Frantz Fanon: Psicoanálisis de guerra / Psicoanálisis de excepción
Tonatiuh Gallardo Núñez1
Resumen
Las neurosis de guerra posibilitaron al psicoanálisis entrar en el discurso psiquiátrico como una teoría científica válida; sin embargo, al no distinguir etiológicamente aquellas de las neurosis de paz, en realidad no representan una novedad. Los procesos patológicos desplegados en las guerras de colonización, por lo contrario, sí encarnan un fenómeno novedoso que permitiría echar luz sobre los límites de la terapia psicoanalítica.
I
¿Cómo comprender el papel no ya del psicoanálisis sino de los psicoanalistas en el campo de la política? Es decir, no frente a lo político así, en general, sino en el terreno de la acción política –sea esta organizada o no–. ¿Qué nos dice Freud al respecto?
Existe una primera pista cuando en 1908 Freud escribe La moral sexual “cultural” y la nerviosidad moderna. Hacia el final del texto, después de que Freud argumenta cómo es que esta moral sexual de su época daña al individuo y va en detrimento de la cultura misma, concluye: “Por cierto que no es del resorte del médico presentarse con unas propuestas de reforma” (Freud, 1908, p. 181). Es decir, el papel político del psicoanalista se ciñe a develar lo que se encuentra por debajo de los problemas sociales, justo aquello que los condiciona desde lo inconsciente, mas no es proponer una acción política que busque resolverlos. Es más, hacia 1912, en su texto Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa, reafirma:
En vista de los afanes de reforma sexual, tan vivos en la cultura de hoy, no es superfluo recordar que la investigación psicoanalítica, como cualquier otra labor científica, es ajena a toda tendencia. Solo pretende descubrir nexos reconduciendo lo manifiesto a lo oculto. Luego, no le parecerá mal que los reformadores se sirvan de sus averiguaciones para reemplazar lo dañino por lo más ventajoso. Sin embargo, no puede predecir si instituciones diversas no traerán por consecuencia otros sacrificios, acaso más graves (Freud, 1912, p. 180; la cursiva es mía).
Es decir, Freud no solo toma distancia con respecto a los afanes reformadores que podemos encontrar en Fritz Wittels, Otto Rank y Wilhelm Reich, sino que, específicamente, parece querer desligarse también de una figura un tanto oscura que se encontró en aquellos momentos gravitando en su vida: Christian von Ehrenfels.Esclarecer las relaciones personales y profesionales entre Sigmund Freud y von Ehrenfels es una tarea por realizar; y no solo porque el psicoanalista concibe su artículo sobre La moral sexual “cultural” “como una contribución” a la “importante argumentación” que el filósofo austriaco esgrime en su Sexualethik (Freud, 1908, p. 163), sino porque no es para nada un secreto a voces que von Ehrenfels fue un partidario de, entre otras cosas, la eugenesia racial que años después fuera llevada a cabo por el nacionalsocialismo alemán. Sus múltiples textos abocados a detener el “peligro amarillo” que desde el oriente amenazaba el statu quo del “hombre blanco europeo”, sus continuos embates a los movimientos feministas gestados a finales del siglo XIX, y sus propuestas políticas que fundaban el nuevo ordenamiento social desde el punto de vista de la “selección viril” dentro del marco del darwinismo social con especial énfasis en la superioridad de la raza aria, ya de por sí dan mucho que pensar (Ehrenfels, 1897; 1903-1904a; 1903-1904b; 1907; 1911; 1930)2. Si bien, en efecto, las propuestas más radicales de von Ehrenfels no comenzarían a surgir a partir de 1911, su manía reformadora ya estaba presente desde antes de su Sexualethik (1907), cosa que no le impidió ser invitado a la sesiones de los miércoles en casa de Freud, y sus textos discutidos en repetidas ocasiones.
Que la relación de Freud con von Ehrenfels fue más cercana de lo que parece, se puede inferir de cómo el psicoanalista, sagaz como casi siempre fue en el ámbito del pensamiento, acepta sin más la tesis del filósofo austriaco que sostiene una tajante diferencia entre la moral sexual “natural” y la “cultural”. Cuando por la primera entiende “aquella bajo cuyo imperio un linaje humano puede conservarse duraderamente en estado de salud y aptitud vital; y por la segunda, aquella cuya observancia más bien acicatea [anspornt] a los seres humanos para un trabajo cultural intenso y productivo” (Freud, 1908, p. 163)3; como si la organización comunal de las sociedades humanas –incluso en los albores de la civilización– no implicara ya de por sí un cometido cultural y ciertas reglamentaciones que, aunque rudimentarias, apuntan justamente a permitir la supervivencia del grupo.
En fin, sea como fuere –y más allá de la estima personal que pudo haber existido entre ambos pensadores–, considero que von Ehrenfels fue en mucho para Freud un modelo a no seguir, específicamente en lo que respecta a la acción política del médico. En definitiva, pareciera que el psicoanalista dio cuenta de que, al involucrarse y tomar partido en una cuestión política, es imposible detener una “tendencia”, un sesgo personal que, justamente, alejaría a la persona del médico de su lugar como psicoanalista. Y si a esto le agregamos que, a su alrededor, existe un cinturón de influencia conformado gracias a la transferencia que sobre él colocan sus pacientes, más que una acción política organizada, todo intento político se asemejaría más al accionar de las sectas religiosas o espirituales donde la fascinación y el fanatismo –más que la razón y la argumentación– representan el motor de la acción.
Ahora bien, todo esto en una situación “normal”, es decir, donde existe toda una armazón de seguridad y estado de derecho y justicia que permite enmarcar la convivencia social desde ciertos estándares conformados por un ideal de derechos humanos. Pero ¿y qué sucede cuando surgen eventos que generan un estado de excepción? ¿Cuando, por ejemplo, una guerra obliga a poner el cuerpo y la mente, literalmente, en la línea de fuego? ¿Se puede hablar de un psicoanálisis de guerra? Y, de ser el caso, ¿sería este distinto de un psicoanálisis llevado a cabo lejos de la línea del frente?
II
Comenzar a pensar el psicoanálisis desde el punto de vista que se desprende de los conflictos bélicos no fue algo fortuito, pues justo fue la primera asociación que vino a mi mente cuando leí el tema del presente congreso: La mente en la línea de fuego. La “guerra” y la “línea de fuego” son dos imágenes que fácilmente se aparejan.
Ahora bien, en términos generales, la línea de fuego implica necesariamente al cuerpo; delimita un espacio donde es la seguridad física la que está en juego, donde la muerte puede llegar en cualquier momento a través de un objeto o proyectil exterior que rompe nuestra piel y destroza nuestras entrañas. En este sentido también resulta difícil pensar al cuerpo en la línea de fuego sin implicar con ello necesariamente a la mente. Y esta fue justamente la lección clínica que salió al paso de los médicos y psiquiatras europeos que vivieron la Primera Guerra Mundial, con la sorprendente aparición de las así llamadas neurosis de guerra.
La historia de las neurosis de guerra resulta de interés no solo como un apartado de la historia de la psiquiatría y del psicoanálisis, sino que adquiere una importancia un tanto inusitada cuando se analizan en profundidad sus consecuencias –lamentablemente, en la presente charla solo marcaré algunas de las pautas que emergen a a luz de esta perspectiva.
En primer lugar, la aparición de las neurosis de guerra en el horizonte moderno occidental conllevó que muchos de los médicos y psiquiatras que rechazaban sin más al psicoanálisis y sus teorías se dieran cuenta de que Sigmund Freud no estaba del todo errado; es más, al enfrentarse con las neurosis de guerra, estos profesionales cayeron en la cuenta de que los modelos teóricos que fundamentaban la enfermedad mental en un proceso orgánico patológico no alcanzaban a colegir la mayoría de los trastornos psíquicos que pululaban en los campos de batalla (Ferenczi, 1918). Sin embargo, ello no fue suficiente para obligarlos a abrazar de lleno la teoría psicoanalítica, si bien pudieron constatar que esta les podía servir de guía en los malestares que atiborraban las trincheras de la Gran Guerra; no por ello aceptaron las cuestiones relativas al papel de los procesos inconscientes ahí involucrados en el decurso de toda enfermedad neurótica –menos aún de la importancia de la sexualidad infantil (Freud, 1919, p. 206), cosa que, por ejemplo, los llevó a generar una técnica terapéutica completamente errada.4
Ahora bien, habida cuenta de la inusitada importancia de las neurosis de guerra para la divulgación y aceptación –a medias– de la teoría psicoanalítica, resulta paradójico constatar que Freud mismo no habla mucho de este tipo de neurosis en su obra; es más, cuando este tema sale a colación, en realidad, siempre se refiere a un texto a mi parecer clave pero que poca atención ha generado. Y me refiero a la recopilación de los trabajos que sobre el tema se presentaron en el V Congreso Psicoanalítico llevado a cabo en Budapest en 1918, y donde los textos que lo conforman no son de Freud (quien solo escribe la pequeña introducción) sino de Sándor Ferenczi, Karl Abraham, Ernst Simmel y un agregado de Ernest Jones.
Más allá del alcance político y terapéutico que emana de estos textos, la importancia de estos trabajos se pone de relieve cuando se yuxtapone a una puntualización que Freud hace al paso en la ponencia que dictó en el susodicho congreso y que tampoco ha recibido, desde mi punto de vista, la atención debida.5
En su conferencia titulada Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica, Freud argumenta:
Ahora supongamos que una organización cualquiera nos permitiese multiplicar nuestro número hasta el punto de poder tratar grandes masas de hombres. Por otro lado, puede preverse que alguna vez la conciencia moral de la sociedad despertará y le recordará que el pobre no tiene menores derechos a la terapia anímica que los que ya se le acuerdan en materia de cirugía básica. Y que las neurosis no constituyen menor amenaza para la salud popular que la tuberculosis, y por tanto, lo mismo que a esta, no se las puede dejar libradas al impotente cuidado del individuo perteneciente a las filas del pueblo. Se crearán entonces sanatorios o lugares de consulta a los que se asignarán médicos de formación psicoanalítica, quienes, aplicando el análisis, volverán más capaces de resistencia y más productivos a hombres que de otro modo se entregarían a la bebida, a mujeres que corren peligro de caer quebrantadas bajo la carga de las privaciones, a niños a quienes solo les aguarda la opción entre el embrutecimiento o la neurosis. Estos tratamientos serán gratuitos. Puede pasar mucho tiempo antes de que el Estado sienta como obligatorios estos deberes. Y las circunstancias del presente acaso difieran todavía más ese momento; así, es probable que sea la beneficencia privada la que inicie tales institutos. De todos modos, alguna vez ocurrirá (Freud, 1919 [1918], pp. 162 y 163; la cursiva es mía).
No es un secreto que Freud haya concebido el psicoanálisis a partir de una clínica primordialmente conformada por personajes de la aristocracia (como Fanny Moser), o de la alta burguesía austrohúngara –banqueros (Elise Gomperz), grandes arquitectos (Marie von Ferstel), artistas (Olga Hönig), exitosos comerciantes (Anna von Lieben), etcétera–, y que, por tanto, su técnica se conformó a partir de las posibilidades de estos personajes (que, huelga decir, distan sobremanera del grueso de la clínica actual), cosa que Freud ya tenía en consideración; continúo con la cita:
Cuando suceda, se nos planteará la tarea de adecuar nuestra técnica a las nuevas condiciones. No dudo de que el acierto de nuestras hipótesis psicológicas impresionará también a las personas incultas, pero nos veremos precisados a buscar para nuestras doctrinas teóricas la expresión más simple e intuitiva. Haremos probablemente la experiencia de que el pobre está todavía menos dispuesto que el rico a renunciar a su neurosis; en efecto, no lo seduce la dura vida que le espera, y la condición de enfermo le significa otro título para la asistencia social. Es posible que en muchos casos solo consigamos resultados positivos si podemos aunar la terapia anímica con un apoyo material, al modo del emperador José. Y también es muy probable que en la aplicación de nuestra terapia a las masas nos veamos precisados a alear el oro puro del análisis con el cobre de la sugestión directa, y quizás el influjo hipnótico vuelva a hallar cabida, como ha ocurrido en el tratamiento de los neuróticos de guerra. Pero cualquiera que sea la forma futura de esta psicoterapia para el pueblo, y no importa qué elementos la constituyan finalmente, no cabe ninguna duda de que sus ingredientes más eficaces e importantes seguirán siendo los que ella tome del psicoanálisis riguroso, ajeno a todo partidismo (Freud, 1919 [1918]; la cursiva es mía ).
Esto adquiere un inusitado matiz cuando se yuxtapone a lo que Freud llegó a decir cuatro años después, en sus Dos artículos de enciclopedia:
Puesto que el psicoanálisis reclama de sus pacientes cierto grado de plasticidad psíquica, debe seleccionarlos ateniéndose a ciertos límites de edad; y puesto que exige ocuparse larga e intensamente de cada enfermo, sería antieconómico dilapidar ese gasto en individuos carentes de todo valor, que además sean neuróticos. Solo la experiencia obtenida en policlínicas enseñará las modificaciones requeridas para hacer accesible la terapia psicoanalítica a capas populares más amplias y adecuarla a inteligencias más débiles (Freud, 1923 [1922], p.246; la cursiva es mía).
Considero que no es para nada trivial que Freud equipare el tratamiento de las masas pobres de la población con el de las neurosis de guerra; no es poca cosa. Sobre todo si le agregamos al conjunto también a las personas de “inteligencia más débil“. Ahora bien, independientemente de la búsqueda de una nueva técnica psicoanalítica que, dicho sea de paso, Simmel (1918) la trata detenidamente en el texto que presentó al congreso bautizándolo como “psicoanálisis combinado”, el hecho de que Freud haya conjuntado en un mismo grupo a neuróticos pobres, neuróticos de guerra y neuróticos de inteligencia débil ya daría mucho en que reflexionar.
Sea como fuere, el caso es que esta afirmación viene a confirmar lo que los psicoanalistas ya habían dicho con respecto a las neurosis de guerra: que no existe una real diferencia etiológica con respecto a las neurosis traumáticas y las neurosis de transferencia de tiempos de paz (Freud, 1919, p. 208).
Sin embargo, y aquí es preciso mencionar: hay de guerras a guerras.
III
Línea de fuego es el título de una de las últimas novelas de Arturo Pérez-Reverte. En ella, el escritor español intenta transmitir el pathos que produjeron los hechos sucedidos durante los cuatro meses que duró el combate que se llevó a cabo en el valle del Ebro entre los españoles republicanos y los españoles franquistas, todo esto en 1938. Contienda que decidió el terrible desenlace de la guerra civil que se desatara en los entresijos de aquel país:6
Entender el idioma del enemigo, hablar la misma lengua de los que matan, de los que tienes que matar, es un suplicio que deprime como si una montaña cayese en los hombros… Un hombre que dice como nosotros novia y amigo, árbol y camarada. Que se alegra con las mismas palabras y jura también con las palabras que juras tú. Que iría a tu lado, bajo tu bandera, cargando sobre gentes extrañas (Rafael García Serrano, citado en: Pérez-Reverte, 2020).
Cita como uno de los epígrafes de su novela Pérez-Reverte.
No es lo mismo, entonces, ir a la guerra, es decir, pelear a muerte contra un extranjero invasor, que pelear a muerte en las condiciones en que se llevó a cabo la Guerra Civil española. Pues en dicho conflicto intestino, “la guerra entre hermanos” –si nos ceñimos al grupo de representaciones aparejadas cuando “se piensa la guerra civil desde el horizonte clásico”–, no respondía cabalmente a la stasis griega –un conflicto bélico cuyo fin es una reagrupación, es decir, una reordenación de la sociedad–. En la stasis, el oikos y la polis se mezclan requiriendo, necesariamente, un proceso de amnistía al final del conflicto (Agamben, 2015). La “guerra entre hermanos” desplegada en el conflicto español, por lo contrario –y ahí justamente su componente trágico–, respondió en realidad a la concepción moderna del conflicto bélico explicitada por Karl von Clausewitz, a saber: “la necesidad del máximo empleo de fuerzas para destruir al enemigo” (Clausewitz, 1832, Libro I) sin atenuar la trinidad por excelencia de la guerra, “el odio, la enemistad y la violencia primitiva de su esencia” (Clausewitz, 1832, p. 26).
Vemos entonces que no todas las líneas de fuego son iguales y, por lo mismo, podríamos suponer que tampoco las neurosis de guerra engendradas por conflictos más agudos serían del mismo tipo. Pues a pesar de que las trincheras se convirtieron en un infierno durante la Gran Guerra, al final, no dejó de ser un conflicto entre imperios que aún se apegaban a las leyes y costumbres de la guerra (jus in bello), y que no fue sino hasta la Segunda Guerra Mundial que los crímenes de guerra pudieron devenir también crímenes de lesa humanidad (scelus infandum), literalmente “atrocidades inhumanas cometidas contra personas desarmadas y que no son, en estricto sentido, acciones militares” (Schmitt, 1945, p. 125), pero que, en retrospectiva, no fueron un evento que surgiera en pleno siglo XX; el exterminio que los españoles, portugueses e ingleses cometieron en América también fue un crimen de lesa humanidad, así como lo que los japoneses hicieron en China, lo sucedido en Yugoslavia y, en general, en todas las guerras de colonización, especialmente las libradas por Europa en el continente africano. De estas últimas, y para concluir, tendría que mencionar las atrocidades que los franceses cometieron en Argelia, pues es de ese turbulento episodio de acciones inhumanas que surge Frantz Fanon.
IV
Mahmoud Darwish relata con atino en pocas palabras quién fue Fanon:
Frantz Fanon nació en la isla caribeña de Martinica el 25 de julio de 1925. Murió de leucemia en los Estados Unidos el 6 de diciembre de 1961. Tenía 36 años. A esa edad había sido protagonista de dos guerras, militante político en el Caribe, Europa y África del Norte, dramaturgo, psiquiatra en ejercicio, autor de numerosos artículos en revistas científicas, profesor, diplomático, periodista, director de un periódico anticolonial, autor de tres libros y un importante panafricanista e internacionalista (Mahmoud, 1994, p. 3).
Lo que le faltó decir a Darwish fue que su militancia, en realidad, fue con el Frente de Liberación Nacional argelino, hasta que el gobierno francés lo expulsó del país y tuvo que refugiarse en Túnez, donde continuó su labor como psiquiatra y militante del Frente. Se doctoró como psiquiatra en 1951 y estuvo tan cercano al psicoanálisis que, incluso, podría proponer que su tesis doctoral publicada por Le Seuil y que llevó por título Piel negra, máscaras blancas (1952) fue, literalmente, un ejercicio de autoanálisis de la talla de La interpretación de los sueños.Según nos relata Simone de Beauvoir, el trabajo de Fanon en el Frente cuando estuvo en el hospital de Bilda en Argelia, por ejemplo, fue entrenar de manera encubierta a los fydayine (las milicias del pueblo) para que pudieran lidiar no solo con los ataques de ansiedad y el terror que les generaba llevar a cabo los asesinatos que les demandaba la guerrilla, sino que también les enseñaba tácticas psicológicas para poder soportar las torturas y resistir los interrogatorios. Y es que encontrarse en el centro de una guerra como la de Argelia, y no solo eso, sino trabajar como psiquiatra en hospitales atendiendo tanto a argelinos como a franceses, lo llevó a enfrentarse a un tipo extremo de neurosis de guerra (tan es así que, incluso, habría que pensar en eliminar el término “neurosis”), pues no eran ya los más que consabidos ataques de ansiedad, la falta de movilidad de los miembros, los espasmos o los eternos temblores; no, la experiencia de Fanon lo llevó a desarrollar una patología de las guerras de colonización: síntomas reactivos severos, impulsos homicidas arbitrarios, alucinaciones paranoicas con comportamientos suicidas, episodios psicóticos donde la personalidad queda dislocada por completo, etcétera. Lo que la Gran Guerra les mostró a los psiquiatras europeos estaba muy lejos de parecerse a lo que Fanon se enfrentó en Argelia. A tal grado que, incluso, llega a proponer una teoría que, con base en las características mórbidas de la sintomatología presentada, podía establecer cuál fue el método de tortura utilizado en el paciente, pues las consecuencias psíquicas que provocan las golpizas indiscriminadas son distintas a las que generan las sesiones interminables de descargas eléctricas, o a las torturas psicológicas realizadas después de someter al prisionero con inyecciones intravenosas de pentotal, y un largo y terrible etcétera (Fanon, 1961). Cuando el cuerpo está tan imbuido en esta línea de fuego, la mente parece desaparecer; se quiebra. Cuando el factor económico externo es tan preponderante, como vemos en los casos de tortura extrema, las palabras no alcanzan. Por ello habría que tener en cuenta que el proceso de desarrollar la teoría psicoanalítica más allá de su estado actual bien podría conllevar, más allá de cierto límite, que el psicoanálisis deje de ser psicoanálisis. Y ese límite bien podría posicionarse en este justo punto en donde la experiencia traumática del cuerpo impide el desenvolvimiento de las palabras –como en las guerras, como en los exterminios–. Y donde el único papel del psicoanalista, como bien enseña Fanon, es practicar un psicoanálisis de guerra, es decir, un psicoanálisis que implica tomar una postura política dentro del conflicto bélico, puesto que ahí, en una guerra como la de Argelia o como cualquier otra de colonización, la curación, en el sentido occidental, carece por completo de sentido, sobre todo ”si por curación se entiende hacer al sujeto encajar en una sociedad de tipo colonial” donde él, justamente, es el colonizado (Fanon, 1961, pp. 181-182). Frente al horror de la guerra habría entonces que practicar un psicoanálisis de excepción.
1 gallarto@gmail.com. Universidad Nacional Autónoma de México.
2 No está de más apuntar que von Ehrenfels fue uno de los pioneros que desarrollaron la teoría de la Gestalt (Ehrenfels, 1890).
3 «Als natürliche Sexualmoral ist hier diejenige zu verstehen, unter deren Herrschaft ein Menschenstamm sich andauernd bei Gesundheit und Lebenstüchtigkeit zu erhalten vermag, —als kulturell diejenige, deren Befolgung die Menschen zu intensiver und produktiver Kulturarbeit anspornt» (Ehrenfels, 1907: 7).
4 Partiendo de la idea de que las afecciones de los neuróticos de guerra no tenían un correlato orgánico que las sustentase, Strümpell, por ejemplo, extendió la idea de que eran simuladores. De ahí que el ejército alemán, según nos comenta Freud (1920 [1950]), decidiera realizar un tipo de terapia sui generis: hacer más penosa para los soldados la estancia en los hospitales que en el frente de batalla.
5 Agradezco a Jesús Ramírez Escobar el haberme hecho notar este punto.
6 Aunado a ello, puedo remitir también al ciclo novelístico El laberinto mágico, de Max Aub, donde, especialmente, su Campo de los almendros es una ineludible lectura para comprender la profundidad de este conflicto bélico.
Descriptores: PSICOANALISTA / POLÍTICA / NAZISMO / FREUD, SIGMUND / NEUROSIS TRAUMÁTICA / GUERRA / TRATAMIENTO PSICOANALÍTICO / CRIMEN / TORTURA
Abstract
Frantz Fanon: psychoanalysis of war / psychoanalysis of exception
War neuroses made it possible for psychoanalysis to enter psychiatric discourse as a valid scientific theory; however, since they are not etiologically distinguished from peacetime neuroses, they do not represent a novelty. The pathological processes deployed in the wars of colonization, on the other hand, do constitute a novel phenomenon that may shed light on the limits of psychoanalytic therapy.
Resumo
Frantz Fanon: Psicanálise de Guerra / Psicanálise de exceção
As neuroses de guerra possibilitaram à psicanálise entrar no discurso psiquiátrico como uma teoria científica válida; entretanto, ao não se distinguir etiologicamente aquelas das neuroses de paz, em realidade não representam uma novidade. Os processos patológicos desenvolvidos nas guerras de colonização, pelo contrário, sim, encarnam um fenômeno inovador que permitiria esclarecer os limites da terapia psicanalítica.
BIBLIOGRAFÍA