Comentario al trabajo de Rotraut De Clerck

Alicia Killner 1

Es a partir de la pregunta inicial acerca de qué lugar ocupa la sexualidad hoy en los análisis didácticos y en los casos en supervisión que nuestra colega Rotraut De Clerk, analista didacta que realiza su práctica en Frankfurt, amplía el espectro para volver a un tema que aún aparentando una posible “extinción» mantiene su total vigencia freudiana. 

Como dice Carlos Basch en su artículo publicado en La época:

Desde el inicio de su experiencia, Freud caracterizó lo sexual, más allá de lo referido al cuerpo biológico, como aquello subyacente a las formaciones sintomáticas que se producen allí donde falla el saber, al límite de la concatenación asociativa, donde pulsa repetitivamente una diferencia irreductible a lo representable. Ahora bien, no por ello lo sexual en psicoanálisis es reductible a una construcción discursiva; la clínica pone de relieve más bien la insuficiencia de la mera alternativa dicotómica (o bien la anatomía, o bien la determinación cultural por vía discursiva) para dar cuenta de la sexualidad en el ser hablante.

En qué sentido “la sexualidad” en la que Freud, sobre todo a partir de Tres ensayos para una teoría sexual, hace de pívot de su teoría para darle en su recorrido escriturario un desarrollo cada vez mayor es lo mismo que llamamos sexo, o incluso pornografía, o apatía sexual o discurso de género. Cuál inequivalencia existe entre estos términos es el camino que la autora va recorriendo laboriosamente para despejar cada uno de sus campos. 

Es cierto que de algún modo se ha operado un corrimiento en lo que a la sexualidad atañe, ya nadie parece tanto cuestionarse o discutir las prácticas sexuales, últimamente tan escindidas del fenómeno amoroso, tan degradadas, como diría Freud, que las coloca casi en un lugar antitético. Pareciera que por una pirueta del destino, o de la época, el amor está bajo la barra de la represión más que el sexo (comoquiera que se lo signifique).

Es un hecho que, hoy, hablar de sexo parece poco pertinente y el acento se pone sobre el tema de las diversidades identitarias. A la sigla LBGTQ+ que nombra un listado que se va elongando cada vez y confunde elecciones con autopercepciones, pero que al menos se asocian dentro de lo que se ha dado en llamar el campo de lo que se denomina queer y que, como dice Enrique Torres en su artículo de La Época, siempre hay que agregarle una sigla más, dado que nunca todo ello podrá decirlo todo. 

Casi sin quererlo De Clerk plantea de entrada qué articulación es posible pensar entre lo que ella cita como disforia de género (término que, al menos en nuestro país, no está legalmente permitido utilizar para los casos de autopercepción de un género diferenciado de los que dicta lo biológico), para decir que tal vez, me permito anotar, no es de identidad en todo caso de lo que Freud se ocupa allí, por tomar un texto breve pero fundamental, como es La organización genital infantil, sino de, en todo caso, identificaciones que, claramente aunque puedan parecerse, resultan términos casi antitéticos. La identidad es algo que ocurre en el Yo con el sí mismo; por lo contrario, la identificación siempre pasa necesariamente por el otro. 

La organización genital infantil, de 1923, como Freud plantea en el título mismo, es una suerte de ironía, o incluso de oxímoron, ¿puede ser la sexualidad genital y al mismo tiempo también infantil? La respuesta es que sí, puede, porque la sexualidad humana precisa de una organización, de un ordenamiento, y que en cierta culminación edípica ese orden puede estar, o directamente está, según la conclusión acerca de la primacía fálica, dictada por el falo, si es que tomamos la precaución de no hacerlo coincidir con el pene. Y, si bien el pene puede ser una zona altamente erotizada en el niño, en ese momento de realización genital infantil lo que se instaura es una diferencia que se asume en lo simbólico. El falo, cuyas equivalencias en Freud son bien estudiadas (heces, regalo, dinero, falo, niño), es esa posibilidad de hacer al falo intercambiable, aunque no sea exactamente equivalente, lo convierte más allá de su condición de órgano en un símbolo.             

¿La proliferación actual de los géneros es nuestra sexualidad freudiana retranscripta en el lenguaje del siglo XXI? ¿Es la apatía sexual de los japoneses, a la que hace referencia Rotraut De Clerk, la nueva forma de lo imposible de la relación sexual?, ¿es la proliferación de imágenes altamente cargadas de connotación erótica que paradojalmente produce más una caída del deseo sexual que un incremento? 

Como tenemos una lectura de la obra freudiana está claro que la pulsión (como concepto)  presenta un costado oscuro, un punto necesariamente imposible, de eso que no habla sino por el lenguaje de un síntoma que la obtura. Puede hablarse de “lo sexual”, pueden contarse en ese plano hazañas o penurias, exageraciones o impotencias, pero eso sucede por efecto de un objeto del que la pulsión carece como especificidad, y será esa carencia la que da lugar al surgimiento del deseo y de todo su despliegue fantasmático. O para decirlo de otro modo: es el duelo por la pérdida de ese objeto que no hay que hace a las condiciones de producción donde podemos situar la genuina sexualidad freudiana. Una sexualidad que no es propia de “la anatomía es destino” sino una suerte de su contrario, la anatomía es un real, con el cual cada sujeto hace lo que puede para anudarse a un deseo que le permita tomar posición frente al otro que desde el lugar de partenaire lo interroga, le plantea el misterio de develarse a sí mismo como objeto con un resto de angustia muchas veces insoportable. 

Las revoluciones sexuales, desde Freud hasta nuestro tiempo, pueden registrarse al menos dos (de adelante hacia atrás): el cuestionamiento de los géneros como construcción cultural, y en los años 60 la liberación de ciertos tabúes sociales impuestos sobre el tema de lo sexual, aquello que se llamó “la revolución sexual” que permitió, entre otras cuestiones, acceder a las mujeres a la sexualidad por fuera del matrimonio.   

Ahora bien, ¿es que todos esos cambios nos obligan a pensar diferente respecto de la pulsión, o incluso de la neurosis? ¿O acaso no sabemos, como bien lo afirma la autora, que la histeria siempre habrá de apropiarse de los significantes que la época le ofrezca? Hablar o no hablar de sexo implica una posición en la que asumimos que la sexualidad va más allá de lo que dice, y también más acá. Siempre se cuela por los intersticios de un lenguaje que cuanto más pretende darle libertad más logra hacerla callar. 

Una nota interesante que subrayaría, lo que De Clerk plantea respecto de la reminiscencia de dos de sus supervisiones de control, una con una feminista, otra con un sujeto patriarcal. La analista mujer pregunta si ella cree que anatomía es destino. ¿Cómo leemos esa paráfrasis de Napoleón, en la que la geografía era destino, y Freud toma como tropo del lenguaje, y cómo escucharíamos hoy a un hombre interpretando que una mujer que no tiene un escote bien pronunciado es alguien que rechaza su feminidad? Si bien hay demasiada agua bajo el puente, las ocurrencias de ambos convergiendo sobre la joven analista complicada frente a algún obstáculo en su clínica, nos producen cierta perplejidad, ¿Podemos realmente dar cuenta del todo del misterio de lo real del cuerpo, y no es acaso ese real, pongamos por caso un pecho no muy prominente, algo que pueda interpretarse como rechazo de lo femenino? 

Recomendamos seguir por el camino de De Clerk, por las fantasías de Dora y más tarde el pasaje por el paradigmático ejemplo de fantasma que propone Freud en Pegan a un niño, para ir delimitando esa práctica freudiana, que va más por la vía de la fantasía que por la denodada búsqueda del trauma temprano, camino más genuinamente psicoanalítico, al que la autora nos convoca. 

1 alicia.killner@gmail.com. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.