De Eros a la trama edípica y el masoquismo erotopolítico1
Fernanda Magallanes2
Resumen
Este texto es el puente de la manera en que se unen ideas entre dos trabajos de investigación: Eros y el masoquismo erotopolítico publicado en revista Calibán y el libro Psychoanalysis, the body and the Oedipal plot. La investigación comprende un trazo del concepto de Eros en parte de la obra de Freud. Asimimo, a lo largo del texto, la autora argumenta cómo es que Freud constituye el armado de un cuerpo erógeno que es el de un cuerpo históricamente limitado por su memoria en un formato discursivo/cultural. En Freud, la mezcla de Eros y Tánatos por vía del masoquismo erógeno se adscribe a procesos culturales y epocales en un orden cultural heterosexual que pertenece al mito primordial que describe en Tótem y Tabú y que corresponde al de la trama edípica. El artículo pretende pensar Edipo como la trama del sistema sexo-género que Eros (como Freud lo entiende desde 1920) toma. Asimismo, Edipo como la trama de la distribución de “la diferencia” en términos de lo que la cultura heteronormativa inflige, de las vías que el erotismo toma por fuerza de un masoquismo erotopolítico (término que la autora pone y que será descripto por vía de una investigación en la obra de Freud del concepto Eros). El artículo explora la pregunta por otras posibilidades erotopolíticas en las que Eros no quede circunscritpo a una matriz heterosexual.
Introducción y presentación del argumento
A través de un rastreo bibliográfico del término Eros en la obra de Freud, el objetivo del presente artículo es el de determinar cómo es que Freud al hablar de Edipo y de Eros incluye estos conceptos dentro de un programa cultural. Ese que, como conocemos, está en malestar. Asimismo, me propongo plantear y rastrear cómo es que este mismo corresponde a los ideales de familia heteronormativa e intercambio de mujeres al servicio del Estado. Tal aportación da un marco posible a través del cual pensar juntos y colectivamente cómo salir de la impasse que el malestar cultural produce en la teoría psicoanalítica cuando no es pensado críticamente; así como las consecuencias que ponen un tope a la sacudida de ideales en las prácticas derivadas de la teoría psicoanalítica.
No quiero decir que todo el psicoanálisis esté impedido por la impasse heteronormativa de la norma edípica, sino que la heteronormatividad que atraviesa en parte a la teoría psicoanalítica pone traba mortífera (en el sentido de repetición) en nuestra práctica. Es una traba que limita el potencial politizante y revivificante que tiene en sí el psicoanálisis. Y en tanto el trabajo del analista entre otras cosas es con lo mortífero, hemos de avanzar en afrontar las impasses de las partes de la teoría que han sido normativizadas y que desfavorecen la vivificación del sujeto en el mundo.
Edipo y Eros, a las manos de un programa cultural, fueron motivos que quedaron universalizados, como camino reiterado y universalizable.
En la revista Calibán (2023), hice un trazo del concepto de Eros y erotismo en la obra de Freud. A lo largo del trabajo me encontré con la influencia que Wilhelm Stekel y Sabina Spielrein tuvieron en la complejización de Eros y de la teoría pulsional; de tal modo que Freud, quizás influenciado, hizo un cambio en su teoría con respecto a Eros como fuerza sexual y la problematizó en su mezcla con la muerte.
A lo largo del texto, argumento cómo es que Freud deja claro que el continuo armado del cuerpo erógeno es el de un cuerpo históricamente limitado por su memoria en un formato discursivo/cultural. Así, el erotismo del que Freud comienza a hablar hace una articulación psicopolítica. Para aclaración de conceptos, podemos pensar a Eros como fuerza sexual y erotismo como los derivados de dicha fuerza cuando está en el entramado psíquico. Lo que subrayo es que si seguimos cierta lectura de Freud, resulta que parece que para él tal erotismo es ya político.
El cuerpo psíquico es un cuerpo en un proceso erótico continuo, es un proceso de corporizar eróticamente. Y en ese proceso, Eros y Tánatos no dejan de mezclarse en manifestaciones de destructividad insuperables, a veces más y a veces menos protegidas de la rapidez con la que la muerte actúa. Por eso me es importante revisar el tema: ¿es la destructividad que el aparato cultural tiene en sí, insuperable para el aparato psíquico? ¿Qué agencia puede tener el sujeto? ¿Qué agencia tiene la psicoanalista en el movimiento del campo cultural?
La situación del cuerpo como un proceso erótico hemos de pensarla críticamente en el psicoanálisis, pues tal proceso erótico ha quedado descripto en una trama: Edipo. Y sin embargo, sostengo que el erotismo circunscripto a esa trama al ser un proceso erotopolítico, es decir, en una no separación del cuerpo con la cultura, es epocal y puede modificarse.
Edipo ha sido LA trama del sistema sexo género, LA trama de la distribución de “la diferencia” en términos de lo que la cultura inflige, de las vías que el erotismo toma por fuerza de un masoquismo erotopolítico. ¿Qué salidas existen cuando el cuerpo está circunscripto al mundo a través del masoquismo erotopolítico que une al cuerpo con el mundo?
Así, a continuación haré un breve resumen de mi investigación en lectura de Freud y las posibilidades que podemos encontrar a través de propuestas de Butler, Rubin y Wittig.
Vayamos de a poco en la medida de lo posible.
Eros
En mi lectura de Eros a través de las Obras completas, me he dado cuenta de que hay un período inicial en el que Freud menciona la palabra Eros sin conceptualizarla (1895-1910), y que esta era común en el léxico analítico (aunque no se publicara acerca del concepto como tal en psicoanálisis o, al menos, no exista registro de esto en el PEP WEB). Y luego, un período a partir de 1920, en el que Freud hizo un trabajo conceptual: en 1920 trabajó sobre el problema pulsional de Eros y su vínculo erotopolítico (sin llamarlo así), y a partir de entonces, hasta 1939, se enfoca en esto pensando también a Eros como un programa cultural.
Ese trabajo al que llamo, con respecto a tal concepto, posterior dentro de la obra de Freud, que trabaja Eros como pulsión y también como programa cultural,y que abraza el desarrollo teórico de Eros como concepto está principalmente contenido de manera especulativa y fragmentaria en Más allá del principio de placer (1920/1990), El Yo y el Ello (1923/1986b), El problema económico del masoquismo (1924/1986a), El porvenir de una ilusión (1927/1988a), Esquema del psicoanálisis (1940 [1938]/1989a) y Moisés y la religión monoteísta (1939 [1934-1938]/1989b).
Resulta fundamental decir que el trabajo que comienza a hacerse a partir de 1920 en Más allá del principio de placer está profundamente influenciado por las ideas de Sabina Spielrein con respecto a Eros y Tánatos, en su texto La destrucción como origen del devenir (1912 [1911]/2021).
Su trabajo es un desarrollo teórico pleno y estructural para el psicoanálisis en torno a la relación en tensión que la muerte mantiene con Eros. Ahora mismo es imposible detenernos en el trabajo de Spielrein, pero avanzo en Freud, pidiendo que se asuma que en él quedan varias de las ideas de esa maravillosa psicoanalista.3
Una lectura del Eros de Freud en 1920: su construcción erotopolítica
Es a partir de Más allá del principio de placer (Freud, 1920/1990) que Eros, que aparecía solo como palabra en mención como una fuerza de vida y de la que podíamos deducir su significado como lo sexual, la vida en sí o una fuerza que todo lo une, aparece ya como concepto equivalente a pulsiones de vida (que incluyen, a partir de entonces, las sexuales y las de autoconservación) opuestas a la de muerte, que tiende a desligar. Si bien estas son opuestas, Eros trabaja en mezcla con la pulsión de muerte (Tánatos), a menos que se encuentre en una lucha cabal contra la muerte misma en el Ello, en donde Eros intenta ligar representaciones y huellas de la memoria, pero la muerte impera siempre en su función de desligar (Freud, 1923/1986b).
Desde 1920, sadismo y masoquismo adquieren un lugar renovado dentro de su planteamiento. La autoconservación se echa a andar por vía del masoquismo erógeno (que funda el Yo-cuerpo y lo adscribe a la cultura), siendo su fuente una sádica/destructiva volcada hacia sí. En ese sentido, podemos decir que Eros en mezcla con Tánatos es fundacional de aquel que queda sujetado a la cultura.
Al mismo tiempo, Freud explica que la libido coincide con el Eros de los filósofos y poetas; así, no queda reducido a la romantización de una fuerza de vida que incluye los valores morales que las fuerzas conservadoras de una cultura le quisiesen adjudicar. Pero nos encontramos con una trampa pues cuando Eros se liga con los efectos de su represión, genera como sustituto la tendencia al perfeccionamiento, que incluye dichos valores morales, tendencia que coincide con aquel Eros de los filósofos y poetas. Así, cuando se habla de ese Eros que se liga con los efectos de su represión, podemos deducir que, al ser efectos de represión en ligazón, se está hablando de significación y de un proceso erótico. Tal proceso de significación entónces es erotismo, un derivado de la mezcla Eros y Tánatos y los efectos de su represión.
En el caso del perfeccionamiento, se trata de una significación erótica específica, de un filtro ya domado y domesticado que tiene efectos. Siguiendo este paso lógico que hago ahora, entonces, los efectos de la represión encaminan, o pueden encaminar, el Eros en cierto erotismo por vías específicas de significación. Un problema a pensar es que el erotismo en psicoanálisis haya sido pensado como significable de manera “normal” por las vías de una trama: la trama edípica.
Antes de Más allá del principio de placer, Freud piensa la pulsión sexual sometida al principio de placer, a la descarga, pero es a partir de este texto de 1920 que la adscribe al principio de realidad. A partir de esto, la muerte en su estado puro es la que tiende a la descarga inmediata y tal descarga implica la no ligadura de representaciones. La no investidura, la ausencia de trama, la ausencia de proceso de significación.
Así, la demora adquiere un papel que apoya el proceso de significación, un proceso en el que la descarga no necesariamente ocurre hacia un objeto sexual de manera inmediata o en la formación de una trama, sino donde el cuerpo propio puede ser tomado como el objeto mismo de la descarga, echando a andar un proceso de significación del contorno del cuerpo, esto es, un proceso de corporización.
Si bien esta noción ya había sido descripta por Freud en el Proyecto de psicología (1950 [1895]/1988b), cuando pensaba la recarga en la imagen del pecho perdido, o en Tres ensayos de teoría sexual (1905/1992b), al introducir apenas el término de masoquismo erógeno, no es hasta este texto de 1920 que la idea se desarrolla más plenamente, ligada a un Eros pensado como pulsión de vida que está mezclado con la pulsión de muerte y que en repetición busca un continuo retorno a un estado inorgánico a través de un camino circular o “en circuito”.
Así, la manifestación de la pulsión de muerte visible, escuchable, accesible es la repetición, y es en su mezcla con Eros, en tanto inviste al menos un objeto sexual, que se ha de repetir. Tal repetición encuentra vías de significación y es más o menos repetitiva dependiendo de la forma en que la muerte en su mezcla con la vida actúe en su retorno; en su proceso erótico. Es decir, el erotismo es un proceso de significación que encuentra vías de significación. Estas pueden ser unívocas si son repetitivas. Y ahí hemos de detenernos porque nos sienta las bases para una crítica de Edipo como la vía de significación que describe una norma cultural que tiene desde su estructura, malestar. ¿Por qué habría entonces de considerarse una vía de significación esperable para algunos psicoanalistas? ¿No tendría el psicoanálisis que hacerse cargo de un trabajo de desmontar tal trama si por lo que apostamos es por la vida? La repetición puede resultar más o menos diferente en tanto que se diversifiquen las ligaduras, es decir, las vías que la energía psíquica tome en los procesos de significación erótica.
Ese Eros, que desde 1920 es conceptualizado de lleno como una fuerza que tiende a la ligazón, a mantener unidades orgánicas vivas (incluso células del soma como lo piensa Spielrein), autoconserva en tanto que previene la descarga al recargar en su propia memoria, aparato psíquico, cuerpo.
Y si bien en el texto, Freud llama a Eros una fuerza que cohesiona al mundo, se puede subrayar que sus ideas sugieren que –en su versión autoconservadora– cohesiona el cuerpo mismo e incluso le pone en el riesgo de no conectarse con el otro. El postulado así, añade la dimensión de un Eros asociado al narcisismo, al carácter de catectizar el propio cuerpo y la manera en la que representamos el mundo y nos vinculamos con él a partir del narcisismo.
En torno a esa vuelta a uno mismo (catectizar el cuerpo propio), Freud explora de una nueva manera el masoquismo como un placer agregado en una fuerza de vuelta, pese a ser displacentera, en el sentido de que recarga el cuerpo de energía. Una búsqueda repetitiva que genera un exceso. Y, sin embargo, ese exceso generado por un masoquismo estructurante (que es erógeno) es el que protege del sadismo y el que se encarga de propiciar significación.
Por ejemplo, en su texto, el juego repetitivo de su nieto ‒siendo un niño‒ con un carretel es el que le brinda una imagen propia de su cuerpo de niño y del cuerpo de los otros. Esto lo hace así, en lugar de brindarle el placer de aventar literalmente el pecho/madre/papá en la guerra, del que quisiera deshacerse por haberse ido. Eros tiene una fuente sádica en su manifestación autoconservante.
Muchos años después, en Esquema de psicoanálisis, Freud (1940 [1938]/1989a) especifica cómo el masoquismo ‒tanto erógeno como en la fundación del Superyó‒ es un peligro que el ser humano toma sobre sí en su camino de desarrollo cultural.
No hay modo de subsistencia ni de adscripción cultural si no es dirigiendo esa destructividad sobre sí mismo: porque Eros, en su debate entre preservar al otro o preservarse a sí, se mezcla con la pulsión destructiva, y esta se revierte en sí. Así, una parte de destrucción permanece en el interior, y esta se conduce por vías en circuito hasta el cese de la vida del organismo.
Podemos inferir que en Freud la muerte del organismo humano es una muerte entendida como causada por la pulsión de muerte, y no un acontecimiento. Se trata de la tendencia del organismo a morir por la destrucción misma que permanece en el interior en el intento repetitivo y desgastado de Eros de autoconservarse.
Asimismo, el hecho de que subraya que es “un peligro tomado en el desarrollo a su camino cultural” abona la idea de que Eros, en su mezcla mortífera, formatea una modalidad de erotismo que se adscribe en repetición a las tendencias destructivas de la cultura. Diciéndolo en otras palabras, el continuo armado del cuerpo erógeno es el de un cuerpo históricamente limitado por su memoria en un formato discursivo/cultural.
Con el sadismo, la pulsión de muerte resulta expelida en modo de sadismo si y solo si es por conservar la vida, y si ceder a entregar al otro y reservarse de su sadismo es por conservar al otro. Con esta idea, Freud de manera retórica nos pregunta, en Más allá del principio de placer (1920/1990):
¿cómo podríamos derivar del Eros conservador de la vida la pulsión sádica, que apunta a dañar el objeto? ¿No cabe suponer que ese sadismo es en verdad una pulsión de muerte apartada del Yo por el esfuerzo y la influencia de la libido narcisista, de modo que sale a la luz en el objeto? (p. 52).
Así, Freud abre el problema de la insuperabilidad de la destructividad, en donde la posibilidad frente a esta es demorarla. Solo que esto sugiere que, en el caso del masoquismo erógeno, la persona, en el intento de conservarse a sí misma, rescata al otro (muriendo lento en la demora), mientras que en el sadismo, en el intento de conservarse a sí misma, daña al otro (estando más cerca de la muerte propiamente tal en la descarga). ¿Será que en verdad esto es la única posibilidad?
Mientras trabajemos con algo del optimismo de Eros frente a las versiones mortíferas sobre la mesa, con algo de su versión masoquista o al menos con algo de humor, sigamos con esta exploración hasta sus últimas consecuencias. ¿Por qué? Porque justamente esta exploración es la que nos permite pensar cómo es que es posible la búsqueda de la paz en el mundo y del cese del malestar cultural y sus derivados en el erotismo de cada persona, en la medida de lo posible.
El hecho de que el masoquismo erógeno en la mezcla de Eros pudiese resultar (o no) una versión menos terrible (como si esta pudiera ser una elección consciente, cuando evidentemente no lo es) ante la posibilidad de la insuperabilidad de la destructividad no nos exime de pensar las consecuencias mortíferas que adscribirse a la cultura por esa vía implica. Y es que Freud añade en Teoría de la líbido que las manifestaciones de esas vías son siempre históricamente condicionadas: “serían tendencias, inherentes a la sustancia viva, a reproducir un estado anterior; históricamente condicionadas, de naturaleza conservadora, y por así decir la expresión de una inercia o elasticidad de lo orgánico” (Freud, Dos artículos de enciclopedia: Psicoanálisis y Teoría de la libido, p. 254).
La articulación psicopolítica de Freud siguiendo todo el recorrido de Eros es aún más maravillosa que esta última cita. Por ahora, lo que observamos que describe lo leo como una sugerencia en la que pone un cuerpo sujetado a la cultura, no solo como si se tratase de un ser domesticado, afectado o educado por una normativa o una historia (idea que algunos psicoanalistas tienen y que les hace pensar que el psicoanálisis no tiene nada que ver con lo político o que el sujeto estuviera diferenciado entre su interioridad y exterioridad [campo social]), sino que está poniéndonos todos los elementos para notar lo primordial: ¡El proceso de corporización, el de significación de y en la cultura, es un proceso erótico continuo! Y sugiere además que este no va aislado de la mezcla de Eros y Tánatos. Sin embargo, habrá que pensar si existen otras posibilidades para Eros en su formato libre.
Por ahora, podemos inferir que para Freud, el erotismo del cuerpo sujetado a la cultura no deja de ser una manifestación de un Eros mezclado con la mortífera memoria cultural. Y sumado a esto, ese erotismo del cuerpo está en el campo de un masoquismo erotopolítico. Es decir, está ya cruzado el cuerpo por la destrucción de modo continuo: una destrucción que es también cultural.
Y si bien Freud fue claro para este momento en su articulación erotopolítica, en cómo es que el sujeto está íntimamente corporizado en el campo cultural, no fue suficientemente crítico con la cultura ni al referirse a Eros y las posibilidades de su significación erótica como agente de cambio. Por ejemplo, en El malestar en la cultura, Freud (1927/1988a) nos dice que Eros y Ananké son los progenitores de la cultura humana. Ananké, dando la compulsión al trabajo (¡!), y Eros, “el poder de que un varón no quisiera estar privado de una mujer como objeto sexual y una mujer no quisiera privarse de su hijo carne de su carne” (¡!) (p. 99), ¡como si Eros estuviera necesariamente interesado por el intercambio de mujeres, la familia y el Estado! ¡Un toque de dignidad, pues se puede ser masoquista por nuestra erogeneidad, pero no es para tanto la pérdida de la imaginación de otra cosa que posibilite medidas que vayan en contra de la violencia o de la pasividad mortífera!
Vayamos ahora a una crítica de una vía específica del erotismo en repetición, de ese vivificarse por vía del masoquismo erotopolítico: Edipo.
Propongo lo siguiente antes de seguir en esta lectura: a lo dicho por Freud en cuanto a la destructividad que los mismos mecanismos generados por el masoquismo erógeno y el sadismo, considerando que estamos corporizados eróticamente en la cultura y no solo afectados por ella, sumemos el hecho de que la cultura en sí, el espacio de lo político, evidentemente no resulta en sí mismo un espacio libre de destructividad.
Si bien Freud se pregunta mucho por el campo de lo destructivo cultural y lo trabaja en la pregunta a la que intenta responderse junto con Einstein en su conversación en carta por el por qué de la guerra, el lazo del sujeto en psicoanálisis con su agencia en lo político queda por trabajarse. Y si hay algo que ha de resultarnos urgente de Eros, por el sostén de la vida propia y de los otros, va por abrir aún más campo a la vida misma. Para hacerlo propongo revisar las vías de significación normativas, esas que han sido repetitivas y que se han llegado a pensar universales en la configuración humana: Edipo como vía de significación.
Gayle Rubin (1986), desde el feminismo hace una maravillosa lectura de Freud para decir que la biología es transformada en sexualidad humana por vías en sistema. Dijo que Freud leyó de manera maravillosa la manera en que un sujeto se adscribe a la cultura patriarcal cuando propuso el Edipo. Traduciendo en nuestro léxico, Freud describió de manera maravillosa la manera en que Eros toma sus vías eróticas de significación en la cultura patriarcal. Su crítica a Freud apunta hacia que si bien supo verlo, no supo criticar esa cultura patriarcal. A esas vías eróticas específicas, las convirtió en una normativa universal y en una vía para la escucha. Rubin propone en cambio que el enorme aporte de Freud con Edipo puede ser utilizado hacia una propuesta feminista en la que se desmantelen las vías culturales que hacen al sujeto adscribirse a aquella cultura que lo oprime.
Y es notorio que en cuanto a Eros, Freud vuelve a caer en la misma impasse en la imposibilidad de imaginar otro mundo. Me refiero a que en El problema económico del masoquismo (1924), Freud le adjudica fantasías universalizables y transepocales al recorrido erótico del masoquismo como si Eros en su manifestación masoquista pudiera tener para siempre y por todas partes del mundo solo esa limitada posibilidad: “La angustia oral de ser devorado por el animal totémico (padre); el deseo sádico-anal de ser golpeado por el padre, las fantasías masoquistas de un sedimento fálico referente a la castración y la de ser poseído sexualmente o parir (en la feminidad)”. Así, zonas que podrían corporizarse por vías diferentísimas, significarse eróticamente de otra manera o por otro camino narrativo inconsciente, quedan universalmente encadenadas por una trama específica de la fantasía. No hemos de desconfiar en la propuesta cultural de Eros en los textos que hacen de un programa cultural cruel la única vía del masoquismo erógeno, puesto que en esa ilusión (1927) en que podríamos caer atrapados al leerlo en cuanto al concepto de Eros, pues incluso le llama a tal tendencia, “programa cultural”; cuando a lo largo de toda su obra es notable que la adscripción a dichas tendencias forma parte del masoquismo erógeno bajo el que Eros se adscribe por su mezcla con la muerte. Y bien sabemos además por el “desarrollo cultural” entrecomillado, que su programa ha sido a costa de la eliminación de vidas y evidentemente esa no ha de ser la opción. Al menos no me conformaré conque solo desde los límites de ese “desarrollo cultural” podamos pensar las salidas a la crueldad del aparato social.
Es para tenerse en consideración crítica también que ese erotismo del que Freud está hablando adscripto a dichas fantasías se parece al que mencionó de los poetas pero de manera muy fallida en tanto que carga consigo solo con la fuerza conservadora de la cultura ligando a Eros con los efectos de su represión y sin generar como sustituto la tendencia al perfeccionamiento. Es un erotismo que ya ha pasado por los filtros de la domesticación del deseo y en ese sentido, le pese a quien le pese, no puede ser universalizable ni transladable a cualquier época por más que la tendencia que tengamos como especie sea a repetir (incluso transepocalmente).
Sumando Freud más en cuanto al campo político y social, fue más claro en cuanto a Eros en Moisés y la religión monoteísta (1939), donde sí pensó cómo lo político se transforma en un ejemplo. Ahí nos cuenta que en el derecho anteriormente se aplicaba la fuerza bruta y al día de hoy no está libre de una violencia gracias a las transformaciones por Eros, pero se trata de una violencia transformada en otra forma. Nos explica también que si la guerra es un desborde de la pulsión de destrucción, Eros hace vínculos: con un objeto de amor o por identificación, descansando sobre esto una buena parte del edificio de la humanidad. Y Freud, a su vez, no fragua en dejarse caer en un Eros que ama, que se identifica, que hace lazo o que transforma de manera pura y sin problemas, sino que lo pone en tensión con la mención de que esas identificaciones que Eros hace y esos vínculos unitarios, son también a menudo los que llevan a hacer la guerra misma. Y ante esto necesitamos ser críticos, resistir pensando e imaginando para que la tendencia no sea hacia la violencia y la destructividad.
Edipo como vía de significación está entonces complicado en tal masoquismo erotopolítico, del que se necesita encontrar otras vías posibles para evitar la destrucción estructural en la cultura. Y ese masoquismo erotopolítico ha sido nuclear. Pienso que es la base a través de la cual se forma el pensamiento heterosexual que describió Wittig y que a continuación describo.
Wittig y el pensamiento heterosexual
Pensemos el régimen político de las vías de significación eróticas
Monique Wittig, en 1978, en su conferencia El pensamiento heterosexual, dijo: “Las lesbianas no son mujeres”. Esto por supuesto, no para señalar a las lesbianas como si estuvieran en una falla, sino para señalar que el pensamiento heterosexual se ha inventado la mujer para subsumirla. Así, Wittig (1978/1992) señala la agencia política revolucionaria de ser lesbiana, ser una fugitiva del sistema esclavista marital o una prófuga. El pensamiento de Wittig formó nuevos modos de feminismo a los existentes a la fecha. Si bien el feminismo materialista y radical había cuestionado la idea de clase de sexos, no había cuestionado aún la heterosexualidad ni mucho menos la habría colocado como un régimen político. Para esta fecha, en los feminismos, el patriarcado había sido pensado como la opresión por parte del hombre a la mujer. Sin embargo, las categorías hombre y mujer no habían sido pensadas de manera más profunda. Si esas categorías no existían más que una para otra, entónces las lesbianas existían en un código casi extraterreste que hacía fallar al sistema que ordenaba las categorías mujer-hombre. Es por lo mismo que para Wittig, derrocar el patriarcado implicaría una acción más radical: derrocar la heterosexualidad y revisar la historia de la diferencia de los sexos. Concuerdo con esta postura y me parece que es necesario derrocar la heterosexualidad implicita en parte de la teoría psicoanalítica, así como revisar la historia de la diferencia de los sexos y su genealogía en el psicoanálisis. El psicoanálisis, como todo pensamiento heterosexual y disciplina en la historia de la ciencia, necesita pasar por una transformación política de los conceptos fundamentales que han creado las categorías de género mujer y hombre, femenino y masculino.
Cuando Wittig (1978/1992) hablaba de heterosexualidad, cuando he hablado también de heterosexualidad en este ensayo, se trata de la heterosexualidad no como una institución sino como un régimen político que se basa en la sumisión y la apropiación de las mujeres. Para Wittig, masculino/femenino, macho/hembra son categorías que sirven para disimular un hecho contundente: las diferencias sociales implican un orden económico político e ideológico que sirve a la opresión de quien el sistema mismo administra. Para Wittig, la continua presencia de los sexos y de los amos y los esclavos, provienen de la misma creencia. Para ella, así como no hay esclavos sin amos, no hay mujeres sin hombres. La opresión así crea al sexo, lo inventa en un sexo opresor y uno oprimido. Los hombres ven las diferencias solo como un sistema de diferencia precisamente porque no han vivido la opresión que las mujeres sí. Asimismo hay mujeres que viven abnegadas y con dificultad para concebirlo por la opresión misma. Es solo cuando la violencia contra las mujeres estalla que se manifiesta el carácter político de oposición entre las diferencias, pero la violencia está desde la categoría misma hombre-mujer. Por lo mismo, hay que cambiar de lógicas de diferencia. En este sentido, para las mujeres aceptar la diferencia sexual y subsumirse a ese orden, más que un acto vivificante sería una sumisión masoquista. Esto es muy hermoso para pensar psicoanalíticamente: no se trata de que Edipo haya de encontrarse como una vía de significación erógena sino que precisamente si hemos de movernos del masoquismo y de la repetición (cosa en la que el psicoanálisis se empeña); entonces hemos de movernos del pensamiento heterosexual, de las vías específicas de significación erótica que el Edipo ha descripto (y que han sido así en tanto que repetimos el trauma de vivir en un aparato patriarcal). Necesitamos ser críticos dentro del psicoanálisis pues es el pensamiento heterosexual contenido en Edipo y su modelo de sexuación no puede acabar de describir todas las formas de hacer lazo. Y es en otras modalidades de lazo y de significación erótica que quizá se pueda encontrar cese a la crueldad o superabilidad a la destrucción que Freud concibió como insuperable (en tanto que su Eros quedó adscripto a las vías erógenas de la trama edípica).
Sigo con Wittig. En su conferencia de 1978, Wittig es brillante y específica y hace una crítica a la antropología de Lévi-Strauss y el psicoanálisis de Lacan por haber sostenido todo un sesgo en la teoría del lenguaje. En sus postulados en torno al lenguaje, Wittig observa que inscribieron un lenguaje del intercambio de mujeres donde los seres humanos son signos para la comunicación y las mujeres quedan del lado de lo insignificable. El Yo, en estos términos, es un varón blanco. Esos discursos para Wittig si bien operan para describir desde un lugar fenómenos, desde otro levantan una cortina de humo para los oprimidos. Más allá de esto, Wittig (1976/1992) explica que desde el siglo XX así es como se han explicado que trabaja el lenguaje. Esto es, con poquísimos elementos, como si fueran dígitos del 0 al 1. Critica que habiendo tan pocos dígitos haya tantísimas interpretaciones montadas en un inconsciente estructurado a partir de metáforas como nombre del padre, complejo de Edipo, castración e intercambio de mujeres. Estas categorías, sostiene que no tienen sentido mas que en un pensamiento heterosexual que produce la diferencia de los sexos como dogma filosófico y político. Encima, el psicoanálisis lee dichos códigos heterosexuales como una tendencia universal que sostiene un orden simbólico monoteísta. El llamado de Wittig (1978/1992) es a llevar a cabo una transformación política total de esos conceptos clave. Más allá, incluso, hace una crítica específica a los modos en que pese a que el trabajo analítico abogue por salirse del lugar del que sabe frente al otro, asume en términos de diferencia sexual, que sabe:
¿Quién le ha dado a los psicoanalistas su saber? Por ejemplo, Lacan, lo que el le llama “discurso psicoanalítico” y “la experiencia analítica” le enseñan lo que sabe. Y cada uno le enseña al otro lo que el otro le ha enseñado. Pero ¿negaremos que Lacan ha adquirido conocimiento científicamente de la experiencia psicoanalítica? ¿Haremos caso omiso de los discursos de los psicoanalizados tumbados sobre el diván?
Para Wittig, es grave que el discurso del psicoanálisis pretenda decir en un espacio apolítico, como si su teoría se escapara de formaciones y fantasmagorías políticas. Compara al psicoanálisis con la pornografía en el punto en que por vías de la circulación de mujeres de Tótem y tabú, comunica que las mujeres están dominadas.
Así, ella llama pensamiento heterosexual a las categorías que funcionan como conceptos primitivos en un conglomerado de toda suerte de disciplinas, teorías, ideas que hacen interpretaciones totalizadoras de la realidad social, la cultura, el lenguaje y todo fenómeno subjetivo en todo momento, en todo lugar. En cuanto a la circulación de mujeres implícita en Tótem y tabú como fundante de la cultura, a Wittig le llama la atención que Freud ponga como incesto y parricidio las principales prohibiciones. Para ella más bien, la prohibición que subyace al sistema de prohibiciones que Freud estaba pensando sería la prohibición de la homosexualidad como una metaprohibición. La sociedad heterosexual así, para Wittig, se funda con el mito freudiano de la horda primordial y pone a la mujer como otra/diferente. Pero para presentar al otro como diferente, primero es necesario ponerse en el lugar del dominado como los hombres de la horda que matan al jefe y se identifican con él. El mito de la horda primordial es así el mito del sistema heterosexual.
En cuanto a Edipo, especialmente es importante ser críticos pues es el concepto que sostiene un orden primordial del sujeto. Es un concepto que contiene en sí la matríz del pensamiento heterosexual pues es el ordenador de la diferencia. Es además, la trama más repetitiva que ha sido utilizada incluso para pensar la estructuración del sujeto. Es una vía específica de la manifestación del erotismo y del masoquismo erotopolítico. Esa que ha sido pensada como universal es la que nos ha mantenido dentro de procesos de destructividad a la cultura, procesos que debemos pensar críticamente para salir y encontrar vida más allá de la destrucción que la cultura inflige.
Dentro de la teoría psicoanalítica, la trama edípica de Freud se convirtió en el representante central que organiza las pulsiones y la narrativa inconsciente por excelencia con la que un psicoanalista interpreta. Freud dijo que el complejo de Edipo es el shibboleth del psicoanálisis e, incluso, fue más allá al decir que aquellos que no se adscribieran al concepto no podrían llamarse a sí mismos psicoanalistas.
Convertir la interpretación que Freud hizo de Edipo en una matriz universal y de significación esperable del masoquismo erotopolítico bajo la cual pensar a los sujetos, implica una cierta forma de interpretar en psicoanálisis y de comprender las estructuras psíquicas que se configuran a través de los mecanismos de represión, repudio y renegación, pues dichos mecanismos se tejen en la escena primaria en una trama edípica. Es una vía específica de significación que es mortífera.
En dicha trama, algunos cuerpos son pensados como legítimos, mientras otros son abyectos, expulsados de los límites de inteligibilidad del aparato social. En Bodies that matter (1993), Judith Butler trabaja el concepto de abyección de Julia Kristeva (2010) para referirse a los cuerpos abyectos como cuerpos que delimitan su existencia a través de una matriz de exclusión. Estos cuerpos forman parte de un dominio de lo no inteligible y no disfrutan del estatuto de ser cuerpo bajo el signo de lo vivible. Butler explica que la no inteligibilidad de los cuerpos circunscribe la inteligibilidad de los cuerpos normados.
Para nuestro propósito, y en mi lectura conjunta de esta sugerencia, estos cuerpos normados son los cuerpos a los que el psicoanálisis ha llamado edípicos.
Edipo ha sido la trama reiterada. Pero en cada repetición existe la posibilidad de cambio y en cada cambio –por más mínima que sea la posibilidad de agencia– existe la posibilidad de cambio cultural. Esto es, el psicoanálisis, no ha de ser utilizado como una modalidad en donde se escuchan fantasías predichas. Puede ocurrir que aparezcan. También puede ocurrir que no. Y el punto del trabajo por hacer es que en la escucha de las manifestaciones del erotismo, algo puede ocurrir en la recepción de esas manifestaciones en transferencia en donde necesitamos estar abiertos, porque el acto analítico moviliza y es agente de cambio político; es portador de vida. Y esto no es posible sin el trabajo comunitario de los conceptos. Por eso agradezco este espacio para pensar juntes.
1 Conferencia dictada en APA el martes 6 de junio de 2023.
2 Fernanda Magallanes se dedica al psicoanálisis. Su práctica se divide en la clínica psicoanalítica privada en la Ciudad de México y la docencia. Es doctora en Filosofía, Arte y Pensamiento Crítico por The European Graduate School y maestra en Psicoterapia por la Asociación Psicoanalítica Mexicana. Ha escrito múltiples artículos en revistas especializadas y capítulos en libros colectivos. Es autora de los libros ¿Qué quiere una mujer?: Lo femenino en psicoanálisis y de Psychoanalysis, the body and the Oedipal plot.
3 Información más extensa acerca de Eros en Spielrein y la influencia que tuvo en Freud, puede encontrarse en Revista Calibán en el artículo “Eros y el masoquismo erotpopolítico”.
Descriptores: EROTISMO / FREUD, SIGMUND / CUERPO / EROS / EDIPO / PULSIÓN / PULSIÓN DE MUERTE / MASOQUISMO ERÓGENO / POLÍTICA / FEMINISMO / HETEROSEXUALIDAD / TEORÍA PSICOANALÍTICA
Candidato a descriptor: EROTOPOLÍTICA
Abstract
From Eros to the Oedipal plot and erotopolitical masochism
This text is the bridge between two research papers: “Eros and erotopolitical masochism”, published in Caliban, and the book Psychoanalysis, the Body and the Oedipal Plot. The research includes a tracing of the concept of Eros in part of Freud’s work. Furthermore, the author argues how Freud creates an erogenous body that is historically limited in a discursive/cultural format.
In Freud, the mixing of Eros and Thanatos by way of erogenous masochism is ascribed to cultural and epochal processes in a heterosexual cultural order. The latter belongs to the primordial myth he describes in Totem and Taboo and corresponds to the Oedipal plot.
The paper aims to conceive the Oedipus as the plot of the sex-gender system that takes Eros (as Freud understood it since 1920) and as the plot of the distribution of “the difference” in terms of what heteronormative culture establishes. It is about the path that eroticism necessarily follows from an “erotopolitical masochism” (a term coined by the author and made explicit through an investigation of the concept of Eros in Freud’s work).
The paper explores other erotopolitic possibilities in which Eros is not circumscribed to a heterosexual matrix.
Resumo
De Eros à trama edípica e o masoquismo erotopolítico
Este texto é a ponte da maneira em que se unem ideias entre dois trabalhos de investigação: Eros e o masoquismo erotopolítico, publicado na Revista Calibán e no livro Psychoanalysis, the Body and the Oedipal Plot. A investigação compreende um traço do conceito de Eros na parte da obra de Freud. Além disso, ao longo do texto, a autora argumenta como é que Freud constitui a montagem de um corpo erógeno que é o de um corpo historicamente limitado pela sua memória em um formato discursivo/cultural.
Em Freud, a mistura de Eros e Tânatos por via do masoquismo erógeno, adscreve-se a processos culturais e epocais em uma ordem cultural heterossexual que pertence ao mito primordial descrito em Tótem e Tabu e que corresponde ao da trama edípica.
O artigo pretende pensar Édipo como a trama do sistema sexo-gênero que Eros toma (como Freud o entende desde 1920). Desse modo, Édipo como a trama da distribuição da “diferença” em termos do que a cultura heteronormativa infringe, das vias que o erotismo toma por força de um masoquismo erotopolítico (termo que a autora usa e que será descrito através de uma investigação na obra de Freud do conceito Eros).
O artigo explora a pergunta por outras possibilidades erotopolíticas nas quais Eros não fique circunscrito a uma matriz heterossexual.
BIBLIOGRAFÍA