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El perdón y sus límites. una aproximación psicoanalítica. Alberto C. Cabral

Alberto C. Cabral, Editorial Teseo, año 2020, 170 páginas

1. El libro de Alberto Cabral, El perdón y sus límites, me parece un texto extraordinario, que recomiendo calurosamente, tanto por la originalidad del tema que aborda, las ricas reflexiones que desarrolla, y las valiosas y bien fundadas referencias que lo acompañan. Cuando lo recibí lo leí de corrido, casi sin poder detenerme, por lo bien escrito que está y por la curiosidad que suscita cada uno de los sucesivos capítulos, que se van desenvolviendo casi como en una novela policial, en la cual se anhela llegar al final para poder por fin desentrañar el misterio de la trama; y doy fe de que el final no solo no defrauda sino que supera las expectativas del comienzo de la lectura. Por todo eso creo que devendrá un texto clásico sobre el tema que trata. Cuando uno queda fascinado por un libro y se identifica con gran parte de él, se hace difícil una discusión, pero por eso mismo tal vez es necesario forzarla.

 

2.   Ya en la introducción el autor define y plantea las cuestiones fundamentales.  El bello poema de León Felipe, Perdón, intenta mostrar la universalidad de un problema que atraviesa tanto a existencias excepcionales como corrientes, en esa “guerra civil” permanente que desde Hobbes (“el hombre es el lobo del hombre”) es la contracara de la vida en sociedad. Una guerra civil que, a mi juicio, trascendiendo a Hobbes, se complica, porque tiene pautas que no están dadas solamente por una racionalidad animal de acuerdo con fines de supervivencia, porque en el sujeto humano el sentido de la vida está fuera de la vida misma, en el significante, y por ende supera al puro matar para sobrevivir y al simple morir natural, ya que por ejemplo se mata o se muere por honor, etc. Así la “guerra civil” aludida siempre es en última instancia una lucha recíproca de narcisismos. 

            Se define muy bien al perdón como parte del arsenal de herramientas empleadas para recomponer vínculos personales, cuya continuidad fue seriamente amenazada por el daño cometido por una de las partes, un daño que conlleva la ruptura de los códigos que, como pacto implícito, sostenían el equilibrio de una relación. Y se abren en abanico todos los interrogantes: ¿es lo mismo perdonar que aceptar las disculpas ofrecidas?, ¿el perdón es la respuesta apropiada a las ofensas del otro?, ¿es una “virtud moral” que ennoblece a quien lo otorga (Ch. Griswod) y le concede superioridad moral sobre el ofensor?  Y no debemos olvidar aquí que la ética para el psicoanálisis comienza donde la moral termina, ya que el entrecruzamiento que el Edipo instituye entre el bien y el mal natural y el bien y el mal moral deviene en una paradoja ética y lógica que implica que tanto hay un bien en el mal como un mal en el bien. Distinto sería el devenir humano si solo existiera el bien en el bien y el mal en el mal. ¿Existió el perdón en todos los tiempos y en todas las culturas o es propio de las religiones monoteístas?  Y si se elige no perdonar: ¿se trata siempre de alguien atrincherado en un tóxico resentimiento eterno? Lo cual abre un nuevo interrogante acerca de si todos los daños y ofensas son perdonables o si más bien existe un límite rebasado el cual el perdón no sería factible. Interesante es la inclusión del poema de Borges, Soy, donde formula: “[…] no hay otra venganza que el olvido, ni otro perdón”. ¿El perdón y el olvido no serían sino otra forma sutil y elaborada de venganza en su condición sublimada, un matar al otro con la indiferencia? Y por mi parte creo que vale la pena recordar a Freud en su fundamental olvido de Signorelli. ¿Acaso recordar el nombre olvidado del famoso pintor de la escuela de Umbría significaba algo más que recordar para poder olvidar al “Herr”, al Señor de la muerte, como nuestra principal afrenta narcisista.

            Y además me parece interesante la referencia a Hanna Arendt en La condición humana, en su contrapunto entre promesa y perdón. Mientras la promesa liga ante la incertidumbre del porvenir, el perdón desliga a los sujetos de las injurias y tiene un efecto liberador frente al pasado irreversible. Sin embargo, el autor matiza que el efecto de desligadura solo debe considerarse retroactivamente, cuando el futuro verifique su consistencia. Es importante insistir en esa reflexión pensando sobre todo en los efectos metapsicológicos que el perdón o no implica en la cura. Y aquí se plantea con todo rigor la importancia de una aproximación psicoanalítica, para trazar diferencias entre el “olvido” del rencor comprendido en el perdón genuino, y el olvido neurótico, sostenido en un esfuerzo represivo, en una formación reactiva o en una negación del agravio experimentado. De allí que más allá de la riqueza de los discursos, filosófico, religioso, político y jurídico, debemos incidir en los operadores teóricos de la práctica psicoanalítica y, cómo no, eligiendo a los fundamentales: Inconsciente, Deseo, Goce, Represión, Juicio de condena y Posición subjetiva.

 

3. Los capítulos posteriores abordan infinidad de problemas, siempre con un rigor exquisito y con referencias de una enorme pertinencia y riqueza, matizadas con ejemplos clínicos de una valiosa sencillez expositiva, que nos permite seguir muy claramente las preocupaciones del autor, hasta llegar a proponer, siguiendo a Ulrich Ganz cuando descubre la criminalidad de su padre durante el período nazi, ¿cuándo debo decir no?, ¿dónde está la línea roja y qué necesito para poder decirlo? El autor lo relaciona con una interesante noción introducida por la historiadora Nicole Loraux, “l´inoublieux”, lo inolvidadizo, que abre una importante cuestión respecto del deber del olvido prescripto de siempre en los procesos de amnistía. ¿Hay entonces un eso que no debe olvidarse jamás? Lo cual por supuesto cuestiona que la falta de perdón sea una inconsistencia ética y una posición neurótica defectuosamente elaborada. Y todo esto para cuestionar lo que el autor, parafraseando tal vez a Hanna Arendt en su banalidad del mal, propone también como lo espurio de una banalidad del perdón. 

            La interesante cuestión de la fenomenología del perdón arriba a una distinción más precisa respecto de un perdón auténtico con el abordaje psicoanalítico, asumiendo que en una transformación real, el perpetrador de un daño asume un cambio en su posición subjetiva, que el autor elegantemente ilustra con la parte izquierda del discurso del amo. El significante que asumía previamente la representación del sujeto del inconsciente, el S1 sobre el S barrado, cede su lugar de prestigio a un nuevo significante. Se produce así una desidentificación al rasgo del Ideal previo, para asumir una identificación con un ideal nuevo, portador de otro universo de significaciones y valores. Pero también comenta, siguiendo a V. Yankelevitch y a Mac Lachlan, esa suerte de “no sé qué”, una dimensión a-conceptual que gravita en toda decisión ética, un indecible eficaz que hace que el acto del perdón hunda sus raíces en la “insondable decisión del ser” que evoca a Lacan. Por lo cual el perdón tiene una dimensión de gratuidad, ajena a toda lógica de intercambios y aun de reciprocidad. E inscribe a Derrida con su concepción incondicional de un perdón absoluto dentro de esa misma lógica, siguiendo aquí con lo que antes dijimos, que la ética es un misterio más allá de la moral.

            Son muy interesantes las consideraciones sobre la tragedia griega y las sagradas escrituras con relación al Antiguo y Nuevo Testamento. Pero quiero destacar el interesante parafraseo del “amaestrar las orejas para el término sujeto” de Lacan, con el “amaestrar las orejas” para el perdón, que hace el autor. Y en ese amaestramiento es notable, por lo preciso y hermoso, el ejemplo que Freud introduce sobre el Kaiser Guillermo II y su defecto físico, que lo privó del amor incondicional de su orgullosa madre, la princesa Victoria, a la que nunca pudo perdonar, por no haber sido alojado en tanto objeto real, incondicional, en su deseo. Así se inaugura la interesante hipótesis de que el rechazo y odio materno en lo real hizo surgir en su hijo un odio también asentado en lo real.  Y asimismo es importante recordar a Lacan, que sostiene que la posición ética del analista, su deseo de psicoanálisis, no puede refugiarse nunca en la “ternura del alma bella”, como sí puede uno refugiarse en su condición de paciente.

            Creo que es de una enorme utilidad la distinción fenomenológica entre ofensa y ultraje, por las condiciones estructurales que implica y por la respuesta que abre a los límites del perdón y a lo que es “inoublieux”. Como también es importante diferenciar entre un daño simbólico-imaginario a nuestra autoestima y a nuestro amor propio narcisista, más propensos a denunciar nuestra inconsistencia y más susceptibles de reparación y restauración, que un daño lacerante en lo real. El ultraje designa, para el autor, el franqueamiento del límite subjetivo que hace surgir el sentimiento de lo imperdonable. Lo perdonable implica un daño que puede ingresar en el registro de lo mensurable y lo intercambiable, y responde a una medida común que el falo representa como referencia a la palabra. Queda abierta la posibilidad de resarcimiento. En lo imperdonable, la magnitud del daño desborda el concepto de herida narcisista como referencia simbólica a una medida común. Lo inconmensurable de la pérdida desbarata todo principio de proporción y deshace toda lógica de intercambios, y por ende anula todo resarcimiento. El ultraje designa entonces un daño más allá del plano simbólico-imaginario, un daño en lo real. Medea, Antígona y un interesante caso clínico, el caso F., ilustran muy adecuadamente todos estos conceptos. El concepto de ultraje permitiría rebatir propuestas de superioridad ética en el perdón a toda costa y la adhesión religiosa a la supremacía del amor universal por sobre todas las demás consideraciones. Como si el amor per se fuera omnipotentemente bueno y el odio omnipotentemente malo, cuando como psicoanalistas sabemos que el amor puede ser malo si no respeta la ley (incesto) y el odio puede ser bueno si la respeta (matar al enemigo en la guerra).

 

4.  Finalmente, vale la pena remarcar dos consideraciones interesantes. Una referida al Edipo, que el autor reconoce como una fundamental referencia ordenadora de nuestro quehacer cotidiano, la otra escena de lo reprimido, los patrones repetitivos y la eficacia retroactiva de la interpretación. Pero al mismo tiempo se pregunta si Edipo responde al todo de nuestra práctica. Responde taxativamente que no y se apoya en observaciones de Winnicott sobre el odio justificado objetivo que puede surgir en el analista, y en el texto capital de Freud sobre el amor de transferencia, donde se hace referencia a un amor real imposible de historizar bajo cualquier referencia al pasado, que evidencia una lógica de sopas y un argumento de albóndigas. Estos fenómenos irreductibles al “cliché” edípico retienen su eficacia a despecho del esfuerzo del analista de remitirlos a sus fuentes infantiles. Eso no historizable supone un modelo de aparato psíquico abierto a lo nuevo en su absoluta singularidad y da cabida a una consideración particular de lo real, como lo que no se subsume absolutamente bajo las coordenadas del Edipo.

            La segunda consideración se refiere a la importancia del concepto freudiano de “Verurteilung”, juicio de condena. Un desenlace mejor que el deficiente y automático de la repetición, al que el autor compara con el momento de concluir lacaniano, en el cual el sujeto puede ser conducido a “querer lo que desea”, despojado de las adherencias de goce que habitan el deseo neurótico. Se trata de lograr que el sujeto pueda tener un gobierno consciente del rencor y del odio, por la vía de sustituir el mecanismo automático y deficiente de la represión, por un juicio adverso, la “Verurteilung”, con ayuda, como decía Freud, de las supremas operaciones espirituales del ser humano.  Como bien señala el autor, la “ratio” la razón advertida después de atravesar lo inconsciente, sustituye a la pura razón manifiesta que quiere arrogarse la totalidad de la verdad. Es muy interesante la correlación que el autor hace de este concepto con la insistencia lacaniana en la naturaleza ética de nuestra práctica, que lleva al sujeto a tener que “elegir” para atravesar las encrucijadas vitales. Solamente desde esa dimensión se puede elegir perdonar o no. Todo esto magníficamente ilustrado con la polémica de la filósofa Martha Nussbaum con la elección ética en Platón y en Aristóteles. Destaca que Aristóteles, con su concepto de “proairesis” refiere una elección no meramente intelectual sino alojada en la frontera entre lo racional y pasional, una deliberación desiderativa o un deseo deliberativo. Se asemeja así a la “Verurteilung” freudiana, donde se consideran en su propia temporalidad la “ratio” y el deseo.

            Todas las interesantes consideraciones sobre lo perdonable e imperdonable, lo conciliable e inconciliable, apuntalan a mi juicio lo que considero la hipótesis esencial a la que el autor quiere arribar: que el perdón o el no perdón no se asienten en una conminación ética surgida de una determinada ideología moralista manifiesta y voluntarista, y sí en una ética apoyada en una firme metapsicología psicoanalítica donde la complejidad dinámica, económica y tópica de cada sujeto, uno por uno, pueda elaborar y producir.

            El colofón es aterrador por la conmoción que produce. Un poema de Dan Pagis, Written in pencil in the sealted railway car, un texto grabado en piedra en la entrada del campo de Belzec: “Acá en ese envío, yo Eva con mi hijo Abel. Si ven a mi hijo mayor Caín, el hijo de Adán, díganle que yo”. El autor destaca el “pathos” imposible de apalabrar, y encomienda a cada lector la construcción de una Eva propia y singular, que transmite a Caín su propia decisión de perdonar o no perdonar. Un “pathos” como Auschwitz, tan desesperante que por tener que decirlo no se puede acabar de decir. Adorno pensaba que después de esa tragedia sería imposible escribir poesía. El poema interrumpido de Dan Pagis le hace honor con esa poesía rota. Catástrofes tan ultrajantes rompen cualquier metáfora lingüística que pudiera intentar contenerlas.

 

5. Solamente quisiera plantear algunas preguntas finales. ¿El más allá del Edipo existe per se o solamente como referencia retroactiva del Edipo mismo? ¿Lo Real es lo que no se puede decir o lo que no se puede decir porque se dice? J. Lacan habla de lo real como una de las dimensiones del decir, “dit-mention”, lo cual no podría nunca desanudarse de la interdicción fundante de la palabra como ley y por lo tanto no estar nunca totalmente ajeno a la palabra. ¿Existiría algún fenómeno en el sujeto humano bañado por lo simbólico, por ejemplo el odio objetivo de Winnicott, o el amor con lógica de sopas y argumentos de albóndigas, fuera de la dialéctica entre el significado, el sentido y el sinsentido, o deberíamos pensar en la repetición de una resistencia del Ello a la edipización, o a un defecto de la “Bejahung”, de la afirmación inicial negativizante? ¿La “Verurteilung” fruto de la “ratio”, absuelve al sujeto de la maldición que gesta en el ser por el acto del habla y lo libra de ser finalmente un puro semblante? ¿Se podría trascender el concepto de perdón, que se une siempre a una cierta sospecha de sostenerse en una astucia narcisista la justa razón, la justa indignación por un neologismo que solamente destaque la perplejidad frente al mal propio y ajeno, la insistencia de la pulsión de muerte como una de las figuras del incesto, como una inevitabilidad de la existencia humana, apuntando más a la propia inconsistencia junto a la del otro? Aquí, como contrapunto al poema de Dan Pagis, recordar también al recientemente fallecido poeta de Cracovia Adam Zagajewsky, que nos invitaba a vivir dentro del dolor, el llanto y la pena por la destrucción, “como si no hubiera pasado nada”, justamente porque pasó todo y porque todo volverá a pasar, y porque tendremos que volver a vivir “como si no hubiera pasado nada”.

            Invito a leer este magnífico libro de Alberto Cabral, porque nos abre a una profunda y original reflexión sobre un tema de absoluta actualidad ética, para la cual propugna una decidida solución psicoanalítica, acompañada sin embargo de un “non liquet”, que incrementa su riqueza. Y finalmente quiero hacer pública mi gratitud al autor por lo mucho que su libro me aportó.       

 Jaime Szpilka

jaimeszpilka@gmail.com