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El duelo por un mundo perdido1

Hilda Catz2

Resumen

La complejidad del entorno impacta sobre la subjetividad y se constituye en un desafío ineludible para el psicoanálisis del siglo XXI. Nos enfrentamos con complejos modos de vincularidad, y con una hiperconectividad mediada por las redes sociales, los conflictos bélicos y el cambio climático.  La catástrofe pandémica afectó la subjetividad, ya que en la postpandemia aumentaron las tasas de suicidio en niños y jóvenes y las urgencias de atención en crisis. Tampoco debemos soslayar la inteligencia artificial que mediante sus algoritmos es sin dudas un avance científico increíble, pero que si no es utilizada al servicio de lo humano, se transforma en un peligroso instrumento que puede dañar la subjetividad, ya devastada por lo vertiginoso de los cambios. 

Estados de orfandad psíquica, en los que no se puede dejar de sentir la fragilidad de ese edificio en ruinas que simboliza la parentalidad, y el fanatismo implementado mediante ideologías extremas que ocupan ese lugar y sus peligrosas consecuencias.

Podemos apreciar así la vigencia del pensamiento de Freud, quien, en 1921, en un entorno complejo, amenazante, de trauma individual, social y colectivo escribe Psicología de las masas y análisis del Yo. Obra fundamental escrita a la salida de la epidemia de la gripe española y la Primera Guerra Mundial, junto a la incipiente creación del partido nazi por Hitler en 1920, en un mundo sumergido en los duelos, las carencias, el resentimiento y la sed de venganza. 

Porque Freud nos invita a sostener un psicoanálisis que siga evolucionando acorde a su tiempo, ante las mutaciones cualitativas del presente, donde el objeto perdido es el mundo tal como lo conocíamos.

“Sin equidad, las batallas pandémicas fracasarán. Los virus simplemente recircularán y quizá sufrirán mutaciones o cambios que inutilicen las vacunas, pasando por las poblaciones más desprotegidas del planeta”.

Laurie Garrett, 1994, La próxima plaga.

En esta crisis epocal que estamos atravesando nos enfrentamos con complejos modos de vincularidad, con una hiperconectividad mediada por las redes sociales, con avances tecnológicos y cambios subjetivos concomitantes que dan lugar a malestares y que, a su vez, afectan muy profundamente las identidades y las formas de relacionarse desde lo micro a lo macro, como los conflictos bélicos y sus trágicas consecuencias de una historia que parece no tener fin.

Se refuerzan así los sufrimientos ante el poder arrasador de los traumatismos sociales que se expresan en la alienación de las conductas, tal como observamos a diario no solo en las noticias, sino también en la cotidianidad de las consultas y, en particular, de las urgencias psiquiátricas. Cada vez con mayor frecuencia nos hallamos ante patologías extremas, de vida o muerte, donde emerge la violencia sin freno. Como si el aislamiento pandémico hubiera exacerbado hasta límites insospechados el miedo al contacto con el otro, que es vivido como un enemigo potencial. Consultas por suicidio, ataques destructivos hacia sí mismo y hacia los otros en los ámbitos intrafamiliar y extrafamiliar son parte del desafío al que nos enfrentamos como profesionales.

Por todo lo expuesto, observamos en la actualidad un predominio de consultas por desbordes de la acción erótico-destructiva, consumo de estupefacientes, vemos adolescentes e incluso adultos que se comportan como tales, que presentan estallidos de furia que pueden llegar al extremo de constituirse en intentos de suicidio por sobredosis, o alcoholemia, así como femicidios y conductas de riesgo. Es de destacar un notable incremento de la violencia y el suicidio, como venimos diciendo, pero a edades cada vez más tempranas, lo cual muestra el desamparo y el abandono de que son objeto los jóvenes en todas las clases sociales.

Frente a un mundo que cambia tan vertiginosamente y amenaza con catástrofes climáticas y guerras, lo que se pone en juego predominantemente son resistencias a realizar el duelo por todo lo perdido mediante defensas maníacas, tales como la omnipotencia y la omnisciencia, que nos precipitan en el consecuente incremento de la estupidez, como diría Bion (1957). Nos hallamos ante la peste de la abundancia de informaciones y la literalidad de los acontecimientos que alimentan una curiosidad voraz al servicio de la arrogancia y la estupidez, que consideraré desde la perspectiva de la conceptualización de Bion (1957-1959), en el sentido de que no promueven el conocimiento sino, al contrario, su negación y desmentida.

Pudimos observar este fenómeno en todos los ámbitos, del político al científico, en los comienzos de esta pandemia, donde algunos se atribuyeron la arrogancia de las certezas sobre algo desconocido, la omnipotencia y su inevitable consecuencia en la estupidez de las declaraciones y discursos que escuchamos. Como dice Gluksmann (1981): “Si la estupidez no se diera aires de inteligencia, no engañaría a nadie, y la vanidad de sus comedias quedaría sin consecuencias”. Pero ha tenido trágicas consecuencias.

Desarrollo

Comenzamos por la caída de la eficacia simbólica de la ley paterna que subraya estados de orfandad psíquica, en los que no se puede dejar de sentir la fragilidad de ese edificio en ruinas que simboliza la parentalidad. Vemos, en consecuencia, adultos distraídos, abstraídos, absortos y agobiados, marcados déficit de transmisión de los vínculos de donación de sentido, tiempo y amor estructurante, donde los padres y/o adultos a cargo, si los hay, muchas veces no están ni presentes ni ausentes. Ello nos reclama una interrogación permanente con respecto a nuestra labor profesional y a los mandatos bio-políticos del entorno, que descalifican la eficacia simbólica de las parentalidades y de los dispositivos de contención en épocas de crisis civilizatoria universal como la que estamos atravesando. Hoy más que nunca la necesidad de crear continentes para poder pensar lo impensable se hace imprescindible frente al impacto que ejercen los escenarios violentos que nos circundan, sumiéndonos así en estados de incertidumbre y vulnerabilidad que abarcan todos los ámbitos.

La desidia de las funciones parentales deficitarias y/o inexistentes y el fanatismo implementado mediante ideologías extremas se configura como la presencia de una ausencia embanderada por la certeza y sus peligrosas consecuencias.

A lo largo de los últimos años, hemos hallado cada vez mayores niveles de incertidumbre y desesperanza, como respuesta ante las presiones y la hostilidad del entorno psico-bio-social y climático. Necesitamos tener en cuenta estas variables, ya que no es el psicoanálisis el que está en crisis, sino que las crisis son nuestras, somos los psicoanalistas quienes necesitamos trabajar con la inclusión de estos múltiples vértices, en vez de ubicarnos en una postura crítica que siempre resulta estéril.

Como dice Giuseppe Leo (2021):

De la misma manera que los psicoanalistas de los años setenta y ochenta que, frente a los “desastres por la mano del hombre” [como los genocidas, Bohleber, 2015], tuvieron que integrar el papel clínico con el de “testigo”, luchando contra las múltiples formas de negacionismo que se difundieron en el siglo XX, el psicoanálisis del siglo XXI tiene que medirse con los riesgos de una catástrofe ecológica, denunciando cada posible negacionismo en este ámbito.

Es la hora de hacer trabajar la teoría para que tenga efectividad en la clínica. Debemos crear nuevos dispositivos para ampliar el área de acción del psicoanálisis, que está en permanente interacción con el entorno, por más que haya sujetos que manifiestan ajenidad respecto de  la dramática tragedia vivencial, como si desplegaran una apatía generalizada frente a un mundo que los arrasa y paraliza.

Searles (1972) estuvo entre los primeros psicoanalistas que acusaron a sus colegas de que, en lugar de interesarse por la cuestión, reaccionaban a su propia aparente “apatía” diagnosticando en sus pacientes preocupados por la crisis ecológica una “depresión psicótica”, o una “esquizofrenia paranoide”. Afirma que la apatía generalizada que se observa en el género humano respecto de la crisis ecológica se basa en gran medida en defensas inconscientes del Yo contra angustias de varios tipos, que se manifiestan en distintos niveles en relación con el desarrollo del Yo individual. Nuestra relación con el medio ambiente está colmada de ambivalencia y de destructividad, y las defensas del Yo, que oscilan entre la dependencia y el control, la sumisión y la explotación, la envidia y la gratitud, tienen que ver con los niveles fálico y edípico, o con la posición paranoide o depresiva de Klein (Schinaia, C., 2020).

Por otra parte, Giuseppe Leo (2021) dice que: “La actitud profética de indignación contra todos los que negaban cualquier preocupación por los problemas ambientales [no solo sus colegas] me recuerda una psicoanalista que en los mismos años trabajaba con las víctimas de la tortura procedentes de la dictadura militar argentina: Silvia Amati Sas. En 1985 ella escribió un artículo “Megamuertos: unidad de medida o metáfora?” (Traducido para esta edición. Véase también su reseña en italiano, Leo, 2020). El verdadero mensaje de indignación moral ya está presente desde el principio. 

Dice Amati Sas:

Para poder reflexionar sobre la guerra nuclear tenemos que superar una fuerte resistencia, dado que este tema sacude las convicciones y las certezas que protegen nuestra alegría de vivir. Se trata de abordar la “guerra sin nombre”, el terror sin nombre que nos acompaña sin tregua en nuestro mundo nuclear. En tanto psicoanalistas, profundamente envueltos en los temas humanos, tenemos preguntas que hacernos frente a la terrible realidad nuclear, preguntas que nos exigen nuevas reflexiones. El psicoanálisis se ocupa fundamentalmente de lo que llamamos el mundo interior, la realidad psíquica, o sea la vivencia. Desde una visión estricta se lo liga estrechamente a la relación entre analista y analizado en la cura o en el proceso psicoanalítico. Este es el fundamento del psicoanálisis. Sin embargo, en tanto ciencia de lo humano, el psicoanálisis genera suposiciones para explicar conductas y estructuras relacionales individuales, así como grupales, basadas en el conocimiento de la realidad psíquica. […] Me sentí perpleja por la constatación que los efectos de un ataque nuclear se miden en “megamuertos”, ¡millones de muertos! […] Eso me enfrentó a una verdad extraña e inquietante: todos aceptamos, sin ninguna crítica, el lenguaje técnico y el de las ciencias físico-matemáticas, un lenguaje donde no hay emoción. […] Y, paradójicamente, a medida que uno se acostumbra a hablar en estos términos fríos y desprovistos de afecto, uno se “consuela” y pierde de vista la enormidad del problema (Amati Sas, 1985, adaptado para esta edición).

Schinaia, C. (2020), nos dice. 

[…] tener en cuenta el “bien común” quiere decir sostener con fuerza el nexo primario entre paisaje y ambiente, evitar la explotación excesiva y no regulada de los recursos, y reconocer las necesidades comunes con otras especies y formas de vida, animales, plantas, minerales, con quienes compartir empáticamente y en equilibrio los recursos del planeta sin colonizaciones antropológicas, teniendo en cuenta la irreductibilidad de lo no humano a lo humano, de su autonomía (p. 105).

Algunas conclusiones

Esta apocalíptica y darwinista pandemia de Covid-19 del siglo XXI, la pospandemia, la guerra, y el cambio climático cada vez más acelerado nos enfrentan a un cruce entre dos eras y sus consecuencias como trauma individual, social y colectivo. Del mismo modo, lo que podríamos llamar la pandemia mental y sus derivados siguen atenazando los países, las sociedades, las instituciones y las familias, cuyas consecuencias pueden constatarse en todos los órdenes de la vida que ya no se pueden desconocer ni ocultar más. Como psicoanalistas estamos en la línea de fuego ya que la complejidad del entorno impacta sobre la subjetividad y se constituye en un desafío ineludible para el psicoanálisis del siglo XXI en constante migración, ya que el mundo de hoy es lo suficientemente caótico como para proponer encuadres rígidos y teorías definitivas.

En palabras de Edgard Morin (2021): “[…] el desencadenamiento tecno-económico mundial animado por un afán de lucro insaciable es el motor de la degradación de la biosfera y de la antropósfera” […]. “La crisis de la pandemia está volviendo a despertar la conciencia ecológica” (p. 15).

Cada día observamos que las dificultades se amplían allí donde ya existían, en particular en sectores donde la desigualdad es mayor: sabemos bien que sin equidad los virus seguirán circulando y mutando por las poblaciones más desprotegidas del planeta, como decimos en el epígrafe. Las guerras que proliferan, las invasiones, la complejidad de la relación ambivalente de lo humano con la Tierra en que vivimos, y la tecnología, nos llevaron  a tener que aprender a navegar en la perplejidad para atravesar este tramo incierto del siglo XXI. Debemos, por lo tanto, elaborar la transición entre un mundo que ya no será igual al que conocimos, y un mundo que no sabemos cómo será ni cómo nos cambiará; en otras palabras, se trata de elaborar el duelo por un mundo perdido. 

Así, una vez más ponemos de relieve la importancia de los grupos, de las redes, que construyen un espacio intermedio entre lo público y lo íntimo, con multiplicidad de miradas, perspectivas y teorías, donde lo social, lo cultural, el entorno ambiental y lo político influyen necesariamente en nuestro quehacer, colocando la mente en la línea de fuego frente a las mutaciones cualitativas del presente.

Por lo tanto, no es lo mismo pensar o interpretar la humanidad de un sujeto centrándola exclusivamente en el fuero interior de sus pulsiones e identificaciones que pensar al sujeto inmerso en sus vínculos y enfrentado a los acontecimientos imprevisibles, como ser las consecuencias de la pandemia, las guerras y el cambio climático. 

Bion (1970) advierte que cuando no se puede atravesar ese puente a lo desconocido en pos de un cambio catastrófico, o sea en el sentido de la evolución, que implica una elaboración de duelos por lo que fue y lo que pudo haber sido y no fue, es cuando el futuro en vez de estar lleno de deseos, está lleno de recuerdos y es el pasado el que está poblado de deseos. Se produce entonces lo que llama la fusión nostálgica, que no permite que el futuro esté lleno de deseos, sino que está congelado en los deseos de un pasado que por supuesto nunca podrán realizarse por lo que el futuro quedaría lleno de recuerdos y el pasado lleno de deseos que paralizarían la evolución y la elaboración de lo perdido. 

Porque si hay algo por-venir, para que haya un porvenir, más allá de todo caos, de las fronteras complejas y los horizontes inciertos, será privilegiando esa condición, la posibilidad de elaborar el duelo por un mundo perdido. La salida, entonces, no podrá ser individual sino colectiva, ya que el mundo se ha vuelto demasiado disruptivo e imprevisible, y nos enfrenta a un estado de orfandad de dimensiones insospechadas y, podría decirse, sin precedentes, que permitan contener la fuerza devastadora de sus consecuencias.

Podemos apreciar así la vigencia del pensamiento de Freud, quien, en 1921, en un entorno complejo, amenazante, de trauma individual, social y colectivo, escribe Psicología de las masas y análisis del Yo. El contexto en que escribe esta obra fundamental es la salida de la epidemia de la mal llamada gripe española y la Primera Guerra Mundial, junto a la incipiente creación del partido nazi. Sin embargo, en un mundo sumergido en los duelos, las carencias, el resentimiento y la venganza, Freud de todas formas logra transmitir su interés en lo que investiga, y sostiene la esperanza para que su futuro no sea cancelado.

La propuesta podría ser dejar de lado las preconcepciones y prejuicios del pasado que empañan la mirada hacia lo “por-venir” del porvenir sin desconocer su profunda gravedad e imprevisibles consecuencias. Tolerar la incertidumbre, la falta de certezas y la duda como formas de preservar la salud mental, aun y con más urgencia en el medio de la tormenta, que nos enfrenta con lo impredecible de nuestra fragilidad psíquica, social y política.

Puede decirse que estamos ante una crisis en los modos de ser de los psicoanalistas, donde todo o casi todo cambia o puede llegar a cambiar; pero que al mismo tiempo, estamos sosteniendo la mirada psicoanalítica en una urdimbre entretejida de esfuerzos que vinculan. Redes hechas de sonidos, palabras y melodías que nos impidan abismarnos en el aislamiento, en el silencio, porque como dice H. Segal (1987), “el silencio es el auténtico crimen”, señalando así la importancia de aprender de la experiencia, por más siniestra que esta sea. Decía que: “Los psicoanalistas hemos de ser neutrales en nuestro trabajo en el consultorio, pero no neutralizados por las situaciones sociales”. Apelaba, así, a la responsabilidad y al compromiso público que tenemos como profesionales y ciudadanos, en su valioso artículo de 1987 “El silencio es el auténtico crimen”, remarcando y demarcando al mismo tiempo la interrelación entre el psicoanálisis y el mundo socio-político.

Pienso que se trata de volver incesantemente al gesto original de Freud contra los prejuicios que el propio psicoanálisis suscita; y que nos conmina a continuar su legado. Nos invita a pensar en un psicoanálisis del futuro y del futuro del psicoanálisis que apunta, desde mi perspectiva, a que se tome a las teorías como puentes y no como dogmas y que sean ajenas a todo partidismo.

Un psicoanálisis que siga evolucionando acorde a su tiempo y a la sociedad en que vive, promoviendo interrogantes ante la violencia incandescente de la indiferencia, ya que la angustia por la pérdida no es como en la depresión clásica, sino que invierte el futuro donde el objeto perdido es el mundo tal como lo conocíamos hasta ahora, por lo que estamos en la línea de fuego.

“Haciendo lo mejor de un mal trabajo

describí que somos testigos 

de una conciencia perturbada 

mientras nos encontramos bajo fuego 

ya sea en la batalla o en el consultorio del analista

 porque cuando dos personalidades se encuentran,

 se crea una turbulencia emocional”.Bion (1979). Cogitation, p. 231.

1 Gary Greenberg (2022) The new York Times: “Tras la indignación está el duelo por un mundo perdido”.
2 hilpacatz@icloud.com. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.

Descriptores: SUFRIMIENTO / PATOLOGÍAS DE LA AUTODESTRUCCIÓN / VIOLENCIA / SUBJETIVIDAD / PARENTALIDAD / INCERTIDUMBRE / CRISIS / PSICOANÁLISIS / MEDIO AMBIENTE /  DUELO  / GUERRA

Candidatos a descriptores:  PANDEMIA /  REDES SOCIALES


Abstract

Mourning for a lost world

For the 21st century psychoanalysis it is unavoidable to face complex modes of bonding and with a hyperconnectivity mediated by social networks, war conflicts and climate change. The pandemic catastrophe affected subjectivity, since in the post-pandemic period suicide rates in children and young people and emergency care in crisis situations increased. Nor should we overlook artificial intelligence, whose algorithms undoubtedly constitute an incredible scientific advance, but which, if not used in the service of the human, becomes a dangerous instrument capable of damaging subjectivity, already devastated by vertiginous changes. There are states of psychic orphanhood in which one cannot help but feel the fragility of that edifice in ruins which is parenthood, the fanaticism of the extreme ideologies that occupy its place and their dangerous consequences.
It is worth appreciating the validity of Freud’s thought, who in 1921, in a complex and threatening environment of individual, social and collective traumas, wrote Psychology of the masses and analysis of the Ego, a fundamental work written at the end of the Spanish flu epidemic and the First World War, together with the incipient creation of the Nazi party by Hitler in 1920, in a world immersed in mourning, deprivation, resentment and thirst for revenge.
Freud invites us to sustain a psychoanalysis that continues to evolve according to its time, in the face of the qualitative mutations of the present, where the lost object is the world as we knew it.


Resumo

O luto por um mundo perdido   

A complexidade do entorno impacta sobre a subjetividade e constitui um desafio iniludível para a psicanálise do Século XXI. Enfrentamo-nos com modos de vincularidade complexos, e com uma hiperconectividade mediada pelas redes sociais, pelos conflitos bélicos e pela mudança climática. A catástrofe pandêmica afetou a subjetividade, já que após a pandemia aumentaram as taxas de suicídio entre crianças e jovens e as urgências de atendimento em caso de crise. Também não devemos ignorar a inteligência artificial que através dos seus algoritmos é, sem dúvida, um avanço científico extraordinário, mas que se não for utilizada a serviço do ser humano, transforma-se em um perigoso instrumento que pode danificar a subjetividade, já devastada pelo vertiginosidade das mudanças.
Estados de orfandade psíquica, nos quais não se pode deixar de sentir a fragilidade desse edifício em ruínas que simboliza a parentalidade, e o fanatismo implementado pelas ideologias extremas que ocupam esse lugar e as suas perigosas consequências.
Podemos apreciar, assim, a vigência do pensamento de Freud que, em 1921, em um entorno complexo, ameaçante, de trauma individual, social e coletivo escreve Psicologia das massas e análise do ego. Obra fundamental escrita no fim da epidemia da gripe espanhola e da Primeira Guerra Mundial, junto à incipiente criação do partido nazi por Hitler, em 1920, em um mundo submergido em lutos, carências, ressentimento e sede de vingança.
Porque Freud nos convida manter uma psicanálise que continue evoluindo de acordo com o seu tempo, diante das mutações qualitativas do presente, onde o objeto perdido é o mundo tal como o conhecíamos.


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