El psicoanálisis y el instante

Alberto Cabral
María Graciela Ronanduano de Maeso, Ricardo Vergara Editorial, 2021.  171 pp.

Graciela nos entrega un libro cautivante y atractivo, que reconoce en su fundamento 23 trabajos elaborados en momentos diferentes, presentados ante espacios y públicos también diferentes. Son trabajos que despliegan, a su vez, temáticas distintas, que abarcan un espectro de intereses tan amplio como el que cultiva la autora: psicoanálisis en primer lugar pero también arte, filosofía, epistemología, religión, ética. Y si bien la economía no es para ella un tópico privilegiado… el lector atento y memorioso encontrará en la página 109 una referencia a un discurso pronunciado en Buenos Aires por M. Camdessus (exdirector del Fondo Monetario Internacional) en 2000: un indicador sugerente de la condición omnívora de las referencias de las que se nutre Graciela. 

Esta diversidad podría haber generado un efecto de dispersión. Pero el libro de Graciela es mucho más que una recopilación: su lectura permite reconocer una unicidad que le brinda una trabazón consistente. Es lo que nos permite intuir el trabajo intenso que ha hecho la autora con el material originario, para transformar los 23 trabajos iniciales en sendos capítulos de un libro que agrupa esta diversidad en torno a un hilo conductor. 

Ese hilo conductor, que le permite a Graciela tejer nexos y tender puentes entre territorios en apariencia tan disímiles, está anunciado desde el título y desarrollado con claridad en el prólogo. Es una perspectiva sostenida en dos pilares: su preocupación por el instante y su posición de analista. Pertrechada con su equipaje de analista (que incluye su formación, su experiencia clínica y sus lecturas), Graciela se interna en una sub-región poco explorada de ese “continente negro” que es el tiempo: el instante. Digo “continente negro” evocando a Freud en su alusión a lo incognoscible, por referencia a la sexualidad femenina pero sobre todo a San Agustín y su referencia al tiempo: “Si nadie me lo pregunta, lo sé. Pero si tengo que responder a la pregunta de alguien, no lo sé”.

Y tenemos que agradecer a la autora los recorridos que nos propone por esta sub-región habitualmente poco transitada. Aun cuando no inexplorada: Bergson y Kierkegaard son buenos ejemplos desde la filosofía, y constituyen para Graciela referencias fuertes, a las que convoca en distintos momentos de sus desarrollos (al segundo, en particular, le consagra dos interesantes capítulos). Por nuestra parte podríamos mencionar también a V. Jankelevitch y las ricas formulaciones de W. Benjamin en torno a la irrupción potencial del “tiempo mesiánico”, que animan sus Tesis sobre la Historia.

Me interesa recortar dos aspectos del rico recorrido que nos propone la autora: son los que despertaron resonancias particulares en mi lectura. Por un lado, la caracterización del instante; por el otro, lo que podríamos precisar como el tipo particular de disposición subjetiva que hace posible su registro. En relación con el primer aspecto, y entre las muchas aproximaciones que Graciela nos propone, me resultó particularmente lograda su caracterización del instante como “el evanescente estallido de lo nuevo” (p. 11). Es una formulación que transmite la dimensión de fugacidad que le es propia, que lo torna inaprehensible y que lo aproxima a “lo efímero”; a diferencia de sus efectos que, por supuesto, pueden ser duraderos (p. 10). Este rasgo evanescente es el que Jankelevitch intentó atrapar al situar el instante poéticamente“entre dos nadas: la nada del todavía no, y la nada del nunca más”.

Por eso un topos retórico habitual en relación con el instante abreva en la “temporalidad del relámpago” que se le adjudica, y que Graciela también recoge (p .9). Son, todas, formulaciones apropiadas para enriquecer nuestra aprehensión de una de las formaciones del inconsciente con las que estamos familiarizados en nuestra práctica cotidiana: el lapsus. En él reconocemos esa condición de “estallido evanescente” que lo ubica en el otro extremo de la serie que compone con el síntoma, caracterizado en cambio por su duración (su “duro deseo de durar”, diríamos evocando a P. Eluard). Y es claro que si ese “relámpago” que es el lapsus tiene lugar en transferencia, encierra para el analizado la promesa de una significación nueva. Estamos verificando el punto en que la precisa formulación de Graciela (“evanescente estallido de lo nuevo”) contribuye a una mejor caracterización del lapsus.

Pero también la interpretación (que “debe ser veloz”, nos recuerda Graciela en la p. 111) participa de una temporalidad análoga, y por eso se aloja en ese marco fugaz que le brinda el instante. Es así que siempre se ha dicho que su eficacia está suspendida no solo de la precisión de su enunciado, sino también de esa condición particular del “ni demasiado pronto, ni demasiado tarde”, que la requiere abonada al instante.

Por el sendero que traza ese “evanescente estallido de lo nuevo”, la interpretación se aproxima a los desarrollos en torno a la noción de acontecimiento (Lacan-Badiou), al que podemos considerar una de las figuras del instante en distintos exponentes de la filosofía contemporánea. Sobre todo en su condición de “semelfactivo” (único en su ocurrencia), que ha destacado también Jankelevitch.  

Paso ahora al segundo aspecto que me interesaba puntuar en el libro de Graciela: la disposición subjetiva particular que permite “recortar” el instante. Ocurre que el instante no es un fragmento temporal objetivo u objetivable, que se presenta cartesianamente claro y distinto a la vista de todos. Participa de ese “pudor” que Borges reconocía en la historia, que a diferencia del periodismo, estridente suele presentar sus innovaciones en sordina. Por eso resultan poco visibles para quienes asisten, ciegos, a su emergencia.

Graciela insiste, en distintos tramos del libro, en el hecho de que la fuerza de la repetición lleva al neurótico a absorber la virtualidad del instante en el flujo indiferenciado del tiempo, neutralizando la emergencia de ese “estallido de lo nuevo” del que es un portador potencial. Es lo que la lleva a subrayar la responsabilidad del analista: su aptitud para “escuchar” lo nuevo y heterogéneo en el “hic et nunc” transferencial y por esa vía “liberar al sujeto del pasado y su repetición” (p. 14). Así concebida, la interpretación del analista se inscribe en esa función (sobre la que insistió Lacan, como nos recuerda Graciela) de “despertar” respecto de los efectos adormecedores de la repetición, articulados a la sujeción hipnótica que ejercen las rutinas y hábitos que regulan la vida social (p. 112).

“Despabilar al paciente”, nos dice también Graciela (p. 112). Me resultó sugerente (y con esto termino mi comentario) la resonancia de sus aproximaciones con la noción de Jetzeitz en Benjamin: una referencia ausente en el libro, pero con la que muchas de las aproximaciones de la autora mantienen una “afinidad electiva”.

 Me refiero al acento que el filósofo berlinés colocó en la actualidad del “aquí y ahora”, y su aptitud potencial para “hacer saltar el continuum de la historia”, introduciendo una ruptura en el “tiempo vacío y homogéneo” (Tesis XIV). Es lo que Benjamin esperaba de la práctica política transformadora… y puede resultar muy apropiado para evocar el carácter subversivo que por nuestra parte ambicionamos para la interpretación analítica.