Dejarse interrogar. Psicosexualidad, cuerpos sexuados, diferencia y diversidad sexual
Alejandra Vertzner Marucco1
Resumen
Este texto revisita la noción psicoanalítica de psicosexualidad, que incluye el concepto de pulsión y cuerpo erógeno (que surgen en el encuentro sexualizante con el otro humano). La bisexualidad psíquica es considerada un elemento estructural del psiquismo, tanto como lo es el atravesamiento de los complejos de Edipo y castración. Así también los conceptos de diversidad y diferencia sexual permiten acceder a la comprensión psicoanalítica de distintas formas de presentación de la sexualidad, o diversas sexualidades. Se subraya que el analista, y los conceptos del psicoanálisis, no pueden mantenerse inmutables frente a los cambios en la subjetividad. El trabajo con personas en procesos de transición de género requiere que la función analítica se vea desafiada a no caer en el horror por lo distinto ni en la fascinación por la novedad. La escucha del analista siempre es “diversa” en virtud de la fluidez que requiere su posición en la transferencia. A través de unas breves viñetas clínicas se apunta a subrayar la importancia de “dejarse interpelar” por lo inédito de la experiencia inédita, que de algún modo conmueve o “golpea” la mirada y la implicación subjetiva del analista en el proceso.
Sexualidad y erotismo en psicoanálisis
¿Qué quiere decir “sexual”? El psicoanálisis transforma esa cuestión en un enigma, más que ofrecer una respuesta clara para ella. La sexualidad, que era instintiva, se torna pulsional. La pulsión es una noción psicoanalítica, y solamente psicoanalítica. Si, por un lado, mantiene la fuerza irreductible del instinto, por otro se define por aquello que la distingue de él: su unión indisociable con la fantasía y su capacidad para diseñar en toda la superficie del cuerpo una geografía de excitación imposible de satisfacer definitivamente.
En el humano hablamos de “zonas erógenas” y “cuerpo erógeno”, que son creaciones producidas en el encuentro sexualizante con el otro, y que no necesariamente coinciden con el cuerpo biológico. La pulsión es capaz de cambiar tanto de meta (lo que hace que lo sexual pueda investir dominios o actividades, inclusive el pensar, sin relación manifiesta con la imagen común de la sexualidad) como de objeto. La idea freudiana de sexualidad hace de la sexualidad infantil el centro de la sexualidad humana: el niño construido por el psicoanálisis es “polimorfamente perverso” (André, 2016). Una u otra parte del cuerpo autónoma, separada, una u otra zona erógena, pueden cobrar relevancia pulsional (ojo, boca, dedo, ano, musculatura, piel, mucosas, etc), satisfaciendo pulsiones parciales. Al reconocer que todo el cuerpo puede ser una zona erógena se estaría poniendo en duda la subordinación del desarrollo psicosexual a la primacía genital. Después de todo, ¿qué es lo “genital” si el erotismo explora y deambula entre zonas erógenas que “escapan” a la diferencia sexual biológica y de género?
La sexualidad es la base sobre la que se edifica el psiquismo y su soporte es la pulsión sexual que no aparece sino sobre un fondo de conflicto. Distintas perspectivas psicoanalíticas ponen el acento en la pulsión, el objeto, la dialéctica entre la pulsión y el objeto, la relación. Lo sexual constituiría el lazo electivo entre lo corporal y lo psíquico, y sería el inspirador y el agente “impulsor” del desarrollo. Para Green (1998 [1997]) la dinámica sexual es inseparable de la temporalidad (presente en la sucesión de etapas libidinales, en el difasismo, en el après-coup, etc). La pulsionalidad procede del cuerpo biológico que se abre paso hacia el psiquismo nutriendo con su fuerza todo el trabajo representacional, que es el trabajo psíquico por excelencia. Desde la perspectiva de Laplanche (1996 [1992]) la sexualidad es implantada en el niño por los adultos que cuidan de él (mensajes enigmáticos). Parte de estos mensajes serán simbolizados, pero siempre quedará un resto no “metabolizable”, indescifrable, que va constituyendo el inconsciente. Es este resto desconocido el que pulsionará desde las representaciones reprimidas del inconsciente originario (punto de partida de la sexualidad infantil). Jessica Benjamin (1997 [1995]) en el contexto de las teorías intersubjetivistas norteamericanas, e inspirándose en el deconstructivismo y el posestructuralismo, propone un psicoanálisis “sobreinclusivo” (los modelos psicoanalíticos intrapsíquico e intersubjetivo no se excluyen entre sí): plantea que la energía libidinal es algo que surge en la relación que se establece de sujeto a sujeto entre el niño y su madre.
Para Green (op. cit) la sexualidad humana implica un interjuego inestable entre movimientos pulsionales que tienden a la ligadura o a la desligadura (ubicada esta última como expresión de la pulsión de muerte), y en ningún caso es posible comprender lo sexual de una manera que lo libere de sus relaciones con lo no sexual, sin duda porque su capacidad de formar lazo en registros diversos (con la otra fuerza pulsional, con el objeto, con el Yo, con lo cultural, etc.) constituye a la vez su carácter intrínseco y la prueba de la vastedad de su poder.
El término lacaniano “goce” remite al concepto freudiano de “libido”, aunque el goce está más cerca de Tánatos que de Eros. “Así resulta la clínica psicoanalítica como una historia de los vagabundeos del goce, de sus ‘fijaciones’, de sus ‘regresiones’, de su transformación en síntomas, de su ‘introversión’ sobre fantasmas, esas formaciones imaginarias que reemplazan a la acción en el exterior y que son ‘reservas naturales’ del goce” (Braunstein, 2006). Según esta perspectiva, el Superyó marca al sujeto con un mandamiento de goce.
Bisexualidad, Edipo y castración
Freud dice en 1925 que todos los individuos humanos, a consecuencia de su disposición (constitucional) bisexual, y de la herencia cruzada, reúnen en sí caracteres masculinos y femeninos, de suerte que la masculinidad y la feminidad puras siguen siendo construcciones teóricas de contenido incierto. Así podemos pensar que Freud confía a la bisexualidad el papel de estructuración fundamental del complejo de Edipo, y que este último es un organizador en el que es puesta a prueba la bisexualidad: siempre doble –positivo y negativo– desemboca en la doble identificación masculina y femenina.
Joyce Mc Dougall (1998) sostiene que en la fase edípica, con su dimensión a la vez homosexual y heterosexual, el niño se ve obligado a llegar a una conciliación con el deseo imposible de poseer a los dos progenitores, de pertenecer a los dos sexos y de encarnar los dos órganos genitales. Existen diferentes maneras en que tratamos de resolver nuestro deseo imposible de ser y tener los dos sexos. Así es que J.-B. Pontalis (1980 [1973]) consideraba que todo mito de la bisexualidad contiene dos fantasmas muy diferentes y hasta opuestos, cuya conciliación (imposible) intenta: un fantasma, absolutamente positivo, que apunta a asegurar la plena posesión de un falo (paterno y materno) cuya excelencia solo imperfectamente se la podría encarnar y significar en uno y otro sexo; y un fantasma, absolutamente negativo, que tiende a resguardarse de toda separación-castración-muerte, que conduce a un desvanecimiento cada vez más acentuado del sujeto deseante.
La caracterización psicoanalítica acerca del conflicto psíquico plantea inicialmente una tensión entre el deseo y la ley, que surge del derrotero del complejo de Edipo y el complejo de castración. La castración estaría en el centro del advenimiento del sujeto. “Castración” no quiere decir otra cosa que: todo ser humano, todo el que habla, está sujeto a la Ley de prohibición del incesto y ha de renunciar al objeto primero y absoluto del deseo, que es la madre. Teniendo o no el falo, nadie, ni el niño, ni la madre, ni el padre, podrán serlo. Para Lacan el Falo es el significante de esa prohibición absoluta (Braunstein, 2006).
Norberto Marucco (1999) postula con el concepto de “fetiche virtual” ese “brillo en la nariz” que protege la vida de la pulsión frente a las exigencias de la cultura. Sería una bisagra que, al decir de Freud (1927), implicaría un sí a la castración al mismo tiempo que un triunfo sobre ella: en tanto remite a ese “algo” del objeto endogámico, podrá “enlazarse” al objeto de deseo sexual subsistiendo al sepultamiento del complejo de Edipo.
Considero que la bisexualidad psíquica es un elemento estructural al psiquismo de todo sujeto humano (Vertzner Marucco, 2003). La teoría sexual infantil de la castración, y la teoría psicoanalítica de la castración, pueden muchas veces hacer encallar el psicoanálisis en la “roca de base” que impide reconocer que el sujeto mismo, o el otro, no necesariamente es castrado, sino diferentemente sexuado. J. M. Levy (2023) se pregunta si la teoría psicoanalítica que sostiene el analista acerca de la castración podrá participar también en la resistencia al análisis, ofreciéndole una racionalización defensiva, una “legalidad” a aquello que se relaciona más con lo íntimo de su contratransferencia (relacionado en su preconsciente con sus teorías, y en lo inconsciente con su propia bisexualidad). Es la diferencia de los sexos la que permite realizar plenamente, simbolizar la presencia de dos sexos, y no de uno solo. Este reconocimiento puede justamente hacer existir psíquicamente la bisexualidad, gracias al otro sexo que se reconoce en sí o fuera de sí. Por ello considero que hay una dinámica de la oposición bisexualidad/diferencia de los sexos que resulta estructural al psiquismo.
Oren Gozlan (2022), en la jornada de “Transtopías”,2 hizo alusión a una estructura psíquica trans que estaría presente en todos nosotros. Preguntado sobre la relación de este concepto con el de la bisexualidad psíquica desarrollado a partir de las ideas freudianas, respondió que consideraba que la idea de bi-sexualidad seguía muy marcada por el sesgo del binarismo hombre/mujer, mientras que la idea de transexualidad psíquica conservaría más la vigencia del polimorfismo de la sexualidad infantil, de los fantasmas que acompañan a la heterogeneidad de zonas erógenas y recorridos en los distintos tiempos y “topos” corporales de la subjetividad (transtopías).
Diversidad y diferencia
Jean Laplanche (1988 [1980]) recoge del texto de Freud de 1923, La organización genital infantil, la importante distinción que este hace entre los términos “diversidad” (Verschiedenheit) y “diferencia” (Unterschied). Dice que la diferencia desde el comienzo implica una polaridad, un dualismo, siempre se plantea entre dos términos; y que por el contrario la diversidad puede existir ciertamente entre dos elementos, pero también entre n elementos. Así, la sexualidad infantil, polimorfa, está dispersa en una diversidad de zonas erógenas, existe una diversidad de caracteres sexuales: el hombre tiene pene, testículos, cierta pilosidad, etc.; la mujer, vagina, útero, pechos, otro tipo de pilosidad, ciclos menstruales, etc. Mientras que la categoría “diferencia” remite a la dualidad fálico-castrado. La insignia Falo llega a crear una distinción que no existía originalmente: crea lo que simboliza. La diferencia sexual implica la castración para ambos sexos. Lacan llegó a las fórmulas de la sexuación (de la sexuación y no de la sexualidad ni del sexo) que no está determinada por la anatomía ni por la cultura, sino por los avatares del complejo de castración.
Sobre la diferencia sexual
A partir del texto de Freud (1925) sobre Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos el tema de la diferencia sexual ha tenido múltiples desarrollos y reelaboraciones en la teoría psicoanalítica. Siempre subrayo la palabra “algunas” en este título. Frecuentemente se olvida que Freud mismo planteó que podría hacer muchas consecuencias más que quedaban por describirse o explorarse.
Leticia Glocer Fiorini (2015) aborda los puntos ciegos y aporías en relación con la noción de diferencia sexual en el campo psicoanalítico, proponiéndose una deconstrucción de la categoría “diferencia sexual” en psicoanálisis al iluminar las lógicas que la sostienen y los debates en juego. La oposición fálico-castrado es una construcción imaginaria que describe las propuestas de Freud sobre las teorías sexuales infantiles frente al descubrimiento de la diferencia sexual. La autora considera que el orden fálico no abarca la complejidad de la noción de diferencia sexual y que existen homologaciones que es necesario desarticular entre los pares masculino-femenino, fálico-castrado, presencia-ausencia, naturaleza-cultura, racional-emocional. Se propone tomar en cuenta las diferentes significaciones de la categoría “diferencia”, que hacen a las diferencias entre sujetos así como a la diferencia en el plano intrapsíquico.
Glocer Fiorini postula un interjuego entre la diferencia sexual y la diferencia de géneros que se produce en el marco de una heterogeneidad anatómica. Es decir, que los cuerpos (reconocidos y asignados al nacer en el campo de lo femenino o lo masculino por un imperativo cultural), los ideales de género (transmitidos a través del inconsciente parental y de los otros de la cultura) y las fantasmáticas deseantes en el campo de la diferencia sexual (por ejemplo, las teorías infantiles y adultas) entran en relación. Su articulación y/o colisión, simultáneas o no, generan subjetividad sexuada. Estas categorías son heterogéneas entre sí y, a la vez, son indisociables de las significaciones asignadas por los discursos imperantes. No hay una armonía concordante entre ellas y por eso los procesos de subjetividad sexuada se constituyen en tensión, en concordancia o colisión, de ahí la más que frecuente no concordancia entre las fantasmáticas bisexuales, las identificaciones plurales, la contingencia de la elección de objeto y los cuerpos sexuados. La problemática de la diferencia sexual apunta a señalar cómo cada sujeto se apropia de las determinaciones pre y transubjetivas que lo preceden y cómo inscribe simbólicamente la(s) diferencia(s) en todas sus vertientes en una significación organizadora. Esta es una operación compleja, siempre incompleta y problemática, que requiere incluir todos los planos de la diferencia y que nos conduce a la necesidad de aceptar lo heterogéneo, lo antagónico, de captar todas las determinaciones en juego, evitando una posición tranquilizadora con respecto a saberes establecidos.
Diversidad sexual, sexualidades
Existen diversas formas de presentación de la sexualidad o, quizá podríamos decir, diversas sexualidades.
Las denominaciones como sexualidades transgresoras, queer, migrantes, desobedientes, nómades, heterosexualidades tradicionales y fluídas, homosexualidades, travestismos, transexualidades, transgéneros, neosexualidades (sexualidades arcaicas, no “nuevas”), aluden a una abigarrada variedad de subjetividades que no se ajustan al binarismo masculino/femenino y que reclaman ser pensadas.
También requiere una especial reflexión la diversidad de ensamblajes, de modalidades vinculares y de maneras de construcción de lazo erótico en las nuevas formas de parentalidad y de engendramiento. Estas nuevas familias ponen fuertemente en juego la necesidad de analizar la cuestión de las identificaciones (Glocer, 2007), los mitos de origen (escena primaria), los conflictos subyacentes a la vida erótica en la que los adultos intercambian con los niños mensajes repletos de significados de género en el transcurso de los cuidados corporales, y también de una sexualidad que surge inevitablemente del encuentro del niño con la sexualidad del adulto (Laplanche, 1988).
Si bien una de las críticas más importantes que la teoría queer le hace al psicoanálisis es que este asume entre sus presupuestos la existencia de la diferencia sexual, y a partir de esto se lo acusa de ser un instrumento de la consolidación del binarismo hombre/mujer, y de promover categorías de género binarias y heterocentradas; cabe recordar que Freud fue pionero en: a) rechazar cualquier prejuicio patologizante acerca de la homosexualidad y cualquier heteronormatividad, b) afirmar la sexualidad perverso polimorfa como cuna de la subjetividad que subyace en todos los seres humanos a lo largo de su vida entera, c) proponer la noción de que todas las pulsiones son parciales y aspiran a una satisfacción que no encuentran y que impulsa siempre hacia adelente en la búsqueda de nuevas metas, d) superar la perspectiva biológica para entender la sexualidad humana, e) afirmar el carácter transgresivo de la pulsión que no se conforma con las metas del principio de placer sino que las vulneran en una marcha que lleva al sujeto “más allá”, f) proponer la tesis de que la pulsión de muerte es la esencia de la pulsión que siempre está más o menos ligada con las pulsiones de vida, g) subrayar el carácter repetitivo de la insistencia pulsional y h) sugerir la inestabilidad permanente de una genitalidad “lograda” (Saez, J., 2004).
Precisamente por todo eso, la investigación psicoanalítica sería una herramienta esencial para la deconstrucción de las categorías normativas porque permite revelar en cada caso la singularidad del deseo y también, desde la perspectiva lacaniana, porque se incluye al goce como el polo opuesto al deseo.
La complejidad de perspectivas acerca de la sexualidad deja en evidencia que la sexualidad humana es esencialmente enigmática, conflictiva, traumática; y también que nosotros, los psicoanalistas, la abordamos en su dimensión psicosexual, aunque no perdamos de vista sus aspectos discursivos, antropológicos, culturales, biológicos, etc. Quizá la gran novedad con la que se encuentra el psicoanálisis sean los cambios en el orden de sexuación, en el orden simbólico, y un cambio en el Otro de la cultura. Sin duda debemos seguir revisando nuestras concepciones teóricas para tratar de hallar respuestas a las preocupaciones que nos plantean la clínica y el malestar en la cultura; revisando incluso el suelo epistemológico en el que se fundamenta el edificio conceptual del psicoanálisis.
La diversidad del analista3
Si bien el analista se propone una escucha libremente flotante, y una posición de neutralidad, sabemos que está influido por su inconsciente, sus construcciones simbólicas, las teorías explícitas e implícitas de las que dispone de manera preconsciente, sus nociones acerca de la patología, sus creencias, ideologías, prejuicios, los efectos que tengan sobre él los discursos imperantes, así como las fuentes epistemológicas y/o epocales de los conceptos que maneja. Esta revisión y actualización es sin duda importante ya que, si se consideran las actitudes y prácticas sexuales de los jóvenes, y las observaciones y consecuentes teorías sexuales de los niños actuales, se revela un progresivo alejamiento de las concepciones tradicionales sobre la sexualidad. En la generación que se ha dado en llamar “centenial” existe una problematización, y cierto rechazo, a la sexualidad convencional; por lo que se trata de una generación que vino a naturalizar una nueva mirada que acelera transformaciones. El analista, y los conceptos del psicoanálisis, no pueden mantenerse inmutables frente a estos cambios en la subjetividad. En tal sentido Yago Franco (en Glocer Fiorini, L., Tauszik, J. M, Acosta, S., 2022) advierte sobre lo que llama “teorías imperceptibles” que podrían influir en la escucha, o conllevar el riesgo de acomodar el discurso del analizado a ellas. Recuerda la necesidad de continuar el gesto freudiano de analizar la moral sexual cultural y sus efectos en la clínica.
En cuanto a las diversidades sexuales y de género, no son solo presentaciones clínicas, sino parte estructural de todo sujeto humano. En tanto tal el analista, en su función y su “singularidad real”, porta su deseo, sus propias pulsiones, sus identificaciones cruzadas, su corporeidad surcada por erogeneidades diversas, sus posibilidades sublimatorias, sus asunciones o vacilaciones de género, y también su propia perplejidad ante los cambios que acontecen en los modos de construir y vivir la sexualidad.
Claudio Eizirik (en Glocer Fiorini, L., Tauszik, J. M., Acosta, S., 2022) señala que distintos momentos de la experiencia de un analista le permiten escuchar algo que antes no podía escuchar. Sus manifestaciones contratransferenciales son influenciadas por el estado emocional del analista en cada momento de la sesión, por su salud o enfermedad física o mental, por su orientación sexual, el género, su momento del ciclo vital, etc. Eizirik, revisando el concepto de neutralidad, aboga por escuchar al otro y no las proyecciones que hacemos sobre él.
La escucha analítica requiere una inscripción simbólica de la diferencia (no solo sexual) en el analista, que le permita reconocer la alteridad del paciente; una posición abierta a la diversidad sexual y de género, y a analizar su propia fantasmática inconsciente diversa (que, independientemente de su posición sexual, estará relacionada con su propia disponibilidad pulsional, su bisexualidad psíquica, la subsistencia del polimorfismo erótico a lo largo de toda la vida, y los enunciados identificatorios de los cuales fue receptor y emisor de manera inconsciente). Esta permeabilidad permite construir un campo dinámico que posibilite la emergencia, en la transferencia y en la contratransferencia, de lo diverso del paciente y del analista.
La clínica es contundente para conmover categorías y abrir la escucha al sufrimiento. La función analítica se ve interpelada por el dolor del cuerpo vivido como traumático, como ominoso, y se ve desafiada a no caer en el horror por lo distinto, ni en la fascinación por la novedad.
La escucha analítica debe ser porosa a la singularidad que se inscribe subjetivamente en los cuerpos (siempre significados), en la fantasmática de cada sujeto, en las identificaciones, las representaciones imaginario-simbólicas de género, el deseo que siempre se da en exceso, las elecciones de objeto amoroso, los vértigos del goce, los abismos de la pulsión de muerte.
Podría decirse que la escucha del analista siempre es “diversa” en virtud de la fluidez que requiere su posición en la transferencia. Es una escucha que involucra a la mente del analista, incluyendo sus vacilaciones, sus puntos ciegos, sus procesos inconscientes, su apuesta pulsional, al servicio del proceso de la cura. Trabajo de cura que contribuye a aliviar el sufrimiento, o el goce mortífero; pero en ningún caso a normalizar o asimilar al sujeto a la moral cultural.
Dejarse interrogar
Algunas notas sobre la transferencia y la contratransferencia
A partir de una compleja experiencia que tuve hace algo más de veinte años con un paciente transexual me interesé en la cuestión de la bisexualidad psíquica, y posteriormente sobre la cuestión de la diferencia y la diversidad sexuales. El paciente, un adolescente que solía travestirse en sus salidas nocturnas pero conservaba sus hábitos de varón en la vida diurna, acababa de comunicar a sus padres su sentimiento de ser una mujer. Lo enviaron al análisis para ver si lograban que cambiara de idea y “se hiciera hombre”. Estableció una transferencia positiva bastante masiva que, si bien le permitió abrirse y confiar en mí, también lo llevó a volcarse al encuentro de un modo que me resultó bastante abrumador: al poco tiempo de comenzar el análisis me reveló que había encontrado el nombre que quería usar en su vida como mujer, ¡y resultó nada menos que el mismo nombre que el mío! Un día llegó a la sesión notoriamente maquillado, vestido de modo andrógino, y bastante ansioso. Con el correr de los minutos comenzó a angustiarse mucho por tener que volver a su casa de ese modo. El llanto había corrido el maquillaje convirtiendo al rostro en una máscara triste. Entonces comenzó a pedirme de manera insistente y acuciante que le prestara alguna crema para remover el cosmético, o algo para retocarlo. Yo ensayaba intervenciones que me parecieran analíticas, algún atisbo de interpretación, pero él insistía de manera cada vez más apremiante sin poder escucharme. De pronto me espetó con desesperación: “¡Vos, como mujer, tenés que entender lo que siente una mujer!”. ¿Qué quería decir con ese término perentorio? ¿Qué significaba para mí ser interpelada “como mujer” a comprenderlo? ¿Qué reclamaba al pedir que me pusiera en el lugar de sus “sentimientos de mujer”? ¿Qué “producto” solicitaba, y cuál podría ofrecerle para remediar, o a menos soportar, la disolución de la fachada y la desilusión del ideal? Un par de días después dejó bajo la puerta de mi consultorio una nota agradeciendo mi intento de ayuda y anunciando a sus padres que no podía seguir viviendo como el varón que habían deseado. Les advertí inmediatamente evitando que sucediera un acto suicida, y eso derivó en una intervención psiquiátrica que ordenó su internación y posterior tratamiento en el hospital. Volvió a contactarme tiempo después, volvimos a vernos años después… Desde aquella experiencia yo nunca dejé de sentirme interpelada, y revisando mis ideas sobre aquel encuentro y sobre ese tipo de circunstancias.
Sin duda el trabajo de análisis requiere honestidad, capacidad de sorpresa, análisis personal, y la posibilidad de compartir con colegas experimentados una segunda mirada; pero mucho más al toparse con una experiencia inédita que, de algún modo, conmueve o “golpea” la mirada y la implicación subjetiva del analista en el proceso. El trabajo con personas en procesos de transición de género requiere poder explorar junto al paciente, entregarse a la circunstancia, investigar, revisitar la teoría, interrogar la contratransferencia e interrogar el propio inconsciente, por lo que resulta una experiencia transformadora tanto para el paciente como para el analista. Lo que nunca se debe perder de vista es que la experiencia del paciente está marcada por la complejidad de un proceso atravesado por el sufrimiento, por lo que se requiere un posicionamiento fundacional y ético con el compromiso terapéutico de la tarea analítica, acompañando sin preconceptos, o procurando dilucidar los que pudieran interferir la escucha, intentando no normalizar, no estimular certezas, no inducir una posición, no permanecer neutral ante el dolor o la autodestructividad, proponiendo tiempos de espera para generar interrogantes, tolerar vacilaciones. Requiere variaciones del encuadre en distintos momentos del proceso, tanto en cuanto a la frecuencia de las sesiones a medida que se complejiza la problemática, como cuando se muestran dificultades para sostenerlo al aparecer resistencias. Es necesario trabajar sobre las identificaciones, que no remiten a “elecciones” conscientes, sino a un complejo proceso de atravesamiento de constitución y continua reestructuración del psiquismo. La acometida en dos tiempos de la sexualidad, su regreso por sus fueros en la pubertad, vuelve necesario representar un cuerpo nuevo, que no siempre coincide con la identificación con lo masculino o lo femenino. Esta aparición novedosa, y en ocasiones traumática, de algún modo eclipsa y a la vez hace estallar los fantasmas bisexuales infantiles, el polimorfismo de las pulsiones parciales, el autoerotismo (que a veces se expresa “en negativo” en tanto resulta mayor su poder de excitación sobre el cuerpo como fuente de dolor más que de placer), la fantasía o la ilusión de que se trata de un cuerpo que hay que intervenir para que no se precipite, se enajene, en transformaciones y fluidos inquietantes. Se impone el deseo de “transformar la transformación” que se ha operado en el cuerpo. ¿Frenar, retrasar, moldear las transformaciones del cuerpo? La aparición del deseo sexual y de un objeto amoroso hacen una entrada “épica” reacomodando y desordenando, una vez más, el campo de fuerza de las pulsiones.
¿Transicionar y destransicionar serán procesos reversibles en lo psíquico? ¿No se trata en definitiva de la necesidad de procurar al paciente un proceso en el análisis que permita atravesar el derrotero, el tránsito, de su posición subjetiva deseante? No existe un procedimiento mágico que pueda transformar a alguien en “lo que quiere ser”, aunque se aferre a esa ilusión.
He tenido la experiencia de tratar a un paciente trans masculino, adulto en la treintena, que acudió al análisis intentando resolver sus dificultades para conseguir autonomía respecto de sus padres, con quienes mantenía una conflictiva relación marcada por la hostilidad y la dependencia. Inteligente y creativo, solía tener períodos de repliegue y enclaustramiento que lo llenaban de desasosiego. Al terminar la escuela secundaria comenzó su proceso de transición de género, y si bien las vicisitudes de ese largo y complejo proceso seguían presentando efectos y dificultades (como por ejemplo los controles ginecológicos, y los estados depresivos que acompañaban los malestares de la menstruación), no era ese el principal motivo de consulta. Sentía que sus cambios lo hacían sentir mejor consigo mismo, o al menos habían contribuido a disminuir su malestar. Habían pasado un par de años después de transitar la mastectomía tan anhelada. Se sacó sus incómodos pechos, pero nunca pudo borrar los queloides que dejaron una marca en el cuerpo que, podríamos pensar, de algún modo remedarían aquello que no terminaba de cicatrizar en la subjetividad. También el proceso de hormonización con testosterona dejó marcas que requerían constante control de sus efectos en el cuerpo y en el ánimo. La consecuencia indeseada de un acné pertinaz enturbiaba el orgullo varonil por la aparición del vello facial tan deseado. La voz se seguía rebelando. En síntesis, no hay transición médica, ni estética, no hay bisturí, ni pastilla mágica, ni instrumento legal de confirmación de la identidad que, por sí mismos, logren transformar a alguien en su propio ideal.
La terapia analítica ofrece la posibilidad de cuestionar esos ideales, transitar el conflicto psíquico, poner el deseo en interrogación. Más allá de acompañar el proceso de cambio, el análisis de la transferencia podría ser un ámbito propicio para “transicionar” en sentido psicoanalítico, para abrirse a la transicionalidad, a ese espacio potencial, área de experiencia intermedia entre la realidad psíquica y la realidad exterior, que permite transformaciones en el psiquismo a través de un encuentro intersubjetivo.
La tarea del psicoanalista es una tarea de alto compromiso ético. El proceso analítico aspira al cambio psíquico del paciente, pero no sin atravesar al analista comprometido en ese encuentro. De ahí la importancia de la actualización permanente de las herramientas conceptuales del psicoanálisis, el diálogo entre colegas en foros de debate y en la supervisión; y, fundamentalmente, del análisis personal del analista que permita trabajar su propia conflictiva inconsciente, sus puntos ciegos, por su propia salvaguarda psíquica y la del paciente. El psicoanálisis y los psicoanalistas debemos dejarnos interpelar por lo que aparece en la clínica, por los cambios en la subjetividad de la época, y por lo que conmueve nuestras certezas y nuestra sensibilidad.
1 maruccoale@gmail.com. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
2 Tercer Diálogo Latinoamericano organizado por el Comité de Estudios sobre Diversidades Sexuales y de Género de la IPA, llevado a cabo en APA los días 25 y 26 de noviembre de 2022.
3 Versión del capítulo publicado bajo el título “A modo de cierre” en Polimorfismos. Diversidades sexuales y de género en el psicoanálisis contemporáneo (Glocer Fiorini, L., Tauszik, J. M., Acosta, S., 2022).
Descriptores: SEXUALIDAD / ZONA ERÓGENA / PULSIÓN / INCONSCIENTE / GOCE / BISEXUALIDAD / COMPLEJO DE EDIPO / CASTRACIÓN / TRANSEXUALISMO / DIFERENCIACIÓN / DIFERENCIA SEXUAL ANATÓMICA / GÉNERO / NEUTRALIDAD / ESCUCHA / CASO CLÍNICO / TRANSFERENCIA / CONTRATRANSFERENCIA / ESPACIO TRANSICIONAL
Candidatos a descriptores: DIVERSIDAD / QUEER / TRANSGÉNERO
Abstract
Letting oneself be questioned: psychosexuality, sexed bodies, sexual difference and diversity
This text revisits the psychoanalytic notion of psychosexuality, including the concepts of drive and erogenous body (arising from the sexualizing encounter with the human other). Psychic bisexuality is considered a structural element of the psyche, as is the course of the Oedipus and castration complexes. The concepts of sexual diversity and sexual difference favor the psychoanalytic understanding of different forms of presentation of sexuality, or of diverse sexualities.
It is emphasized that the concepts of psychoanalysis cannot remain immutable in the face of changes in subjectivity. Working with people undergoing gender transition processes entails for the analyst the challenge of not falling neither into the horror against what is different, nor into the fascination of novelty. The analyst’s listening is always “diverse” by virtue of the fluidity required by his or her function in the transference.
Through some brief clinical vignettes, the importance of “letting oneself be questioned” by the novelty of certain experiences which in some way move or “shock” the analyst’s gaze and subjective involvement in the process, is emphasized.
Resumo
Deixar-se questionar: psicossexual idade, corpos sexuados, diferença e diversidade sexual
Este texto revisita a noção psicanalítica da psicossexual idade, que inclui o conceito de pulsão e corpo erógeno (que surgem no encontro sexualizante com o outro humano). A bissexualidade psíquica é considerada um elemento estrutural do psiquismo, tanto como o é o atravessamento dos complexos de Édipo e de castração. Como também os conceitos de diversidade e de diferença sexual permitem ter acesso à compreensão psicanalítica de diferentes formas de apresentação da sexualidade, ou diversas sexualidades.
Salienta-se que o analista, e os conceitos da psicanálise, não podem se manter imutáveis diante das mudanças na subjetividade. O trabalho com pessoas nos processos de transição de gênero exige que a função analítica se veja desafiada a não cair no horror pelo diferente, nem a fascinação pela novidade. A escuta do analista sempre é “diversa” em virtude da fluidez que exige a sua posição na transferência.
Através de umas breves vinhetas clínicas se aponta a destacar a importância de “deixar-se interpelar” pelo inédito da experiência inédita que, de algum modo, comove ou “golpeia” a visão e a implicação subjetiva do analista no processo
BIBLIOGRAFíA