetivo y trans subjetivo, sino también lo transgeneracional. Esto es un abordaje clínico desde una perspectiva compleja.
A través del estudio de la transmisión transgeneracional (Faimberg, 1985) podemos comprender el mundo representacional de generaciones anteriores y la influencia que éste ejerce sobre las siguientes. También los modelos de vínculos, los secretos y pactos intergeneracionales, las patologías parentales y los procesos que dicha transmisión pone en marcha.
Cada familia tiene sus mitos, sus propias historias, creencias y fantasías inconscientes compartidas que se transmiten de generación en generación. Estos elementos contribuyen a la integración familiar, sostienen su identidad, conforman un linaje al cual pertenecen con sus reglas, prohibiciones, roles y funciones. La pareja parental es la que porta la transmisión que garantiza la continuidad y el mantenimiento del sistema, en tanto que los jóvenes adultos son quienes lo irán “tensando”.
Comentario a la primera viñeta
Las historias de migración, siempre plurales con elementos invariantes, acontecen en la singularidad de la vida y del contexto histórico de cada individuo. Estas historias son pensadas desde los bordes del dolor por tratarse, entre otras razones, de procesos desestabilizadores originados por sentimientos de exilio y desarraigo. Dichos procesos se sostienen en identificaciones y desidentificaciones, así como también entre ilusiones y desilusiones. Son períodos vulnerables con emociones desbordadas por los desafíos que se interpelan en lo (i)representable de un futuro porvenir, siempre incierto, siempre movedizo y complejo.
Mente en la línea de fuego es el paraguas temático de este Congreso IPA. El concepto de línea de fuego por definición alude a la exposición en la primera fila del peligro. Peligro que no es visualizado claramente y que involucra un alto potencial de catástrofe, sea en la psique del sujeto o en su vida misma.
Se me ofrece pensar en la expulsión de Adán y Eva del paraíso. ¿Sería acaso dicho acontecimiento bíblico que en su mítico proceder ubicaría a los seres humanos en una posición genética de eterna errancia albergada desde los orígenes? Cuestiono, entonces, si desde ese lugar los sujetos enfrentan de manera inconsciente la impronta desorganizadora de sus cartografías de vida concerniente a vivencias errantes con manifestaciones sintomáticas en los escenarios de su realidad somato psíquica.
El temor ocasionado por la migración aloja temas de culpa, confusión, renuncia, así como de separaciones, pérdidas y duelos tanto propios como ajenos. Las configuraciones traumáticas hacen eco de lo transgeneracional en diferentes momentos de crisis relativas a cambios, intentando resignificar el sentido de pertenencia como lo constataremos en este material clínico que atravesará tres generaciones pulsando secretos de alcances catastróficos.
Guido llega a su análisis arrogante, enojado y sin agencia propia; es Beatrice, su pareja, quien solicita la ayuda. Él se encuentra contrariado por lo doloroso de las manifestaciones de su colon irritable, amén de otras situaciones de su vida cotidiana y del entorno familiar que lo atormentan. Los contenidos mentales de Guido son desalojados como si su aparato para pensar pensamientos se ubicara en el tracto final del cuerpo y los evacua sin posibilidad de ser procesados, como si fueran desechos carentes de virtud y de valía.
Su dolor no solo es orgánico, proviene también de conflictos inconscientes heredados no solamente de sus progenitores sino en particular del abuelo paterno. De esa manera se evidencia el modo en que lo transgeneracional se infiltra en las pesadillas nocturnas del paciente.
Me pregunto qué acontece en las representaciones psíquicas del paciente en relación con lo femenino. Se advierte que la madre de Guido es una ausencia presente en el relato de esta viñeta. La pequeña hija de Guido lo elude y Beatrice no lo aguanta. Algo no huele bien en lo que concierne a las mujeres que lo rodean. Si tomamos en cuenta que la primera migración que se tiene es del cuerpo de la madre en el momento de parir, nos encontramos frente al mito fundacional femenino. Arnaldo Rascovsky plantea que la vida intrauterina es míticamente el paraíso perdido que queda idealizado y luego reprimido. Queda entonces la huella de la sensación de expulsión. Mauricio Abadi lo confirma con el renacimiento de Edipo y la estructuración del aparato psíquico. En la fantasía materna se intenta retener al bebé que está por nacer porque ese hijo la completa; se trata entonces de la completud fálica. De tal manera que se está frente a un proto anhelo, por un lado, y a la vez una proto culpa por el nacimiento impedido. El niño tiene un proto anhelo de nacer, pero esto le ocasiona culpa porque siente que es una deprivación a la madre de su vivencia de completud. El padre ejerce la función de padre partero para luego reclamarle a la madre que vuelva hacia la vida erótica de la pareja.
En este caso, Guido se encuentra desvitalizado, con la libido inhibida y encuentros sexuales frustrados e insatisfechos almacenados con desazón de ambos lados. Ella, impaciente y angustiada, se ubica desde un lugar del reclamo y le atribuye a él los conflictos. Guido aparece con culpas antiguas, las que reedita en el presente, se deprime y tropieza con situaciones de desdicha, llegando al punto de pensar en quitarse la vida. Actitud autodestructiva con autocastigo infligido que ejerce inconscientemente como penitencia de reparación para calmar remordimientos que acechan (Rapaport, 2006).
La sensación de pérdida que Guido padece es vivenciada de manera traumática, emerge la sintomatología psicosomática, sustituyendo inconscientemente el trabajo de duelo anticipado (Chevnik, 1983).
A continuación, resalto algunos puntos cardinales que entrelazaré: las pesadillas, el accidente de coche y el descubrimiento de un secreto encriptado en la historización del paciente.
La acertada intervención de la analista con respecto a las pesadillas relatadas con imágenes de persecuciones o de guerras, suscita en el paciente una asociación de ideas y surge un recuerdo de su abuelo migrante que luchó en la guerra. El abuelo, aunque ya fallecido, continúa diligente pulsando energía comunicacional en el inconsciente del nieto con una fuerza persecutoria cuya carga libidinal hostil produce gran sufrimiento. Estamos frente a una identificación alienante colonizadora que no le permite una vida funcional a Guido y desafía el buen cauce del proceso psicoanalítico.
La transmisión secreta transita generaciones a través de sujetos “invisibles” con discursos “inaudibles”. Lo oculto se hará presente en la medida en que algún miembro de las siguientes generaciones construya al sujeto velado dentro de una sesión psicoanalítica. De esa manera el personaje se vuelve “visible” y “audible” (Faimberg, 2007). En ese sentido, Guido es quien se convierte en el representante que reconstruya el discurso oculto que hablará y será escuchado en el análisis, logrando así un sentido plausible en el a posteriori.
El accidente hace su aparición para iniciar esta misión. Ocupa un lugar importante como respuesta a una crisis de cambio. Freud habla de actos fallidos dotados de sentido, pero ocultos en el inconsciente y, aunque parezcan derivados de una torpeza casual, exhiben rasgos de violencia con un determinismo simbólico auto punitivo (Granel, 1985).
El accidente ocurre cuando Guido se encontraba sumergido en sus recuerdos mientras manejaba su vehículo y escuchaba la canción preferida de su abuelo por la radio. Perdido en ensoñaciones y acompañado de la ópera Cavallería rusticana, un ciclista se le cruza en el camino y lo elude; sin embargo, el desnivel en la pista lo hace perder el control del timón dando trompos y volcando su vehículo hasta quedar con las ruedas hacia arriba. Pareciera que el accidente era una forma de expresión asociada con el deseo de quitarse la vida, afortunadamente sin éxito, ya que Guido quedó únicamente con una luxación en el brazo y algunos golpes y raspones, a pesar de la gravedad del accidente.
Guido, un sujeto que no tuvo acceso al cumplimiento de sus deseos profesionales, al que se lo despojó de ese anhelo repitiendo la historia del padre como si fuera el destino propuesto por un abuelo castigador. Una zona psíquica permanece alienada y atrapada bajo dichos designios, su libre albedrío queda trunco en una historia habitada por secretos y mitos familiares de historias veladas que no le pertenecen. Lo “unheimlich” (Freud, 1919) instala lo familiar y hogareño como una fuente de extrañeza inquietante, que aparece bajo un rostro amenazante, concentrado en el mismo objeto. Lo ominoso, lo siniestro.
Lo indecible en la primera generación se transforma en innombrable en la segunda y en impensable en la tercera (Werba, 2021). Lo innombrable puede adquirir forma de fobias, compulsiones obsesivas, etcétera, ligadas a un conflicto entre el deseo y la prohibición. Finalmente, el objeto fantasma permitió que se escuchara su voz a través del padre y Guido comprendió la mentira que lo habitaba tanto tiempo, comparándose con un abuelo heroico al que idealizaba y sintiéndose un fracaso frente a lo que en realidad era una mentira, valga el juego de palabras. El abuelo fue un desertor y oportunista. El hechizo se rompió, el secreto reveló una verdad triunfante y liberadora para Guido, que permite seguir pensando acerca del dolor y la reparación de situaciones que son llevadas a cuestas como sombras a través de las generaciones, que ocasionan peligrosas construcciones identitarias como fachadas ajenas complejas de representar y difíciles de ser transformadas afuera del campo psicoanalítico.
Segunda viñeta
…y aún es tan extraño que te falten
las hostiles espinas de tu patria,
el ronco desamparo de tu pueblo,
los asuntos amargos que te esperan
y que te ladrarán desde la Puerta.
Extracto del poema Exilio, de Pablo Neruda.
Anabelle entra a mi consultorio por primera vez en 2015. Impresionaba como una mujer tímida, recatada, bonita, bien arreglada, torpe al caminar. Pese a sus 39 años, parecía mayor. Comenzó diciéndome lo contenta que estaba de poder hablar conmigo en español. Consultaba por un bloqueo de escritura en su tesis doctoral y temía no poder terminar sus estudios.
Anabelle nació y creció en una zona rural muy pequeña de Europa. La mayoría de las mujeres eran madres y amas de casa, en tanto que los hombres trabajaban. Aunque su familia había trabajado la tierra durante generaciones, su padre logró estudiar, terminó la preparatoria, y consiguió un mejor trabajo profesional. Su madre solo terminó la escuela primaria. Sus abuelos no leían ni escribían. Sus padres se casaron cuando su madre quedó embarazada.
Había sido una niña solitaria, retraída y tímida. Su adolescencia fue difícil, le costaba socializar y se sentía incómoda con su cuerpo, que escondía con ropa holgada, expresando el conflicto con la maduración de su femineidad. También se recogía el pelo y evitaba despertar atención o deseo. Era callada, tímida y se ocultaba detrás de sus amigas:
P.: “No me sentía merecedora de nada, ni siquiera de un novio, alguien que me escuchara o alguien que me hiciera sentir bonita o deseada. Supongo que tenía que ver con la falta de referentes y modelos a seguir. Veo la negatividad con la que siempre he visto la sexualidad, especialmente en periodos tan formativos como la preadolescencia y la adolescencia, la sexualidad como tabú, secreto, negación del deseo, negación de mí misma y de mi propia corporalidad”.
Anabelle y su hermana menor crecieron en casa de su abuela paterna. La situación política y económica de su país no era buena. Para emigrar, solicitó una beca para cursar un posgrado en Estados Unidos, que obtuvo pese a sus limitaciones con el inglés. Su aspiración era salir del entorno rural, estudiar y ver el mundo. No quería ser madre, temía repetir el destino de su madre y el de las mujeres de su pueblo, que ya casadas, debían mudarse con la familia política y cuidar de sus suegras.
Ella había crecido emocionalmente empobrecida. Existía una enorme falta en la función especular por parte de su madre, sin capacidad para comunicarse, expresar afecto ni estimar su valor. Vivía en un mundo de silencio, donde sus luchas o logros no eran reconocidos ni celebrados, dejándola desorientada en lo emocional, sin saber si lo que hacía estaba bien o no.
Conoció a su esposo durante su posgrado. Pese a proceder de una cultura diferente de la suya, también hablaba español. Él fue una fuente constante de apoyo, la ayudaba con su desarrollo profesional, en particular ayudándola a corregir sus trabajos ya que él dominaba mejor el inglés.
El análisis comenzó con dos sesiones semanales cara a cara, luego pasó a tres y actualmente concurre cuatro veces por semana, utilizando el diván. Por cinco años previos a la pandemia, viajaba más de dos horas (ida y vuelta) para llegar a sus sesiones sin tardanzas ni cancelaciones. Esto hacía pensar que ella intentaba hacerlo todo bien.
Cuando estalló la pandemia, debimos modificar rápidamente el encuadre y trabajar virtualmente. Anabelle mantuvo su costumbre de llegar antes a la sesión, esperando en la sala de espera virtual.
En la primera fase del análisis, trajo un sueño:
Venía a su sesión, había mucha gente en la sala de espera. Yo la invitaba a pasar. Anabelle me preguntó por qué había tanta gente y le dije que no importaba, que podía empezar a hablar. Había tres personas en el consultorio, una amiga suya, y una pareja que se besaba. Anabelle se sintió muy incómoda, así que le propuse ir a otro consultorio. Este resultó ser una sala de operaciones, con una cama quirúrgica. En sus asociaciones expresó que el sueño era desconcertante, especialmente la sala de operaciones. Le sorprendió que fuera como una habitación secreta, y sintió que en el sueño no podía hablar.
Este sueño permitió identificar elementos preedípicos y edípicos. Su deseo de estar a solas conmigo, la curiosidad y miedo hacia la pareja que se besaba y también el que ella se sintiera incómoda, son contenidos que aluden a conflictos psíquicos asociados con su sexualidad. También me pareció que el sueño expresaba que para Anabelle, la experiencia de ser escuchada era nueva, tal vez erotizada, y posiblemente intrusiva. Aparecía así el temor de quedar expuesta en el diván analítico como en una cama quirúrgica, exhibiendo sus órganos internos. También podría aludir al temor de una relación sadomasoquista en donde la analista la puede dormir, cortar, dominar, etcétera.
Anabelle se sentía estancada, y dudaba profundamente de su capacidad para continuar con su carrera. Este padecer duró varios meses. Exploramos sus ansiedades, los peligros psíquicos, su vulnerabilidad a la crítica, asociados con su incapacidad para escribir. Trabajamos sus sentimientos de carencia, el dolor por las perdidas, de dejar el lugar donde nació y creció, lo implicado en emigrar y salir de su entorno, y aspirar a algo diferente. Dejar atrás a su familia y lograr algo que sus padres no fueron capaces de hacer representaba un gran conflicto para ella.
Sus anhelos en la transferencia eran sentirse querida, aprobada y reconocida por su trabajo. Sin embargo, le sorprendía que las evaluaciones de los estudiantes sobre su desempeño como profesora fueran tan positivas. Le costaba aceptar estos elogios. También se sorprendió cuando la universidad le ofreció un puesto de titular que aceptó, pero sintiendo que no lo merecía y que sería incapaz de asumirlo.
Durante la pandemia, al trabajar desde casa, con su esposo empezaron a hablar más de los conflictos en su sexualidad. Anabelle tenía dificultades con la penetración. Le llevó mucho tiempo hablar sobre este tema en su análisis.
Carlos, su esposo, le confesó que había conocido a una mujer por las redes sociales, y que esta le despertaba deseos, con lo que colapsó su relación. Impulsiva y autodestructivamente, a pesar de la pandemia, Carlos viajó al exterior para conocer personalmente a esta mujer.
Este período fue muy difícil tanto para Anabelle como para mí en mi contratransferencia, pues fue muy difícil ser testigo de su gran sufrimiento. Sesión tras sesión sollozaba. Decidió irse de su casa y alquilar un departamento. En su desesperación, y anhelando protección, viajó a Europa para quedarse con sus padres. Pudo sostener virtualmente su trabajo académico y el analítico.
Sin embargo, mientras estuvo con sus padres no compartió con ellos su profunda angustia. Sollozaba a solas. Ellos sabían que había un conflicto entre ella y Carlos, pero no sabían exactamente qué había pasado. Tampoco hicieron preguntas, ni manifestaron ternura ni afecto, reproduciendo la distancia, la indiferencia y el silencio en los que ella creció.
Anabelle se sentía perdida, desesperada. Tampoco podía avanzar en la escritura, por lo que se interrumpió su titularidad en la universidad. Sin embargo, ocurrió algo inesperado. Sin proponérselo, encontró una historia que había escrito tres años atrás, olvidada por ella. Leerla le produjo asombro y sorpresa, por su gran fluidez.
Traer este texto al análisis desencadenó un proceso creativo evidenciado con una secuencia de eventos. El primero fue escribir un artículo aceptado para publicar. Un segundo evento fue recibir un contrato de una prestigiosa editorial que publicaría como libro su trabajo de titularidad. Un tercer evento fue la aceptación de otro artículo en una importante conferencia. Finalmente, fue invitada a integrarse a un prestigioso comité de su profesión.
Esto permite pensar su trabajo en la transferencia, el rescate y redescubrimiento de una parte de ella antes relegada al silencio y que ahora puede ser leída en el campo transferencial. También se evidencia el proceso de alucinación negativa, en el cual “desapareció” de su conciencia el artículo que le dio tanto reconocimiento.
Describo una viñeta durante este período:
Relata que encontró algo escrito tres años antes, cuando intentaba terminar su tesis.
P.: Recuerdo que era un momento en donde yo tenía ganas de escribir sobre mí, sobre mi pasado, no leí más, dejé el cuaderno cerrado encima de la mesa y dije: esto lo quiero leer aquí contigo. Si te parece voy a leerlo. No sé cómo está escrito, si hay algo que te llama la atención, puedes pararme.
A.: (Pienso que seguramente le preocupa lo que yo piense, pero no digo nada).
P.: “¿Cómo expresar, hablar de aquello que no puedes verbalizar? Aquello que se te pega a las entrañas, que se estira, que se enreda como un chicle, que te acompaña y no te deja sola. Que te angustia, que no te deja dormir, que te tortura…?” (Silencio).
A.: ¿Que piensas ahora que lo lees?
P.: Fuerte… me parece muy intenso lo que escribí en este momento, esa manera de no poder narrarme, no poder verbalizar mi experiencia, de querer decir algo y que no me salga… El chicle es algo que también se pega, es difícil de morder, es un esfuerzo, se puede enredar, también se te puede pegar y no te lo puedes sacar. Esa carga, ese peso de lo que he hablado muchas veces…
Anabelle considera que este cuento muestra: “Una historia traumática, de resentimiento y, sobre todo, de nunca sentirme suficiente, sentirme incapacitada, de sentirme un fraude”. También relata que en su temprana adolescencia, quizás en la pubertad, imaginaba ser escritora como su mayor deseo. Sin embargo, otros oficios parecían más accesibles y de mayor correspondencia con otra visión de las metas alcanzables como mujer.
P.: “Las mujeres profesionales a las que yo tenía acceso eran eso, peluqueras, enfermeras y maestras. No existía en mi mundo otra profesión que yo asociase con ser una mujer. Bueno, en realidad si, la profesión de mi madre, la de cuidar de sus hijas y ocuparse de la casa. Pero sabía que no lo quería para mí, yo no quería ser como mi madre, yo quería ser una mujer profesional con un trabajo. Nunca, ni en ese momento, tener hijos, tener un marido, tener una familia me interesó, no, yo quería trabajar y ser independiente. Poco a poco fui interesándome por la lectura. Era la mejor manera de conectarme con un mundo diferente al mío. El mundo rural en el que vivía me quedaba pequeño, yo quería más, quería salir, ver, experimentar, pero no podía, por eso leía, ¿pero qué leer? Mis horizontes y conocimientos eran limitados, no tenía a quién acudir para pedir consejo.
A.: (Contratransferencialmente siento tristeza]. En este momento me estas pidiendo que te escuche, que te aconseje, que te escuche atentamente, ya que nadie te ha escuchado).
Relata que lo que más le gustaba era leer, y se había preguntado: ¿por qué no escribir? Pero su obra de la juventud la decepcionó, le pareció llena de lugares comunes y carente de vuelo.
P.: “La historia que había escrito estaba llena de clichés, de lugares comunes, no aportaba nada a su género, era una repetición de lo que había leído en mis novelas de misterio pero una repetición mala; abandoné mi deseo de ser escritora. Me había dado una oportunidad, lo había intentado, pero no era para mí, no tenía talento. No le conté a nadie que había escrito esa historia, la enterré en mi inconsciente (ahora lo hace consciente y lo comparte conmigo). ¿A quién quería yo engañar? Yo era una “niñata”, no una escritora. Mi efímera carrera como escritora que yo misma empecé durante una tarde de verano en mi preadolescencia me dejo sin esa salvación. Mi destino estaba sellado, era un destino abocado a la incomunicación y al aislamiento. La escritura había sido simplemente un espejismo, un acto desesperado de salir de mi condición de mujer sin palabras y no había funcionado”.
A.: Me llama mucho la atención escuchar esto ahora, cuando tuviste tu bloqueo de escritura en el proceso de terminar tu doctorado.
P.: Síi, eran los momentos finales de mi tesis y me sorprende que haya escrito esto que fluye muy bien, y me sorprende que está muy bien escrito. Y lo encontré de casualidad. No sé… ya han pasado tantísimas cosas que claro, esto se había quedado totalmente en el olvido y esto de mi condición de mujer sin palabras…
A.: ¿Qué te viene a la mente?
P.: El espejismo… esa palabra que también la he usado cuando he hablado de toda la situación que he pasado con Carlos, que yo siempre me había sentido que nunca iba a tener pareja, me casé con Carlos y ahora que esto se ha roto, es como que fue un espejismo porque mi destino era estar sola, nunca tener pareja. Igual es con la escritura, mi destino es no escribir, es no poder comunicarme, que si alguna vez lo hago y me funciona es un espejismo, no es la realidad. Como un engaño que me hago a mí misma y en el proceso final de mi carrera, no poder escribir, no poder graduarme, no poder seguir adelante con mi vida… está muy fuerte…
A.: Esto nos ayuda a pensar por qué te era difícil salir a un mundo nuevo, el hecho de que tú estabas en el proceso de terminación y eso implicaba que estabas del otro lado, no del lado que te mantenía ligada a tu familia, a las mujeres de tu pueblo, era difícil que tú pudieras salir de ese entorno y pudieras ser una mujer profesional, intelectual, ya que significaba el dejar atrás tu pasado y permanecer en ese mundo atado a tu familia porque de alguna manera inconscientemente te sentías mal de dejarlos, de abandonarlos.
P.: Totalmente, me ahogaba, era una vida que me ahogaba, no era la vida que yo quería porque en mi escrito hablo del ahogamiento Madre mía, esto tiene mucha fuerza, Dios mío, esto tiene mucha fuerza, es la separación con mi familia, madre mía.
El trabajo de Anabelle en análisis le ha permitido ahondar en las escisiones y rupturas creadas por la migración. La ruptura con su pareja, y el verse sola, le ha permitido reconocer sus fortalezas yoicas, sus potencialidades como profesional, se ha sorprendido de su escritura, y le ha permitido abrir nuevos horizontes y seguir desarrollándose como profesional. Algo que era impensable y a la vez muy doloroso como migrante; no solo ha habido transformaciones por estos cambios, sino que también ha transformado su nuevo entorno.
Comentario acerca del Caso Anabelle
“No ser escuchada, no ser vista, no existir o
nada como sollozar juntas”.
No ser escuchada, no ser vista. La falta de una mirada narcisizante por parte de la figura materna marcó a Anabelle. La migración para otro país, otra cultura y otra lengua reactivaron la soledad y la falta de reciprocidad y de especularidad vividas en la infancia. Y simultáneamente crearon la condición de migración para otra vida, al ensanchar la grieta del silencio.
Llama la atención el primer comentario de Anabelle, relatado por la analista: “No me sentía merecedora de nada, ni siquiera de un novio, alguien que me escuchara o alguien que me hiciera sentir bonita o deseada”. Ella revela la falta de escucha y de mirada, al mismo tiempo en que trae, en negativo, el deseo de encontrar eso en alguien. Ella sabe lo que le falta, en algún lugar ella tiene noción de eso y puede nombrarlo tan precozmente en el análisis. Sabe, también, de los efectos deletéreos de su “invisibilidad”, ligándola al tabú de la sexualidad: “la sexualidad como tabú, secreto, negación del deseo, negación de mí misma y de mi propia corporalidad”. El modo como fue vista e investida, o más precisamente no (tan) vista y más precisamente no (tan) investida, fue el modo en el que configuró su presencia en el mundo, su corporalidad y su modo de vincularse. Su “mutismo” en la escritura no sorprende. Algo está atrapado en su interior, inhibido en su posibilidad creativa.
Anabelle, que trae la palabra “bella” en su nombre, no se sabe bella, no se sabe fea, no sabe de su cuerpo, de su deseo y de su existencia. Pero sabe que esas cosas resultan en la experiencia de negación de sí misma. Necesita encontrar una analista que la vea y la escuche, que logre resonar corporalmente su existencia, que se conmueva y se encante con ella, que la ayude en el cruce de estas fronteras. Y el primer hilo de esperanza se esboza cuando encuentra una que habla su lengua materna. “Empezó diciéndome lo contenta que estaba de poder hablarme en español”. Buscaba a alguien que hablara su lengua, es decir, que pudiera verla y escucharla en su singularidad y, a diferencia de las mujeres de su poblado, sacarla de su “mundo de silencio, donde sus luchas o logros no eran reconocidos ni celebrados”». Alguien con quien ella pudiese retornar, a través del idioma, al territorio previo al cruce de fronteras.
La posición del psicoanalista para ver y oír al analizado es privilegiada, porque lo hace desde afuera y desde aadentro, simultáneamente. La complejidad paradojal de esta posición puede ser comprendida como un juego de espejos:
El analista ocupa una posición peculiar en el campo transferencial: en parte, está fuera del mundo interno del paciente y ejerce una actividad en los diversos planos de la intersubjetividad como ámbito de soporte y continencia, como extraño enigmático y como espejo reflectante. Por otro lado, sin embargo, la transferencia lo sitúa como una de las voces del mundo interno, uno de los participantes de la intersubjetividad intrapsíquica del paciente (Figueiredo, 2009, p. 128).
Hablando desde adentro y desde afuera, la analista escucha y solloza (silenciosamente, en la contratransferencia) junto con Anabelle cuando su esposo viaja para conocer (ver) personalmente a otra mujer. “Sus anhelos en la transferencia eran sentirse querida, aprobada y reconocida por su trabajo”, pero lo que realmente necesitaba era que alguien sollozase con ella, llorase por ella y resonara su dolor. En su idioma. Idioma que, a su vez, necesitaba que le fuera devuelto, para así redescubrir el acceso al lenguaje y la posibilidad de hablar (escribir) en nombre propio.
Tanto el ver como el ser visto en su dimensión tridimensional –física y psíquica–, así como la resonancia corporal en la contratransferencia {la experiencia de la co-corporeidad (Coelho Junior, 2010) que es pre-verbal, sensorial, y que incluye el “tercero analítico” (Ogden,1994)} superaron las barreras de la asistencia virtual de Anabelle. Aquí no se reproducían “la distancia, la indiferencia y el silencio en los que ella creció”, permitiendo que el proceso de alucinación negativa fuera positivado. Reaparece el texto creativo de tres años atrás, desterrado de su conciencia, y que más parece haber sido escrito por un espejismo (tal vez la otra Anabelle, escritora, independiente, profesional, que aún no había podido “nacer” del todo). La presencia de lal analista que incluso en el análisis a distancia estaba completamente encarnada en su corporalidad, viéndola, escuchándola y hablando con ella de afuera y de adentro, daba cuerpo al doble transmutando así el espejismo en espejo.
Como dice Merleau-Ponty en El ojo y el espíritu, “el espejo aparece porque soy vidente-visible, porque hay una reflexividad de lo sensible, él lo traduce y lo reduplica. […] Mi cuerpo puede albergar segmentos extraídos de los cuerpos de los demás tal como mi sustancia se transfiere a ellos: el hombre es espejo para el hombre” (pp. 33-34). O no, cuando falla la función especular.
Correspondía a la analista operar con delicadeza lo que al principio del análisis le parecía a Anabelle un acto quirúrgico intrusivo, erotizado y sin palabras. Poco a poco, ella misma fue encontrando sus palabras olvidadas, cosiendo esas otras escritas tres años atrás con otras más antiguas, garabateadas en su adolescencia. La exposición de sus órganos internos ya no venía cubierta de miedo y asociada a una sumisión sadomasoquista al analista, que podía “dormirla, cortarla, dominarla, etcétera”.».
Anabelle dice en esos escritos:“»¿Cómo expresar, hablar de lo que no se puede verbalizar?”». Y reflexiona que allí se narra “una historia traumática, de resentimiento y sobre todo de no sentirse nunca suficiente, de sentirse incapacitada, de sentirse un fraude”. La analista cree que la paciente viajaba más de dos horas para llegar a las cuatro sesiones semanales, sin retrasos ni cancelaciones, porque “intentaba hacerlo todo bien”. Creo que encontró allí lo que nunca había conseguido en otras relaciones: la mirada que la ve, que la escucha, que la comprende, el cuerpo que hace resonar su cuerpo oculto tras ropas holgadas y aterrorizado de ser penetrado, y que le hizo palpitar, con sollozos (compartidos), la reescritura de su historia traumática.
En aquel momento, su escritura preadolescente había sido considerada por ella como un “espejismo, un acto desesperado por salir de mi condición de mujer sin palabras y no había funcionado”. La historia estaba “llena de clichés, de lugares comunes, no aportaba nada a su género”ro“. Es decir, no aportó nada al género literario y a lo que ella buscaba como aliento para existir a su manera en el género femenino, lejos de la invisibilidad de las ataduras destinadas a las mujeres de su patria. El matrimonio reprodujo algo de esa transparencia, en la cual ella se sentía no reflejada como ser humano, como mujer, sino que continuaba sintiéndose como un espejismo, algo de la esfera de la ilusión y de la alucinación.
Lo que no tenía palabras era “Aquello que se te pega a las entrañas, que se estira, que se enreda como un chicle, que te acompaña y no te deja sola. Que te angustia, que no te deja dormir, que te tortura…”. Antes ella decía que su escrito estaba lleno de clichés. Los clichés tomaron la forma de “chicles”. Una metamorfosis que apenas requiere trocar “H” por “L”. Apenas… ¡pero qué poder adquiere esta nueva imagen, qué condición para expresar algo enmarañado y atascado en las entrañas de esta mujer, impidiéndole ser fértil! No querer ser mujer en su clan natal, no soportar seguir el destino de su madre, no tener hijos, no estudiar y cuidar de su suegra, la mantenía presa en no poder tener creatividad.a.
Comprendió que el “espejismo” de su matrimonio se deshizo porque su “destino era estar sola y no tener nunca pareja”, además de “no escribir, no poder comunicar”. Fue un error, fue el efecto de un espejismo casarse y querer hacer un doctorado y ser escritora. Por supuesto, su matrimonio y su voz se secaron. Lo que conoció fue el ahogo del lugar de la mujer en su pueblo, un lugar invisible, inaudible e insoportable para ella. Acceder a “”ser una mujer profesional e intelectual” implicaba para Anabelle “dejar atrás su pasado” y abandonar a su familia. No tener voz, no poder hacer el relato de sí misma, por el contrario, era una forma silenciosa de permanecer estéril, de no reproducir la saga de las mujeres de su pueblo natal. Pero también de no abandonarlas.
La tristeza de la analista, sus lágrimas contratransferenciales, hicieron más fluido su paso “al otro lado” sin ahogarla.
“Me parece muy intenso lo que escribí en ese momento, no poder narrarme, no poder verbalizar mi experiencia, de querer decir algo y que no me salga…”. La construcción compartida de la narrativa migratoria de Anabelle y la posibilidad de simbolizar los dolores que la acompañaban abrieron el camino para desbloquear su voz y su creatividad. Para poder ser mujer a su manera. La migración, para Anabelle, no era solo desde su pueblo natal, sino desde su condición femenina natal, de su condición afectiva natal, de la invisibilidad y mudez sin palabras a las que se veía prisionera en su familia de origen.
1 luzmariastur@gmail.com, Miembro de la Asociación Psicoanalítica de Madrid y de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
2 pgetlinger@uol.com.br, Miembro de la Sociedad Brasileña de Psicoanálisis de San Pablo.
3 m.levinskywohl@gmail.com, Miembro de la Sociedad Psicoanalítica de Canadá y del Grupo de Estudios Psicoanalíticos de Vermont.
4 saraoxenstein@gmail.com, Miembro del Centro de Psicoterapia Psicoanalítica de Lima.
5 laurayaser@gmail.com, Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
Descriptores: SUJETO / PSIQUISMO / CASO CLÍNICO / GUERRA / CULPA / SUPERYÓ / ACCIDENTES / SECRETO / TRANSGENERACIONAL / MIGRACIÓN / SEXUALIDAD / ESCRITURA / TRANSFERENCIA / MUJER / LENGUA / CONTRATRANSFERENCIA
Candidatos a descriptores: RIZOMA / PANDEMIA
Abstract
Migration stories: frontiers of pain
Through the presentation of two clinical vignettes on migration stories, with commentaries, we try to illustrate the complexity of clinical work, taking into account the inter and intrasubjective aspects, as well as the transgenerational.
Resumo
Histórias de migrações: fronteiras da dor
Por meio da apresentação de duas vinhetas clínicas sobre histórias de migrações, além de ambos os comentários sobre estas, procuramos ilustrar a complexidade do trabalho clínico, levando em consideração aspectos inter e intrassubjetivos, como também transgeneracional.
BIBLIOGRAFÍA