Confieso que he leído
Haydeé Kohan, Editorial Dunken, 2022, 302 pp.
Desde las solapas del libro Confieso que he leído entendemos que el título alude tanto a lo que leyó y citó Sigmund Freud (cuya firma consta en la portada) como a lo que leyó la autora desde su adolescencia, ya que en la biblioteca de sus padres disponía de la obra de Freud (además de la de Tausk, Stekel, Le Bon, Otto Weininger y casi todos los libros citados en el texto, desde el Génesis hasta Ibsen). No así Homero, Sófocles o Platón, que aparecieron por inspiración del Dr. Mauricio Abadi y sus imperdibles e irrepetibles Seminarios sobre los clásicos. Se aclara que el orden de las citas no será por tomos de Freud sino por la secuencia histórica de los autores.
La autora hace un alto para referirse a Viena y a los 78 años que pasó Freud en ella (los Habsburgo, Luguer, Hitler) y también mencionar tanto a los maestros de Freud como a sus primeros discípulos. Según una colega, “es un libro para tenerlo a mano y recurrir a él cada vez que leemos a Freud”.
Hubo un recorrido por todos los textos freudianos, además de un cotejo con su versión original (Studien ausgabe conditio humana, Fisher, 1970) y una relecturadesde el Génesis hasta Balzac o Verne para sopesar qué parte del texto ampliado sería más estimulante para el colega-lector. Recordemos que las citas de Freud consisten a veces en dos palabras y otras veces en todo un cuento completo (Gradiva). Nos adentramos en la vida de la pujante Viena de 1860 que respira belleza y libertad, que es a la que llega Freud niño. Pasamos por la Viena que destila arte y ciencia (Klimt, Alban Berg, Hume, Leibnitz), y advenimos consternados a la última Viena, con Hitler en el palacio de Hofburg y con un Freud huyendo en silla de ruedas.
Las citas cronológicas comienzan con el Moisés, uno de los últimos trabajos de Freud, pero primero en la secuencia por fechas, ubicado en la historia de la humanidad en el remoto siglo XVII a. C. Fue comenzado en 1934, con la Bergasse 39 allanada y sus libros quemados por “no arios”. ¿Será por eso queFreud aduce en su escrito que Moisés no es un descendiente de Abraham sino un noble egipcio que debió huir al morir Amenhotep y logró que una tribu semita lo siguiera? Funcionario o patriarca, el verdadero contenido del Moisés es el triunfo de lo abstracto, de un Dios “invisible a los ojos”, conectado con el descubrimiento de la participación del varón en la gestación (invisible a los ojos).Al instalarse en Londres Freud reconoce cómo ha sido perseguido y puedeescribir a mano alzada un Compendio de toda su obra.
Seguimos con Homero y el sueño de avergonzamiento (tomo V), con Ulises arribando desnudo al país de los feacios, y en el cántico XI, escuchando decir al alma de Aquiles que preferiría ser un labriego y estar vivo y no un semidiós y estar muerto (De guerra y muerte).
Aparecen Sófocles y el Edipo, en que la autora (¡ya que no es solo un libro de citas!) coteja la saga del poeta de Colono con el Edipo de Freud. Afirma que se entiende mejor si lo completamos con el Edipo de Otto Weiininger, que habla del Complejo desde la madre como seductora, tal como aparece en Sófocles la madre-esposa Yocasta.
Recorremos Suetonio y el emperador Vespasiano (69 al 79, Vidas de los doce Césares), quien, siendo uno de los reyes que no fueron asesinados (junto con Augusto y Tito), al sentir que desfallece, exclama: “Me estoy transformando en dios”. Freud cita esto a raíz de Schreber y su endiosado padre.
Pasamos a la era actual, comenzando por Cervantes. Señala la autora una frase de Don Quijote a Sancho: “Ladran, Sancho, señal que cabalgamos”, frase que resume casi todo el Quijote.
Es decir, estamos transformando algo y eso molesta. Al avanzar-cabalgar fastidiamos a los demás (algo así como: “¿Qué mirás, bobo? Andá p’ayá”1).
Se menciona queFreud, gracias a haber leído el Quijote en español, puedefelicitar a Torres Ballesteros por su traducción de las Obras Completas (hasta 1923). También que Ben Gurión, Pushkin y Jefferson leyeron el Quijote enespañol.
Se recuerda que después de la Segunda Guerra comenzó a hablarse de Cervantes como judío (por su conocimiento del Tanaj). Eso permite a la autora reinstalar el tema de Freud y el judaísmo y la tendencia de Herr Profesor (lector del Libro en hebreo) de rehuir todo lo atinente al judaísmo salvo chistes y lapsus. Siendo que con tantas citas del Tanaj era imposible que Freud, que leía el hebreo, no pensara en Cervantes como converso.
De Shakespeare Freud cita la mitad de sus 36 obras, aunque hasta último momento insiste en que detrás de ese nombre se escondía “un gran desconocido”. La autora, en la vereda opuesta, cita infinidad de “pruebas” de la existencia del hombre Shakespeare.
Siguiendo cronológicamente, encontramos a Daniel De Foe. Está citado en Historia del movimiento psicoanalítico, cuando Freud habla de su magnífica soledad. Resulta una metáfora acertada tanto por la resistencia que despertó el descubrimiento del inconsciente, por cierto tiempo una “isla ignota”, como por el hecho de que Robinson utilizaba, de los barcos encallados, lo que era útil para su isla, tal como Freud acarreó en sus comienzos aspectos de la hipnosis, la sugestión y hasta los cuentos infantiles.
En Swift Freud explica que la civilización se basa en la renuncia a lo pulsional. En la obra de Swift el personaje Gulliver apaga un incendio en Lilliput con su chorro de orina. La autora agrega aspectos de los otros tres capítulos de Gullivery datos de la vida y obra de Swift, escritor que Borges define como “peleado con el género humano”.
La tercera parte versa sobre los autores franceses. Desde Voltaire, citado en El malestar en la cultura (con una sinopsis de su inigualable Cándido), hasta Proust, cuya lectura y citas constan en el diario de Marie Bonaparte. Proust es enfocado en sus reales aportes al psicoanálisis sobre el amor, el Edipo, la sublimación, el homoerotismo.
Siguen los autores germanos, comenzando por Goethe y su Fausto. Para resumir el texto se han consultado varias traducciones, y se presenta la que realizó Bunge en verso. Pero más que nada la autora intenta completar un vacío dejado por Freud respecto de Goethe. En tanto que Herr Profesor estudia la personalidad de Dostoyevsky (ebrio, pedófilo, bisexual) o Leonardo, no lo hace con la de Goethe, que varios autores, entre ellos Ortega y Gasset, consideran “un personaje sin personalidad, falso y sin códigos”. La autora, leyendo la vida y obra de Goethe, concluye que para Goethe, y desde niño, solo él mismo contaba y su obra magna era su propia persona. Debemos señalar esta omisión de un Freud tan sagaz y agudo. Recordemos al contrario cómo Mann, en su Carlota de Weimar, se asume como si fuera Goethe y “habla con su hijo August” diciendo de sí mismo: “No conozco ningún pecado que no haya podido cometer”.“La seducción por elpropio sexo pudiera ser considerada la enajenación de Narciso”… Hesse, en El lobo estepario, al ver un cuadro de Goethe de dos metros retocado y embellecido, “tiene un ataque de furia”.
Siguiendo con los poetas germanos, se menciona a Thomas Mann como el más sublime entre ellos, a pesar de su “poliédrica postura política”, que fue virando de acuerdo con quién ganaba la Guerra” (Thilmann).
Siguen tres autores: Dostoyevsky y su Karamazov (1820-1880), Wilde, con su imperdible “Fantasma” (1850-1900), e Ibsen (1828-1906).
En Ibsen se cuestiona el enfoque de Freud de la gobernanta Rebeca (1914), “fracasando ante el éxito”, aplicando la autora la segunda tópica y el concepto de Tánatos (1920).
Aquí y allá la autora se sale del plan e intercala informes que enriquecen el conjunto. Las notas al pie de página contienen ricos datos sobre bibliografía, artículos de los diarios de por lo menos los últimos diez años,“sobre los 63 escritores que le escribían los libros a Alejandro Dumas padre“. O la visita de Anatole France a Buenos Aires en 1910, dejando cuentas de restaurantes o sastrería para que las pagara el juez Llavallol, que lo invitó a residir en su palacio.
Se menciona que en 2021 se le quitaron las vendas a Amenothep II (1370), comprobando que su muerte no fue violenta. O que en Pompeya se hallaron bajo la lava comercios de comida para los viajeros, o que Schreber es reivindicado como autor del siglo XIX. También se habla de los hallazgos en Stratford-on-Avon respecto del padre de Shakespeare.
Asimismo, aparecen en la reseña relatos de óperas (La Traviata, film de Zeffireli). Otro film, El Ilusionista, inspirado en el suicidio del heredero Rodolfo de Habsburgo; el desenfreno sexual de los años 20 con Lulú, de Alban Berg; Muerte en Venecia (Visconti); La vuelta al mundo en 80 días, con los inolvidables David Niven y Charles Boyer.
El texto contiene una bibliografía que da cuenta de los libros citados (histórica).Le sigue una bibliografía alfabética que nos lleva de Mauricio Abadi y Borges, pasando por Churchill (la Guerra del 39), Hitler (Mein Kampf), Nabocov y sus clases de literatura hasta Young Breul (Anna Freud). Un apéndice nos acerca las edades, el lugar de nacimiento y fallecimiento de cada autor, sus precursores y sus discípulos.