Filicidio-Adulticidio

Las mutaciones cualitativas del presente

Hilda Catz 1

Resumen

El Filicidio del que hablaba Rascovsky (1973) se consuma hoy desde la perspectiva planteada en el concepto de “Adulticidio”: no solo nos encontramos con un padre-hijo-adolescente extraviado, o una función tercera débil, y que ha dejado vacío el lugar de quien encarna la “ley de la palabra”, sino también con el déficit de las funciones parentales que han perdido su eficacia simbólica e instituyente para la sociedad. Hoy hallamos estados de orfandad psíquica, en los que no se puede dejar de sentir la fragilidad de adultos distraídos, abstraídos, absortos y agobiados en la mayoría de los casos que recibimos en consulta. Observamos marcados déficit de transmisión de los vínculos que otorgan sentido y brindan amor estructurante. Los padres y/o adultos a cargo, también desamparados, no están ni presentes ni ausentes; la suya es una presencia evanescente. La propuesta sería sostener la mirada psicoanalítica frente a las “mutaciones cualitativas del presente” (Motta, 2020) para tratar de recuperar el registro subjetivo que cada uno tiene de lo humano, como  soporte de la palabra necesaria para explorar lo desconocido. Lo que llamo “adulticidio” es la otra cara del filicidio, de niños, adolescentes y adultos que reproducen la violencia de una sociedad de “hermanos huérfanos”. Ellos enmascaran esas ausencias, esos vacíos con distintas certezas y fundamentalismos que enmudecen el sufrimiento psíquico padecido pero no sentido.

“Quizás el deber de escuchar y la cuestión de filiar nutran y sustenten el derecho a ser oído”.

Luciana Kuperman (2021, p. 94).

Introducción

En El señor de las moscas W. Golding (1954) cuenta acerca de un grupo de niños que naufragan y sobreviven luego de la caída del avión en el que viajaban con sus padres, que mueren todos. Estos niños, algunos de ellos púberes, se organizan en una isla solitaria, donde reproducen toda la violencia y la crueldad de la sociedad. Al final del libro, al llegar a la playa el capitán de un barco que los rescata, se encuentra con dos grupos de chicos matándose entre ellos, y pregunta: “¿Hay algún adulto acá?” Y esa es la pregunta que me llevó a formular este trabajo, un desafío que nos confronta cada día con la peor de las violencias, en palabras de Baudrillard (2003), la violencia incandescente de la indiferencia.

            En la actualidad hay un predominio de consultas por desbordes de la acción erótico-destructiva, consumo de estupefacientes y, en muchos casos, desafiante burla ante toda figura de autoridad. Se trata de adolescentes, e incluso adultos, que se comportan como tales, muchas veces melancolizados y/o desenfrenados, con estallidos de furia y conductas autodestructivas hasta el extremo de llevar a cabo intentos de suicidio por sobredosis, alcoholemia y conductas de riesgo. 

            Por otro lado, vemos cotidianamente adultos a cargo y/o padres no dispuestos a privarse, a dar lugar a que el niño pueda “anidarse” y el adolescente “separarse” para subjetivarse, que los enfrentan por un lado con el desasimiento de la autoridad parental de la que hablaba Freud en La metamorfosis de la pubertad (1905), y por el otro, con un Otro desdibujado, adulto a cargo desasido de su función.

            Nos preguntamos dónde habrán quedado esas palabras que la hermana de Frederick Chopin, Ludwika (1844) le escribiera en ocasión de la muerte de su padre: “Convéncete de que papa murió con serenidad, en la dulce certeza de que sobrevivirá en sus hijos, cuyo corazón él ya había formado según el suyo propio” (p. 28), que hablan de la cuestión de la transmisión “como un deber marcado por los gestos de la cultura dirigidos al presente y al porvenir”, como dice Frigerio (2021, p.  93).

            A todo ello se suma, para complejizar aún más el panorama, la pandemia que estamos atravesando y el confinamiento consecuente que exacerbó las regresiones, el co-lecho, el abuso sexual infantil y la sobreexcitación incestuosa de los adolescentes que tienen que estar confinados al lado de quienes tienen que separarse, y también el notable incremento tanto de la violencia como del suicidio y el femicidio. 

            ¿Qué pasa cuando falta la falta? La respuesta y consecuencia parece obvia: los niños y los adolescentes en la sociedad actual ocupan el lugar de objeto de consumo, en muchos casos de desecho, objetos de sujeción pero no sujetos capaces de objeción; en otros casos parecen haber devenido amos de la familia donde toda la dinámica gira engañosamente a su alrededor a los fines del sometimiento y la manipulación por parte de quienes los tienen a su cargo.

            Los diagnósticos en niños y adolescentes, que permanecen aprisionados en ese juego destructivo, reflejan los desórdenes de atención y la hiperactividad ya no de los propios niños y adolescentes, sino de sus padres. La sociedad en su totalidad no les habilita espacios de escucha para transicionar la infancia y la adolescencia. No son escuchados ni, paradójicamente, hablados; tampoco son envueltos por la mirada y la palabra como necesidad y soporte para explorar lo desconocido.

            Como ese niño de 5 años que le pedía al padre que lo escuchara con los ojos cuando le hablaba, reclamando ser contenido y ser albergado. “Porque estamos hechos de tiempo, del tiempo que los otros nos donaron y del tiempo que nosotros donamos para ir entretejiendo la trama de la vida” (Catz, 2021, p. 139).

            Por todo lo expuesto, desde la perspectiva planteada quisiera subrayar lo que he denominado el “Adulticidio”, neologismo que no esta en oposición al de “Filicidio” sino que lo complementa, ya que destaca la ausencia de adultos y su letalidad acentuada en épocas de crisis civilizatoria universal como la que estamos atravesando, donde predomina la necesidad de apego y protección. La pandemia, tal como describe Camus (1947), deja al desnudo las “almas” y ese espectáculo suele ser horroroso porque en este caso desenmascara una cuestión muy arcaica como es el maltrato hacia la infancia y sus consecuencias en la adolescencia.

            Ese maltrato se hace presente en la demanda de niños y adolescentes suficientemente buenos, que no perturben el frágil equilibrio narcisista de quienes los tienen a su cargo, donde se puede observar un interjuego cruel entre Filicidio y Adulticidio, lo cual constituye un motivo de reflexión de la cuestión ética, cultural, filosófica y económica. 

            Siguiendo las ideas de Giovanni Sartori (1997) sin buenas instituciones no hay nada, ni política, ni cultura ni civilización. Y parece que de eso se trata, que la vida puede ser tanto el campo donde se lleva a cabo la sujeción a los aparatos bio-políticos, como el terreno donde proliferan devenires minoritarios, el campo ético de subjetivaciones que se sustraen a los procesos de sujeción en nombre del derecho a la vida.

Desarrollo

Podría pensarse que debido a los déficit parentales la cadena de la transmisión psíquica se halla seriamente perturbada, por la ausencia de inscripciones simbólicas, y/o por la hiperpresencia de antecesores patriarcales que pretenden ser clonados por su descendencia, donde aparece la función paterna pervertida en mandatos tanáticos y nepotismos esclavizantes.  

            ¿Qué pasa con el Otro? Observamos que faltan en él significantes fuertes; los hay débiles, desdibujados, inadecuados para la identificación. Allí donde el niño y el adolescente van en busca de respuestas y protección, encuentran como mensaje invertido que todo el saber ha quedado de su lado. Como el grafiti de la Universidad de Berkeley (1990) que decía: “Por falta de interés el futuro ha sido cancelado”, concomitantemente con el abrumador aumento de la tasa de suicidios.

            Y así, ontológicamente aturdidos, nos enfrentamos al impacto de los escenarios violentos que circundan una infancia y una juventud vulnerables, sensibles por definición en sus búsquedas de ambientes subjetivantes. Incluso vemos adultos confundidos que nos compelen a lidiar con las particulares formas de desamparo, desintegración y errancia que expresan modos diferentes de experimentar la marginación en todas las clases sociales. Se acrecienta así el peligro de que, ante la ausencia de una mirada comprometida, quede vacante el lugar para la hiper-presencia de una mirada vigilante, descarnada y robotizada, como dice Orwell (1948) en 1984, donde considero que es la subjetividad la que pasa a estar en el “grupo de riesgo” (Catz, 2020, p. 35).

            La caída de la eficacia simbólica de la ley paterna y sus derivaciones nos llevan a replantear el mito de Edipo desde otros vértices simbolizantes donde puede observarse que las palabras funcionan como mandatos superyoicos. Como tales impelen a gozar, desdibujando los límites donde no se exige la renuncia a la satisfacción inmediata, sino que se la incentiva, ya que el deber que imponen es gozar. Ello tiene lugar en contraposición con lo que dice Lacan (1966): “La verdadera función del padre es fundamentalmente unir (y no poner en oposición) un deseo y la Ley” (p. 321). 

            Nos encontramos con estados de orfandad psíquica, en los que no se puede dejar de sentir la fragilidad de ese edificio en ruinas que simboliza la parentalidad ejercida por adultos distraídos, abstraídos, absortos y agobiados en la mayoría de los casos que recibimos en consulta. Observamos marcados déficit de transmisión de los vínculos de donación de sentido y amor estructurante, donde los padres y/o adultos a cargo, si los hay, muchas veces no están ni presentes, ni ausentes, sino con una presencia evanescente. Dan la impresión extraviada de una ausencia, aparentan ser indiferentes y el hijo aparece flotando entre los dos, como si permaneciera en suspenso en el espacio transicional de sus padres. 

            Del mismo modo, es de destacar que existe una idealización de la adolescencia, donde los déficit parentales también operan en la subjetivación del tiempo produciendo un efecto de falta de corte simbólico, de límites. Puede observarse que muchos adolescentes padecen el estar instalados en una especie de eternidad junto con los adultos, como decía antes, en el espacio transicional de sus padres, donde pasan a ser “objetos transicionales” de sus padres.

            Ante la carencia de guía y protección de la función paterna, ante su declinación, privados de orden y ley simbólica, tratarán de suplir este déficit de diversas formas, según las diferentes posibilidades y oportunidades. En algunos casos, esto se produce en el marco de grupos adolescentes sectarios presididos por un subrogado paterno que hace las veces del proto-padre de la horda primitiva que Freud (1912-1913) describiera en Tótem y tabú. Se posicionan de esta manera como lo que se ha dado en llamar las nuevas tribalizaciones, que brindan una ilusión de amparo, seguridad y certidumbre frente a la obsolescencia circundante.

            Si logramos hacer un espacio para reflexionar ante la fuerza disolvente y aniquiladora de este tipo de situaciones, podemos ver a muchos niños y adolescentes como víctimas propicias, presos en “cadena perpetua”, simbólicamente hablando, de un círculo infernal con pocas perspectivas de salida. “Huérfanos” encolerizados en una escena que, en virtud de su complejidad y extrema gravedad, requiere ser estudiada desde diferentes vértices, económico, socio-cultural, legal, psicológico e institucional que sostenga y habilite la imprescindibilidad estratégica de las funciones parentales.

            Al transcurrir las generaciones en nuestra cultura, observamos muchas veces que la transmisión está signada por la ausencia, o por una función paterna desvitalizada, inoperante, que no dejó lo que podría llamarse una marca, como pasaje necesario para la estructuración psíquica.

            ¿Cómo sostenemos nuestro trabajo basado en los vínculos, en un mundo en el que lo inmediato predomina atacando el espacio de encuentro con el otro mediatizado por el tiempo? ¿Cómo hacemos para volver pensable lo impronunciable? ¿Cómo conseguir mantenernos en el margen como un espacio de transición, de interrogación permanente, un “entre” donde no nos dejemos capturar ni por la fuerza entronizada de los prejuicios ni por la seguridad imaginaria de las certezas? 

            A lo largo de los últimos años nos hemos encontrado con que cada vez hay más padres que necesitan un mayor sostén para la crianza de sus hijos y, por lo tanto, cada vez hallamos mayores niveles de vulnerabilidad. 

            En este contexto, observamos algunos fenómenos: funciones materna y paterna diluidas, debilitadas, sofisticadas técnicas de fertilización asistida, las cuales vulneran las certezas de maternidad o paternidad, y que nos llevan a preguntarnos qué márgenes estamos ocupando, qué fronteras delimitando y qué horizontes vislumbrando para enfrentar las paradojas de nuestro tiempo.

            Justamente desde el vértice del testimonio he hallado una ligazón a la función parental que quisiera destacar con la frase: “Padre, píntame el mundo en mi cuerpo”, extractada de un canto indígena de Dakota del Sur que cita Galeano en su libro Espejos (2008, p. 2).

            Y continuando con nuestra argumentación, podemos preguntarnos si en la actualidad los padres están pintando el mundo en el cuerpo, dejando trazas que contienen y sostienen un proceso de humanización, o si no nos hallaremos con una apatía generalizada donde se sienten excluidos o exentos de esa difícil tarea de transformar al bebé que nace en un ser humano. 

            Porque tener un bebé es un hecho psicológico complejo, no solo un hecho biológico y, como tal, requiere ser acompañado por el entorno, la sociedad, la cultura. Frigerio (2021) nos dice: “[… ] un pequeño necesita, espera un anfitrión, un buen entendedor, un donante de palabras, un ofrecedor generoso de materia prima identitaria […]. ¿Qué necesitan? ¿Qué necesitamos? Un bondadoso narrador. Alguien que nos dé un nombre, que nos identifique, que nos reconozca y que nos invente una historia acerca de nosotros mismos […]. ¿Qué significamos para el otro?” (p. 214).

            Por otro lado, los déficit que empezamos a observar en las funciones parentales nos enfrentan, en el mejor de los casos, con padres cumplidores, que hacen todo lo necesario para que el bebé viva, pero que no le ofrecen ese plus de placer, no solo para que viva, sino para que elija la vida, si parafraseamos a Aulagnier (1996), para poder construir una historia juntos.

            Todo lo expuesto nos lleva a reflexionar sobre la necesidad que tienen niños y adolescentes de que quien esté a su lado posea un espacio mental disponible para ellos, que los pueda albergar; que tenga disponibilidad para acogerlos y, por lo tanto, para poder pensarlos. Se trata de poner en juego la capacidad de espera, de tolerancia ante esa necesidad de los adolescentes por ejemplo de esconderse, de ensimismarse, sin olvidar que esconderse es un placer pero no ser buscado, no ser hallado, constituye una desgracia, como decía Winnicott (1941).

            Desde el primer juego con el cuerpo de la madre, del que nos hablaba Klein (1964), de ir descubriéndolo, su primer juguete; el juego de mirarla y sentirse reflejado en su mirada, donde luego ya no es su madre quien lo mira, pero si se mira a sí mismo, si puede verse, es porque lo han visto primero. Si puede hablar con otro es porque fue hablado, si puede encontrarse en el espejo es porque fue buscado, encontrado, re-conocido. De lo contrario, cuando eso no sucede se produce la extrañeza, se devela la ausencia devastadora de una mirada absorta, extraviada, porque cuando ese espejo se rompe el desenlace es imprevisible e irremediable. A lo que se suma la crueldad filicida de una función paterna diluida, de la violencia de esa ausencia de la función tercera que rescata, invita al juego de la vida para no quedar engolfado en la simbiosis patológica de la locura maternante.

            Al haber desertado el padre de su lugar simbólico, desaparecen también el legado, la norma, la guía y, como dice Recalcati (2017), la ley de la palabra. Ausente el padre, en nuestra cultura, nos dice este autor, nace el complejo de Telémaco; Ulises deberá sortear todo tipo de peligros y tentaciones, pero lo guía la misma ansia de reencuentro que hace a su hijo salir a buscarlo.

            En contraposición con Ulises, el padre actual está extraviado, pero no quiere ni le interesa volver. Se pone de esta manera en escena el abandono y lo que he denominado Adulticidio, la otra cara del Filicidio. Porque no nos olvidemos de que, como dice Lacan: “Solo el juego jugado con el padre, el juego que gana el que pierde, le permite al niño conquistar la vía por la que se registra la primera inscripción de la ley” (1957, p. 211).

Conclusiones

Como analistas no podemos desconocer la subjetividad de la época en la que estamos inmersos junto con nuestros pacientes y que nos reclama una interrogación permanente con respecto a nuestra labor profesional y a los mandatos bio-políticos del entorno, del imaginario social instituyente, para emplear un término de Castoriadis (1997), en que la sociedad no es la simple sumatoria de individuos o de sus interacciones, sino una red cambiante de significados que configura modos de comportamiento y creencias mediante los cuales se conserva como tal. 

            Por todo lo expuesto solemos encontrarnos con niños, adolescentes y adultos en un caos, donde reproducen toda la violencia de una sociedad de “hermanos huérfanos” (Benuzzi, 2009) que otean el horizonte esperando no solo a un padre que ha desertado de su lugar simbólico, sino también lo que podríamos llamar las funciones parentales, con el agravante de una sociedad que también cuestiona y cercena su eficacia. Es una sociedad de sujetos cargados de agresividad especular (“yo o el otro”), carentes de valores éticos, donde los vínculos que prevalecen son predominantemente pasionales e incestuosos. 

            Nos enfrentamos de esta manera con las expresiones inequívocas del efecto devastador que genera la ausencia de una Ley que los inscriba en una socialización posible y pasible de intercambios estables, sin dejar de considerar tampoco los efectos del patriarcado y sus letales consecuencias. Porque hay que tener en cuenta que el padre se puede mantener como garante de la Ley solamente si el imaginario social instituyente lo considera como tal sin olvidar, tampoco, que la declinación de la eficacia simbólica de la función paterna y de las funciones parentales obedece a factores múltiples y complejos, que pueden observarse con diferentes disfraces y ropajes en todas las clases sociales. 

            El Filicidio del que hablaba Rascovsky (1973) se consuma hoy desde la perspectiva planteada en el concepto de Adulticidio, donde no solo nos encontramos con un padre-hijo-adolescente extraviado, o una función tercera débil, y que ha dejado vacío el lugar de quien encarna la “ley de la palabra”, sino también con el déficit de las funciones parentales, por lo que no hay legado posible. 

            Ello da lugar, por lo tanto, a la ilusión de que todo es posible, crea la falsa sensación de libertad, con el riesgo de que sin ideales tanto los niños como los jóvenes se arrojen a un goce vacío y mortífero donde lo que predomina es el Just do it (“hazlo y ya”) como una de las formas veladas de disolución del deseo y de la privación de la esperanza en lo por-venir del porvenir, el futuro.

            Las fronteras de las generaciones se borran o se derriban y el modelo ofrecido por los padres parece superado en algunos casos por las innumerables innovaciones tecnológicas de estos últimos años en materia de comunicación que amplían aún más la brecha donde los mayores se muestran poco interesados en asumir una postura generacional que los envejece, y que al mismo tiempo los destituye. 

            Para finalizar, nos preguntamos entonces cómo sostener la mirada psicoanalítica frente a las “mutaciones cualitativas del presente” (Motta, 2020) que se extienden en sus diferentes ámbitos para tratar de recuperar el registro subjetivo que cada uno tiene de lo humano. Humano no como resultado de un juicio de valor y atribución, sino precediéndolo, como necesidad y soporte de la palabra necesaria para explorar lo desconocido, el caos. Lo que llamo el Adulticidio como la otra cara del Filicidio, de niños, adolescentes y adultos que reproducen la violencia de una sociedad de “hermanos huérfanos”, y que embanderan esas ausencias, esos vacíos con distintas certezas y fundamentalismos que enmudecen el sufrimiento psíquico, padecido pero no sentido.

“[…] esta producción es también una invención de memoria.

Hace de las palabras las salidas de historias mudas”.

De Certau (2000, p. 12).

1 hildacatz@icloud.com. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.

Descriptores: PATOLOGÍAS DE LA AUTODESTRUCCIÓN / PANDEMIA / INFANCIA / ADOLESCENCIA / OTRO / PARENTALIDAD / FUNCIÓN PATERNA

 

Candidato a descriptor: ADULTICIDIO

Abstract

Filicide-Adulticide: The qualitative mutations of the present

The Filicide  of which Rascovsky spoke is consummated today in the concept of  “Adulticide”: we find disoriented adolescent-like parents whose third function is hardly fulfilled, who left empty the place of the ones who embody the “law of the word” and have a deficit of parental functions, and who lost their symbolic and instituting efficacy for society. Today we find states of psychic orphanhood, in which one cannot help but feel the fragility of adults, who look distracted, abstracted, self-absorbed and overwhelmed in most of the cases that come to the consultation. Marked deficits in the transmission of the bonds that give meaning and provide structuring love are observed. The parents and/or adults in charge, as helpless as the children they come with, are neither present nor absent; theirs is an evanescent presence. The author proposes to sustain the psychoanalytic gaze in the face of the “qualitative mutations of the present” (Motta) so as to recover the subjective register of humanity each person has, as a support for the necessary word to explore the unknown. What the author calls “adulticide” is the other face of the filicide of children, adolescents and adults who reproduce the violence of a society of “orphan siblings” who mask these absences, these voids, with different certainties and fundamentalisms that mute the psychic pain suffered but not felt.

Keywords: PATHOLOGIES OF SELF-DESTRUCTION / PANDEMICS / CHILDHOOD / ADOLESCENCE / THE OTHER / PARENTHOOD / FATHER FUNCTION

 

Keyword candidate: ADULTICIDE

Resumo

Filicídio-Adulticídio. As mutações qualitativas do presente

O Filicídio do qual falava Rascovsky (1973) se leva a cabo hoje desde a perspectiva proposta no conceito de Adulticídio, onde não só nos encontramos com um pai-filho-adolescente extraviado, ou uma terceira função débil, e que deixou vazio o lugar de quem encarna a “lei da palavra”, senão também com o déficit das funções parentais que perderam sua eficácia simbólica e instituinte para a sociedade. Encontramo-nos com estados de orfandade psíquica, em que não se pode deixar de sentir a fragilidade de adultos distraídos, abstraídos, absortos e angustiados na maioria dos casos que atendemos no consultório. Observamos marcados déficits de transmissão dos vínculos de doação de sentido e amor estruturante, onde os pais e/ou adultos responsáveis, pela sua vez desamparados, não estão nem presentes, nem ausentes, mas sim com uma presença evanescente. A proposta seria como manter o olhar psicanalítico diante das “mutações qualitativas do presente” (Motta, 2020) para tentar recuperar o registro subjetivo que cada um tem de humano, como necessidade e suporte da palavra necessária para explorar o desconhecido. O que chamo o adulticídio como a outra cara do filicídio, de crianças, adolescentes e adultos que reproduzem a violência de uma sociedade de “irmãos órfãos”, e que embandeiram essas ausências, esses vazios com distintas certezas e fundamentalismos que emudecem o sofrimento psíquico sofrido, mas não sentido.

Palavras-chave: PATOLOGIAS DA AUTODESTRUIÇÃO / PANDEMIA / INFÂNCIA / ADOLESCÊNCIA / OUTRO / PARENTALIDADE / FUNÇÃO PATERNA

 

Candidato a descritor: ADULTICÍDIO

Bibliografía

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