Declinaciones del padre
Carlos Basch
Otro Cauce, 2022, 106 pp.
Ser un padre, tener un padre, haber tenido uno, tener que hacerse un padre desde la ausencia radical. ¿Qué es lo que plantea la paternidad, aun hoy? Sabemos desde el mito y la literatura que el Padre habla, pero que paradojalmente está habitado por un silencio. Aun así su voz puede ser atronadora. Está pleno de un deseo de reconocimiento y también de un deseo parricida, de un deseo de muerte. Bastaría con leer Carta al padre, de Franz Kafka, esa larga misiva que, interceptada por la madre, jamás llegó a su destinatario y que solo la dedicación de Max Bröd salvó del olvido. La carta de unas 50 páginas escritas en el lapso de algunos pocos días es una suerte de testamento inverso, del hijo al padre, donde entre miles de reproches y pruebas de desamor y desaprobación, confiesa: “Mi escritura trataba de ti, allí solo me quejaba de aquello que no podía quejarme sobre tu pecho”.
La carta desliza una clave posible de lectura de toda su obra. En Kafka la letra escrita trata de una sola realidad, la ficción que se estructura en torno a la Ley, el Nombre del Padre, de la autoridad suprema: “inalcanzable, impenetrable, imprevisible e implacable”.
Desde el comienzo, desde el libro inaugural para el psicoanálisis que es La interpretación de los sueños y que Freud fechara en 1900 el tema del padre ha sido un concepto que va mucho más allá de la persona que lo encarna. Eje central para Freud que lo fue derivando hacia muchas otras figuras como el Ideal del yo, la conciencia moral, el Superyó, el padre del Edipo, Moisés, la ley, la interdicción del incesto, y en todos los padres que encontrara en su experiencia clínica. Desde el sueño supuestamente contrario a la teoría del niño muerto que es velado y en el sueño retorna vivo para suplicar: “Padre, ¿no ves que ardo?”, hasta la invocación desesperada de Jesucristo en la cruz: Padre! ¿por qué me has abandonado?
Lacan dirá en 1957 que “toda la interrogación freudiana –no solo en su doctrina, sino en la experiencia del propio sujeto Freud, que podemos seguir a través de sus confidencias que nos hizo, a través de sus sueños y el progreso de su pensamiento, todo lo que ahora sabemos sobre su vida, de sus costumbres, incluso de sus actitudes en su familia, contada por el señor Jones de una forma más o menos completa pero cierta–, toda ella se reduce a esto: ¿Qué es ser un padre?”.
Esto se plantea Lacan en 1957, como si fuera el reverso de la póstuma pregunta de Freud acerca de lo que nunca ha logrado comprender en cuanto a lo femenino y que resume en la pregunta: ¿Qué quiere una mujer?
La pregunta por el padre parece haber ella misma “declinado” en la última década siguiendo el patrón de la crítica al patriarcado en el horizonte de las luchas políticas del feminismo y, por continuidad, con el supuesto falocentrismo de la teoría psicoanalítica.
Muy a contracorriente de la época Carlos Basch no esquiva el desafío de replantearse la misma pregunta que Lacan adjudica a Freud pero que a su vez retoma con nuevos bríos.
La pregunta por el padre se declina, y al declinar, lo que ocurre contemporáneamente con el ocaso del imperio Austrohúngaro, crea la ocasión y el espacio para que el inconsciente advenga en la historia de la cultura.
En la vertiente lingüística, la idea de declinación implica que como palabra-concepto, como significante (privilegiado o no) puede hacérselo declinar, en el sentido que las lenguas clásicas (y también algunas modernas como el alemán) definen con la desinencia (parte final de una palabra que indica algún tipo de variación gramatical, como el género, el número), o sea, la misma palabra pero con leves modificaciones que introducen el lugar en que “el padre”, o cualquier otra palabra, se ubica en la oración como sujeto, como objeto directo u objeto indirecto, como complemento, etc., en la sintaxis de la frase y en la gramática de la lengua, y también de nuestras evocaciones teóricas y clínicas.
Para el texto de Basch el padre es el nombre del corte con aquello que llamamos originario, función de corte que resulta esencial para determinar la entrada del sujeto en la cultura. Si el padre tradicionalmente, y más allá de toda certeza biológica que el desarrollo de la ciencia permite, se constituye como particularmente Incierto, es de la certeza de la maternidad que la función paterna deberá desplegarse.
Este libro es el resultado de una experiencia de transmisión que tuvo lugar durante el transcurso del confinamiento donde el autor con un grupo de analistas de Rosario y de Buenos Aires llevó adelante en un ciclo de cinco clases que transcriptas en un libro parecen tomar la forma de un diálogo socrático.
En Basch se trata de un largo camino que el autor hiciera y que cuenta como antecedente el libro El padre que no cesa, escrito en colaboración con otros autores (entre los que destaco al recordado David Kreszes).
Bastaría para tomar dimensión de este trabajo el interesantísimo recorrido de temas que comprenden las cinco clases mencionadas.
La ida al fundamento del complejo de Edipo en relación con la sustitución de lo irrepresentable. Una idea que retorna en la cultura: la tumba vacía (con el desarrollo del texto hegeliano que le da origen) y el padre que se declina en transferencia.
La radicalidad de la metáfora; Versagung (rehusamiento) del padre, ¿qué ofrece el padre en el don filiatorio, es acaso la mediación de lo imposible?
El sujeto como encrucijada, entre la interdicción del incesto y las leyes del lenguaje. Y, en ese sentido, qué es una metáfora en psicoanálisis y cómo se lee una metáfora.
El ausentamiento de los dioses paganos del politeísmo, que jugaban el destino de un sujeto, ese vacío que se convierte en el lugar de la causa serán las marcas de la falta en la religión monoteísta. El dios judío que retorna bajo la forma de un hijo-dios del amor, en el fantasma cristiano. La falta, el error del padre en la antigüedad griega y la consecuente culpa trágica en el hijo. ¿Será de ese modo que la falta del padre es la deuda del sujeto?
Qué es el padre caricatural en la modernidad. Ese padre que no sabe, o no quiere o no puede sostenerse y que propicia nuevas formas del malestar y las perturbaciones en el destino de la pulsión.
El misterio de la paternidad es la lógica interna de la estructura que se devela cuando es atravesada por un análisis. El corte con lo originario que esa paternidad supone es nada menos que la producción de un sujeto, que lleva a cuestas un saber, siempre provisorio, pero no por eso menos válido, sobre su inconsciente. Es de esa mano que ingresamos a la cultura.
Las palabras que son dichas serán nuestra posibilidad de sustituir la pérdida sin nombre en el origen que el nombre del padre viene a colmar, sin “del todo” lograrlo.
Hay dos órdenes de legalidad, como deja claro el autor. Se trata en primer lugar de la prohibición del incesto (lo que implica una pérdida irreductible en el origen) además del orden significante, legalidad combinatoria de lo simbólico en el que se instala el ser hablante, lo cual implica una lógica que asienta sus leyes en el lenguaje. Ambas legalidades nos son excluyentes ni paralelas sino que se encuentran en encrucijadas que resultan en fundamentos de la estructura.
El misterio de la paternidad es siempre un interrogante sobre ese progreso en la espiritualidad que, para Freud, implica “lo paterno”, margen de alguna incerteza y también de un vacío. La paternidad, esa instancia tercera, que está en la base de la práctica analítica para la subjetivación de una pérdida; un duelo que invita a sustituir (no queda otro camino) para poder desear siempre “otra cosa” y siempre también con un resto imposible. Enlazado con ello, el inconsciente resulta de la lectura de un decir en transferencia.
El camino es hacia esa huella de la pérdida de lo que no hay (puesto que para ubicar un origen es necesario decirlo, sin palabra no hay origen ni corte), de ese vacío que quedará en el centro del ser del sujeto.