Enigmas de la transición de género. Pinceladas de dos historias

Gabriela Pollak1, Dalit Goldstein2

Resumen

La época actual nos impone desafíos en el abordaje de la clínica. También nos impone trabajar en los bordes de las certezas.

            Los avances médico-científicos han globalizado la posibilidad de “elegir” el sexo mediante terapéuticas hormonales y operaciones que asignan el sexo a quien lo solicita. Es esta una de las complejidades epocales, obviamente, no la única. Así, los grupos LGTBQ+ han desplegado un fuerte movimiento social, político y también económico, que impacta indefectiblemente en la subjetividad individual y de las familias. Cambio de paradigma. Cambio en los ideales. Cambios en el cuerpo… Es así que nos proponemos pensar desde dos historias.

“Desde aquí hago una llamada a la mutación del psicoanálisis, a la aparición de un psicoanálisis mutante, a la altura del desafío histórico y del cambio de paradigma que estamos experimentando”.

Preciado (2020, p. 105).

La época actual nos impone desafíos en el abordaje de la clínica. También nos obliga a trabajar en los bordes de las certezas.

            Los avances médico-científicos han globalizado la posibilidad de “elegir” el sexo mediante terapéuticas hormonales y operaciones que asignan el sexo a quien lo solicita. Es esta una de las complejidades epocales, obviamente, no la única. Así, los grupos LGTBQ+ han desplegado un fuerte movimiento social, político y también económico que impacta indefectiblemente en la subjetividad individual y de las familias. Cambio de paradigma, de ideales del cuerpo… Es así que nos proponemos pensar desde dos historias.

Paul, algo de su periplo 

A partir de la lectura del texto dedicado a los psicoanalistas “Yo soy el monstruo que os habla”, de Paul Preciado, buscaremos dar cuenta de algunos aspectos que allí surgen de su historia de vida. 

            Paul se atribuye a sí mismo la cualidad de monstruo… parlante. Dice haber sido etiquetado por médicos, psicoanalistas, entre otros, como un enfermo mental, psicótico, disfórico de género, “habiendo sido incapaz […] de resolver correctamente un complejo de Edipo o una envidia del pene” (Preciado, 2020). Atribuye el motivo de haberse convertido en monstruo al discurso y a las prácticas clínicas de psicoanalistas. Así, estudia psicoanálisis y filosofía para poder dirigirse a la “academia psicoanalítica”.

            Su discurso es fundamentalmente político; se denomina un cuerpo vivo de género no-binario, modo en que intenta salir de una jaula dicotómica para ingresar, sabiéndolo, a otra “jaula política” donde, al menos, se reconoce su estatuto. 

            Desde 2016 abandonó la condición legal y política de mujer. Podemos preguntarnos: ¿También modificó su condición corporal? Es algo que no responde fácilmente… pero al parecer, luego de infructuosos intentos en Europa, logra ser operado en una clínica queer de Estados Unidos.

Relata que una mañana concurre a una clínica de cirugía estética en la que practican operaciones de reasignación de género.

            Durante la primera entrevista la enfermera le lee los requisitos legales: “¿Es usted mayor de edad y padece disforia de género persistente y bien documentada? ¿Ha traído el certificado psiquiátrico? Le doy un papel oficial que asegura que lo que quiere hacer no es ‘una mutilación’, sino una reconstrucción cuyo objetivo es la adecuación entre mi género psicológico y mi anatomía’”. 

            El dolor que dejaron incrustado en su cuerpo y en su psiquismo las palabras y miradas del otro semejante ocupa un lugar preponderante. La insatisfacción del padre respecto de él, las palabras que emitió la chica que amaba:

            […] Quiero operarme de la mirada inquisitiva de la norma. Quiero operarme del binarismo del género… Quiero operarme de la vergüenza. Quiero operarme del bochorno que sentí cuando un profesor de psicología dijo delante de un grupo de alumnos que yo impostaba la voz para hacerme pasar por chico. Quiero operarme de la imposibilidad de desnudarme en los vestidores binarios de las piscinas y los balnearios. Quiero operarme de una noche en un hotel de Las Vegas y de las palabras exactas que pronunció la chica que yo amaba. Quiero que me extirpen esas palabras y que en su lugar solo quede el recuerdo de un beso que nos dimos en un pasillo…. Que solo quede el modo en el que miraba mi brazo como si fuera un pene. Quiero operarme de la furia que crecía en mi pecho cuando tenía 11 años. Quiero operarme del realismo naturalista que dice que así naciste y así morirás. […] Quiero operarme de la insatisfacción de mi padre al saber que su herencia caería en saco roto. De ser ese saco roto querría operarme. Le pediría a ese doctor que cosiera ese saco para que en él pueda poner mi padre su rabia como piedras que vuelven a romper el saco. Y entonces volvería a pedirle a ese doctor que en lugar de operarme me ayudase a tirar ese saco al río Ouse… […]. El doctor espera un minuto más frente a mi silencio y luego increpa: “Si no lo tiene claro, dígamelo. Esta operación no es un tatuaje” (Preciado, 2019).

            Este alegato, confrontativo a la intelectualidad dominante, parece buscar una modificación, una operación en el cuerpo, pero no en el dolor psíquico que insiste sino en las convicciones ideológico-político-sociales de nuestra época. Dice con sus propias palabras que no se trata de elegir la libertad, sino de fabricarla. Habiendo sido diagnosticado como psicótico y enfermo mental, se enorgullece de haber logrado un nivel de formación y creatividad a la más alta escala internacional.

            Relata acerca de cuando comenzó con la hormonización, con la inclusión de la testosterona en su proceso de transición; es allí que, como en la pubertad, surge un cambio de voz que le resultó altamente extraño. Una voz extranjera: “yo fui el primero en asustarme, como si hubiese sido poseído por un ser que me era desconocido”. La masculinidad de la voz, extranjera de sus tonalidades habituales, además de asustarlo marca la distancia respecto de su voz identitariamente reconocida en su continuidad existencial. Aquella voz que lo identificaba, que era reconocida por sus vínculos más cercanos, la voz con que balbuceó las primeras palabras de su humanización; la voz de sus orígenes, la cadencia que acompañó las primeras caricias de su experiencia vital con sus primeros amores aquella voz parecida a papá… aquella voz parecida a mamá… que ahora comenzaba a cambiar.3 

            “[…] Yo no quería ser hombre, quería encontrar una salida” (Preciado, 2020). Podemos preguntarnos: ¿salida?, ¿salida de qué?, ¿de las angustias más extremas?, ¿de las angustias impensables que Winnicott describió como temor a fragmentarse, a no cesar de caer, a no tener relación con su cuerpo, a no tener orientación? ¿una salida a su escasa capacidad de defenderse de sus temores más arcaicos?

            “La persona trans pierde el cuerpo” (Preciado, 2020). Esta afirmación nos sorprende: ¿Pierde el cuerpo? ¿Pierde las marcas primitivas de los vínculos primeros y primarios? Las caricias, el encuentro temprano con los brazos y la voz de sus lazos significativos, ¿pueden ser realmente perdidos? O estas decisiones que se toman, como pasajes al acto, ¿dan cuenta de aquellas marcas enigmáticas imposibles de traducir? Y más que perder, ¿buscarán mostrar lo que no fue bien procesado por la función de revêrie? ¿Qué sucede con todo el proceso de la estructuración psíquica constitutiva? ¿De qué falla originaria nos habla?

            “Quisiera [ …] evitar aquí la narración heroica de mi transición… no soy el hombre lobo ni tengo la inmortalidad de un vampiro. Lo único heroico que hubo fue el deseo de vivir,4 la fuerza con la que el deseo de cambiar se manifestó y se manifiesta todavía hoy en mí” (Preciado, 2020). Queda expresado en este párrafo que su imperiosa necesidad de cambio era prácticamente un reto de vida o muerte. Continúa diciendo que tanto la feminidad como la masculinidad en todos los seres sociales son construcciones artificiales, tanto como la suya propia. Diríamos desde el psicoanálisis que la amalgama de identificaciones que siempre es inhomogénea,5 imposible de asir y definir, funde diferentes y disímiles aspectos en cada ser humano, en forma única e irrepetible. Nos preguntamos si son las fallas en estas primerísimas identificaciones las que determinan un pasaje al acto del tenor de una metamorfosis trans. 

            Cerrando este capítulo, retomamos sus palabras: “Ustedes son libres de creerme o no, pero tienen que creer al menos esto, la vida es mutación y multiplicidad. Deben ustedes comprender que los monstruos futuros son también sus hijos y sus nietos” (Preciado, 2020).

A partir de la lectura del texto dedicado a los psicoanalistas “Yo soy el monstruo que os habla”, de Paul Preciado, buscaremos dar cuenta de algunos aspectos que allí surgen de su historia de vida. 

 Paul se atribuye a sí mismo la cualidad de monstruo… parlante. Dice haber sido etiquetado por médicos, psicoanalistas, entre otros, como un enfermo mental, psicótico, disfórico de género, “habiendo sido incapaz […] de resolver correctamente un complejo de Edipo o una envidia del pene” (Preciado, 2020). Atribuye el motivo de haberse convertido en monstruo al discurso y a las prácticas clínicas de psicoanalistas. Así, estudia psicoanálisis y filosofía para poder dirigirse a la “academia psicoanalítica”.

Su discurso es fundamentalmente político; se denomina un cuerpo vivo de género no-binario, modo en que intenta salir de una jaula dicotómica para ingresar, sabiéndolo, a otra “jaula política” donde, al menos, se reconoce su estatuto. 

Desde 2016 abandonó la condición legal y política de mujer. Podemos preguntarnos: ¿También modificó su condición corporal? Es algo que no responde fácilmente… pero al parecer, luego de infructuosos intentos en Europa, logra ser operado en una clínica queer de Estados Unidos.

Relata que una mañana concurre a una clínica de cirugía estética en la que practican operaciones de reasignación de género.

Durante la primera entrevista la enfermera le lee los requisitos legales: “¿Es usted mayor de edad y padece disforia de género persistente y bien documentada? ¿Ha traído el certificado psiquiátrico? Le doy un papel oficial que asegura que lo que quiere hacer no es ‘una mutilación’, sino una reconstrucción cuyo objetivo es la adecuación entre mi género psicológico y mi anatomía’”. 

El dolor que dejaron incrustado en su cuerpo y en su psiquismo las palabras y miradas del otro semejante ocupa un lugar preponderante. La insatisfacción del padre respecto de él, las palabras que emitió la chica que amaba:

[…] Quiero operarme de la mirada inquisitiva de la norma. Quiero operarme del binarismo del género… Quiero operarme de la vergüenza. Quiero operarme del bochorno que sentí cuando un profesor de psicología dijo delante de un grupo de alumnos que yo impostaba la voz para hacerme pasar por chico. Quiero operarme de la imposibilidad de desnudarme en los vestidores binarios de las piscinas y los balnearios. Quiero operarme de una noche en un hotel de Las Vegas y de las palabras exactas que pronunció la chica que yo amaba. Quiero que me extirpen esas palabras y que en su lugar solo quede el recuerdo de un beso que nos dimos en un pasillo…. Que solo quede el modo en el que miraba mi brazo como si fuera un pene. Quiero operarme de la furia que crecía en mi pecho cuando tenía 11 años. Quiero operarme del realismo naturalista que dice que así naciste y así morirás. […] Quiero operarme de la insatisfacción de mi padre al saber que su herencia caería en saco roto. De ser ese saco roto querría operarme. Le pediría a ese doctor que cosiera ese saco para que en él pueda poner mi padre su rabia como piedras que vuelven a romper el saco. Y entonces volvería a pedirle a ese doctor que en lugar de operarme me ayudase a tirar ese saco al río Ouse… […]. El doctor espera un minuto más frente a mi silencio y luego increpa: “Si no lo tiene claro, dígamelo. Esta operación no es un tatuaje” (Preciado, 2019).

Este alegato, confrontativo a la intelectualidad dominante, parece buscar una modificación, una operación en el cuerpo, pero no en el dolor psíquico que insiste sino en las convicciones ideológico-político-sociales de nuestra época. Dice con sus propias palabras que no se trata de elegir la libertad, sino de fabricarla. Habiendo sido diagnosticado como psicótico y enfermo mental, se enorgullece de haber logrado un nivel de formación y creatividad a la más alta escala internacional.

Relata acerca de cuando comenzó con la hormonización, con la inclusión de la testosterona en su proceso de transición; es allí que, como en la pubertad, surge un cambio de voz que le resultó altamente extraño. Una voz extranjera: “yo fui el primero en asustarme, como si hubiese sido poseído por un ser que me era desconocido”. La masculinidad de la voz, extranjera de sus tonalidades habituales, además de asustarlo marca la distancia respecto de su voz identitariamente reconocida en su continuidad existencial. Aquella voz que lo identificaba, que era reconocida por sus vínculos más cercanos, la voz con que balbuceó las primeras palabras de su humanización; la voz de sus orígenes, la cadencia que acompañó las primeras caricias de su experiencia vital con sus primeros amores aquella voz parecida a papá… aquella voz parecida a mamá… que ahora comenzaba a cambiar.3 

“[…] Yo no quería ser hombre, quería encontrar una salida” (Preciado, 2020). Podemos preguntarnos: ¿salida?, ¿salida de qué?, ¿de las angustias más extremas?, ¿de las angustias impensables que Winnicott describió como temor a fragmentarse, a no cesar de caer, a no tener relación con su cuerpo, a no tener orientación? ¿una salida a su escasa capacidad de defenderse de sus temores más arcaicos?

“La persona trans pierde el cuerpo” (Preciado, 2020). Esta afirmación nos sorprende: ¿Pierde el cuerpo? ¿Pierde las marcas primitivas de los vínculos primeros y primarios? Las caricias, el encuentro temprano con los brazos y la voz de sus lazos significativos, ¿pueden ser realmente perdidos? O estas decisiones que se toman, como pasajes al acto, ¿dan cuenta de aquellas marcas enigmáticas imposibles de traducir? Y más que perder, ¿buscarán mostrar lo que no fue bien procesado por la función de revêrie? ¿Qué sucede con todo el proceso de la estructuración psíquica constitutiva? ¿De qué falla originaria nos habla?

“Quisiera [ …] evitar aquí la narración heroica de mi transición… no soy el hombre lobo ni tengo la inmortalidad de un vampiro. Lo único heroico que hubo fue el deseo de vivir,4 la fuerza con la que el deseo de cambiar se manifestó y se manifiesta todavía hoy en mí” (Preciado, 2020). Queda expresado en este párrafo que su imperiosa necesidad de cambio era prácticamente un reto de vida o muerte. Continúa diciendo que tanto la feminidad como la masculinidad en todos los seres sociales son construcciones artificiales, tanto como la suya propia. Diríamos desde el psicoanálisis que la amalgama de identificaciones que siempre es inhomogénea,5 imposible de asir y definir, funde diferentes y disímiles aspectos en cada ser humano, en forma única e irrepetible. Nos preguntamos si son las fallas en estas primerísimas identificaciones las que determinan un pasaje al acto6 del tenor de una metamorfosis trans. 

Cerrando este capítulo, retomamos sus palabras: “Ustedes son libres de creerme o no, pero tienen que creer al menos esto, la vida es mutación y multiplicidad. Deben ustedes comprender que los monstruos futuros son también sus hijos y sus nietos” (Preciado, 2020).

El testimonio de MP

Conocimos a MP en una situación social. Simpática y elocuente, comenzó a relatar su historia. Dado que su deseo de conversar se imponía, le preguntamos si estaba transitando un acompañamiento psicoterapéutico para el periplo que venía viviendo de reasignación de sexo. Nos responde que tenía un psicólogo que hacía meses no frecuentaba y con el que no tenía buen enganche. 

            Quedamos en contacto; los encuentros se sucedían, nos propusimos internamente orientar hacia una consulta contenedora. Pero en los encuentros el relato se extendía… En un intento de acotar la transferencia que venía incrementándose vertiginosamente, propusimos si estaba de acuerdo que nos contase brevemente su historia en un relato sucinto por mail para participar así de esta aproximación al tema. Al mismo tiempo, buscamos una derivación a un psicoanalista y psiquiatra que pudiese acompañarla y sostenerla en este periplo en que el Covid había suspendido sus inserciones.

            MP escribió acerca de su historia:7

            Cuéntenos de usted:

            Nací en la década del 50, una madre uruguaya y un padre (extranjero). Tuve una niñez relativamente feliz; mis padres volcaron todo su cariño en mí. No tuve herman@s.

            Fui a un colegio privado para varones, seis años, pero ahí comenzaron algunos malestares, nadie se dio cuenta de que en esos años nunca jugaba con mis compañeros. Me quedaba aparte, no era lo mío jugar con ellos.

            Con 10 años, aprovechando la época de carnaval, me hice una falda para salir “disfrazada”, pero, para mi sorpresa, me agradaba mucho y fue una emoción muy fuerte que jamás olvidé.

            Con 12 años quería verme bonita y atractiva, que los chicos me dijeran cosas bonitas.

            A los 13 empezó a cambiar mi cuerpo y comenzó la tortura.

            Me paré frente a mis padres con la esperanza de que ellos pudieran detener ese “cambio”, y lloraba diciéndoles que no quería ser eso en que me estaba convirtiendo. Obviamente trataron de consolarme diciéndome que era la pubertad y era “normal” que eso ocurriera. ¡No entendieron a lo que me refería porque yo no sabía el porqué de tal rechazo a convertirme en hombre!

            Desde ese entonces busqué intuitivamente contrarrestar ese cambio. 

            Comencé a buscar desesperadamente lo femenino en mí. Pero mi Yo interno no me daba el OK.

            Ante una familia y una sociedad sorda y ciega a mi condición, decidí esconder lo que sentía. Ahí comenzó la actuación obligatoria para poder seguir adelante con mi vida. Era una época donde pocas personas de la clase social a la que yo pertenecía llevaban a sus hijos a un psicólogo.

            Con 14 años tuve un evento extraño, me sentí salir de mi cuerpo y verme desde arriba. Estaba junto a mi madre y mi tía, y por un momento nos veía a las tres como si estuviera mirando desde el techo. Eso jamás se repitió, ¡fue una sensación desgarradora! Y me asustó tanto que por mucho tiempo no podía estar sola.

            Me dediqué a la música y me atrajo el teatro musical, la ópera; allí podía transformarme en otra persona, poder cambiarme la apariencia, aprovechando que nací con musicalidad y buena voz para cantar. Ya cantaba con 4 años con una hermosa voz de soprano, según decían. Pero en la adolescencia cambió a la voz más grave del registro masculino. Así, traté de olvidar mi conflicto y progresar como persona, muchas veces necesitando por momentos vivir mi condición en cuerpo y alma. Cambiaba mi expresión de género en privacidad.

            Llegué a aborrecer la masculinidad en mí y en los demás. Viendo a las mujeres mis iguales, amigas, y alejándome siempre de los hombres, a quienes por último les tenía miedo.

            Traté por todos los medios de llevar una vida “normal”, como se esperaba de mí, pero eso me trajo muchas angustias y problemas en la vida sentimental.

            A los 26 años me propuse formar una familia; encontré una joven, me casé sin haber tenido jamás relaciones sexuales. Eso no funcionó desde el primer día. Sexualmente, un fracaso, así que vivimos mucho tiempo como grandes amigas hasta que se acabó de buenas maneras. Teníamos un proyecto juntas y por eso no nos separamos, nos llevábamos bien en todos los aspectos menos en uno… como matrimonio.

            En el correr de los años no quería darme por vencida, no veía opciones más que seguir intentando encontrar a esa persona con la que pudiera tener una vida “normal”, pero el problema era yo, llegué a la conclusión. Después descubrí que la naturaleza me había privado también de la fertilidad, así que el “intento de ser hombre” por ese lado tampoco funcionaba. Cerré las compuertas de mi ser y traté por décadas de olvidarme de todo hasta que un día los ataques de pánico terribles me comenzaron y sentí que solo esperaba morirme

            Sentí por primera vez que debía buscar ayuda, apoyo; los tiempos habían cambiado y era el momento de revelar mi gran secreto. La obra teatral había acabado y debía ser yo ante todos.

            ¡Ahí comienza mi vida como M, mi transición, mi Yo interno abriéndose al mundo para ser feliz!

            Mi situación actual es una consecuencia lógica e inevitable de mi historia. Mi condición, denominada trans femenina, no es una opción que se tome como quien elige un destino. Nunca quise ser mujer, ¡siempre fui una mujer! Solo que la apariencia externa no era correcta. Me llevó muchos años entender mi condición y mi única decisión fue elegir el momento de compartir con el mundo quién soy realmente. Desde que tengo uso de razón hasta hoy mi esencia y mi identidad son las mismas, solo que me llevó muchísimo tiempo entender quién y qué era yo por haber vivido en una época dónde era impensable hablar de este tema.

            Familia, sociedad, religión de esa época condenaban sentirse diferente a lo comúnmente llamado “normal”, llenando mi mente y corazón con sentimientos de culpa, cuestionándome. ¿Qué “cosa” rara soy, que habiendo nacido de un sexo me percibo del opuesto?

            Desde muy temprana edad consultaba con el espejo buscando ansiosamente que mi Yo interno aprobara mi apariencia exterior. Así pasaba horas hasta que mi padre irrumpía en mi búsqueda diciéndome: “No eres una mujer para estar todo el tiempo frente al espejo”, y yo me avergonzaba… Nunca descubrieron cuando le sacaba el labial a mi madre para verme bonita.

            Siempre recuerdo una frase que decía mi madre… “Cuando naciste el doctor dijo que eras varón”… Yo no entendía por qué lo decía, pero en retrospectiva pienso… Los genitales, ¿determinan mi género? Pues no, mi autopercepción, que está en alguna parte de mi cerebro, la determina y es la misma percepción desde que tengo uso de razón hasta hoy.

            ¿Qué sabe de la historia de sus padres y abuelos?

            De mis abuelos, no mucho. De mis padres, que tras varios intentos por tener hijos nací yo cuando mi madre ya tenía 36 años. 

            Ellos siempre estuvieron juntos hasta que la muerte los separó. Me brindaron mucho cariño; mi padre fue muy exigente pero afectuoso, y mi madre, muy cariñosa, aunque también sofocante.

            Nunca pude contarles lo que me pasaba, mi condición. Dada la mentalidad de ellos, tan conservadora, nunca me animé a decirles, para no decepcionarlos.

            ¿Cómo se siente en este periplo?

            A medida que el cuerpo unificado se acerca a su propia identidad de género, se abre la oportunidad de volver a los otros desafíos y dones de la vida con la alegría interior apropiada donde antes se había perdido. Con cuerpo unificado me refiero a la armonía entre el Yo interno y el Yo externo. Cuando me miro al espejo y siento desde dentro… ¡Sí! ¡Esa soy yo!…

            Si hubiera nacido en esta época, habría recibido apoyo médico antes de que la testosterona u hormona masculina hubiera hecho “estragos” en mi cuerpo, según lo veo yo. Ahora, con casi un año de terapia hormonal, aún no recibo el OK de mi Yo interno, y esto se comprueba al exponerme a la percepción de otras personas que no me perciben aún como mujer. Sigue la lucha en mi vida aunque desde otra perspectiva, una lucha con la esperanza de poder algún día pasar desapercibida como cualquier otra mujer.

            Yo sé que como mujer cisgénero se pasa por discriminaciones. Como mujer transgénero aún más, pero el problema consiste en ¿cómo voy a desarrollarme como persona en mi género sentido, si la sociedad actual aún no comprende o no le interesa comprender que una persona trans es una persona que necesita como todos un trabajo, respeto y apoyo? En el género social juega un rol importante la información sobre nosotr@s. Si yo no hubiera tenido un trabajo antes de la transición, ahorita no conseguiría, a pesar de tener preparación para asumir algún puesto.

            Estoy viviendo una nueva adolescencia; es una suerte de segunda oportunidad en la vida, salvo que ahora me estoy desarrollando en la dirección correcta para mí. Sometida a cambios hormonales, por momentos se confunden los estados de ánimo, las sensaciones físicas en revolución y la ansiedad propia de quien espera un día enfrentarse al espejo y sentir desde dentro… Esa soy yo, ahora puedes vivir plenamente los años que aún te quedan. ¡Vale la pena y es un orgullo luchar por ello!

            Antes de la terapia hormonal era una situación interna muy violenta, pero nunca he llegado al extremo de querer quitarme la vida, aunque llegué a entender por qué otras sí lo hacen. Aprendí a amarme a pesar de todo y aunque aún padezco de disforia, tengo esperanzas al ver cambios en mi cuerpo que me lleven a la meta; reconocerme en el espejo.

            Una gran dificultad en el trato con la gente para las personas trans femeninas es ser tratadas con pronombres masculinos. A pesar de que muchas personas solo conocen mi nombre femenino y que soy una persona trans, perciben los vestigios masculinos en mi físico y se equivocan. Con cada equivocación involuntaria pasa toda mi vida en un segundo por mi mente, quedando como una espina clavada, como mensaje nefasto de que mi cuerpo aún no ha cambiado y que mi Yo interno aún no lo acepta.

            Repito: la meta es que el Yo externo y el Yo interno estén en armonía. Soy mujer, así me debo ver, percibir y ser percibida por los demás. No solo me pasa a mí sino a todas las personas denominadas “transexuales”, que yo prefiero llamar transident (del alemán: identidad trans femenina o masculina). Les trans nacemos así, con esa condición que se afirma con cada día de vida, con cada experiencia, y no desaparece jamás. 

            Agradecemos a MP su testimonio. Nos permite articular con algunas ideas psicoanalíticas para ayudarnos a pensar en esta problemática…

Un abordaje posible 

“No existe un sexo biológico y un género construido, sino que lo único que hay son cuerpos construidos culturalmente y no existe la posibilidad de sexo ‘natural’, porque los acercamientos al sexo siempre están mediados por la cultura y la lengua”.

(Butler citando a Foucault, 2015).

Tal como Freud recuerda en 1920 en Un caso de homosexualidad femenina, no es tarea del psicoanálisis solucionar el problema de la homosexualidad; podemos hoy abrir el mismo interrogante acerca de las nuevas formas de sexualidad que surgen en nuestra época, ¿son un problema?, ¿debemos solucionarlas?, ¿ese es nuestro desafío como psicoanalistas? Lo que sí creemos necesario es abrir la interrogación acerca de si es posible para el psicoanálisis dar cuenta de aquellas marcas que dejan huella en el inconsciente, y que surgen a posteriori en diferentes presentaciones epocales. Siendo nuestra tarea dar cuenta de procesos anímicos que transcurren en diversos estratos del alma, el psicoanálisis va en busca de los mecanismos psíquicos que llevaron a la complejidad de las identificaciones y elecciones de objeto, para rastrear desde allí los caminos que busca la moción pulsional para derivar en este particular ensamblaje.

            Lo cierto es que no tenemos aquí pacientes para poder vibrar transferencialmente con la historia vívida del encuentro, lo que nos deja en desventaja inevitablemente. En la clínica, nos encontramos con personas que sufren, que vienen con su padecer a poner en juego en el lazo con el otro la afectación doliente de su experiencia subjetivante, lo que implica reconocimiento de esta y la posibilidad de modificarla.

            Contamos aquí con dos relatos de vida que, si bien incompletos, fragmentarios y preparados para compartir, nos permiten tomar algunos elementos que resultan llamativos a nuestra escucha, para pensar acerca de la estructuración psíquica, las angustias tempranas, las posibilidades de defenderse frente al embate pulsional y las soluciones que desde los primeros momentos de vida se juegan en la dialéctica con el otro. 

            Jean Laplanche, en su artículo “El género, el sexo, lo sexual” (2006), introduce la temática de género y plantea que en la historia del individuo, el género surge con anterioridad al sexo, mientras va constituyéndose la identidad. El concepto de género no implica cierta cuota de simbolización ni de interpretación de la realidad anatómica del sexo. Es únicamente en el a posteriori que el niño puede simbolizar la diferencia sexual anatómica y darle cabida en concordancia con la cultura de la época, transmitida, implantada y hasta impuesta desde la más temprana infancia por el deseo de sus progenitores u objetos de cuidado significativos. 

            Dice entonces, como Daniel Gil, que la identidad de género comienza a constituirse antes de que se descubra la diferencia de sexos y en dialéctica en el encuentro con el otro. El niño distingue entre individuos pertenecientes a los géneros femenino y masculino por sus comportamientos, tono de voz, etc. y llega a considerarse como integrante de uno de esos grupos antes de percibir la diferencia anatómica de sexos,8 por lo que podría decirse que cuando descubre esa diferencia alrededor de los 3 años lo que percibe es ya una interpretación favorecida por la cultura: el niño capta un solo órgano sexual, que en el caso de las niñas está ausente. Así surge la “teoría de la castración”9 como correlato de esa percepción mucho más tardía de la constitución identitaria.

            Laplanche agrega que el género sería plural, suele ser doble, masculino-femenino, pero no por naturaleza; ejemplifica con la pluralidad de las lenguas en la historia y la evolución social. 

            El sexo sería dual, tanto por la reproducción sexuada como por la simbolización que lo acompaña, surgiendo como modelo de la presencia/ausencia, fálico/castrado. Sin embargo, lo sexual sería lo múltiple-polimorfo. Da cuenta del descubrimiento fundamental de Freud, conlleva la represión y por lo tanto, el inconsciente. Es el objeto del psicoanálisis. 

            Volvamos a Paul y MP. Ambos relatos hablan de la búsqueda de que el Yo interno sea concordante con el Yo externo (así lo dice MP). Paul, por otro lado, plantea “una reconstrucción cuyo objetivo es la adecuación entre mi género psicológico y mi anatomía”. Pero ¿cómo se da la construcción de ese Yo interno disímil a lo que marca la biología?, ¿el sujeto asume su sexo en oposición a su realidad anatómica? Según Daniel Gil (1995), hablar del “origen del Yo es plantearse el problema de la identificación, pero no cualquiera, sino aquella por la cual me ‘identifico’ como YO”.

            El concepto de identificación primaria implica una etapa constitutiva del ser humano como tal, que se articula y prosigue con la Identificación Secundaria; siendo el Yo tanto una instancia psíquica definida por Freud en la segunda tópica, como también la forma en que el ser humano se refiere a sí mismo. Es que el hombre toma conciencia de sí mismo sentimiento de sí en el momento en que por primera vez dice Yo. Entonces, la identificación primaria es el resultado de un largo y complejo proceso que comienza con la expansión narcisista y que deriva en el Yo que se constituye formando la tópica. Todo este proceso se da antes o al mismo tiempo que la elección de objeto, en un movimiento múltiple que el niño realiza hacia los otros y hacia sí mismo.

            El Yo no existe desde el principio ni tampoco aparece como una diferenciación progresiva, sino que para constituirse necesita de una “nueva acción psíquica”, donde se define como unidad frente a lo anárquico de la sexualidad infantil autoerótica y se ofrece como objeto de amor a las pulsiones sexuales. También podría expresarse con un Yo cuerpo que al unificarse se proyecta sobre el sistema percepción-conciencia, constituyendo el núcleo del Yo y del sentimiento de sí. En las famosas palabras de Freud, “el Yo es sobre todo una esencia-cuerpo” (Freud, 1923), no habla de la instancia psíquica sino que se refiere a la imagen del cuerpo propio al que podemos denominar “esquema corporal”. “[…] no es solo una esencia-superficie sino, él mismo, la proyección de una superficie”. 

            Entonces, también habría que delimitar el concepto de cuerpo. ¿De qué cuerpo hablamos?, ¿del anatómico?, ¿del biológico-genético?, ¿del erógeno-pulsional?, ¿del cuerpo de la diferencia sexual?, ¿del cuerpo reconocido por la cultura? ¿Será el cuerpo delineado por los afectos? ¿Cuerpos virtuales, cuerpos biotecnológicos? 

            Sabemos que el Yo es primero un Yo corporal. En este sentido, no se puede pensar la sexualidad y el género excluyendo al cuerpo. El punto de debate es si “la anatomía es el destino” (Freud, 1912, p. 183), ¿o será la anatomía un origen o un modo de pensar lo originario junto al deseo del otro en los inicios de estructuración del psiquismo? Por otro lado, recordemos también que Freud (1932-1933/1976) enfatiza que la feminidad y la masculinidad son construcciones teóricas de contenido incierto. 

            Así, cuerpo, género y sexualidad están en íntima relación. Vemos cómo los cuerpos, con su diversidad anatómica, “matizan” el concepto de género tomando en cuenta a la niña y al varón, siempre excediendo las normas prescriptas y los dualismos; la sexualidad y el deseo entran en muy complejas relaciones difíciles de armonizar (Glocer Fiorini, 2001).

            Es interesante captar que en el año 1982, Daniel Gil sostiene que la identificación de género forma parte del complejo movimiento estructural de la identificación primaria; es así que el niño tempranamente “se ubica y es ubicado como varón o como niña”. Es cierto que solo en la identificación secundaria tomarán un nuevo significado, pero insiste en que en la identificación primaria se da la identificación de objeto de género, ya que inviste como objeto de amor a aquellos que lo salvan del desvalimiento inicial; son entonces identificaciones sexuales precastrativas y solo más tarde serán retomadas en la identificación secundaria edípica, coloreándola.

            Querríamos referirnos ahora a la pubertad. Como diría Laplanche, en la sexualidad humana lo adquirido surge antes que lo innato; paradoja, esencial del ser humano, que al llegar a la adolescencia, con todos los cambios en el cuerpo que esta impone reedición identificatoria, elecciones de objeto versátiles se encuentra con una historia de relaciones que lo determina. Dice Laplanche que en el momento en que llega el instinto, el terreno ya está ocupado por la pulsión, por el fantasma. El trono está ocupado por la sexualidad infantil y sus avatares, con una fuerza que hace al instinto tomar otras formas. Por eso maneja la idea de un ensamblaje entre la pulsión y el instinto. Concepto de Laplanche que refiere a “los mensajes de la asignación de género como portadores de mucho ‘ruido’ que aportan los adultos cercanos: padres, abuelos, hermanos y hermanas”.

            Esto inevitablemente moviliza los ideales de los padres con respecto a sus hijos y sus consecuencias: el periplo de la adolescencia fue visualizado por ambos protagonistas de esta historia como altamente conflictivo, ya que el cuerpo comenzaba un cambio que los determinaba según la anatomía innata. Asumir esos cambios los llenó de una angustia desgarradora, reclamando que ese proceso inevitable se interrumpiera. 

            La temática de la voz es tomada por ambos narradores. Los cambios que esta experimenta, tanto en la adolescencia como en el proceso de hormonización, fueron vividos de modo abrumador. Se imponía, en ambos, cierto sentimiento de extrañeza, lo que nos lleva a pensar en un profundo sufrimiento identitario narcisista que acompaña esta travesía. 

            Por último, y para tomar un punto de urgencia que nos resulta nodular, quisiéramos referirnos a los deseos de muerte que surgen en ambos relatos. La necesidad de defenderse frente al impulso de morir; buscar una salida, un tema de vida o muerte… nunca pensé en morir… se suceden en el discurso. Negados, desmentidos, aceptados los impulsos de morir, surgen repetida y preocupantemente. Un dato que no podemos dejar de destacar.

            Quisiéramos recordar que según Joyce McDougall toda “formación sintomal”10 corresponde a un intento de autocuración con el fin de fugarse del dolor psíquico, soluciones infantiles a los conflictos, confusiones y dolor mental históricos. Casi como un modo de supervivencia psíquica, esas soluciones se mantienen durante toda la vida. Esta autora denomina “neosexualidades” a estas presentaciones, casi evocando a las “neorrealidades” que ciertos sujetos crean con el fin de solucionar sus conflictos psíquicos, tan dolorosos como insuperables. Escenarios y escenas que dan cuenta de objetos internos vividos como intensamente persecutorios, con potencial mortífero, que ponen en peligro la frágil integración narcisista, en una búsqueda de defender su imagen, borrar el terror que causa la amenaza de la pérdida del sí-mismo y el sentimiento de muerte interna. Muchas soluciones neosexuales, dice la autora, no solo buscan un sentido de identidad sexual y el derecho al placer sexual, sino que intentan conjurar la angustia de la alteridad y el derecho a existir como individuo. 

            Uno de los principales tópicos que trae Paul, pero también MP, es el conflicto que surge de la lógica binaria preponderante. Podemos interrogarnos acerca de esa lógica binaria en el psicoanálisis y es viable decir que en el modelo teórico, lo binario está bastante conceptualizado. ¿Pero en el inconsciente? ¿Es posible hablar de lógica binaria? Dejamos abierto este interrogante, como tantos otros…

            Laplanche piensa el género como una categoría psíquica que no resulta de una relación de fuerza entre el individuo y la sociedad, sino de un trabajo psíquico específico y activo que el niño pone en marcha en respuesta a un mensaje o a una serie de mensajes inconscientes. Marcas enigmáticas, que a veces promueven un trabajo psíquico estimulando la traducción y dejando siempre resto, mientras que otras quedan como fallas narcisistas, huellas ingobernables, restos imposibles de simbolizar, y quedan impedidas de ingresar en la cadena simbólica y compelidas a la repetición. 

            La comunicación que supone la relación íntima del infans con sus progenitores supone un cúmulo de mensajes. Tal como se da es, primero y ante todo, desigual: tiene lugar entre un niño y un adulto; el último es quien porta el lenguaje, y el niño, quien debe y comienza a recibir ese baño de palabras, mucho antes de su apropiación. Los mensajes enviados por el adulto están necesariamente comprometidos por contenidos erótico-sexuales (por el hecho de que este último pertenece al mundo de los adultos). Y aunque sean grandes los esfuerzos por controlar la excitación vehiculizada por esos mensajes, son inconscientes, y el contacto íntimo con el niño pequeño deja al adulto resonando desde su sexualidad infantil. El niño recibe mensajes enigmáticos, con los que solo podrá producir traducciones imperfectas o incompletas. Aquellos residuos no traducidos permanecerán como mensajes enigmáticos, insistiendo y retornando de diversas formas, pero sin lograr la traducción a representación cosa ni a representación palabra. No dejarán de insistir y retornar, suscitando continuamente nuevos intentos de simbolización, a través de pasajes al acto, pasajes al cuerpo, somatizaciones… como residuos que surgen desde una fuente autónoma de excitación. El inconsciente sexual, comprometido por el mensaje del adulto, da origen a las fuerzas pulsionales que participan en la formación del inconsciente del niño: los residuos incomprensibles e irreductibles por la traducción conducen progresivamente a la formación del inconsciente sexual del niño. Este movimiento, en que los mensajes del adulto están plenos de aspectos enigmáticos, conforma los primeros tiempos de construcción del aparato psíquico, que se desarrolla a la sombra de la traducción, constituyendo lo que Laplanche llama la represión originaria. Así, la teoría de la seducción es indisociablemente una teoría traductiva de la formación del inconsciente. La referencia a la seducción generalizada invierte el centro y pone el origen del proceso en el adulto. Pero el trabajo de traducción realizado por el niño da lugar a un inconsciente que es, claramente, una producción que pertenece por entero al niño. Y si bien el proceso es desencadenado por la actividad inconsciente del adulto, esto no implica que la transmisión sea directa del inconsciente del adulto al inconsciente del niño. Entre los dos se interpone toda la vastedad del funcionamiento psíquico del niño, que frente a la seducción, al comienzo queda en una situación necesariamente pasiva, de indefensión, designada con el nombre de “situación antropológica fundamental”. Toda la antropología psicoanalítica depende de sus importantes consecuencias… antes de ser un agente, un actor, un ciudadano o un sujeto, todo adulto comienza por ser un niño expuesto pasivamente a la seducción de otro adulto, al lenguaje y la cultura a la que adviene. De esa época de la vida en donde fuera producto de una asignación en todo sentido y no solo de género, el adulto conserva nada menos que su estructura psíquica, la sexualidad infantil y su inconsciente, con los que tendrá que vérselas a lo largo de toda su existencia. 

            Porque cuando los padres le dicen a su hijo que él es un chico, le dicen al mismo tiempo todo aquello que piensan acerca de los chicos y de las chicas, pero también todas las dudas que tienen sobre lo que esconde exactamente la noción de identidad de sexo y de género. Con seguridad podemos afirmar que, por medio de esta asignación de género, el adulto, sabiéndolo o no, confronta al niño con todo lo que puede haber de ambiguo en la diferencia anatómica de sexos y en lo sexual, y ello en razón de sus propias ambivalencias, incertidumbres y conflictos internos. La asignación de género no es una simple determinación social transmitida por el adulto al niño; puesto que se trata de un adulto dirigiéndose a un niño, ella deviene un mensaje enigmático de asignación, que de entrada está comprometido por su propio inconsciente, según formas que en gran parte se enuncian contra su voluntad.

            Por el sesgo del mensaje de asignación de género, este también está sometido al trabajo de traducción del niño. Esta traducción, como la de todos los mensajes del adulto, deja un residuo que encuentra su lugar en el inconsciente reprimido (lo sexual-pulsional). Tal es el sentido de la fórmula propuesta por Laplanche: “El género precede al sexo, pero es el sexo lo que organiza al género”; el género no sería sexual desde el comienzo. Es construido socialmente y a posteriori. Lo sexual se inmiscuye en lo no-sexual a través del mensaje enigmático.

            Creemos que hablar de lo enigmático en estas presentaciones de la actualidad tiene, más que nunca, preponderancia. Aquí hay algo del enigma que no deja de pulsar, que no encuentra otras formas de contenerse, que busca en posibilidades hormono-quirúrgicas una solución al sufrimiento psíquico. 

            Es parte del enigma, sostenerlo mientras va encontrando sentidos en la singularidad de cada individuo, para encontrar cierta calma a su conflicto interno. Quizá lo enigmático sea imposible de saldar y solo podemos bordearlo en cada aproximación, vez a vez, y en transferencia. Es entonces que lejos de responder los enigmas, nos sumamos a la posibilidad de seguirlos cuestionando.

            Quisiéramos concluir con las enigmáticas palabras de MP: 

            Mi condición denominada trans femenina no es una opción que se tome como quien elige un destino. Nunca quise ser mujer, ¡Siempre fui una mujer! Solo que la apariencia externa no era la correcta. En mi caso llevó muchos años entender mi condición y mi única decisión fue elegir el momento de compartir con el mundo quién soy realmente. Desde que tengo uso de razón hasta hoy en día mi esencia es la misma, mi identidad es la misma, solo que me llevó muchísimo tiempo entender quién y qué era yo por haber vivido en una época donde era impensable hablar siquiera de este tema. Familia, sociedad, religión de esa época condenaban sentirse diferente a lo comúnmente llamado “normal”, llenando mi mente y corazón con sentimientos de culpa, cuestionándome, ¿Qué “cosa” rara soy, que habiendo nacido de un sexo me percibo del opuesto?

            ¡Tenemos mucho trabajo por delante!

1 gpollaks@gmail.com. Miembro de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay (APU).

2 dalitgoldsteinp@gmail.com. Universidad de la República (UdelaR).

3 Si bien es sabido que la voz tiene sus varianzas a lo largo de la vida, ambas historias mencionan el momento de la pubertad y la voz en esa época. Nos gustaría darle preponderancia al sentimiento de continuidad existencial que es quebrantado en plena adolescencia con los cambios hormonales y corporales, los mismos que se modifican en este proceso de transformación.

4 La cursiva es nuestra.

5 Quisiéramos darle profundidad a este planteo de amalgama de identificaciones inhomogénea. El concepto de identificación fue tomando, a lo largo de la obra de Freud, un papel preponderante: “[…] operación en virtud de la cual se constituye el sujeto humano” (Laplanche y Pontalis, 1984). Las instancias psíquicas (Yo y Superyó) comienzan a instaurarse a partir del Ello y las identificaciones son centrales en ese proceso. A esto se agrega la dimensión estructurante que toma el complejo de Edipo con sus consecuencias reelaborativas. Es con el viraje de la segunda tópica que Freud, más claramente, liga los contenidos psíquicos con restos de experiencias vividas en el vínculo con el otro. Es entonces que las identificaciones pueden ser estructurantes, asociadas a la identificación primaria; también pueden ser sustituto de elecciones objetales abandonadas (asociadas a lo edípico, pero también a lo preedipico) y/o identificaciones secundarias por tomar algún elemento en común (identificaciones por rasgo, por ejemplo). Creemos que a lo largo de la estructuración psíquica todos estos procesos se dan de modo complementario, y aunque algunas de las marcas de los inicios pueden quedar sin posibilidad de resignificación, en el periplo de estructuración edípica otras lo van logrando. Quedan entonces, formando parte de lo incognoscible inconsciente, marcas de experiencias primeras sin capacidad de re traducción posterior, acompañadas cerca, próximas  de otras que logran organizar estructuras más amplias y cohesivas. Lo inhomogéneo estaría dado entonces por el cúmulo de aspectos representacionales e identificatorios de diverso sustrato y posibilidad de reelaboración.

6 Lacan (1975) diría que el acting out es vecino del síntoma, casi una de las formaciones del inconsciente encontrándose dentro de coordenadas simbólicas, aunque estas no logren ser comprendidas por el sujeto. El pasaje al acto, en cambio, da cuenta de mecanismos más primitivos, como el repudio o desestimación, dando cuenta de que fallan las coordenadas simbólicas.

7 Agradecemos a MP el consentimiento para integrar su historia como forma de ilustrar algunas de las vivencias que son sustanciales para pensar en los enigmas y las angustias que viven las personas transgénero. Es sumamente valioso contar con sus sentidas palabras.

8 “En las etapas pre fálicas el ser humano se mueve en lo diverso, y los distintos objetos que pertenecen al universo pueden ser de un valor similar, o parecidos, y por ello sustituibles e intercambiables entre sí. Por ejemplo, el pecho con el pene o con un dedo, etc., en el campo de los continentes; y en el campo de los contenidos (que también se pueden intercambiar con los continentes), la leche, el esperma, las heces, los alimentos, la orina, es decir, operan en intercambios metonímicos” (Gil, 1989).

9 “[…] con el acceso a la fase fálica se establece lo que Laplanche ha denominado la lógica fálica […] la presencia-ausencia la podemos sustituir por tener o no tener, o en el sentido fantasmático, tener pene o estar castrado. [… ] implica la introducción del ser humano en un mundo de pensamiento gobernado por una lógica formal de un nuevo tipo: la lógica aristotélica, donde rigen los principios de identidad, no contradicción, tercero excluido” (Gil, 1989).

10 Es la autora quien lo define como “formación sintomal”; podemos preguntarnos si estas presentaciones tienen un valor sintomático o son soluciones frente al sufrimiento más del orden de lo no simbólico, quizás en busca de cierta simbolización posible.

Descriptores: IDENTIDAD DE GÉNERO / CASO CLÍNICO / ADOLESCENCIA / IDENTIFICACIÓN PRIMARIA / CUERPO / ESTRUCTURA PSÍQUICA

 

Candidatos a descriptor: CAMBIO DE SEXO / TRANSGÉNERO

Abstract

Enigmas of gender transition. Brushstrokes of two stories

Medical-scientific advances have globalized the possibility of choosing sex through hormonal therapy and sex reassignment surgery to whoever request it. This is an epoch complexity, without being the only one. Thus, the LGBTQ+ groups, have deployed a strong social, political and economical movement, which has an unfailing impact on individual and family subjectivity. Paradigm shift. Change in ideals. Body changes… This is how we propose to think from two narratives.

Keywords: IDENTITY OF GENDER / CLINICAL CASES / ADOLESCENCE / PRIMARY IDENTIFICATION / BODY / PSYCHIC STRUCTURE

 

Keyword candidates: SEX CHANGE / TRANSGENDER

Resumo

Enigmas da transação de gênero. Pinceladas de duas histórias 

A época atual nos impõe desafios na abordagem da clínica. Também nos impõe trabalhar nas bordas das certezas.

            Os avanços médico-científicos globalizaram a possibilidade de “escolher” o sexo através de terapêuticas hormonais e operações que determinem o sexo para quem o desejar. Esta é uma das complexidades desta época, obviamente, não a única. Assim, os grupos LGTBQ+ desenvolveram um forte movimento social, político e também econômico, que indefectivelmente impacta na subjetividade individual e das famílias. Mudanças de paradigma. Mudanças nos ideais. Mudanças no corpo…. É assim que nos propomos a pensar desde duas histórias.

Palavras-chave: IDENTIDADE DE GÊNERO / CASO CLÍNICO / ADOLESCÊNCIA / IDENTIFICAÇÃO PRIMÁRIA / CORPO / ESTRUTURA PSÍQUICA

 

Candidatos a descritor: MUDANÇA DE SEXO / TRANSGÊNERO

Bibliografía

Bolognini, S. (2016). Tres pensamientos sobre el cuerpo en psicoanálisis. Revista Uruguaya de Psicoanálisis, 123, 28-33. 

Butler, J. (2015). La noción de performatividad en el pensamiento de Judith Butler: queerness, precariedad y sus proyecciones. Estudios Avanzados, N.º 24. Universidad de Chile. https://www.redalyc.org/jatsRepo/4355/ 435543383002/html/index.html

Dejours, C., Laplanche, J., & André, J. (2015). El género en la teoría sexual. Alter, Revista de Psicoanálisis, Investigación y Traducciones Inéditas (2).

Dejours, C. (2006). Por una teoría psicoanalítica de la diferencia de sexos. Introducción al artículo de Jean Laplanche. Alter, Revista de Psicoanálisis, Investigación y Traducciones Inéditas (2). 

Freud, S. (1920). Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina, en Tres ensayos de teoría sexual. En J. L. Etcheverry (Trad.), Obras Completas. (Vol. 8). Buenos Aires, Argentina: Amorrortu.

García, J. (2016). ¿Cuáles cuerpos? Revista Uruguaya de Psicoanálisis (en línea), 123, 13-19. https://www.apuruguay.org/apurevista/2010/16887247201612302.pdf

Gil, D. (1989). La castración. Montevideo, Uruguay: Editorial Eppal.

Gil, D. (1995). El Yo herido. Escritos en torno al Yo y al narcisismo. Montevideo, Uruguay: Editorial Trilce.

Glocer Fiorini, L. (2010). Sexualidades nómades y transgénero: un desafío a la polaridad masculino/femenino. En Diversidad sexual. Buenos Aires, Argentina: Lugar Editorial.

Glocer Fiorini, L. (2016). Cuerpo, género y sexo: Una relación paradojal. Revista Uruguaya de Psicoanálisis, 123, 104-111.

Lacan, J. (1975). Respuesta al Comentario de J. Hippolyte. Escritos. Ciudad de México, México, Siglo XXI.

Laplanche, J. (1998). La teoría de la seducción generalizada y la metapsicología. Revista Uruguaya de Psicoanálisis (en línea), 87. 

Laplanche, J. (2003). Castración. Simbolizaciones. En Problemáticas I. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu.

Laplanche, J. (2006). El género, el sexo, lo sexual. Alter, Revista de Psicoanálisis, Investigación y Traducciones Inéditas, 2.

Laplanche, J. y Pontalis, J.-B. (1981). Diccionario de Psicoanálisis. Barcelona, España: Editorial Labor.

McDougall, J. (1998). Las mil y una caras de Eros. La sexualidad humana en busca de soluciones. Buenos Aires, Argentina: Paidós.

Preciado, P. (2020). Yo soy el monstruo que os habla. Barcelona, España: Editorial Anagrama.

Preciado, P. (4 de enero de 2019). La operación. Ara en castellano. hhttps://drive.google.com/file/d/1jYtFk34aJGd7PP9FT49vf_MuJxKBTCDI/view