El orgasmo femenino ¿un mito?
María Laura Trotta1
Resumen
En 1923 Freud escribe La organización genital infantil, un artículo que agrega una mayor complicación y precisión a su texto de Tres ensayos de teoría sexual, en el que da un giro, el de la primacía genital del falo en la sexualidad infantil, que hoy despierta las mayores desconfianzas de los nuevos feminismos. Una de las razones de ese malestar viene de los últimos debates acerca del orgasmo femenino. Trabajos, tesis de doctorado, libros, congresos, etc., sobre el clítoris y goces que no dependen necesariamente de la primacía, a veces ni siquiera de la presencia del pene, se han sumado en las últimas décadas, acompañados frecuentemente con la insinuación o militante conclusión de que esos desarrollos pondrían en crisis a la primacía fálica freudiana. El siguiente trabajo intenta poner en tensión la crítica de algunos feminismos respecto de conceptos como “envidia del pene” y la posición freudiana, contextualizando el surgimiento de sus hipótesis.
El orgasmo vaginal: ¿un mito?
Un clásico acerca del tema que desarrollaremos es el artículo “El mito del orgasmo vaginal”, de Anne Koedt, una escritora feminista radical nacida en Dinamarca y de nacionalidad estadounidense, quien fundó el movimiento feminista de Nueva York. Fue publicado por primera vez en 1968 en Notes from the First Year, un diario mecanografiado del movimiento New York Radical Women. Cuando en 1970 apareció una versión ampliada, ya era un clásico. Se volvió uno de los escritos más difundidos y conocidos sobre el significado político de la heteronormalidad.
En “El mito del orgasmo vaginal”, Freud es calificado como el “Padre del orgasmo vaginal”. Koedt sacaba partido de que en Tres ensayos de teoría sexual se afirma: “Toda vez que logra transferir la estimulabilidad erógena del clítoris a la vagina, la mujer ha mudado la zona rectora para su práctica sexual posterior […]. Estas condiciones se entraman entonces […] con la naturaleza de la feminidad” (Freud, 1992, p. 202).
Koedt (1968) propone “disputar sus suposiciones básicas”, ya que las considera una “increíble invención” que, a su entender, daría cuenta de los “sentimientos de Freud sobre la [presunta] relación secundaria e inferior de las mujeres con los hombres” y que concluye con un “descubrimiento”: el problema de la frigidez, para el que Freud recomendaba atención terapéutica al considerarlas incapaces para “ajustarse mentalmente a su rol natural como mujer”.
Una de las “suposiciones básicas” es la envidia del pene o el anhelo de pene en la niña, mencionado por Freud (1992) en Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos: “Ella nota el pene de un hermano o un compañerito de juegos, pene bien visible y de notable tamaño, y al punto lo discierne como el correspondiente superior, de su propio órgano, pequeño y escondido; a partir de ahí cae víctima de la envidia al pene” (Freud, 1922, p. 270).
Para Koedt (citado en Koedt y Ramos Mingo, 2001, pp. 254-263) esa envidia no era sino una construcción ideológica patriarcal que empujaba a las mujeres a una “renunciación a la feminidad”, haciendo referencia a La sexualidad de la mujer, un libro de Marie Bonaparte (1951) que intenta llevar lo más lejos posible las posiciones de su maestro, Freud. Allí encontramos párrafos como el siguiente:
En los Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad (1905), Freud había ya escrito que “en el ser humano no se encuentran, ni en el sentido psicológico, ni en el sentido biológico, virilidad o feminidad puras. Cada individuo presenta una mezcla de sus caracteres sexuales biológicos con rasgos del otro sexo, y una combinación de actividad y pasividad, tanto en la medida en que los rasgos psíquicos dependen de los biológicos, como en la medida en que son independientes”. No podría haberse reconocido mejor en nosotros, la parte que corresponde a la biológico y a lo psicológico. También se puede pensar que, cuando la tenacidad de la fijación de la libido en el clítoris es muy grande, puede tener el valor de un rasgo biológico viril fundamental incorporado al organismo femenino (Bonaparte, 1951, p. 17).
Hay que aclarar que La sexualidad de la mujer, publicado en 1951, es una versión posterior y atenuada de una posición más radical de Marie Bonaparte, la de su artículo “Considérations sur les causes anatomiques de la frigidité chez la femme”, de 1924, que había recibido críticas de Freud. Es un artículo de once páginas, que incluye tablas de figuras y diagramas intentando demostrar estadísticamente que la frigidez es un problema anatómico. Se publica en Bruxelles-Médical, una revista quincenal de ciencias médicas y quirúrgicas, y Marie Bonaparte firma con un seudónimo, A. E. Narjani, y en sus páginas recomienda una cirugía del clítoris para mujeres sin orgasmo vaginal, que tenía el propósito de reducir la distancia anatómica entre el clítoris y la vagina, pretendiendo así favorecer el desplazamiento psíquico indicado por Freud. La hipótesis surge de su colaboración con el Dr. Halban, un biólogo y cirujano de Viena; el artículo toma como punto de partida un extenso estudio que realizan juntos. Alix Lemel (2010), en su libro Les 200 clitoris de Marie Bonaparte, lo resume de esta manera:
Sobre doscientas mujeres “tomadas al azar de la población parisina” se midió el “diámetro meato-clitoral”, es decir, la “pequeña área triangular delimitada a la derecha y a la izquierda por los labios menores, detrás por el meato urinario y el borde anterior del orificio vaginal, y por delante por el clítoris” […]. Especificando que estas “mediciones son exactas con una precisión de un milímetro” (Lemel, 2010, p. 8).
El 20 de abril de 1927, Marie Bonaparte, evidentemente, afectada de anorgasmia vaginal, decide operarse con el Dr. Halban. Al enterarse, Freud la felicitará por su “heroísmo”, pero también la cuestionará por lo hecho (Bertin, 2013, p. 237).
En la década de los setenta, representantes del feminismo prolongaron e intensificaron las críticas de Koedt a Freud, entre ellas: Dana Densmore, Roxanne Dunbar, Rita Mae Brown y Martha Shelley, pertenecientes a grupos como Cell 16 de Boston, Redstockings y The Feminists de Nueva York, o las Furies de Washington D. C., Germaine Greer (australiana) y, fuera del ámbito anglosajón, la francesa Colette Guillaumin y la italiana Carla Lonzi. Esta última, por ejemplo, responsabilizaba a Freud de haber establecido que “el placer clitórico expresa una personalidad femenina infantil e inmadura” y piensa que Freud llega a esa conclusión porque la mujer clitórica “no responde al modelo sexual reproductor”, que es, a su vez, aquel que “cristaliza la relación heterosexual según la neta preferencia del pene hegemónico” (Lonzi, 1971, p.72, citado en Malnis, 2020, p. 29).
Treinta años después Jane Gerhard retoma el tema, a la luz de los desarrollos de los feminismos de la segunda ola, revisitando el artículo de Koedt (1968). En primer lugar, mostrando cómo la difusión de que el orgasmo vaginal equivalía al funcionamiento normal de la sexualidad femenina había traído una psicopatologización de muchísimas mujeres. Los cambios que se habían venido dando a partir de mediados del siglo XX en el lugar de la mujer en la familia y la sociedad, así como los nuevos estudios de la fisiología de la satisfacción sexual, fueron dejando obsoletos incluso para los psicoanalistas aquel privilegio dado por Freud al orgasmo vaginal. Estos cambios pusieron el acento en los diversos caminos que tenía el cuerpo femenino para alcanzar el orgasmo y se le retiró la etiqueta de psicopatológico a la frigidez vaginal, la ninfomanía y lo que de todo eso se articulaba con la histeria, y se discutió que el deseo de las mujeres estuviese “naturalmente” dirigido al matrimonio y a la crianza de niños.
Jane Gerhard (2000) amplía la crítica que Koedt hace al psicoanálisis y menciona no solo a Freud, sino al freudismo que lo acompañó, nombrando a: C. Bigelow, William Goodell, G. Kolischer y Richard von Krafft-Ebbing, Karl Abraham, Edmund Bergler, Marie Bonaparte, Helene Deutsch, Karen Horney, Eduard Hitschmann y Clara Thompson. Todos ellos habían asumido, de una u otra manera, las suposiciones de un camino a la normalidad en que el clítoris, que revestía un carácter masculino e infantil, daba paso al privilegio de la zona vaginal conjugándose con un mandato cultural y un soporte biológico hacia la reproducción heterosexual; en esta nueva etapa el clítoris, según Freud, funcionaría apenas como “un haz de ramas resinosas” que ayudaría “a que se encendiera la leña”. Y de no producirse eso, subrayaba Gerhard (2000), la adultez de la mujer se vería dominada por “la envidia del pene, hostilidad contra los hombres, histeria y descontento neurótico”. Un recorrido mucho más tortuoso que el que esperaba a la heterosexualidad masculina porque:
En los términos del psicoanálisis, la niña, por un breve periodo, existía entre identidades sexuales, no era puramente femenina ni masculina, tampoco simplemente homosexual o puramente heterosexual, sino que de algún modo era todo esto a la vez. El resultado de tal liminalidad2, de existir temporalmente entre géneros y sexualidades, significaba la inestabilidad en el corazón de la heterosexualidad de la niña (Gerhard, 2000, p. 226).
Así, señala Gerhard, las feministas reconstruyeron el “vínculo histórico entre el orgasmo y la feminidad”.
Pero el rechazo de Koedt (1968) a la posición del psicoanálisis no fue exclusivamente por su militancia feminista. Como había hecho en un primer momento Marie Bonaparte (1951), Koedt también recurrió a los prestigios de la medicina. Ella tomó partido de la nueva mirada al cuerpo femenino que provino de los estudios generados por los sexólogos de los años cincuenta y sesenta. Se basó en los estudios de Kinsey, Pomeroy, Martin y Gebhard (1953) y William Masters y Virginia Johnson (1966); a su entender así podía llegarse a una concepción sobre la feminidad basada en “hechos” y no en “ideas”.
Los estudios sexológicos habían cuestionado, en efecto, la hegemonía del orgasmo vaginal, negando la psicopatologización del orgasmo clitoridiano; no lo veían como una desviación, sino como un recurso de la sexualidad en la mujer adulta. A diferencia de la posición freudiana, estos estudios de la sexualidad humana usaron la analogía pene=clítoris no para eclipsar, sino que para impulsar la importancia y justificación anatómica y embriológica del placer clitoridiano. Kinsey, Pomeroy, Martin y Gebhard (1953), citado en Gerhard (2000), afirmaban que tanto en el hombre como en la mujer la sensibilidad sexual dependía “de una técnica sexual exacta y placentera” (p. 237). Masters y Johnson (1966) compartían con ellos este argumento y también veían la frigidez como “resultado de una técnica sexual pobre en la pareja”. En esto coincidían con los trabajos más maduros de Marie Bonaparte, quien decía:
Al inicio de su vida genital, suelen achacar esa deficiencia a sus parejas, acusándolas de actuar con excesiva rapidez, “de no saber hacerlo”. Pero esas mujeres pueden cambiar de amantes, encontrar incluso alguno con quien el acto sexual dure más de una hora, sin que remita su insensibilidad a la cópula (Bertin, 2013, p. 236).
Algunos de estos planteos, y esta vez en las antípodas del primer artículo de Marie Bonaparte, restaban importancia al coito heterosexual y a la vagina, que consideraban un elemento más proclive a lograr el orgasmo en el hombre que a producir placer en la mujer, ya que mostraron con ilustraciones y diagramas que la vagina “era insensible a las caricias y no tenía la dotación de nervios necesaria para ser el centro de la respuesta femenina” (Kinsey, Pomeroy, Martin y Gebhard, 1953, p. 592). Para Koedt (1968) este argumento permitía romper con lo que se conocía hasta ese tiempo como la práctica heterosexual normal y la asociación entre sexualidad de la mujer e identidad de género.
Esta posibilidad que los estudios sexológicos brindaron a las feministas les permitió politizar la ambigüedad sexual, característica del planteo freudiano de los años veinte y que no Freud, sino buena parte de los posfreudianos iban a patologizar en la década del cuarenta. Treinta años más tarde el feminismo, entonces, invertirá esa posición:
Al aceptar el potencial radical de la liminalidad, las feministas radicales definieron la autodeterminación sexual de las mujeres como una forma de trascender los problemas de las clasificaciones sexuales, como lesbianismo y heterosexualidad, y de solucionar el problema del control patriarcal sobre la sexualidad femenina (Gerhard, 2000, p. 243).
Pero no se vaya a creer que, a partir de ese momento, el feminismo guardó una sola opinión. A mediados de los años setenta surge el feminismo cultural en los Estados Unidos, y las nuevas teorías psicológicas sobre las diferencias entre las mujeres y el feminismo lesbiano les otorgaron un nuevo rumbo a las teorías sexuales feministas dejando atrás el interés por el orgasmo. Hacia fines de los setenta la postura dominante fue la diferencia tajante entre sexualidad femenina y sexualidad masculina, “en vez de placer, las mujeres buscaban conexión, en vez de orgasmo, las mujeres se centraban en la intimidad; en vez de fálico, el sexo se volvió tocarse, mirarse y besarse”. Esta postura no será compartida por todas las feministas hacia fines de los setenta y durante los ochenta. Hacia principios de los ochenta, los feminismos más radicales reaccionaron frente a lo que se llamaba el “sexo políticamente correcto” y se movilizaron para retomar la posibilidad de la libertad sexual de las mujeres. Surge así el feminismo de la diferencia, de tradición francesa, representado en Italia por Luisa Muraro y la Librería de las Mujeres de Milán, que se opone al feminismo de la igualdad (hombre-mujer), concepto que proviene del ámbito jurídico.
Tanto el “feminismo de la diferencia” como el “feminismo cultural” con el lema “ser mujer es hermoso”, intentan una revalorización de lo femenino basada en una “oposición radical a la cultura patriarcal y a todas las formas de poder consideradas propias de los varones” (Malnis, 2020, p. 26).
Un momento resonante fue la aparición del libro de Shere Hite, The Hite Report: Nationwide study of female sexuality (El Informe Hite: un estudio nacional sobre la sexualidad femenina), que se publicó en 1976 y del cual se vendieron cincuenta millones de copias con traducciones en diferentes idiomas. Hite, una estadounidense que en ese tiempo era estudiante de posgrado sobre Historia Social en la Universidad de Columbia, también era modelo publicitaria, y con ese trabajo costeaba sus estudios. Luego de una campaña publicitaria de máquinas de escribir de la compañía Olivetti, para la que fue contratada como una de las “Olivetti girls” y aparecía su imagen, dijo haber sido engañada respecto del mensaje que se daba en ella. Aparecía una imagen suya, una mujer atractiva, rubia, con los ojos azules y los labios pintados de rojo frente a una máquina de escribir, acompañada de un eslogan que decía: “La máquina de escribir es tan inteligente que ella no tiene que serlo”.
Miembros de la Organización Nacional de Mujeres de Estados Unidos aparecieron en las oficinas de la empresa anunciante en Nueva York repudiando la publicidad. Hite se unió a la protesta y comenzó a participar de sus reuniones.
Luego del incidente diseñó cuestionarios sobre la vida sexual de la mujer; consistían en preguntas muy concretas sobre el orgasmo, la masturbación o las relaciones afectivas que fueron respondidos, en forma anónima, por unas 3.500 mujeres en los Estados Unidos, de las más diversas edades, ocupaciones y condiciones, desde una exmonja a una criptoanalista; casadas, solteras, lesbianas y célibes, no solo mujeres con un alto nivel educativo o de la élite social, sino mujeres de la clase trabajadora, aquellas que no tenían acceso a los debates en las universidades. No se trató de preguntas con múltiples opciones, sino que se les dio espacio para escribir sobre sus experiencias sexuales.
En el informe, más del 70% de las participantes dijeron que no podían alcanzar el orgasmo a través del sexo con penetración y que necesitaban estimulación en el clítoris.
Algunos años más tarde aparecieron estudios acerca del “punto G” en el interior de la vagina; la anatomía parecía querer volver a tener la última palabra. Para Hite, esto fue una respuesta del patriarcado a la revalorización del clítoris que produjo su estudio; el énfasis puesto en el punto G era una forma de darle valor nuevamente a la penetración vaginal y sumar nuevas frustraciones a las mujeres que “no lograban alcanzar placer de esta forma” (Rodríguez, 2020).
Pero en cuanto a Freud, las cosas no son tan sencillas. En la primera versión de Tres ensayos de teoría sexual reconoce la importancia del clítoris como zona erógena y cómo este colabora en que el orgasmo vaginal se produzca:
En la niña la zona erógena rectora se sitúa sin duda en el clítoris, y es por tanto homólogo a la zona genital masculina, el glande […]. Las descargas espontáneas del estado de excitación sexual, tan comunes justamente en la niña pequeña, se exteriorizan en contracciones del clítoris; y las frecuentes erecciones de este posibilitan a la niña juzgar con acierto acerca de las manifestaciones sexuales del varón […] si se quiere comprender el proceso por el cual la niña se hace mujer, es menester perseguir los ulteriores destinos de esta excitabilidad del clítoris. Es un sector de vida sexual masculina el que así cae bajo la represión […] que sobreviene en la pubertad, proporciona después un estímulo a la libido del hombre […] más tarde, cuando por fin el acto sexual es permitido, el clítoris mismo es excitado, y sobre él recae el papel de retransmitir esa excitación a las partes femeninas vecinas tal como un haz de ramas resinosas puede emplearse para encender una leña de combustión más difícil.3 (Freud, 1992, pp. 201-202).
De algún modo en esta cita Freud (1992) dice que la niña también “tiene pene”, hay una zona erógena homóloga al pene por su excitabilidad. No le resta importancia ni pretende que caiga en desuso en la adultez, lo ubica como necesario para que en el acto sexual la mujer logre el orgasmo vaginal reconociendo este como más difícil. De allí que cuando habla del pasaje del clítoris a la vagina en la mujer adulta lo haga reconociendo que no es tan lineal como podría entenderse:
A menudo se requiere cierto tiempo para que se realice esa transferencia. Durante ese lapso la joven es anestésica. Esta anestesia puede ser duradera cuando la zona del clítoris se rehúsa a ceder su excitabilidad; una activación intensa en la niñez predispone a ello. Como es sabido, la anestesia en las mujeres no es a menudo sino aparente, local. Son anestésicas en la vagina, pero en modo alguno son excitables desde el clítoris o aun desde otras zonas. Y después, a estas ocasiones erógenas de la anestesia vienen a sumarse todavía las psíquicas, igualmente condicionadas por represión4 (Freud, 1992, p. 202).
En esta cita podemos ver cómo Freud también ubica en la mujer otras zonas erógenas (o aún desde otras zonas); en este punto no está tan lejos de algunos discursos feministas.
Hacia 1912, Freud se queja así sobre la falta de investigación científica sobre este punto:
He lamentado también que no pudiéramos considerar el onanismo de la mujer en igual medida que el del hombre; opino que merece un estudio particular y que en él, justamente, ha de recaer un fuerte acento sobre las modificaciones condicionadas por la época de la vida (Freud, 1998, p. 256).
En cuanto a Lacan, estuvo muy lejos de psicopatologizar esas variantes de la satisfacción femenina:
Conozco un número muy grande de mujeres que están enfermas por no estar seguras de que gocen verdaderamente, mientras que, en suma, ellas no están tan descontentas con lo que tienen y que si no se les hubiera dicho que no era eso ellas no se preocuparían por esto (Lacan, 1966)
Pero volvamos atrás y veamos con un poco más de detalle cómo Freud se acercó a lo que llamó el “misterio” de la sexualidad femenina.
Mitologías de la castración
Para hacer un recuento de cómo Freud se acercó a la sexualidad femenina es decisivo el artículo de 1925 Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica entre los sexos, al que hay que leer con mucha prudencia porque, desde el título, invita a lecturas simplistas o deliberadamente parciales. Es imprescindible un abordaje cuidado, considerando el contexto teórico y clínico en que emergió.
Empecemos subrayando que dos años antes, en 1923, Freud publica La organización genital infantil, un artículo destinado a agregar una mayor complicación y precisión a Tres ensayos de teoría sexual. Subrayando, por ejemplo, que si bien en la sexualidad infantil hay una primacía genital, no se trata de la genitalidad del adulto tomada en su sentido convencional, sino de una cuestión de creencia, de un dilema epistemológico de la infancia:
El carácter principal de esta organización genital infantil es, al mismo tiempo, su diferencia respecto de la organización genital definitiva del adulto. Reside en que, para ambos sexos, solo desempeña un papel un genital, el masculino. Por tanto, no hay un primado genital, sino un primado del falo (Freud, 1992, p. 146).
Aquí el falo no es, entonces, estrictamente el pene descripto por la anatomía, sino el axioma de la certeza delirante o mitología infantil, anotada por Freud, de que cuando no hay pene se debe a que ya crecerá, o bien a que ha sido quitado, o bien a que no ha sido provisto debido a una injusta decisión materna.
La vagina, desde esta premisa de la universalidad del falo, se significa como ausencia de pene, como castración:
En el curso de estas indagaciones el niño llega a descubrir que el pene no es un patrimonio común de todos los seres semejantes a él. Da ocasión de ello la visión casual de los genitales de una hermanita o compañerita de juegos; pero niños agudos ya tuvieron antes […] la sospecha de que ahí había algo distinto […]. Desconocen esa falta; creen ver un miembro a pesar de todo; cohonestan la contradicción entre la observación y el prejuicio mediante el subterfugio de que aún sería pequeño y va a crecer, y después, poco a poco, llegan a la conclusión, afectivamente sustantiva, de que sin duda estuvo presente y luego fue removido. La falta de pene es entendida como resultado de una castración, y ahora se le plantea al niño la tarea de habérselas con la referencia de la castración a su propia persona (Freud, 1992, p. 147).
Y cuando habla de esa premisa universal del falo va más allá de las diferencias anatómicas entre el niño y la niña, su aplicación es sorprendentemente extensa. En sus observaciones, Freud señala que en la niñez se aplica la alternativa binaria tener/no tener pene a todos los objetos, animados o inanimados.
Para el niño, ser mujer no se relaciona con la falta de pene, de hecho, cree que su madre tiene pene, es la madre fálica, y en las niñas donde pudo observar su ausencia, sostiene la creencia de que es efecto de un castigo:
El niño cree, al contrario, que solo personas despreciables del sexo femenino, probablemente culpables de las mismas mociones prohibidas en que él mismo incurrió, habrían perdido el genital. Pero las personas respetables, como su madre, siguen conservando el pene (Freud, 1992, p. 148).
Freud conjetura que la creencia en la posibilidad de la castración viene facilitada por el destacado papel de pérdidas anteriores de la infancia, como la separación del vientre materno, el destete y la atención prestada a la retención y expulsión de las heces en el aprendizaje de control de esfínteres. En una nota al pie de 1923 en el artículo Análisis de la fobia de un niño de cinco años (1909), Freud desarrolla un poco más este punto:
Se ha aducido que el lactante no puede menos que sentir cada retiro del pecho materno como castración, vale decir, como pérdida de una parte sustantiva del cuerpo que él contaba en su posesión; tampoco apreciará diversamente la regular deposición de las heces, y hasta el acto mismo del nacimiento, como separación de la madre con quien se estaba unido hasta entonces, sería la imagen primordial de aquella castración (Freud, 1998, p. 9).
La ausencia de pene se significa, dentro de esta narrativa de la niñez, como la consecuencia de la castración a modo de castigo, lo cual no haría sin disgusto.
Y esta mitología bizarra agrega varios capítulos, igual o más sorprendentes al sentido común del adulto, a sus rumiaciones:
Cuando aborda los problemas de la génesis y el nacimiento de los niños, y colige que solo mujeres pueden parir hijos, también la madre perderá el pene y, entretanto, se edificarán complejísimas teorías destinadas a explicar el trueque del pene a cambio de un hijo […] con ello nunca se descubren los genitales femeninos […] el niño vive en el vientre (intestino) de la madre y es parido por el ano (Freud, 1998, p. 148).
La mitología de la castración en Freud es mucho más complicada e imprevista de lo que suponen los feminismos que quieren explicarla como una mera proyección de la misoginia del siglo XIX.
Así, cuando en 1925 publica Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos, lo que nos encontramos es un destilado resultado de una larga reflexión en torno a la sexualidad infantil, principalmente, en su carta 75 a Fliess del 14 de noviembre de 1897, la primera edición de Tres ensayos de teoría sexual en 1905, el Fragmento de un caso de histeria (El caso “Dora”) en 1905, Un caso de paranoia que contradice la teoría psicoanalítica en 1915, Pegan a niño en 1919, Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina en 1920, La organización genital infantil en 1923, y El sepultamiento del complejo de Edipo en 1924.
Y aun, a pesar de que, como veremos, Algunas consecuencias… fue un importante paso adelante, un año más tarde Freud llegará a decir que “de la vida sexual de la niña pequeña sabemos menos que sobre la del varoncito […] incluso la vida sexual de la mujer adulta sigue siendo un “dark continent” (continente negro) (Freud, 1992, p. 199). Y, por ese entonces, le dice en una sesión a Marie Bonaparte: “La gran pregunta que sigue sin respuesta y a la que yo mismo no he podido contestar no obstante mis treinta años de estudio del alma femenina es la siguiente. ‘¿Qué quiere la mujer?’” (Bertin, 2013, p. 253).
En Algunas consecuencias…, Freud vuelve a detenerse, en primer lugar, en lo que tiene por más sólido: lo que le pasa al niño en el curso de la fase fálica y su articulación con el complejo de Edipo, “sucumbe ante la angustia de castración” (Freud, 1981, p. 2.897).5
Ahora bien, este desenlace en el varoncito estaría facilitado por experiencias más tempranas. Freud señala la importancia que tendría, en el varón, la prehistoria del complejo de Edipo: un tiempo anterior en el que todavía no siente al padre como un rival, pero es blanco de amenazas y reprimendas, por parte de quienes lo tienen a su cuidado, sin importar su sexo ni parentesco, al ser descubierto en su quehacer masturbatorio. Se levantarían así los cimientos de un complejo de castración preedípico:
Otro elemento de esta prehistoria es el quehacer masturbatorio con los genitales […] cuya sofocación […] por parte de las personas encargadas de la crianza, activa el complejo de castración. Suponemos que este onanismo es dependiente del complejo de Edipo y significa la descarga de su excitación sexual. Pero no sabemos con seguridad si esa es desde el comienzo su referencia, o si más bien emerge espontáneamente como quehacer de órgano y sólo más tarde queda anudado al complejo de Edipo; esta última posibilidad es, con mucho la más verosímil. (Freud, 1992, p. 269)
Incluso va a buscar esa prehistoria más atrás:
Según puntualiza el viejo pediatra Linder [1879], el niño descubre la zona genital dispensadora de placer –pene o clítoris– durante el mamar con fruición (chupeteo). No quiero entrar a considerar si el niño efectivamente toma esta fuente de placer recién ganada como sustituto del pezón materno que perdió hace poco; posteriores fantasías (fellatio) quizás apunten en esa dirección. En suma: la zona genital es descubierta en algún momento, y no parece justificado atribuir un contenido psíquico a los primeros quehaceres del niño con ella (Freud, 1992, p. 270).
En este sentido, la masturbación edípica ya tiene montado su escenario desde mucho tiempo atrás, y por eso Freud la calificará como “una formación secundaria”. Incluso da más detalles de cuál sería el contenido psíquico de esa masturbación preedípica. Freud conjetura el lugar que puede tener, en la construcción de esa prehistoria, la llamada escena primordial:
Acaso la acción de espiar con las orejas el coito de los progenitores a edad muy temprana dé lugar a la primera excitación sexual […]. El onanismo, así como las dos actitudes del complejo de Edipo, se anudarían después a esa impresión […]. Empero no podemos suponer que esas observaciones del coito constituyan un suceso regular, y en este punto nos topamos con el problema de las fantasías primordiales (Freud, 1992, p. 269).
A su vez, cuando le llega finalmente su momento, el complejo de Edipo en el varón podrá tener dos desenlaces, según la rivalidad con el progenitor del mismo género se resuelva en identificación (heterosexual) o adopte la posición complementaria (homosexual) del progenitor del otro género.
¿Cómo llega una niña a transformarse en mujer?
Desde el título, Algunas consecuencias…, subraya la asimetría entre el Edipo masculino y femenino. Veamos cómo Freud continúa planteándolo, ahora, por el lado de la niña.
Como la madre es el primer objeto de amor para ambos sexos, una diferencia fundamental es que la niña tendrá luego que poner en ese lugar al padre, al menos cuando en ella se da el desenlace del complejo de Edipo heterosexual. Freud se pregunta: ¿cómo es que la niña resigna a la madre como objeto de amor y lo sustituye por el padre? Y responde, esta vez, poniendo en primer plano el descubrimiento infantil de la diferencia sexual anatómica:
Advierte el pene de un hermano o de un compañero de juegos, llamativamente visible y de grandes proporciones; lo reconoce al punto como símil superior de su propio órgano pequeño y conspicuo, y desde ese momento cae víctima de la envidia fálica (Freud, 1981, pp. 2.898-2.899).7
Por contraparte, en el varón, cuando ve los genitales femeninos por primera vez hay una desmentida de su percepción; solamente más tarde, cuando recaiga sobre él una “amenaza de castración”, aquella sanción tendrá sus efectos. Y Freud ve allí una posible antesala de la misoginia:
Dos reacciones resultarán de ese encuentro […] que pueden fijarse y luego, por separado o reunidas, o bien conjugadas con otros factores, determinarán duraderamente su relación con la mujer: horror frente a la criatura mutilada, o menosprecio triunfalista hacia ella (Freud, 1992, p. 271).
En cambio, Freud destaca que la niña, frente a esa percepción, tarde o temprano “se forma su juicio y su decisión. Ha visto eso, sabe que no lo tiene, y quiere tenerlo” (p. 271). Aparece el anhelo de pene y se iniciaría el viraje, bien hacia el objeto padre para desembocar en la feminidad heterosexual o hacia una fijación en el llamado “complejo de masculinidad”:
La esperanza de que, a pesar de todo, obtendrá alguna vez un pene y será entonces igual a un hombre, es susceptible de persistir hasta una edad insospechadamente madura y puede convertirse en motivo de la conducta más extraña e inexplicable de otro modo. O bien puede ponerse en juego cierto proceso que quisiera designar como denegación (renunciamiento), un proceso que no parece ser raro ni muy peligroso en la infancia, pero que en el adulto significaría el comienzo de una psicosis. Así la niña rehúsa aceptar el hecho de su castración, empecinándose en la convicción de que sí posee un pene, de modo que, en su consecuencia, se ve obligada a conducirse como si fuese un hombre (Freud, 1981, p. 2.899).8
De esta envidia al pene, Freud subraya múltiples consecuencias psíquicas: una es el sentimiento de inferioridad, como cicatriz de la herida narcisista que implica para ella no tener pene. Otra son los celos, que si bien no existen solo en la mujer, para Freud “reciben un enorme refuerzo desde la fuente de la envidia del pene, desviada”. La tercera consecuencia es “el aflojamiento de los vínculos tiernos con el objeto madre”, quien es responsabilizada por la falta de pene.
Y la cuarta consecuencia, que para Freud tiene un máximo interés:
Hay otro sorprendente efecto de la envidia al pene –o del descubrimiento de la inferioridad del clítoris– […]. Yo había tenido la impresión de que en general la mujer soporta peor la masturbación que el varón […] la experiencia mostraría incontables excepciones a esta tesis […]. Es que las reacciones de los individuos de ambos sexos son mezcla de rasgos masculinos y femeninos. No obstante, sigue pareciendo que la naturaleza de la mujer está más alejada de la masturbación, y para resolver el problema supuesto se podría aducir esta ponderación de cosas: al menos la masturbación en el clítoris sería una práctica masculina, y el despliegue de la feminidad tendría por condición la remoción de la sexualidad clitorídea (Freud, 1992, p. 273).9
Según su experiencia en los análisis de mujeres, en el momento de la prehistoria fálica y con los primeros indicios de la envidia al pene aparece una “contracorriente opuesta al onanismo” que no se puede adjudicar, como en el varón, a las sanciones de los adultos cuidadores. Para Freud esto se debe a un comienzo de lo que será en la pubertad la oleada represiva que daría fin en gran parte a la sexualidad masculina en la niña y comienzo del “desarrollo de la feminidad”. Pero este desenlace no siempre es tan lineal:
Puede ocurrir que esta primera oposición al quehacer autoerótico no logre su meta. Es lo que en efecto había sucedido en los casos analizados por mí. El conflicto prosiguió entonces, y la niña hizo en ese momento, así como más tarde, todo lo posible para liberarse de la compulsión al onanismo. Muchas exteriorizaciones posteriores de la vida sexual en la mujer permanecerían incomprensibles si no se discerniera este intenso motivo (Freud, 1992, p. 274).
Conclusión
En Algunas consecuencias…, Freud abre paso a más de una alternativa de la encrucijada clítoris/vagina, en el curso del complejo de Edipo, que encaminará la asunción subjetiva del género:
Si me es lícito creer en comprobaciones analíticas aisladas, en esta nueva situación puede llegar a tener sensaciones corporales que han de apreciarse como un prematuro despertar del aparato genital femenino. Y si después esta ligazón-padre tiene que resignarse por malograda, puede atrincherarse en una identificación-padre con la cual la niña regresa al complejo de masculinidad y se fija eventualmente en él (Freud, 1992, p. 2).10
Digamos, por último, que ni el mismo Freud creyó del todo en el binarismo que parece dominar Algunas consecuencias… Por eso, en la última página del artículo figura una aceptación a que las asunciones de género son más plurales y fluidas:
No nos dejaremos extraviar por las objeciones de las feministas, que quieren imponernos una total igualación e idéntica apreciación de ambos sexos; pero sí concedemos de buen grado que también la mayoría de los varones se quedan muy a la zaga del ideal masculino, y que todos los individuos humanos, a consecuencia de su disposición {constitucional} bisexual, y de la herencia cruzada, reúnen en sí caracteres masculinos y femeninos, de suerte que la masculinidad y feminidad puras siguen siendo construcciones teóricas de contenido incierto (Freud, 1992, p. 276).
Y contrariando las simplificaciones que podían venir de otros autores, encontramos la siguiente nota de Marie Bonaparte de lo que le decía Freud en su análisis:
La mayoría de los escritores han sido hombres, no han podido decirnos qué quiere la mujer. Y precisamente desde ese punto de vista, como desde otros, es peligrosa la literatura. Si Platón volviera a la vida y pudiera crear de nuevo su república, haría bien rechazando a todos los poetas. Porque los poetas dan una imagen falsa del amor, que surge de su deseo. Y los jóvenes que lo leen esperan después, según sus descripciones, del amor y de la vida lo que no pueden dar (Bertin, 2013, p. 254).
Pienso que la coyuntura actual respecto de los desarrollos de las teorías de género y las críticas de ciertos feminismos como los mencionados en este trabajo nos invita a los psicoanalistas a pronunciarnos respecto de los “divinos detalles” que en la letra freudiana encontramos, y que las lecturas de estas posiciones críticas interpretan a veces como una postura netamente patriarcal, orientadas por ciertos ideales de lo que sería políticamente correcto interpretar. Los descubrimientos freudianos merecen una lectura minuciosa y la consideración del contexto en el que fueron pensados y escritos.
1 lauratrotta65@gmail.com. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
2 La liminalidad o liminaridad (del latín limes, “límite” o “frontera”) se refiere a cuando no se está ni en un sitio (que puede ser físico o mental) ni en otro. Es estar en un umbral, entre una cosa que se ha ido y otra que está por llegar.
3 Las cursivas son mías.
4 Las cursivas son mías.
5 Se usó esta traducción en esta cita por considerarla más clara que en la edición de Amorrortu.
7 Se usó esta traducción en esta cita por considerarla más clara que en la edición de Amorrortu
8 Se usó esta traducción en esta cita por considerarla más clara que en la edición de Amorrortu
9 Las cursivas son mías.
10 Las cursivas son mías.
Descriptores: SEXUALIDAD FEMENINA / FREUD, SIGMUND / ENVIDIA DEL PENE / CLÍTORIS / FEMINISMO / ORGASMO / FRIGIDEZ / TEORÍAS SEXUALES INFANTILES / PENE / VAGINA / CASTRACIÓN / EDIPO
Abstract
The female orgasm, a myth?
In 1923 Freud wrote “The Infantile Genital Organization”, an article that added precision and complication to his Three Essays on the Theory of Sexuality. In this article he takes a turn by establishing the genital primacy of the phallus in infantile sexuality, which today arouses the greatest distrust in the new feminisms.
One of the reasons for this discomfort comes from the latest debates about the female orgasm. In recent decades, articles, doctoral theses, books, congresses, etc., on the clitoris and the pleasures that do not necessarily depend on the primacy of the phallus (sometimes not even on the presence of the penis) have been added. These works are often accompanied by the suggestion (or militant conclusion) that these processes would put in crisis the Freudian phallic primacy.
This paper attempts to question the critique of some feminisms regarding concepts such as “penis envy” and the Freudian position by contextualizing the emergence of Freud’s hypotheses.
Resumo
Orgasmo feminino, um mito?
Em 1923 Freud escreve “Organização genital infantil”, um artigo que acrescenta uma maior complicação e precisão ao seu texto de Três ensaios sobre a Teoria da Sexualidade, em que dá uma guinada, da primazia genital do falo na sexualidade infantil, que hoje desperta as maiores desconfianças dos novos feminismos.
Uma das razões desse mal-estar vem dos últimos debates sobre o orgasmo feminino. Trabalhos, tese de doutorado, livros, congressos, etc., sobre o clitóris e gozos que não dependem necessariamente da primazia, às vezes nem sequer da presença do pênis, nas últimas décadas se somaram, acompanhados frequentemente com a insinuação ou militante conclusão de que esses desenvolvimentos colocariam em crise à primazia fálica freudiana.
O seguinte trabalho tenta fazer com que se preste atenção à crítica de alguns feminismos no que diz respeito aos conceitos como “inveja do pênis” e a posição freudiana, contextualizando o surgimento das suas hipóteses.
BIBLIOGRAFÍA