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ESCUCHAR LA SEXUALIDAD A TRAVÉS DE LAS PALABRAS

Juan Gennaro1

Resumen

A partir de tres ejemplos clínicos, el autor describe la forma en que la escucha psicoanalítica permite, en su especificidad, desentrañar los contenidos ocultos y en particular la sexualidad que frecuentemente permanece oculta o velada en el discurso manifiesto de los pacientes. Para explicitar los tres componentes que, inextricablemente enlazados, constituyen esta particular manera sesgada de escuchar y que corresponden a la singularidad de la escucha psicoanalítica y que permite diferenciarla de otras formas de escucha, utiliza la imagen del estereograma que, en la manera sesgada de observarlo, permite descubrir la figura oculta en el entramado complejo del dibujo y que irrumpe súbitamente en una experiencia próxima del Unheimlich (lo extraño inquietante) en la conciencia del analista. En los tres casos descriptos el autor muestra la manera en que eldiscurso del paciente se infiltra en el mundo interno del analista, despertando vivencias, recuerdos o representaciones de otros discursos o del mismo analista, permitiéndole acceder a dimensiones de sentido que, a su vez, podrán ser utilizadas para construir interpretaciones, que podrán ser explicitadas o no. En elúltimo ejemplo el autor describe la manera en que determinados contextos o discursos pueden adquirir una dimensión traumática provocando, más tarde, inhibiciones o síntomas. La escucha analítica permite asimismo entender cómo los contenidos sexuales latentes se articulan en el campo transferencial en elaquí y ahora de las sesiones, permitiendo interpretarlos y elaborarlos.

Adán y Eva
La serpiente
partió el espejo
en mil pedazos,
y la manzana 
fue la piedra
Como mi corazón
así tú,
espejo mío.
Jardín donde el amor
me espera.
Federico García Lorca.

Hace algunos años, en un amable intermedio en un interesante congreso psicoanalítico y luego de un debate sobre la perturbada sexualidad de un paciente que allí era presentado, me encontré, como sucede habitualmente, intercambiando ideas con una colega. En un, sin duda, inesperado arranque de sinceridad, adoptó una expresión soñadora y me dijo:  “Mis pacientes no me hablan casi nunca de su sexualidad”, a lo que respondí, tratando de no ser descortés: “Pues los míos, en general, solo hablan de eso”. Reflexionando luego, en este corto diálogo, pensé que, tal vez, habría sido más pertinente decir que la cuestión no era tanto lo que los pacientes nos decían sino, sobre todo, la manera en que escuchábamos su discurso. Planteábamos, en un trabajo anterior (Gennaro, 2016, p. 207),  que la escucha analítica es, posiblemente, el núcleo distintivo del trabajo psicoanalítico, lo que permite entonces diferenciarlo de cualquier otro tipo de abordaje terapéutico y establecer, por un lado, la frontera (aunque difusa) de lo que es psicoanálisis de lo que no lo es y, por otro lado, poder concebir el célebre “terreno común” del que hablaba Robert Wallerstein (Montreal, 1987, y Roma, 1989) refiriéndose, justamente, a lo que presumiblemente tienen en común la gran multiplicidad de corrientes, técnicas y teorías en el psicoanálisis actual y que, con cierto ingenio, alguien denominó “la Babel psicoanalítica”. Nos referimos, es claro, a lo que podríamos concebir como el “schibboleth” del psicoanálisis. Wallerstein (2006, pp. 649-654) consideraba que es en la clínica donde podía situarse ese “terreno común”, en relación con distintas nociones y conceptos compartidos por todos los psicoanalistas, tales como la resistencia o la transferencia. André Green había cuestionado con gran severidad dicha idea, aduciendo que no había forma de conciliar posiciones diametralmente diferentes, y que esta actitud conllevaba el riesgo de caer en una especie de eclecticismo “beato”. Por nuestro lado pensamos que, tal vez, ambos autores podían tener algo de razón en sus afirmaciones. Lo cierto es que cuando escuchamos un relato clínico, sea cual sea la corriente teórica a la cual pertenece el colega que nos comenta su experiencia, podemos localizar los “momentos” en el proceso analítico en los que se producen puntos de inflexión en este, y podemos asimismo “seguir” el desarrollo de un proceso en curso y comprender la manera en que, en él, se articula la dimensión transferencial. Podemos, de esta forma, diferenciar un proceso psicoanalítico de otro que no lo es, si bien las fronteras no siempre son muy claras. Ahora bien, ¿en qué consiste esta particular manera de escuchar? Si nos detenemos un instante a analizar los rasgos distintivos de la escucha analítica, común a todos los analistas, sea cual fuere su pertenencia “formal” de “escuela”, “corriente” o “tribu”, encontraremos que para todos ellos escuchar implica un “más allá”, o un “más aquí”, de la percepción del nivel manifiesto de lo que es enunciado. Podríamos hablar de una escucha “sesgada”. W. Bion hablaba, a este propósito, de una escucha “binocular”, relacionándola con la posición de revêrie propia de la escucha psicoanalítica (Bion, 1970),  pero también, en su función continente, eslabón esencial y fundante en la relación madre/hijo temprana. Desde nuestra perspectiva preferiríamos referirnos a una escucha “tridimensional”, actuando, a la vez, en tres ejes distintos, aunque inextricablemente entrelazados. La primera se refiere a la dimensión propia del discurso manifiesto que, al desgranarse, deja percibir en la “entrescucha” los retazos o iridiscencias de una segunda dimensión, latente y en semipenumbra, un poco como los rayos solares filtrándose a través de sucesivas capas de nubes. Estas dos dimensiones se infiltran en el complejo entramado del mundo interno del analista, activando relaciones, recuerdos, representaciones referidas a pasadas asociaciones del paciente o retazos de su historia, pero también, y quizá principalmente, a contenidos propios del analista, tanto más ricos cuanto más profundo haya sido el trabajo con su propio inconsciente en su análisis personal, su autoanálisis (secuela interminable del análisis) y los, a veces, caprichosos senderos de su formación y práctica clínica. Es hacia esta dimensión interior a la que se dirige la tercera dimensión de la escucha. Es en el entrecruzamiento de estas tres dimensiones que surgen, a menudo de manera sorprendente para el propio analista, representaciones en el límite del Unheimlich (lo extraño inquietante), que forman parte del campo transferencial, no reductibles a la suma de los psiquismos de paciente y analista y que funcionan como una verdadera neo-formación que describieron magistralmente W. y M. Baranger y que Michel de M’Uzan (1969) denominó “la chimère”.

La imagen que permite ilustrar este fenómeno peculiar, bien conocido por todos los analistas y que constituye, en nuestra opinión, el punto común en nuestra disciplina, es la de los estereogramas. Como todos recordamos sin duda, se trata de esas imágenes abigarradas en su multiplicidad de formas y colores, más o menos definidas que, cuando el observador las mira de una manera sesgada, con una técnica no muy difícil de adquirir, por la cual coloca sus ojos (que miran el dibujo) en una convergencia que se sitúa más allá de este, en “otro lugar”, ve surgir de manera sorprendente, casi “mágica”, “otra imagen” que “brota”, o, tal vez, mejor diríamos “irrumpe” en su percepción, situándose en un espacio “virtual”, en un “entre dos”. Efecto curioso que puede relacionarse, en su virtualidad intermediaria, con el espacio transicional de Winnicott y que constituye, pensamos, el crisol en el que el analista basa, sea consciente o no de ello, su actividad interpretativa y ya sea esta explícita o silenciosa. Por supuesto, cada analista prestará mayor o menor atención a uno u otro de estos ejes de la escucha o, incluso, se resistirá a tenerlos en cuenta en el après coup de las sesiones, cuando es cuestión de pensar en lo que ha sucedido en ellas (lo que, tal vez, sucedía a la colega con la que tuve el diálogo que inicia este relato y que no “escuchaba” la sexualidad en el decir de sus pacientes), pero es nuestra opinión que, de manera consciente o no, los tres ejes se encuentran siempre presentes en toda escucha analítica diferenciándola de otras maneras de escuchar.

Veamos ahora algunas situaciones clínicas que nos permitan “escuchar” la sexualidad inconsciente, deslizándose, como dijimos, entre las palabras.

Las “cochonneries” prohibidas

Una mujer joven, en análisis desde hacía algunos años y que vivió una decepción amorosa muy dolorosa hace relativamente poco tiempo, había iniciado una nueva relación que la llenaba de entusiasmo y cierta fascinación. Mantenía con su pareja una relación a distancia ya que él trabajaba en un país lejano, estaban a punto de reencontrarse durante un período de vacaciones de ambos y esto producía una febril expectativa. Me comenta entonces que habían tenido una discusión bastante áspera durante su última conversación por video llamada. “No tuvo nada que ver con nuestro encuentro ni con la sexualidad”, declara, y a continuación me dice que su compañero le preguntó si le molestaría que comiera cerdo delante de ella y a continuación discutieron acaloradamente acerca de las diferencias religiosas y las imposiciones que derivarían de ellas. Es necesario aclarar que esta joven mujer es judía y su familia, particularmente su padre, muy estricto con el respeto de las tradiciones, y su amigo no. Mientras la escucho relatarme esta discusión bastante descabellada, que la deja con un sentimiento de fracaso y tristeza, me pregunto qué relación podría tener esto con su primera declaración: “No tuvo que ver con nuestro encuentro ni con la sexualidad”; su negación, sin embargo, no podía menos que despertar la sospecha de que se trataba justamente de eso; sin saber muy bien cómo abordar la cuestión, en ese momento surge en mí el recuerdo de una antigua paciente adolescente que sufría de una curiosa fobia que la obligaba a recluirse en su cuarto para comer aislada de su familia. Explicaba su comportamiento por la intensa vergüenza que sentía cuando la observaban comer y, más específicamente, introducir en su boca el alimento. En este análisis fue posible entender, a través de un arduo trabajo, la relación de su fobia con sus fantasías sexuales reprimidas y el recuerdo infantil de haber espiado a sus padres cuando estos practicaban sexo oral. El recuerdo de este análisis me brindó la posibilidad de interpretar lo siguiente: “Parece que ambos desean mucho hacer ‘cochinadas’ (cochonneries) juntos, pero temen ser rechazados por ello”; la paciente guardó silencio un largo rato para luego asociar con sus temores de no “estar a la altura de las expectativas de su amante y con ciertos secretos familiares que aludían a un comportamiento transgresor del padre.

Veamos otro ejemplo:

Una joven paciente aquejada por una sintomatología tan compleja como polimorfa, me cuenta en una sesión de análisis sus dificultades para conciliar el sueño, en la medida en que se encuentra prisionera de rituales que debe ejecutar de manera imperativa, pagando el precio, si no lo hace de una manera precisa, de verse inundada de desesperación y angustia. Me dice:

Antes de entregarme al sueño, tengo que comprobar la hora en el reloj digital que tengo en la mesa de luz, luego de hacerlo, debo sumar los números sucesivamente hasta obtener una cifra de un dígito, así, por ejemplo, si son las 22 y 18 obtengo el número 4. Al principio debía evitar el número 6, porque si me dormía con ese número podía ocurrir una desgracia. Pero a medida que pasaba el tiempo, la exigencia fue cada vez mayor y debía iniciar las cuentas una y otra vez, con el temor de haberme equivocado. Cuando obtenía el número 7 podía dormirme sin problema. 

–¿Por qué el número 6? –le pregunto.

Pienso que es el número del diablo –me dice, y agrega–; con el tiempo todo se complicó aún más. Cada cifra que obtenía se asociaba con una letra del alfabeto, así, 1 era la letra A, 2 la B y así sucesivamente. Con cada letra debía encontrar los nombres de personas que conocía, el problema era el número 9, que correspondía a la letra del nombre de mi padre. Si esto ocurría debía evitar dormirme porque esto hubiera causado una tragedia y entonces estaba obligada a recomenzar una y otra vez.

Mientras la paciente me relataba sus sufrimientos nocturnos, me embargaba una sensación de progresiva confusión, casi angustiosa. Comencé a preguntarme (casi obsesivamente): “ ¿Qué puedo decirle?, ¿cuál es el significado de estas matemáticas incomprensibles?, ¿cuál era el código que me permitiría descifrar la críptica forma en la que había sido enmascarado el mensaje latente?”. Recordé las palabras de mi maestro, durante las supervisiones de mi formación: “Si no sabe qué decir, pues bien, no diga nada, espere, tenga paciencia y en algún momento algo ocurrirá finalmente”. Mientras escuchaba, aceptando no entender (B. Joseph), surgieron en mí, como en el estereograma que mencionábamos más arriba, recuerdos de mi infancia, las tediosas y opresivas plegarias que debíamos repetir y aprender en la escuela religiosa a la que concurría, los rezos conjuratorios que de manera obligatoria debíamos recitar antes de irnos a la cama, las advertencias severas sobre las demoníacas tentaciones que nos acechaban entre las sábanas… “Pensad que si la muerte os sorprende en medio de la noche y estáis en pecado, seréis condenados por la eternidad…”. No pude reprimir un siniestro escalofrío al recordar los terrores nocturnos inducidos por tan “dulce” pedagogía. Sentí entonces que, poco a poco, algo parecido a un esbozo de comprensión comenzó a formarse en mí, en medio de la confusión. Decidí intervenir diciendo:

–No hay que dormir con malos pensamientos y evitar las tentaciones … está prohibido dormir con el padre.

La paciente guardó silencio durante un largo momento y de pronto, sin hacer ningún comentario sobre mi interpretación, comenzó a hablar de sus recuerdos de infancia, la adoración que sentía por su padre y la excitación frente a los extraños ruidos que, en ocasiones, le llegaban a través de muros y puertas complacientes, provenientes del cuarto de sus padres, que ella se esforzaba por no escuchar sin poder dejar de hacerlo…

El espejo roto

Quisiera ahora abordar un aspecto de la problemática que nos ocupa desde otra perspectiva. Todos sabemos que la irrupción intempestiva y brutal de lo sexual en el universo infantil, cuando fallan o están ausentes las barreras de para excitación parentales o adultas, que constituyen un necesario escudo para el psiquismo del niño en formación, pueden producirse graves daños en ese psiquismo naciente y en el desarrollo psicosexual, así como perturbaciones más o menos importantes en el anudamiento pulsional. No hacemos referencia solamente a los comportamientos aberrantes de abuso sexual en acto, que dejan huellas indelebles, sino también a las situaciones que, sin constituir actos directos de abuso constituyen, en nuestra opinión, elementos capaces de alterar los complejos procesos de formación del Yo, dejando fisuras o grietas que podrán manifestarse en el futuro bajo la forma de síntomas diversos o de inhibiciones profundas. 

Desde el inicio de la vida psíquica, luego del nacimiento y seguramente antes, ya que, durante la gestación, la madre “piensa” a su futuro bebé, lo imagina, lo nombra y frecuentemente le habla, tanto en su mundo interno como al niño que crece en su cuerpo; todo este proceso en el que la madre “crea» un espacio psíquico que podríamos denominar “nido interno”, constituye luego el marco de contención en el que la madre sitúa a su bebé en un espacio exterior diferente de ella misma y de la representación de su hijo en su propio psiquismo. Es lo que W. Bion plantea en relación con la posición de revêrie de la madre en su función continente que permite “ligar” las proyecciones del bebé dándoles contenido psíquico (función alfa); René Roussillon (2008) lo plantea así: 

La concepción del rol maternal propuesto por Bion, tradicionalmente identificado alrededor de la función materna y  la concepción del rostro de la madre como primer espejo de los afectos del bebé, confieren ambas un rol reflexivo a los primeros intercambios y a las primeras relaciones del bebé con su entorno.Uno se refleja, al menos al principio, como ha sido reflejado por ella. La capacidad de reflejarse aparece de esta manera como la forma interiorizada de la función reflexiva del entorno primario. 

A. Green lo formula así: 

El (el bebé) se trata como ella (la madre) lo trata desde el momento en que ella ya no es una excentración de sí. La madre es atrapada en el marco vacío de la alucinación negativa y se transforma en la estructura que enmarca al sujeto mismo. El sujeto se edifica allí donde se consagró la investidura del objeto en el lugar de su investidura (Green, 1983, p. 126). 

Esto supone, al mismo tiempo, en un complejísimo proceso que no podemos desarrollar aquí, el montaje pulsional que supone el anudamiento de las pulsiones sexuales y de descarga o entrópicas (llamadas de muerte por su tendencia a llevar la tensión en el aparato psíquico al mínimo posible y no porque posean, en sí, características demoníacas o destructivas) y es allí donde las barreras antiexcitatorias, calmantes, desempeñan un rol esencial y es lo que falla cuando la irrupción de lo sexual las anula o excede. Como veremos en el siguiente ejemplo, no solamente los actos sino también las palabras con las que la sexualidad es hablada pueden resultar traumáticas en un contexto “incestual”.

Gabriel García Márquez narra en su novela El amor en los tiempos del cólera un episodio singular. El protagonista, Florentino Ariza, se encuentra en el Mesón de don Sancho cuando observa en un espejo a su amada Fermina Daza y la mira durante toda la velada. Cuando ella parte, tratará de comprar el espejo a su dueño, que se resiste porque el marco es muy valioso. Finalmente lo consigue. El escritor lo dice así: “Florentino Ariza colgó el espejo en su casa, no por los primores del marco, sino por el espacio interior, que había sido ocupado durante dos horas por la imagen amada” (García Márquez, G., El amor en los tiempos del cólera, p. 281).

 “La realidad, ya sea la realidad material o la realidad compartida que caracteriza su lugar en el seno del intercambio intersubjetivo, debe poder ser también “transicionalizada” para no aparecer como un real bruto al cual someterse sin otra forma de proceso psíquico”, dice R. Roussillon (2008), de alguna forma, cuando la realidad irrumpe con violencia en la realidad psíquica en proceso de formación o fragilizada por alguna causa, impide la transicionalización y de alguna manera rompe el espejo.

Un silencio ruidoso

Sylvie tenía 33 años en el momento de su consulta. Usaba el cabello muy corto, «à la garçon», era menuda, delgada, y estaba vestida sin ninguna elegancia ni coquetería. Parecía bastante más joven que su edad y su imagen me pareció situarse en un terreno mal definido, hecho de adolescencia no concluida, indefinición sexual y una apariencia de científica asexuada y un tanto atolondrada, escondida detrás de un par de gruesos anteojos, sin que ello lograra ocultar una figura grácil y agradable y la belleza de sus rasgos.

Su actitud era un tanto distante, mostrando cierta desconfianza no despojada de un matiz provocador. 

Decidió consultar porque se sentía deprimida. Pensaba que, tanto en su trabajo como en su vida afectiva, su comportamiento era “autodestructivo”: “Me busco problemas”,  decía. 

Describe a su madre como distante y poco afectuosa y a su padre como alcohólico y agresivo.

En una de las primeras sesiones comienza preguntando si yo no voy a interrogarla, y habla luego de su miedo a mostrarse en público y a ser ridiculizada. Asocia con el recuerdo de unas jornadas de su especialidad en Alemania, en donde tuvo que presentar un trabajo científico en alemán frente a sus colegas. Alguien del público la había interrogado y ella no entendió la pregunta hecha, según relata, en una “lengua extranjera”, sintiéndose en ese momento muy ridícula.

Le digo que es el inicio de su análisis, en el que puede sentirse todavía un poco “extranjera” y al mismo tiempo sentirse ridícula o temer ser ridiculizada por mí.

Dice que no tiene nada interesante para decir y que tiene miedo a mis interpretaciones.

Dice que siente que ella no es para nada interesante y asocia recordando su adolescencia, período en el que había engordado mucho, llegando a pesar 80 kg. Asocia luego con las reuniones en familia, la importancia que tenía la comida para el padre y cómo este la humillaba cuando había bebido.

Recuerda que en una oportunidad le había dicho: “Para casarte va a ser necesario dar dinero”, frase que volverá en numerosas oportunidades a lo largo del análisis en relación con sus dificultades relacionales y con situaciones transferenciales. 

Cuenta luego que partió de la casa de sus padres cuando tenía 17 años para hacer sus estudios. Dice que, desde entonces, cuando trata de relatar algo en el cuadro familiar que se relacione con su vida o cuando comenta sus centros de interés o sus gustos en materia de música siente que: “Se burlan de mí”.

Le digo, entonces, que tal vez tiene la impresión de que yo podría también burlarme de ella y hacerle mal.

En las sesiones siguientes, volviendo a evocar las comidas en familia, cuenta los comentarios frecuentemente groseros y soeces del padre; sus alusiones y sus chistes frecuentes alrededor de la sexualidad que abordaba de manera cruda. (“Tengo miedo a sus interpretaciones”, había dicho Sylvie en una sesión anterior).

Cuenta que en una oportunidad la madre la previene, prohibiéndole aproximarse demasiado al padre ya que lo considera sexualmente peligroso.

Durante todo este primer período las sesiones serán difíciles, con numerosos silencios, sobre todo al comenzar. Trato de respetarlos sintiendo que surgen en ella representaciones que trata de descartar, al mismo tiempo que evito solicitarla demasiado, evitando el riesgo de que ella interprete mi interés como demasiado “próximo” y “sexualmente peligroso”.  

En un primer momento mis intervenciones, breves, no saturadas, funcionaban como guiones entre elementos dispersos que no lograban constituirse en un discurso coherente. Una manera de significarle que yo estaba allí, en esa situación muy regresiva, dispuesto a escucharla. Mi sensación contratransferencial era, en esa situación, de ridícula impotencia, mezclada con una sensación de fastidio. 

Intenté permitirme no entender, acomodándome al tiempo de la paciente y “abriendo” mi espacio psíquico a sus proyecciones. 

Sentía claramente que tenía que encontrar la “buena distancia” que me permitiera una buena contención de la angustia y que no fuera intrusiva ni “peligrosa”.

Veamos una de las primeras sesiones de su análisis.

Se instala un largo silencio como es habitual en este período. En realidad se trata, como vimos, de un silencio “ruidoso”. Emite una cantidad de ruidos con la boca, resopla, silbotea, canturrea… y finalmente: 

–Estoy cansada, contenta de que ya sea viernes. Ayer por la noche tuve un accidente. Perdí el control del auto. Ya me ha ocurrido decirme mientras manejo, voy a lanzarme, arremeter y tener un accidente. Un medio para desaparecer. En todo caso perdí el control de mi auto, eso está claro.

Tal vez tenga usted miedo de no poder controlar la situación si arremete en su análisis –le digo.

–No. Es un medio de morir en un accidente de auto.

Puede preguntarse si voy a controlar la situación si usted se abandona y arremete en el trabajo analítico y si, en ese caso, yo seré un buen conductor en el que puede fiarse y evite que se haga daño.

–¿Qué puede hacer que yo le tenga confianza si usted no hace nada? Bueno.

(Se instala un largo silencio con su séquito de ruidos).

¿Sí? 

–No tengo nada para decir.

Miedo de lanzarse.

–Tengo la impresión de estar completamente vacía. Podría hablarle de mi vida cotidiana, pero no es interesante. 

Recuerdo en ese momento la frase frecuente de S. Resnik: “Cuando un paciente dice que está vacío es que está demasiado lleno”) y digo:

Usted habla siempre de su sensación de no ser interesante.

–Es lo que pienso; que no soy interesante. –Y agrega con sorna –: ¿Vengo a hacer un análisis para que alguien se interese por mí? No. Pago para que alguien se interese por mí, como decía mi padre que tendría que hacer. Debo dar dinero para que alguien se interese por mí porque no soy bonita, porque no soy interesante.

Sería como prostituir a ese alguien –agrego.

– No, no es en ese sentido. Sería como prostituirme yo…no…no entendí nada…es al revés  –dice, presa de confusión.

[…]

Finalmente, usted me paga… agrego.

–¡Ah! Volvemos. ¡Es demasiado fácil! ¡Pero si comienzo a pensar de esta manera voy a bloquearme todavía más! Voy a comenzar a darle importancia… –(Silencio)–. ¿Es necesario que me interese el análisis? ¿Usted?… Tal vez. Sí. No sé. No hay técnica. ¿Mi infancia? ¿Recuerdos? No estoy segura de que haya cosas terribles. Pero todo viene de allí. Aparte de las humillaciones que le conté no hay otra cosa. De todas formas, eso no cambia nada. Envejeciendo me voy hundiendo cada vez más en eso. Bien, ¿es todo? ¿Qué hora es?

Parece que teme perder el control del auto y le cuesta dejarme el volante.

–Si se queda en silencio no voy a poder tenerle confianza y pasarle el volante como dice.

Algunas sesiones más tarde.

–Tuve dos sueños. En el primero estaba en un negocio. Tenía que comprarme una cartera. Dudaba entre una marrón y una roja. No lograba decidirme. Pasaba el tiempo y las vendedoras comenzaban a mirarme raro. Finalmente, una de ellas me dice de terminar: “¿Acaso piensa que no la hemos visto?”, dice. Me desperté angustiada. No conseguía darme cuenta de por qué había soñado eso. No podía volver a dormir. Me puse a leer. Finalmente me dormí y soñé que me mutilaban el sexo. Dos veces. La primera vez se arreglaba. Era en dos etapas. Era raro.

Pienso que mi primer sueño tiene que ver con mi búsqueda de trabajo. Miro los anuncios, los ofrecimientos que corresponden a mi perfil, pero que finalmente no me interesan. 

El otro sueño, no sé… ¿por qué en dos veces? No lo sé…trato de buscar. La primera vez se arreglaba. No sé… Pienso en una herida que se cierra y vuelve a abrirse. Era simétrico: se arreglaba de un lado y era el otro que era mutilado. Una herida que se cura y otra bien abierta.

Luego de este período las sesiones se volvieron más fluidas y las asociaciones, más ricas. Todo parecía señalar que habíamos alcanzado un viraje decisivo en el análisis.

Pude darme cuenta de que un cambio se había operado en su actitud global: parecía más distendida, su mirada ya no era huidiza. Parecía preocuparse más de su apariencia, en su manera de arreglarse, de vestirse. Comenzó a venir a las sesiones perfumada con discreción.

En el plano contratransferencial me daba cuenta de que me sentía inquieto por ella, como si quisiera protegerla. ¿Era esto una actitud defensiva de mi parte para huir de lo que evidentemente aparecía como una erotización del vínculo?

En el plano transferencial parecía oscilar entre una transferencia de tipo materno, solicitando una actitud protectora y continente de mi parte, y una transferencia de tipo paterno, que tendía a erotizarse progresivamente (el color rojo), pero en la que, a pesar de ello, o tal vez, justamente a causa de ello, se sentía mucho más segura. Pienso que la solidez del encuadre permitió que pudiera instalarse poco a poco en un plano genital, edípico, abandonando gradualmente una posición anal más regresiva. Es en ese contexto que pueden pensarse los sueños de la paciente que acabo de relatar. Las dudas entre la cartera anal (marrón) y la cartera roja, genital y deseante. El segundo sueño parece confirmarlo con sus dos etapas de cicatrización. La progresiva elaboración de sus duelos: la herida “casi curada” y por otro lado un movimiento progrediente hacia una sexualidad genital simbolizada por la herida representando un sexo abierto y disponible.

Conclusión

 ¿Cómo escuchamos la lengua de la sexualidad hoy? No cabe duda de que las formas de expresión de la sexualidad, incluyendo las maneras en que son verbalizadas, cambian con las épocas y las culturas (aunque, tal vez, menos de lo que habitualmente se supone), pero debemos preguntarnos: en nuestra actividad clínica como psicoanalistas, ¿a dónde se dirige nuestra escucha? Y si respondemos, como hemos tratado de proponer en nuestro trabajo, que se trata de un “más allá” de las palabras que enuncian lo sexual (o que lo callan), resulta pertinente la “deconstrucción” de esa escucha para tratar de entender cómo se manifiesta en el mundo interior inconsciente de nuestros pacientes (y en el nuestro) en su compleja diversidad, a través de las épocas y las culturas.

1 juan.gennaro@yahoo.com.ar. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.

Descriptores: ESCUTA / PROCESSO PSICANALÍTICO / ESPAÇO TRANSICIONAL /  VINHETA CLÍNICA /  SEXUALIDADE /  RECORDAÇÃO / INTERPRETAÇÃO / PSIQUISMO PRECOCE / RIVIÈRE / BEBÊ / REALIDADE PSÍQUICA / TRANSFERÊNCIA / CONTRATRANSFERÊNCIA / SILÊNCIO / SONHO / CASO CLÍNICO


BIBLIOGRAFÏA

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