El poder del lenguaje en los fenómenos sociales
A propósito de Nos habíamos choleado tanto, de Jorge Bruce
Jorge Bruce1, Abel Fainstein2, Gabriela Goldstein3,
Mirta Goldstein4, Raya Ángel Zonana5
Resumen
Tomando como punto de partida el libro Nos habíamos choleado tanto, de Jorge Bruce, se introduce la temática de “Prejuicio, discriminación y racismo”, convocados por la comisión de Formación Permanente de APA y el Comité de IPA, recientemente creado para ocuparse del tema. Se parte considerando la negación que existe acerca de estos temas y el sufrimiento que producen, aunque con modalidades singulares, en casi todo el mundo. Se interrogan las razones de ese punto ciego en nuestras sociedades psicoanalíticas, que afecta no solo nuestros debates teóricos sino también a la clínica.
Jorge Bruce relata el contexto de su escritura a partir de su toma de conciencia de la discriminación que existe en su país de los nativos conocidos como “cholos”. Por primera vez el racismo es abordado desde una perspectiva eminentemente subjetiva. Es decir, lo que sienten tanto discriminados como discriminadores, con abundantes viñetas que ilustran el punto. Se pregunta además si estudiar el racismo con nuestro corpus teórico no es parte de la desmentida del tema por tantos años. Cabe preguntarse si es suficiente. Enfoca desde el psicoanálisis los estudios acerca de estos temas propuestos por grandes intelectuales peruanos como Mariátegui, Flores Galindo y Portocarrero.
Gabriela Goldstein advierte que si bien el racismo es inmemorial, mientras en el siglo XX estaba en la esfera de lo público (acciones y debates que acercaron por ejemplo a un Martin Luther King), en el siglo XXI se replegó a lo subjetivo, a lo que pasa puertas adentro, en el fuero íntimo. Tal vez podamos marcar en todas las operaciones inconscientes “lo diferente”. El psicoanálisis no tiene respuestas, pero puede plantear preguntas y enmarcar el problema recuperando su valor en lo social y en la interpretación del estado de ánimo de la subjetividad actual.
Mirta Goldstein propone una identificación compasiva con los otros, simbolizar lo mestizo y no igual que nos hace singulares en lo semejante, y no soslayar actuar para poner freno a los intentos de masacre física y subjetiva de nuestros congéneres. Xenofobia, fanatismo, racismo, machismo rechazan nuestra condición impura y pueden desencadenar lo inhumano en lo humano, lo inmundo en el mundo.
Raya Zonana remarca el racismo silenciado por cinco siglos como un triste panorama latinoamericano y más especialmente de Brasil. Reflexiona acerca de la colonización, la deshumanización de los pueblos originarios y de los negros esclavizados, el racismo estructural, el pacto narcisista de blanquitud y el sufrimiento causado por un ideal imposible de blancura.
Nos habíamos “choleado” tanto
Jorge Bruce
Con ocasión de la reciente creación del comité de la IPA sobre Prejuicio, Discriminación y Racismo, su presidente, mi querido amigo Abel Fainstein, junto a la coordinadora de Formación Permanente de la APA, Mirta Goldstein, tuvieron la gentileza de invitarme a presentar mi libro Nos habíamos choleado tanto: Psicoanálisis y racismo (2019), en la APA. Fue, por supuesto, un honor y un placer integrar esa mesa.
He titulado esta breve presentación parafraseando el título de mi libro, el cual a su vez constituye una paráfrasis de la recordada película de Ettore Scola, Nos habíamos amado tanto. La intención del título inicial está vinculada con la ambivalencia que subyace al acto de cholear, lo cual, en el Perú, objeto central del texto, pese a que en ningún momento se soslaya la universalidad del racismo, es acaso el neologismo que mejor describe la discriminación histórica y cotidiana. Poscolonial y, ya desde hace mucho, responsabilidad nuestra y no de los colonizadores. Como bien dice el escritor español Javier Cercas, ante una pregunta por Skype de la escritora peruana Gabriela Wiener, una persona racializada y activa combatiente en pos de la igualdad de derechos de las personas como ella, en particular mujeres: “Los malvados españoles que conquistaron América son vuestros antepasados, no los míos”.6
Asimismo, he titulado esta presentación refiriéndome al análisis, porque me interesa resaltar la paradoja de que los analistas del mundo entero hayamos caído, desde Freud mismo, en una serie de variantes de la desmentida o incluso la alucinación negativa –Edward W. Said (2003)–, respecto del racismo. El mero hecho de que el comité citado haya sido nombrado tan tarde como el 2022 es elocuente respecto de esta generalizada actitud. Más aún, hay una resistencia de parte de los analistas y nuestras instituciones a reconocer los daños y el sufrimiento específicamente vinculados con el racismo. Hemos procurado trabajar estas consecuencias asimilándolas a otras patologías. Preferimos hablar de fragilidad narcisista, fanatismo, vulnerabilidad u odio, como si se tratara de una problemática exclusivamente individual, ignorando que desde el momento en que un paciente ingresa a nuestro consultorio, a nuestra mente, viene con un bagaje en el que están inscriptas las huellas no solo de su historia personal, sino de su lugar en la estructura social.
Este estruendoso silencio “administrativo” de los analistas nos impide darnos cuenta de que nuestras instituciones son el reflejo de esta discriminación racializada. Alguna vez en mi sociedad, la SPP, se necesitaba contratar a una secretaria. Un colega redactó un aviso en el que se solicitaba una secretaria (no podía ser hombre, aparentemente) “de buena presencia”. Un amigo abogado, activista antirracista, me escribió alertándome de que ese aviso infringía la ley. Cuando le avisé al colega en cuestión, me aseguró que lo ignoraba y que en ningún momento había tenido la intención de discriminar a nadie.
Es a esto exactamente a lo que me refiero. La ley lo prohíbe porque en el lenguaje codificado de una sociedad estamental, “secretaria de buena presencia” significa mujer blanca, no marrón ni negra. Es evidente que estamos aludiendo a actos inconscientes, y no tengo por qué poner en duda la buena fe de la persona que me aseguró, una serie de racionalizaciones mediante, que sus intenciones eran otras. Todos sabemos de qué está empedrado el infierno. Por lo demás la propia composición de nuestras sociedades es una muestra de la discriminación racializada. Incluso en un país como el mío, en donde los discriminados son la gran mayoría, nuestra sociedad es de muy “buena presencia”. Lo propio se repite por toda Latinoamérica, me consta.
La primera edición de mi libro fue en 2007. En un país con una considerable producción intelectual dedicada al racismo –acaso, como bien recordó Cristina Rosas, la mayor de América Latina–, desde José Carlos Mariátegui hasta Alberto Flores Galindo o Gonzalo Portocarrero, fue una gran sorpresa que mi texto tuviera el éxito de ventas y comentarios –algunos críticos, claro está– que tuvo. Al punto que, en 2019, la prestigiosa editorial Penguin Random House me propuso una nueva edición –ya no una de las múltiples reimpresiones que tuvo en la pequeña editorial universitaria en la que salió inicialmente–, con el argumento de que no solo era un bestseller, sino un longseller. Comprenderán que este argumento tan persuasivo fue imposible de resistir para mi narcisismo.
Sobre esto quisiera decir un par de cosas. Me parece que la acogida que tuvo el libro en el gran público se debe a que acaso era la primera vez que se trataba un asunto central de nuestro lazo social, desde una perspectiva eminentemente subjetiva. Esto era algo que se encontraba en muy contadas ocasiones en los grandes trabajos de historiadores o sociólogos. Los científicos sociales suelen abordar este virus mutante que atraviesa las épocas de nuestra historia, desde la conquista y la colonia hasta llegar a la república, con una perspectiva socio-histórica. De la cual me he enriquecido mucho, por supuesto.
Sin embargo, sentía la urgencia de ingresar al campo de la subjetividad y la intersubjetividad. A la problemática del otro, a la perturbada alteridad que nos divide y clasifica. Sobre esto último quisiera decir que cuando escribí el libro en 2007 era menos consciente de lo que soy ahora del lugar de privilegio desde el cual lo hacía. Era, como dice Christopher Bollas (1987), lo sabido no pensado. Desde entonces han ocurrido una serie de procesos interesantes en mi país.
Se han venido publicando una serie de testimonios de personas racializadas, no exentas de una mirada pensante, pero, sobre todo, al tratarse de escritores y quizá más escritoras, me han ayudado a ubicarme mejor. Personas como Marco Avilés, periodista y escritor, quien publicó De dónde venimos los cholos (2016), la mencionada Gabriela Wiener en Huaco retrato (2021) o la ilustradora Rocío Quillahuaman en Marrón (2022). Quisiera decir que es imposible leer estos libros y permanecer incólume, pero los analistas sabemos que el inconsciente, tal como el racismo, tiene una asombrosa plasticidad cuando se trata de deshacerse de los obstáculos a su goce. Sin embargo, esta voluntad de romper el silencio del dolor y la humillación me parece un signo esperanzador.
La otra razón por la que pienso que este libro agarró carne fue la manera en que está redactado. Una larga experiencia como columnista semanal en diarios de difusión nacional me ha enseñado a escribir atravesando las fronteras de nuestros cenáculos y llegar a una mayoría de lectores, sin por ello rebajar el nivel de las ideas.
Finalmente quisiera refutar el consabido argumento de que ocuparse de los asuntos de la polis no es psicoanálisis, sino quehacer ciudadano. Estoy persuadido de lo contrario. Los psicoanalistas tenemos un instrumental valioso que puede y debe contribuir en debates como el de los prejuicios, la discriminación o el racismo. En el Perú, por ejemplo, la desmentida nos ha llevado a tragedias espantosas, en donde la inmensa mayoría de las víctimas eran personas racializadas de las zonas altoandinas. Asimismo, la identificación con el agresor permite entender la autodiscriminación de mucha gente que acata los mandatos culturales referidos tanto a cánones de belleza en la publicidad omnipresente, como a tolerar microagresiones cotidianas.
He dado ejemplos clínicos de esto en otros textos. Mi propuesta es que no solo debemos enfocarnos en la problemática de nuestras sociedades, sino también en nuestras instituciones psicoanalíticas y en nuestro propio fuero interno. Pienso que, si es preciso, deberíamos afinar nuestras herramientas de trabajo y salir de la sujeción poscolonial en la que seguimos enfrascados.
Introducción al diálogo
Abel Fainstein
Sabemos de la frecuente negación de la presencia más o menos consciente de prejuicios y discriminación en cada uno de nosotros, nuestras sociedades y nuestras prácticas. También de sus muy dañinas consecuencias.
Conscientes de la necesidad de alertar acerca del sufrimiento causado por el racismo: la persecución de negros y pueblos originarios en distintas partes del mundo, denunciar el antisemitismo y toda otra persecución de minorías religiosas, y de concientizar los prejuicios, entre otros, contra mujeres, niños y diversidades sexuales y de género; es la tarea que tenemos por delante en el nuevo Comité de “Prejuicio, discriminación y racismo” de la “IPA en la Comunidad y en el Mundo”. Partimos de las elaboradas experiencias del Comité de la IPA acerca de Prejuicios coordinado por Janine Puget entre 2002-2006 y del Intercomité sobre Racismo entre 2017-2019.
Se trata de aprovechar la importancia del aporte crítico específico del psicoanálisis para tratar de concientizarlo atendiendo a su compromiso con la mitigación del sufrimiento humano, y a su singularidad en cada sujeto, en cada geografía y en cada cultura.
Junto a la tarea del resto de los distintos comités que integran “IPA en la Comunidad y en el Mundo”: Salud, Educación, Cultura, Ley, Clima, Violencia, Ayuda humanitaria que incluye Naciones Unidas y Migraciones y refugiados, y PACE, de atención en situaciones de crisis y emergencias, damos cuenta de un psicoanálisis más allá del diván, en la línea de fuego.
Celebro encontrar en la APA y en la Revista de Psicoanálisis la posibilidad de comenzar nuestra tarea. También de poder contar con Jorge Bruce, de Perú, autor del libro que, parafraseando el título del conocido film, tituló: Nos habíamos choleado tanto y que nos inspiró para este intercambio, y con Mirta Goldstein de Buenos Aires y Raya Zonana de San Pablo, respectivamente comprometidas con esta temática en relación con antisemitismo y discriminación de negros y aborígenes.
Bruce retoma, esta vez desde el psicoanálisis, la tradición peruana en el estudio de este problema.
Los cholos en Perú son parte de los que entre nosotros conocemos como “piel marrón” y que constituyen un buen porcentaje de nuestra población latinoamericana. Los habitantes de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires no son el mejor ejemplo, no así los del interior de nuestro país, incluyendo el extenso conurbano bonaerense, que frecuentemente trabajan en la metrópoli. Las diferencias socioeconómicas en general los afectan grandemente, se desatienden su salud y educación, y la Guerra de Malvinas los tuvo como principales víctimas al haber sido discriminatoriamente elegidos para ser enviados al combate.
Paradójicamente es poco frecuente verlos en instituciones como esta o cualquier otra similar, y aun en la Universidad de Buenos Aires, considerada socialmente de elite aunque sea gratuita, más allá de sus reconocidos méritos académicos. Se agrega que, aunque las universidades del conurbano sirven a muchos de ellos para ser los primeros universitarios de la familia, son fuertemente resistidas por muchos que desmienten este estado de cosas.
Toda esta realidad es sin embargo desatendida, e incluso negada, por muchos de nosotros y nuestras instituciones.
Es lo que sucedía en Brasil con la población negra hasta que con el decidido apoyo de la Federación Brasilera de Psicoanálisis, FEBRAPSI, las Sociedades Brasileras de Psicoanálisis de Río de Janeiro y Porto Alegre se propusieron últimamente concientizarlo y tratar de cambiarlo. El resultado ha sido más que satisfactorio en la inclusión de poblaciones de negros e indígenas y en la concientización de sus membresías acerca de estos problemas.
Nos cabe ayudar a concientizar acerca de los prejuicios que llevan a, o sostienen, la discriminación y el racismo en nuestras propias sociedades psicoanalíticas y sus institutos, y en la clínica. En algunos institutos se propone incluirlo en la formación.
¿Qué racismo ahora?
Gabriela Goldstein
¿Por qué el racismo ahora? ¿Qué racismo ahora? El racismo es inmemorial, pero podemos decir que en el siglo XX el racismo estaba en la esfera de lo público, acciones y debates que acercaron a un Martin Luther King, por ejemplo. Pero en el siglo XXI se replegó a lo subjetivo, a lo que pasa en el fuero íntimo, y así ahora también nos preguntamos acerca de lo que ocurre puertas adentro de nosotros mismos. Tal vez podamos marcar en todas las operaciones inconscientes “lo diferente”. El psicoanálisis no tiene respuestas, pero puede plantear preguntas, puede enmarcar el problema del racismo en un contexto de discusión donde se recupera su valor, y le toca hacer un psicoanálisis social y una interpretación del estado de ánimo de la subjetividad actual.
Inculpar al individuo de una tendenciosidad inconsciente por cómo fue criado no aporta datos ni profundidad a la investigación en psicoanálisis. Podemos identificar un problema de todas las psicologías racistas que consiste en que niegan el inconsciente. El inconsciente infantil discrimina, al estar regido por los principios del inconsciente, y a su vez estos por lo infantil y ambivalente. La función del psicoanálisis no es la de impugnar la narrativa de los discursos del racismo sino interrogar el fuero íntimo de las personas y la cuestión de por qué ha habido tal despliegue en el mundo contemporáneo, así como del narcisismo en niveles sociales, y del infantilismo por falta de reflexión. Ponerlo en el contexto de expresión de una época en particular, en conflicto permanente.
Es interesante la pregunta que hace Balibar (1988): ¿Existe un “neo-racismo”?, ¿es correcto hablar de un neo-racismo?, ¿un nuevo recrudecimiento histórico de movimientos y políticas racistas que podría deberse a una coyuntura de crisis, o por otras causas? Este autor entiende que la cuestión afecta en formas que difieren en cierta medida de un país a otro, pero que sugieren la existencia de un “fenómeno transnacional”. Hoy el racismo es un verdadero “fenómeno social total” y se inscribe en prácticas (violencia, desprecio, intolerancia, humillación y explotación) que se articulan en torno a los estigmas de la alteridad (nombre, color de piel, prácticas religiosas); por lo tanto, “organiza los afectos”.
Para el psicoanálisis la innata dificultad de asimilar la alteridad, al Otro, es parte de los movimientos psíquicos que implican elaborar los duelos y el “complejo fraterno”, que señala al otro y al sí mismo, a partir de la constitución en el estadio del espejo. Pero ¿qué sucede si, como imagen especular, se les niega el derecho a definirse a sí mismas, como lo postula en sus escritos Frantz Fanon? (Balibar, op.cit., p. 18). Ese espejo que Fanon discute, que configura una estructuración del Yo, señala que la alteridad puede quedar fraguada. El Otro es condición de discurso.
El poder y el abuso son una evidencia cotidiana, que no es solo la violencia física y la discriminación, sino las palabras mismas; “la violencia de las palabras” reside en que se transforman en actos de desprecio y agresión, según Balibar (op.cit). Es el hambre del poder por el poder en sí, y el efecto de goce que produce; contra ese tipo de hambre insaciable en que el discurso del neurótico no se articula, nada parece suficiente. Un poder no neurótico (la neurosis es negociación), es vivir o morir, o matar o morir, al que parece que te desafía, y por ende no es negociable. La negociación es humanizante.
En una lectura psicoanalítica a fondo, Moustapha Safuan (1979), explora también la explotación de la mujer, y todo tipo de abuso, puesto que denuncia que se “[…] ignora que la esencia de la tentación en el hombre reside en la explotación de su semejante: para gozar de sus bienes […] pero no sin rebajarlos al rango de ‘vanidades’ respecto a un Bien supremo que nadie ha llegado a conocer jamás pero que, a pesar de ello todos, explotadores y explotados, imaginan”. “Por no recordarlo, se pierde la única definición válida de la mujer: un bien que hay que conceptualizar, no de supremo, sino de algo no envilecido”; el feminismo, de otra manera, es portavoz de esta denuncia que rehúsa ser pieza de “cambio”.
Pero en algunas personalidades, como vimos, existe una extraña concordancia entre Yo y Superyó que produce un efecto desculpabilizador. ¿Cómo se podría si no liberar una voluntad autónoma de poder, un goce de algo radical que impone el placer sádico de aplastar al otro? Hay también en el hombre un sentimiento de apoderamiento de la presa que produce goce. Estas manifestaciones del poder se originan en la pulsión de apoderamiento o voluntad de poder según Freud (1933 [1932]), que se conjuga con aspectos narcisistas y componentes sádicos. “[… ] La crueldad es cosa enteramente natural en el carácter infantil; y la inhibición en virtud de la cual la pulsión de apoderamiento se detiene ante el dolor del otro, la capacidad de compadecerse, se desarrolla relativamente tarde […]”, pero puede tomar otro camino… como lo estuvimos viendo.
Podemos entender que Freud en su carta a Einstein llamada ¿Por qué la guerra? le pregunte: “¿Estoy autorizado a sustituir la palabra ‘poder’ por ‘violencia’ más dura y estridente […]?”. Freud (op. cit) señala que “el hombre no es una criatura tierna y necesitada de amor, que solo osaría defenderse si se la atacara, sino, por el contrario, un ser entre cuyas disposiciones instintivas en las que también debe incluirse una buena porción de agresividad […], para humillarlo, para ocasionarle sufrimientos, martirizarlo y matarlo. Y dice “Homo homini lupus”.
El problema es cómo negociar con la cultura. Probablemente lo que supuestamente limita el malestar en la cultura es aquello mismo que limita la libertad, que en realidad es gestionada por ese límite; esa es nuestra tarea.
Malestares en la civilización. Prejuicio, racismo y fanatismo. El poder del lenguaje y de lo político
Mirta Goldstein
Introducción
Los malestares irreductibles de la civilización denotan la atemporalidad y universalidad del sufrimiento individual y social. En esta atemporalidad del malestar de la civilización, malestar que quizá debamos atribuir a que el ser hablante es sujeto de diferencias y de combinatorias, demarcamos cortes sucesivos y hasta simultáneos de prevalencia de discursos de los cuales algunos, como los discursos de la pureza, el odio y la certeza, dificultan la convivencia transgeneracional, trans-étnica, trans-sexual, trans-ideológica y trans-religiosa, dejando al descubierto que gran parte de la angustia humana forma parte del horror a lo cruel.
Desde este punto de vista podemos denominar Historia a la narrativa que unifica esos cortes y Política a las acciones que ejecutan los gobiernos y que comprometen a los pueblos y a los individuos. Estas acciones políticas no siempre están al servicio de la discontinuidad de la repetición tanática en la historia, sino que muchas veces están al servicio de la dominación de las masas y la segregación de los perjudicados.
Los hechos sociales están determinados por discursos políticos y a su vez son interpretados por otros discursos políticos. Entonces, ¿de qué modo entendemos lo político? Lo político desde una perspectiva alentadora puede entenderse como la posibilidad de circunscribir un campo de reflexión que genere una historia crítica de los movimientos de discurso, es decir, que pueda distinguirlos y marcar su eficacia y trascendencia en el tiempo tanto como su declinación.
Sebastián Barros7 describe dos modos de entender lo político, uno en Carl Schmitt y otro en Hanna Arendt. Para Barros lo político es aquello que da forma a las relaciones sociales y a la vida en comunidad. Dice que Schmitt basa lo político en la posibilidad de distinguir el antagonismo constitutivo entre amigo/enemigo en la esfera de lo público, acordes con otras dicotomías como bello-feo, bueno-malo pues estos antagonismos siempre requieren de la presencia del extraño y de un tercero imparcial. Dice que lo estatal no es lo político y que las políticas son particularidades de lo político. Para Barros Schmitt considera que los antagonismos llevan a la lucha, aunque no siempre a una guerra, y que son la piedra fundante de los agrupamientos y las comunidades civiles.
Sebastián Barros asevera que Arendt pone el acento en las características de la condición humana y que le otorga prevalencia a la acción, al acto que impulsa los cambios. Cita a Arendt: “Actuar es tomar la iniciativa para relacionarse con otro y hacer frente a la irremediable condición de pluralidad que caracteriza a lo humano” y aclara que para Arendt la acción política no debe conllevar violencia. Ante esta posición nos preguntamos: ¿es posible una acción política sin violencia, y a qué puede conducir desestimar la violencia? Quizá valga en este punto distinguir entre la violencia inevitable del sujeto que ejerce en pos de su exogamización, de la violenta crueldad organizada por acciones políticas contra los otros.
Lo político, entonces, abarca la capacidad de agrupar como de disgregar y en este sentido es posible inteligir que la angustia a la que Freud caracterizó como de horror a la muerte, es más bien el horror a que caigan todas las contenciones de la pulsión de destrucción y aparezca la crueldad en estado puro.
La crueldad en estado puro tiene como objeto al “prójimo”, a su libra de carne (El mercader de Venecia, Shakespeare). Freud en El malestar en la cultura, refiere que “es el depositario de nuestra agresión y su ajenidad nos tienta a explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo”. ¿Qué hace Freud ante esta evidencia? Propone que la cultura puede limitar las satisfacciones eróticas y agresivas y darle sostén al pacto social, pero podemos observar que limitar no es eliminar, por lo cual los goces canallas y crueles persisten e insisten en lo humano sin consumirse totalmente. Más bien los goces destructivos consumen al propio sujeto arrebatándole ese poco de libertad que puede partir de su reflexión crítica y cuestionadora.
Con Freud y Lacan entendemos a la cultura como aquellas formaciones imaginarias y simbólicas que, fallando inevitablemente, intentan amortiguar los goces filicida, parricida, fratricida y femicida. Estos goces bordean un trauma primordial de la civilización homo sapiens: la conciencia de la singular diferencia entre los unos y los otros y consigo mismos y de la combinatoria de rasgos determinantes del sujeto, por lo cual todos los seres hablantes nos constituimos de manera “impura”.
La idea de singularidad surge de la combinatoria genética, emocional, anatómica, psíquica, étnica, judicativa, biológica, inconsciente, social, sexual y discursiva que nos conforma. Si aceptamos que los seres hablantes estamos constituidos como distintos y no-iguales, esto mismo demanda elaborar a lo largo de la vida la segregación que producen los rasgos diferenciales tales como lo femenino, la negritud, lo indígena, la minusvalía, lo gitano, lo judío, el vecino, la vejez, el refugiado, el extranjero, el árabe, etcétera.
Basta que se establezca una biopolítica de la pureza para que cualquier rasgo que marque diferencia pueda ser segregado, culpado, castigado o humillado, eliminando a quien lo porta. Eliminar no solo es dar a otros muerte física, sino, y principalmente, darles muerte subjetiva; esto fue muy bien entendido por la política nazi, que planteó eliminar lo judío de la cultura eliminando la cultura judía y a los judíos. Lo que la política nazi no pudo erradicar son las huellas judías en el lenguaje tanto alemán como inglés.
Cualquier modalidad de apartheid mata al sujeto psíquico y emocional que yace en el corazón de nuestros congéneres y es, en este sentido, parricida y fratricida.
Si el prójimo fácilmente puede convertirse en enemigo y en objeto desechable deslibidinizado, ¿cuáles son los recursos con que contamos para amortiguar el trauma de la civilización y sus consecuencias en los lazos sociales? Nos queda elaborar y aplicar el concepto de semejanza. Semejanza y semejante vienen a suplir la imposibilidad de destitución de las diferencias, que motivan los desenlaces de crueldad hacia la fratría: comunidad humana y/o el colectivo de pertenencia.
Destacamos el concepto de semejanza pues la desestimación de la impureza o de la factura humana, tejida de mixturas y combinatorias, relanza una y otra vez el fanatismo, el racismo y la xenofobia. ¿Acaso no portamos todos los seres humanos una mezcla de masculino y femenino, o al rastrear nuestro árbol genealógico nos topamos con un antepasado judío o indígena o africano? (Goldstein, 2023a). Si bien es cierto que hasta el discurso de la impureza puede favorecer posturas racistas, tengamos en cuenta que cualquier posición discursiva tiene la posibilidad de radicalizarse y extremarse.
Atravesamos un momento histórico de decaimiento del discurso político humanitarista, a lo cual se suma la banalización de los derechos humanos por el discurso que extrema la oposición víctima-victimario; de este modo crece el vaciamiento cultural y se fragmenta el lazo social, por lo cual se vuelve difícil encontrar un pacto pacificante de la violencia ante el resurgimiento de las “masas” por sobre los “pueblos”.
La reivindicación de los derechos de los pueblos originarios camina paralelamente a su banalización. El siglo XX dio por terminado al humanismo y tampoco le dio demasiado crédito al discurso humanitarista que hizo circular la ilusión de la ayuda entre las naciones y entre los pueblos; más bien el siglo XXI, y ante los efectos de las nuevas guerras, dio lugar al resurgimiento de los nacionalismos fascistas, los discursos de la pureza y la certeza y movimientos contra la solidaridad con los refugiados y exiliados, es decir, abrió paso a movimientos segregacionistas y racistas.
La cultura de la reivindicación de derechos ha tenido efectos liberadores y efectos estigmatizantes. Mientras es innegable la apertura en política de derechos humanos que en el siglo XX produjeron los discursos de los movimientos LTGBQ+ (Goldstein, 2023a), los que rompieron con el absolutismo fálico y el negacionismo de las diferencias sexuales, su vanguardia política decae (cae la ley del aborto en Estados Unidos y no sabemos qué efectos tendrá en otros lugares) y muchos feminismos callan a la hora de defender a las mujeres iraníes quemando sus Hiyab en una sociedad teocrática que sigue en el poder y que las seguirá humillando.
Si el fracaso de la cultura y la palabra en contener la guerra, la tortura, la discriminación, el racismo, la violencia intra e intergéneros y el machismo, nos coloca ante la incertidumbre y la angustia, también nos coloca ante la decisión de volvernos crueles o de dar batalla ahí donde las desigualdades se tornan devastadoras, degradantes y aniquilantes porque si se desmiente la semejanza, el otro se convierte en prójimo objetalizado, en nuda vida.
Como civilización hemos quedado atrapados entre la creencia en la completud y la increencia en la incompletud. Este par va junto para poder tener eficacia social y a la vez motivar el deseo libertario, o, todo lo contrario, desencadenar la huida angustiosa, el sometimiento, la apatía y la indiferencia que provienen del odio y la envidia. Odio y envidia determinan que en el lazo social puedan alojarse fácilmente el racismo, el negacionismo, la discriminación y el abuso.
En cada época se pone de manifiesto algún aspecto de la relación entre sexualidad y cultura. El discurso político actual fomenta el consumo de los cuerpos humanos, es decir, consumimos gozosamente lo que nos consume como civilización, lo que nos destruye y esclaviza; entonces, en cada tiempo cultural nos queda decidir si caer en el escepticismo trágico, sucumbir a la ignominia del Mal que hace del otro nuda vida, o dar batalla por la paz, la igualdad y la libertad (Safouan, M. El deseo y laperversión) –tres imposibles tomados en un sentido absoluto–, pero que pueden impulsar anhelos de liberación de los oprimidos.
Desmentir que el odio forma parte de nuestra especie vuelve más violentos a los discursos que hacen uso del mismo para fines destructivos y vuelven más crueles a los líderes que los sostienen. A esto se une que nuestra civilización padece la ambivalencia de desear desaparecer y de existir de manera inmortal, o sea, de sobrevivir o de autodestruirse. Entonces, un primer reconocimiento es aceptar la pulsión de destrucción y de muerte que nos habita y puede conducirnos a la extinción.
Cuando un joven lobo solitario sale a matar a sus compañeros de escuela, no solo los mata a ellos, también se destruye como sujeto y destruye el lazo identificatorio compasivo con sus semejantes generacionales. Estas acciones pueden concebirse como “disfunciones de la civilidad” (Goldstein, 2011) pues muestran la falla en la simbolización de la incompletud del Otro, de la alteridad y la ley simbólica.
Una larga historia de discursos de la segregación alimentó los colonialismos europeos. Un filósofo como Kant8 consideraba que había que intervenir sobre los pueblos calificados de bárbaros para transformarlos en no bárbaros a semejanza de su propia cultura. Esta ideología –de raigambre autoritaria y racista– reaparece en muchos discursos xenófobos y en el lenguaje cotidiano. Luego proponemos diferenciar entre la xenofobia informal o espontánea y la xenofobia organizada. La xenofobia informal corresponde a acciones espontáneas de violencia mental y física contra los otros, y la xenofobia organizada por los aparatos de poder. A la planificación formal de la acción xenófoba generalmente se le agrega una cuota de informalidad que deviene de la criminalidad espontánea que se genera por el impulso destructivo de las masas.
En síntesis, para el sujeto racista y fanático, no hay posibilidad de trabajo de duelo pues desconoce la transitoriedad y la transformación que son inherentes a la incompletud.
El filósofo Clément Rosset, en Lo real y su doble, dice en relación con el sujeto del fanatismo: “convierte así el hecho único que percibe, en dos hechos que no coinciden […] mágicamente escindidos […] como si dos aspectos del mismo evento adquirieran cada uno una existencia autónoma” (2016, p. 19).
Entendemos que la realidad desdoblada del fanático resulta ser una proyección del desdoblamiento intrapsíquico que opone una verdad tenida por verdadera a la verdad de lo falso.
Si bien puede parecer simplista motivar a los fenómenos sociales en traumas particulares, lo que llevaría a una relación estrictamente lineal entre individuo y grupo, pensamos que ningún sujeto sin características psíquicas escindidas puede ser llevado a sostener posiciones fanáticas y/o racistas y a defenderlas aun hasta el sacrificio y la inmolación.
Hay en cualquier posición extrema un suicidio implícito que puede ser de la vida, del juicio, de la afectividad, del sentido común y/o de la compasión hacia el otro. En este sentido, el fanático y el racista se entregan sacrificialmente al Goce del Otro victimario en tanto víctimas de sus propios ideales.
Comentario al libro de Jorge Bruce Nos habíamos choleado tanto: psicoanálisis y racismo
Cuando se comenta un libro, se lo hace desde cierta perspectiva, y en este sentido elegí hacer mi comentario en relación con el poder del lenguaje y de la razón política, dimensión que es generadora de los lazos sociales tanto constructivos como destructivos.
En el libro citado, Bruce relata y analiza la problemática social peruana, problemática extensiva a nuestra civilización. La racialidad nos habita y Jorge Bruce denuncia la hipocresía de nuestras sociedades y la doble moral que pone en contradicción lo que hacemos, sentimos y decimos, por ejemplo, cuando algunos supuestos ilustrados hablan de su simpatía racial, o de su postura democrática o del anhelo de igualdad, pero a la hora de los hechos sustentan posiciones autoritarias o denigratorias, con lo cual dichas declaraciones se convierten en refugios cínicos. Freud (1920-1922) cita a Le Bon cuando afirma que las masas accionan, piensan y sienten de un modo que ningún sujeto lo haría individualmente.
Los fanatismos incluyen a los prejuicios y a los racismos segregatorios, ya que los fanáticos no pueden abandonar el goce de la contienda y esto motiva que los sujetos sexistas, dogmáticos y especialmente crédulos no puedan diferenciar las funciones yoicas de pensar, sentir y creer (Goldstein, 2022). Es decir, no pueden distinguir lo que sienten de lo que creen, de lo que piensan, por lo cual son pasibles de ser captados por discursos y líderes envolventes que pueden conducirlos hasta la violencia más cruenta y victimaria. En estos sujetos el ideal los encierra no solo en sí mismos sino en “la masa” descripta por Freud.
Bruce se refiere a la hipocresía solapada sobre todo de los poderes “blancos”. Por mi parte la encuentro en el discurso del amor al prójimo, discurso que esconde que no ser blanco ni católico sigue significando ser pasible de ser colonizado, humillado, censurado.
La colonización de las almas y los abusos de poder sobre los cuerpos de los tenidos por menospreciados recorre la historia de la humanidad, ante lo cual Bruce (p. 5) cita al escritor Jonathan Litell, quien dice: “El Mal está ahí y siempre lo estará, tan solo podemos limitar el daño con el ejemplo humanitario”. Ante esta idea bastante esperanzada, surge la siguiente pregunta: ¿cómo limitamos el mal y la inequidad en una época en la cual a nivel global el humanitarismo ha caído (Goldstein, 2020) y la memoria y la educación avanzan lentamente o caen en el descrédito?
Para Ian Kershaw (2004), historiador británico contemporáneo de la Segunda Guerra Mundial, “El camino hacia Auschwitz se construyó con el odio, pero se pavimentó con la indiferencia”. Aquellos que vivenciamos el antisemitismo y la discriminación en la escuela –a los cuales los maestros consentían con indiferencia y el sistema educativo promovía–, buceamos en las raíces de la discriminación. En el libro Las enfermedades de la cultura: totalitarismo, banalización y antisemitismo (2007), formulamos la idea de que el antisemitismo es paradigmático de todos los discursos de la pureza y la certeza pues sirve para masificar, estigmatizar, segregar y eliminar y fueron las características que adoptó durante la Inquisición las que sirvieron de modelo a la colonización de los pueblos originarios tras el descubrimiento de América.
La imagen antisemita del judío con nariz de ave de rapiña, en su intención devastadora es homologable a la caricaturización que relata Bruce respecto de los pueblos peruanos como llamas y alpacas que hablan, pero que no deben votar. Animalización que lleva a que el colonizado deba silenciarse por orden externa e interna, es decir, queda doblemente martirizado y expuesto a la violencia del fanático (Goldstein, 2022).
Esta aptitud denigratoria hacia el otro supone la desmentida inconsciente del mestizaje, de la combinatoria con lo que todos estamos hechos. La herida narcisista de nuestra civilización de que somos existencialmente diferentes, complejos, combinados o mestizos y no-iguales aunque semejantes, nos demanda elaborar la diferencia entre no-igualdad subjetiva y desigualdad provocada por los sistemas de poder. Quiero destacar que diferencio entre desigualdad socioeconómica de la no-igualdad intrínseca a nuestra singularidad. La desigualdad es un problema sociopolítico, la no-igualdad, una condición del sujeto.
Entonces, si es imposible erradicar el malestar en la civilización y sus efectos nefastos en los lazos sociales, nos queda analizar la razón política que conduce al mal y el poder discursivo del lenguaje, que son los que generan desde el malentendido y la maledicencia hasta la crueldad más abominable.
Lo político es un campo discursivo generador tanto de movimientos libertarios como de sojuzgamiento; esta característica llevó a Carl Schmitt, Hegel, Hobbes, Macchiavello y Freud, entre otros, a concebirlo como la capacidad de agrupar según los antagonismos amigo/enemigo, amo y esclavo, dominador/dominado.
La filósofa española Adela Cortina considera que es la predisposición tribal de nuestra civilización la que lleva a actuar bajo el esquema simplista familiar-extraño, funcionamiento que dejan en herencia los poderes endogámicos; por algo a las mafias se las conoce como las “familias”.
Cualquier estado de apartheid o segregación está basado en lo tribal endogámico, es decir, lo tribal conforma los lazos sociales y estos se enredan en sus trampas o luchan contra sus fuerzas.
Freud entendió que la crueldad en estado puro quedaba cubierta y encubierta por la cultura, y a la vez entendió que la cultura es la combinatoria y mestizaje de fuerzas eróticas y tanáticas, por lo cual la propuesta de limitar, contener y moldear a los goces parricida, fratricida, filicida y femicida fracasa ante la herida de nuestra condición impura, mestiza y no-igual entre los unos y los otros y con nosotros mismos. Propulsar cambios sociales teniendo en cuenta la pluralidad humana (Arendt) implica no desmentir la Realidad, desprendernos de lo tribal sagrado que nos constituye a través de actos comprometidos y responsables y hacer algo con nuestro lenguaje.
El lenguaje humaniza y destruye al mismo tiempo, pues es en sí mismo excluyente, a saber, cada vez que digo negro no digo blanco y esta misma imposibilidad de nombrarlo todo lleva a que cualquier discurso pueda convertirse fácilmente en extremista y promover el odio racial, religioso, ideológico.
La configuración de las sociedades y de las subjetividades parte de lo considerado común y lo tenido por ajeno. Tanto cuando argumentamos sobre el individualismo moderno o sobre la expropiación de las lenguas madre de las culturas originarias o de los refugiados, no se puede eludir la conflictiva respecto de lo común/ajeno que demandan su conservación posfundacional o su pérdida posfundacional (Goldstein, 2023b).
Entonces, ante la condición humana de racialidad y segregación, nos cabe simbolizar lo mestizo y no-igual que nos hace singulares en lo semejante, encontrarnos en la identificación compasiva con los otros y no soslayar actuar para poner freno a los intentos de masacre física y subjetiva de nuestros congéneres.
Xenofobia, fanatismo, racismo, machismo rechazan nuestra condición impura y pueden desencadenar lo inhumano en lo humano, lo inmundo en el mundo.
Racismo: Breve comentario a partir de Nos habíamos choleado tanto, de Jorge Bruce
Raya Ángel Zonana
“¿Puedo sustituir la palabra ‘poder’ por el término, más rotundo y más duro, de ‘violencia’?”
Freud, [1932] 2010, p. 419, traducción nuestra.
Optando por mantener el tono informal de la versión original de este breve texto, aprovecho el espacio de la escritura para desarrollar rápidamente algunas ideas que en el momento del diálogo con los colegas solamente esbocé. Aun así, quedará mucho por decir ya que el tema se ramifica y adentra en todos los poros y “venas abiertas” de América Latina.
He aceptado con mucho gusto esta amable invitación para un diálogo sobre el libro Nos habíamos choleado tanto, de Jorge Bruce. No solamente por la posibilidad de intercambiar ideas sobre un tema tan contundente como el racismo, sino también por la importancia que tiene este libro para América Latina y para el psicoanálisis.
Escribir sobre el racismo en América Latina es dar voz a un largo silencio de cinco siglos, que perpetúa esta herida a través de las generaciones.
Introducir este tema en el pensamiento psicoanalítico para los psicoanalistas y en las instituciones psicoanalíticas de América Latina es un acto psicoanalítico, una cuestión política.
Tomaré algunas pocas ideas de las muchas que me hicieron eco durante la lectura del libro de Jorge Bruce. Me atendré al racismo que vivenciamos de manera más intensa en América Latina, que es un racismo en contra de una población mayoritaria, como es el caso de los cholos en Perú y de los negros en Brasil.
Mantener un velo de silencio sobre el racismo implica un pacto de negación que se da en nuestros países.
En la introducción del libro, el autor postula que el racismo es lo que hay de más rancio en Perú. La palabra rancio me llamó la atención. Un buen adjetivo para el racismo, ya que rancio es algo antiguo, mohoso, cuyo olor es pesado, desagradable e impregnante. Jorge Bruce encuentra en la etimología de esta palabra la misma raíz de las palabras resentimiento y remordimiento. Estos son los sentimientos que provoca el racismo y que dominan, respectivamente, al discriminado y al discriminador.
Cida Bento, autora negra brasileña, doctora en psicología, estudiosa de la diversidad, nos recuerda que: “No es agradable vivenciar ninguna de las condiciones –descendiente de expropiador o de expropiado–; así, la negación puede acompañar y favorecer la perpetuación de estos pactos de silencio” (Bento, 2022, p. 121).
Hablar de racismo es hablar de negación y de violencia, y así nos aproximamos a una cuestión fundamental: colonialismo y, obviamente, poder.
El “descubrimiento” –o más bien, ¿invasión?– del continente americano trae en sí el tono de discriminación maligna que destituye al otro de su valor. Europeos civilizados vendrían a habitar tierras “no habitadas”. Es decir, los entes que aquí vivían ni siquiera eran considerados seres humanos. Les faltaba “alma”. Esta deshumanización conlleva la violencia que domina el racismo.
En gran parte de los países de América Latina, y especialmente en Brasil, donde conozco el tema un poco mejor, esta idea de no hombre es exacerbada con la esclavitud.
Al hombre esclavizado traído desde África, retirado de su tierra de pertenencia, se le destruye lo que le haría mantener algún grado de humanidad: su historia, su ancestralidad, su memoria, su cultura y su lengua. Desde ahí una visión de inferioridad del nativo o del esclavizado ya está establecida y nos llega con este sabor y olor a rancio.
Desde ahí “se inventa” la idea de raza, creada por el blanco colonizador como forma de opresión del colonizado.
La necropolítica, concepto de Achille Mbembe ([2003] 2018), ya se hacía presente entre nosotros. A los que se los elegía para morir, los que no hacen falta, los que se cuentan en números, los que no tienen nombres, los no existentes. Jorge Bruce (2007), citando a Agamben, nos recuerda el homo sacer, los insignificantes en el imperio romano (p. 14). El otro abyecto en el que se depositan todos los aspectos que se deben borrar en el sujeto. Trabajo de la pulsión de muerte, de la desobjetalización (2007, p. 60).
De esta forma, la idea de humanidad no parece pertenecer a todos. Hay aquellos que detentan esta “característica” de la humanidad, los colonizadores blancos: tienen en esta blancura un atributo que les daría la supuesta posición de sujeto universal esencial. El blanco no tiene raza, el “otro” es el que la tiene. La esencia del racismo está en la idea de que existe “un color normal y universal” –el blanco– que mantiene el poder a través de las generaciones, impidiendo toda alternancia sustancial en la jerarquía de las relaciones sociales. Cida Bento (2022) llamó a esto “el pacto narcisista de la blancura”, tomando como base el pensamiento de Piera Aulagnier ([1975] 1979) de pacto narcisista. Así se establece y se inscribe un orden (inconsciente) dictado por un régimen sociopolítico en el cual estamos insertos como ciudadanos y como psicoanalistas y en el que se construye nuestra subjetividad.
En el caldo histórico sociopolítico de cada época, se forjan las identificaciones a partir de una historia particular y única que se inicia incluso antes del nacimiento, ya en las fantasías inconscientes de la madre. Piera Aulagnier ([1975] 1979) conceptualiza la “sombra hablada” (p. 109) por la madre que cubre el cuerpo del infans al nacer. A partir de esta situación se ofrece al niño el acervo de significaciones lingüísticas de que dispone aquella cultura para los sujetos.
El niño entra en un orden simbólico ya determinado por el Otro, por la cultura. La perpetuación de la idea colonialista y racista está allí y se transmite de padres a hijos.
Así se sostiene lo que Silvio Almeida (2019), filósofo negro brasileño, denominó racismo estructural, presente en la subjetividad de cada uno de nosotros.
Si bien Jorge Bruce no usa esta denominación, su libro está marcado por la idea de una sociedad en que la “choledad” está enraizada en cada acto, en cada palabra, y por lo tanto en el lenguaje. Es inoculada en cada sujeto, se puede decir, junto a la leche materna.
Se nos llama la atención sobre la banalidad del racismo en nuestro día a día. La banalidad del mal, podemos decir, que se da por la presencia de actitudes racistas, a veces sutiles, presentes en nuestra cotidianidad. De tal forma, la violencia destilada por aquel que “cholea” se vuelve natural y pasa “desapercibida”. Y, muchas veces, lo que pasa es tan subliminal o ya está tan metabolizado por la cultura, que hasta el que es “choleado” casi no lo percibe.
Sin embargo, sabemos que la represión, la negación, el rechazo no se perpetran sin suscitar dolor y un gran costo de energía. Como el inconsciente no descansa, a cada momento se crean nuevas huellas. El sufrimiento psíquico se hace más intenso con cada sutil –si es que se le puede llamar así– capa de deshumanización. Lo que no podemos olvidar es que deshumanizar al otro es también deshumanizarse.
Diferente del racismo norteamericano y sudafricano, por ejemplo, el racismo en Brasil, en Perú y en América Latina en general es, digamos, “discreto”. Esto es, es engañoso, insidioso e infiltrado en todos los segmentos; a tal punto que el racismo existe pero nadie es racista, como muestran las investigaciones que Bruce cita en su libro, y que en Brasil tiene los mismos resultados. No hay, como había hasta hace poco en algunos países, una política de apartheid, ningún cartel prohíbe la entrada de no blancos en determinados lugares; no obstante, el sello de prohibido está inscripto desde el nacimiento en la piel o en las características físicas del sujeto y lo aleja de las oportunidades de educación, de trabajo y de acceso a situaciones reservadas a una elite blanca que detenta los privilegios. Se evidencia ahí un aspecto muy delicado, pero fundamental, que es la cuestión estética. La exclusión está determinada ya a partir de las características físicas, como el color de piel, el pelo, el formato del rostro, el cuerpo, por tanto, el Yo. “El negro que se empeña en la conquista de la ascensión social paga el precio de la masacre dramática de su identidad” (p. 46) dice Neusa Santos Sousa (2021), psicoanalista negra brasileña.
El lenguaje estético del colonizador dominante exige cabello, nariz, labios, formato de rostro, matiz de piel y un cuerpo no negro, no cholo.
Ser negro es ser violentado en forma constante, continua y cruel, sin pausa y sin reposo, por un doble mandato: el de encarnar el cuerpo y los ideales del Yo del sujeto blanco y el de rechazar, negar y anular la presencia del cuerpo negro (Freire, 1982, p. 25).
Un proyecto identificatorio incompatible con la realidad biológica del cuerpo, con la historia étnica y personal del sujeto. La búsqueda por este ideal significa la muerte de parte del sujeto, el no ser, ser otro imposible.
Aun Freire (1982) afirma que la blancura excede el blanco como color de piel. El negro no quiere ser blanco, él quiere tener la blancura, sinónimo de una supuesta pureza, supuesta nobleza, supuesta sabiduría.
Estas condiciones que se le imponen al negro, que en Brasil constituye cerca del 54% de la población, es lo que leemos también en Jorge Bruce sobre Perú, donde los cholos también son mayoría.
En esta mayoría de cuerpos no blancos existen muchos tonos, matices, características que nos enmarcan a todos en el “mundo mestizo”. El mestizaje trae muchas cuestiones que no caben en esta conversación. Así, me fijaré en un único aspecto que es el intento de blanqueamiento de la población, de la eliminación de los rasgos de los no blancos.
Este propósito crea sujetos con características “suavizadas” de los pueblos no blancos, pero sabemos que algunos serán siempre más mestizos que otros, pues un tono de piel un poco menos claro, una nariz o labios un poco menos finos, o cualquier detalle físico que aproxime el sujeto de la negritud o de la choledad lo hace cruzar la barrera maligna de la segregación racial en relación con la supuesta raza universal blanca. Esta idea de mestizaje es usada como forma de camuflar para nosotros mismos el racismo que nos habita y que se insinúa a partir de una inscripción marcada inconscientemente.
Este cuadro, del cual apenas he pincelado con ligeros toques algunos detalles más evidentes, es lo que nos cabe profundizar como psicoanalistas. No solamente para poder escuchar al otro en su sufrimiento psíquico, de una nueva manera, sino como forma de apartarnos de nuestra omisión. Es una cuestión ética.
Si hasta el momento no teníamos estas percepciones, el libro de Bruce nos facilitó el acceso. Así como, si hasta hoy las voces de autores negros estuvieron silenciadas, negadas, hoy ya tenemos varios e imprescindibles aportes, algunos de los cuales cito en este texto. Pienso que este camino es fundamental: conocer la cultura de los no blancos, de los discriminados, y bañarse en este otro caldo diverso y transformador de alteridad.
Al leer el libro de Jorge Bruce, me encuentro con Brasil. Me doy cuenta de cómo somos países compañeros y similares en la manutención de aspectos colonialistas que hacen perdurar la enorme desigualdad en la que vivimos y de la que somos cómplices.
Si hasta ahora no habíamos prestado atención a este panorama nefasto que toma nuestros países, si hasta ahora no habíamos notado que en gran medida el sufrimiento de muchas personas que nos buscan está teñido por la discriminación racial (la nuestra, incluso), ahora nos cabe apurar nuestra escucha. Caso contrario no seremos psicoanalistas para nuestro tiempo y para nuestro mundo.
Si no tenemos suficiente sensibilidad para considerar el pacto narcisista de nuestra blancura y la imposición, a veces nada velada, de no ser quien se es impuesta a los cuerpos no blancos, ¿nos podremos considerar analistas?
La escucha psicoanalítica tiene el poder de transformación del analizado tanto como del analista. Si lo que escuchamos no nos cambia, si no favorecemos cambios en las subjetividades, ¿nos podemos declarar psicoanalistas?
Aunque al hablar sobre la choledad Bruce desee encarnar la especificidad de su mundo peruano, su miseria y su esplendor (p. 19), el racismo es el triste paisaje que cubre toda América Latina. Del mismo modo, cuando añade el silencio de los psicoanalistas sobre el racismo en lo que se le puede llamar odio a la democracia (p. 20), vemos con mucha tristeza que somos países compañeros.
Esperemos que estos encuentros puedan ser un instrumento más de reflexión, de resonancia y de transformaciones en nuestra América Latina.
1 jbrucex6@gmail.com. Miembro de la Sociedad Psicoanalíticadel Perú.
2 afainstein@gmail.com. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
3 gabrielagoldstein20@gmail.com. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
4 mirtagoldstein@gmail.com. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
5 rayaz@uol.com.br. Miembro de laSociedad Psicoanalítica Brasilera de San Pablo.
6 Citado en un libro que publiqué en 2015.
7 Barros S. (2003): Dos conceptos de lo político. https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/2527501.pdf
8 Kant, I. (1985). La paz perpetua.
BIBLIOGRAFÍA