El autismo: una defensa del psiquismo que obstaculiza la constitución de lo infantil

Carlos Tewel  1

Resumen

El autor reflexiona sobre la imposibilidad del ingreso a “lo infantil” cuando hay una defensa autista. Entiende “lo infantil” como la temporalidad que se pone en juego en la subjetividad en sus diferentes características. La rigidez de la defensa autista es causada por un desencuentro originario entre el objeto auxiliar y el bebé. Se presentan dos viñetas clínicas con el fin de ilustrar estas ideas.

            Concluye que en esta época hay una gran dificultad para comprender psicoanalíticamente las defensas psíquicas primitivas, ya que ello va en contra de los planteos conductuales, en donde se borra la historia afectiva singular para dar lugar a una adaptación social. Hay exigencias provenientes de la bio-política como, por ejemplo, rendir al máximo en la productividad dejando de lado lo concerniente a los vínculos. Es de suma importancia que un analista pueda usar las herramientas de la teoría psicoanalítica para brindar las interpretaciones adecuadas de tal modo que incluso se vea beneficiada la subjetividad de los niños/as pequeños/as. De esta manera, transferencia mediante, podrán abandonar el narcisismo primario absoluto para comenzar a reconocer al otro y así habitar el tiempo y el espacio en forma tal de vivenciar su Si-mismo y el mundo que lo rodea.

“[…] pasado, presente y futuro son como las cuentas de un collar engarzado por el deseo”.

Sigmund Freud.

Antes de entrar de lleno a explicar la defensa autista voy a desarrollar lo que entiendo por “lo infantil” para el psicoanálisis.  Al tomar conceptos trabajados por varios autores psicoanalíticos, como lo arcaico, lo irrepresentable, lo originario, esto me llevó a preguntarme la relación entre dichos conceptos y “lo infantil”.

            Vemos que en todos ellos hay una referencia a lo temporal; por lo tanto, les propongo un rodeo por la noción de temporalidad que, para nosotros, psicoanalistas, supone diferentes registros.

            Es en el análisis del adulto neurótico, en transferencia con el analista, donde se construye lo infantil. En este espacio aparecen las grandes matrices simbolizantes: las fantasías primordiales, y las teorías sexuales infantiles, que permitirán la apropiación singular de una novela familiar del neurótico en tanto organizadas por las vicisitudes del complejo de Edipo. Aquí situamos lo infantil como un tiempo lógico en todo proceso de subjetivación. 

            Como Freud señala en Recuerdo, repetición y elaboración: “Los recuerdos encubridores contienen, no solo algunos elementos esenciales de la vida infantil, sino verdaderamente todo lo esencial. Solo es necesario dilucidarlos mediante el análisis. Representan los años olvidados de la infancia” (Freud, 1914).

            La dirección temporal adquiere aquí un doble sentido: del pasado al presente, es decir, el determinismo, y del presente al pasado con las reediciones o ediciones a partir de lo nuevo. Se trata del tiempo del après-coup, y nuestras herramientas aquí son las interpretaciones. 

            Por otro lado, cuando se instala en el campo transferencial la compulsión a la repetición, el pasaje al acto o el fenómeno psicosomático, nos encontramos con vivencias traumáticas de un pasado del paciente o de generaciones anteriores, a la espera de ser inscriptas.  

            Estamos aquí en el terreno de lo arcaico, donde lo infantil remite a lo traumático y al intento a posteriori de historizar agujeros sin representaciones. Cuando el presente edita lo no inscripto, crea un pasado allí donde había tales agujeros, y nuestro recurso aquí es la construcción.

            Hablaré de dos dioses griegos en relación con el tiempo: Cronos y Aión.

            Cronos a su vez abarca dos modalidades: el tiempo lineal y el tiempo circular. El tiempo lineal es el tiempo de los relojes, tiempo de la tradición judeo-cristiana, del origen, de los comienzos. Aquí encontramos lo infantil referido a un momento vital, la infancia, un sujeto en construcción que es el niño. A mi entender, hay un momento real, temprano del vínculo madre-hijo, donde el desamparo y la dependencia son absolutamente reales. Si no hay una función de apego o sostén, el bebé puede morir. Allí el bebé, por su estado de inmadurez neurológica e indefensión precisa sí o sí de la asistencia de un otro como Yo auxiliar. En esta línea se inscriben los desarrollos evolutivos, como lo plantean Spitz, en su libro El primer año de vida del niño, Anna Freud con las líneas de desarrollo, Abraham con la evolución de la libido en las diferentes etapas y Piaget, con el desarrollo de la inteligencia.

            Además, los analistas que trabajamos con niños pequeños sabemos de la importancia capital que tienen estos primeros momentos para la construcción de la subjetividad. Es la línea del desarrollo con una dirección temporal cronológica, pasado-presente-futuro, es el tiempo del acontecimiento.

            Por otro lado, el tiempo de Aión es el presente, que abre derivaciones infinitas e imprevisibles, una suerte de apertura en la temporalidad lineal y circular. Es el tiempo del desear. Como dice Machado: “Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar”. Es el tiempo como devenir engarzado a los deseos infantiles.

            En síntesis, estos tiempos que coexisten en simultaneidad nos introducen a la complejidad de diversas significaciones de lo infantil: lo infantil vivido, lo infantil interpretado, lo infantil construido y lo infantil como potencia.

El no tiempo de la defensa autista

Habiendo hecho la descripción del tiempo subjetivo, volvemos al título del presente trabajo: la defensa autística no permite la incorporación de ninguno de estos tiempos que acabo de describir para que se constituya lo infantil, y en consecuencia la subjetividad, ya que están en juego poderosas sensaciones de terror, por lo que el bebé recurre al despliegue de un estado maníaco o melancólico que puede equipararse con el narcisismo primario absoluto. Llamo estado a un modo de ser o estar para diferenciarlo de las posiciones teorizadas por Melanie Klein (1971).

            Podemos definir tal estado maníaco como la figuración de unirse a un “todo”. En contraposición, podemos suponer un estado melancólico en donde no hay “nada”. Así como en la manía hay un sentimiento de sentirse uno con el cosmos, en su contracara, la melancolía, hay una identificación total con un resto equiparable a la primera pérdida, la placenta. 

            Estos estados se pueden ver en patologías tan graves como el autismo primario, en donde la función materna o de sostén no pudo sacar al bebé de ese estado anobjetal. La función materna consiste en envolver al bebé a través de envolturas sonoras, envolturas olfativas y envolturas táctiles. En la melancolía, el bebé queda identificado con la placenta, primer objeto que cae. No puede incorporar nuevos objetos envolventes ofrecidos por el objeto auxiliar. Queda, de este modo, identificado a un resto. 

            Recordemos que los mecanismos defensivos que Freud describe están en función de lograr un equilibrio en el Yo ante la angustia producida por la fuerza constante de la pulsión. El mismo Yo como agente intenta reprimir la representación de la pulsión para restablecer el equilibrio económico en el aparato psíquico. Esta es la descripción clásica escrita en los Estudios sobre la histeria o en Las psiconeurosis de defensa. 

            Me resulta muy interesante para ampliar el entendimiento sobre los estados maníacos (fusión) o melancólicos (resto) el concepto de refugios psíquicos desarrollado por John Steiner, analista de la escuela kleniana. Allí el autor plantea: “La activación del refugio psíquico dependerá del dolor y la ansiedad generados por el contacto emocional y si este genera dichas sensaciones, el individuo se replegará y se colocará en ese espacio mental utilizándolo como una armadura protectora” (Steiner, 1997). Acuerdo con este autor, que es la evitación del dolor mental frente al cual se levanta la defensa tan rígida y su contracara: ubicarse como desecho, como nos muestra el estado melancólico. Relataré dos viñetas clínicas que ilustran esta aseveración.

Primera viñeta

Me consultan los padres de Matías en el mes de junio de 2016, cuando tenía dos años y tres meses. Estaban preocupados porque notaron que el niño no estaba integrado con sus compañeritos de sala en el jardín al que concurría. Observaron que se quedaba a un costado sin participar. Pidieron una entrevista con la maestra y ella les confirmó la falta de integración y las “rarezas” del niño: no hablaba, se quedaba solo sin contacto con los otros niños. Esto tomó por sorpresa a los padres, ya que ellos pensaban que la crianza marchaba correctamente.

Datos familiares:

Papá: 30 años. Músico.

Mamá: 30 años. Empleada administrativa.

Matías: Dos años y tres meses.

            Ambos padres son de una zona alejada de la capital. Estuvieron de novios desde jóvenes. Cuando se casaron vinieron a vivir a la capital. A los nueve meses de casados nació Matías. La madre recuerda el parto con mucha angustia porque se sentía muy sola en la Capital Federal. También cuenta que Matías no se prendió enseguida al pecho; ella esperaba que el nene la estimulase para que diera comienzo la lactancia. Así estuvo dos días sin que Matías se alimentara. Recuerdan que el bebé siempre tuvo la mirada apagada. También comentan que desconocían cómo había que criar a un niño. “No sabíamos qué hacer con él”. Otro recuerdo doloroso fue la partida del papá a Estados Unidos en el primer año de vida del bebé. El motivo del viaje fue una beca que duró tres meses. Fue doloroso para la madre y generó mucha culpa al padre. 

            Los cito para una entrevista familiar.

Vienen los padres con Matías, a quien lo trae a upa el papá. Dentro del consultorio lo dejan en el piso. Noto en ellos un susto muy grande, como si no supieran qué hacer con el niño. Están perplejos. El padre dice que muchas veces “Matías queda absorto mirando la estufa encendida y que en casa de los abuelos paternos se queda enganchado con el lavarropas”. La madre, en la entrevista, parece como si estuviera en otro lado.

            En un momento de la entrevista Matías viene gateando hacia mí. Lo levanto y le digo por qué está aquí: “Estamos hablando con tu mami y papi de las cosas que te pasan”. Se ríe y se queda a mi lado a lo largo de la entrevista. Físicamente es gordito, blandito y su mirada está apagada. Su madre no habla, asiente en silencio a lo que dice su marido. Parece deprimida, desvitalizada. El clima emocional de la entrevista tiene el mismo carácter: pesado, sombrío, pesimista. En ningún momento se acercan a jugar con él. El papá cuenta un accidente que tuvo Matías al año y medio: se cayó de la cuna.

            Fue una entrevista difícil porque los papás estaban tensos, como rindiendo examen, no pudiendo distenderse durante su transcurso, dando la pauta de que ambos tienen defensas muy rígidas.

            El tratamiento se desarrolló con un encuadre individual y con un intenso trabajo con los padres. Para esta presentación me interesa mostrar cómo la función parental estaba atravesada por un sinfín de obstáculos que no les permitían a estos padres estar con la suficiente disponibilidad para la inversión libidinal que supone cualquier crianza. 

            Por el lado de la madre había un sometimiento a los dichos de su marido, así como también a la familia de este último. Encontraba un lugar en esa familia, pero con un costo alto: no poder hablar. Su propia familia de origen no estaba presente y ella se sentía una paria. Su imposibilidad de conectarse con Matías en los primeros días nos hace pensar en un objeto materno empobrecido. En el transcurso del tratamiento surgen emociones y pensamientos de exclusión en relación con un hermano menor. Tomó conciencia en forma clara de cómo el noviazgo y el rápido casamiento fueron una salida a su sentimiento de no inclusión, en busca de una familia sustituta.

            Respecto de su marido, estudió en el conservatorio, oponiéndose al mandato paterno. Su padre, ingeniero, tardó mucho tiempo en aceptar la inclinación vocacional de su hijo. Para este, si bien pudo correrse de ese mandato, todos sus productos estaban teñidos de culpa: su profesión, su hijo, los premios que obtenía.

            Toda esta complejidad de emociones no permitía el acercamiento de ellos como padres para vincularse de un modo satisfactorio en relación con Matías. En la medida en que se fueron explicitando estas dificultades para habilitarse como padres, se vio favorecido el contacto libidinal con el niño y se produjeron no solamente cambios conductuales, sino la aparición de la subjetividad de Matías.

Segunda viñeta

Damián es un niño al que atendí en el Servicio de Salud Mental del hospital Evita (Lanús), donde fui director del Hospital de Día para niños y adolescentes. A pesar del tiempo transcurrido, más de 20 años, este tratamiento sigue vivo en mi memoria y se enlaza con el tema de lo infantil del cual nos estamos ocupando hoy. Es un pasado que se presentifica en mi conciencia y se relanza para continuar pensando.

            Así presenta la mamá a su hijo Damián: “Tiene rarezas. A la hora de comer está pendiente de que nada se caiga al suelo, siempre piensa que algo puede caerse. Las maestras me dicen que se aterroriza con el timbre del recreo o de salida…”.

            Así lo presentan sus maestras en un informe escolar: “No se integra a los juegos grupales, prefiere deambular balbuceando o monologando. No presenta dificultad alguna en incorporar conocimientos, pero lo hace en forma mecánica”.

            Damián era un niño de 9 años, cursaba el segundo grado de una escuela especial, la tercera a la que a asistía en un lapso de tres años.

            En nuestro primer contacto se muestra ansioso, no para de caminar. Habla permanentemente, repitiendo consignas políticas: “No los voy a defraudar”, “No me dejen solo”.2 Relata noticias políticas y deportivas: “Se reunieron en Londres Margaret Thatcher y Gorbachov”, “El presidente Bush viajará a la unión Soviética”.

            Las transmite con una tonada portuguesa: “A red do globo de Brasil”.  Nunca me mira, se ubica a mis espaldas; cuando le hablo no parece escuchar, nunca contesta mis preguntas.

            Hasta que un día recurro al pizarrón y escribo: “Mi nombre es Carlos”; él toma la tiza y escribe: “Damián”.  Fue nuestro primer “encuentro”.

            Rápidamente el pizarrón comenzó a llenarse de consignas políticas; nuevamente se cierra en su mundo de noticias que nada parecen decir de él.

            En una entrevista su mamá me muestra los cuadernos escolares y me llama la atención que el apellido de su maestra es portugués, el idioma al que Damián recurre cuando relata sus noticias. Hago referencia a esto en voz alta, él está presente y escucha mi sorpresa: ese fue nuestro “segundo encuentro”.

            Damián deja de circular por el consultorio y se sienta a mi lado. Comenzamos el “juego de las noticias”.  Nos alternamos en el relato de noticias de actualidad.

            Comienzo a dar noticias que lo tienen a él como protagonista. “El segundo grado de la escuela ‘Mi camino’ fue a visitar la nueva jirafa que llegó al zoológico”; le propongo un reportaje para que cuente ese paseo. Responde: “Fuimos con los chicos y vimos la jirafa”. Puede comenzar a compartir algunos terrores que padece, como ser golpeado o lastimado por otros niños; esto le genera mucha ansiedad y pide pasar a otras noticias.

            Tiene entonces otro movimiento nuevo en las sesiones. No acepta un reportaje, sino que hace declaraciones, escondiendo su rostro, y de manera casi inaudible dice: “Hoy no fui a la escuela porque había asueto”. Comienza a aparecer su voz, apenas con un hilito, pero es la suya.  

            Trabajosamente, Damián puede compartir sus temores; que no tiene amigos, que no puede jugar, que lo invaden monstruos devoradores que no le permiten estar solo, porque en cualquier momento “Me agarran y me comen”.

            Recibo un segundo informe de su escuela: “En este último período del año Damián ha evolucionado enormemente, su expresión oral, sus comentarios y su participación en clase son extraordinarios. Por lo antedicho, y por haber alcanzado y superado los objetivos mínimos de promoción correspondientes a segundo grado, será promovido a tercero, considerándose la posibilidad de volver a promoverlo a cuarto unos meses después de comenzadas las clases”.

            Este prometedor informe no impide a su madre retirarlo de la escuela alegando problemas económicos. Damián acata la decisión materna. Un jalón más en la historia discontinua.

            Al comenzar la nueva escuela Damián llega a su sesión, se sienta a mi lado y tararea en forma monótona.  Allí se da este intercambio:

            Analista: “Hoy en vez de pasar noticias podemos armar un cuento”.

            Damián: “¿Qué cuento?”

            Analista: “De un chico al que lo cambian de escuela y comienza una nueva. Ese chico debe extrañar mucho la otra escuela, a sus compañeros, a su maestra…”.

            Damián (interrumpiendo): “Ese nene no es un gigante y la maestra se enoja con él porque no sabe la letra…”.

            Analista: “Posiblemente vos creías que siendo un gigante como Menem o Bush no tendrías tantos miedos”. 

            Damián: “¿Ellos tienen miedos?”

            Al terminar la sesión sale corriendo del consultorio como lo hace habitualmente, pero vuelve y se despide: “Hasta el martes”. Es la primera vez que Damián hace referencia al tiempo, su tiempo, nuestro tiempo: un nuevo orificio en la muralla.

            Sí, se trata de orificios que vamos construyendo en transferencia, que le permitieron a Damián dibujar bordes posibles en el agujero negro en el que se encontraba frente a las discontinuidades. Tratar con Damián implicaba crear los hilos en ese agujero para, entramándolos, coser su historia.

Encuentros-Desencuentros-Reencuentros

Sabemos que existe un encuentro fundante de la constitución psíquica que puede conllevar ciertas fallas, que suponen un tránsito entre encuentros-desencuentros y reencuentros. Es a lo que se refiere Winnicott con su concepto de “madre suficientemente buena”, que es la madre que puede, en alguna medida, fallar (1956).

            Cuando este proceso es perturbado por vicisitudes de ambos partícipes de la relación puede producirse lo que conceptualizamos como “desencuentro originario” entre el bebé y el objeto auxiliar. Es uno de estos casos cuando durante el embarazo o los primeros meses de vida, la libido necesaria para el investimiento del bebé ha quedado estancada en el objeto auxiliar para elaborar eventos disruptivos que le pudieran haber quedado sin resolución. O bien, cuando constitucionalmente el niño no puede prenderse al objeto, produciéndose dificultades en el apego. 

            Cuando el encuentro inicial no está logrado por distintas razones, el niño cae en un estado maníaco o melancólico, como vimos antes.

            Consideramos que alrededor de este desencuentro se va consolidando un vivenciar traumático que da origen a una patología severa. 

            En la vivencia traumática (Benyakar, 2006) se da la desarticulación del afecto y la representación. El impacto de una situación fáctica en el psiquismo de un sujeto desencadena la secuencia de desvalimiento-angustia automática, seguido de la incapacidad psíquica de lograr la re-equilibración.

            En efecto, lo que sucede con ese desencuentro es un acontecimiento disruptivo en términos económicos: gran cantidad de energía que es imposible de procesar porque falla el objeto auxiliar y no se puede cualificar la cantidad. El psiquismo rudimentario es arrasado, y en esa vorágine atina a utilizar lo que le da el propio organismo: defensas corporales primitivas. En clave bioniana, esto se podría leer de la siguiente manera: no hay posibilidad de transformar los elementos beta en elementos alfa (Bion, 1987). 

            El bebé siente que cae a un vacío y recurre para su sostén a maniobras protectoras que son hipertrofias de defensas fisiológicas y que F. Tustin denomina “aferramientos”. Estos aferramientos, por un lado, preservan lo vivo, pero por otro lado, con el correr del tiempo, taponan la posibilidad de desarrollos psíquicos. 

            El objeto autista (Tustin, 1987) es un objeto bizarro al que se aferra el bebé a partir de haberlo encontrado en un movimiento aleatorio. Tiene la función de cubrir “el agujero negro” y contrarrestar el terror a la caída. Lo mismo sucede con las sensaciones autistas que se encuentran en la base de conductas bizarras: estas no pueden ser entendidas como síntomas en el sentido psicoanalítico estricto, ya que estas patologías nos enfrentan a un psiquismo que se está construyendo recurriendo a maniobras protectoras.

            Un bebé, en su desarrollo “normal”, se encuentra en un estado de no integración y en dependencia absoluta de un objeto externo que favorece la integración y el camino a la independencia. Para que esto sea posible es imprescindible el sentimiento de ser una continuidad con la madre (Winnicott, 1956).

            Tengamos en cuenta que esta continuidad se dificulta en estos días ya que la subjetividad epocal está en crisis. En muchos casos se presentan graves dificultades para establecer un encuentro verdadero y genuino en donde el ritmo como máximo organizador del encuentro intersubjetivo está desequilibrado. 

            El filósofo Chul Han (2012) describe a esta época como la época del cansancio general en donde la medicalización está en su máxima expresión para contrarrestar este cansancio y así lograr una productividad en lo laboral como exige la cultura actual. 

            Considero además que los diagnósticos realizados por una gran cantidad de profesionales conducen a apaciguar con medicamentos dichas conductas extrañas, a etiquetar y no a pensar que detrás de una conducta “extraña” puede haber motivos emocionales que den lugar a ese proceder. 

            A pesar de todas las dificultades que plantea esta época y a contramano de las prácticas conductuales en donde se borra la historia afectiva para dar lugar a una adaptación social acorde a exigencias provenientes de la bio-política, el psicoanálisis todavía tiene las herramientas teóricas que fundamentan una práctica clínica para que puedan deshacerse los nudos afectivos que imposibilitan la apropiación subjetiva de las historias singulares.

            El gran desafío para un analista es ofrecer su comprensión de las ansiedades básicas e interpretarlas. De este modo, se irá construyendo, transferencia mediante, incluso en niños tan pequeños, la posibilidad de un encuentro con el objeto analista hasta que puedan ingresar en el tiempo subjetivo.

1 carlostewel@hotmail.com. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.

2 Son consignas de campaña política de un candidato de aquel momento.

Descriptores: TEMPORALIDAD / AUTISMO / MATERIAL CLÍNICO / PARENTALIDAD

 

Candidatos a descriptor: LO INFANTIL / REFUGIO PSÍQUICO / DESENCUENTRO ORIGINARIO

Abstract

Autism as an extreme defense of the psyche that hinders the constitution of the infantile 

The author reflects on the impossibility of approaching “the infantile” when there is an autistic defense. He understands “the infantile” as the temporality that is put into play in subjectivity with different characteristics. The rigidity of the autistic defense is caused by an original mismatch between the auxiliary object and the infant. Two clinical vignettes are presented in order to illustrate these ideas.

The conclusion is that there is currently a great difficulty in understanding primitive psychic defenses psychoanalytically because it goes against behavioral approaches, where the unique affective history of each person is erased to make room for social adaptation. Demands coming from biopolitics (such as to perform to the maximum level of productivity) leave aside everything concerning human bonds. It is considered of utmost importance that the analyst uses the tools of psychoanalytic theory to provide interpretations in such a way that even young children’s subjectivity is benefited. They will then be able to abandon their absolute primary narcissism to begin to recognize the other through the transference, and thus inhabit time and space so as to experience their self and the world around them.

Keywords: TEMPORALITY / AUTISM / CLINICAL MATERIAL / PARENTHOOD

 

Keyword candidates: THE INFANTILE / PSYCHICAL REFUGE / PRIMAL DIVERGENCE

Resumo

O autismo: uma defesa extrema do psiquismo que obstaculiza a constituição do infantil 

O autor reflete sobre a impossibilidade de entrar “ao infantil” quando há uma defesa autista.

Entende “o infantil” como a temporalidade que é posta em jogo na subjetividade nas suas diferentes características. A rigidez da defesa autista é causada pelo desencontro originário entre o objeto auxiliar e o bebê. A fim de ilustrar estas ideias são apresentadas duas vinhetas clínicas.

Conclui que, nesta época, há uma grande dificuldade de compreender psicanaliticamente as defesas psíquicas primitivas já que vá contra as propostas de condutas, onde se deleta a história afetiva singular para dar lugar a uma adaptação social. Há exigências que provêm da biopolítica como, por exemplo, render ao máximo na produtividade deixando de lado o concernente aos vínculos. Portanto, é muito importante que um analista possa usar as ferramentas da teoria psicanalítica para dar as interpretações adequadas de tal modo que, inclusive crianças pequenas, se beneficiem nas suas subjetividades. Desta maneira, através da transferência, poderão abandonar o narcisismo primário absoluto para começar a reconhecer o outro e, assim, habitar o tempo e o espaço para vivenciar seu Si-mesmo e o mundo que o rodeia.

Palavras-chave: TEMPORALIDADE / AUTISMO / MATERIAL CLÍNICO / PARENTALIDADE

 

Candidatos a descritor: O INFANTIL / REFÚGIO PSÍQUICO / DESENCONTRO ORIGINÁRIO

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