El sentimiento de sí. Teoría y clínica del amor propio

 Susana Lustgarten de Gorodokin1 (Coordinadora)  
             Alicia Mirta Ciancio de Montero2, María Gloria Fernández3, Tilsa Delia Lahitte4
             Liliana Singman de Vogelfanger5, Viviana Srugo6

 Resumen

Investigamos la constitución del sentimiento de sí formulando hipótesis teórico-clínicas que permitan comprender e intervenir terapéuticamente sobre este. El sentimiento de sí es el registro valorativo que el sujeto tiene de sí mismo como resultado de la comparación entre la representación de sí y el sistema de valores plasmado en el Ideal. Es una construcción ficcional que en tanto es comprendida puede ser deconstruida y resignificada. La mirada tiene un valor fundante en su constitución, ya que determina el modo de mirar, mirar-se, mirar el mundo. Es estructurado y estructurante. Resulta necesario redimensionar su carácter ilusorio y su capacidad de producir realidades. Puede estar constituido con predominio del odio o del amor y se revela a través del diálogo que un sujeto tiene consigo mismo. 

Introducción

Nos proponemos investigar la constitución del sentimiento de sí.

Tomaremos como punto de partida Introducción del narcisismo, en el que Freud se refiere al sentimiento de sí. El “Selbstgefühl” es traducido como “sentimiento de sí” por Etcheverry.

El lenguaje común se refiere al tema llamándolo “autoestima” o “amor propio”

La clínica nos enfrenta con la constitución del sentimiento de sí (que no es exclusivo de las organizaciones narcisistas) y con sus variaciones a lo largo de la vida.

La patología nos revela el sufrimiento de aquellas personas que se sienten inferiorizadas y humilladas, así como también con las inadecuaciones de la omnipotencia megalómana.

Nos proponemos formular hipótesis teórico-clínicas que nos permitan comprender e intervenir terapéuticamente sobre el sentimiento de sí. Tomaremos los siguientes temas:

-Constitución del sentimiento de sí y sus transformaciones

-La función de la mirada

-Encuentro de miradas: el encuentro con la diferencia 

-Estrategias clínicas

  1. Rastreo en Freud: “Selbstgefühl

El sentimiento de sí aparece en la obra de Freud en diferentes sentidos: su definición; los factores que lo constituyen; la dinámica de su funcionamiento; como resultado de una relación; como herida narcisista y como indicador clínico.

Definición

En Introducción del narcisismo, Freud (1914) plantea: El “sentimiento de sí se nos presenta en primer lugar como expresión del grandor del Yo […]. Todo lo que uno posee o ha alcanzado […]” (p. 94). Representa el sentimiento de valoración de la imagen que un sujeto tiene de sí mismo. Depende de la libido narcisista. Presupone una mirada sobre sí mismo que se sostiene en la función de autoobservación que caracteriza la relación con el Ideal

Factores que constituyen el sentimiento de sí

El sentimiento de sí es compuesto y se asienta en tres factores fundamentales.

1.“Una parte del sentimiento de sí es primaria: el residuo del narcisismo infantil” (Freud, 1914, p. 97).

       Se refiere al sistema “His Majesty the baby” en el que el Yo es su propio ideal; la realidad, el dolor, la renuncia al goce deben detenerse ante el niño.

2.Brota de la omnipotencia corroborada por la experiencia (el cumplimiento del Ideal del Yo)” (Freud, 1914, p. 97).

En relación con el Ideal, Freud plantea, a nuestro entender, dos proposiciones que aluden a dos matices diferentes.

En la primera, la realidad de la experiencia corrobora la omnipotencia del niño.

       En la segunda, una vez instalado intrapsíquicamente, todo cumplimiento del Ideal incrementa el sentimiento de sí.

3. “La satisfacción de la libido de objeto” (Freud, 1914, p. 97).

La vida amorosa proporciona una experiencia fundante en la constitución del sentimiento de sí. Ser o no ser amado aumenta o disminuye el sentimiento de sí

Dinámica de su funcionamiento

El sentimiento de sí será el resultado del interjuego de fuerzas de estos tres factores fundamentales; cada uno de ellos será condición necesaria pero no suficiente y funcionará aportando su valor relativo.

Toda renuncia instintiva en función de un ideal incrementa el sentimiento de sí.

La cultura se funda en una renuncia pulsional (Freud, 1930 [1929]); luego el hombre se siente orgulloso sintiendo esta renuncia como una hazaña valiosa.

El resultado de una relación

Freud destaca la intensa relación entre el narcisismo parental y el psiquismo del niño: “El conmovedor amor parental tan infantil en el fondo, no es otra cosa que el narcisismo redivivo de los padres, que en su transmudación al amor de objeto revela su prístina naturaleza” (Freud, 1914, p. 88).

Como herida narcisista

En Más allá del principio de placer Freud (1920) plantea que el florecimiento de la sexualidad infantil estaba destinado a sepultarse por la insuficiencia del niño y porque sus deseos eran irreconciliables con la realidad.

“La pérdida de amor y el fracaso dejaron como secuela un daño permanente del sentimiento de sí en calidad de cicatriz narcisista que es el más poderoso aporte al frecuente sentimiento de inferioridad de los neuróticos […] de ahí la queja posterior no puedo lograr nada; nada me sale bien” (Freud, 1920, p. 20). 

Pero se refiere también a la injuria narcisista en las “excepciones”. Allí expone la actitud de aquellos sujetos que por haber padecido en la infancia intensos sufrimientos o alguna malformación orgánica “dicen que han sufrido y se han privado bastante. y que no se someten más a ninguna necesidad desagradable pues ellos son excepciones7 y piensan seguir siéndolo” (Freud, 1916, p. 320). Cita a Shakespeare en el monólogo de Ricardo III:

[…] mas yo, que no estoy hecho para traviesos deportes, ni para cortejar a un amoroso espejo; yo, que con mi burda estampa carezco de amable majestad para pavonearme ante una ninfa licenciosa, yo, cercenado de esa bella proporción, arteramente despojado de encantos por la Naturaleza, deforme, inacabado, enviado antes de tiempo al mundo que respira, a medias terminado, y tan renqueante y falto de donaire, que los perros me ladran cuando me paro ante ellos […] (Freud, 1916, p. 321).

Dice más adelante: “Creemos tener pleno fundamento para poner mala cara a la naturaleza y al destino a causa de daños congénitos y sufridos en la infancia; exigimos total resarcimiento por tempranas afrentas a nuestro narcisismo, a nuestro amor propio” (Freud, 1916, p. 322).

El amor propio sufre una injuria temprana que compensa en este caso por sustitución de amor en odio y la pretensión de excepcionalidad.

En relación con la diferencia sexual, Freud plantea que la entrada de la niña al Edipo implica la aceptación de la castración, lo que constituye para la mujer una injuria narcisista.

Como indicador clínico

Uno de los factores que hacen al diagnóstico diferencial entre el duelo y la melancolía es la disminución del sentimiento de sí.

“La melancolía se singulariza […] por la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja del sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones. El melancólico llega a sentir un ‘delirio de insignificancia’” (Freud, 1917 [1915], p. 244).

En Introducción del narcisismo, Freud, al referirse a la retracción narcisista, nos habla de la megalomanía como un rasgo distintivo de ciertas parafrenias (Freud, 1914).

Podríamos inferir entonces que el sentimiento de sí podría funcionar en todos los casos como indicador clínico.

Factores que constituyen el sentimiento de sí y su dinámica

Profundizaremos los factores que constituyen el sentimiento de sí: Residuo del narcisismo infantil, Omnipotencia corroborada por la experiencia (cumplimiento del Ideal), Satisfacción de la libido de objeto, y pondremos especial énfasis en su condición dinámica.

Residuo del narcisismo infantil

Es la huella del Yo Ideal que permanece investida y que quedará como reserva en el psiquismo.

Pero no hay narcisismo primario asegurado. Nos encontramos también con la ausencia de investidura parental que constituye un narcisismo destronado antes de nacer.

Este circuito de investiduras contendrá encuentros y desencuentros.

Los fallos y desencuentros de investidura primaria quedarán inscriptos en el psiquismo del niño como rechazo.

La influencia crítica de los padres y el despertar del juicio de realidad instituyen un límite, lo que implica la salida del narcisismo primario y el pasaje del Yo Ideal al Ideal del Yo. El Ideal del Yo incluirá además las identificaciones con los progenitores, sustitutos e ideales culturales.

La omnipotencia corroborada por la experiencia (el cumplimiento del Ideal)

Freud plantea dos proposiciones que tomaremos por separado ya que aluden a matices diferentes.

La omnipotencia corroborada por la experiencia (primera proposición).

Los objetos primarios y la interacción con la realidad afirman al niño corroborando su omnipotencia. Los objetos primarios se adecuan a las condiciones de satisfacción del niño.

En este mismo sentido, Freud afirma en relación con el origen del ideal en la cultura:

“En un primer momento parece como si esos ideales presidieran los logros del círculo cultural; pero el proceso efectivo acaso sea que los ideales se forman tras los primeros logros posibilitados por la conjunción entre las dotes interiores y las circunstancias externas de una cultura, y que esos logros iniciales son reafirmados luego por el ideal con miras a su prosecusión” (Freud, 1927, pp. 12-13).

En este caso, la realidad de la experiencia confirma o “premia” las condiciones intrínsecas de un individuo o de una comunidad.

El cumplimiento del Ideal (segunda proposición)

El niño se adecua a las condiciones y valores que proponen los objetos primarios que en principio ocupan el lugar del Ideal y que son impuestos desde afuera.

Una vez instalado intrapsíquicamente, todo cumplimiento con el Ideal incrementa el sentimiento de sí. De la comparación constante con el Ideal dependerán la capacidad de autoobservación (valoración-desvalorización) y la autocrítica.

La satisfacción de la libido de objeto

Amar y ser amado conforman una poderosa fuente de incremento del sentimiento de sí; pero el amor se convierte además en uno de sus mayores riesgos; amar y no ser amado.

El registro de la propia capacidad de amar constituye una fuente de valoración para el sujeto.

La fuerza relativa de cada uno de estos factores determinará a lo largo de la vida interacciones que nos permitirán comprender tanto el equilibrio como el sufrimiento narcisista y abrirán múltiples combinatorias posibles.

La investidura narcisista puede ser insuficiente si los ideales son muy elevados, la sobreinvestidura narcisista genera pretensiones omnipotentes; por lo tanto, el sujeto se sentirá expuesto a una frustración constante; amar y ser amado no alcanzan ante pretensiones megalómanas.

Ante una falla de investidura, no se instituye “Su Majestad el bebé”, cualquier ideal resultará imposible y la apuesta del amor representará para el sujeto poner a prueba injurias primarias.

Freud afirma que la investidura narcisista, así como también la confirmación a partir de la realidad de la experiencia, contribuyen a la constitución del sentimiento de sí. 

La función de la mirada

La escoptofilia como pulsión parcial aparece en su forma activa y pasiva mirar-ser mirado.

Partiendo de la primera dualidad pulsional (pulsiones de conservación-pulsiones sexuales) distinguimos claramente el funcionamiento de la vista, del placer de la mirada. Se puede ver sin mirar.

La mirada del otro significativo le otorga al infans valor, existencia, significación. Esta mirada ubicará al niño en una gama comparativa de aceptación, rechazo o indiferencia. Tendrá gran eficacia en la constitución del sentimiento de sí.

Según Bleichmar (1997), la mirada del otro significativo tiene el poder de un rey Midas que lo que toca lo convierte en atributo maravilloso (o en su contrario) La asimetría estructural entre el niño y sus padres marcará su diferencia.

Lacan retoma de Freud la pulsión escópica y desarrolla su valor estructurante en el psiquismo humano.

El estadio del espejo marca el reconocimiento por parte del niño de su imagen como totalidad unificada. La identificación primordial del niño con esta imagen va a promover la estructuración del primer esbozo de Yo, poniendo fin a la fantasía del cuerpo fragmentado.

Por su inmadurez el niño no tiene dominio ni conocimiento de sí mismo ni de su cuerpo, por lo tanto, esta imagen es el producto de un espejismo. Esta unificación imaginaria se efectúa por identificación con la imagen del semejante. Esto indica desde el comienzo el carácter de su alienación imaginaria, que marcará el desconocimiento crónico del sujeto consigo mismo.

“[…] el niño sostenido por su madre, cuya mirada lo mira, se vuelve a ella para autentificar su descubrimiento […] lo que da cuenta de que el niño no se ve nunca con sus propios ojos sino con los ojos de la persona que lo ama o lo detesta” (Chemama, 1998, p. 137).

Winnicott, siguiendo el desarrollo del estadio del espejo de Lacan, enfatiza el lugar fundamental que tiene el rostro materno como el precursor del espejo.

La madre funciona como espejo del bebé reflejándole lo que él es, “lo mira y lo que ella parece se relaciona con lo que ve de él” (Winnicott, 1971, p. 148). Cuando la madre falla en su función y solo refleja su propio estado de ánimo o la rigidez de sus propias defensas, el bebé mira y no se ve; creando a nuestro criterio grandes distorsiones en el sentimiento de sí. Algunos bebés “estudian la variable del rostro materno, en un intento de predecir su estado de ánimo tal como nosotros estudiamos el tiempo” (Winnicott, 1971, p. 149). 

Para Winnicott una de las funciones del análisis en su conjunto consiste en devolverle al paciente lo que este trae, ayudándolo a encontrar una forma de existir como sí mismo.

Kancyper desarrolla la noción de sentimiento de sí y aporta el concepto de autoimágenes narcisistas para referirse a los soportes figurativos que lo representan.

Las autoimágenes narcisistas son el resultado de un precipitado de múltiples identificaciones. Estas determinan la forma en que cada sujeto se vincula consigo mismo, con el otro y con la realidad externa. Las autoimágenes narcisistas se caracterizan por ser desconocidas, fundamentales y singulares.

Enfatiza la importancia de las identificaciones primeras, a partir de las cuales el sujeto es identificado en representaciones determinadas por el sistema narcisista parental. Estas funcionan como un cuerpo extraño en el psiquismo del sujeto, constituyendo lo más secreto de su ser porque corresponden al deseo inconsciente de sus padres (Kancyper, 1989). 

Consideramos que las autoimágenes narcisistas constituyen un valioso indicador clínico que permite evaluar la marcha de un proceso analítico en su transcurso.

En el análisis resulta indispensable captar los procesos inconscientes que participaron en su formación. El analizado, al desactivarlas, deja de estar cautivo en ellas y accede a su verdadera historia personal.

Tomaremos algunas líneas desarrolladas por H. Bleichmar en relación con el tema.

En su estudio sobre los trastornos narcisistas el autor describe las distorsiones del sentimiento de sí.

Introduce el concepto de sistema de significaciones. Plantea que lo específico del narcisismo en la clínica es el predominio del sistema de significación: valer-no valer. La autoevaluación predomina sobre cualquier otra perspectiva con la que el sujeto se relaciona consigo mismo y con el mundo (Bleichmar, 1997). 

En la construcción de la representación de sí el sujeto se basa en enunciados identificatorios, que son tan importantes como las reglas que los constituyen (Bleichmar, 1979, 1983)

Estos enunciados identificatorios tienen la fuerza de un juicio de valor: aprendemos a ser lo que nos dicen que somos.

Las reglas de enunciación constituyen un modo particular de manipular los datos de la experiencia y de construir enunciados. Estos son inconscientes y se han adquirido en acontecimientos cotidianos, comunicados por el otro significativo. 

Formula las siguientes reglas (1979):

– La parte por el todo. Un aspecto desvalorizado se arroga la representación de la persona toda.

– Todo o nada. Valoración-desvalorización (no existen grados intermedios).

       – Seleccionar los fracasos, minimizar los logros.

– Pérdida de la esperanza (específica de la depresión narcisista)

Bleichmar formula hipótesis clínicas que permiten intervenir en el transcurso de un proceso analítico.

En principio los enunciados que constituyen el sentimiento de sí no son el producto de una verdad natural, sino que son el resultado de una construcción armada en condiciones históricas particulares.

Resulta importante detectar los enunciados de la representación de sí y las reglas que constituyen dichos enunciados para que puedan ser cuestionados, deconstruidos y reconstruidos en la relación analítica en otras condiciones (Bleichmar, 1979, 1983). 

Propone analizar la relación con el Ideal; esto implica establecer una genealogía del Ideal.

Captar cuál es la unidad de medida de valor predominante para el sujeto que utiliza en la comparación con su propio ideal como con los otros.

La autoevaluación estará determinada por el amor o por el odio; el tono afectivo prevalece sobre cualquier otro argumento.

Dicha autoevaluación quedará plasmada en el diálogo que un sujeto tiene consigo mismo y que requiere ser desplegado en el análisis.

En relación con los autores posfreudianos que hemos citado encontramos convergencias a partir de las cuales pudimos formular nuestras propias hipótesis.

Estos autores le otorgan particular importancia al otro significativo en la constitución del psiquismo.

Lacan enfatiza la función de reconocimiento del infans de su imagen como totalidad unificada a partir de la identificación con el semejante, que marcará desde el comienzo el desconocimiento que el sujeto tiene consigo mismo.

Winnicott aporta un matiz diferente en tanto que el rostro materno permite a partir de la mirada de la madre reflejar lo que se relaciona con el bebé. Para este autor una de las funciones del análisis consiste en la capacidad de devolverle al sujeto lo que le concierne.

Tanto Kancyper como Bleichmar trabajan el sentimiento de sí como una construcción compleja y dinámica.

Un encuentro de miradas. El encuentro con la diferencia

Pensamos que la investidura narcisista se estructura a partir de un encuentro de miradas

Sabemos de la importancia para el infans de la investidura parental. El niño busca la mirada del adulto ya que esta tiene un valor estructurante para su psiquismo. Podríamos decir que el bebé se convierte en un “cazador de miradas” en las que se sostiene y se constituye. También los padres tienen la necesidad de ser reflejados en la mirada del niño. Su respuesta constituye una investidura que afirma y confirma no solo el narcisismo sino la parentalidad.

La catexis narcisista se constituye en un encuentro de deseos y de miradas que irán armando una compleja trama de valor y sentido. Este circuito de aceptaciones y rechazos tenderá luego a ser repetido, inducido o provocado.

Se produce un circuito idealizante que como en un juego de espejos es recorrido en ambas direcciones. El niño cumple, investidura narcisista mediante, con las aspiraciones de los padres: son hijos maravillosos a su imagen y semejanza. La respuesta del hijo los convierte a su vez en padres maravillosos.

Puntos de ruptura, desencuentros constituirán circuitos negativizantes que quedarán inscriptos en el psiquismo del niño como rechazo.

Pero interviene además “el punto más espinoso del sistema narcisista” (Freud, 1914, p. 88).

Dice J. Hassoun: “Todos estamos inscriptos en una genealogía de sujetos que no ignoran que son mortales” (Hassoun, 1996, p. 15). Por lo tanto, el reconocimiento en los hijos es un modo de asegurar la continuidad más allá de la propia existencia (Lustgarten de Gorodokin, 1998). 

Cuando la respuesta no es la esperada se abren distintas posibilidades que remiten al encuentro con la diferencia. ¿Cómo interviene la diferencia en sus distintas expresiones? ¿Cómo es decodificada la diferencia por las figuras parentales?

Freud se refiere al impacto que lo nuevo representa para el psiquismo ya que tiende a destronar a lo antiguo poniendo en juego una valiosa estabilidad (Freud, 1925 [1924]).

Pensamos que la diferencia puede representar en su punto más extremo: desconocerse en el hijo que es vivido como la caída de los propios referentes identificatorios; o más aún como angustia de no ser. Lo que está en juego es la estabilidad psíquica de los padres.

La incertidumbre podría generar una desinvestidura brusca del niño vivido como portador de una alteridad ominosa; una fuerte investidura de odio con características paranoides; o por el contrario, el desconcierto puede despertar un movimiento trófico para el psiquismo.

La alteridad del hijo puede activar desde una injuria narcisista, una vivencia de traición a la identidad parental, así como también el encuentro con la diferencia que cuestiona, pero constituye el punto de partida que posibilita la discriminación.

La estabilidad parental permitirá albergar al hijo en lo que falla, en lo que decepciona total o parcialmente su propio narcisismo; e impone el desafío de registrar rasgos nuevos y distintos de la singularidad del niño.  

Enfrenta al trabajo psíquico de reconocer lo diferente en una categoría valorativa que no represente lo ajeno-extraño-odiado.

La capacidad de reconocer las diferencias es una adquisición tardía del psiquismo a la que no todos los sujetos acceden. Poder amar al otro en su diferencia es quizá la apuesta máxima del amor de objeto.

Representa la posibilidad de ir más allá de la lógica narcisista que expulsa al otro como extraño u odiado.

 Podríamos categorizar este conjunto de reacciones en una línea que abarcaría: rechazo-traición-angustia de no ser.

Reconocer la diferencia nos remite a la otra lógica a la que alude Freud (1901) cuando cita la frase de Terencio “nada de lo humano me es ajeno” (p. 27), que implica la capacidad de registrar lo propio en el otro, lo ajeno en mí.

No solo se trata de tolerar sino de investir la diferencia. Es a partir de sostener el desencuentro con lo esperado, de sostener la estabilidad psíquica parental, que se puede amar al hijo en su diferencia.

Este juego de miradas constituye un proceso dinámico con desequilibrios y reequilibrios que permitirán la diferenciación de los objetos primarios y la construcción de la alteridad.

De la hiancia, de ese juego de espejos, se producirá el desanudamiento del niño del deseo de los otros, punto de partida de la subjetividad.

Parafraseando a Freud (1909 [1908]), el progreso de la humanidad toda se asienta en esta capacidad de ser sorprendidos por los rasgos diferentes y singulares de las nuevas generaciones.

Pensamos que el sentimiento de sí contendrá la historia y las marcas de este entramado de continuidad y diferencia, de investiduras recíprocas y sus destinos.

La inscripción del rechazo e inferioridad son el resultado de la investidura hostil y denigrante. Pero más difícil aún resulta la indiferencia que ni siquiera depende de la hostilidad y que expresa la ausencia de sentido del hijo para el psiquismo de los padres. Esta situación se inscribe en el sentimiento de sí del sujeto como vacío, apatía, desvitalización y expresa la vivencia de no ser nada para nadie

La relación con el Ideal

La constitución del Ideal instituye la función de autoobservación que implica la comparación constante entre la representación de sí y el Ideal (Freud, 1914). De la autoobservación dependen a su vez la autocrítica y la capacidad de insight

La pérdida del narcisismo primario genera una intensa aspiración por recobrarlo. Por lo tanto consideramos que la relación con el Ideal moviliza la esperanza y el anhelo de un encuentro que metaforiza el movimiento del deseo que no se alcanza a completar jamás.

La relación con el ideal expresa también un movimiento de tensión hacia lo imposible. Pensamos que dicha tensión requiere la noción de límite y la capacidad de discriminar lo ideal de lo posible.

El Ideal del Yo se constituye además a partir de las identificaciones con los padres, sustitutos e ideales culturales (Freud, 1914).

Pensamos que la relación con el ideal puede expresar un choque de valores en la medida en que este se haya constituido en concordancia con las condiciones del sujeto; o por el contrario, a partir del cumplimiento de condiciones externas sin miramiento alguno por su singularidad.

En este sentido ciertos valores reprimidos o escindidos producen una colisión que se expresa en una relación conflictiva del sujeto consigo mismo. No se trata en este caso de la tensión hacia lo imposible sino de un choque de valores determinado por la rigidez de las defensas en juego.

Abordar el sistema de valoraciones de un sujeto implica establecer una genealogía del ideal que supone registrar:

– Cuál es el valor predominante para las figuras significativas.

– Cuál es el valor predominante en la representación de sí de un sujeto.

– Cuáles son los valores del contexto sociocultural de un sujeto ya que cada hombre no es solo “hijo de sus padres” sino además un “hijo de su tiempo”.

– La relación con el Ideal puede estar determinada por el amor o por el odio. 

El otro significativo puede albergar con benevolencia los “fallos” o la alteridad del niño, o por el contrario reaccionar con odio y desprecio generando una relación de rechazo.

La historia valorativa de un sujeto estará plasmada en el diálogo que este tiene consigo mismo, que es en buena medida inconsciente y requiere ser desplegado en transferencia. 

Este diálogo contendrá matices de benevolencia o la marca del odio y del ensañamiento crítico que un sujeto tiene consigo mismo, independientemente de sus condiciones o de sus límites.

La relación con el Ideal estará signada por la comparación con los valores de los objetos significativos. Su despliegue y su decurso incluirán además la posibilidad de diferenciarse del sistema de valores y deseos de los otros.   

Es en El yo y el ello donde el Superyó surge como una instancia en la que el Ideal pasa a ser una de sus funciones junto con la conciencia moral y la autoobservación (Freud, 1923).     

El Superyó otorga un matiz diferente ya que incluye un sistema de prohibiciones y castigos.

La severidad del Superyó contribuye a la disminución de la representación de sí.

Retomamos en este punto la capacidad de autoobservación que va más allá de la tensión entre la representación de sí y el Ideal. Por esta suerte de desdoblamiento es que el sujeto se pone en posición de interpelación consigo mismo y con el mundo que lo rodea.

Es gracias esta capacidad, esencialmente humana, de interrogarse sobre sí mismo que se abren distintas posibilidades. Se produce un movimiento que habilita la emergencia de diferentes planos de sentido, lo que permite que el sujeto pueda verse desde más de un punto de vista.

Debido a esta función de desdoblamiento se hace posible el análisis que rompe la coherencia lógica y permite la emergencia del deseo inconsciente, generando la sensación de descubrimiento evanescente característica del insight.

En relación con el mundo que nos rodea, es a partir de esta posición de interpelación que podemos desafiar la apariencia de nuestras percepciones y comprender que hay cierto espesor en lo vivido. Nos permite ir más allá de la representación lineal del mundo, descubrir la profundidad y la perspectiva. Instituye la capacidad de interrogarse sobre el saber y sobre el sentido, sobre el texto y el contexto que nos habita.

A partir de esta función del Ideal se operan movimientos relacionales intrapsíquicos que, como en el humor, permiten al sujeto evitar el sufrimiento y afirmarse de otro modo sin sustraerse de la realidad.

En el humor, el Superyó, heredero de la instancia parental, suspende su condición de amo severo y cruel y habla al Yo de una manera consoladora como el adulto trata al niño (Freud, 1927b). El humor permite un juego placentero en el que el sujeto no aparece resignado al padecimiento y le posibilita reconocer las propias limitaciones con benevolencia o, dicho de otro modo, soslayar la castración sin angustia.

El humor, la benevolencia, la sabiduría permiten al sujeto tomar conciencia de la perspectiva, ir más allá de la mirada única que es la mirada del poder; trascender el autoritarismo de la lógica binaria; incluir el contexto que caracteriza el acontecimiento humano.

Estrategias clínicas

Comprender la constitución del sentimiento de sí y su dinámica nos permite formular estrategias clínicas para intervenir terapéuticamente. Nos planteamos en la clínica:

– Detectar cuál es la representación de sí que tiene un sujeto.

– Cuáles son sus enunciados y cuáles son los soportes figurativos que lo sustentan.

– Poder captar los enunciados y las reglas con las que estos se construyen.

– Captar la distorsión del sentimiento de sí hasta poder cuestionarla.

La distorsión del sentimiento de sí puede ser transitoria como en situaciones de duelo o ante crisis vitales.

La distorsión del sentimiento de sí puede ser el producto de una cristalización permanente.

El análisis permite cuestionar su estatuto de verdad inmutable y comprender que es el producto de una construcción hecha en condiciones relacionales particulares.

La historización de ciertas identificaciones, así como también la sujeción a la mirada y el enunciado de los otros, constituyen un modo de abordaje clínico.

En otros casos, la sujeción-apropiación no surge sino desplegada en transferencia y será allí donde podamos abordarla.

La interpretación, la construcción y la historización pueden ser condición necesaria pero no suficiente para operar una transformación. Es a partir de una experiencia vivencial diferente que se produce una nueva inscripción de las condiciones singulares de un sujeto, que pueden ser captadas por otro, el analista, que es capaz de reflejarlas con un tono afectivo diferente.

En relación con la función de la mirada, podemos desarrollar recursos clínicos a partir de la tarea de discriminación de la mirada de los otros.

Intervenir terapéuticamente en el proceso analítico implica formular para el sujeto:

Quién lo mira.

Qué ve cuando lo mira.

– Por qué o en qué condiciones fue mirado por el otro.

– Cómo se ve a sí mismo y a partir de aquí cómo ve el mundo.

– Desprenderse de la mirada única que es la mirada del poder.

– Poder mirarse desde más de un punto de vista o tomar conciencia de la perspectiva.

– Poder mirarse “con los propios ojos” ante la mirada de un otro (analista) que pueda

reflejarlo, devolverle lo que le concierne en términos de deseos, condiciones y también límites

– Detectar qué condiciones singulares de un sujeto fueron investidas y cuales fueron   rechazadas o, más aún, ni siquiera registradas.

– La realidad de la experiencia en términos de satisfacción pulsional y de reconocimiento es fundamental. Resulta imprescindible diferenciar situaciones de privación en la realidad de las condiciones neuróticas de un sujeto.

La adversidad incrementa el sadismo del Superyó; en ocasiones interpretar el sufrimiento solo en relación con el mundo interno contribuye a melancolizar al paciente.

– Poder captar cuál es el diálogo que un sujeto tiene consigo mismo.

Pensamos que es importante incluir en el diálogo analítico el humor, la benevolencia y la perspectiva habilitando las condiciones para que un sujeto pueda convertirse en un buen interlocutor para sí mismo. Como dice Antonio Machado (2022):

Converso con el hombre, que siempre va conmigo,

quien habla solo espera hablarle a Dios un día, 

mi soliloquio es plática con ese buen amigo 

que me enseñó el secreto de la filantropía. 

Cristalización. Flexibilidad del sentimiento de sí

Pensamos que el sentimiento de sí mantiene un núcleo estable, pero permanece abierto a distintas modificaciones, oscila desde la cristalización hasta la apertura a nuevos significados; es un sistema vivo y en continuo movimiento.

La estabilidad del sentimiento de sí depende de la presencia constante del objeto primario que pueda no solo satisfacer las necesidades del niño, sino investirlo narcisísticamente, lo que supone sobreestimarlo, valorarlo.

Si el medio ambiente es capaz de proveer sostén e investidura constante, el sentimiento de sí se organiza de un modo tal que permite su reconocimiento y continuidad a lo largo del tiempo.

La investidura narcisista constituye un núcleo estable de valoración que permanecerá abierta a nuevas investiduras y que quedará como reserva de energía constante frente a las contingencias de la vida.

Siguiendo a Winnicott, Bleichmar plantea que la función de sostén depende de la capacidad del otro significativo de apaciguar la angustia aún antes de que la problemática narcisista adquiera relevancia (Bleichmar, 1997). 

Consideramos que los fallos primarios de valoración y contención impiden la constitución de un núcleo estable de valoración-afirmación. Por esto, algunos sujetos permanecen en estado de hiperdependencia del objeto externo, porque su regulación está supeditada a la confirmación permanente del otro.

En algunos casos la labilidad del sentimiento de sí no responde a la falta de valoración sino a fallos en la capacidad de apaciguamiento de la angustia (Bleichmar, 1997). El sujeto, al carecer de recursos para ligar la angustia, quedaría a merced de situaciones de desvalimiento.

Por otro lado, nos encontramos con la cristalización del sentimiento de sí en ciertas imágenes y enunciados que atentan contra la flexibilidad necesaria para la vida. Se produce una clausura del sentimiento de sí a cambio de una máxima estabilidad.

Milmaniene (1989) plantea que el sujeto ante la angustia de fragmentación y nadificación busca el reparo de una unidad cristalizada en la que supondría encontrar la adecuación más absoluta consigo mismo.

Pensamos, en este sentido, que la “sustancialización” del sentimiento de sí funciona como una defensa extrema ante angustias de desintegración. Nos encontramos en el terreno de la autoafirmación paranoide; de la injuria narcisista compensada a través del odio y la venganza (Ricardo III); o de la arrogancia megalómana.

Algunas personas, aun habiendo sido queridas y valoradas, sufrieron oscilaciones entre procesos de investidura y desinvestidura bruscas vividas como disruptivas e inexplicables. Conservan como huella una gran labilidad.

Para aquellos que han sido hiperinvestidos por padres megalómanos, los apremios de la vida asedian un narcisismo que no tolera ninguna frustración. La realidad de la experiencia constituye una amenaza potencialmente traumática. Será por esto que los “niños prodigio” decaen como estrellas fugaces, producto del derrumbe narcisista.

Dice el saber popular que “seguro se siente no quien no se cae nunca, sino quien se cae y aprende a levantarse”. Dicho de otro modo, un sujeto adquiere valoración y estabilidad no solo cuando fue investido en sus logros y en concordancia con los deseos parentales, sino cuando fue albergado en sus “fallos”, sostenido y valorado en la dificultad.

Pensamos que el sentimiento de sí contiene la paradoja que lo instituye: es lo más ajeno y lo más propio del sujeto. Pese a su origen alienante es un referente ineludible de la subjetividad.

Es una construcción ficcional pero tiene la capacidad de intervenir en la relación que tiene el sujeto consigo mismo y con los demás, generando condiciones de satisfacción o fuentes de intenso sufrimiento.

La teoría psicoanalítica puede conducirnos a dos deslizamientos posibles:

-Sustancializar el sentimiento de sí y convertirlo en lo que es un sujeto. 

-Descalificar su importancia precisamente por su condición ficcional.

Queremos enfatizar el valor de la dimensión ilusoria del sentimiento de sí en su capacidad constitutiva y transformadora de la realidad.

No podemos desdeñar su dimensión ilusoria ya que el ser humano vive por amor o por odio a esta red de investiduras que lo constituyen y en función del registro valorativo de la representación que tiene de sí mismo.

Conclusiones

El sentimiento de sí es el registro valorativo que el sujeto tiene de sí mismo, como resultado de la comparación entre la representación de sí y el sistema de valoraciones plasmado en el Ideal.

  • El sentimiento de sí es producto de una construcción que en tanto es comprendida puede ser deconstruida, reconstruida y resignificada.
  • El sentimiento de sí es el resultado de un encuentro-desencuentro de investiduras recíprocas que configuran una compleja trama de aceptaciones y rechazos.
  • Es en el interjuego de investiduras donde se pone a prueba la capacidad parental del encuentro con la diferencia; o más aún con la capacidad de investir la diferencia.
  • La mirada tiene un valor fundamental en la constitución del sentimiento de sí y organiza un modo particular de mirar-mirarse-mirar al mundo.
  • Es importante detectar cómo un sujeto se mira; que pueda mirarse desde más de un punto de vista; y que adquiera la capacidad de “mirarse con sus propios ojos”.
  • El sentimiento de sí es estructurado y estructurante. Es necesario redimensionar su carácter ilusorio y su capacidad de producir realidades. 
  • El sentimiento de sí es una construcción ficcional; pero el ser humano vive por amor o por odio a esta red de investiduras que lo constituyen.
  • El sentimiento de sí puede estar constituido con predominio del odio o del amor y se revela a partir del diálogo que un sujeto tiene consigo mismo. 
  • El diálogo consigo mismo contendrá la historia de un amor propio que no siempre es amor.
1 licsusanalust@gmail.com. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
2 aliciancio@hotmail.com. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
3 mariagloriafernan@gmail.com
4 tilsadelialahitte@gmail.com
5 lilianasingman@gmail.com. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
6 vsrugo@gmail.com. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
7 Cursivas en el original.

Descriptores: AUTOESTIMA / FREUD, SIGMUND / NARCISISMO / IDEAL DEL YO /  HERIDA NARCISISTA / MELANCOLIA / LIBIDO OBJETAL / MIRADA / DIFERENCIACION / IDEAL


Abstract

The feeling of oneself. Theory and clinic of self-love

The constitution of the feeling of oneself is investigated by formulating theoretical-clinical hypotheses that allow to understand it and to intervene therapeutically on it. The feeling of oneself is the valorative register that subjects have of themselves as a result of the comparison between the self-representation and the system of values embodied in the Ideal. It is structured and structuring. It is a fictitious construction that, once understood, can be deconstructed and re-signified. The gaze has a fundamental value in its constitution, since it determines the way of looking, of looking at oneself and of looking at the world. It is necessary to reevaluate its illusory character and its capacity to produce realities. It can be constituted with a predominance of hate or love, and is revealed through the dialogue that subjects have with themselves.


Resumo

O sentimento de si. Teoria e clínica do amor próprio

Investigamos a constituição do sentimento de si, que se formulando hipóteses teórico-clínicas permitam compreender e intervir terapeuticamente sobre ele. O sentimento de si é o registro valorativo que o sujeito tem de si mesmo como resultado da comparação entre a representação de si e o sistema de valores retratado no ideal. É uma construção ficcional que enquanto compreendida pode ser desconstruída e ressignificada. O olhar tem um valor fundante na sua constituição, já que determina o modo de olhar, de olhar-se, de olhar o mundo. É estruturado e estruturante. É necessário redimensionar o seu caráter ilusório e a sua capacidade de produzir realidades. Pode estar constituído a predomínio do ódio ou do amor e se revela através do diálogo que um Sujeito tem consigo mesmo.


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