Cosiendo la muñeca rota: Reparaciones y costuras de lo traumático infantil

Marisol Bedoya 1, José Galeano 2

Resumen

El trabajo pretende abordar “lo infantil” a través de experiencias traumáticas vividas en la infancia, que irrumpen en los procesos de subjetivación. Expone un caso clínico que ilustra esta cuestión. En relación al tema de lo infantil se hace referencia principalmente a las ideas de Guignard, entendiendo que es un lugar psíquico desde donde residen la sexualidad infantil y la identidad, y es el punto más agudo de nuestros afectos. En el trabajo clínico, señalan los aportes de Bion y de Ferro sobre la función de la mente continente del analista, indispensable para alojar y digerir el terror sin nombre de los pacientes con experiencias traumáticas.

“Sentí un desgarro en mi mente, como si mi cerebro se
escindiera, traté de componerlo,
costura tras costura, pero  no hubo manera
de encajarlo, luché por enlazar la idea anterior,
con ese pensamiento
delante, mas la secuencia se esparció, igual que
ovillos por el suelo”.

Emily Dickinson.

Introducción

Este trabajo pretende abordar “lo infantil” a través de experiencias traumáticas vividas en la infancia, que irrumpen em los procesos de subjetivación. Nosotros queremos hacerlo a través de un caso clínico que abrió muchos interrogantes en nuestra mente. Las preguntas principales, que despertó el contacto con el caso a ser presentado, son: ¿Cómo se instala lo infantil en la subjetividad de una persona que en la infancia ha atravesado innumerables situaciones traumáticas: abusos
y violencias? ¿Qué pasa cuando lo infantil es invadido al punto de romper la mente? ¿Se puede coser una muñeca que está rota? 

            En una comunicación personal, la analista María Adela Cristaldo nos introdujo la idea de la muñeca rota, que ella había descubierto en un artículo de un diario en Buenos Aires, en la década de los 80.

            La idea principal expresa que el abuso sexual, además de interrumpir el juego de los infantes, lleva a un quiebre psíquico en donde la mente queda partida para quien sufre tal violencia. Ya en su momento nos pareció una metáfora que representaba muy bien las emociones de niñas y niños que han pasado por esa experiencia de terror.

            El encuentro con pacientes, adultos, adolescentes o niños y niñas que han vivido estas experiencias, genera una turbulencia para el analista. Observar la mente partida, las grietas en el mundo interno, es muy doloroso, angustiante y, además, muy desafiante. Encontrarse la experiencia de muchos pedazos desarmados nos hace sentir, a veces, imposibilitados de ejercer la labor. Con frecuencia nos preguntamos si acaso es posible reparar, recomponer, reconstruir. 

            Adheridos a las ideas de Bion, sostenemos que siempre existe alguna parte sana, en la personalidad del paciente, con la que podemos trabajar. Muchas veces, el primer desafío es poder encontrar esta parte sana, con la certeza de saber que en algún lado está, generalmente escondida en todo el desorden de los pedazos; luego, hay que tener hilo y aguja a mano para intentar empezar a coser, y entender, como expresa Ferro (1996), que nuestra mente (continente) es el primer lugar donde se inicia toda transformación. 

¿Qué entendemos por “lo infantil”?

Antes de iniciar nuestro punto central, que será ilustrar a través de una viñeta clínica lo traumático infantil y sus efectos psíquicos, quisiéramos hacer algunas puntualizaciones sobre cómo entendemos “lo infantil”. 

            Como sostiene Rotemberg (2020): “La infancia, como territorio existencial, alberga experiencias que pueden ser de ensueño o bien de pesadilla. Esta etapa vivencial es la sede de una serie de transformaciones que promueven subjetividades complejas y siempre singulares” (p. 1). 

            Siguiendo estas ideas, podemos decir que lo infantil brota de la infancia y, a partir de ahí, se albergará en nuestra mente, como fuente de creatividad, de dolor o de terror. Pero lo infantil va más allá de la infancia. Lo infantil está en los niños, niñas, adolescentes y adultos. 

            Guignard (2003) refiere que lo infantil es un lugar psíquico desde donde emergen las primeras actividades pulsionales irrepresentables; en él reside no solo la sexualidad infantil, sino nuestra identidad. Es el punto más agudo de nuestros afectos, el lugar de la esperanza, de la belleza, de la crueldad y de la desprotección. Funciona, expresa la psicoanalista francesa, toda la vida según una espiral procesal y significante. Es un crisol de fantasías originarias y de experiencias sensoriales y, agregamos nosotros, emocionales. 

            Por lo tanto, al entender que lo infantil alberga estas dos dimensiones, podemos comprender el impacto que genera lo traumático infantil en la subjetividad de nuestros pacientes. Por esto, a través de un caso concreto, queremos presentar la manera de pensar estas irrupciones de la infancia y considerar nuestra tarea como analistas en la reparación del mundo interno. 

Pensando lo traumático infantil a través de Ana

El encuentro inicial 

Esta viñeta que vamos a presentar corresponde a una niña que fue atendida en un Centro de Atención Psicológica por una estudiante de universidad, y supervisada en un espacio clínico. La derivación fue realizada a Marisol, quien trabajó con la niña por unos años. 

            Ana es una niña que vivía en un barrio muy pobre en las afueras de Asunción. En el barrio recibían visitas de caridad de personas de una iglesia y, en ese contexto, Ana conoció a Norma, a quien, luego de haber compartido con ella en un par de visitas, le hizo el pedido explícito, agarrándola muy fuerte y sin querer soltarla, de que la llevara a vivir con ella. 

            Al percibir Norma marcas de maltrato y violencia muy visibles en el cuerpo de Ana, decidió escuchar el pedido de la niña y, previo acuerdo con la madre, la llevó a vivir con ella. 

            El motivo de consulta fue que la niña era muy agresiva con todos, en la escuela se peleaba con los compañeros y tenía mucha ansiedad al separarse de su tutora. Hablaba constantemente de las situaciones de violencia y abuso vividas con mucha crudeza en sus relatos. Daba detalles de las situaciones terroríficas por las que había atravesado, normalmente, sin medir dónde ni a quién se las decía. No había filtros ni barreras, no había continentes. 

            En su primera hora, la entrevistadora vio entrar a una niña muy bien vestida, morena, con una muñeca en su mano. La joven estaba por empezar a hablar, pero Ana, con una expresión corporal imponente, le dice en guaraní: “Che ra’aroke che añe’eta ko’aga”, que significa: “Espera. Ahora yo voy a hablar”. Y así lo hizo en su espacio y en su hora, contando que tenía un padrastro muy malo y que en la escuela la trataban mal. Luego, agarró los bloques y armó un camión, y dijo que en este camión estaban su tía (tutora) y ella. En el contexto de la hora de juego, la estudiante entendió que el camión representaba el auto que condujo a Ana a casa de Norma. En esa misma hora de juego, la niña dibujó un oso, remarcando sus genitales. 

            Durante las siguientes horas de juego, Ana se pasó reparando un auto rojo roto que había encontrado entre los juguetes, mientras le decía a la entrevistadora que estaba enferma y le daba recetas para que fuera al médico y se curara. Al terminar cada hora de juego, era un despliegue de enojos y broncas, de gritos, porque no quería irse; y, a veces, de pedir perdón por ser una mala niña. Había entrevistas donde intentaba poner distintos objetos dentro del cuerpo de la entrevistadora, con mucha excitación, sintiéndose esta (la entrevistadora) invadida por la intrusión de la niña. 

            En la última hora de juego de devolución, Ana le muestra a la joven la escena cruel: sube un payaso encima de la muñeca, haciéndole partícipe de su horror, moviendo ambos muñecos. Luego de esto, logran jugar otros juegos, y la niña, al finalizar la hora de juego, pide llevar una hoja en blanco de regalo y un marcador rojo, su preferido. La entrevistadora le obsequia ambos pedidos.

 

El tratamiento a dos voces 

Ana llegó al análisis con la mente partida, como lo expresaba la idea del principio. Los dibujos que realizaba en sesión mostraban una desintegración llamativa, no podía dibujar personas o casas y hacía dibujos de alto contenido sexual. Las expresiones de las caras de los intentos de personas que realizaba eran siempre de terror, de grito, y siniestras. Los dibujos de ella misma eran cabezas separadas de su cuerpo sin forma. Agujeros en la mente, heridas en el cuerpo.

            Sus juegos estaban cargados de violencia y erotización. El torbellino que entraba al consultorio, destruyendo todo lo que estaba a su alcance, era consecuencia de una mente sin continente, de una mente que no se había cosido. No tenía siquiera parches, todos sus contenidos quedaban desparramados fuera de ella, dejándola muy rota, muy lastimada.

            Los efectos psíquicos de los abusos sexuales y de la violencia incluyen una amplia gama de padecimientos psíquicos, miedos profundos, sensaciones de desamparo, enfermedades somáticas, adicciones y tendencias suicidas. Las marcas traumáticas irrumpen en la vida y el desarrollo emocional de estos sujetos.

            Estos pacientes piden que sus emociones primitivas puedan ser alfabetizadas y semantizadas, para lograr tener una narración que pueda ser pensada, ya que entendemos que cuanto más equipada está nuestra mente, mejor podemos afrontar las situaciones que nos toca vivir. 

            Siguiendo las ideas de Guignard (2003), pensamos que el analista tiene la delicada tarea de revertir, sin violencia contratransferencial, los objetos internos de su analizado, es decir, construir en análisis nuevos objetos en transferencia, que sean capaces de contener las angustias y poder pensarlas. 

            A continuación, presentamos una viñeta para intentar ilustrar nuestras ideas. 

Sesión con Ana: Digerir el terror sin nombre

La paciente, Ana, se tapa con la tela que cubre el diván y empieza a reírse. Se mueve y se ríe. Dice:

            –Paciente: No, hija, no mires. 

Se sigue riendo… Se destapa y se toca el cuerpo, los brazos, las piernas; se levanta como asustada...

            –Analista: Parece que eso que sentís te asusta un poco.

            –Paciente: ¡Cállate! ¡¡Cállate la boca!! ¡¡Te vas a callar la boca!! ¡Mirá!, allá está mi papá…, tu papá… ¡Mirá!, él es nuestro novio… ¿Vos sabés que él es nuestro novio?

            –Analista: ¿El novio de las dos es, mamá?, ¿acá no hay tu espacio ni mi espacio?

            –Paciente: ¡Cállate!, es solo mi novio… ¿Cómo va a ser tu novio? ¡Cállate la boca! Pásame eso, ¡ahora! (los bloques)… Voy a hacerte un arma, hija, voy a construirte un arma ahora mismo… Te van a llevar, vos no te das cuenta… Te va a llevar un ka´u (borracho), ¿sabés lo que es eso?… Te van a llevar y ¡yo no voy a poder hacer nada!

            –Analista: Pero, ¡mamá!

            –Paciente: ¡Te dije que te calles la boca! Va a venir la policía. Te van a lleva…, nadie va a hacer nada y te van a lleva…. Ey, vos, ¡policía!, ¡acá está!… Pero todavía no vengan a llevarle porque estoy haciendo un arma… ¡¡¡Puta!!!… Vos, que te vas allá, ¡¡¡sos una puta!!! ¡¡¡Eso es lo que sos!!! ¡¡¡Una puta!!!… Y a vos (me señala a mí), te van a llevar… ese borrachito, te va a llevar.

            Durante esta escena, me sentí sumamente abrumada, angustiada y paralizada. Me quedé en silencio. Quise decir algo, pero necesité un tiempo en silencio para reincorporarme. Cuando ella terminó de decir todo eso, continuó construyendo el arma con mucho enojo y, entre dientes, iba diciendo: cállate…, cállate la boca

            Yo, muy, muy despacito, le dije: mamá, tengo mucho miedo.

            La paciente dejó de hacer su arma y me miró muy fijamente. Yo volví a repetir: mamá, tengo mucho, mucho miedo.

            –Paciente: De qué tenés miedo, hija, ¡no tengas miedo!

            –Analista: Tengo mucho miedo de que me lleve ese borracho y me haga cualquier cosa y me diga todas esas cosas feas que me duelen tanto… Estoy triste.

 

            La paciente deja su arma y viene a abrazarme. Me abraza con mucha fuerza.

            –Paciente: Hija, no tengas miedo. Yo no voy a dejar que te lleven, yo te voy a cuidar. Vení acá conmigo…, ayúdame a hacer esta arma…, vamos a cuidarte… ¡Esperá! Vamos a hacer un teléfono… Un teléfono para llamarle a la policía… ¡Hola!, ¡hola!, policía, ¡no le van a llevar a mi hija! ¡No! Yo no voy a dejar que le lleven, así que váyanse de acá porque no le van a llevar a ningún lado. ¡No le van a llevar! Ella es buena y se porta bien…, no es mala…, no le van a llevar… Ya está, hija, ahora quédate tranquila que no te van a llevar a ningún lado.

            Desarma el arma y arma un biberón.

            El desorden de la mente rota y desamparada de Ana solo puede expresarse en un desborde de violencia y erotización. Ana y su mente descosida no pueden recibir interpretaciones edípicas, de escena primaria ni de triangularidad; hay que juntar pedazos.

            Las proyecciones de Ana se hacían sentir, su pedido de ayuda era a gritos. Ayuda para poder integrar el dolor, ayuda para poder integrar el miedo. Nada era posible de ser cosido antes de entender que la emoción que juega en estas muñecas lastimadas es el terror, en realidad, el terror sin nombre.

            El terror sin nombre hace referencia a una idea de Bion en la cual se piensa que un sujeto ha intentado depositar sus angustias en un continente, en otro, y que este otro, en vez de ayudarlo a digerir aquello que estaba tan crudo, se lo devuelve con más angustia, con agresión. Esta vivencia, para la mente, es desintegrante, desestructurante. La mente se ve irrumpida por emociones imposibles de describir, imposibles de pensar, angustias de las innombrables: esto es el terror sin nombre.

            Ana, en esa sesión, me mostró ese estado terrorífico, me mostró la imposibilidad de hablar de ese miedo: “cállate, no sabés lo que decís; cállate, no hay palabras”. 

            Yo la escuché, me callé para pensar. Cuando entendí algo, interpreté en el juego: “tengo miedo”.  Ella tomó la interpretación. Sintió la profunda hilvanada que estábamos haciendo en su mente con el análisis. Se calmó. Sus partes sanas tomaron protagonismo, había posibilidad de integrar.

            En esa sesión, el análisis convirtió un arma, primero, en teléfono, en posibilidad de dar palabra, en posibilidad de comunicar; y, al poder comunicar, se convierte, después, en biberón: se transforma en alimento, en un pecho bueno que nutre la mente.   

            Así como en esta sesión, pensamos que todo el trabajo analítico se basa, como lo expresa Ferro (1998), en la utilización de las revêries del analista, en su acoger, metabolizar, transformar, hacer pensables las angustias y las identificaciones proyectivas del paciente. Él sostiene que no hay movimiento dentro del consultorio que no implique las revêries del analista.

Reflexiones finales 

Para poder coser la muñeca rota necesitamos hilo y aguja, y una mente creativa que se salga del punto de cruz o el punto atrás. Necesitamos una mente paciente que logre juntar los algodones y el relleno, que los pueda contener y consiga ponerlos nuevamente dentro de la muñeca, para ir dando puntadas.

            Sobre todo, es imprescindible tolerar los innumerables descosidos que va a haber por el camino, ya que, como hemos dicho, los pedazos son muchos y algunos agujeros, más grandes que otros. Sin embargo, las hilvanadas analíticas calan profundo y pueden dar otro sentido y nueva mirada a lo infantil instalado en la mente. 

            La práctica analítica con niños y niñas nos ayudó a ponernos en contacto más cercano con lo propio infantil, a mover la creatividad y a usar todos nuestros recursos disponibles para que aquello que suceda en la sesión pueda ser transformado en un lenguaje comprensible para ambos integrantes de la pareja analítica. 

            En este sentido, coincidimos con Rotemberg (2020), al pensar que si el analista puede sostener “una dimensión infantil bien integrada, mantiene su vigencia fantasmática sosteniendo la capacidad creativa alcanzada. Lo creativo expande la expresión vincular de las cualidades subjetivas y protege al sujeto, desde su entretela emocional, de aquellos altibajos que surjan en su camino
(p. 2).

            Para finalizar, nos gustaría expresar, a través de una canción de María Elena Walsh (1963), que nos acompañó en nuestra niñez, la idea de que es posible soñar con niños y niñas que puedan vivir una infancia que genere un espacio para la fantasía, el ensueño y la creatividad, ya que de ahí brota lo infantil, que nos acompañará a lo largo de la vida:

            “Mírenme, soy feliz entre las hojas que cantan, cuando atraviesa el jardín, el viento en monopatín. Cuando voy a dormir, cierro los ojos y sueño con el olor de un país, florecido para mí […]. Yo no soy un bailarín, porque me gusta quedarme quieto en la tierra y sentir que mis pies tienen raíz”. 

1 marisol_bedoya@hotmail.com. Miembro de la Asociación Psicoanalítica de Asunción.

2 jgaleanodc@gmail.com. Miembro titular de la Asociación Psicoanalítica de Asunción.

Descriptores: ABUSO SEXUAL / CASO CLÍNICO / HORA DE JUEGO / TERROR SIN NOMBRE

 

Candidatos a descriptor: LO INFANTIL / MENTE PARTIDA / MENTE CONTINENTE

Abstract

Sewing the broken doll: repairing and stitching childhood traumata

This paper aims to address the infantile through traumatic experiences lived in childhood that interrupt the processes of subjectivation. It presents a clinical case illustrating this issue. In relation to the infantile, reference is made mainly to Guignard’s ideas, on the understanding that it is the psychic place where infantile sexuality and identity reside, and the point of our most intense affects. The paper points out the contributions of Bion and Ferro on the function of the analyst’s containing mind, indispensable to accommodate and digest the nameless terror of patients who had traumatic experiences.

Keywords: SEXUAL ABUSE / CLINICAL CASE / PLAYTIME / NAMELESS TERROR

 

Keyword candidates: THE INFANTILE / BROKEN MIND / EMBRACING MIND 

Resumo

Costurando a boneca quebrada: reparações e costuras do traumático infantil

O trabalho pretende abordar “o infantil” através de experiências traumáticas vividas na infância, que irrompem os processos de subjetivação. Este trabalho expõe um caso clínico que ilustra o tema em questão. Em relação ao tema do infantil fazem referência principalmente às ideias de Guignard, e entendem que é um lugar psíquico onde reside a sexualidade infantil e a identidade, e é o ponto mais grave dos nossos afetos. No trabalho clínico, destacam os aportes de Bion e de Ferro, no que diz respeito à função da mente continente do analista, para alojar e digerir o terror sem nome dos pacientes com experiências traumáticas.

Palavras-chave: ABUSO SEXUAL / CASO CLÍNICO / HORA DA BRINCADEIRA / TERROR SEM NOME

 

Candidatos a descritor: O INFANTIL / MENTE FRAGMENTADA / MENTE CONTINENTE 

Bibliografía

Bion, W.  (2006). Volviendo a pensar. Buenos Aires, Argentina: Ediciones Hormé. 

Dickinson, E. (2011). Poema 937, en Oblicuidad en la luz. Valencia, España: Universitat de Valencia. 

Ferro, A. (1996). La sesión analítica: Emociones, relatos, transformaciones. Buenos Aires, Argentina: Lumen. 

Ferro, A. (1998). Técnicas de psicoanálisis infantil. Madrid, España: APM Biblioteca Nueva. 

Guignard, F. (2003). En el núcleo vivo de lo infantil. Reflexiones sobre la situación analítica. Madrid, España: APM Biblioteca Nueva. 

Rotemberg, H. (2020). El ser infantil. Presentado en el XLII Simposio virtual de APdeBA: Lo infantil en psicoanálisis: Ideas en juego en tiempos de pandemia, aislamiento social y estado de emergencia.  

Walsh, M. E. (1963). Canción del jardinero. Álbum Canciones para mirar.