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Revista Psicoanálisis | El uno y el otro: laberintos de la vida erótica1

El uno y el otro: laberintos de la vida erótica1

Massimo Recalcati2

El título El uno y el otro lleva a la pregunta: ¿qué es el uno? El uno es la dimensión del goce, el uno es la dimensión de la pulsión; no hay pulsión altruista, podemos decir. El uno es la dimensión del movimiento de la pulsión. Entonces tenemos tres conceptos: goce, pulsión, movimiento. Esta tripartición define la dimensión del uno. Tenemos también la dimensión del otro y la dimensión del otro es la dimensión del deseo. El deseo implica siempre la referencia al otro. El deseo, como dice Lacan tomando a Hegel, el deseo es siempre deseo del otro. El deseo del hombre es siempre el deseo del otro deseo. Entonces tenemos deseo, otro, e instancia. El deseo implica un movimiento abierto sobre el otro. La pulsión implica un movimiento autoerótico, autorreferencial –se puede decir de esta manera–, autístico y, al contrario, el deseo implica un movimiento abierto sobre el otro. Entonces el deseo es una instancia, una trascendencia también, que tiene como objeto el signo del deseo del otro. El objeto de la pulsión es el movimiento mismo de la pulsión. En rigor, la pulsión no tiene objeto, porque la pulsión se satisface de su movimiento mismo. La satisfacción pulsional se produce como movimiento de la pulsión, que es una rotación sobre el vacío del objeto. El deseo se satisface mediante el encuentro con el deseo del otro, entonces, mediante la relación con el otro, entonces mediante el signo del deseo del otro. Esto es el uno y el otro. El problema de hoy, ¿es posible pensar en conjunto el uno y el otro? ¿O el uno y el otro son en una relación de heterogeneidad insuperable, que no podemos resolver? Esto es el problema de la conferencia de hoy. 

Esta antinomia entre el uno y el otro está presente en Freud, en particular en el texto de Freud titulado Psicología de la vida amorosa, donde distingue el deseo sexual del amor. Podemos decir que el deseo sexual es una manera freudiana de decir el goce. El deseo sexual y del otro lado el amor. Freud piensa que entre los dos, entre el deseo sexual y el amor, no hay compatibilidad; entre los dos hay heterogeneidad. El amor excluye el deseo, porque el amor transforma su objeto en objeto familiar. El deseo sexual implica necesariamente el objeto como nuevo, constantemente nuevo, siempre nuevo. El amor exige que el objeto sea constante, entonces es familiar. Entre el empuje del deseo al nuevo objeto y la constancia del amor sobre el mismo objeto no hay posibilidad de conjunción; lo que Freud define como la más generalizada degradación de la vida amorosa en la neurosis. Pero esta problemática freudiana de la incompatibilidad entre el deseo sexual y el amor, es el fundamento del discurso que Lacan desarrolla en el Seminario 20, titulado Aún. En este seminario, conocemos la tesis central del seminario, que es: “No existe la relación sexual”. Esta tesis es la tesis que pone el problema de lo real en psicoanálisis. ¿Qué es lo real en psicoanálisis? Es que no hay relación sexual. O podemos decir que hay inexistencia de la relación sexual; o en otro modo, que la relación sexual es imposible. Sabemos que para Lacan lo real es dicho por la categoría lógica del imposible; lo real es el imposible. No solo lo imposible de decir, no solo lo imposible de simbolizar, sino también lo imposible como experiencia. Es imposible para el uno y el otro hacer uno; es imposible hacer uno, es imposible ser uno. Bueno, en este discurso general de Lacan, retoma la incompatibilidad freudiana entre el deseo sexual y el amor. Es una manera de repensar radicalmente esta heterogeneidad. 

Pero, más precisamente, ¿cuál es para Lacan el punto que hace imposible la relación sexual? ¿Cuál es la objeción a la relación sexual, a la posibilidad de la relación sexual? ¿Cuál es la objeción a hacer y ser uno con el otro? La respuesta de Lacan es que esta objeción es el goce fálico, es el falo mismo, es el goce mediado del falo. La existencia del goce sexual, la existencia del goce fálico, es una existencia paradojal porque implica la inexistencia de la relación sexual. ¿Por qué no existe relación sexual? Porque existe goce fálico. El goce fálico es el goce pulsional del cuerpo que goza de sí mismo, goza de su propio órgano. El goce sexual, desde la perspectiva de Lacan, es el goce del órgano fálico; entonces siempre el goce sexual es el goce del órgano. Tenemos una extensión máxima de la categoría freudiana del autoerotismo o también del onanismo, en el sentido de que siempre el goce es goce del uno, que no tenemos posibilidad de articular el uno y el otro. El goce del uno es el goce fálico, es el goce de mi órgano; no se puede gozar del cuerpo del otro, no puedo sentir el goce del cuerpo del otro. El goce fálico, en el tiempo que hace posible el goce, hace imposible la relación entre los dos cuerpos, el cuerpo del sujeto y el cuerpo del otro. 

Roland Barthes traduce esta paradoja con la imagen del niño que por descubrir el secreto del tiempo desmonta un reloj. En el reloj no tenemos el tiempo, no hay posibilidad de encontrar el tiempo. No hay posibilidad de sentir tan interno el goce del otro. Siempre el goce del otro se impone como una exterioridad frente al goce del uno. Entonces es el falo que produce esta objeción a la posibilidad de la relación sexual. En síntesis, desde la perspectiva de Lacan es la existencia del goce del uno del falo lo que objeta la posibilidad de la relación sexual entre el uno y el otro. Ese es el primer punto.

Pero sabemos, en la tabla que Lacan pone del goce en el Seminario 20, que tenemos una multiplicidad de posibilidades de goce; no hay solo goce fálico. Hay un goce que se llama otro goce; que no se puede reducir al goce del uno fálico. Este otro goce es el goce femenino. En la primera conferencia hemos construido una tabla más compleja de maneras diferentes de declinaciones del goce, no vamos a retomarla; pero es importante retomar esta diferencia entre el goce fálico y el otro goce. Ahora, el otro goce no es el goce del otro; este es un punto muy importante, porque tenemos un borde entre el otro goce y el goce del otro. El goce del otro es el goce de la experiencia psicótica, el sujeto está “gozado por el otro”, como objeto del goce del otro; el sujeto reducido al objeto del goce del otro. La paranoia es un paradigma; el sujeto es perseguido por el goce del otro, es objeto de este goce infernal. 

El otro goce tiene una relación próxima con el goce del otro, pero no es el goce del otro. Esta proximidad es un punto muy interesante, porque tenemos en análisis una mujer que tenía un problema en la posibilidad de hacer experiencia de su cuerpo como lugar de un otro goce, un goce no complementario sino suplementario frente al goce fálico. Frente a esta posibilidad de un goce no todo fálico, pero suplementario al goce complementario del falo, frente a esta posibilidad piensa: “estoy volviéndome loca”; siente terror a la locura. Hay un punto donde el acceso al otro goce implica el riesgo de desbordar en el goce del otro; en la locura, por ejemplo, para esta mujer. Gozar es perder el gobierno de su cuerpo; entonces la pérdida del gobierno sobre su cuerpo abre dos posibilidades muy diferentes; la primera es acceso al otro goce como goce no todo fálico. La otra posibilidad es la locura; es la pérdida de sí misma. Esta mujer se tiene entonces de este lado de la frontera del goce, más allá del goce fálico.

Entonces, ¿qué es este otro goce, que no es el goce del otro? Podemos decir, para simplificar, el goce del otro tiene como paradigma la paranoia; entonces, la reducción del sujeto a objeto del goce del otro. Es una definición de Lacan. En la paranoia el goce es identificado en el lugar del otro; es una definición muy simple. ¿Qué significa el goce es identificado en el lugar del otro? En el sentido de que en la experiencia paranoica el otro es el lugar del goce, del goce malo, del goce de la persecución. Identificación del goce en el lugar del otro. En la experiencia del otro goce es el cuerpo del sujeto que se abre a un goce no reducido al órgano fálico, no reducido a la experiencia del orgasmo y de la detumescencia, orgasmo y detumescencia, no a la experiencia de la descarga pulsional del orgasmo, que tiene como paradigma un paradigma piramidal: hay tensión, orgasmo y descarga de la tensión; entonces detumescencia. En el cuerpo femenino no hay detumescencia, no hay falta en este sentido, no hay límite al placer, no hay límite al goce. Entonces existe la posibilidad de distribuir sobre la superficie erógena del cuerpo un goce que no es colonizado por la monarquía fálica; es un goce anárquico, es un goce plural, es un goce desterritorializado, es un goce que podemos pensar como un flujo que se difunde horizontalmente en el cuerpo. Lacan dice que este goce se puede sintetizar con la fórmula Aún; no hay el pico de la descarga orgásmica fálica, pero hay una extensión estática del goce sobre la superficie del cuerpo. Hay una experiencia del goce sin límite. Podemos decir que el goce fálico es un goce que responde a la norma de la castración, entonces, de la localización del goce, no es el goce de todo, es el goce del órgano. Esto implica que en el goce fálico no hay goce mortal, no hay goce incestuoso, no hay goce del todo; el goce del todo es el goce perverso. El goce fálico no es un goce perverso, porque la castración afirma que nada es todo; esta es la fórmula: nada es todo, nada puede ser todo. El goce fálico no es goce del todo; el goce del todo es el goce del incesto; es lo que Lacan define goce mortal. Es un goce del todo que define la perversión, pero define también, por ejemplo, el goce toxicómano; es un goce del todo, no es un goce fálico, no es un goce que es producido por el corte de la castración. Pero el otro goce es un goce sin límite, es un goce anárquico, es un goce más allá de la castración, pero no es un goce psicótico; no es el goce del todo; el goce del no todo fálico. Es un punto muy importante, el otro goce no es un goce del todo; es un goce del no todo, no todo fálico, dice Lacan. Nosotros podemos marcar muy fuerte esta expresión del no todo, para no confundir el otro goce, ni con el goce del otro en la psicosis, ni con el goce mortal de la perversión; es otro goce. Pero la experiencia del sin límite aproxima el otro goce a la perversión y a la psicosis; hay un borde. Por ejemplo, nosotros decimos que a la mujer no le falta nada; es una transformación radical del principio freudiano de que a la mujer le falta el falo. Podemos decir que la envidia del pene supone que la mujer es falta de falo, y supone que la relación de la mujer con el falo, con lo masculino, es una relación de competición, de reivindicación, etc. Lacan da vuelta, cambia el sentido de esta manera de pensar la relación de la mujer con el falo, esta manera de pensar la relación entre la mujer y el falo. Lacan habla del falo como obstáculo (ingombro) a la relación sexual, porque es siempre goce del uno. Hay un exceso, una exuberancia que produce un efecto de estupidez; es la estupidez masculina de pensar siempre a partir de la medida fálica (quién tiene más, quién es más fuerte, quién tiene más mujeres, tiene más prestigio), el tema del tener más. Este es el estorbo3 fálico, el efecto de estupidez del falo. Al mismo tiempo, el falo es una garantía de dominio sobre el goce, de control sobre el goce, de contención del goce, de límite del goce. La mujer, que no tiene el falo, es más próxima al otro goce, porque no tiene el efecto de estorbo del falo. El no tener no es una discapacidad, el no tener no es un hándicap, el no tener es una posibilidad suplementaria. Por eso Lacan evoca a los místicos, evoca a Santa Teresa, evoca a San Francisco. La experiencia del no tener de la pobreza, es una experiencia de apertura al otro, no es un límite. El no tener es la posibilidad de encontrar el infinito, de encontrar el otro abierto. No es un límite, es una posibilidad. Esto es un punto muy importante de la enseñanza de Lacan, liberar el otro goce femenino de la hipoteca del falo. No hay envidia del falo, ¿por qué? Porque el falo es un estorbo, es un límite. Ahora, esto es un punto; pero si no tenemos límite, si no tenemos efecto de castración sobre el goce, tenemos el riesgo de la psicosis y de la perversión. Este es el punto.

Ahora, la primera observación es que el otro goce es en relación con el goce fálico, porque es no todo fálico, entonces supone la castración. Pero es más allá de la castración; supone la castración y al mismo tiempo es más allá de la castración. Es la diferencia entre el otro goce y el goce del otro. El goce del otro no supone la castración, no supone el Edipo; supone la forclusión del nombre del padre. El otro goce supone la castración, supone el nombre del padre, pero no se reduce ni al nombre del padre ni a la castración. Tenemos dos efectos sintomáticos del otro goce, típicos de la vida sexual femenina; dos experiencias sintomáticas del otro goce. La primera es la experiencia del otro goce como exceso, donde tenemos por ejemplo fenómenos muy intensos de celos, tenemos fenómenos de transferencia erotomaníaca, tenemos fenómenos de locura amorosa, de intensificación loca del amor; tenemos fenómenos de prostitución, de ninfomanía; tenemos fenómenos, por ejemplo, de la anorexia, de la bulimia, que son típicos femeninos, experiencias de exceso pulsional sin límite; tenemos fenómenos, por ejemplo, típicos del goce femenino sexual, de masoquismo, de masoquismo que bordea el goce mortal, de sumisión; tenemos fenómenos de persecución también. Todo esto es la declinación sintomática por exceso del otro goce. Es un goce que desborda el goce fálico pero desborda en manera sintomática, en manera patológica, en manera destructiva. Y tenemos también una manifestación típica, siempre femenina, del otro goce bajo el signo menos. ¿Cuál es el menos? Menos es la soledad extrema, la desertificación del mundo, el vacío, la depresión femenina, la autoexclusión de la mujer; son todos fenómenos donde el otro goce toma un aspecto sintomático: vacío, desertificación, autoexclusión, soledad. Esto es el polo norte y el polo sur de la declinación sintomática del otro goce. ¿Cuál es la declinación afirmativa del otro goce? Cierto, es el goce femenino, como he descripto antes, el goce que se distribuye sobre la superficie del cuerpo, el goce libre de la monarquía fálica. Por ejemplo, el goce místico; porque no siempre el goce místico es un goce psicótico. Es un prejuicio psicoanalítico pensar que siempre donde hay goce místico hay psicosis. Puede ser que tenemos místicos, por ejemplo, del medioevo, que son claramente psicóticos. Pero no siempre el goce místico es psicótico; el goce místico es una forma muy radical del otro goce, una forma generativa, afirmativa del otro goce. Tenemos, por ejemplo, el goce estético, que es una experiencia de goce que no es fálico: no es un goce psicótico, no es un goce perverso, es un otro goce, el goce estético. Y, sobre todo (es un punto muy importante), es un goce que tiene como causa el amor. ¿Se puede gozar del amor? Esto es un punto. El otro goce pone este problema: la posibilidad de gozar del amor, de pensar que el amor es causa del goce. No tenemos la incompatibilidad freudiana entre el amor y el goce, o el amor o el goce, out/out freudiano. Pero el otro goce pone el problema que la mujer pone, que el amor puede ser causa del goce. Y es por eso que este punto me interesa mucho (el amor puede ser causa del goce) porque es el corazón de la experiencia de transferencia, es el corazón de la experiencia analítica. 

Cuando una persona del público en general, no psicoanalista, inmediatamente después de la publicación Los secretos de Lacan, le plantea a Lacan la pregunta: ¿Qué es un psicoanálisis?, la respuesta de Lacan fue: El análisis es una experiencia que permite al sujeto volver a empezar. Esto es un punto muy importante. ¿Qué significa? Significa que es una experiencia que pone en movimiento la vida; el empuje a la vida, que es el empuje de la pulsión. Es un encuentro con el analista, que es un encuentro de amor, que produce el efecto de movilizar la pulsión; es el amor como causa de la pulsión, del movimiento de la pulsión. Es un punto muy importante; por eso Lacan distingue tres lados de la transferencia: la transferencia imaginaria, la transferencia simbólica y la transferencia real. Porque la transferencia imaginaria es la transferencia de la identificación, del narcisismo, de la idealización del analista, de la identificación al analista, es la experiencia de la agresividad también, de la transferencia positiva y negativa, podemos decir idealización-agresividad. Es la experiencia del enamoramiento, como dice Freud en Psicología de la masas, enamoramiento e hipnosis; es la experiencia hipnótica, donde el analista es al mismo tiempo, como dice Lacan, grande e ideal y objeto pequeño a, objeto de la pulsión. Pulsión e ideal en el mismo lugar, el efecto hipnótico. Por eso Lacan dice que el trabajo sobre la transferencia debe producir una diversificación entre el objeto y el ideal. Pero el lado imaginario de la transferencia, el lado positivo y negativo, el lado de la idealización amorosa, del enamoramiento y de la agresividad, de la negativización del odio, etcéera. 

La transferencia simbólica es la transferencia como repetición. Entonces tenemos el desarrollo del teatro del inconsciente del sujeto sobre el espejo opaco del analista; es la repetición como posibilidad de simbolizar la historia del sujeto. 

El tercero, que me interesa mucho, es el encuentro con el analista. El evento del encuentro. En francés “rencontre4, encuentro, implica también de manera evidente “contre” (en contra de, en castellano), un scontro. El encuentro no es un enamoramiento, porque es la experiencia de un real, “un contre”, una disimetría, un “en contra”, una alteridad que produce (eso es el punto, como dice Lacan) un nuevo amor. Un amor nuevo que no es la repetición de lo mismo (amor por la madre, por el padre, etc); no es la repetición necesaria del amor, es un nuevo amor. Este nuevo amor, ¿qué es? Cuando hablamos de encuentro analítico, ¿qué es? Mi tesis es que siempre cuando hay encuentro hay encuentro con el Ello. El encuentro con el analista es lo mismo que el encuentro con el Ello. En la lengua de Freud, el Ello. El “contra” del encuentro es el Ello. Este encuentro es un punto muy importante. El encuentro que produce amor, el encuentro que produce movimiento, el encuentro de amor que produce nuevo goce, nueva posibilidad del goce. 

Un ejemplo clínico: Tengo un paciente obsesivo al que le gusta mucho nadar en la piscina. Antes de esta pasión por la piscina tiene un ataque de pánico en el mar abierto. En el mar abierto hay un ataque de pánico y después de ese ataque de pánico prefiere la piscina; porque dice que en el mar no se mira el fondo, hay animales monstruosos, informes, peligrosos, hay amenazas. Mejor es la piscina. Esta experiencia de reducción del abierto del mar al cerrado de la piscina es emblemática de la transformación, del esfuerzo obsesivo de transformar el otro goce –que es el goce del mar abierto– en el goce fálico, en el goce del uno, en el goce de la piscina. Por eso, el sujeto, cuando me habla del mar, habla de la mujer. Ha vivido su infancia en una ciudad de mar y tiene esto de recuerdo infantil muy preciso, con su madre (tiene 5, 6, 7 años, pero tiene edad preescolar), pasean en la playa con su madre de la mano y en un cierto momento de manera imprevista una gran ola lo sumerge y tiene la vivencia de morir, separado de su madre. Días antes, había escuchado a su madre hablar con su amante, que no es su padre sino otro hombre. Tuvo el terrible sentimiento de poder perder a su madre, pero poder perderla como mujer, a causa de su ser mujer, a causa de desear a otro hombre. Entonces, el encuentro con la ola es el encuentro con el deseo de mujer de la madre, como el real de la madre. Por eso, mejor la piscina, siempre mejor la piscina. Tiene una particularidad. Es un hombre de 50 años, un abogado que vive solo, un hombre muy rico, intelectual, es un coleccionista de libros. Con la mujer tiene esta práctica obsesiva: cambia frecuentemente de mujer. La mujer viene a su casa, tiene una relación sexual con la mujer y después, inmediatamente después, le pide a la mujer que salga de su casa. Y dice: Mi actividad sexual tiene la finalidad de borrar la sexualidad, de borrar la relación de la sexualidad. El ejercicio de su sexualidad tiene la finalidad de borrar la existencia de la relación sexual. En este contexto tiene un sueño muy particular, donde sueña que es un coleccionista de libros, y en la realidad comunica al analista que una especie muy rara de polilla ha entrado en su biblioteca enorme y va a comer todas las páginas de sus libros del quinientos, renacimiento, medioevo. ¡Es una locura! Y me habla de esto, que no sabe cómo hacer con esta polilla. Busca en internet que hay en China un producto particular para combatir esta polilla (tarlo). Insiste todo el tiempo sobre el tarlo. Todos sus libros son arruinados por la masticación del tarlo. En este contexto produce un sueño. En el sueño tiene una gran angustia, va a buscar en su biblioteca un libro en particular, y mientras lo agarra, en el lugar del libro asoma la mano de una mujer que lo arrastra en el mar, en el mar que aparece detrás de la biblioteca. ¿Está claro? Este sueño es el sueño del encuentro, finalmente. El analista también tiene una gran biblioteca en su estudio; hay un elemento de transferencia. El analista es el mar, es la mujer, es el libro, el tarlo, la termita, es la mujer. 

Entonces –esto para concluir–, podemos distinguir dos imposibles. El primer imposible, el imposible teorizado de Lacan en el Seminario 20, es la imposibilidad de la relación sexual. El goce fálico impide, obstaculiza, la posibilidad de ser y de hacer uno con el otro. Primera imposibilidad. 

Hay una segunda imposibilidad, que es la imposibilidad de evitar la relación sexual; porque la sexualidad en sí misma implica al otro. La sexualidad, como dice Jean Luc Nancy, que llama a la sexualidad “sexistencia”. La sexualidad es abierta al otro, entonces no es posible evitar la presencia de la termita o de la ola, porque la piscina es un mar sin ola, es una abstracción; es imposible evitar como el obsesivo se esfuerza en evitar, el encuentro con la ola, el encuentro con la mujer, el encuentro con la alteridad del otro sexo, el encuentro con el otro goce. Esta es una nueva imposibilidad. Entonces, podemos decir que hay una imposibilidad que toma la figura del exilio; el ser humano como ser de lenguaje es siempre en el exilio frente a la relación sexual y a su imposibilidad. Y del otro lado, podemos hablar de un encadenamiento del sujeto en la relación sexual que no se puede evitar. 

Y puedo decir, para terminar mi conferencia, el esfuerzo de un análisis no es, como dice algún paciente (femenino, masculino, lésbico, homosexual): termino el análisis cuando encuentro el amor. Hasta que no llega el encuentro del amor el análisis no puede terminar. Es al contrario, el análisis puede abrir la vida al encuentro con la ola, al encuentro con la alteridad del otro; puede abrir la vida al encuentro, a la contingencia del encuentro. Porque el esfuerzo obsesivo es transformar la contingencia en la necesidad: la repetición de la piscina y la contingencia ingobernable del mar; someter la contingencia ingobernable del mar a la necesidad de la piscina. El análisis es la experiencia que abre a la posibilidad de la contingencia, del encuentro, que el analista encarna ante todos. Entonces, la posibilidad del amor es secundaria a la posibilidad del encuentro. Nuestra tarea no es producir encuentros amorosos, pero es ser un encuentro de amor que pueda abrir a la posibilidad de la contingencia, del evento de la contingencia, del encuentro con la ola del mar. ¡Gracias!

1 Conferencia magistral dictada en la Asociación Psicoanalítica Argentina el 28 de junio de 2023.
2 Profesor en Psicopatología del Comportamiento Alimenticio en la Universidad de Pavía, y Psicoanálisis y Ciencias Humanas en la Universidad de Verona. También es fundador y presidente del Instituto IRPA en Miñán y de Jonas Onlus, que es una institución dedicada al tratamiento psicoanalítico en modo extensivo en las ciudades.
3 El profesor Recalcati menciona, siguiendo a Lacan, el “ingombro” fálico. En castellano el término “ingombro”, utilizado como sustantivo, se traduciría como espacio, tamaño, huella, volumen, desorden, estorbo, bulto. En función del contexto se eligió traducir “estorbo”.
4 N. de E.: El témino rencontre que el profesor Recalcati toma del francés, tiene en italiano, en castellano y en francés, el sentido de encuentro.Pero solo en italiano y francés comparte también el significado de que alude a choque, scontro en italiano, colisión. En castellano se pierde esa connotación, salvo cuando se habla de “encuentro de boxeo”, por ejemplo.

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