El acto suicida en la adolescencia o la ilusión de sustraerse de Eros y Thánatos cuando el aislamiento exacerba la desintrincación¹ ² ³
Nathalie de Kernier 4
Resumen
La adolescencia representa, comúnmente, proyectos de vida y autoconstrucción. Por lo tanto, el comportamiento suicida en este momento de la vida es más perturbador aún y particularmente difícil de aceptar por los adultos que ven en la juventud tantas promesas de felicidad. En la actualidad, muchos jóvenes parecen no encontrar sentido a su vida. Es posible que nos sorprenda ver que cada vez más preadolescentes o incluso niños acuden a los servicios de emergencias con un inexorable deseo de muerte. Iniciar y realizar el tratamiento del adolescente suicida requiere de una elaboración especial de la contratransferencia. Si bien todos los grupos etarios se han visto afectados por los efectos psíquicos causados por la pandemia Covid-19, la población adolescente, que anticipadamente se encuentra entre las más sensibles al problema del suicidio, en la actualidad ha experimentado un recrudecimiento preocupante. La angustia, en particular, emerge ante la imprevisibilidad de la muerte, debido a las limitaciones impuestas por la situación sanitaria. También la imposición a los confinamientos prolongados, provoca la sensación de un tiempo congelado. ¿Deben entenderse los comportamientos autodestructivos, entre otras cosas, como respuestas a la angustia causada por la imprevisibilidad, la dificultad de hacer planes, así como también un intento desesperado de controlar lo incontrolable, haciéndose eco de la transformación puberal incontrolable y sin precedentes? ¿Puede entenderse el uso del acto suicida como una lucha activa contra una sensación de pasivización altamente provocadora de ansiedad? Con frecuencia, después de un largo viaje invisible es cuando la violencia surge y se exterioriza, volviéndose contra sí mismo. Matar al infans, según el sentido que propongo, es matar a esa parte (el otro), dentro de uno mismo, resignada a permanecer muda, por falta de recibir una respuesta adecuada a los intentos de ser escuchado por su entorno. Para el sujeto que sobrevive, el acto suicida puede ser una oportunidad para dar forma a los mensajes que hasta ahora han quedado en letra muerta, una búsqueda definitiva de significado.
La adolescencia representa más comúnmente los proyectos de vida y la construcción de sí mismo. Los comportamientos suicidas en este período de la vida son aún más perturbadores y particularmente difíciles de aceptar por los adultos que ven en la juventud tantas promesas de felicidad. Para los que se dedican al cuidado de la vida puede resultar especialmente insoportable verse confrontados con actos autodestructivos en jóvenes que parecen a primera vista tenerlo todo para ser felices. Recibir y hacer el seguimiento de adolescentes suicidas requiere una elaboración especial de la contratransferencia, movilizando asimismo nuestra relación con la muerte y aceptando nuestra inevitable parte de impotencia. Los comportamientos suicidas son “inexplicables” en el sentido reductor de la causalidad simple y unívoca. Cada historia es única. Las reacciones ante el gesto suicida son asimismo múltiples. Actualmente numerosos jóvenes parecen no encontrarles sentido a sus vidas. Se comprueba también una incidencia mayor de suicidios en la población aún más joven: nos resulta sorprendente que cada vez más preadolescentes e incluso niños acudan a las urgencias con deseos de muerte muy fuertes.
Nos encontramos frente a un incremento exponencial de la desesperación, y más aún, frente al incremento de los pasajes al acto suicidas en un contexto en el cual la crisis sanitaria, la amenaza terrorista y la alteración del vínculo intrafamiliar interroga y modifica nuestras prácticas. Si bien todos los grupos etarios se han visto afectados por las repercusiones psicológicas de la pandemia ligada al Covid-19, la población adolescente, que figuraba ya entre las más sensibles en relación con la problemática del suicidio, ha experimentado un preocupante aumento. La angustia frente a la imprevisibilidad de la muerte fue sin duda despertada por esta situación sanitaria y sus restricciones; también por la imposición de una temporalidad repentinamente congelada en tiempos de confinamiento. ¿Las conductas autodestructivas podrían ser comprendidas, entre otras, como respuestas frente a la angustia que despierta lo imprevisible, la dificultad para hacer proyectos así como la tentativa desesperada de dominar lo inmanejable, haciendo eco también a la inmanejable e inédita transformación puberal? ¿El recurso al acto suicida podría entenderse como una lucha activa contra un sentimiento de pasivación altamente ansiógeno?
La pandemia nos ha confrontado, más aún, con aquello que escapa a nuestro dominio: la muerte, el tiempo, incluso el espacio. Todo ha sido repentinamente cuestionado, exacerbando nuestros límites y socavando nuestra capacidad para construir proyectos. Desarmar los proyectos que habían sido construidos, tratar de rearmarlos postergándolos para unas semanas o algunos meses más tarde, volver a desarmarlos, todos hemos conocido estas dificultades, tanto para las actividades recreativas como para los compromisos de importancia. De ahora en más, sentirnos limitados, incluso desde el punto de vista del espacio ⎯por el distanciamiento, las fronteras que corren el riesgo de cerrarse, una amenaza de cuarentena⎯ en un entorno social que nos vende constantemente el espejismo de ir más allá de los límites con la ilusión de que todo es posible, hiere nuestro narcisismo. Una herida narcisista más difícil para unos que para otros, que puede llegar a provocar una angustia de pérdida y/o de castración más o menos invasiva, y para los jóvenes más especialmente en la medida en que la búsqueda identitaria e identificatoria que los moviliza ya vulnera su narcisismo.
El adolescente de por sí se muestra especialmente movilizado por los cuestionamientos sobre la muerte y sobre la vida porque su cuerpo se transforma y la maduración de sus órganos genitales lo vuelve teóricamente capaz de procrear, lo que lo coloca en una cadena genealógica como un eslabón potencial y lo confronta con las preguntas sobre el nacimiento y la muerte; luego, por las alteraciones psíquicas paralelas a estas transformaciones corporales, se suma el descubrimiento del cuerpo, una atracción sexual inédita, el envejecimiento o la muerte de personas significativas de su entorno (abuelos, bisabuelos) y el requerimiento cada vez más acuciante de proyectarse hacia una orientación vocacional, de pensar en un futuro.
El clima de inseguridad exacerbado por la pandemia y sus imposiciones, con la amenaza de enfermedad y de muerte en el entorno ⎯especialmente los abuelos y otras personas mayores significativas a las cuales no se puede abrazar⎯ y las angustias corporales reales a partir de las mínimas manifestaciones de síntomas gripales o de resfrío, pudieron repercutir en las ideas obsesivas sobre la muerte ya presentes en los jóvenes e invadir la totalidad de su espacio psíquico.
La población adolescente es ya una de las más sensibles al tema del suicidio, y se ha visto especialmente afectada por el trauma global causado por el Covid-19 y sus secuelas. Para muchos, muy paradójicamente, la inseguridad también puede haberse sentido en el estrechamiento de los lazos en el ámbito familiar, aumentando las tensiones en el hogar: la problemática edípica puede haber estallado, el proceso de separación-individuación verse socavado. Las figuras parentales desacreditadas, su autoridad vulnerada no permite al adolescente destituir su supuesta omnipotencia de antes. Paradójicamente, los padres deben poder evitar la confirmación del incumplimiento que se les atribuye, sobrevivir en el sentido de Winnicott para que el adolescente sea capaz de des-idealizarlos progresivamente y encaminarse hacia una subjetivación que lleve a la culminación del proceso adolescente y el devenir adulto. De lo contrario, al no sentirse contenido, al no sentirse autorizado a expresar las mociones pulsionales hostiles y eróticas que lo habitan, el adolescente se aísla, temiendo que sus sentimientos hacia ellos puedan destruirlos y evitando de este modo, cualquier proximidad pulsional. Pero este callejón sin salida en la comunicación que se ha vuelto imposible, es paradójico en un contexto de proximidad forzada por el confinamiento.
A esta contigüidad familiar se ha agregado la ruptura repentina de los vínculos con los pares. Una vez pasada la euforia de no tener que ir a clase, se siente un vacío. El confinamiento ha obstaculizado tanto las investiduras libidinales amistosas o amorosas como las mociones de odio en el contexto de las enemistades. Esto ha acrecentado el sentimiento de soledad. Cuando el tenor de los intercambios virtuales no puede ser relativizado por una alternancia de relaciones reales, el adolescente puede ser víctima de un arrebato pulsional del cual el destinatario no esté en posición de tomar la distancia adecuada. Exteriorizados por un lenguaje crudo o insultante, un rapto de ansiedad, los procesos primarios se desencadenan todavía con mayor violencia, sin encontrar suficientes soportes de ligazón, por lo cual un pasaje al acto suicida puede intentar ponerles fin.
La metapsicología freudiana sigue siendo hoy en día un soporte valioso para ayudarnos a comprender los mecanismos de vuelta contra sí mismo de una carga pulsional tan masiva que no puede ser dirigida. En una sociedad que promueve la exhibición y la transparencia, en una sociedad donde tantas imágenes circulan en forma instantánea, sobre todo bajo el dictado de los medios de comunicación y de las redes sociales, podemos sentirnos afectados por los no-dichos que tantas veces impiden los vínculos con los demás. Cuando no se expresa verbalmente, cuando no es pensada, la violencia se propaga subrepticiamente. Suele suceder que solo después de un largo recorrido invisible salga a la luz, volviéndose contra sí misma. Cuando la sombra del objeto recae sobre el Yo, para retomar la expresión de Freud en Duelo y melancolia, cuando el objeto aplasta al Yo, la hemorragia narcisista es incompartible, intolerable, exacerbando todavía más a la agresividad vuelta contra sí misma, confirmando el sentimiento de auto-depreciación en un círculo vicioso. Lo no-dicho impide la posibilidad de dirigir el enojo a la persona contra la cual está destinado ⎯trátese de un pariente, de un amigo, de un profesor⎯ y en la medida en que esta persona puede ella misma representar una figura parental y, por lo tanto, despertar un enojo dirigido a esta en el inicio. Cuando el otro es sentido como incapaz de recibir afectos negativos, a causa de su fragilidad o de su propio carácter violento que lo llevaría a respuestas inadecuadas, el sujeto aprende a sofocar cualquier tipo de agresividad que podría experimentar. Pero no puede indefinidamente evitar reconocerla. Llega un momento en que a falta de ser dicha, se manifiesta bajo la forma del actuar. Y a falta de un objeto reconocido como destinatario de esta agresividad, se vuelve contra sí. Esto se acerca al modelo de la melancolía observado por Freud (1915). Asimismo, podemos comprender a la depresión como un sufrimiento indecible resultante de un enojo auto-dirigido, que cobra la forma de auto-desvalorizaciones y auto-descalificaciones repetidas, a fuerza de prohibirse aceptar que este enojo encubierto sea dirigido a un otro cuyo sujeto se empeña en preservar una imagen idealizada. Este enojo puede deberse a una falta de reconocimiento de las necesidades por el entorno, sobre todo de autonomía y respeto por su diferencia, junto con la necesidad de conservar su lugar y de considerar a los allegados como similares y a la vez diferentes.
El tema del respeto por la diferencia parece ser cada vez más complicado. Escuchamos muchísimo hablar de acoso, sobre todo en el colegio. La edad cada vez más temprana de la población suicida es impactante y podría estar ligada a este fenómeno tan frecuente del acoso. Aparecen por otro lado puntos en común entre la vivencia del acoso sufrido entre pares y de la pandemia en un contexto familiar particularmente tenso: sentimiento de vergüenza, soledad e inermidad, de vulnerabilidad de las bases narcisistas, inhibición de la agresividad en relación con su objeto, la cual de hecho se vuelve contra sí, identificación con el agresor, confrontación con un sentimiento de impotencia. Numerosos actos suicidas de niños o de preadolescentes tienen lugar luego de episodios de acoso. El confinamiento privó a los jóvenes de contactos en la vida real por un período prolongado. Para varios de ellos resulta particularmente problemático en la medida en que ya no saben jugar, ni estar vinculados con los otros. Dicho de otro modo, ya no saben tolerar al otro con sus diferencias, ya no saben expresar un conflicto sin que este degenere en un estallido de violencia. Algunos jóvenes pudieron sentirse aliviados de no tener que ir al colegio y luego experimentar una oleada de pánico al final del confinamiento. Las fobias escolares revelaban la aprensión de recaer en una mecánica de acoso. Y se pudo entrever una amplificación de estas problemáticas a partir de la privación de la vida escolar y las evitaciones de los contactos. El acto suicidario aparece en este contexto de no-aprendizaje o de desaprendizaje de la diferencia y de no-investidura de los lazos a otros, lo que no deja de repercutir en los lazos a sí mismo y en sí mismo. La actividad virtual frenética, a veces en apariencia eufórica, no deja de esconder un sufrimiento bajo una cobertura de silencio. El adolescente se prohíbe sentir odio hacia el otro; ya ni siquiera experimenta sufrimiento, ahora lo tiene concentrado en sí mismo. Asimismo, se prohíbe todo tipo de deseo, por lo tanto, no hay proyecto. Tenemos entonces la impresión engañosa de que no desea nada, siendo que su represión extrema representa la medida de sus expectativas frustradas que trata de mantener alejadas, de relegar al olvido de la negación, bajo la apariencia de un “ni siquiera duele”.
Los no-dichos se refieren no solamente a las experiencias dolorosas agresivas sino también a los deseos. Eliminar la expresión de lo experimentado lleva a lo que Donald Winnicott (1960) nombra un funcionamiento en falso-Self: un aspecto de la personalidad se camufla y se vuelve falso. Es una defensa que apunta paradojalmente a esconder el núcleo del Yo, es decir, el verdadero Self, pero esta defensa se revela precaria en cuanto a su duración. Cuando el lugar que ocupa el falso Self es tal que ahoga al verdadero Self, cuando el sometimiento sustituye a la espontaneidad, no se es sí mismo y llega un momento en que los artificios no se sostienen más, los esfuerzos para conformarse a aquello que se toma por las expectativas de los otros se acompañan de un sentimiento de vacío invalidante. El gesto suicida atestigua el rechazo a vivir una vida falsa: el sujeto no encuentra su propia identidad y no logra reconciliarse consigo mismo. Matar al infans, según la comprensión que propongo, es matar a otro en sí, matar esa parte de sí resignada a permanecer muda, a falta de una respuesta adecuada a sus intentos de captación de su entorno. Para el sujeto que sobrevive a esto, el gesto suicida puede constituir una oportunidad para dar forma y sentido a los mensajes que hasta entonces han quedado desatendidos. Con la ayuda de una escucha adecuada, lo experimentado agresivamente o incluso mortíferamente se volverá pensable, así como las necesidades de separación y de diferenciación. Cuando el actuar se impone, se debe entender como un último pedido de sentido, como si el acto llevara en sí mismo las premisas de los cambios en búsqueda de verbalización, a condición, desde ya, de que el adolescente encuentre un interlocutor cuya escucha y estímulos favorezcan la contención y el otorgamiento de sentido. El seguimiento durante los meses posteriores a un gesto suicida es, pues, crucial. Todo el desafío consiste en restaurar un sentimiento de cohesión identitario suficiente para restablecer los límites identitarios, para restablecer un espacio psíquico que permita tolerar los conflictos y diversificar las identificaciones, en especial permitiendo una rehisterización de las identificaciones ahí donde la mónada narcisista se imponía cada vez más llevando las identificaciones hacia la pendiente resbaladiza de la melancolización.
Restablecer la subjetividad a través de la palabra es toda la apuesta de nuestro trabajo. Se necesita para ello un encuadre contenedor, y por lo tanto una regularidad en las sesiones y una delimitación claramente establecida de los espacios. De esta manera el adolescente puede redescubrir la diferencia como un juego de complementariedad más que como una amenaza, encontrar placer en el pensar incluso en la confrontación de la diferencia con el otro y adueñándose de su propio cuerpo, pudiendo asignarle una identidad sexuada. Esto implica una capacidad de elección, en particular de elección identificatoria, y entonces la renuncia a los fantasmas infantiles omnipotentes, a un cuerpo que sería a la vez femenino y masculino. La introyección tiene entonces la prioridad sobre el recurso a la proyección.
Y, paradójicamente, renunciar a proyectar sobre el otro ⎯en particular lo que es experimentado como inaceptable en sí⎯ permite inscribirse en un proyecto de apropiación subjetiva y realizar proyectos, en el sentido más amplio. El proyecto es lo que mantiene en vida. La errancia es lo contrario del proyecto. El proyecto abre posibilidades y se realiza aceptando tener que elegir entre las posibilidades que se abren ante sí, renunciando a la frustración de las renuncias. El proyecto es hacer algo a partir del lazo con los objetos internos, lo que supone que estén vivos, por lo tanto suficientemente diferenciados. Ya no más la sombra del objeto muerto que cae sobre mí como en el modelo de la melancolía (Freud, 1915) sino un objeto interno que garantice un “nido” o un envoltorio narcisista que ofrezca un sentimiento de seguridad de base y que permita experimentar un placer en el contacto con nuestro cuerpo y nuestros pensamientos (Ladame, 2021). El vínculo con el otro puede entonces dejar de ser una amenaza de alienación, se vuelve un posible vector de vida. Se hace posible entonces romper con el aislamiento, ligarse consigo mismo al mismo tiempo que alimentarse del aporte de los demás, restaurar una intrincación suficiente entre Eros y Tánatos. Se hace entonces posible tolerar el inevitable margen de incertidumbre inherente a toda vida.
1 Ponencia presentada en el Panel “Auto-agresiones y suicidio hoy en la clínica de adolescentes. Entre Eros y Tánatos” organizado por el Departamento de Niños Arminda Aberastury, de APA, durante el 59˚ Symposium y 49˚ Congreso de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
2 Este texto es la traducción de la versión original inédita titulada “L’acte suicidaire à l’adolescence ou l’illusion de se soustraire d’Eros et de Thanatos quand l’isolement exacerbe une désintrication entre Eros et Thanatos”.
3 Traducido por Ana María Iriart y Nora Woscoboinik.
4 nathkernier@wanadoo.fr, Sociedad Psicoanalítica de París (SPP), Universidad de París Nanterre.
Descriptores: ADOLESCENCIA / SUICIDIO / ANGUSTIA / AISLAMIENTO / ACOSO
Candidatos a descriptor: COVID-19 / PANDEMIA
Abstract
The suicidal act in adolescence, or the illusion of subtracting oneself from
Eros and Thanatos when isolation exacerbates disentanglement
Adolescence commonly represents life projects and self-construction. Therefore, at this time of life, suicidal behavior is even more disturbing and particularly difficult to accept by adults who see in youth so many promises of happiness. Today, many young people do not seem to find meaning in their lives. We may be surprised to see more and more preadolescents or even children coming to emergency services with an inexorable desire to die. Initiating and carrying out treatment of the suicidal adolescent requires a special elaboration of the countertransference. While all age groups have been affected by the psychic effects of the Covid-19 pandemic, the adolescent population, which has always been among the most sensitive to the problem of suicide, has now experienced a worrying upsurge in this situation. In particular, the unpredictability of death, due to the constraints imposed by the health situation, generates anxiety. In addition, prolonged confinement causes the sensation of frozen time. Should self-destructive behaviors be understood as responses to the anguish caused by unpredictability and the difficulty of making plans, as well as a desperate attempt to control the uncontrollable, echoing the novel and poorly controllable pubertal transformation? Can the suicidal act be understood as an active struggle against a highly anxiety-provoking sense of passivization? Violence often emerges and is externalized after a long, invisible inner journey, turning against the subject himself. To kill the infans, in the sense I propose, is to kill that part (the other) within oneself resigned to remain mute in the face of the lack of an adequate response to attempts to be heard by one’s environment. For the surviving subject, the suicidal act may be an opportunity to give form to the messages that until then had remained a dead letter, a definitive search for meaning.
Keywords: ADOLESCENCE / SUICIDE / ANXIETY / ISOLATION / HARASSMENT
Keyword candidates: COVID-19 / PANDEMIA
Resumo
O ato suicida na adolescência ou a ilusão de subtrair-se de Eros e Tânatos
quando o isolamento exacerba uma desintrincação
A adolescência representa, geralmente, projetos de vida e autoconstrução. Portanto, o comportamento suicida neste momento da vida é muito mais perturbador e particularmente difícil de ser aceito pelos adultos que veem na juventude tantas promessas de felicidade. Atualmente, muito jovens parecem não encontrar sentido a sua vida. É possível que fiquemos surpreendidos ao ver que cada vez mais pré-adolescentes ou inclusive crianças que procuram os serviços de emergências com um inexorável desejo de morte. Iniciar e realizar o tratamento do adolescente suicida requer uma elaboração especial da contratransferência. Embora todos os grupos etários foram afetados pelos efeitos psíquicos causados pela pandemia Covid-19, os adolescentes, que antecipadamente se encontram entre os mais sensíveis ao problema do suicídio, atualmente houve um aumento preocupante. A angústia, particularmente, emerge diante da imprevisibilidade da morte, devido às limitações impostas pela situação sanitária. Também a imposição aos isolamentos prolongados, provoca a sensação de um tempo congelado. Os comportamentos autodestrutivos, entre outras coisas, devem ser entendidos como respostas à angústia causada pela imprevisibilidade, pela dificuldade de fazer planos, como também uma tentativa desesperada de controlar o incontrolável, fazendo eco da transformação puberal incontrolável e sem precedentes? Pode-se entender o uso do ato suicida como uma luta ativa contra uma sensação de passivação altamente provocadora de ansiedade? Frequentemente, depois de uma longa viagem invisível é quando a violência surge e se exterioriza, voltando-se contra si mesmo. Matar o infans, segundo o sentido que proponho, é matar a essa parte (o outro), dentro de si mesmo, resignada a permanecer muda, por não receber uma resposta adequada às tentativas de ser escutado pelo seu entorno. Para o sujeito que sobrevive, o ato suicida pode ser uma oportunidade para dar forma às mensagens que até agora ficaram em letra morta, uma busca definitiva de significado.
Palavras-chave: ADOLESCÊNCIA / SUICÍDIO / ANGÚSTIA / ISOLAMENTO / ACOSSO
Candidatos a descritor: COVID-19 / PANDEMIA
Bibliografía
De Kernier, N. (2015). Le geste suicidaire à l’adolescence. Tuer l’infans. París, Francia: PUF.
Freud, S. (1915) 1968. Deuil et mélancolie. En Métapsychologie. París, Francia: Gallimard.
Ladame, F. (2021). Qu’est-ce qui empêche un adolescent de se suicider? Le Journal des Psychologues, 391, 9, 19-23.
Winnicott, D. W. (1960) 1970. Distorsion du moi en fonction du vrai et du faux ‘‘self’’. [Traducción francesa en Processus de maturation chez l’enfant (pp. 115-131). París, Francia: Payot].