Amor. Un enigma radical
Hugo Lerner (Compilador), Lugar Editorial, 2023,200 pp-
El empuje para publicar este libro germinó en varios sembradíos. En principio, en el atravesamiento de la pandemia que tanto nos encerró y nos alejó de nuestros vínculos, surgió mi deseo de dictar un curso virtual sobre el amor para el cual convoqué a colegas pertenecientes a diversas parroquias. Cada vez más tengo la firme convicción de que el psicoanálisis está habitado por varias lenguas, por lo tanto, me resultaba imperioso que estuvieran presentes la mayor cantidad de afiliaciones teóricas, en un derrotero que pretende ser abierto e indagador. Como “hijo” de este curso nació este libro. ¿Qué me llevó a querer abordar un tema, que, si bien es tan central para el psicoanálisis, nunca lo había visitado de manera específica? Como inteligentemente me ha comentado Juan Carlos Volnovich, el inconsciente nos juega “estas pasadas sorpresivas”, y la ruptura o alejamiento de mis lazos sociales durante el aislamiento no deja de tener un peso específico importante en la elección del proyecto. Ya transcurridos dos años de la “peste” que nos envolvió, hablar acerca del amor resultaba una forma de elaborar las angustias y convulsiones que nos dejaba como sedimento tanto temor frente a la enfermedad y a la muerte y también se instalaba una pregunta: ¿volveríamos a recuperar los vínculos extraviados y alejados?
Freud en El malestar en la cultura nos señaló tres causas principales del sufrimiento del ser humano: 1) problemas o limitaciones físicas; 2) catástrofes naturales, y 3) nuestras relaciones con otros seres humanos. “Desde tres lados amenaza el sufrimiento; desde el cuerpo propio, que, destinado a la ruina y a la disolución, no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma; desde el mundo exterior, que puede abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes, despiadadas, destructoras; por fin, desde los vínculos con otros seres humanos” (Freud, 1930, p. 76).
La pandemia nos atravesó por primera vez en nuestras vidas con las tres causas de sufrimiento. Problemas físicos, en quienes han padecido Covid, catástrofes naturales: la aparición del virus a nivel global y por último las relaciones con otros seres humanos: hemos podido comprobar cómo se han roto lazos sociales y que aún en la actualidad cuesta recomponer.
Indudablemente Freud siempre ha sido un predictor brillante.
El común denominador de los textos que habitan este libro obviamente habla sobre el amor, recorridos por todos los autores desde un psicoanálisis actual, con prácticas reales.
Hemos incluido en este libro muchas ideas surgidas en las clases de dicho curso, con modificaciones y correcciones, pero además nuestro deseo de publicar este texto se vio estimulado al revisitar y reelaborar diferentes escritos de diversos autores que tienen resonancia con los temas centrales aquí desarrollados. Todas las cuestiones que aquí traemos provienen de interrogaciones y cuestionamientos que nos han convocado en las clases que cada uno ha desplegado.
Me gusta la expresión de Derrida (2003): “ser amigo del psicoanálisis”. Amigo es quien tiene la libertad de una alianza, un compromiso sin carácter institucional. El amigo mantiene la reserva o la distancia necesarias para la crítica, la discusión, el cuestionamiento. Es aquel que aprueba, afirma, confirma la necesidad ineludible del psicoanálisis –es decir, ante todo, de su porvenir– pero que también se interesa por la índole problemática, en ocasiones artificial, artefáctica, por tanto, deconstructible (según palabras de Derrida) de las relaciones entre la teoría y la practica, entre la necesidad de saber y su inscripción institucional. Amigo del psicoanálisis es quien puede criticar y reprobar algunas posiciones, discutirle, “enojarse” con él, pero siempre vuelve a abrazarlo con pasión. Siguiendo esta línea de pensamiento, todos nosotros transitamos ya una larga relación de amistad con la teoría y la práctica psicoanalíticas.
Nuestra ambición es generar espacios de reflexión acerca de los temas que aquí desplegamos. Pretendemos suscitar discusiones y aperturas sobre un tema tan central en nuestras discusiones teóricas como en nuestras prácticas, como es el amor.
Tenemos una intención central: que este libro resulte lo más abierto posible, y se aleje de las convicciones de parroquia, de las certezas de kioscos custodiados en muchos grupos psicoanalíticos. Hemos recurrido a muchas teorías, a muchos autores, pero no para repetir sus textos en forma partidaria, como verdades reveladas. Es nuestro deseo recrear a los autores, revisitarlos y que cada lector los haga suyos como una creación propia. (Esta pretensión tiene una fuerte impronta winnicotiana).
El discurso hermético e impenetrable muchas veces seduce, pero no siempre tiene sustancia. Como decía Castoriadis, pensar no significa ser hermético. Aristóteles y Hegel son difíciles, afirmaba, pero no herméticos. Se puede pensar y escribir con un lenguaje accesible. Anhelamos que nuestro estilo sea comprensible y claro.
Nuestro afán es caminar con Freud (y no solo con él), pero cuestionándolo y a la vez –como dice Roudinesco– ser contestatario con respecto a Freud y (agrego yo) a todos los autores; ser contestatario en el sentido de no quedar sumisamente pegado a su letra. A veces percibo en algunos congresos o reuniones científicas que se cae en repeticiones “eruditas” que no llegan a desentrañar qué es lo que expresaron muchos teóricos.
Roudinesco (2000) propuso al respecto una frase interesante: el pensamiento de la insumisión. El asunto no es “someterse” a todos los que nos han dejado un legado importante sino discutir con ellos, debatir y dialogar.
Este libro pretende mostrar cómo un grupo de psicoanalistas permanece fiel a conceptos que funcionan como vértebras del psicoanálisis, pero no duda en cuestionar lo “sabido”.
Nuestra identidad profesional se va construyendo e integrando a nuestro Yo. Como dice Aulagnier (1977), el Yo es el que redacta el “compromiso identificatorio”, y si algunas de sus cláusulas deben permanecer inalteradas, otras tendrán que modificarse para que se garantice “el devenir de esa instancia”. “Podría parafrasear a Freud –nos dirá Aulagnier– y añadir que el principio de permanencia y el principio de cambio son los dos principios que rigen el funcionamiento identificatorio”. Idealmente, nuestra identidad profesional debería seguir esta modalidad de funcionamiento; lo contrario acarrea el peligro de convertirnos en eruditos a veces, exégetas otras, custodios de tesoros antiguos. Una manera que nos preservaría de convertirnos en caracterópatas profesionales sería seguir por un lado a Aulagnier, con su propuesta de apertura al cambio, y por el otro a Winnicott, con su concepto de juego y creatividad. Me parece que ambos autores plantean una fuerte oposición a las cláusulas de cierre que impiden la emergencia de lo nuevo, el cambio, en última instancia lo que hace que un proceso, una identidad, se mueva y viva.
Este libro apunta a mostrar que los psicoanalistas aceptamos el reto de seguir navegando con tenacidad como tripulantes de un barco que muchas veces se lo siente al borde del naufragio pero sigue flotando con rumbo seguro. Convoqué a los autores para que escribieran sobre cómo piensan el amor, tema teórico-clínico que nos atraviesa y nos abastece de interrogantes.
La elección de los colegas que me acompañan en esta aventura, que siempre es publicar ideas, surgió después de muchos diálogos, discusiones, lecturas de trabajos que me hicieron pensar que, aunque tengamos diferentes posturas teóricas, compartimos un proyecto psicoanalítico similar. Un proyecto que incluye la indagación constante como método, el no sometimiento a las teorías de turno, el posicionarse con apasionamiento ante nuestra disciplina, y principalmente el interés por la clínica y por nuestros pacientes.
Me interesa y me apasiona un psicoanálisis abierto que trate de responder a las mudanzas que los contextos cambiantes le demandan. No me interesa el psicoanálisis que convierte a muchos colegas en exégetas de alguna teoría. Debemos atrevernos a navegar por los múltiples cauces que el psicoanálisis tiene abiertos hoy día, y que la obra del autor preferido solo sea un río más dentro de este delta. Así, será con toda seguridad más fructífero el psicoanálisis que cada uno construya y lleve a su práctica. Balint hablaba de la “teoría maleta”, aludiendo a que en ella uno solo encuentra lo que ha puesto. Hoy en día, para emprender un viaje por la práctica psicoanalítica debemos poner muchas cosas en nuestra maleta, pues nunca sabremos con qué clima nos encontraremos.
El psicoanálisis no está muerto, como muchos agoreros afirman; para mí goza de buena salud en tanto sigue produciendo discusiones, explicaciones, ayuda en los pacientes que nos convocan. El psicoanálisis está muerto para aquellos colegas que suponen un psicoanálisis congelado, no dinámico, alejado del contexto de su práctica y que no contempla los cambios que la contemporaneidad, con todo el peso social que presupone, provoca en la producción de la subjetividad.
En nuestra época debemos comprometernos a pensar nuestra disciplina de una manera que rompa con las categorizaciones establecidas y con los sentidos y significados congelados; así cultivaremos un psicoanálisis vivo y siempre actual.
Tengo la convicción de que debemos ser recursivos, mover al psicoanálisis, no dejarlo quieto, pensarlo y repensarlo. Continuar cada día la labor de una elucidación sin término. Esta actitud lúdica y creativa es la que sostendrá frente a los agoreros la vigencia y la vitalidad de nuestra disciplina. Debemos insistir en nuestros gestos espontáneos (Winnicott, 1971) y en nuestra creatividad práctica y así alejarnos del peligro de ser repetidores en vez de creadores. Debemos insistir en poder hablar de lo no hablado, o, parafraseando a Bollas (1987), en hablar de lo sabido y no pensado, e intentar que entre los colegas podamos jugar entre todos (en el más fiel sentido winnicottiano).
El objetivo de este libro apunta a que dialoguemos sobre el amor, sobre nuestro psicoanálisis, el actual, el que practicamos y no el que añoramos o decimos que practicamos. Hablemos de aquellas problemáticas que hoy se presentan en nuestra consulta y cómo las enfrentamos, qué modelo de sujeto tenemos para comprender al sujeto de hoy, y si el complejo concepto del amor ha sufrido cambios.
A partir de aquí realizaré un recorrido ligero acerca de algunos puntos que cada autor ha destacado o le ha generado interpelaciones.
Ana María Fernández nos entrega: ¿Políticas del amor? Violencias, consentimientos y subalternidades. Entre varios planteos es interesante cuando despliega: “Hoy el ‘No es No’ de los feminismos-multitud (Fernández, 2021) ha puesto en la escena pública la voluntad de esas jóvenes de la marea feminista de poder desplegar sus elecciones desde afirmaciones de sí, otros modos de com-poner sus corporalidades y van señalando las voluntades de instaurar otros pactos en sus relaciones sexoafectivas. Planteos como la cuestión del consentimiento o las demandas de responsabilidad afectiva han puesto en movimiento una nueva sensibilidad de las relaciones sexoafectivas. Al mismo tiempo, en correspondencia con ello, particularmente en colegios secundarios laicos, adolescentes varones han empezado a formar grupos de pensamiento y se han autonominado varones en deconstrucción.
La deriva de estos replanteos no ha sido uniforme, aun dentro de los sectores medios juveniles más militantes. Varones que se han apurado a considerarse deconstruidos cuando, en realidad, mantienen solo un poco más encubiertos macro y micromachismos diversos. Chicas que usan Tinder y otras formas actuales de citas sin terminar de comprender que la lógica sexual que anima estos dispositivos es el consumo de sexo más que el propiciar encuentros amorosos”. También cito textualmente: “Sin duda, las relaciones de poder atraviesan los erotismos. Su particularidad estriba en que, en tanto fijan un polo dominante y un polo dominado, establecen relaciones de dominio (Glocer, 2022). En realidad, las alternancias en los lugares de dominio en los juegos eróticos pueden ser muy interesantes y no ofrecer peligro de sometimiento alguno, a condición de que se establezcan entre pares y se desplieguen en juegos de alternancia y no en posicionamientos identitarios, es decir, tengan lugar entre pares políticos (Fernández, 2000b, 2021). Cuestión muy difícil de encontrar aún hoy en las relaciones heterosexuales. Las relaciones de dominio, cuando pierden la alternancia propia de los vínculos entre pares, se fijan en relaciones de dominación”.
Leticia Glocer Fiorini en El amor, el género y sus líneas de fuga despliega un abanico de temas importantes. Afirma que: “En la actualidad se describe una crisis de las relaciones amorosas que debilita los lazos sociales. Pero, a la vez, se observa que los ideales amorosos, ya sea que sean considerados prototipos occidentales o universales, se mantienen como anhelo o añoranza hasta el presente. Esto conduce a interrogarse sobre las características de esos ideales amorosos en las culturas contemporáneas”. Y más adelante nos dirá: “Hay tensiones que se constatan con claridad en las sociedades contemporáneas. Por un lado, se mantiene una idealización del amor, especialmente en las sociedades occidentales, que muchas veces conspira contra la construcción de vínculos porque puede convertirse en un ideal imposible de alcanzar. Por el otro, en el contexto de un constante auge del individualismo y el narcisismo, el amor pasa a un lugar secundario”. Es muy interesante cuando nos dice: “Amores heterosexuales, amores homosexuales, amores más allá del género, de padres a hijos y a la inversa, amor al prójimo, amor a Dios, amor al conocimiento, constituyen una diversidad de presentaciones que conducen a pensar el amor en plural, ya que compone figuras múltiples, contradictorias, que pueden derivar en un reconocimiento del otro o bien en su ‘objetalización’”.
Luis Hornstein nos entrega: Vinculos amorosos, trama pulsional y malestar cultural. Comienza con una pregunta: “¿Qué es el amor? El investimiento de vínculos creador de vínculos. No destruye, es amor, aunque esté lleno de angustias. Permite existir y ser, permite no diluirse. Construye un nido, un refugio, cuando pone barreras a la soledad devastadora. Amar y trabajar, decía Freud. Los clásicos tienen eso: son actuales. El amor es un juego, incluso porque no siempre se gana”.
Continúa más adelante: “Para algunos psicoanalistas, no todos los vínculos amorosos tienen relación con lo inconsciente, lo que implica la concepción de un yo autónomo. Otros los conciben como meras réplicas de objetos fantaseados. Piensan al psiquismo como un sistema cerrado desde una perspectiva solipsista. .El solipsismo es una radicalización del subjetivismo en la que todo lo existente se reduce a la representación, por lo que encierra a la subjetividad. Un psicoanálisis no solipsista no descuida lo intrapsíquico. Lo vincula al objeto real. No hay autonomía delYo en relación con su historia ni con su realidad actual. Si la hubiera, más que autónomo, el Yo sería autista”.
Es interesante el desarrollo que comienza con: ¿Cómo pensamos los vínculos amorosos y las defensas ante la realidad? ¿La realidad es una instancia o sólo trabajamos con sonámbulos, como si no hubiera una relación a descifrar entre mundo fantaseado/mundo real? ¿Cómo hablar de vínculos sin hablar de narcisismo? Recíprocamente, ¿cómo hablar de narcisismo sin mencionar los vínculos? Los otros cumplen diversas funciones para el sujeto: balance narcisista, vitalidad, sentimiento de seguridad y protección, compensan déficits, neutralizan angustias. Considerar la existencia de una dimensión del otro al servicio del narcisismo, en cambio, permite considerarlo como aspectos necesarios de todo sujeto. Una perspectiva fundamental para la clínica.
Aborda también el duelo: “Tras una pérdida o decepción (ante otro, un logro, una posición personal), el sujeto conserva la ilusión de que lo perdido permanece. El trabajo del duelo se realizará progresivamente, hasta que esa creencia ceda lugar a la vivencia de la pérdida. La persona estará entonces disponible para otras tareas, otros vínculos, otros proyectos”.
Afirma que: “Estar enamorado es carecer, es aspirar a poseer, es sufrir si no se es amado, es depender del amor. Al principio del enamoramiento todo nos parece maravilloso en el otro: después se va marchitando. Se trata del mismo individuo, pero uno soñado, deseado, esperado, ausente…, y el otro presente. El uno brilla por su ausencia, el otro es mate por su presencia. Breve intensidad del enamoramiento, larga duración del amor”.
En el apartado La trama pulsional afirma: “Una fusión pulsional exitosa logra la permanencia del pasado en el presente posibilitando la historicidad de una relación amorosa diferenciándose de una renovación que no conservara nada del pasado. El valor historizante de Eros es la articulación de la repetición con la diferencia”.
Y yo, Hugo Lerner, abordé dos temáticas. Un capítulo llamado Que podemos decir del amor en la obra de Freud, en el que realizo un recorrido tratando de pesquisar los conceptos de su obra que se puedan relacionar con el amor. Hago una pasada ineludible sobre el concepto de narcisismo y elYo.
Destaco que Freud señaló en Introducción del narcisismo que “el Yo no nos acompaña desde el origen de la vida. Si yo en tanto sujeto puedo decir ‘Yo soy’ es porque antes, implícitamente, diré: ‘Mi madre me ama’. Winnicott señala algo semejante en esta dirección cuando fundamenta el ‘Papel del espejo de la madre y la familia en el desarrollo del niño’”. Y continúo: “El amor, concebido en términos del narcisismo, es un vínculo ineludible, estructural y fundante por el cual todos navegamos en un momento de la vida. ‘His majesty the baby’, la célebre frase de Freud –ya citada– apunta a esta experiencia infantil, narcisista del amor, que sitúa al sujeto adviniente en el centro de la escena, convirtiéndolo en protagonista ante la mirada de los otros”.
Y agrego que, en la obra freudiana, el amor no solo se relaciona con la pulsión, ya que incluso puede ser ubicado más allá́ de ella. El amor, pensado desde el psicoanálisis, está ligado al Yo del sujeto que se instala como objeto de amor, a través de una idealización del propio Yo ligado al narcisismo del uno y cada uno de los sujetos.
En mi otro capítulo que titulé: Amor digital, comienzo realizando un breve recorrido acerca de algunas conceptualizaciones acerca del amor en general para después abocarme a lo que nos trae el Amor digital.
Señalo que estamos transitando una transformación de época, la mudanza interminable de la era analógica por la era digital, del discurso utópico del socialismo por la prédica capitalista, por lo tanto es perentorio enfocarnos acerca de qué participaciones subjetivas han tenido en los vínculos amorosos. Estos asuntos han sido frecuentados entre otros por Gilles Deleuze, Byung-Chul Han, Eva Illouz. Nos toca a los psicoanalistas “hincar el diente”, como diría Freud, en este nuevo mundo capturado por nternet.
El mundo digital está sostenido por las redes, mientras que la era analógica se hallaba habitada por las paredes, los sitios de recogimiento.
También marco que el poliamor exhibe que se logra tener el número de “amoríos” a los que estemos capacitados de obtener. Es un modelo un tanto neoliberal de la pareja: cada sujeto recluta el “capital erótico” que sus “cualidades” le abastezcan, el único patrón que persiste es la adhesión a lo legal.
Los “matches” en Tinder, no logran la tenencia, pero sí la ruta a un número significativo de posibilidades vinculares. Esto es aplicable al resto de las redes: hay un “patrimonio” que se establece en consonancia al caudal de seguidores y/o contactos online que se cosechen. No se los posee, se habilita al acceso a ellos, y es ese acceso el que tiene “cotización” en el mercado sexual y afectivo dentro del mundo digital.
Me interrogo: “¿Cómo transforman estos dispositivos digitales de búsqueda de pareja la vida romántica de los sujetos? ¿Existe diferencia entre conocerse en persona y a través de una aplicación? ¿Se desechan estos perfiles preparados de manera determinada para originar afinidad de los seres humanos que los compusieron? ¿Qué papel desempeña la tecnología a la hora de finalizar un vínculo? “
Todo lo desarrollado en este capítulo no pretende ser una crítica, solo es un intento de explicar un cambio cultural en los lazos amorosos que imperan en la contemporaneidad. Es importante señalar que no hay que dejar de considerar las muchísimas relaciones estables que han nacido a partir de los encuentros en la Web.
Oscar A. Paulucci en El elogio del amor nos convoca a reflexionar acerca de la vigencia actual del amor y cita el discurso de Alcibiades en el Banquete de Platón e implíca rescatar su valor para el sujeto en tiempos en que la dimensión amorosa pierde cada vez más relevancia en la subjetividad epocal.
Afirma que en “la cultura de la sobre información se exacerba el brillo fetichista del objeto, con un predominio del imperativo superyoico de goce, con poco o nulo espacio para las cosas del amor y de la humana ternura”.
Plantea con agudeza: “El otro tiene lo que me falta para alcanzar el Ideal, desarrollo freudiano que da cuenta del enamoramiento, en el cual se produce una sobrestimación del objeto con disminución del valor de sí mismo. Se llega en un extremo a la servidumbre enamorada que puede articularse con la hipnosis, en la que el enamorado queda subyugado ante el otro que encarna el Ideal desde donde me veo amable.
La otra cara de la sobrestimación del objeto es la degradación del mismo como condición erótica, tal como se plantea en la oposición virgen –cercana a lo materno– y la prostituta en el polo opuesto. Freud plantea la necesidad de cierta degradación del objeto deseable, alguna ‘falta de respeto’, para que el encuentro erótico se pueda producir”.
Afirma que: “Son frecuentes en la clínica las sintomatizaciones en el campo de la vida erótica –impotencia de diferente grado– en hombres ante situaciones de enamoramiento, donde el objeto idealizado se aproxima inconscientemente al objeto materno interdicto.
En esta dimensión del amor nos encontramos en el campo del narcisismo, del Yo Ideal. Narcisismo que emerge como nuevo acto psíquico en relación al autoerotismo y en el cual se constituye el Yo por identificación con la imagen del semejante”.
Nos habla del amor de transferencia, “motor y obstáculo en el análisis no es solo la repetición o reedición de un cliché histórico, tal como Freud enuncia en su texto sobre el amor de transferencia, ya que posee la característica de lo verdadero del amor. Implica el anudamiento del deseo del analista con el deseo del analizante. Lo que permite pensar la posición del analista, ligada a su lugar como objeto interno para Klein o el lugar de semblante de objeto ‘a’ causa de deseo para Lacan en el discurso del analista”.
Liliana Polaco denominó su escrito: El amor, lo femenino. De los mitos y tragedias a la clínica psicoanalítica. Es muy convocante su lectura ya que frecuentemente plantea interrogantes como un modo de provocar en el lector la búsqueda de respuestas.
Abre el juego con: “¿Por qué el amor tendría un estatuto privilegiado en la problemática de la feminidad? ¿Cuál es la función y naturaleza del amor en la relación despareja con la sexualidad?”.
Continúa: “El psicoanálisis ha cosechado muchísimas cuestiones alrededor del amor y la sexualidad.
Quizás es posible transmitir algo de los interrogantes y poner en juego nuestras marcas impresas en nosotros por los misterios del deseo.
Diferentes discursos nos hablan del amor, pero ninguno lo abarca. Se trata de diferentes historias, que no pueden reunirse en una sola”.
Es interesante el siguiente párrafo: “A veces el amor produce la ilusión de complementariedad con el otro, negando las diferencias inherentes a cada persona. Otras veces se expresa en el desencuentro ya que el otro aparece como diferente a la ilusión.
Al prójimo se lo fusiona, se lo asfixia, cuando se insiste en la complementariedad o como dije antes en la ilusión de que el otro es poseedor de lo anhelado.
El amor con sus tropiezos que a veces tienen el nombre de decepción, decepción que si es escuchada por un analista en el mejor de los casos, se transforma en una posible aceptación de las diferencias”.
Se propone desarrollar en su escrito:
1) El amor en su articulación con lo femenino.
Señalando el concepto de amor como lazo inaugural, sus relaciones con la cultura y la incidencia en la pregunta sobre: ¿qué es ser una mujer?
2) Dentro de las tragedias se remite a Medea. En ella mi idea es sostener los interrogantes y presentarla como una mujer situada entre lo divino y lo terrenal, quien lucha por su propio proyecto de vida y rompe con los estereotipos de una época, donde la mujer solo valía como intercambio según las reglas del matrimonio.
Afirma: “Con Medea intento volver a los orígenes del psicoanálisis; ahí Freud se sintió convocado a interrogar a esas primeras mujeres, hasta los límites de lo más siniestro e inabordable”.
Y por último: 3) Relaciones y diferencias entre mitos y tragedias con nuestra práctica clínica.
Con agudeza clínica nos presenta una viñeta en la que hace jugar sus conceptualizaciones.
Andrés Rascovsky tituló su texto: Sobre el amor, y comienza ubicándonos en la etimología de la palabra amor y de la historia de este concepto: “La raíz de la palabra amor, am, procede de la lengua indoeuropea y significa; madre”.
“Y aludiendo a la madre y a la experiencia de satisfacción con el pecho alimenticio, que nos sustrae de la desesperación, de la tensión del vacío amenazante, y de la falta del sosiego intrauterino del cual provenimos. La percepción de una representación, que aluda a la experiencia de satisfacción-placer, se torna el sustrato del Deseo
Seremos un ser en falta (expulsados del paraíso intrauterino), y en la búsqueda de una representación que aluda a aquellos objetos, siempre inhallables, de la experiencia de satisfacción.
La noción del amor se desarrolla progresivamente a lo largo de la civilización, en la búsqueda de esa ausencia, de aquello faltante, placentero y protector”.
Continúa: “El amor no fue entre los griegos o romanos o en las monarquías o en las demandas religiosas, la causa de la organización matrimonial, como no lo es en general, en Oriente, o en la India, donde el matrimonio de realiza entre grupos familiares ,cuando los futuros esposos son aún menores de edad.
El matrimonio es ‘disciplina social’, no emerge como consecuencia del Deseo .
Tremenda diferencia”.
Expone que: “el núcleo primario del amor, es una unión indiscriminada con el otro.
Vinicius canta:’Eu sein voce, no sou nada’.
Sinatra canta; ‘I’ve got you under my skin, so deep in my heart that you are really a part of me’.
En mayor o menor proporción, forma parte esencial de la diversidad de formas, en que los seres humano amamos.
El sentir la pertenencia del otro, a uno mismo, esa vivencia de propiedad, el otro soy yo, ese reencuentro de fusión, que intenta remedar a la vida fetal intrauterina, libre de carencias y tensiones, tiene esa connotación narcisista. Es el Yo Ideal.
La percepción de un otro, un tercero, destruye esta unidad anhelada, es más primario que la sexualidad genital edipica o el amor excluyente.
‘La maté porque era mía’ , expresaba un convicto , y los asesinatos de mujeres parecen determinados por el rechazo o incapacidad a reconocerlas como personas independientes”.
Juan Carlos Volnovich nos entrega el capítulo: Amor dvino. Amor profano. Después de una introducción casi poética y de transcribir una carta que le envió Jean Allouch,
Juan Carlos nos cuenta que el título de este texto “que me fuera revelado –provocado, diría– por la carta: Amor divino. Amor profano. Y Amor divino. Amor profano me llevó, en un viaje sin escalas, a la obra homónima de Tiziano”. Luego continúa haciendo una hermosa descripción y síntesis del cuadro.
Luego de este análisis genera anudamientos: “Pues bien: un abismo separa la alegoría amorosa de Tiziano del amor bifronte de Freud, sin embargo, ambos tienen algo en común. La belleza compartida por la Venus Vulgaris y la Venus Caelestis se me actualiza como evocación lejana del puro amor y el amor sexuado que Freud concibe como un solo amor desdoblado. También aquí, ternura y sensualidad se potencian mutuamente para culminar en el amor pleno como sucedía con el amor divino y el amor profano en la obra de Tiziano”.
En el apartado Rescatar el amor nos dirá: “Reinventar el amor supone rescatarlo de su condición de mercancía que circula en el mercado; mercancía que, en el caso del Papa, tiene dueño: Dios y el Estado Vaticano. Porque, cuando en el límite entre la ingenuidad y el cinismo Allouch afirma que el amor de Dios es un amor regalado augura, nada más ni nada menos, la entrada gratis al Vaticano como preámbulo de la entrada al cielo.
El amor es aquello que se opone al odio, sí, pero es, también, aquello que se opone al amor totalitario que el Papa remite a Cristo y que el Sistema refiere al equivalente universal dinero. Ese, el amor a Dios que se nos propone, es un amor cautivo, amor genuflexo que, si acaso, regula las migajas reservadas para el amor profano; ese, el amor a Dios, le sirve de sustrato, le es funcional al Capitalismo.
Así como dentro de esta lógica todo vínculo amoroso queda subordinado, intermediado por el amor a Dios y, por lo tanto, todo vínculo amoroso queda secundarizado, todo vínculo amoroso queda sometido al dinero, ese objeto máximo, ese operador que no designa cualidad humana alguna sino que entroniza la condición de poseedor y en su abstracción diluye la historia y disuelve las causas que llevaron no solo a que algunos lo posean y otros no, sino a los motivos que confluyeron para instalarlo y garantizar su vigencia.
Fue con el ingreso a la cultura dónde ese amor freudiano que se gestó en la infancia con la madre, ese amor material y sensible, fue derrotado y solo recuperado, después, para llevarlo a la victoria a través de la gracia divina, despojado de toda materia sensible. Esto es lo que afirma León Rozitchner en Materialismo ensoñado”.
Finaliza así: “Tal vez para poder pensar en el amor hace falta reconocer que vivir –vivir humanamente– consiste en desvivirse por aquellos a quienes amamos. Y eso es así porque la subjetividad humana antes que buscar su autonomía, antes que apelar a su autoafirmación, se construye y se sostiene en el proceso de sujeción al otro. Otro minúsculo que me descoloca, me singulariza al asignarme la irremediable, infinita, tarea de tenerlo en cuenta al tiempo que me arranca y me libera del ser –de la esclavitud a mí mismo– cuando me da la orden. Cuando ese otro, ese mendigo, ese niño me da la orden, me suplica, que no lo deje morir, que no lo deje cautivo. Y que, si así lo hiciera, si dejara de amarlo, su cautiverio sería el mío”.
Solo elegí algunos párrafos, pero el capítulo es muy profundo y extenso en reflexiones.
Un libro es una determinación, un reto que en algún momento los autores han decidido emprender. Como decía Borges: se publica para dejar de corregir. Este planteo tiene implícita la idea de que un libro es una estación de un recorrido, que se publica para seguir creando y no para quedar aprisionado superyoicamente en una pelea sin fin con lo ya escrito.
En el caso de esta obra esperamos que así sea y que los autores podamos en el futuro engendrar otra estación de este recorrido.
Una introducción tiene la pretensión de estimular la curiosidad: ¿y después cómo sigue? En toda la lectura se desliza, creo, y eso es lo que lo hace irreverentemente atractivo, una invitación a que rompamos con las categorizaciones establecidas y con los sentidos y significados congelados.
Hasta esta altura actué como alguien que invita a curiosear, ahora les toca a ustedes, futuros lectores, escarbar los contenidos. Nosotros esperamos con deseo y expectación cuestionamientos, preguntas, discrepancias, acuerdos y todo aquello que nos permita abrir un diálogo e intercambio sobre este tema tan apasionante como es el amor.