CÓMO VEO EL PROBLEMA
Comentario a la exposición de Fernanda Magallanes
Marcelo Toyos1
Es siempre un desafío intercambiar pareceres con Fernanda Magallanes, quien nos convoca a repensar los fundamentos del psicoanálisis, sus conceptos teóricos básicos y, especialmente, su praxis. Un desafío que asumo con mucho gusto porque es bienvenida toda oportunidad de reflexión sobre el psicoanálisis y las condiciones de su trasmisión.
En esta oportunidad, a propósito de una nueva presentación suya acerca de cuestiones que, de manera muy documentada y muy seria, viene investigando desde tiempo atrás.2 Un tema que encuentro muy relacionado con lo que, hace tiempo también, llamé “el asunto sexual freudiano”.
Esta denominación surge del epígrafe al historial de Isabel de R. Allí Freud sale al encuentro de críticas que desde la Academia recibe sobre su modo de escribir historiales clínicos: “Se parecen a novelas, son escritos literarios más que científicos”, dicen sus colegas. “Obedece a la naturaleza del asunto que estudio”, les responde Freud, precisamente en sus Estudios sobre la histeria.
Este trabajo de Fernanda viene enmarcado por significantes muy fuertes de la época como “feminismos”, igualdad de derechos, movimientos identitarios, entre tantos otros indicadores de las saludables revueltas sociales y culturales que distinguen a nuestro tiempo.
Fernanda Magallanes propone que la herramienta psicoanalítica debe ser revisada en sus fundamentos para que podamos entender y ayudar a estas nuevas subjetividades. O quizá no tan nuevas, en la medida en que el closet se abrió para mostrar lo que existía sojuzgado y violentado desde mucho tiempo antes.
Estamos de acuerdo en ese punto, aunque con una salvedad: dicha revisión depende de cada psicoanalista, de su forma de entender y practicar el psicoanálisis, mucho más que de una supuesta teoría unificada o unificable, reformada, corregida y aumentada.
No podemos descartar que haya psicoanalistas que aún hoy hagan una lectura de las presentaciones de la clínica con el sesgo de un binarismo ingenuo, de una certeza acerca de lo que decimos cuando usamos el par “masculino-femenino”, como si se tratara de una evidencia empírica.
Tampoco se pueden discutir las características “patriarcales” de Sigmund Freud y de tantos de sus seguidores y discípulos eminentes. De allí a considerar al psicoanálisis como “hétero-normativo” hay un salto epistemológico que debe ser advertido y considerado a la luz de las lecturas del texto freudiano que estamos obligados a hacer como psicoanalistas de cada tiempo histórico.
A propósito, ya en 1966 Lacan les advertía a sus alumnos: “[…] en Freud se habla de todo, de actividad, de pasividad, de todas las polaridades que quieran, pero nunca de masculino-femenino, porque no es una polaridad y porque además, como no es una polaridad, es completamente inútil hablar de esa diferencia” (Seminario XIII, El objeto del psicoanálisis).
Entonces, comparto la preocupación de Fernanda sobre la “orientación” que ha seguido el psicoanálisis, pero no creo que se trate de revisar sus fundamentos freudianos sino de seguir volviendo a ellos, para estar un poco más a la altura –entre tantas cosas– del Eros que depositó en nuestras manos.
Una necesidad de cambio de rumbo en este sentido ha sido señalada por Jean Allouch hace ya más de un cuarto de siglo (El psicoanálisis, una erotología de pasaje, Litoral, 1998). En ese texto ya señalaba queel psicoanálisis se practica siguiendo el vector goce-deseo, o bien placer (versión atemperada del goce sexual) -realidad, en otro esquema referencial. ¿No nos hemos desentendido del camino inverso, el de un deseo irremediablemente imposible, que da lugar al goce o a los goces de un sujeto? Deberíamos ser expertos en eso, en el asunto sexual del goce, ya que trabajamos con la transferencia y con el síntoma, nuestros instrumentos de la cura en los que el sujeto goza.
Y aquí son pertinentes algunas preguntas: ¿Cómo ve el problema del impedimento de pensar el síntoma en los trabajos de los “gay and lesbians studies” y, en general, en las propuestas de todos los actores políticos y teóricos del movimiento LGTBQ+? ¿Acaso es una posición erotopolítica que se basa en “certidumbres identitarias” (Roudinesco) que con el tiempo podrán ser cuestionadas, a su vez? ¿Acaso se trata de un acceso a modos de gozar más allá del síntoma?
Narrativa
El psicoanálisis ha dado lugar a numerosas narrativas, en alguna medida dependientes de los colectivos epistémicos que se suelen llamar “escuelas”. Tales desarrollos, también denominados “teorías”, son más o menos ambiciosos y siempre descuidan, en cierta medida, aquella advertencia freudiana sobre la tentación de las cosmovisiones psicoanalíticas.
Toda narrativa parte de supuestos teóricos más o menos complejos. Cuando ellos adquieren determinada organización y coherencia interna y fundan un campo con cierta autonomía, con límites que se pueden trazar, con una fecundidad en la generación de saber, una poiesis epistémica digamos, podemos denominar a esos supuestos “mitos”, siguiendo obviamente la concepción levistraussiana de estos relatos fundadores.
Lo que Fernanda Magallanes denomina “narrativa edípica” es, sin duda, la más consistente y popular de las mitologías psicoanalíticas. Hay otras, por ejemplo la metapsicología que Freud llamara “nuestra bruja” en varias ocasiones, pero también Narciso, el padre totémico, incluso el mismísimo “Tánatos” al que Lacan calificara como “fábula freudiana”.
Lo que Agamben llama “historia” es el producto de un peculiar cruce entre lo heredado por medio de la lengua en que cada sujeto es introducido y las elaboraciones subjetivas posibles a partir de los acontecimientos traumáticos singulares (es decir, los cruces entre lo semiótico y lo semántico, según lo toma de Benveniste). Es en el campo de la clínica donde cada analista aprende que su tarea es la de desmontar narrativas. Para eso debe comenzar por hacerlo con las suyas propias.
Dice Fernanda: “La trama edípica se convirtió en […] la narrativa inconsciente por excelencia con la que un psicoanalista interpreta”. Creo que a este problema se refería Borges, alarmando a los que lo escuchábamos ofendidísimos, cuando definió nuestro querido psicoanálisis como “la rama erótica de la literatura fantástica”.
“El analista puede llegar a describir un cuerpo como abyecto o no inteligible para reafirmar su propia existencia como psicoanalista”, agrega más adelante. Si aceptáramos esto: ¿Cómo asume así un analista la herencia freudiana del descubrimiento del cuerpo erógeno? Primer cuerpo disidente: ¿Cómo puede una disciplina fundada en el develamiento del inconsciente rechazar lo que llamamos “salir del closet”?
Comparte con Preciado y con Roudinesco que la salida a este problema consistiría en “crear nuevos mitos” y allí creo que Fernanda advierte el riesgo de impulsar nuevas cosmovisiones: “NO sostengo (sic) que la creación de una nueva trama o narrativa pueda representar a todos los cuerpos […]”. (Las mayúsculas son mías). Se inclina por el Edipo “abyecto” y su errancia final en Colono antes que por el de Tebas, el más oficial para el psicoanálisis.
Yo creo que en el fondo es más bien simple la cosa: no hay analista si no hay escucha de cualquier singularidad, más allá del principio del placer que otorgan las teorías.
Termino esta parte con otra pregunta: ¿Cómo evitamos la cosmovisión en esta nueva narrativa? ¿No estamos suponiendo un Otro del Otro para el discurso psicoanalítico, un garante de omnicomprensión?
La función social del psicoanálisis “hospitalidad”
El psicoanálisis en tanto disciplina del sujeto se funda en una discursividad que trata de discernir la paradoja del inconsciente, es decir, la necesidad de las palabras para transmitir lo intransmisible. O de las narrativas, como dijimos, para prescindir de ellas en el momento oportuno, el preciso momento de apertura del inconsciente. En tal sentido, no tiene función social alguna. En rigor, no tiene función alguna que no sea la que pueda cumplir para tal sujeto.
Esto no quiere decir que la “inteligibilidad” del psicoanálisis, el psicoanálisis inteligible que ha requerido la cultura, no opere sobre los otros discursos y sobre la dinámica de las sociedades. Antes bien, en las grandes “revoluciones de la cultura” se deja ver su estilo, como decía Lacan, siempre que tengamos la oportunidad de expresarnos. Es mucho más el aporte que el psicoanálisis ha hecho para la liberación de las subjetividades que la coerción que ciertas prácticas de ciertos analistas han podido provocar.
Si la disciplina psicoanálisis no tiene ninguna función social, no ha de decirse lo mismo de las comunidades de analistas, de sus instituciones. Inscriptas en un tiempo y un espacio políticos, por acción o por omisión, tienen una incidencia social. Es un problema de los analistas hacer que esta incidencia vaya en el sentido que quiere Fernanda Magallanes y que comparto en un todo (tomo como ejemplo reciente el comunicado de APdeBA sobre un polémico cierre de salas en el hospital Melchor Romero).
Pienso que el desarrollo de las ideas psicoanalíticas, por cierto muy alejadas de los determinantes epocales de la obra freudiana y mucho menos de sus fundamentos, nos dan elementos suficientes para reformulaciones necesarias. Delimitan un campo, no puede ser de otra manera. Usan herramientas conceptuales específicas, sin ellas el campo pasaría a ser el del vecino y no el nuestro.
Eros y la política (en conclusión)
La polémica histórica del movimiento feminista entre su lucha por la igualdad de derechos y la relación con los movimientos derivados de las identidades sexuales, entre la política tradicional y la erotopolítica (FM) no puede ser ignorada por los psicoanalistas, que deben estar a la altura de la subjetividad de su época. Esto no implica que deban modificar sus herramientas, en tanto no se modifica su uso: escuchar la singularidad del deseo de cada sujeto o movimiento de sujetos, liberar en la medida de lo posible las ataduras nocivas de sus fijaciones de goce, hacer más transitables aquellas que son constitutivas. En suma, poner en funcionamiento lo que Lacan llamó deseo del analista. Y lo que yo llamaría caída de las narrativas que lo coercionan, dando lugar a la trasmisión de su estilo de sujeto intransferible.