Ante un exhorto al psicoanálisis
Comentario a la exposición de Fernanda Magallanes
Alejandra Vertzner Marucco1
El psicoanálisis ha evolucionado durante más de un siglo. Incluso las ideas de Freud, expresadas en una obra completa profusa y compleja, son objeto de permanente revisión y articulación con ideas de psicoanalistas que lo sucedieron hasta la actualidad. Dentro de ese marco podrían pensarse las investigaciones de Fernanda Magallanes y su exhorto a revisar ciertos conceptos. Es importante repensar las ideas fundacionales, pero polemizar con los conceptos del psicoanálisis como si no se tratara de un campo conceptual en permanente transformación, habida cuenta de su anclaje en una clínica que demanda constante actualización; conlleva el riesgo de tomar la parte por el todo.
En este sentido me parece un poco parcial el modo como la autora alude, junto con Monique Wittig, a que el psicoanálisis funcionaría como un dispositivo heterocentrado que instaura heteronormas en materia de sexo, género y filiación: “La ideología de la diferencia de los sexos opera en nuestra cultura como una censura, dado que oculta la posición que existe en el plano social entre los hombres y las mujeres bajo una causalidad natural; masculino/femenino, macho/hembra son categorías que se utilizan para disimular el hecho de que las diferencias sociales dependen siempre de un orden económico, político e ideológico”. Por su parte Gayle Rubin concibe las interpretaciones del psicoanálisis como parte de un dispositivo de tecnologías que reconfiguran el cuerpo y las relaciones entre los sujetos en un marco histórico y cultural concreto, desvelando el sentido político del sexo, denunciando los dispositivos de normalización sexual y reivindicando las sexualidades periféricas como formas culturales legítimas que además tienen efectos políticos contra la “distribución de respetabilidades” sexuales. Entiendo que en este sentido Fernanda Magallanes alude a lo erotopolítico y al masoquismo erotopolítico; partiendo de los planteos freudianos sobre el masoquismo erógeno como placer en el dolor, esa búsqueda repetitiva que genera un exceso, se refiere al dolor que la cultura inflige con sus mandatos, imposiciones, engramas, ideales repetitivos y tendencias culturales destructivas.
Conviene recordar que el deseo del sujeto no es algo colectivizable. Mientras el discurso político intenta hacer funcionar un “para todos”, el discurso del psicoanálisis apunta justamente a lo imposible de universalizar. Si la política apunta a regular los modos de goce de los sujetos (de ahí el malestar social en lo colectivo, y el síntoma a nivel individual), en todo caso la política del psicoanálisis es cambiar algo de la economía del goce sin pretender gobernarlo, sino elucidarlo.
Fernanda Magallanes en este escrito toma las ideas de Judith Butler en Cuerpos que importan y otras teóricas queer, que analizan el concepto de cuerpo como construcción social-cultural, producto de técnicas biopolíticas, de tecnologías de la matriz sexo/género, del discurso médico, la biología, la ciencia, el psicoanálisis entre ellas, que “enhuellan” como dice Fernanda Magallanes, y en cierto modo “entrampan” al sujeto en una exterioridad sobre sí mismo.
En este sentido Butler y Fernanda Magallanes consideran que todo aquello que queda por fuera de la diferencia sexual y de la heteronormatividad sería considerado abyecto, vil, despreciable, o bien invisibilizado como impensable. Creo que es muy importante considerar la diversidad que complejiza la mirada y vuelve pensable lo impensado y perceptible lo desconocido. Pero no estoy de acuerdo en que en ninguna parte de la obra freudiana se conciba la trama edípica como un modelo de legitimación de algunos cuerpos, mientras otros resultan abyectos, expulsados de los límites de inteligibilidad del aparato social. Mucho menos estoy de acuerdo en que“el precio de convertirse en cuerpo en la cultura es adscribirse a un orden androcrático que la trama edípica caracteriza”.
Fernanda Magallanes sostiene que “para cambiar el estatuto de no representabilidad de ciertos cuerpos que hoy aparecen como ‘preedípicos’ o difíciles para la clínica en tanto ‘no pertenecen al complejo de Edipo’, es necesario pensar sobre Edipo más allá del entramado narrativo que Freud tejió, y plantearnos la posibilidad de desmantelar este concepto como central del psicoanálisis para hablar de nuevas formas de narratividad del cuerpo”. Una cosa es que la cultura, o el discurso de la ciencia, incluido el psicoanálisis, deba revisar sus mitos y sus metáforas para ampliar su potencia explicativa, o cambiarlas por otras que lo hagan mejor; y otra cosa es pensar que el Edipo, o lo preedípico, o el concepto de lo irrepresentable, lo que queda por fuera del lenguaje en el psiquismo del sujeto, lo arcaico, aludan solo a marcas culturales, y a su vez que éstas se reduzcan a engramas de poder. Creo que habría en esto varias simplificaciones concurrentes, que reducen una complejidad irreductible: la constitución del psiquismo, o del sujeto psíquico, está “marcada” por la pulsión y el encuentro primario con el objeto, con el otro, sus pulsiones, y sus mensajes sexuales siempre enigmáticos (porque son inconscientes también para aquel que los emite), que es portador a su vez de los mensajes del Otro de la cultura. Esa es la dialéctica entre la pulsión y el objeto mediante la cual el entramado pulsional, erótico y tanático, funda y deja huella en el psiquismo a través de las identificaciones primarias pasivas, y las identificaciones activas que se despliegan en el Edipo.
La complejidad del complejo de Edipo (valga la redundancia) no puede ser reducida. El de Edipo mismo, en todo caso, habría sido el primer cuerpo abyecto: su nombre, Edipo, significa el de los pies hinchados; porque su padre, Layo, le perforó los tobillos y se los ató antes de abandonarlo en una montaña, porque había recibido una profecía del oráculo que decía que su propio hijo lo mataría. En los términos de Fernanda Magallanes: ¿el sadismo erotopolítico del rey que no quería ser destronado lastimó su cuerpo por temor al destino? ¿Es el sadismo del objeto, en todo caso, lo que inaugura la pulsión de muerte en el sujeto, así como su erotismo inaugura las zonas erógenas y el entramado pulsional?
Para el psicoanálisis el cuerpo no es un dato natural o biológico sino una construcción imaginaria. La sexualidad tampoco es un hecho natural, sino una sexualidad polimorfa, acéfala, sin sentido, sin garantía de complementariedad ni de armonía. En lo que insiste precisamente el psicoanálisis es en ese desencuentro radical entre un cuerpo aparentemente sexuado de forma clara (genitales masculinos o femeninos) y la imposibilidad de encontrar un saber, un lugar seguro y armónico respecto de la sexualidad.
No estoy de acuerdo con que el Edipo es “la narrativa inconsciente por excelencia con que el analista interpreta”. Usar de este modo este, como cualquier otro concepto, sería una deformación de la tarea terapéutica del psicoanálisis en ideología, un presupuesto a priori a la experiencia clínica que impide la escucha. Debemos repensar el Edipo, ver de qué modo se considera la conflictiva más allá de las neurosis. El mito de Edipo, como el de Narciso, como la teoría de las pulsiones, tienen potencia explicativa como instrumentos o herramientas conceptuales, pero no deben eclipsar al sujeto, ni a su singularidad.
Eros entra en juego no sólo como metáfora de la tendencia a la ligadura. Eros es pulsión. Y el concepto de pulsión es una noción psicoanalítica esencial, porque va más allá del instinto en tanto importa la fantasía y su capacidad para diseñar en toda la superficie del cuerpo una cartografía singular de “zonas erógenas” producidas en el encuentro sexualizante con otro humano, que no necesariamente coinciden con el cuerpo biológico.
Freud señaló ya en 1925 que todos los individuos humanos, a consecuencia de su disposición (constitucional) bisexual y de la herencia cruzada, reúnen en sí caracteres masculinos y femeninos, de suerte que la masculinidad y feminidad puras siguen siendo construcciones teóricas de contenido incierto. Por eso llama mi atención que en este exhorto de Fernanda no se mencionen otros conceptos freudianos que complejizan la cuestión, y son también apenas metáforas, modelizaciones, de algo que las excede en su potencia explicativa: el narcisismo, la sexualidad infantil polimorfa, la bisexualidad psíquica, los aspectos ambivalentes del complejo de Edipo completo, la plena vigencia de mociones eróticas hetero y homosexuales en todo sujeto, la creación del fenómeno del doble como aquel retorno siniestro de lo abyecto en el sujeto, etcétera.
Se habla del psicoanálisis y sus impasses, lo cual está muy bien. Es imperioso pensar acerca de eso. Fernanda Magallanes recorre con idoneidad la evolución de las concepciones del propio Freud sobre Eros y Edipo, y algunos de los debates con sus discípulos y detractores. Cabe considerar también los desarrollos del psicoanálisis post freudiano teórico y clínico en sus diversos esquemas referenciales, y del psicoanálisis contemporáneo, que no solo aportó otros modos de concebir el Edipo en relación con las neurosis, sino también en el trabajo más allá de las neurosis. Hay todo un rico campo conceptual que permite acceder a la conflictiva narcisista, los trastornos psicóticos, los trastornos límites, los problemas del acto y la impulsividad, la violencia, etc. Si esto tiene efectos políticos, como todo lo humano, también tiene como principal fin contribuir a mitigar el sufrimiento humano y desplegar las posibilidades humanas de crear, amar y trabajar.